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Nueva base de educación.

Precisa escribir el Código
de la Infancia o Derecho familiar.


Año 1870.

     Al principio fundamental de educción es éste: «Combátanse sin tregua y sin descuido los caprichos de los niños(32)».

     El que sabe conocerse y dominarse, ese sólo es y será feliz, porque nuestros pesares, nuestras desgracias provienen casi siempre de nuestro orgullo o de nuestros deseos. Aprendiendo el niño a resistir todos sus caprichos, aprende al mismo tiempo a resistir los grandes contratiempos que habrá de sufrir cuando sea hombre. Las pequeñas contrariedades fortalecerán su alma, como las suaves brisas fortalecen los tallos de la mies.

     Los niños son dóciles por naturaleza, porque tienen el instinto de su debilidad; pero si una vez se transige con alguna de sus exigencias, queda en el momento abierta la puerta a los abusos, y principia esa larga serie de condescendencias y de malos humores, esa balumba de licencias y contradichos, ese juego interminable, de tira y afloja sin plan y sin concierto, que forman el tormento de los padres y desnaturalizan y malean el carácter de los niños. Se hace aparecer a los niños en el rnundo con los ojos vendados.

     Principiando la batalla desde el primer día, sería de muy corta duración, porque el hábito de ser bueno se arraiga tan pronto como el de ser malo en el tierno corazón de los niños. Esto no querrá creerse, ni por consiguiente ensayarse, porque se piensa que los niños nacen incorregibles; pero después viene el mundo a darles las lecciones que les negaron sus padres, y ¡ay! cada una de estas lecciones es un desengaño cruel que marchita hoja por hoja la flor del corazón. El amor irracional de los padres pierde a la mitad del género humano y hace desdichada a la otra mitad.

     Es preciso emprender la cruzada con fe si se quiere extirpar el mal que ha echado raíces; es preciso sostener con valor el plan comenzado sin doblegarse a nada; la menor debilidad, una pequeña vacilación, costaría después un sacrificio. Chateaubriand decía que «por evitar una disputa de media hora se haría esclavo por los siglos de los siglos». Por eso sin duda no quiso concederle hijos el cielo. Los padres deben hacer lo contrario de Chateaubriand: para evitar una esclavitud de toda la vida, deben oponer un inflexible veto al pataleo de sus hijos por espacio de una semana.

     Hay padres que no saben resistir a las lágrimas de sus pequeñuelos, siquiera sean lágrinias de rabia; pero debieran acordarse que dejándolas correr en el momento presente, enjugaban las que habrán de derramar más tarde, cuando conozcan mejor las amarguras de la vida. No quieren acordarse de esto; dan por sentado que sus hijos han de ser felices, que la desgracia no ha de acordarse de ellos, que las circunstancias y los tiempos se han de conjurar para estar prontos al menor de sus deseos. Así, unos por miedo a las lágrimas, otros por debilidad y todos por falta de discurso, se hacen esclavos de sus hijos, y hacen a estos esclavos de la fatalidad de las pasiones.

     Se creería que con este sistema se desterraba del hogar el amor filial; pero lejos de eso, se arraiga más profundamente: algunos de los que lean esto me darán la razón. También podría creerse que a puro de tirar la cuerda se llegaría a romper el arco, esto es, que el espíritu se desarrollaría amilanado, tímido, falto de iniciativa, indiferente a todo; pero la razón y la experiencia quieren que sea, lo contrario. El arco no se dobla siempre, sino que en pocos días adquiere elasticidad bastante para abrirse y cerrarse sin esfuerzo y sin quebranto. Además, nuestro sistema de educación no es el temor organizado, ni la severidad, gruñona; es el beso dado como recompensa de la obediencia; es el corazón inteligente dirigiendo al corazón sensible; es el buen labrador arrancando del campo la cizaña; es el abrazo íntimo de quien puede exclamar: «he dado un individuo a la especie y una satisfacción a mi cariño; ahora daré un buen ciudadano a la humanidad, y a ese, ciudadano un alma fuerte.»

     Sobre este principio de educación (contrariar los caprichos) pudiera escribirse un libro tan bueno como el Emilio. Si el tiempo fuese amigo mío y tuviera yo las fuerzas de Rousseau, no dejaría a otros la gloria y el trabajo de emprenderlo.

     El que no sabe ser buen padre no tiene derecho a serlo. ¿Es lícito exclamar: «he hecho cuanto he podido», si no se puede decir al mismo tiempo: «sabía lo que había de hacer?»: se cree que para ser padre no se necesitan conocimientos especiales, que todo el mundo es apto: en el orden de la Naturaleza, en el orden de los brutos, sí; no así en la vida del espíritu.

     La ciencia de la vida está! hoy abandonada a la fatalidad: los desengaños del tiempo son las amargas lecciones. Sociedad en que el desengaño es el preceptor de la vida, tiene que llorar mucho en las soledades del hogar. Al fatalismo y a la rutina debe suceder el método, la reflexión, la ciencia.

     Los caprichos de los niños son excrecencias que al nacer se quitan sin esfuerzo; pero que si se dejan arraigar y encallecer, son de difícil curación. Así como a los niños se les limpia y muda los pañales, anque lloren y se desesperen, así se debe hacer con sus caprichos. ¡Ay! Esta suciedad del alma es más fatal que la del cuerpo, y, sin embargo se desconoce y abandona. Es menos criminal la madre que abandona en la inclusa al hijo de sus entrañas, que la que lo entrega al mundo con una naturaleza viciada, con una educación torcida.

     Cuando los niños están enfermos les obligáis, aunque se resistan, a tomar las medicinas, a aguantar el baño, a sufrir la picadura de las sanguijuelas. Pues quien tan gran violencia, pone en acción para curar quizá una pequeña enfermedad física que pronto se pasa, no debe tener inconveniente en poner en acción una pequeña violencia para curar un gran mal moral, una enfermedad latente del alma. El día que se tenga esta convicción, podrá exclamarse fundadamente: «¡Preferiría ver muerto a mi hijo, que atormentado por los caprichos!»

     Entre la dura severidad de 1800 y la debilidad de 1850, se forma, la racional educación de 1900.

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     Hay en el hombre dos fuerzas contrarias: la espontaneidad y la voluntad, fatal, ciega; la primera, libre; racional, la segunda. Con la primera sólo, el hombre no sería hombre: sería un animal implume bipes. A esto se acerca mucho el niño: en el héroe de virtud y constancia, casi no hay más que voluntad.

     Los caprichos del niño son efecto de aquella ciega irreflexiva espontaneidad, que llega a manifestarse sin freno por carecer del contrapeso de la voluntad; los padres deben suplir esta falta, y si no lo hacen, son culpables de grave pecado. La vida es una lucha entre esas dos actividades contrarias, como la gravitación es una lucha entre dos fuerzas opuestas de atracción y proyección. Cuando los padres no han formado en sus hijos una voluntad fuerte, su fondo de energía bastate para resistir las contrariedades, súplelo más tarde la experiencia del mundo, mas ¡ay!, ¡que las enseñanzas del mundo son amargas, y las lágrimas que vierte el alma en la juventud son más dolorosas y profundas que las inconscientes y fugaces que derrame la infancia! Árbol que crece torcido, puede enderezarse a fuerza de grúa, pero quebrando las fibras de la corteza y la médula del corazón.

     El criminal con sus delitos se convierte en legislador dentro de la sociedad, estableciendo teorías anárquicas contrarias al orden social; así el niño, con sus caprichos y violencias, se convierte en legislador dentro de la familia, estableciendo una libertad anárquica contraria al orden del hogar. ¿Y qué se hace en la sociedad? Como el criminal firmó su libertad sobre el orden del Derecho, se niega esa libertad antijurídica para reparar. ¿Qué debe hacerse en la familia? Como el niño afirma la ley de su capricho sobre el Derecho del Estado familiar en que vive y se desarrolla, ha de negarse esa ley anárquica para prevenir y enmendar. Hay derecho coactivo en la sociedad y debe haberlo en la Familia; sólo que en aquélla la privación de libertad tiene por fin reparar y en ésta debe ser prevenir; allá restablecer el derecho, aquí enseñarlo.

     La educación es la base más sólida de toda sociedad. Cornelia renunció, el ser reina de Egipto por educar a sus dos hijos, esos dos Gracos que son la gloria de Roma y de la humanidad, y cuyos um nombres no pronuncia jamás el historiador sino acompañados del de su madre.

     Los culpables condescendientes de Agripina, y de Séneca, fueron bastantes a engendrar un monstruo, llamado Nerón. Los caracteres no nacen perversos, pero pueden ser pervertidos, por falta de educación o por una educación viciosa.

     El Hombre nació bueno; la Naturaleza lo hizo malo, esto es, luchador, guerrero. El Hombre, en una cantidad casi infinitamente pequeña puede más que la Naturaleza; de modo que, a medida que va sometiendo a ésta, la bondad ingénita en la humanidad va reapareciendo y dominando al mal que es extraño a sí. En absoluto, el hombre no nace malo, no nace tampoco bueno; nace como en un estado de equilibrio casi indiferente; hay tendencia a inclinarse del lado del bien. Abandonado a sí mismo, sin maestro que le eduque (como sucede a la humanidad) va muy lentamente desarrollando el bien como esencia permanente, en medio de infinitas caducas manifestaciones del mal como variables y transitorias.-influido por sus semejantes, por maestros (como sucede a la persona) aquella tendencia se declara al bien si aquella influencia no es irracional. Si no hubiera esta tendencia al bien, no habría progreso en moralidad.

     Si suma, así como los hombres producen más que consumen y posee cada vez mayor capital la Humanidad así los hombres se encaminan al bien de preferencia al mal y hay cada vez más moralidad.

     Lo que el hijo hizo sufrir a su padre, eso tendrá que sufrir del nieto. Haced de vuestra vida, como una obra de arte, arreglada a plan y unidad, y de la vida de vuestros hijos como un boceto que vais colocando y convirtiendo en cuadro perfecto bajo la ley del sentimiento y el criterio de la razón. No basta amar con el instinto, es necesario discurrir y prever. El amor de esposa debe alcanzar a la vida terrestre y a la vida de ultratumba: el amor de madre debe alcanzar al momento presente y al día de mañana; y doloroso es decirlo: las madres no quieren mirar a lo futuro. El padre atiende al dote material de sus hijas; madres, ¡atended a las dotes de su alma! si queréis cumplir vuestro deber ante la religión y ante la patria.

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     Como en Roma, se atiende hoy sólo a las condiciones físicas, etc., de los novios, resto de la concepción grosera de que el matrimonio es un modo de adquirir la patria potestad. El matrimonio debe recibir la sanción del Estado bajo el aspecto del Derecho, de la Iglesia bajo el de la Religión, de la Ciencia bajo el de la educación, del Arte bajo el de la producción.

     Dos son las causas principales de delito: la miseria y la mala educación. ¡Madres!, cuando os hablen de incendios en París, o de secuestros en Andalucía, acordaos de esto que os he dicho: las madres que no quieran saber cumplir su misión educadora, llevan a sus hijos de la mano al tormento y al patíbulo, al patíbulo de la vindicta pública, o al tormento de las propias pasiones. El hombre que maldice su suerte, no ha sido educado para la adversidad, y la maldición recae sobre su madre, porque la suerte es una palabra vana. ¡No queráis ser en vez de Providencia que mira por mañana, esa fatalidad sin nombre que maldicen los desgraciados de aprensión en medio de las torturas del deseo!

     Quizá crean algunos que el amor de madre se resiste a estas doctrinas; pero he de advertirles que lo que se resiste a este sistema es amor egoísta, el amor irracional, el amor imprevisor. Yo conozco una madre que es un verdadero modelo. Ha sabido hacer de sus hijos hombres fuertes, templando sus tiernas almas en la contradicción, siguiendo un plan preconcebido. Pues bien, para escudriñar los tesoros de amor maternal que encerraba su alma purísima, no bastaría el genio analítico de Kant, ni para contarla la pluma espiritual del gran Moreto.

     El egoísmo o la indolencia es lo que llaman amor. Satisfacen todos sus caprichos, no por amor, sino por criminal indolencia, por no tomarse el trabajo de extirpar los malos instintos. O bien los sujetan a una servil y pasiva obediencia, no por bien de ellos, sino por egoísmo, por bien propio, no por habituarles a las prácticas de la vida, sino por tener juguetes de su voluntad y esclavos de sus violencias. El padre casa a su hija no con quien puede hacerla más feliz, sino con quien pueda hacerla más rica, y esto no en vista del bien de ella, sino del propio bien y vanidad. Pues bien, esto último que por todos se reconoce, es lo que sucede durante la infancia. El padre conoce que su hija va a ser desgraciada con Fulano, pero por aprovechar el partido y quitarse una carga de encima la obliga a entregarse. En la infancia, por más que conozca que las enseñanzas del mundo han de proporcionarle muchas amarguras, no quiere habituarles a ellas, ni fortalecerlos para recibirlas, porque esto requiere estudio y trabajo, y con el fin de dispensarse un cuidado más los abandona a su triste suerte. Son arbotistas indolentes, que no quieren enderezar el arbolillo, dejando al cuidado del hacha del carpintero el cuadrar el tronco para que pueda obrar la sierra. Si no os paga lo que quisierais, o os quejéis; el tronco torcido sólo sirve para carbón, y no produce lo que el tronco recto que sirve pasa sostener los techos de los palacios. Cada vez que recibáis un disgusto de vuestros hijos, acusaos a vosotros mismos, haced cuenta que es un capricho satisfecho que se vuelve contra vosotros.

     Después que los soldados romanos asesinaron al gran emperador Probo, le lloraron, mas Probo no resucitó. ¡Cuántas madres, como los soldados de Probo, después de haber envenenado el horizonte de sus hijos, quisieran con sus lágrimas dar vida al cadáver espiritual del fruto de sus entrañas!

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     El Derecho natural dispone que el fin de la patria potestad es la utilidad del hijo; en Roma fue la utilidad del padre. Entre el Derecho natural y el romano los padres de nuestros días han optado por el último, el cual se manifiesta lo mismo en sus golpes que en sus caricias, ya lo envíe a la fábrica o a la Universidad, Y alegan como mérito el haberle dado la vida. ¡Vaya un don tan preciable! Pero dígame: ¿le ha dado la vida en vista en del bien del hijo a quien no conocían, puesto que no existía ni había solicitado nacer, o en vista del bien suyo? Hay una escuela jurídica que funda la patria potestad en la reparación de injuria cometida por los padres al dar la existencia al hijo.

     El padre que desconoce o no practica el arte de educar a sus hijos, ¿cómo podrá decir que le pertenecen? ¿Le habéis dado el cuerpo? No, que se ha renovado. ¿Le habéis dado el espíritu? No, que le vino directamente de Dios. Le habéis dado el pasto del cuerpo. Pero ese se lo debíais al traerlo a la vida. ¿Le habéis dado el sustento del espíritu? No, que le vino directamente de Dios. ¿Le habéis dado el sustento del espíritu? No; y he aquí por qué ese no es nuestro hijo. Habéis prestado un molde a la Naturaleza y nada más. No tenéis derecho a quejaros(33).



     El amor paterno, ¿es una virtud común? No: pues a pesar de que todos los padres hacen alarde de él no aman a sus hijos, sino que los acarician y los echan a perder; lo que aman en ellos es el que sea, agentes de su voluntad, los instrumentos de su poder, los trofeos de su vanidad, los juguetes de esa ociosidad; no es tanto la utilidad de sus hijos lo que se proponen como su sumisión y obediencia: y si entre los hijos se hallan tantos beneficiados ingratos, es porque entre los padres hay tantos bienhechores déspotas e ignorantes.

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     La contradicción elevada a sistema: he aquí el verdadero método de educación. Es el sistema homeopático, que para hacer frente a las contrariedades de la vida educa el espíritu en el seno de la contradicción, como el atleta que se prepara a luchar templa su cuerpo con los golpes de preparación. Para prevenir los dolores de una aspiración insensata, destruir la raíz del capricho en el alma(34).

     Cuando mandéis una cosa,t vuestros hijos dadles la razó de ella; si resisten, obligadlos sin nuevas razones, porque si no estáis perdidos. Es necesario, por una parte, que comprendan la superioridad de sus mayores, y por otra, que se acostumbre a una obediencia racional y no ciega y pasiva.

     El niño es como un capullo en que se encierra la larva del bien; los caprichos son el funesto vapor que la ahoga impidiendo que se convierta en mariposa de doradas alas.

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