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VI

Educación e instrucción.

Costa examinándose para maestro(25)

Año 1869:

COPIA LITERAL DEL EXPEDIENTE ACADÉMICO DE D. JOAQUÍN COSTA MARTÍNEZ, EXISTENTE EN EL ARCHIVO DE LA SECRETARÍA DE LA ESCUELA SUPERIOR DE MAESTROS DE HUESCA

     Instancia solicitando el examen de 7asignaturas de la carrera del Magisterio. -«D. Joaquín Costa y Martínez, natural de Monzón, provincia de Huesca, a V. S. , con el debido respeto, expone :-que ha estudiado particularmente las asignaturas correspondientes a los tres cursos que exige la ley para tomar el título de profesor elemental y superior de primera enseñanza, y deseando aprobar su suficiencia para este grado,-Suplica a V. S. se sirva disponer lo conveniente para los exámenes y ejercicios correspondientes. Gracia que no duda conseguir de su acreditada justificación. Huesca, 10 de Septiembre de 1869. -Joaquín Costa-Rubricado. -Señor director de la Escuela Normal de Huesca.»

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     El día siguiente al de la fecha de la copiada instancia, efectuó Costa su examen de ingreso, en el cual escribió un trozo del libro inmortal que solía y suele servir para ejercicios de escritura al dictado, y que todos los lectores conocen con el título que Cervantes le diera: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. El trozo dictado es el párrafo en que Sancho dice haber oído a un boticario toledano que «donde interviniesen dueñas no podía suceder cosa buena», queriendo con esto razonar en contra de aquella señora dueña que osaba poner algún tropiezo a la promesa de su gobierno, hecha por el duque y la duquesa con anuencia de Don Quijote.

     El mismo día, 11 de Septiembre, aprobó las asignaturas y la reválida para el título elemental. Las calificaciones de la escritura al dictado y los dos problemas aritméticos, dicen así: «Bueno. -El presidente, J. Ochoa. -Rubricado.» Excuso la copia de tales ejercicios.

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     Para la disertación pedagógica le salieron en suerte los siguientes tres puntos:

     «Núm. 2. Explicación del sistema simultáneo. -Núm. 6. Circunstancias que debe reunir el local de escuela. Muebles y enseres necesarios. -Número 11. -Marcha que conviene seguir en la enseñanza religiosa en una escuela elemental de niños regida por el sistema simultáneo.» Optó por el segundo, que contestó como sigue:

     «Los locales destinados a escuelas deben ser tan atendidos como son generalmente descuidados. Las circunstancias que conviene reúnan si la enseñanza ha de responder a un plan verdaderamente científico, son las siguientes: 1.º Circunstancias topográficas, que comprenden la situación y exposición u orientación. La situación de la escuela conviene sea sobre un terreno arenisco, calizo o de roca, nunca sobre terreno de arcilla, turba u otro cualquiera susceptible de retener humedad y comunicarla, al pavimento de la escuela. A ser posible, colóquese en mi altura donde circule el aire con libertad, fuera de la influencia de las emanaciones pútridas, y lejos, por consiguiente, de aguas estancadas, estercoleros, fábricas de curtidos, barrios ahogados, etcétera. Si no pudiera evitarse la vecindad de algunos de estos focos, deberán plantarse alrededor de la escuela árboles, y tener particular cuidado de la ventilación del local. Respecto de la exposición, varía según los vientos reinantes y la latitud del lugar; pero, en general, convendría sea la del Poniente, que es la menos expuesta a las temperaturas máxima y mínima diurnas. -2.º La forma de la escuela, puede ser elíptica o cuadrada, y mejor que esto rectangular, cuyos lados menores sean en longitud iguales a dos tercios de los otros lados. En uno de dichos lados menores se levanta un entarimado para colocar la mesa del profesor; en el opuesto, otra tarima menor para el ayudante, si la escuela se rigiere por el sistema simultáneo o mutuo; y si lo fuese por el mixto, se necesitarán otras dos tarimas pequeñas con dos mesitas, una en cada lado de los mayores del paralelogramo, para los inspectores de clase y orden. -3.º Las dependencias adjuntas a la escuela, que son: la habitación para el maestro, la cual debe ser igual en todos los pueblos y bajo todos los sistemas, pues no puede limitarse su familia; el patio, que si no es indispensable, favorece mucho el desarrollo físico y hasta la moralidad de los niños, y que conviene tenga un cobertizo con algunos aparatos sencillos de gimnasia, así como también algunos árboles y algunos cuadros susceptibles de cultivo para enseñar prácticamente los injertos y encomendar a los niños más aplicados el cuidado de algunas plantas; y, por fin, los lugares excusados, que por ningún concepto deben permitirse dentro del salón de clases, y sí en lo más apartado del patio, cuando lo hubiere. -4.º Las dimensiones y los detalles de construcción y arreglo de los enseres. Debe situarse la escuela, siempre que sea posible, en la planta baja del edificio, elevado su pavimento sobre el nivel del suelo 30 o 40 centímetros; la altura de techo varía entre 3,50 y 4,50 metros, según sea el sistema de enseñanza, y según la proyección horizontal de que se disponga, combinada con la mayor o menor facilidad de renovar el aire, responda más o menos bien al número de niños que concurran. Dicha proyección horizontal no puede fijarse en absoluto para cada niño, hallándose comprendida entre 1 y 2 metros superficiales, según el sistema, pues es evidente que bajo el sistema individual, por ejemplo, necesitan los niños un espacio mucho menor que en el sistema mutuo o mixto. Quieren algunos que el pavimento de la escuela tenga una inclinación de 2 o 3 por 100, a contar bajando desde la plataforma, a fin de facilitar al profesor la vigilancia; pero aparte de que esto es ocasionado a accidentes y hacer perder el aplomo a los enseres, el profesor que sabe conocer a los niños no necesita de tal trivial auxiliar de disciplina. Las paredes deben tener un zócalo de piedra dura para evitar la humedad que sube del terreno por capilaridad; con igual objeto, el pavimento conviene que sea de hormigón hidráulico, o cuando menos que se empedree con cantos y mortero debajo del embaldosado. Mucho mejor sería un entarimado general de madera, para evitar el polvo. En el interior de la escuela debe pintarse un friso negro hasta la altura de las ventanas, si ya no pudiera ser este friso de madera o de estera. Las ventanas deben hallarse, cuando menos, a 2 metros o 1,75 metros sobre el suelo, con lo cual se evita que los niños se distraigan mirando al exterior, y que la luz hiera directamente su vista y la dañe. Conviene tengan un marco con cristal que gire horizontalmente por su parte media y de dentro a fuera, para renovar el aire, sin que al entrar frío toque inmediatamente a los niñios. Con igual objeto suelen abrirse unos agujeros en el techo para dar salida al aire enrarecido, y otros en el pavirnento o en la parte inferior del friso, puestos en relación con el patio o calle, para dar entrada a nuevo aire que reemplace al que salió por el techo, etc. -Huesca, 11 de Septiembre de 1869. -Joaquín Costa. -Rubricado. -Bueno. -El presidente, J. Ochoa. -Rubricado.»

     A continuación se examinó Costa de las asignaturas del grado superior, y en la reválida del mismo resolvió el problema de Aritmética (de aligación alternada e infinitas soluciones) y el de Álgebra (buscar dos números sabiendo su producto y su cociente) con la repetida nota, que reza así: «Bueno. -El presidente, J. Ochoa,.-Rubricado.»

Le tocaron en suerte para la disertación pedagógica las lecciones 7, 10 y 14 del programa, escogiendo igualmente la segunda.

     Los temas de las tres lecciones citadas decían: «Núm. 14. Qué es la atención y cómo debe procederse a su desarrollo. -Núm. 10. Importancia y necesidad de la educación en la primera edad de los años. -Núm. 7. Medios de que puede disponer el maestro para el perfecto desarrollo de las facultades físicas en las escuelas de niños.» Costa responde de esta manera:

     «El hombre ha sido traído a este mundo como un ave de paso que camina hacia su destino futuro, que es su verdadero y último destino; y fuera gran locura, buscar aquí la felicidad, como la buscaron los antiguos, como la buscaron luego Locke y Basedow y otros muchos. Que la Humanidad conozca y cumpla sus destinos en la tierra para preparar su destino en la otra vida: tal es la fórrnult suprema que la razón proclama, que la religión sanciona, que la Historia, de todos los siglos quiere demostrar. Si, pues, decimos que el objeto de la educación es dar a conocer este destino y enseñar los caminos de llegar a él, habremos hecho la apología de la educación, colocándola muy por encima de la instrucción, y poniendo de manifiesto el vulgar error que designa como único y exclusivo objeto de las escuelas la simple adquisición de conocimientos científicos. Un hombre de talento, que posee la llave de todas las ciencias humanas, si no tiene el corazón formado, si tiene pervertidos sus sentimientos morales, si no tiene conciencia de sus deberes, si no tiene educada la sensibilidad ni desarrollada la conciencia moral, es un azote para la Humanidad, y al mismo tiempo un verdugo que a si propio prepara su suplicio. El que sin instrucción de ningún género posee una educación no ya esmerada, pero sólida, no ya extensa, pero profunda, que haya arraigado en su alma la idea del bien, nuestro origen, nuestros deberes y nuestro fin, éste cumplirá el destino que la Providencia le ha marcado en el plan universal de la Creación; ser miembro útil a al sociedad de que forma parte, y sin meter ruido en el mundo, sin que su nombre haya sido objeto de admiración o de miedo en academias ni campos de batalla, sus verdaderos caminos tranquilo y sosegado hallando sombra bajo los mismos abrojos de la vida, gustando placeres en el seno mismo de sus desgracias, hasta que suene la hora de entrar a confundirse en el océano de los justos, semejante a aquellos riachuelos cuyas aguas cristalinas atraviesan silenciosamente el desierto, regando espinos y peñascos, trazando fatigosas curvas, pero sirviendo siempre de alegría y consuelo al sediento viajero, hasta entrar en los inmensos piélagos, sin que ni una sola vez haya visto turbias las ondas de su cauce. No hay que decir más en favor de la educación ni encarecer su importancia y necesidad en las escuelas. Claro está, que el hombre educado o instruido es el hombre perfecto, el hombre que satisface el progreso de los siglos, el desideratum de la Historia; pero entre educación e instrucción, mil veces preferible es la primera, mil veces más importante y necesaria. ¡Filósofos del siglo XVIII, espíritus ligeros e imprudentes, vosotros quisisteis hacer crecer flores sobre las rocas, tejer coronas en el árido desierto de la vida, y presentasteis el trabajo como una carga pesada, y lanzasteis aquel grito salvaje: gozar, gozar, grito que el eco de las montañas repercute directamente en el seno de la industria como un aviso saludable! Si os levantarais de vuestras tumbas, ¿qué diríais al ver el desconcierto de vuestras doctrinas? Estamos en una época de transición, entre el sistema de las obscuridades que caduca y otro sistema de verdad, hacia el que caminamos. La Humanidad se mueve convulsa buscando ese nivel tranquilo, ese centro de luz, y sus esperanzas se fijan en la generación que viene, hermosa semilla que en una tierra trabajada por las revoluciones ha de levantar tal vez el árbol del evangelio y entonar el himno de la fraternidad. Hoy más que nunca se necesita educar a la juventud destinada a la lucha; hoy más que nunca se necesita amamantarla con las santas ideas de caridad, de justicia y de abnegación, escribir en su alma el «Amad al prójimo como a vosotros mismos», hacerle leer en su conciencia lo que allí está escrito desde el principio, el resumen de la ley: «No hagas a otro lo que no quieras que otro haga contigo.» Hoy más que nunca se necesita desengañar a los pueblos convencerlos de que no todo es lectura y aritmética en la vida, que el hombre no vive sólo de pan, y que con gran facilidad se tuerce el árbol en los primeros años si con particular cuidado no se le dirige. ¡Ah, si la educación no hubiera estado descuidada en España hasta el día de hoy, no viéramos escenas que todos los días se repiten y que hacen estremecer de espanto. Si a la instrucción no se hubiera dado tanta importancia en estos últimos años, descuidando la educación moral y religiosa, no viéramos tanto ser desgraciado, que con títulos brillantes perecen de miseria o bien se lanzan a las barricadas para emplear en algo su actividad. Víctimas de funestas preocupaciones se miran solos en el mundo, y tal vez maldicen en su alma el día que dieron el primer paso en la escuela y en la Universidad. Los antiguos comprendieron esto sin duda cuando se fijaron principalmente en la educación; pero es preciso confesar que lo comprendieron mal, cuando atendieron al desarrollo de un solo orden de facultades. Si el hombre se compone de cuerpo y alma, y esta última fue dotada por Dios de las tres facultades: sensibilidad, voluntad e inteligencia, es indudable (puesto que nada se ha creado en vano) que la educación de todas ellas será necesaria para el cumplimiento de sus destinos, y que educar una olvidando las otras, es un principio vicioso. Los que, pasada la Edad Media, no dieron al pueblo otra educación que la religiosa, lo embrutecieron, porque la fe ciega no es fe, porque la religión debe salir del alma y no de los labios, porque sentimos a Dios en el corazón y no en una fórmula vana rutinariamente aprendida. Educación moral, para que sea más segura la educación religiosa; y educación religiosa, para que sea más sólida la moral; educación intelectual, para que sea el fundamento inquebrantable de la religiosa y moral; y educación física en interés mismo de la intelectual y de todo el individuo, porque el hombre no vive sólo de abstracciones. Además, ¿no procuramos tener desarrollados los sentidos del cuerpo, la vista, oído y demás? ¿Por qué no desarrollaríamos esos otros sentidos del alma, mucho más perfectos, los únicos que nos distinguen de los brutos, los únicos que nos dan conocimiento de nosotros mismos y de lo que nos rodea, los únicos que nos aproximan a Dios, pues como él creamos cuadros y poemas, y como él tenemos una voluntad infinita? Tiene ojos el alma; pero si la educación no los abre, los colores, las obras y grandezas del Universo pasan inadvertidos al hombre. Tiene oídos el alma; pero si no hay quien los excite, el alma no puede escuchar las sublimes armonías de la Naturaleza, los himnos de la noche, los salvajes cánticos del desierto y la música de las esferas superiores. ¡Triste es, en verdad, la suerte del aldeano que no sabe leer en el gran libro de Dios y disfrutar sus encantos por falta de educación de sus facultades, y más triste aún la del sabio lleno de ciencia que tampoco sabe leer en el lodo de su alma el nombre de Dios y el misterioso resumen de sus creaciones. -Huesca, 13 de Septiembre de 1869. -Joaquín Costa. -Rubricado. -Bueno. -El presidente, J. Ochoa. -Rubricado.»

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     Costa, maestro. -Una laguna se dibuja en la vida de Joaquín Costa para quienes no sean conocedores de ella, o no hayan seguido paso a paso a nuestro autor. Costa viajó e hizo largas excursiones, las cuales constituyen una gran parte de su educación por aquello de que no hay mejor maestro que el mundo mismo para quien lo estudia, y conociendo la máxima de Duclós de que tres son las formas de la ignorancia: 1ª, no saber nada; 2ª, saber mal lo que trataron de enseñarnos; y 3.ª, saber otra cosa opuesta a la que debe saberse, quiso adquirir la ciencia y con ella la integridad del talento, adquiriendo más tarde la triste convicción de que la ciencia apenas sirve más que para darnos idea de la extensión de nuestra ignorancia.

     Costa fue virtuoso y por ese camino llegó a ser sabio, adquiriendo de antemano constituye una segunda existencia, dada, al hombre: eso que constituye la vida moral tan apacible como la vida física, esa ciencia que es la fuente de la vida, la que elabora ideas sublimes, la que exhala los perfumados aromas del saber; divina instrucción que proporciona al alma lo mismo que la riqueza proporciona al cuerpo: el bienestar.

     Costa estudió o Séneca y de él recogió aquella fórmula «enseñando, aprendemos». Por eso nuestro autor ejerció desde la niñez el magisterio; vivió siempre enseñando y siempre aprendiendo, con lo que adquirió la experiencia, que es la única institutriz de la razón y al bajar a la tumba lo hizo nimbado con la hermosa aureola de «Maestro».

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