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VII

Apuntes para la exposición de un método general de enseñanza.

(El número dos).

«Las fuerzas cuando se unen no aumentan por vía de adición, sino por vía de multiplicación.»

Año de 1869.

     El hombre es un perfecto microcosmo por su dualidad de naturaleza, porque reune la idea substancial en sus dos categorías de intensión y extensión: por un lado toca la cadena de las inteligencias superiores y por otro la escala de lo seres materiales. Sólo en él se retrata y resume el plan de Dios. Al nacer recibe dos vidas; la vida de la carne y la vida del espíritu: con ella puede sentir los estremecimientos del más ínfimo de los organismos el y remontarse en alas de lo ángeles hasta el eterno manantial de las existencias. En su cuerpo refleja el mundo de lo material; en su espíritu refleja el mundo de lo invisible. Por su cuerpo participa de la molécula cósmica en todos sus grados; por su alma participa de Dios, siéndole dado también crear pequeños mundos. De los demás seres, unos piensan y otros pesan; él sólo piensa y pesa sobre el Universo. Por eso, cuando entre el pesar y el pensar hay equilibrio, cuando están armonizados el trabajo material y el trabajo intelectual, los resultados son tan prodigiosos como permanentes; testigo la brillante historia de los benedictinos. De la misma manera, cuando el operario sea artesano, y el artesano pensador, y el pensador comparta sus horas entre el cultivo de la tierra y el solaz de la Biblioteca, el mundo será un jardín de delicias, y el hombre imagen verdadera de la armonía universal.

     El amor en sí mismo es como una hoguera que se consume sin alumbrar: es preciso que encuentre un espejo donde mirarse. Por eso el matrimonio, la unión armónica de hombre y mujer, es la primera y más perfecta de las sociedades, la sociedad modelo, cuya fuerza procede de la dualidad, choque y comunión de caracteres y de naturaleza: el hombre por un lado abarcando los dos extremos, la inteligencia y la fuerza, y la mujer por otro, siendo con su amor el espíritu santo que enlaza ambos principios, descendiendo del uno al otro en mística inspiración.

     No podremos explicarnos el por qué, pero es lo cierto que la memoria es más fiel y tenaz cuando se lee y discute entre dos un pasaje cualquiera que cuando aisladamente lo estudiamos. Por eso, sin duda, se aprende y recuerda mejor una materia cuando se oye la explicación de un profesor, que cuando se lee simplemente la lección en un libro. Por eso el teatro será siempre más a propósito para moralizar que la novela y que el periódico; por eso «la elocuencia será siempre más poderosa y exaltada en medio de la muchedumbre que en la intimidad; y por eso también el talento ha de ser más frecuente y activo en una capital que en la soledad. Continuamente en aumento, la vibración de uno vibra en el sentido del otro, y vuelve al punto de partida aumentado en poder con todas las sacudidas que ha recibido, como una voz repetida hasta lo infinito de roca en roca».

     Un escritor ha dicho: «un gozo de que participa otra persona es doble gozo: un dolor con la misma circunstancia es medio dolor.» Otro filósofo ha ido más lejos, afirmando que «la felicidad no existe si no son dos a gozarla». Por eso, cuando nos ha pasado algún lance curioso o leemos algún chiste o alguna proposición interesante, buscamos instintivamente otra persona que nos la escuche y nos comunique su agrado o entusiasmo.

     Una debilidad de uno sumada con otra debilidad de otro, dan por resultado una fortaleza. A propósito de esto, Confucio solía contar una historieta a los pueblos de la China, con el fin de excitarlos a la asociación. «Un pobre ciego sin guía ni consuelo llegó, arrastrándose por las calles, a la plaza pública, donde otro pobre paralítico yacía sin poder dar un paso implorando la caridad de los transeúntes. Hermano, le dijo el ciego, horribles son nuestras desgracias, pero lo serán menores si acertamos a unirlas: yo tengo piernas y tú ojos, precisamente cuanto necesitamos: subirás a mis hombros, y desde allí me guiarás adonde conviniere: tu vista asegurará mis pasos vacilantes y mis piernas utilizarán el servicio de tus ojos, y sin que nuestra amistad ponga nunca en tela de juicio quién desempeña el oficio más importante, yo caminaré por ti y tú verás por los dos (Florián).» Así en la Edad Media, la monarquía débil y el débil pueblo acabaron con la poderosísima nobleza feudal.

     Dos personas bien unidas por el lazo de la amistad, del deber o del interés común, suman un valor extraordinario; su confianza en los peligros compite con su ardimiento en la pelea; en todos casos se deciden pronto y sin vacilaciones a desistir o a poner manos a la obra. No hay Superstición, ni fuerza, ni amenaza, ni consideración humana capaz de detener o de arrastrar a dos personas que mutuamente se obedecen y que mutuamente se mandan. Una brillante confirmación de este principio es la institución de la Guardia civil, cuya eficacia y buen resultado quedarían bien restringidos si a la pareja sustituyese el guardia aislado, por más que las atribuciones fuesen las mismas e igual el número de individuos del Cuerpo. -Confirma igualmente este principio otra institución muy parecida que hallamos en la Edad Media, las órdenes militares, creadas con el fin de oponer el apoyo de la fuerza, en una época en que no estaban bien definidos los poderes ni respetadas las leyes: dos caballeros, hermanos de armas, unidos por juramentos solemnes, constituían una verdadera potencia amparadora del derecho quebrantado y desconocido. -Aplicación del mismo principio al gobierno de los pueblos nos ofrece la Historia con la institución de los dos reyes en Esparta, los dos sufetas en Cartago, los dos cónsules en Roma, los dos jueces en Castilla, los duunviros en nuestras antiguas curias o Municipios. En Oriente lo aplicaron igualmente al arte de la guerra, pues según los bajo-relieves de Nínive demuestran la organización de los ejércitos asirios consideraba el par como unidad, con grandes ventajas a no dudarlo: de cada dos soldados, el uno sostenía un gran escudo de mimbres que abrigaba todo el cuerpo, y el otro tras este escudo disparaba las flechas contra el enemigo. No deja de ser raro que no se haya aplicado un sistema tan racional en nuestros días, en que tantas invenciones de muerte se presentan y aplican.- En cambio, esto que no hacen los hombres del arte de la guerra, hácenlo con distinto motivo los hombres del arte de la paz. A mediados de primavera salen de Murcia cuadrillas de segadores aventureros que atraviesan la Península de Sur a Norte recogiendo las mieses así como van madurando. Marchan organizados en compañías con su correspondiente capitán o jefe, subdivididas en grupos de dos individuos, con el compromiso que cumplen religiosamente de ayudarse y socorrerse mutuamente; si uno de ellos cae enfermo, el compañero interrumpe su faena, para asistirle hasta su completo restablecimiento, mientras que la cuadrilla sigue adelante. Así, el trabajador, lejos de su familia, parece que lleva la patria consigo, y si padece, anímale la presencia y solicitud del compañero; que como ha dicho Klopstock, «las lágrimas de un amigo compasivo alivian los dolores del alma»; y si muere por fin en medio de los campos, sabe que su último recuerdo será trasmitido con el fondo de sus ahorros a la viuda y al huérfano por mano del rudo pero fiel y cariñoso enfermero.

     Se ha dicho que cuatro ojos ven más que dos, y puede añadirse que cuatro ojos mirando desde un mismo punto y cambiándose recíprocamente las imágenes, verán mucho más hondo y claro que multitud de ojos aislados mirando por cuenta propia, sin mutua relación ni correspondencia. Ya Swiff escribió: en un siglo suelen aparecer cinco o seis hombres de genio que, si reuniesen su poder, el mundo entero no podría resistirles. ¿Por qué la Compañía de Jesús ha sido tan poderosa y temida, sino por esa admirable asociación de inteligencias, por esa organización de ciega obediencia que suma tantos y tan escogidos talentos en el cerebro de un solo jefe? ¿Y por qué las guerrillas de nuestra Independencia, a pesar de su falta de organización, acabaron con las huestes del temible corso, sino por esa agregación de pequeñas fuerzas, por esa suma de entusiasmos y de inteligencias, que hacía de cada cabecilla, un gran táctico y de cada labriego un héroe?

     Es casi axiomático que la asociación de dos inteligencias medianas aventaja en sus soluciones a una inteligencia superior. El más célebre jugador de ajedrez ha sido siempre derrotado, cuando se ha propuesto luchar contra un partido de dos, aunque eran ambos principiantes y poco diestros en calcular. En la fórmula Vox populi está formalmente expresada la suma de inteligencias limitadas, como constituyendo una inteligencia superior del inmenso alcance.

     Ya Jesucristo había dicho: «Si dos de vosotros se congregan sobre la tierra, toda cosa que pidieren les será concedida por mi Padre que está en los cielos. «He aquí el Espíritu Santo, he aquí el reflejo de las inteligencias yendo de uno a otro de los congregados como entre los espejos el rayo de luz que viene a herirlos desde el fondo de los espacios infinitos.

     Indudablemente, dos es mayor que uno y uno. Y esto que es una verdad dentro del mundo intelectual, parece trascender al mundo de la materia. La primera y segunda moneda que deposita el trabajador para formar un fondo de reserva, son como semilla, fecunda: unidas una a otra, parecen convertirse en poderoso imán para atraer otra y otras que se suceden, desviándose del camino de la taberna. Si a esta simple atracción del interés se une la multiplicación cooperativa, las crisis se hacen imposibles; y si, por fin, se admite un tercer factor compuesto, la asociación de inteligencias, entonces los filósofos se estremecen en sus sepulcros, porque ya está salvado el mundo.

Frater qui adjuvatur a fratre, quasi civitas firma; et judicium quasi vertes urbium:el hermano, ayudado del hermano, es como una ciudad fuerte, y sus juicios como cerrojos de ciudades.
(Prov. XVIII.)

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