Escena II
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Dicha y DOÑA LINA.
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LINA.-
Con
el permiso. ¿Se puede? (Después de cerciorarse de
que no hay nadie más.) ¡Ave María, mujer!...
Todavía está en eso... Mire que son como...
más de la una y allí hay que llegar temprano
si no se quiere hacer el viaje al botón... Creí
encontrarla pronta... ya cuando menos... |
MARÍA LUISA.-
¿Qué quiere que haga? Todo se junta para fastidiarme.
¿Quiere creer que Carlos no ha venido a almorzar todavía?
|
LINA.-
Qué trastorno hija... Y hoy que la cosa se
presentaba tan linda... Vengan, tráigala no más,
me dijo don Salvador, que yo le voy a dar la preferencia,
si las veo temprano y con una pasadita le arreglo esos nervios...
porque por las señas, lo que debe tener esa señora,
es un pasmo nervioso y eso, con mi fluido se quitaría
en un segundo. Tiene, viera, la mar de sartificados... y
de gente copetuda... Están los Unsueses, los Anchorenas,
los de... ¡qué sé yo! Familias bien, todas...
desahuciadas por cuanto médico carero hay en este
Buenos Aires, y que no han tenido otro remedio sino rebajarse
a que las curara el Mano Santa... y así son, para
que vea: imagínese que no permiten publicar los sartificados,
que si no ya tendría don Salvador, más casos
nuevos que Mojarrieta, para publicar. |
MARÍA LUISA.-
¡Uf! ¡Qué rabia! No digo... Estoy condenada a no
salir ni mañana. |
LINA -
¿Qué le pasa? |
MARÍA
LUISA.-
¡Nada! ¡Qué sé yo! No puedo sujetar
el rodete... ¿No ve? ¿No ve? (Moviendo la cabeza.) ¡Queda
flojo... torcido... como el diablo!... También estas
malditas horquillas... (Rabiosa, retorciendo una horquilla.)
¡Hum!... ¡Hum!... Ya está... ¡No salgo y no salgo!... (Se deja caer en una silla.)
|
MARÍA LUISA.-
Calma
mujer... Cuando más reniegue, peor... |
MARÍA
LUISA.-
También tiene ancheta mi señor marido...
No sé qué hace que no llega de una vez...
|
LINA.-
Ya vendrá... no se aflija... Tome una horquilla
buena, acabe ese peinado tranquilamente y espiantamos...
Que nier... nier... nier... niervos... La costumbre, sabe...
Que niervos mujer. Hay que cuidarse; eso no puede ser bueno.
No me explico porque don Carlos no quiere que usted se atienda
con Mano Santa... ¿Le sirvió la horquilla? Más
vale así... |
MARÍA LUISA.-
(Concluyendo el
peinado.) Si viene Carlos, usted se despide y se va... Nos
veremos en la esquina... |
LINA.-
Eso le iba a decir... Pues...
para mí, toda la oposición de su marido a Mano
Santa, son cosas que le enseña el doctor Repetto y
ese otro doctor Ingenieros, la facha, que como son socialistas
no quieren que los demás vivan de su trabajo y sepan
curar mejor que ellos... |
MARÍA LUISA.-
¿Quiere alcanzarme
una bata que está sobre esa silla? |
LINA.-
Con mucho
gusto, hija... ¡Qué mona la blusa!... ¡Ah!... ¿Pero
no ha visto las Caras y Caretas de hoy? |
MARÍA LUISA.-
No; las debe traer Carlos... (Abre el ropero y se cambia
de bata detrás del espejo.) |
LINA.-
No sabe lo que
ha perdido... Pues... publica nada menos que el retrato de
doña Anunziata, la gringa del tres... |
MARÍA
LUISA.-
¡Qué me cuenta! ¿Por...? |
LINA.-
Con el sartifícao...
¿No ve que le curó la ciática, pues?... Vea...
mientras usted se acaba de vestir, cruzo el patio y le pido
el número. Verá... (Asomándose.) Allí
está en la puerta... (A voces.) Doña Anunziata.
¿Quiere prestarme el número para mostrarle a doña
Luisa...? ¡Ah, sí!... (Volviéndose.) Ahí
viene la tana, toda ancha... |
MARÍA LUISA.-
¿Me hace
el favor?... |
LINA.-
¿Prenderle? Cómo no, mujer...
¡Qué gracioso!... No es sonsa la gringa... Mandó
un retrato de cuando era joven, sacado allá en Italia.
Y salió bien, lo más buena moza. |
Escena III
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Dichas, ANUNZIATA y 3 o 4 chicos.
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ANUNZIATA.-
(Desde
afuera con marcado acento italiano.) Caminen... Váyanse,
les digo, a casa... ¿Qué tienen que hacer con su madre?...
¿Se puede pasar? |
MARÍA LUISA.-
Sí, adelante,
señora. |
ANUNZIATA.-
Permiso... Ya, mándense
mudar... Es un trabajo de todos los diablos con estas criaturas,
siempre prendidas de las polleras de la mama, como si fueran
alfileres... (Avanza con un chico en brazos y seguida de
tres o cuatro criaturas más.) Buenas tardes... Con
que querían verme al escracho... aquí se lo
traigo... Está todo sucio ya, sabe... También
es un bochinche... todo el patio alborotado porque quieren
verme... |
MARÍA LUISA.-
A ver... |
ANUNZIATA.-
¿Qué
le parece, eh? |
MARÍA LUISA.-
Muy bien... ¡A ver qué
dice! (Leyendo.) «De prodigio en prodigio». «Nuevas maravillas
del fluido misterioso. Siete años de sufrimiento».
|
ANUNZIATA.-
Eso es la verdad... Lea y verá el certificado
que le meto allí.
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(Los chicos van por la escena.)
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MARÍA LUISA.-
¡Ah! sí... (Leyendo.) «Señor
don Salvador Rodríguez. Tengo el placer de agradecerle
por la presente, la cura maravillosa que usted me ha hecho,
después de siete años de constante padecer
en manos de mal llamadas celebridades médicas, sufriendo
de varias enfermedades, entre ellas una gastritis nerviosa
de suma gravedad y una ciática pertinaz. (Hablando.)
Eso es lo que debo sufrir yo... |
LINA.-
¿Ciática?
|
MARÍA LUISA.-
No... eso nervioso... gastritis nerviosa...
|
MARÍA LUISA.-
El médico dice que no es nada...
pero yo sé que estoy enferma, me encuentro mal, cada
vez peor... ¿Qué era lo que sentía señora,
para la gastritis?... |
ANUNZIATA.-
Bueno... para decirle
la verdad... pero sosiéguense, muchachos... ¿Quieren
que les pegue unos palos? Bájese usted de ahí
que se va a caer, ¡caramba!... Como le iba diciendo... esa
cosa yo no sé lo que es... Tal vez será el
dolor de cabeza que me daba cuando andaba mucho al sol, pero
sabe, don Salvador me dijo que yo sufría de esa gastritis,
o qué sé yo, y me lo puso en el papel. Y cuando
él lo dice, será porque lo sabe. |
MARÍA
LUISA.-
¿No andaba media trastornada, con ganas de llorar
y así, nerviosa, enojada, rabiosa? ¡Qué sé
yo! |
ANUNZIATA.-
Tampoco... ¡Qué esperanza! Soy muy
pacífica... ¡Ah!... pero cuando mi marido se emborracha...
entonces sí que me enojo de veras y me da rabia...
Pero vean lo que están haciendo esos muchachos...
¡Ah! Pedazos de pícaros... ¡Como si no acabasen de
comer tamaño coso de minestra!... Ya, váyase
de ahí, atrevido... Y usted, sinvergüenza...
Ya van a ver en casa qué paliza... Usted disculpará...
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Escena IV
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Dichas y CARLOS.
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CARLOS.-
Buenas... Caramba,
cuánto bueno por acá... |
ANUNZIATA.-
Venía
a mostrarle una cosa a su señora, pero con estos muchachos
no puedo estar tranquila en ninguna parte... ¡Ya se pueden
mandar mudar, atrevidos! |
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(Los chicos huyen.)
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CARLOS.-
(A
MARÍA LUISA.) ¿Cómo está mi negra? ¿Muy
enojada? Tiene razón, pero sucedió que se descompuso
una linotipo... |
MARÍA LUISA.-
Ahí tenés
vos, que tanto te burlas del Mano Santa, la cura maravillosa
que ha hecho... |
CARLOS.-
¡Adiosito!... ¿Volvemos?... |
MARÍA
LUISA.-
No... lee, lee y te convencerás... aquí
está... de cuerpo presente la vecina, buena y sana
después de... |
CARLOS.-
¡Ta, ta, ta!
(Recalcando.) Después de siete años de constante padecer,
desahuciada por las notabilidades médicas... ¿No es
así?... ¡Vaya! ¿A que adivino el final? «Y en prueba
de mi gratitud lo autorizo a publicar este certificado, deseando
que contribuya a divulgar su acción benéfica
para la humanidad doliente!». ¿Qué te parece? |
ANUNZIATA.-
(A los chicos.) ¡Váyanse! (Viendo que se han ido.)
¡Ah! ¡No está nesuno!... |
MARÍA LUISA.-
Me
parece que no tenés tanta confianza con la vecina
para reírte de ella... |
CARLOS.-
De ninguna manera...
Me río de esta explotación inicua... |
LINA.-
¿Explotación? Y mientras tanto ahí la tiene
usted vendiendo salud, después de haberse pasado la
vida trabajando para el médico y el boticario... ¿No
es cierto, doña? |
MARÍA LUISA.-
Y postrada
en cama, con una... ¿cómo es?... gastritis nerviosa,
gastritis nerviosa, ¿has entendido? ¡tremenda!... |
CARLOS.-
¡Caramba! ¿Nada menos? |
LINA.-
¿Y la ciática? |
MARÍA
LUISA.-
Y de yapa eso... Una ciática tan tremenda
que no le paraba alimento en el estómago... |
CARLOS.-
¿Ciática en el estómago? ¡Es terrible esa
enfermedad! ¿Se curó bien, señora? |
ANUNZIATA.-
Sí, señor. A veces cuando hace mal tiempo
me duele un poco, sabe... |
CARLOS.-
¿El estómago?
|
ANUNZIATA.-
No; la ciática... Esta es cosa que me
operaron en el hospital, la vez pasada, aquí en la
pierna... |
CARLOS.-
¡Ah!... ¿Y eso fue lo que le curó
Mano Santa? |
ANUNZIATA.-
Vea; para decirle la verdad, yo
no sé bien lo que tenía, pero don Salvador
me dijo que ya quedaba sana y a mí me parece que sana
estoy. ¿No es así? Apetito al menos no me falta, gracias
a Dios... |
CARLOS.-
Y a mí tampoco... No tendré
que consultar a Mano Santa para comer bien... |
ANUNZIATA.-
¡Caramba!... Ustedes todavía sin almorzar y yo aquí
entreteniéndolos... |
CARLOS.-
Por nosotros, señora...
|
ANUNZIATA.-
Tengo que hacer, también; así
es que buen provecho y hasta luego... |
LINA.-
Yo también
me marcho... Tengo que salir y... buen provecho. (Mutis.)
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Escena V
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MARÍA LUISA y CARLOS.
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CARLOS.-
¡Buen
provecho!... Podían haberse ido antes... Traigo un
hambre... (Revisando la comida.) Bastante mistongo el almuercito...
Como para enfermos de gastritis... o de ciática al
estómago, como dice la gringa... |
MARÍA LUISA.-
Bien se conoce que has tomado aperital. |
CARLOS.-
¿Por la
hambruna? |
MARÍA LUISA.-
Por lo que has hecho... Reírte
de esa pobre mujer. ¿Ese es tu socialismo? |
CARLOS.-
Ya lo
creo... Impedir que se explote la ignorancia y la credulidad
de la pobre gente, es también socialismo... Pero dejémosnos
de cosas y comamos de una vez... No me queda mucho tiempo...
|
MARÍA LUISA.-
Si hubieras venido antes... |
CARLOS.-
Pero mujer... Sucedió que en la imprenta... |
MARÍA
LUISA.-
No necesito disculpas... Comé callado que
será mejor... |
CARLOS.-
Eso espero hace rato: poder
comer... |
MARÍA LUISA.-
Nadie te lo priva... |
CARLOS.-
¿Y tú no vienes? |
MARÍA LUISA.-
No tengo ganas...
|
CARLOS.-
Podrías servirme al menos... ¿O me has rebajado
a la categoría de animalito doméstico?... Vamos,
déjate de pavadas; para reproches es bastante...
(Cariñoso.) Hagamos las paces, negrita, y... |
MARÍA LUISA.-
No;
no me vengas con zalamerías... Ahora no tengo tiempo
de atenderte... |
CARLOS.-
(Resentido.) Bueno... Está
bien... ¡Pichicho! ¡Pichicho! ¡Carlitos!... Ahí tiene
su zoquete... póngase a comer... (Se dispone a comer.)
|
MARÍA LUISA.-
Y además tengo que salir...
(Toma el sombrero y se lo pone.) |
CARLOS.-
¡Ahora me explico!...
No me había fijado en la paquetería... ¿Con
que te vas? ¿De veras?... (Canturreando con música
del himno de Riego.)
|
Adiós,
ingrata Panchita | | | | Adiós por siempre jamás, amén. | | |
|
MARÍA
LUISA.-
Y en seguida... Cuando salgas cerrá y dejale
la llave a la vecina... |
CARLOS.-
¡Ah, no! |
MARÍA
LUISA.-
¿Cómo? |
CARLOS.-
¡Que no! Primero me va usted
a decir dónde va... |
MARÍA LUISA.-
Si quiero,
será. |
CARLOS.-
(Severo.) ¡María Luisa! |
MARÍA
LUISA.-
¿Es decir que no puedo ir a ver a mi madre que está
enferma? |
CARLOS.-
(Alzándose, demudado.) ¿Cómo?
¿Cómo? |
MARÍA LUISA.-
(Confundida.) Hoy...
me mandó avisar que fuera. Por Dios que es cierto...
|
CARLOS.-
¡Ah, no! ¡Ah, no! ¿Dónde ibas? Pronto. Responde.
|
MARÍA LUISA.-
¿Yo? ¿Yo?... ¿No te he dicho? A verla...
|
CARLOS.-
¡Mentira! Acabo de encontrarme con ella y me anunció
que vendría en seguida para acá... ¡Mentira!...
¿A dónde ibas?... |
MARÍA LUISA.-
¿No ven? ¿No
ven? ¿No ven si soy desgraciada? (Echándose a llorar.)
¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío! Quisiera morirme
ahora mismo... ¡Ahora mismo!... |
CARLOS.-
No te van a salvar
las lágrimas... Decí, decí, decí,
¿a dónde ibas? Pronto, porque me siento capaz de...
|
MARÍA LUISA.-
No, no quiero... No puedo... |
CARLOS.-
¿Qué es eso? |
MARÍA LUISA.-
¡Sí...
sí! quiero... Pero dejame... ¿No ves que me vuelvo
loca? |
CARLOS.-
Quien se enloquece soy yo si no hablas pronto...
¿Por qué mentías? ¿Por qué? (Tomándola
por un brazo con alguna violencia.) Vamos a ver... ¿por qué?...
|
MARÍA LUISA.-
Eso es... ¡Pegame si te parece!...
¡Pegame!... |
CARLOS.-
(Soltándola.) ¡Yo!... ¡Pegarte!
No pienso en eso, pero... (Dominándola.) Vamos, tranquiliza
esos nervios, y dime la verdad... La verdad, ¿eh? |
MARÍA
LUISA.-
Yo no miento nunca, ¿sabe? ¡Nunca! |
CARLOS.-
¡Acaba
usted de probarlo, señora! |
MARÍA LUISA.-
No
es cierto... ¿Sabe qué más?... Usted no la
ha visto a mamá... Quiere sacarme de mentira a verdad.
La pobre está enferma en cama... |
CARLOS.-
Por favor,
María Luisa... ¡No jugués con mi paciencia!
¿Dónde ibas? Mentí de nuevo si querés...
ínventá otra cosa... Disculpate siquiera de
algún modo... pero no sigas exponiéndome con
tus monerías. Hace tiempo que me tienes con la sangre
hirviendo. |
MARÍA LUISA.-
Sí, ya sabía
que estás cansado de mí y que querés
matarme a disgustos... |
CARLOS.-
¡Yo!... ¡Yo!... |
MARÍA
LUISA.-
Sí, señor. Usted mismo. Y no conformo
con ser un desconsiderado y tenerme aquí enferma,
muriéndome, sí, muriéndome, por falta
de asistencia, ahora pretende ponerme la mano encima. |
CARLOS.-
(Exasperado.) ¡Pero se ha visto descaro igual! ¡Ah, no!...
Esto no puede seguir así... ¡Ah, no!... |
MARÍA
LUISA.-
También digo lo mismo... ¡Ay, madre mía,
que soy desgraciada!... ¡Que soy desgraciada!... ¿Eso es
lo que te han enseñado los socialistas? ¿A maltratar
a las mujeres? ¡Ah, ah, ah!... ¡No puedo más!... Me
voy, me voy de esta casa... |
CARLOS.-
Sí, señora...
¡Ya lo creo que sí!... Pero antes tiene usted que
darme una explicación... |
MARÍA LUISA.-
Yo
soy libre, ¿sabe? |
CARLOS.-
¿Libre?... (Dominándose.)
Tienes razón... Completamente libre... Era lo establecido...
Pero esa libertad misma debió haberte impedido engañarme
y traicionarme... Yo te lo dije, enseñándote
mi moral: «El matrimonio no nos vinculará más
que nuestro amor.» Si dejas de quererme, me lo dices honradamente
y recobrarás tu libertad... De modo que no tenías
por qué engañarme, no tenías necesidad
de engañarme... Y eso es lo que me subleva y me enfurece...
Porque, vamos a ver, ¿por qué lo has hecho? Por pura
maldad, por pura perversidad... |
MARÍA LUISA.-
Pero
Carlos... ¿qué cosas estás diciendo? ¿Te has
vuelto loco? |
CARLOS.-
(Cruzándose de brazos ante
ella.) ¿Es decir que ni siquiera el derecho de razonar me
dejas?... |
MARÍA LUISA.-
(Ingenua.) Yo lo hacía
a escondidas, porque sabía que no te gustaba... |
CARLOS.-
Se precisa tupé... |
MARÍA LUISA.-
Si me hubieras
dado permiso, no pasaría esto... |
CARLOS.-
¡Yo!...
¡Para esas cosas!... |
MARÍA LUISA.-
Sí, vos
mismo... ¿Serías capaz de negarlo?... Y bien claro
que me lo decías: «No le hagas caso... es un charlatán...».
|
CARLOS.-
¿Estaré en mi juicio? ¿Cuándo ha
sucedido eso y de quién me hablas? |
MARÍA LUISA.-
¿De quién? ¡De don Salvador!... ¡De Mano Santa!
|
CARLOS.-
Mano Santa... ¿De Mano Santa?... De modo que...
Vamos... Esto debe aclararse con calma... ¿A dónde
ibas?... |
MARÍA LUISA.-
¿No te lo he dicho? Con doña
Lina a ver a Mano Santa... |
CARLOS.-
No mientas... |
MARÍA
LUISA.-
¡Carlos! |
CARLOS.-
¿Has tenido tiempo para inventarla,
no? |
MARÍA LUISA.-
¿De modo que tú... que tú
sospechabas?... |
CARLOS.-
Sí, sí; sospechaba...
y sospecho... |
MARÍA LUISA.-
Que yo... ¡Ah, Dios mío!
¡Si seré desgraciada!... ¡Si seré desgraciada!...
(Paseándose nerviosa.) ¡Pensar de mí, semejantes
cosas!... ¡Dudar de mí!... ¡Qué infamia!...
¡Madre de mi alma!... |
CARLOS.-
No podrás decir que
me hayan faltado motivos... |
MARÍA LUISA.-
¡No lo
ven!... ¡No lo ven!... Ahora me echa las culpas. ¡Oh!...
Pero esto no puede quedar así... Bien me parecía
que querías deshacerte de mí... ¡Que estabas
harto!... Por eso me enseñabas esa moral de los socialistas...
Libertad absoluta... El día que te canses de mí...
Adiosito. Con casamiento y todo... |
CARLOS.-
¡Pero qué
audacia!... |
MARÍA LUISA.-
(Encarándosele.)
¿Y no has podido hallar mejor pretexto que el de ofenderme
así? ¡Sos un infame! Ahora mismo me marcho de esta
casa... Ahora mismo. Y si querés averiguar la verdad,
puedes preguntárselo a doña Lina. |
CARLOS.-
No; tú no te marchas... |
MARÍA LUISA.-
Pues
ya verás si me voy... (Ademán de irse.) |
CARLOS.-
(Deteniéndola.) ¡No te vayas! |
MARÍA LUISA.-
Eso lo veremos... |
CARLOS.-
¡No! Si Vos te vas... |
MARÍA
LUISA.-
(Con un movimiento brusco lo aparta y sale: CARLOS
vacila un instante y corre detrás. Voces y rumor de
lucha. Después de una pausa reaparece MARÍA
LUISA llorando a gritos y corre a tirarse en la cama.)
¡Me ha pegado!... ¡Me ha pegado el infame!... ¡Me
ha pegado, madrecita! ¡Madrecita!... |
CARLOS.-
(Abrumado,
mirando al suelo, avanza unos pasos y se deja caer en una
silla; después de un instante.) ¡Fue sin querer!
|
MARÍA LUISA.-
¡Madrecita! ¡Que soy desgraciada!...
¡Pegarme a mí!... ¡Insultarme y pegarme!... (Exasperándose.)
¡Ay, ay, ay!... ¡Yo me quiero morir! ¡Me muero!... ¡Me muero?...
|
CARLOS.-
Oh... Estas mujeres. (Se alza y se acerca a la
cama suplicante.) ¡María Luisa!... ¡María Luisa!...
¡Fue sin querer!... |
MARÍA LUISA.-
Salga... No se
me acerque... ¡Infame! ¡Monstruo!... |
CARLOS.-
Fue casual...
¡Te lo juro!... |
MARÍA LUISA.-
No se me acerque...
¡Ay, madrecita!... ¡Me muero, me muero!... ¡Me muero!...
|
CARLOS.-
(Conmovido.) ¡No se exaspere, mi negra!... Perdóneme...
¡Perdón!... Le aseguro, que un mal movimiento del
brazo... Quería detenerla, y como estaba así
tan nervioso... ¡Cálmese... negrita, por favor!...
|
MARÍA LUISA.-
Retírese, hipócrita...
Todo ha concluido entre nosotros... ¡Para siempre!... ¡Ay,
ay, ay!... Pegarme delante de todo el mundo... |
CARLOS.-
(Aparte.) ¡Tiene razón, pobrecita! |
Escena VI
|
|
Dichos y DOÑA
EDUARDA.
|
EDUARDA.-
(Abalanzándose.) ¡No me diga!
¿Dónde está mi pobre hija?... Ya me han contado
en el patio todo el escándalo... ¡Luisa querida!... (Le tiende los brazos.)
|
MARÍA LUISA.-
¡Ay, mamita
de mi alma! (Se le echa al cuello.) |
EDUARDA.-
(A CARLOS.)
Ahí tiene su obra. |
CARLOS.-
(Alejándose.) ¡Hum!... El asunto se complica ahora... No podría
haber venido esta señora más oportunamente...
|
EDUARDA.-
Cálmese, hijita... No me cuente nada porque
todo me lo han dicho las vecinas... Cálmese, séquese
esas lágrimas, acomódese el pelo y en seguida
nos vamos a casa. Bien le decía yo que ese hombre
no era bueno. |
MARÍA LUISA.-
(Más tranquila,
ante el espejo.) Ay, cómo tengo esta cabeza... desgreñada...
|
EDUARDA.-
Pues arréglese y en marcha... Usted no
debe estar un minuto más en esta casa... |
MARÍA
LUISA.-
(Arreglándose ante el espejo y con voz entrecortada.) Ya lo sé... ¡Qué desgracia!.. Quién
hubiera creído, después de tanto tiempo de
vida feliz... Y yo que lo quería tanto... |
EDUARDA.-
Así paga el diablo a quien bien lo sirve... |
MARÍA
LUISA.-
Si yo le hubiera dado algún motivo, el más
insignificante motivo, disculparía todo... Pero, nada,
mamá, nada... Ni esto... Tuvimos una peleíta
y porque yo quise irme para su casa... ¡Zas!... |
EDUARDA.-
Hijita, lo que es ahora perdé cuidado... Saldrás
con tu madre y veremos si hay quien se atreva a impedirlo...
|
CARLOS.-
Si alude a mí, señora, puede estar
tranquila. María Luisa tiene razón: la he ofendido
gravemente, y si no me perdona, es muy dueña de disponer
de su voluntad... |
MARÍA LUISA.-
Ya lo creo que me
has ofendido... |
CARLOS.-
No lo niego, hijita, confieso mi
culpa... pero al mejor lo pongo en mi caso... |
EDUARDA.-
¿Qué
le ha hecho? ¿Vamos a ver? ¿Qué le ha hecho ella?
|
CARLOS.-
No pienso discutir, señora... menos con
usted... Decime, María Luisa: ¿no he sido siempre
bueno, leal, condescendiente, amable, afectuoso, cariñoso
contigo? Respondé... |
MARÍA LUISA.-
No sé.
|
CARLOS.-
Sí que lo sabes muy bien... Constituíamos
un modelo de afinidad y convivencia, el hogar más
feliz, cuando de repente sin saber cómo, ni por qué,
empiezan a brotar incidentes y conflictos en la casa... malos
gestos, caprichos, celos... |
MARÍA LUISA.-
Bien sabes
que estaba enferma... |
CARLOS.-
Hasta eso... ¡enfermedades
imaginarias!... Y yo con toda paciencia, soportándolo
todo... Vea, señora, cómo no le miento... Este
es el almuerzo que me esperaba hoy; no lo he tocado. Este,
esta porquería y servido así... (Pausa.) La
bomba estaba cargada y estalló por el peor de los
lados... (Lentamente.) Y sucedió lo que sucede siempre...
unas palabras... una duda... un lío... (Como rectificándose.)
Sí, un lío estúpido, ¡estúpido!...
y... todo lo demás... |
EDUARDA.-
Podrá ser
cierto lo que usted dice, pero nunca hay razón para
apalear a una mujer indefensa... y delante de todo el mundo...
|
MARÍA LUISA.-
Eso no... No exageres, mamá...
Me pegó así, despacito en el cuello... |
CARLOS.-
(Animándose, aparte.) Parece que mejora mi causa...
|
EDUARDA.-
Fuerte o despacio, la vergüenza es la misma.
¿Estás pronta?... Vámonos de esta casa...
|
MARÍA LUISA.-
(Vacilante.) ¡Sí, señora!...
Nos vamos... pero... espérese... creo que dejo algo...
|
EDUARDA.-
Ya lo mandaremos a buscar... Vamos... (Secamente
a CARLOS.) Servir a usted... |
MARÍA LUISA.-
(Volviéndose.) Ah... Mañana vendrán a buscar mis cosas...
|
CARLOS.-
No te incomodes... Te las mandaré... |
EDUARDA.-
(Desde la puerta.) Apurate, muchacha... |
MARÍA LUISA.-
Vaya caminando que ya la alcanzo... (A CARLOS.) Ah... Y
para que se convenza, ahora vendrá doña Lina
a decirle dónde íbamos... (Se va sin volverse.)
|
CARLOS.-
Está muy bien, señora... (Cuando
la ve trasponer la puerta.) ¡María Luisa! |
MARÍA
LUISA.-
¿Qué? |
CARLOS.-
Podríamos darnos la
mano, siquiera... |
MARÍA LUISA.-
¡Ah! ¿La mano? ¡Bueno!...
|
CARLOS.-
(Atrayéndola.) Y... si me perdonaras...
|
MARÍA LUISA.-
(Efusiva.) ¿Me perdonarías tú...?
|
|
(Se estrechan y se besan.)
|