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VIII

El método natural reflexivo.



«La comunión de dos almas
multiplica por reflejo el alcance
y poder de sus facultades.»

Año 1869.

     Varias veces me había llamado la atención la dificultad y aun casi imposibilidad de aprender uno por si solo la química, por ejemplo, o el más sencillo idioma, dificultad que yo atribuía a nuestra natural indolencia, a que faltaba el látigo del deber y el estímulo del amor propio. Cuando nos imponemos espontáneamente la obligación de estudiar una cosa, me decía, la cumplimos, en tanto que alguien nos fiscaliza y pide cuenta; pero solemos desmayar y descuidarlo poco a poco si está completamente abandonada a nosotros mismos. De aquí deducía que para estudiar una cosa con fruto, sería preciso imponernos el deber, no sólo de señalarse una lección fija en el libro, sino de recitarla diariamente a una persona, que a su vez, se obligara a tomársela con regularidad, aun cuando esa persona fuese extraña a la materia misma del estudio. Después he visto que esto era en principio el método de Jacotot, que decía: «Puede enseñarse lo que se ignora», pero aquí me encontraba con otra dificultad, pues si bien con este expediente, obligaba a aprender la lección de memoria, no podía obligar a estudiarla, es decir, a profundizar sus conceptos, a ampliarla por el propio razonamiento y discurso; nos apoderábamos de lo formal de la voluntad, mas no de la voluntad misma. Nunca podrá hacer el método de Jacotot llevado a sus últimas consecuencias, que el estudiante, no siendo un genio, recapacite sobre su lectura y lleve las conclusiones más allá del punto en que las dejó el autor: hará bastante si sabe sorprender el pensamiento de éste en la simple exposición del libro. «Referir lo que quiere aprenderse a una cosa primitivamente aprendida», es la base de su sistema, y para este trabajo de análisis y síntesis se requiere mucha fuerza de voluntad y mucha fuerza de razonamiento, fuerzas que rara vez se desarrollan espontáneamente. Quedan, pues, zanjadas todas las dificultades, haciendo que la persona que nos toma la lección la estudie con nosotros, y obligándonos ambos a resumirla o ampliarla y explicárnosla mutuamente.

     Este último medio no es ya un procedimiento mecánico, un arte de estudiar empírico, sino un método racional, porque al mero deber satisfecho y al estímulo en acción se agrega el calor que recíprocamente se prestan las inteligencias en su repetido contacto y perpetuo cambio. El estudio simultáneo y regular de dos personas explicándose mutuamente la lección no sólo tiene la inapreciable ventaja de obligar al estudio detenido y profundo del libro, sino que el comercio recíproco de las ideas multiplica el poder de análisis en el entendimiento de cada una, formando entre los dos un criterio de investigación y comprensión casi siempre superior al del autor mismo. «Cada uno desempeña voluntariamente en una asociación que le sostiene y estimula, funciones que no se impondría si hubiese de obrar como un simple individuo. En la asociación, cada uno se robustece con las fuerzas de todos los demás (Ahrens).» En este concepto es cómo aquella manera de estudiar aparece con carácter de método de enseñanza, y método eminentemente social.

     Lo que no ve una de las dos personas lo ha visto la otra; y del estímulo a que da lugar esta correspondencia íntima, surge un nuevo aumento de actividad que se traduce en nuevas relaciones halladas y en nuevos principios formulados. «Sucede con demasiada frecuencia, dice Zimmermann, que no ve uno tan bien con sus propios ojos como con los ajenos.» Es raro que veamos nuestros propios defectos, y muy común, por el contrario, el verlos y tacharlos en los demás; y esto que en el estudio individual de Jacotot es un escollo, pasa a ser en el método reflexivo un manantial de luz. Por otra parte, es difícil que una persona lo vea todo en un libro, por más veces que repita su lectura y examen; pero estudiando los dos a la vez, no sólo se lo apropiarán por entero hasta el último y más insignificante de los detalles, sino que ensancharán el círculo de las relaciones existentes entre los conceptos y las cosas, hallarán puntos de vista más elevados que tal vez no se hubieran ocurrido al que escribió la obra, se formarán un criterio propio y un cuerpo de doctrina que, por ser suyo, encontrará mejor acogida en la memoria y en el entendimiento; la conciencia que esto ha de darles de sus fuerzas los alentará para mayores empresas y alguno habrá que consiga poner la mano donde llegara su deseo. «La educación debe darse de suerte que el discípulo edifique por su propia actividad la ciencia con ayuda de sus elementos, es decir, que la procree, que la invente, en cierto sentido» (Pestalozzi).

     Los libros para poner en práctica este método son de dos suertes: manuales sintéticos y libros de ampliación(26). Los primeros estarán divididos en párrafos numerados y lecciones con arreglo a un orden rigurosamente lógico: en la expresión serán claros y concisos, casi aforísticos o sentenciosos. Los segundos reproducirán a los primeros, pero llevando al lado de cada párrafo (canon, teorema, conclusión, etc.) una demostración, ampliación, paralelo, análisis, etc., de su contenido.

     La práctica del método puede sujetarse a distinto régimen. He aquí un plan. Dividen el curso de cada materia en dos períodos:

     Primero. Los alumnos aprenden de memoria, cada uno por sí, la lección del manual, y luego la escriben con distinto método y forma y con las ampliaciones y deducciones que su propio discurso les sugiera, comparando párrafo con párrafo y lección con lección. Luego se tomarán mutuamente la lección en el primer cuarto de hora, copiará cada uno en la media hora siguiente lo escrito por el otro, y aprovecharán el cuarto de hora restante en estudiarlo, hasta invertir una hora de tiempo. En la lección inmediata no dejarán de utilizar las rectificaciones que les haya sugerido esta mutua lectura.

     Segundo período. Adquirido ya, por medio de la escritura, el hábito de discurrir, puede avanzarse más. Los alumnos estudian en el libro de implicación y escriben la lección del mismo modo, pero en vez de recitarla, literalmente, la explican; leen sin copiar los escritos, y luego se comunican verbalmente las dudas y observaciones que puedan ocurrirles. Deben tener particular cuidado en este segundo periodo de generalizar y comparar, terminando cada lección con un cuadro analítico que clasifique y ordene las ideas o los hechos de una o de varias lecciones.

     Este es, en resumen, el método natural reflexivo.

Jacotot llama al suyo natural y universal. Creo que asisten tantas razones al reflexivo para llamarse natural. Aquél es el que sigue por excepción la Naturaleza en los genios, es decir, en los fuertes de entendimiento; y éste es el que sigue la misma Naturaleza en los débiles, a quienes Dios ha dado el instinto de asociarse, de desconfiar de su propio criterio, de pedirse mutuamente consejo, de comunicarse sus afectos y sentimientos. La comunicación es necesaria a los débiles; y quizá no sea otra la causa de la dificultad con que los niños, y en general las mujeres guardan sorprendido o que se les ha confiado. «Creo, decía Jacotot, que Dios ha hecho el ama humana capaz de instruirse por sí sola sin auxilio de maestro.» El alma, del hombre, en la humanidad, sí, pero el alma de un hombre, en sí solo, no, porque su vida aquí bajo es muy limitada. Pero la diferencia se resuelve en cuestión de palabras; el epítome que Jacotot pone en manos de sus educandos para que lo lean y mediten, ¿qué otra cosa es sino un maestro sin cuyo auxilio nada o muy poco aprenderían? No hizo el filósofo Sócrates mucho más que el epítome de Jacotot; presentar las cuestiones en forma depara que los discípulos las resolviesen y dedujesen por el razonamiento nuestras conclusiones de las ya conocidas. La dificultad está en que los discípulos de Jacotot quieran preguntar, sepan referir y puedan responder a las muchas dificultades que desde el primer día se atravesarán en su camino. El método de Jacotot será siempre el de los sabios, pero nada más que el de los sabios. El método reflexivo obra con más vigor, con más energía, con más vida, y puede servir lo mismo a los sabios que a los ignorantes. Pone también en manos de los educandos un manual o epítome, como si dijéramos, un índice metódico que ha de desenvolverse paulatinamente; pero para este trabajo de desarrollo apela a la asociación, excitando con un estímulo noble la voluntad para discurrir, robusteciendo con la comunión de ideas el entendimiento para comprender, educando con un ejercicio activo el criterio para razonar sosteniendo con interés creciente el ánimo para proseguir. Además, divide la enseñanza en dos períodos: en el primero, el discípulo aprende a pensar escribiendo y a sintetizar clasificando: en el segundo, abierto ya el sendero y hallando más fuerte apoyo en nuevo libro, extiende la mirada con majestad hasta los confines del horizonte, aplicando su espíritu a establecer relaciones a descubrir detalles, a formular principios, a deducir aplicaciones nuevas, en una palabra, a penetrar, desarrollar, agrandar y hacer como propio el pensamiento del autor.

     Jacotot llama su método universal, pretendiendo aplicarlo a todo y a todos; mas no pasa de ser una pretensión sin fundamento, como tampoco lo tendría quien llamara universal al reflexivo. El primero será bueno quizá para aprender la lectura y aun la escritura los adultos. El segundo para estudiar también los adultos, y aun los niños desde cierta edad, la mayor parte de las ciencias.

     Ahora es ocasión de apuntar una observación, parecería preferible que fuesen más de dos las personas de cada grupo o sección en el método reflexivo, a fin de alcanzar un mayor grado de poder con una mayor suma de inteligencias; mas no sucede así. Entre dos personas están las fuerzas armonizadas; todas las del uno se dirigen sobre el otro y recíprocamente, sin desvío ni división posible. Si se agregara un tercero, el equilibrio quedaba roto: el aprecio, el cariño, el respeto, sufrían un cruce peligroso que podría inclinar la balanza del lado de dos contra el tercero. Donde hay tres, cabe mejor la distracción y la lucha, porque las pasiones hallan resortes más sensibles con que poner en Juego sus malos instintos. Entre dos hay unidad siempre, unidad de atracción o de repulsión, de conformidad o de disconveniencia: cada uno no tiene que hacer sino una comparación, un cambio, un reflejo. Con más de dos personas se complicaría la enseñanza y se bastardearía el método; cada cual tendría que dividir la atención entre un escrito y otros escritos varios, dirigir la mirada a dos o más espejos a la vez, y necesariamente había de resultar confusión y desorden. La división es el vencimiento. La armonía y equilibrio de fuerzas no se produce por el agregado de tres unidades, sino por la composición de dos. En el número tres hay siempre una causa de perturbación, hay siempre un cometa que rompe el equilibrio regular de las dos fuerzas de atracción y proyección de tesis y antítesis. Por esto aparece ridículo el pensamiento de Platón, que dividía los ciudadanos de su República en tres órdenes (gubernativo, guerrero y trabajador), correspondientes a las tres facultades del alma (razón, voluntad y sensibilidad). Por esto aparece imperfecto el pensamiento del P. Leroux, que pretendía organizar los talleres en agrupaciones de tres individuos, en cada uno de los cuales predominara una de las tres facultades: inteligencia, voluntad, sensibilidad. Los legisladores de la Compañía de Jesús tuvieron esto en cuenta cuando en sus «Constituciones» prescribieron a los educandos el paseo en grupos de a tres, a fin de prevenir e imposibilitar toda mutua inteligencia contraria a sus Reglas.

     El método de Jacotot no conviene a la Pereza, el reflexivo no conviene al Orgullo: el primero exige actividad, el segundo prudencia. El que para instruirse quiera, aprovechar las ventajas de la asociación, debe entrar sin prevenciones, sin que el amor propio pueda cegarle, con ánimo de ceder, no de imponer el propio modo de pensar al compañero, y mucho menos de irritarse porque insista en el suyo. Sabiendo evitar estos escollos con prudente abnegación y docilidad de espíritu, el estudio reflexivo producirá frutos tan exquisitos como abundantes. Las disputas son de hombres tercos y groseros, las empeñadas discusiones, de vanidosos e ignorantes. Nunca deben suscitarse, porque en ellas suele haber más vanidad que buenos deseos. La verdad brilla con luz tan pura, que el que no la ve a la primera ojeada le serán en vano todos los argumentos y todos los discursos, pudiendo asegurarse que de cien casos, los noventa y nueve engendrarán, en vez del convencimiento, un principio de discordia. El plan de conducta está contenido en poco: exponer con claridad y sencillez, escuchar con atención y benevolencia, rectificar con dulzura, y formar al fin y conservar su propia opinión. Así se acostumbrarán a practicar las grandes virtudes, a ser condescendientes, a conocerse y dominarse, y guardar en el alma un fondo de energía que les permita obrar con decisión y valor en los casos solemnes.

     Réstame sólo hablar de la forma en que deben aproximarse los individuos para formar los grupos cuando haya lugar a elección y organización. Generalmente se aplicará el método reflexivo en los lugares pequeños por los maestros y párrocos, médicos y farmacéuticos, para ampliar su instrucción: en los seminarios y monasterios, en los ateneos, y sociedades particulares; en el seno de las familias por los hermanos, y durante, las vacaciones por compañeros de aula. En la mayor parte de estos casos no será posible la elección, por tener que sujetarse a exigencias de amistad, de vocación, de circunstancias locales, etc. Pero si este método hubiese de organizarse para el todo o parte de la enseñanza en un colegio, deberán tenerse presentes dos condiciones esenciales: 1. ª, la formación de los grupos; 2.ª, su dirección y vigilancia.

     Formación de los grupos. -Habrán de ajustarse a esta prescripción: «Igual grado de talento en igual o desigual grado de aplicación.» La aptitud intelectual es lo importante, la aplicación es lo secundario. Porque si se reuniesen dos educandos de distinto grado de penetración, el inferior pugnaría por alcanzar a su compañero, se fatigaría pronto, y la conciencia de su inferioridad produciría en él mas bien apatía y envidia que aliento y emulación. Mientras que las fuerzas de ambos se hallen niveladas, aunque la aplicación sea desigual, ya no existen motivos de envidia, antes al contrario, el afán de no quedarse atrás respecto de su compañero hará que el desaplicado cobre afición al estudio, y el legítimo orgullo de que su grupo vaya o se acerque a la cabeza de los demás, nivelará pronto sus esfuerzos y hará más provechosa la comunión de sus almas.

     Dirección y vigilancia de los grupos. -Organizados los grupos, el papel de director es muy sencillo: cuidar que los alumnos no se distraigan durante las horas de estudio individual; visitar los grupos en las horas en que se toman y explican mutuamente la lección; y reunirlos por secciones de cuando en cuando para presentarles en grandes síntesis las lecciones que vayan aprendiendo, y repetirles y aclararles sus instrucciones sobre el modo de estudiar.

     De esta manera, es como pueden esperarse grandes ventajas en el estudio. Los discípulos adquirirán conciencia de sus fuerzas, será una verdad práctica la emulación, aprenderán a discurrir escribiendo, y terminarán el curso con un caudal de verdadera ciencia arraigada en su alma, por una doble reflexión y por una segunda creación. «Nadie posee realmente y a fondo, dice Rogerio Bacon, sino los conocimientos que, por decirlo así, ha creado uno mismo.» El método reflexivo cumple esta condición desde el primer día.

     En resumen, tres grandes resultados produce: estimula al estudio, multiplica las fuerzas del entendimiento, y hace inventor de la ciencia a cada espíritu. Pues bien, aunque no fuese más que por conseguir uno de los tres, merecía que se plantease la primera parte del método aun en colegios organizados según el sistema ordinario de clases explicadas por profesor.

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