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Mal de ojo!!

Rafael Maiquez





A MI AMIGO

Don Ramón Struck y Ferrer,

El autor.          

                  Personajes
   
MÓNICA
AURORA
CARMEN
MEDINA
ANTONIO
D. ESTEBAN
PEDRO

La escena es en Salamanca, en 1834.



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Acto único

Casa decente. -Dos puertas a la izquierda que dan entrada al interior de la habitación. -Otras dos a la derecha con su salida a la calle. -Balcón practicable. -En el foro, mesa, sillas, etc.



Escena I

CARMEN, sola. -(Cantando una seguidilla, con un plumero en la mano, limpiando la mesa, sillas, etc.)

                          Son las niñas bonitas
como las setas,
que muy pocos conocen
las que son buenas.
Los hombres todos
hallan cuando se casan
que tienen hongos.

(Mirando frecuentemente a la puerta de la izquierda, como temiendo que le vean; abre el balcón y recita, suponiendo que la contestan desde la calle).

     CARMEN.- ¡Chist! ¡chist! malas nuevas. Mi señora ha recibido una carta de aquel D. Esteban, el novio que debe llegar pasado mañana. -Sí, sí! bonito genio tiene doña Mónica. Si supiera que usted galanteaba a su hija, buena chamusquina se iba a armar! -No puedo hablar mas recio. -¿Subir? ¡no faltaba más!.. y si sale! -Que no. -¡Ay qué hombre! (Entrase y cierra.) ¡Nada! suben lo mismo que a su casa! -¡Ya están aquí! Vamos, si los estudiantes son capaces de asaltar el fuerte de la Mamora.



Escena II

CARMEN ANTONIO, MEDINA.

     MEDINA.- ¿Oyes, chica, será cosa de que me suelten el perro?

     CARMEN.- No le hay en casa, señor mío.

     MEDINA.- Me alegro y lo siento: lo primero, porque quiero mucho a mis pantorrillas; lo segundo, porque en una casa en que hay alhajas como tú no estarían mal un par de alanos: me alegro, en fin, porque con eso no nos daréis perro, que es lo que hacéis más tarde o más temprano.

     ANTONIO.- ¿Pero cómo tan repentinamente viene el necio del mayorazgo a arrebatarme mi único bien, mi sola esperanza?

     CARMEN.- Doña Mónica, mi señora, está ansiosa de colocar a su hija, porque dice que es mucho cuidado guardar a una joven en tierra de estudiantes... ¡Bobería! ¡Mire usted! ¡como si los hombres no hubieran estudiado en todas partes con el diablo para perseguir a las mujeres!

     ANTONIO.- Pues bien, cuando llegue ese hombre le diré: «Esa joven con quien usted se va a casar sin amarla, sin conocerla, es el alma de mi vida: renuncie usted a un matrimonio que hará a ambos infelices.» Si es caballero accederá a mi ruego, y si no nos mataremos. ¿De qué me sirve la vida sin mi Aurora?

     CARMEN.- ¡Pues! ¡gran remedio! ¡Así componen los hombres las cosas... matándose!.. ¡como si no hubiera médicos en el mundo! En estos negocios la astucia y diligencia valen más que nada. ¿De qué le sirve a usted ser estudiante?

     ANTONIO.- Tienes razón. Discurramos un proyecto que pueda impedir la llegada de ese hombre.

     MEDINA.- En cuanto a proyectos aquí estoy yo -¿La madre te conoce?

     ANTONIO.- No.

     MEDINA.- ¿Y el novio Cuenco?

     ANTONIO.- Tampoco.

     MEDINA.- Discurramos.

     ANTONIO.- Discurramos.

     MEDINA.- Yo soy Juan Medina, bachiller en 4.º de leyes, amigo y compañero de Antonio Blanco, que eres tú, licenciado en medicina; pero tú y yo dejamos de ser yo y tú, y somos... yo, D. Fulano el de Cuenca que viene a casarse con Aurora, y tú mi hermano, que, como soy mayorazgo, mi hermano es un especie de criado distinguido que tiene la honra de seguirme a todas partes. Tu suegra... digo, no, la mía... nos recibe perfectamente, y nos casamos, es decir te casas tú, y cuando se descubra el enredo ya es tarde. ¿Qué tal, eh?

     CARMEN.- ¡Virgen de la Salceda!

     ANTONIO.- No, nunca usurparé un nombre que no me pertenece.

     MEDINA.- Pues, chico, te quedas sin novia.

     ANTONIO.- ¿Y si Aurora no consiente y nos descubre?

     MEDINA.- Las mujeres nunca descubren al que aman, y en una intriga... si, es su elemento! ella misma te ayudará.

     ANTONIO.- Si fuera posible convencer a la madre de Aurora!..

     MEDINA.- Convencer a una mujer, es muy difícil; pero a una vieja, imposible. Sin embargo, te ofrezco enredar el negocio de modo que el de Cuenca se haga odioso a la suegra. Ya ves tú, no es raro que una suegra aborrezca a su yerno; eso es tan preciso que parece justo.

     CARMEN.- ¿Y qué piensa usted hacer?

     MEDINA.- ¡Qué sé yo! enredar, mentir... Ayúdame tú, Carmen, y explícame algo del carácter de tu ama: ese negocio las criadas lo saben hacer con una inteligencia digna de premio.

     CARMEN.- ¡Qué quiere usted que le explique de mi ama! que es vieja, rica, supersticiosa, a veces tonta y en ocasiones discreta, que quiere mucho a su hija y a su perra; que la casa por quitarse de cuidados, que no se conocen los novios, que este llegará pasado mañana y se casarán, y en fin, que mi señorita se morirá de pena porque quiere mucho a D. Antonio, y yo también, porque la quiero a ella. (Afligida.)

     MEDINA.- Eres el fénix de las doncellas, posees los dotes del orador: instruyes, deleitas y conmueves. Pues, señor, no se casarán: yo he de volver a tu señora o quemo mis libros.

     ANTONIO.- Es imposible reducir a la madre de Aurora.

     MÓNICA.- (Dentro.) ¿Carmen?

     CARMEN.- Váyanse ustedes, que no tardará en salir, y si les viese!..

     ANTONIO.- Adiós, Carmen. Si me caso con Aurora y ahuyentamos al D. Esteban, cuenta con mi reconocimiento.

     CARMEN.- Vaya usted con Dios, que estos negocios los criados los servimos de balde.

     MEDINA.- Anima a tu señorita, porque es tan encogida que será preciso ponerla en la reserva.

     MÓNICA.- (Dentro.) ¿Carmen?

     CARMEN.- Que viene.

     MEDINA.- Adiós, Salamanquina, lista y alegre como una salamanquesa.

     CARMEN.- ¡Que va a salir!

     MEDINA.- Adiós; en retirada. Dentro de un cuarto de hora me verás transformado en D. Esteban Marchamalo. (Se van los dos).



Escena III

CARMEN, empieza a cantar otra seguidilla. -DOÑA MÓNICA con un perrito en brazos.

     MÓNICA.- ¿No oyes, chica? parece que estás sorda. En poniéndote a cantar es preciso llamarte con una trompeta. ¿Qué hace la niña? Estará de arreglo de vestidos! En hablando de casorio a una muchacha pierde el juicio. Si la hubiera sucedido lo que a su madre, que cuando me casé no llevaba sino una saya de principela y dos faldas de trué!..

     CARMEN.- ¿Y qué telas son esas, señora?

     MÓNICA.- Las mismas de hoy; sólo que con el tiempo mudan de nombre, y para el vulgo son nuevas; y el vulgo, hija, es casi todo el mundo.

     CARMEN.- ¡Y qué guapa estaría usted con su vestido de príncipe perla, o como se llame!

     MÓNICA.- Entonces se conocía a las personas en el traje: cada uno se contentaba con el suyo; pero en el día todos quieren parecer señores. Ayer me quedé asombrada cuando vi al que afeitaba a mi difunto... yo creí que era un marqués!.. sólo en las manos se conocía que fuese barbero. -(Mirando, adentro y llamando.) Pero ¿qué hace esa chica, Aurora? -Mira, llévate a mi Celinda... dale las sopitas de leche... que no estén muy calientes... y luego acuéstala en el almohadoncito. Vamos... no la hagas daño. (Toma Carmen el perro.)

     CARMEN.- Descuide usted. (¡Qué lástima de látigo! Más quiere a la perra que a su hija.) Vamos, animalito. (Vase.)



Escena IV

MÓNICA y AURORA.

     AURORA.- ¿Me llamaba usted, mamá?

     MÓNICA.- ¿Qué estás haciendo? Parece que te escondes de mí. ¡Ya se ve, la novedad!.. ¡Separarte de tu madre!.. Aurora, tú has llorado! Vamos, ¿estás mala? Carmen. (Mirando a la puerta por donde se fue Carmen), una taza de té. ¡Si estas niñas son tan delicadas!.. ¡Pues hija, cuando yo me casé estaba tan alegre! ¡tan contenta!..

     AURORA.- Pero si no es nada. Siento mucho separarme de usted, y si pudiera ser retardar por algún tiempo esta boda tan repentina...

     MÓNICA.- ¡Si digo que esta chica es lo más raro!.. ¡cuántas desearían casarse, aunque fuera con el moro Memento Alí! ¡y tú, nada! más quieres a tu madre que al que va a ser tu marido.

     AURORA.- ¿Pero cómo he de querer a quien no conozco?

     MÓNICA.- ¿Y qué importa? Para casarse no es preciso conocerse... eso es una cosa vulgar: primero es la unión de los capitales, y luego de las voluntades. Será un hombre como todos, y mejor que algunos. -¿Con que no estás mala, eh? ¿de veras?

     AURORA.- No, señora.



Escena V

LOS MISMOS y CARMEN, con lazo y plato.

     CARMEN.- Aquí traigo el té.

     MÓNICA.- Déjalo sobre la mesa.

     CARMEN.- Ahí están dos señores que desean verla a usted... parecen forasteros... Dicen que acaban de llegar de... de... Cuenca. Y el uno es muy guapo; ¡vaya! ¡tiene un modo de insinuarse tan fino!..

     MÓNICA.- ¿Quiénes serán?.. Acompáñales, habladora... ¡vamos vamos!

     CARMEN.- Ya voy, ya voy. (Aparte.) (No me llega la camisa al cuerpo.) (Vase.)

     MÓNICA.- ¡Tan temprano!.. Niña, ¿qué haces? estírate el vestido (Lo hace ella misma.) Arréglate el pelo... ¡Qué poca maña tienen las jóvenes del día!

     AURORA.- ¿Me retiro?

     MÓNICA.- No, señora... es preciso que te acostumbres a recibir visitas; que cantes alguna cosita: por lo menos, un dúo. Serán recomendados de tu futuro.



Escena VI

MÓNICA, AURORA, CARMEN, ANTONIO, MEDINA: éstos vestidos con decencia.

     MEDINA.- ¿La señora doña Mónica Aluera y Camino, vive en esta casa?

     MÓNICA.- Caballeros... a quién tengo... en qué puedo...

     MEDINA.- ¡Cómo, señora! ¿No conoce usted quién soy? ¿no la dice nada su corazón? Vea usted en mí a su hijo futuro, pretérito y condicional.

     MÓNICA.- ¡Don Esteban! ¡cómo, si no le aguardábamos hasta pasado mañana!

     MEDINA.- Pero el deseo de llegar pronto, y una desgracia que me ha sucedido en el camino.

     MÓNICA.- ¡Una desgracia!

     MEDINA.- Sí, señora; el mayoral de la diligencia que le han pasado las ruedas entre los hipocondrios y el omoplato. Como se quedó el carruaje sin guía, mi hermano y yo tuvimos que tomar una posta, y en tres días hemos venido desde Madrid.

     MÓNICA.- ¡De Madrid!

     MEDINA.- Sí, señora, porque tuve noticia del incendio de la casa que tengo allí, y fuimos a ver el destrozo.

     MÓNICA.- ¿Y ha sido grande el incendio?

     MEDINA.- ¡Poca cosa! Han quedado las paredes, las puertas y algunas tejas.

     MÓNICA.- ¡Pues es usted el rigor de las desdichas!

     MEDINA.- ¡Quiá! a mí nunca me sucede nada: todo el mal es para la hacienda y los que andan a mi alrededor. En Cuenca tienen la manía de que hago mal de ojo. Como nací en Viernes Santo y era día 13 me tienen por zahorí. Cuando salgo a la calle todas las madres esconden sus chiquillos, porque dicen los hago vizcos y les da alferecía.

     MÓNICA.- ¡Jesús!.. y hoy es viernes... y estamos a 13!.. ¡como que no he querido cortarme las uñas! ¡Qué mala estrella tiene usted, don Esteban! Niña, ven a saludar a estos caballeros.

     AURORA.- Ya voy, mamá.

     CARMEN.- Que se enfría el té, señorita.

     ANTONIO.- Puedo llamarme feliz en tener una hermana tan bella. (Acercándose a Aurora.) Y si el cariño fraterno lo permitiera, envidiaría a Esteban la dicha que va a tener.

     AURORA.- (Turbada.) Yo también tendré mucho... mucho... (Deja caer el té.) ¡Ay!

     MEDINA.- (¡Adiós! ¡ya ha empezado! ¡no va a quedar un trasto en la casa!)

     MÓNICA.- ¡Ya nos ha hecho usted mal de ojo! (¡Qué fatalidad de hombre!)

     MEDINA.- Casualidad, señora. La turbación de esta señorita es natural.

     MÓNICA.- ¡Pero si estaba tan serena! ¡como que iba a cantar ahora mismo un dúo nuevo!

     MEDINA.- Tengo el honor de presentar a ustedes a mi hermano, joven recomendable, secretario en dos sociedades de baile, y de quien hace mil elogios un diario médico que publica la sociedad de agricultura.

     MÓNICA.- ¡Oiga! ¡pues mi hija no baila ni hablan de ella los periódicos, a Dios gracias; pero vale mucho! ¡mucho! mi Aurora.

     MEDINA.- ¡Muy bien! ¡muy bien! ¡voy a tener una alhaja por mujer, si no se desgracia, que es lo que temo!

     MÓNICA.- ¡Desgraciarse! ¿y por qué?

     MEDINA.- Por la fatalidad que me acompaña. Baste decir a usted que no puedo tener perros, porque al instante rabian.

     MÓNICA.- Pues cuando se tiene esa mala gracia se va uno al desierto y no... Vamos, yo creo que es ponderación.

     MEDINA.- Una vez le di a mi padrino la enhorabuena en un magnífico soneto...

     MÓNICA.- ¿Magnífico eh? ¿le gustaría mucho?

     MEDINA.- No me lo pudo decir, porque aquella tarde murió de repente.

     MÓNICA.- ¡Santa Bárbara bendita! ¡Este hombre es el Judío errante o el cólera-morbo!

     MEDINA.- ¡Casualidad, señora! Me acuerdo de una comedia en que fui autor y actor lo mismo que Moliére, y estando en la escena más interesante se vino el tablado al suelo. Todos se lastimaron, menos yo, que fui a dar sobre los timbales, y los repiqué a mi pesar con los codos, como los panderetólogos.

     CARMEN.- (Aparte a Mónica.) ¡Pero qué hombre, señora! Por Dios no le case usted con su hija.

     MÓNICA.- ¡Ay, don Esteban! ¡mal influjo tiene usted!

     MEDINA.- No, señora, a mí nunca me sucede mal alguno... Si no fuera por esta especie de alferecía...

     CARMEN.- ¿Alferecía?

     MEDINA.- ¡Pues! la danza de no sé qué santo que me acomete cuando varía el tiempo, y bailo como al que le pica la tarántula.

     MÓNICA.- ¡Y qué tarántula! (tengo miedo de este hombre!) ¡Vamos! niña, retírate. Estos señores vendrán cansados y tendrán gana de almorzar.

     MEDINA.- ¡Pchsé! no falta; pero sería justo que usted nos acompañase.

     MÓNICA.- ¿Yo?.. si... vamos. (Me parece que voy a romper con este yerno.) (Vánse Mónica, Medina y Antonio.)



Escena VII

AURORA y CARMEN.

     CARMEN.- Animo, señorita, esto marcha. En dos días desacreditamos al futuro.

     AURORA.- ¡Pero engañar a mi madre! no lo puedo consentir.

     CARMEN.- Un engaño inocente. Ya sabe usted lo que decía aquel dómine... no me acuerdo cómo se llamaba... el que escribió la historia de España en seguidillas: Quien no engaña no medra.

     AURORA.- ¿Y si el resultado no corresponde a los medios? ¿Si mi madre llega a descubrir el engaño?

     CARMEN.- Nosotras somos insolventes. Diremos que nos engañaron lo mismo que a ella.

     AURORA.- ¡Y siempre fingiendo!

     CARMEN.- ¡Pues si ese es nuestro fuerte!

     MÓNICA.- (Dentro llamando.) ¿Aurora? ¿Carmen?

     AURORA.- Nos llaman.

     CARMEN.- Para almorzar con los huéspedes. ¡Vea usted si vamos ganando! ¡Quién nos había de decir ayer que tendríamos en casa a don Antonio y su compañero, el diablo con sotana.

     MÓNICA.- (Dentro) ¿Carmen?

     CARMEN.- A la otra puerta. Vaya usted, señorita... yo me quedo de vigilante. (Con énfasis.) La misión de los criados no es comer con los amos, ni el servicio de la mesa corresponde a la doncella.

     AURORA.- Si logro el fin que deseo, mucho te deberé. (Vase.)



Escena VIII

CARMEN, sola.

     Pues señor, ya está dado el primer paso: lo mas difícil es el principio... aunque dicen que el riesgo mayor del barco es al entrar en el puerto. ¡Pero se casarán, no hay duda! Dios protege el amor, y la ley el matrimonio. ¿Quién se atreve con la ley y con Dios? Y ahora que no hay apenas en Salamanca escribanos y militares. Se casa la señorita, se van a Madrid, y yo con ella. Seré ama de llaves ¡por supuesto! Y que doña Mónica es muy rica, ¡yo lo creo! ¡como que mi señor tuvo las contratas de no sé qué! ¡Cuántos gajes voy a tener! chales, mantilla, capiota... porque tendrá capota, ¡vaya! ¡quién se casa sin capota! Vamos a dar golpe en la corte, como todos los señores de provincia.



Escena IX

CARMEN y PEDRO.

     PEDRO.- ¡Alabao sea Dios! ¿No vive aquí una señora que vive aquí.

     CARMEN.- ¿Qué dice este gaznápiro? ¿Cómo se llama esa señora?

     PEDRO.- Se llama... se llama... (Leyendo un papel.) «Calle de Zamora, número sesenta y uno.»

     CARMEN.- ¡Buen nombre tiene!

     PEDRO.- Una señora que la dicen... (Leyendo id.) Montica, Monicaca, Mónica.

     CARMEN.- Si señor, esta es su casa.

     PEDRO.- ¿No está en casa? Pues dígala usted que don Esteban Marchamalo, mi amo, ahora mismo ha llegado, y que está en la posada poniéndose otra ropa para venir.

     CARMEN.- ¿Pues cuándo ha llegado?

     PEDRO.- ¿Cansado? ¡Quiá! es más duro que un roble... andando toda la noche sin parar... los machos son fuertes... y como había embargado para la tropa, echamos a correr como dijo el otro... Con que, diquiá luego. (Vase.)



Escena X

CARMEN, MEDINA, ANTONIO.

     CARMEN.- ¿En qué están ustedes pensando? Mientras almuerzan, el novio, el verdadero novio acaba de llegar. Se ha perdido la batalla.

     ANTONIO.- Vámonos.

     MEDINA.- ¿Estás loco? ¡Cuando hemos llegado a las puertas de Roma como a héroe de Trevia! No, señor, yo me quedo. Nos veremos con don Esteban.

     ANTONIO.- Pero es un atrevimiento que no conduce sino al escándalo el aguardar a ese hombre.

     MEDINA.- Anda con Dios, ¡ingrato! ¡cuando estoy trabajando por ti y para ti! Despídete siquiera de Aurora. Dila: (Con énfasis.) «Hermosa mía, me voy porque el otro llega... no tengo resolución para aguardarle... Sal del paso como puedas... yo parto a hacer una novena a santa Rita de Casia, abogada de los imposibles...» Mira, díselo ahora, que aquí viene.



Escena XI

Los MISMOS y AURORA.

     MEDINA.- Señorita, a su talento de usted apelo. Es preciso ser parte activa, con mas razón cuanto que la misma pena lleva el cómplice que el delincuente.

     AURORA.- ¿Pues qué sucede ahora?

     CARMEN.- ¡Friolera! Que don Esteban, a quien no aguardábamos en dos días, estará en casa dentro de cuatro minutos.

     AURORA.- ¿Pero qué he de hacer yo?

     MEDINA.- No se piden sacrificios: sólo que finja usted un poco... por ejemplo que la da un patatús. No ha aprendido usted nada de nervios? (Signo negativo de ella.) ¿Nada? ¡qué lástima! Una afección cualquiera, de la que yo sea la causa.

     ANTONIO.- Sí, Aurora, conviene que nos ayudes: si no, perdemos aún más de lo que crees.

     MEDINA.- ¡Tú, tú, tú! Pues si se descubre que hemos supuesto un nombre y entrado en esta casa con fines siniestros, ¡ya! ¡ya! -¿Cuánto hay de aquí a Ceuta?

     AURORA.- Yo fingiré; ¿mas con qué objeto?

     CARMEN.- Para hacer creer más a mi señora que desde que están en casa don Esteban y su hermano todas son desgracias; ¿no es verdad?

     MEDINA.- Eso es. Tú quedas encargada de los pormenores, y serás mi jefe de estado mayor. Ahora ponte a la reja, y cuando veas llegar al enemigo, avísame con una de aquellas seguidillas que tú cantas, con tanta gracia (Vase Carmen.)

     AURORA.- Mi madre viene.

     MEDINA.- No habrá quedado muy satisfecha del almuerzo. Es necesario que no nos vea en junta. Cada cual escape como pueda, que yo me quedo a entretenerla.

     (Vánse menos Medina.)



Escena XII

MÓNICA, MEDINA al paño.

     MÓNICA.- (Pensativa.) ¡Pues, señor, estoy divertida con el tal don Esteban! ¡Caramba! ¡qué mala estrella tiene mi yerno! ¡Si parece un saludador! En la mesa vertió el salero, rompió un vaso, perniquebró dos sillas... Desde que puso el pie en la casa entró haciendo daño. ¡Lo que más me admira es la franqueza con que me lo cuenta! ¡Si parece que tiene gusto en decirlo! ¡No hay duda, este hombre hace mal de ojo! ¡Pobre hija mía si se casara con él! ¿Pues y las haciendas? ¡Las va a tratar como si fueran del Estado! ¡El buen señor es un Herodes! Afortunadamente nada hay formal todavía. Prefiero que mi Aurora quede soltera, a emparentar con un... ¿Estaba usted (Viendo a Medina.) aquí, don Esteban?

     MEDINA.- Si, señora. El excelente almuerzo que usted nos ha dado, me parece va a ser causa de que me repita (Empieza a hacer algunos movimientos de perlesia en toda la escena.) el amago de que ya di a usted parte... porque habrá conocido que yo soy franco, y no quiero, puesto que voy a ser su hijo, que desconozca ninguna de mis afecciones.

     MÓNICA.- ¡Y qué afecciones! Pues yo también voy a ser ingenua, y puesto que hemos tocado esa cuestión, quisiera, señor don Esteban, dilatar por unos días el enlace de mi hija. Me ha dicho usted que se le había quemado una casa en Madrid. Cuánto mejor fuera pedir informes, y... vamos, al fin es una casa que podía llegar a ser propiedad de Aurora.

     MEDINA.- ¡Ya! Nosotros los mayorazgos no nos cuidamos de esas vagatelas. Mi sucesor la reedificará, si quiere. No me confunda usted con esos señores que viven entre ladrillos y yeso... ¿Y luego, sabe usted lo que es hacer un viaje a la corte? ¡Uf! siempre va uno lleno de comisiones... Una gramática para el maestro del colegio, que es amigo... los polvos que tiñen el pelo, para mi cuñado el intendente... la táctica de infantería al general que está de cuartel... y gracias si pagan el porte, porque en cuanto a encargos, necesita uno tener la conciencia como los maragatos y conductores de correos.

     MÓNICA.- Pero si no es eso (Un movimiento fuerte de perlesia.), ni hablamos ahora de... Señor mío, clarito: no quiero que sea usted mi yerno.

     MEDINA.- ¡Cómo, señora! ¡un desaire! ¡sin razón ni motivo!

     MÓNICA.- ¡Pues es poco motivo un hombre que mata con los ojos como el basilisco!

     MEDINA.- Un hidalgo de casa solariega (Hablan a un tiempo.)

     MÓNICA.- ¡Que no puede tener perros porque rabian!

     MEDINA.- ¡Un hombre que se digna descender hasta la hija de un alcalde de montera!

     MÓNICA.- ¡Poco a poco, está usted! que mi difunto fue alcalde, y le querían tanto en Ávila, que cuando presidía los novillos, siempre gritaba el pueblo: «¡Otro toro, otro toro!» porque era muy condescendiente.

     MEDINA.- ¡Pues pleitearemos!

     MÓNICA.- ¡Enhorabuena!

     MEDINA.- ¡No sabe usted quién soy yo!

     MÓNICA.- Ya lo voy conociendo.

     CARMEN.- (Dentro canta.)

                     Son las niñas bonitas
como las setas,
que muy pocos conocen
las que son buenas.
Los hombres todos
hallan cuando se casan
que tienen hongos.

     MÓNICA.- ¡Ay! ¡ay qué hombre! (Siéntase sofocada en el sofá.)

     MEDINA.- (¡El enemigo! ¿Cómo echaré a esta mujer? (Aparte.)



Escena XIII

LOS MISMOS y CARMEN

     CARMEN.- ¡Ay, señora, qué desgracia! La Celinda que estaba cazando moscas en la ventana y se ha caído al patio!

     MÓNICA.- ¡Mi perrita! ¡Descuidados! ¡Torpes! ¡Vamos, si hoy es día de desgracias! (Vase corriendo.)



Escena XIV

MEDINA, CARMEN.

     MEDINA.- ¡Excelente! has dado un buen golpe. Ahora es preciso evitar el primer choque. La caballería de Cuenca.

     CARMEN.- ¡Ya están ahí!.. ¡que suben!..

     MEDINA.- Anibal ad portas, Entretén a la vieja... Yo haré por despachar a este otro. Dios de los escribanos y prenderos, numen de los farmacéuticos y charlatanes! ¡ampara a este estudiante y compañía! ¡protege una intriga, hija del amor y el ingenio! (Vanse.)



Escena XV

ESTEBAN, PEDRO.

     ESTEBAN.- Mejor quisiera que fueras tonto, ciego, mudo... ¡qué sé yo! que no sordo. Algunos días estás fatal. Hoy se conoce que ha entrado luna llena. -No hay nadie. (Con voz fuerte.) ¿Estás seguro de que esta es la casa? A la otra puerta. (Gritando más.) ¿Que si es esta la casa?

     PEDRO.- ¡Qué sé yo si está en casa! Cuando vine había una joven guapa que me dijo lo que me dijo, y ya se lo dije a usted.

     ESTEBAN.- Dijo, dijo, que eres un zopenco! -Aquí debe ser, «Calle de Zamora, núm. 61.» Pues señor, no me esperan... Andará la muchacha poniéndose moños para estar guapa. Esto de venirse a casar sin conocer a la novia es muy... muy... ¡qué sé yo lo que es! ¿Qué tal me está este frac.? Tú (A Pedro.), me sienta bien?

     PEDRO.- ¡Bien, bien!

     ESTEBAN.- ¡Qué mal le cepillaste!.. quítame estas motas. (Pedro pone una rodilla en tierra y alarga los brazos como para quitarle las botas.) ¿Qué haces?

     PEDRO.- Las botas.

     ESTEBAN. ¡Vete al diablo, sordo de Barrabás! A la posada. El cofre, las maletas, entiendes?

     PEDRO.- Ya entiendo, ya entiendo, que no soy tan sordo. (Vase.)



Escena XVI

ESTEBAN solo.

     Pues, señor, o la casa es muy grande o no me aguardan. ¡No sé en qué pensar! Por allá dentro parece que lloran... y no es voz de niña. Será la mamá como dicen ahora? Hasta en Cuenca todas las chicas gritan: «mamá?» ¿Por qué no dirán madre, como reza el catecismo? ¡Un nombre tan bonito! ¡Pues! la mamá estará llorando porque se casa la niña... Las mujeres lloran de risa y de pena, de alegría y de rabia, y nunca de veras.- ¡Hola! ¿quién será este cuervo?



Escena XVII

ESTEBAN y MEDINA, vestido de negro, con un enorme lazo en el brazo izquierdo.

     MEDINA.- ¿Tengo el honor de saludar al señor don Esteban Marchamalo?

     ESTEBAN.- Servidor.

     MEDINA.- ¡Ay! ¡ay! ¡a qué mala hora ha llegado usted!

     ESTEBAN.- (Sacando el reloj.) Las ocho y once. Dije que vendría a esa hora, y los minutos que van los llevo en esta sala.

     MEDINA.- A las ocho... sí, a las ocho fue... -Deme usted esa mano. (Alargándosela.)

     ESTEBAN.- (¡La mano! ¿Si será médico? Aunque no tengo el honor... tome usted. (Se la da.)

     MEDINA.- ¿No le dice a usted nada su corazón?

     ESTEBAN.- Mi corazón nunca me ha dicho nada... los oídos sí me chillan muchas veces; pero él...

     MEDINA.- Los presentimientos... aquellas emanaciones admitidas por todos los filósofos...

     ESTEBAN.- ¡(Vamos, éste es el maestro del lugar!)

     MEDINA.- ¿Tiene usted valor?

     ESTEBAN.- ¿Valor? ¡Caramba si tengo valor!

     MEDINA.- No es el valor feroz, no: es el arrebato, la ceguedad de la ira, el entusiasmo de la vanidad, el verdadero valor, el que tuvo Bruto. Usted sabe quién fue Bruto?

     ESTEBAN.- ¡Qué sé yo quién fue Bruto! Brutos en mi tierra hay muchos; pero aquí no sé todavía, porque... cuando yo era muchacho me decía mi madre a cada instante: ¡Bruto! ¡bruto!

     MEDINA.- ¿Y no le dice a usted nada este traje? No ha conocido usted que la muerte anda en esta casa?

     ESTEBAN.- (Con precipitación. ¡Caballero! ¡quién ha muerto! ¡quién!

     MEDINA.- ¡Ella! ¡ella! (Corta pausa.)

     ESTEBAN.- ¿Ella? ¿ella? ¿Aurora?

     MEDINA.- ¡Los ángeles no paran en la tierra!.. ¡vuelven al cielo, de donde vinieron!.. La vida de las flores dura un día. ¡Valor, don Esteban, valor!

     ESTEBAN.- ¡Sí, Sí, valor! ¡Si a usted le hubiera sucedido!.. Si siquiera hubiera sido al mes de casada! ¡pero antes!.. ¡Ji! ¡ji! ¡ji! (Llorando.) ¿Pero cómo ha sido?.. ¿qué enfermedad?.. ¡Vamos, este es un escopetazo!

     MEDINA.- ¿Tendrá usted calma y serenidad?

     ESTEBAN.- Si, Señor, mucha calma, mucha.

     MEDINA.- Un accidente. Ayer estaba buena, y por la tarde comió una naranja agria...

     ESTEBAN.- ¿Pero una cosa tan indigesta como la fruta! !y para una joven!.. Vamos, perdone usted que le diga que fue una locura el dejarla... ¿Es usted de la casa?

     MEDINA.- Soy sobrino de doña Mónica: supe la desgracia, y en estos casos los amigos y parientes no están de más. Llamé a dos médicos muy buenos... ¡daba gustó oírlos!.. Dijeron que padecía una gastritis, una gastroenteritis, una cefalitis, una inflamación general.

     ESTEBAN.- ¿Con que se inflamó, eh!

     MEDINA.- Después de convenir en el plan curativo y varias recetas en latín, el mas sabio firmó en romance la certificación de muerta.

     ESTEBAN.- ¡Morirse tan joven y sin haber disfrutado la paz del matrimonio!

     MEDINA.- Debe usted volver al pueblo y distraerse.

     ESTEBAN.- ¡Qué distracción quiere usted que tenga! ¿Era guapa?

     MEDINA.- No se la daba otro nombre que el sol de Salamanca.

     ESTEBAN.- ¡Seis meses más de vida!.. ¡Seis nada más! ¡Yo me quiero morir!

     MEDINA.- ¿Pero la filosofía y la resignación?

     ESTEBAN.- Es verdad... me vuelvo al pueblo. ¡Pobrecita mujer mía, que no llegaste a serlo! Quiera ver antes a mi madre, que hubiera sido, y llorar con ella.

     MEDINA.- De ningún modo... ¿para qué? ¿para acrecentar su dolor? Eso se hace más tarde. Ahora vuélvase usted a la posada, y luego al pueblo.

     ESTEBAN.- Sí, sí, señor, es verdad. Caballero, reconózcame usted por un primo de los más... Vamos, no sé donde estoy.



Escena XVIII

ESTEBAN, MEDINA, MÓNICA.

     MÓNICA.- ¡Ay, pobrecita! parece que me falta una cosa. Siempre venía detrás de mí, siempre!

     MEDINA.- (¡Naufragué al entrar en el puerto! ¿Por qué no habrán entretenido a esta mujer?) (Se quita el lazo.)

     ESTEBAN.- ¡Ay, señora! ¡ay, señora!

     MEDINA.- (A don Esteban, aparte.) ¿Qué va usted a hacer? ¿Quiere usted que la dé un síncope? No diga usted quién es. (A doña Mónica.) Este caballero es amigo mío, y ha venido a verme. (Aparte.) (Estoy con los ojos vendados aguardando la descarga.)

     MÓNICA.- ¡Ay! yo también tenía una amiga... sí, puedo decirlo, una amiga, porque ella sola me comprendía.

     ESTEBAN.- (Con dolor.) He sabido por este caballero el suceso triste, y no puede usted comprender... no puede usted comprender lo que me aflige.

     MÓNICA.- Se conoce que tiene usted buen corazón. (Llorando.) Pero si usted la hubiese visto, la hubiera querido como yo... ¡Era muy bonita!

     ESTEBAN.- ¿Era bonita?

     MÓNICA.- ¡Y tan mansa! Sólo tenía tema con el aguador. Todos estaban enamorados de ella.

     ESTEBAN.- ¡Ay! ¡yo lo creo!

     MÓNICA.- ¡Luego, era tan limpia!

     ESTEBAN.- ¿Limpia, eh?

     MÓNICA.- ¡Mucho! Mire usted, tuve alojado un capitán... bello sujeto... todas las mañanas tomaba chocolate con él y luego lamía la jícara con una moneda!..

     ESTEBAN.- ¿Lamía la jícara? ¡Qué rareza!

     MÓNICA.- Así es que la quería tanto, que todo el día estaba en su cuarto con él.

     ESTEBAN.- ¿En el cuarto del capitán?

     MÓNICA.- Si le tomó un cariño tan grande, que cuando se fue el regimiento de Segovia se marchó con él más de seis leguas. Tuve que ir yo misma en una tartana por ella.

     ESTEBAN. ¡Pero, señora, eso que usted dice no sería así!

     MEDINA.- (¡Qué suplicio! ¿Pero esas chicas qué hacen?) (Aparte.)

     MÓNICA.. Lo que más me aflige es no tener un hijo suyo.

     ESTEBAN.- Ese es mi dolor. Si hubiera vivido un año más... ¡un año más!.. y que se hubiera muerto después.

     MÓNICA.- Pero sólo tuvo un mal parto.

     ESTEBAN.- ¡Qué está usted diciendo!

     MEDINA.- (Estoy viviendo de milagro.) (A una seña de Medina sale Carmen de la cocina, habla con él y pasa a la sala, primera puerta.)

     ESTEBAN.- ¡Señora, si usted fuera tan generosa, si llegase su bondad a darme, a cualquier precio, un poco de su pelo!.. ¡un poco nada más!

     MÓNICA.- Ya he conocido que tiene usted buenos sentimientos, y lo haría con mucho gusto; pero, me lo daba el corazón... el jueves vino el aragonés y la dejó esquilada.

     MEDINA.- (¡Cuánto durará esto!)

     ESTEBAN.- (Precipitado.) ¿Pero de quién está usted hablando?

     MÓNICA.- ¡De quién he de hablar!.. de mi Celinda, de mi perrita.

     ESTEBAN.- ¡Toma! ¡yo creí que hablaba usted de mi novia!

     MÓNICA.- ¡Y a mí qué me importa su novia de usted!

     MEDINA.- (¡Ya siento el huracán!)

     ESTEBAN.- Pues si a usted no la importa, me importa a mí. ¡Vaya con la mujer!

     MÓNICA.- ¡Vaya con el hombre! cómprela usted dulces a la novia.1.

     ESTEBAN.- Mande usted embalsamar a la perrita que tomaba chocolate con el capitán, y que la hagan un epitafio.

     MEDINA.- (¡El primer trueno!)



Escena XIX

MÓNICA, ESTEBAN, MEDINA y CARMEN.

     CARMEN.- ¡Ay, señora! venga usted.

     MEDINA.- (¡Nos hemos salvado!)

     MÓNICA.- ¿Qué hay mujer, qué hay?

     CARMEN.- Que a la señorita, la ha dado una convulsión, y aprieta los dientes y pone los ojos blancos.

     MÓNICA.- ¡Dios mío! ¡ya me la ha hechizado ese hombre! Maldito sea don Esteban y cuando vino a casa. (Vase.)



Escena XX

ESTEBAN, MEDINA.

     ESTEBAN.- (Dirigiéndose a la puerta por donde se fue doña Mónica.) ¡Oiga usted, señora! ¿Qué motivo de queja tiene usted de mí?

     MEDINA.- ¿Pero no ha conocido usted que tiene la cabeza trastornada?

     ESTEBAN.- Algo, algo: se me figuró cuando lo de la perra. Pero diga usted, ¿esa señorita quién es? porque la difunta no tenía hermanas.

     MEDINA.- No, señor; sino que desde esta mañana se trastornó su juicio; de modo que hace una amalgama de su hija y su perra, que ella sola se entiende. Si usted supiera la que padezco cuando la veo así! En estos casos no desea uno sino estar solo. Con que, que lleve usted buen viaje y venza su dolor.



Escena XXI

MEDINA, ESTEBAN, PEDRO.

     PEDRO.- ¿Dónde pongo esto? (Con unas maletas debajo del brazo.)

     ESTEBAN.- Otra vez a la posada. (Dando gritos al oído de Pedro.)

     PEDRO.- ¡Toma! para eso hacerme cargar...

     ESTEBAN.- Ha sucedido una desgracia. (Gritando siempre que habla a Pedro.)

     PEDRO.- ¡Una desgracia!

     ESTEBAN.- ¿Sí: mi novia, estás? se ha muerto.

     PEDRO.- ¿Se ha vuelto? Todas se vuelven.

     ESTEBAN.- ¡Majadero! ¿Se ha muerto, entiendes?

     PEDRO.- ¡Es una desgracia! Pero en fin, más vale que haya sido antes.

     ESTEBAN.- No; más valiera que hubiera sido después.

     MEDINA.- (La vieja viene. Pues esta vez no me atrapa.) (Vase.)



Escena XXII

ESTEBAN, MÓNICA, PEDRO.

     MÓNICA.- ¡Qué convulsión tan fuerte!.. ahora queda aletargada! ¡Vamos, si desde que vino ese hombre parece que el diablo anda en mi casa! ¡Ay, qué don Esteban!.. ¡ay, que don Esteban maldito!

     ESTEBAN.- ¿Pero yo, señora, qué mal la he hecho a usted?

     MÓNICA.- ¿Y quién le dice a usted nada? Su amigo el fatalista. -¿Pero es verdad que tiene ese influjo maligno?

     ESTEBAN.- ¿Pero quién?

     MÓNICA.- Su amigo de usted, el que estaba aquí.

     ESTEBAN. ¡Qué sé yo! Usted que es su tía, lo sabrá.

     MÓNICA.- ¿Quién dice que yo soy tía de don Esteban?

     ESTEBAN.- No digo que sea usted tía mía, sino de su sobrino. (Pasa Carmen a la cocina.)

     MÓNICA.- Primero llamaría sobrino al verdugo que no a un hombre medio brujo, medio demonio.

     ESTEBAN.- ¿Y de dónde saca usted que yo soy brujo ni demonio?

     MÓNICA.- ¡Pero, hombre de Dios! Si no es usted, es el otro.

     ESTEBAN.- ¿El primo de la difunta?

     MÓNICA.- ¿Y quién es la difunta? ¿qué difunta es esa?

     ESTEBAN.- ¡Toma, pues! la muerta... Los difuntos son los muertos, y los muertos los difuntos... ¿Entiende usted ahora?

     MÓNICA.- Está visto qué usted y yo no nos entenderemos nunca. -¿Quién es la difunta?

     ESTEBAN.- La niña, ¿está usted?

     MÓNICA.- La niña... ¿Y cómo se llama la niña?

     ESTEBAN.- ¡Buena pregunta! Será usted la única que no sepa cómo se llama. Dos años tenía yo, y me cunaban siempre con el mismo sonsonete: «La niña se llama, la niña se llama...» Pues bien: ahora diré yo: «La (afligido) niña se ha muerto, la niña se ha muerto.»

     MÓNICA.- ¡Este hombre es tonto o loco!

     ESTEBAN.- (Afligido.) Poco me falta para volverme el juicio. Y si ella viviera, malas migas hubiéramos hecho usted y yo.

     MÓNICA.- ¿Y qué migas tengo yo que hacer con usted ni con nadie?

     ESTEBAN.- ¡Pobre señora! Se me olvidaba que el dolor la tiene trastornada.

     MÓNICA.- Usted si que está trastornado. (Haciendo ademán de beber.)

     ESTEBAN.- (Enfadado.) Con que eso es decirme que soy un... Señora, yo no bebo vino sino el día de Pascua... Pero, ¿a qué voy a darla explicaciones? ¡Pobrecita! (Muy afligido.) ¡Adiós! ¡adiós! ¡Ya vendré otra vez... a llorar... a llorar con usted!

     MÓNICA.- ¡Vaya, que la ha tomado sentimental! ¿Que usted vuelva o no vuelva, qué se me da a mí?

     ESTEBAN.- Pero si me dejase usted explicar...

     MÓNICA.- Explíquese usted lo que quiera, ahora que está la casa tranquila. (Óyese ruido de cacharros rotos.)

     ESTEBAN.- ¡Sí, muy tranquila! ¡y parece que el diablo anda en ella!



Escena XXIII

DICHOS y CARMEN.

     CARMEN.- ¡Ay, señora, qué desgracia!

     MÓNICA.- ¿Qué ruido es ese?

     CARMEN.- Que se ha hundido el vasar de la despensa, con la loza de china, y la porcelana de Sevres, y la de Sevilla, y la de Sagardelos, y

     MÓNICA.- ¡Y el diablo que cargue con todos! Voy a decirle a ese hombre que vaya con Dios. Esto no se puede aguantar! lleva el estrago por delante como el huracán! Llámale... no, no le llames... no quiero verle. (Llamando.) Aurora? niña? Aurora?



Escena última

MÓNICA, CARMEN, AURORA, MEDINA, ESTEBAN ANTONIO y PEDRO.

     MÓNICA.- ¿Estás mejor, hija mía?

     AURORA.- Ya estoy buena... y en usted consiste que lo esté siempre.

     MÓNICA.- ¡En mí! ¿cómo?

     AURORA.- El señor lo dirá. (Señalando a Medina).

     MÓNICA.- ¿Quién? ¿don Esteban? No quiero que me hable... no quiero verle... ¡es un vampiro!.. ¡un energúmeno!.. un saludador!.. ¡un descomulgado!..

     ESTEBAN.- ¡Pues no ha tomado mala toma conmigo!

     AURORA.- No tiene esas cualidades: todo ha sido fingido.

     MÓNICA.- ¡Cómo fingido!

     ANTONIO.- Yo lo diré. Amo a la perla de esta casa, y soy correspondido.

     MÓNICA.- ¿Y don Esteban ha tenido la osadía de ayudarle a usted?..

     ESTEBAN.- ¡Yo! ¡Si no sabía nada de la intriga!

     MÓNICA.- ¿Y usted qué tenía que saber? Este hombre en todo se mete!

     ESTEBAN.- Pues, señor, estoy haciendo un papel muy bonito!

     MÓNICA.- ¿Con que usted es el amante de mi hija? ¿Pero quién es usted? (A don Antonio.) ¿cómo ha venido?.. Vamos, si cada vez lo entiendo menos. -¿Y tú, niña, has ayudado a engañarme?

     ESTEBAN.- ¿Pero esta joven está muerta o viva?

     MEDINA.- Para usted murió.

     ESTEBAN.- ¿Con que he venido de Cuenca para verla casar con otro?

     MÓNICA.- ¿Luego usted es don Esteban?

     ESTEBAN.- Creo que sí, aunque no me atrevo a afirmarlo, porque desde que he entrado en esta casa no sé lo que me sucede?

     MÓNICA.- ¿Y por qué no me ha dicho usted antes quién era? Vamos, todos, todos contra mí!

     ESTEBAN.- Si me rogó este mozo que no la afligiera a usted por la muerte de...

     MÓNICA.- ¡Ya! de la perrita!

     ESTEBAN.- Qué perra, ni qué... ¿Será verdad que está usted loca?

     MÓNICA.- ¡Loca! ¿yo loca? ¡qué desvergüenza!

     MÓNICA.- ¡Toma! ¡pues nos puede usted dar lecciones de política, y llama borracho a un hombre que no lo prueba sino el día de PASCUA!

     MÓNICA.- ¿Y qué dice usted a esto?

     ESTEBAN.- ¡Qué he de decir, si está dicho todo?

     MÓNICA.- ¿Y estos señores quiénes son?

     AURORA.- (Con timidez) Los dos son amigos... de familia distinguida... Uno es médico y otro abogado.

     MÓNICA.- Por eso andaba la muerte y el enredo en mi casa.

     PEDRO.- (A Esteban.) ¿No se había muerto la novia?

     ESTEBAN.- Ha resucitado.

     PEDRO.- ¿Ha desertado? Todas hacen lo mismo. Más vale que haya sido antes.

     MEDINA.- Este caballero, puesto que es noble, no se opondrá a la dicha de sus semejantes.

     ESTEBAN.- No, señor, y menos andando usted en el negocio. La creí muerta... hago cuenta que no está viva: les doy mi bendición, y suplico a doña Mónica traga lo mismo.

     CARMEN.- Vamos, perdón general... y resucitará la perra, que la tengo encerrada en la carbonera.

     MÓNICA.- ¡Infame! ¡Como se habrá tiznado la cola!

     MEDINA.- Vaya amnistía para todos... y para mi que he sido el cabecilla de esta trama.

     MÓNICA.- Pues sea. Si don Esteban lo consiente, ¿qué he de hacer yo?

     MEDINA.- ¡Oh triunfo del ingenio! ¡Aleluya! Voy a avisar a la catedral que repique gordo.

                         Si he sido listo o travieso
no lo puedo asegurar,
que ahora me toca aguardar
el fallo de mi proceso.
Pero temo, lo confieso,
si entre dos males escojo;
por no sufrir vuestro enojo
una cosa pido: nada...
una mísera palmada,
antes que os haga MAL DE OJO.
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