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ArribaAbajoParte estadística


ArribaAbajoDivisi n interior de valencia.

En virtud de auto acordado por la audiencia de esta ciudad, su fecha 5 de Octubre de 1766, y con arreglo a lo dispuesto en la real cédula de 13 de Agosto del propio año, se dividió la población en cuatro cuarteles que se denominan de Serranos, del Mercado, del Mar y de S. Vicente.


ArribaAbajoCuartel de serranos.

Barrio primero2.

De la puerta de la Trinidad hasta la esquina frente el sagrario de la iglesia parroquial de San Salvador, por la calle de la Unión que va al palacio que fue de la Inquisición, hasta la esquina de ésta bajando a la plazuela de Crespins, recto a la de la Yerba, por delante del Almodin, casa renovada de S. Luis Beltrán, por delante del Cementerio de la parroquia de S. Esteban, recto a la calle del Almirante, plaza de Trinitarios a la puerta del Cid y muro de la Trinidad.

Barrio segundo.

De la puerta de la Trinidad hasta la esquina frente al sagrario de la parroquial de S. Salvador, por la calle de la Unión, bajando a la plazuela de Crespins, recto a la de la Yerba, por detrás de la capilla de la Virgen de los Desamparados, plaza de la Constitución, calle de Caballeros, plaza de S. Bartolomé, hasta la puerta de Serranos.

Barrio tercero.

De la puerta de Serranos hasta la esquina de S. Bartolomé, por delante de la puerta principal de esta parroquia y casa de Albornoz, calle y portal de Valldigna; calle y plaza del Árbol, recto a la calle del Padre de Huérfanos hasta la muralla.

Barrio cuarto.

Del portal Nuevo hasta las cuatro esquinas de Mosén Sorell, al callejón del mesón de Morella, por delante de la casa de la Raga, calle y plaza del Árbol, por la calle del Padre de Huérfanos, a la muralla.

Barrio quinto.

Del portal Nuevo a las cuatro esquinas de Mosén Sorell, plaza de este nombre, calle y plaza de la Corona, a la muralla.

Barrio sexto Estramuros.

Casas del convento de religiosas de Corpus Christi, calle y vecindario de Marchalenes, hasta el huerto de la Canaleta.

Barrio séptimo.

Huerto de la Canaleta, calle de Murviedro, calle de S. Guillem, con sus callizos contiguos.

Barrio octavo.

Casas de las monjas de la Trinidad, calle y callizos de Alboraya, partido del Ruiseñor, molino de Borrull y casas de S. Pío V.




ArribaAbajoCuartel del mercado.

Barrio primero.

De la puerta principal de la iglesia de S. Bartolomé, por delante de la casa de Albornoz, calle y arco de Valldigna, por delante casa de la Raga, calle Baja del Alfondech hasta el Tros-alt, calle de Caballeros, plaza de S. Bartolomé, a la puerta de esta iglesia.

Barrio segundo.

Plaza de S. Bartolomé, calle de Caballeros, al Tros-alt, calle de la Bolsería, por delante del mesón de Cinteros, callejón contiguo subiendo a la estafeta vieja hasta la esquina de la Purísima, calle y plaza de Calatrava, calle de Caballeros, plaza de S. Bartolomé.

Barrio tercero.

Plaza de S. Bartolomé, calle de Caballeros, calle y plaza de Calatrava, calle de la Corregería y Puñalería, plaza del Miguelete, por bajo el reloj, plaza de la Constitución, por delante de la audiencia, hasta dicha plaza de S. Bartolomé.

Barrio cuarto.

Por el callejón contiguo al mesón de Cinteros subiendo a la estafeta vieja, a la esquina de la Purísima, calle de la Corregería, calle de Embòu, Zapatería, calle Ancha de la Platería, por la calle Nueva al Mercado, hasta dicho callejón contiguo al mesón de Cinteros.

Barrio quinto.

De la calle Nueva y Platería, calle de la Zapatería, calle de Embòu, Corregería y Puñalería, calle de Campaneros, Sta. Tecla, plaza de Sta. Catalina, por delante de S. Martín, calle de Cerrajeros, por la del Trench al Mercado, hasta dicha calle Nueva.

Barrio sexto.

Calle del Trench a la de Cerrajeros, calle de Vicente, hasta la segunda esquina de S. Gregorio, calle de Gracia, plaza de la Merced, Cotamallers, al Mercado, hasta dicha calle del Trench.

Barrio séptimo.

Calle y Mercado nuevo (antes convento de Magdalenas) a la plazuela del Conde de Casal, molino de la Rovella, calle de la Jabonería nueva, plaza de Pertusa, calle de Falcons, plaza de Pellicers, hasta las espaldas del convento de S. Gregorio, calle de Gracia, a la plazuela de la Merced, calle de Cotamallers, hasta el Mercado nuevo y calle de Magdalenas.

Barrio octavo.

Calle de Magdalenas, plazuela del Conde de Casal, molino de la Rovella, calle del Pie de la Cruz, calle recta de Sta. Teresa, hasta las cuatro esquinas de la calle del Empedrado, calle de este nombre al Mercado, hasta dicha calle de Magdalenas.



Cuartel del mar Barrio primero. Puerta del Cid, por delante de Trinitarios, calle del Almirante y del Temple, al callejón del Barón de Petrés, calle del Trinquete de Caballeros, plaza y calle de la Congregación, calle de la Chufa, a la plaza de Sto. Domingo.

Barrio segundo.

Calle del Barón de Petrés, calle del Trinquete de Caballeros, plaza de la Congregación, por delante de la puerta de la iglesia, calle del Mar hasta Sta. Tecla, calle de Campaneros, plazuela del Miguelete, por bajo del reloj, plaza de la Seo, plaza de la Yerba, por delante del Almodin, casa de S. Luis Beltrán, por la plazuela de S. Esteban hasta la calle del Barón de Petrés.

Barrio tercero.

De Sta. Tecla a la plaza de Sta. Catalina, por delante de S. Martín, Bajada de S. Francisco, calle de Barcelona, plazuela de S. Jorge, por la calle de las Almas, plaza de S. Andrés, plaza de Villarrasa, calle del Ave María, calle del Mar a Sta. Tecla.

Barrio cuarto.

Calle del Ave María, plaza de Villarrasa, plaza de S. Andrés, plaza del Horno de dicho nombre, calle del Hospital de Pobres Estudiantes, academia de S. Carlos, calle de la Universidad, a la plaza de las Comedias, calle del Mar, hasta dicha calle del Ave María.

Barrio quinto.

De la capitanía general y parque de Artillería, antes Sto. Domingo, calle recia hasta la Congregación, ahora parroquia de Sto. Tomás, por delante de su iglesia, a la plaza de las Comedias, hasta la puerta de la academia, por delante de Sta. Catalina de Sena, fábrica de Cigarros, a la capitanía general.

Barrio sexto.

Casa del huerto de las Coronas, ahora casas, por delante del convento de Sta. Catalina de Sena, calle del Hospital de Pobres Estudiantes, plaza del Horno de S. Andrés, la esquina de su iglesia, calle de las Almas, plazuela de S. Jorge, calle de Barcelona, plaza de S. Francisco, calle de las Barcas, calle Larga de la Sequiola, a la antigua puerta de los Judíos.

Barrio séptimo.

Muro de los Judíos, calle Larga de la Sequiola, calle de las Barcas a S. Francisco, por el lado de su convento, ahora cuartel, calle del Sagrario de S. Francisco, calle Nueva de Pescadores a la muralla.

Barrio octavo. Estramuros.

Calle del demolido convento del Remedio, con su vecindario.



Cuartel de San Vicente.Barrio primero. Calle de la Corona, plaza de Mosén Sorell, calle del Mesón de Morella, calle Baja del Alfondech, al Tros-alt, calle de la Bolsería, calle de la Carda, calle Larga del Empedrado, hasta la muralla.

Barrio segundo.

Calle de la Carda desde la muralla, calle de Sta. Teresa hasta la esquina de las monjas del Pie de la Cruz, por detrás de este convento, por delante de la cofradía de carpinteros, y convento de las monjas de la Encarnación, hasta la muralla.

Barrio tercero.

Desde la muralla por delante del convento de la Encarnación, y cofradía de Carpinteros, al convento del Pie de la Cruz, calle de la Acequia Podrida, hasta las cuatro esquinas del boticario Prats, por el lado de su establecimiento hasta la esquina del convento del Pilar, a la muralla.

Barrio cuarto.

Desde la esquina del convento del Pilar y muralla, recto al citado boticarlo, calle de la Acequia Podrida, hasta la última esquina del convento del Pie de la Cruz, molino de la Rovella, Jabonería nueva, plaza de Pertusa, calle de Falcons, plaza de Pellicers, calle del Fumeral, hasta el presidio.

Barrio quinto.

Del presidio, calle del Fumeral, hasta la plaza de Pellicers, por el lado de S. Gregorio, cruza la calle de S. Vicente a la de la Sangre, hasta la esquina del colegio de la enseñanza, calla de Renglons, a la muralla.

Barrio sexto.

De la muralla toda la calle de Renglons, hasta la esquina de la enseñanza, calle de la Sangre, por delante de S. Gregorio, calle de S. Vicente, hasta la plazuela de Cajeros, Bajada de S. Francisco, y su plaza al puente de los Ánades, calle Nueva de Pescadores, a la muralla.

Barrio séptimo. Estramuros.

Calle de Cuarte con sus agregados, y calle del estinguido convento del Socorro.

Barrio octavo. Estramuros.

Calle de S. Vicente, con lo demás de S. Vicente de la Roqueta y Arrancapinos.



Población, caserío y mejoras. El asiento que tenía Valencia desde su fundación hasta el ensanche verificado en tiempo de Yuzuf, comenzaba en el altozano que se forma desde la calle del Milagro hasta la plaza de la Constitución, y desde las Platerías por la subida del Toledano; de este modo debió correr la muralla desde los Baños del Almirante a la calle del Barón de Petrés, por la plaza del Cementerio de S. Esteban, calle del Almodin, abrazando la casa de la ciudad a la calle del Reloj Viejo, portal del Toledano, cruzando la calle de Zaragoza a la de Caballeros y a la del Milagro, y terminar en los mismos Baños. Los árabes, empero, según se puede colegir por varios restos arquitectónicos, la dieron mayor ensanche, tomando desde el Temple por la calle del Conde de Carlet, S. Lorenzo, a la calle de Sta. Eulalia, Cementerio de Sta. Cruz, Horno Quemado, Portal de Valldigna, calle de Salinas, Bolsería, Mercado, Horno de la Pelota, calle de las Barcas, abrazando la universidad, plaza de Comedias, Congregación al Temple. Su ámbito actual y muralla la debió al rey D. Pedro IV el Ceremonioso en 1356. El número de manzanas asciende próximamente a 417, y el de casas a 84003: su población a 112,799 almas, de cuyo total habitan intramuros 62,608, que añadiendo los transeúntes y guarnición escede de 70,000. Hay 431 calles y 132 plazas y plazuelas.

Hasta mediados del siglo XVI presentaba Valencia un hacimiento confuso de casas de mal aspecto y casi todas de un solo piso, de puertas bajas y estrechas, y de pequeñas ventanas de mal gusto, que apretadas en tortuosos y húmedos callejones formaban como una especie de alfombra asquerosa, vieja y agujereada al pie de los sólidos y espaciosos edificios, que habitaban los grandes magnates del reino, y de los palacios del estado. Era ya entonces costumbre adornar las calles con retablos, en que se colocaban pinturas de más o menos mérito, según el progreso de las artes, que representaban las imágenes de los santos tutelares de las mismas calles, en número de mas de setecientos que, alumbrados por mezquinos faroles, daban un aspecto misterioso y triste a la antigua ciudad. Su población confundida con los moriscos de la huerta tenía un aspecto estraño, cuya poesía aumentaba los cementerios de las parroquias encerrados dentro de las murallas y en los centros de la capital. A fines del siglo XVI, y sobre todo a principios del XVII, comenzó a renovarse la antigua población, al paso que decayó el gusto al poner su mano en los edificios sagrados, casi todos de severa arquitectura gótica, embadurnada y cubierta por los grotescos adornos, llamados churriguerescos.

Pocos adelantos se hicieron, sin embargo, en el ornato público durante casi dos siglos, hasta que en el último tercio del siglo último, se dio comienzo a las mejoras que de suyo reclamaba una población susceptible de ellas. Durante el reinado de Carlos III desaparecieron una multitud de casucas situadas junto a la puerta del Mar, y en su lugar se levantó el suntuso edificio de la Aduana, único para las oficinas de hacienda. Construyóse entonces la hermosa Casa-Enseñanza, y el magnífico colegio andresiano de las Escuelas Pías!; y durante la dominación francesa en los años 1812, 13 y 14, se derribaron las casas que ceñían por la parte de la ciudad el edificio de la aduana, hoy fábrica de cigarros, y se formó la estensa plaza que se llama de la Aduana. Durante el mando del general D. Francisco Javier Elío en 1817, se plantó el delicioso paseo de la Glorieta, y aunque con estraña lentitud se ha ido mejorando la población, aun en medio de las convulsiones políticas de estas últimas épocas. Se ha empedrado de una manera elegante, al par que sólida, el vasto perímetro de la plaza del Mercado, obra principiada en tiempo del Sr. alcalde D. José Campo y concluida en el del actual D. Juan Miguel de S. Vicente. Se está hermoseando el delicioso paseo de la Alameda; se ha embellecido el de la puerta de Serranos; se está verificando la alineación y ensanche de las calles; se han abierto en el terreno que ocupaba el convento de la Puridad otras tres, con los gloriosos nombres del Rey D. Jaime, Moro Zeit y la Conquista, dándoles un aspecto elegante y vistoso; se ha mejorado estraordinariamente el camino del Grao; se ha adornado con árboles y circuido con ellos la plaza de la Aduana, y finalmente, va a surtirse muy pronto la población de aguas potables, obra para cuyos primeros y más importantes gastos destinó una respetable suma el Excmo. Sr. Don Mariano Liñán, benemérito valenciano. Existen en todas las casas pozos de agua potable, selenitosa; y en el sulfito de cal de que abunda, no solo se descubre por medio de las disoluciones del carbonato de potasa, sino también por el polvo blanquecino que se deposita en el fondo de las ollas, en que se pone a calentar o hervir el agua; tiene la propiedad de endurecer las legumbres y de disolver mal el jabón. Los forasteros perciben aquel sabor ingrato y a veces nauseabundo de dichas aguas, que hacen penosas sus digestiones. Con motivo de estar colocados los comunes a cortas distancias de los pozos, sucede que a veces penetran en ellos las sustancias orgánicas y productos de descomposición. Se dice haber en el fondo de los pozales algunos glóbulos de mercurio; y parece muy posible a que, según Laborde, existe una mina de este metal por grutas separadas y abundantes en una costra arcillosa y cenicienta que atraviesa la población a dos pies de profundidad. Su dirección es de E. a O. pasando por casa del marqués de Dos-Aguas en la plaza de Villarrasa4. Sin embargo, hay barrios donde el agua es mejor, y muchos pozos con ricos mineros que son apreciados estraordinariamente. Sin embargo, la conducción de aguas potables es una mejora de la mayor importancia para Valencia, y son dignos de visitarse los grandes acueductos construidos por el entendido arquitecto D. Rafael Sociats, que ha dejado en ellos un glorioso monumento de su buen gusto e inteligencia.

La iluminación por el gas es otra de las mejoras debidas al alcalde D. José Campo; mejora incompleta, sin embargo, porque se halla en suspenso la canalización, dejando todavía en uso las mezquinas luces de aceite que alumbran aún la mayor parte de la población.

La nueva que se construye en el llano que fue de la Zaidía, estramuros, entre la puerta de Serranos y la de S. José, a la izquierda del río, ha dado un nuevo aspecto a aquella parte histórica por el antiguo palacio árabe que ha sido reemplazado por el monasterio actual de la Zaidía, pero desierta también y destinada, hasta hace poco tiempo, a servir durante algunos años de sitio para las egecuciones de la justicia ordinaria.

Existe, empero, un proyecto para continuar el nuevo vecindario de la Zaidía formando un cuartel que llevará este nombre, sirviéndole de base las casas recién construidas y el convento, delante del cual se formaría una inmensa plaza rectangular, que se hallaría a la cabeza de un puente que debe construir el ayuntamiento sobre la acequia de Mestalla, que cruza este terreno. Desde la plaza y en dirección al camino real de Murviedro en su confluencia con la cruz de Moncada, se formaría una calle magnífica de cien palmos de ancha, distribuidos en la manera siguiente: 20 a cada lado para los andenes, separados éstos por dos filas de árboles de la parte central que comprenderían los 60 restantes, destinados al tránsito de los carruages. Los edificios, según este proyecto, deberían ser oportunamente destinados para grandes talleres de carpintería, cerragería, coches, carros, etc., y otros establecimientos que carecen de local a propósito dentro de las murallas actuales, sirviendo muchas veces de incomodidad al vecindario. El proyecto permite adoptar en la fabricación o pared-fachada para las casas grandes y vistosas verjas, que sirvieran de entrada a los talleres, dejando ver a los operarios y sus trabajos. En la misma calle de Murviedro, y 200 pasos más abajo de la cruz de Moncada, tendría principio otra calle de suficiente anchura que vendría a desembocar junto al circo o reñidero de gallos, interceptada por dos plazas círculas, una mayor que otra con destino a mercado de este cuartel. Ambas plazas tendrían por objeto el proporcionar el debido enlace a varios callejones que hoy existen sin salida en la calle de Murviedro que, ensanchados competentemente y atravesando dichas plazas, vendrían a desembocar en la grande y hermosa calle antes indicada, prolongando una de ellas hasta el vecindario de Marchalenes5. Nos parece este proyecto digno de llamar la atención, no solo de los vecinos todos de la capital, sino en particular de la sociedad de Fomento, única que está destinada por ahora a acometer tamaña empresa. Valencia se embellecería mucho más; aumentaría su población y su industria, y no serían desde luego improductivos los resultados de una justa especulación en este caso. Esta mejora apoyada, emprendida y egecutada por la autoridad política daría nueva vida a este pueblo, se ocuparían infinitos brazos, y en el interior de la ciudad podría de este modo permitirse más ensanche del que ahora es permitido. Que se quiera, y se hará: haya impulso y protección y no será difícil aplicar la ley de espropiación a los pocos campos que sería indispensable adquirir para la egecución de aquel proyecto. Este pensamiento no es nuevo, sin embargo: Escolano en su tiempo, Esclapés y Ortí en el suyo, ya deseaban este ensanche, si bien este último quería fuese abrazando la calle de Cuarte, Campanar, Marchalenes y calle de Murviedro.

Posee también la sociedad de Fomento otro proyecto que, sin salvar los muros, aumentaría, llevado a efecto, el caserío de que se carece, dando mas animación a la calle de Ruzafa y barrio de Pescadores. Consiste el proyecto en dar comunicación a la calle de S. Vicente con la de Ruzafa, desde el cobertizo de S. Pablo hasta la calle de Sta. Clara, atravesando el huerto del convento que fue de S. Francisco; terreno poco productivo en el día y que daría más producto a su poseedor aproyechándolo para la construcción de una larga y vistosa calle; pudiéndose dar salida a la de Culla, y formando otras dos, de las cuales desembocaría una en el puente llamado de los Ánades.

A propósito de estos proyectos quisiéramos que la autoridad aprovechase el gran pensamiento que se ha concebido, no hace mucho, de continuar la calle del Muret o del Pas hasta el torreón de Sta. Catalina, donde debía abrirse un postigo que facilitase el tránsito para el camino nuevo de Madrid. En este caso se formaría otra calle que arrancaría casi perpendicularmente en la del Muret, hasta la de la Corona, muy cerca de la calle cerrada en tiempo de Pedro IV, cuando daba entrada a la antigua Mancebia: y otra calle que descansando en ésta desembocase la de Fornals frente la de la Puebla Vieja. El objeto moral de este proyecto sería construir casas a propósito para telares de poco coste y habitaciones de gente menos acomodada, que oprimidas bajo los nuevos edificios que se construyen, no pueden satisfacer los alquileres que por las mejores y reconstrucción exigen los dueños, viéndose casi sin asilo y sin hogares. Esta mejora es urgente e higiénica si no se quiere ver abandonadas dentro de poco a multitud de familias que antes se albergaban en miserables sótanos que van todos desapareciendo, para levantar en su lugar nuevos y elevados edificios, dejando, por consiguiente, muy reducidos y poco ventilados los sitios destinados a pobres jornaleros.

También sería muy útil comunicar la calle de la Corona con la de Cuarte por medio del huerto de los Pelaires; y prueba de su conveniencia el continuo tránsito que se observa por el cobertizo que da entrada al referido huerto por la citada calle de Cuarte. De este modo se aumentaría el caserío, de cuya falta todos se lamentan, y que sin embargo no se toma en consideración por esa especie de apatía para lo bueno, tan peculiar de nuestra época. Con este aumento de caserío, no serviría de grave perjuicio continuar la calle de la Bolsería recto a la plaza de S. Miguel, haciendo desaparecer la casa que hace esquina de la calle de Tintureros a la de Caballeros, y reformar las otras dos para la más perfecta alineación: todos estas circunstancias levantarían de su estado pobre y miserable a la parroquia de S. Miguel, dándole más aliento y vida con el incremento de vecindario.

También sería posible y haría menos solitarios y tristes los alrededores del colegio de niños huérfanos de S. Vicente, formando una calle desde el rincón del horno hasta el muro de los Judíos; lo cual tiene la ventaja de dar más movimiento a este punto aislado de la ciudad, ventilándolo, y ofreciendo mayor comodidad a los vecinos.

Nos parecen éstas por ahora las mejoras que creemos de mas importancia y urgencia, y quisiéramos que nuestras indicaciones sirvieran de humilde consejo a las autoridades que en el día muestran tan infatigable celo por el ornato de esta capital. Así se daría cabida a infinita gente que vive en la mayor estrechez y en medio de la más peligrosa humedad; no se harían esas casas reducidas y de mezquinas dimensiones que apenas pueden contener una familia de algunos individuos, y se aprovecharían muchos forasteros de este aumento de caserío para habitar en Valencia, de la cual perece que huyen por falta de casas cómodas y regulares. No concluiremos, sin embargo, estas indicaciones, sin hacer el debido elogio del nuevo Lazareto, construido el estremo del Cabañal, cerca del punto que llaman Cabo de Francia. Este edificio ha reemplazado al que antes existió en el pueblo destruido a quien se daba el nombre de Lazareto, y devorado por el mar, que ha hecho desaparecer hasta las mismas ruinas. También esta mejora se debe el Sr. gefe político actual D. Martín de Foronda y Biedma.

Merced a la actividad, celo y buen gusto de la misma autoridad y del presidente del ayuntamiento D. Juan Miguel de S. Vicente, veremos pronto concluida la fachada del teatro, hermoseado el paseo estenso de la Alameda, y la magnífica estatua de Tritón que por tantos años se hallaba en la Glorieta, colocada en el centro de la plaza de la Aduana, para surtir de agua potable, luego que los trabajos de su conducción se encuentren concluidos.

Son también dignas de observarse las mejoras introducidas por la sociedad de Socorros contra Incendios, cuya junta directiva ha organizado completamente una compañía de zapadores bomberos en número de cuarenta, distribuidos en esta forma: veintiún albañiles, once carpinteros y ocho cerrageros, con veintidós aspirantes.

Valencia cuenta, además del establecimiento de las Escuelas-Pías, de las gratuitas de la sociedad, y de los colegios de Doña María Gomis y de Doña Isabel Coll, treinta y seis escuelas de niños, cincuenta y tres de niñas, una de. comercio y tres de-adultos dentro de la ciudad, y seis de niños y cuatro de niñas estramuros, dotados muchos por el ayuntamiento, de modo que la educación es uno de los ramos más adelantados y perfeccionados que se cultivan en la capital. En esta parte son pocas las mejoras que pudieran aceptarse, a no ser la indispensable escuela de párvulos que el Sr. gefe político va a plantear junto al colegio de niños huérfanos de S. Vicente.



Carácter de los valencianos. Los hijos de esta amenísima ciudad son festivos, decidores, satíricos, maliciosos, y poco apreciadores de estrañas celebridades. Huelgan poco o mucho todos los días; pláceles ocupar las horas posibles en conversaciones amenas; sus reuniones tienen frivolidad, pero son variadas y alegres; el menor incidente, la más risueña espresión derrama su alegría sobre la más grave conferencia. Se fijan poco en los negocios; y esplotan muchas veces su mal humor, que no es durable tampoco, murmurando y zahiriendo maliciosamente. Hablan de todo lo que está a su alcance con cierto tono magistral, que es preciso tolerar, porque sus observaciones tienen frecuentemente un fondo de exactitud y buen juicio; y son tolerantes mutuamente, sobre todo cuando se trata de cosas festivas. Aprecian poco a sus hombres distinguidos, así como desprecian a las grandes notabilidades; porque su viva y penetrante imaginación no les deja ver en otros las cualidades estraordinarias que ellos no distinguen en su altura. Sus pesadumbres tienen poca duración; su corazón es como su cielo; está siempre despejado, sereno y azul; son raras las tempestades, y éstas fugitivas. Trabajan sin maldecir; gozan sin temer; procuran pasar bien el día de hoy; mañana Dios proveerá a todos. Hacen grande aprecio de los forasteros, si éstos no muestran pedantería, ni pretensiones superiores; pero si les llegan a penetrar, y encuentran un flanco débil para herirles, ya no pueden contar con su admiración. Las más grandes reputaciones españolas no forman en Valencia jamás un círculo constante ni estenso de admiradores.

Su generosidad es sin límites, su aborrecimiento se calma con la primera espresión humilde. Perdonan y olvidan a sus enemigos con facilidad. Todos se creen superiores. Sus reuniones populares son bulliciosas, porque no pueden esperar: su sangre se inflama con el contacto: aparece el objeto, lo ven, lo critican, lo aplauden, se cansan de él. ¡Que salga el toro! ¡más caballos! ¡que lo maten! ¡otro! Dejadles reír, gritar y arrojar sus cien mil pullas al pobre diablo, a quien pillan por su cuenta: bajad la cabeza, si os toca a vos, no os volváis contra ellos; presentaos humilde, y allá va sobre vos una nube de aplausos. Ya se han olvidado de vos. No son altivos sin embargo: lloran, cuando se trata a un pobre con amabilidad: las buenas palabras os traerán a los pies un río de lágrimas. Aman a los pobres, a los desvalidos y a los miserables, porque son humildes: de aquí su caridad sin límites y casi lujosa. La casa de más triste apariencia no cierra jamás la puerta a los mendigos; sobre todo a los niños, los ciegos y los ancianos. Fiados en la Providencia no guardan para mañana. Son religiosos, sin fanatismo: los templos no están vacíos jamás: amigos de la novedad y de la alegría; hasta en sus disputas son maliciosos y satíricos. La plaza del Mercado es un punto donde oiréis todos los días diálogos festivos y picarescos; dichos agudos y atrevidos; cuestiones graciosas para el espectador y que exasperan al interesado.

Mañosos y dotados de penetración son aptos para las artes y las letras: no son muchos los que se dedican a los estudios profundos y filosóficos. Es, en fin, el pueblo ateniense: tiene el Miguelete por su olimpo; los valles del Tenaro o del Tempe son sus campos y las riberas del Turia. Como los hijos de Cecrops se ríen del estrangero; y como los romanos llamarían bárbaros a todos los que no supieran hablar la armoniosa lengua de Ausias March, de Pineda y Jaime Roig. Inspirados por su cielo, por su luz y por sus brisas, abundan los valencianos en poetas; y es que se rodean de bellezas. Los hombres son ágiles, esbeltos, de mediana estatura: buenos soldados fuera de su país: parcos sin esfuerzo, y alegres aun en las batallas. Son irascibles en la contradicción; dulces y afables con los inferiores; galantes sin chavacanería, y amables con las mugeres sin afectación. De niños son leves mariposas, precoces, habladores, bulliciosos y cariñosos, pero dóciles: de jóvenes, traviesos, enamoradizos, ligeros, y participan algo de las estrañas condiciones del amor: hombres son sentenciosos, burlones, y se cogen a la juventud, temerosos de perderla: son escelentes compañeros y amigos exigentes. Buenos literatos, escelentes pintores: de talento brillante: su plaza de letras debía ser el antiguo Ateneo. Viejos ya son religiosos, pero sin rarezas; en sus labios no cesa por eso la sonrisa; dogmáticos, y amigos de la crítica. La edad les concede la calma; pero sus ojos reemplazan a sus piernas y sus brazos; su lengua corre más que sus ojos; lo último que perece es su imaginación.

Las mugeres participan del tipo napolitano, tienen algo del carácter de las venecianas, y no dejan de formar como una especie de raza griega oriental. Son de talle esbelto, de figura elegante y flexible, pie pequeño y ojos seductores. Su color algo pálido en general, como el de las estatuas antiguas; pero a la sombra de un jardín, y bajo las copas de los árboles en el último crepúsculo de la tarde, este color se hace mucho más bello, como el color de un niño. Son en Valencia frecuentes las mugeres hermosas, sobre todo en la clase media y entre las labradoras de los pueblos de esta huerta; y he aquí por qué celebró tanto Ariosto este país. Petrarca no hubiera dejado de encontrar en Valencia una bella a quien pudiera consagrar sus inspiraciones. Los adornos no aumentan su belleza; la gracia más seductora consiste en la sencillez de su tocado. Aman con delirio; y no es difícil hallar mugeres tan apasionadas como Corina. Vuelven sin odio a la reconciliación, y aprecian con fanatismo su hermosura. Son amables, cariñosas y ligeras en sus conversaciones: si las creéis coquetas, os lleváis chasco, y es que huscan la alegría, y son poco admiradoras de los hombres graves. La risa es su encanto; amadlas dándolas flores; pero no ofrezcáis lágrimas sólo en sus altares. Son inclinadas a la piedad; y aman en sus devociones a la Virgen nuestra Señora como se ama a una madre, como se puede amar. Caritativas, sensibles y delicadas protegen a los desvalidos: no tengáis que insultar delante de una valenciana a una muger pobre y anciana: siempre en su defensa se halla resuelta una hija de este país. Aquí no se ama a medias: la lengua lemosina en boca de una hermosa es graciosa, suelta, suave e italianizada, si se nos permite esta espresión. Cervantes admiraba y se recreaba en las armonías de esta lengua de los trovadores provenzales. Las reuniones de todas las clases de la sociedad valenciana son alegres; finas, elegantes y atractivas las de la elevada aristocracia; sencillas y amenas las de la clase media, y festivas y bulliciosas las de nuestros honrados artesanos y trabajadores. Se viene a Valencia con felices prevenciones; se echa de menos la corte; pero no hay uno solo que no sienta abandonar esta capital así que se conoce. Los valencianos no pueden vivir fuera de su país; tampoco el árabe deja su desierto, ni el escocés el clan donde nació. Son plantas que arraigan al pie del Miguelete; giran a su alrededor; pero si el huracán las lanza de allí, no prenden en otra parte, se marchitan y mueren. Esto no es debilidad, no es provincialismo: Chateaubriand ha hablado siempre de su Bretaña; un negro ama más su desierto y sus costas que el sol más brillante de la América.



Un paseo por Valencia. Va a amanecer; pero no ha bañado todavía el crepúsculo de la mañana las altas cúpulas de nuestros templos y las cumbres de los vecinos montes. Horas en que se retiran los serenos; los primeros que empiezan a agitarse por la ciudad son los acomodadores de la plaza del Mercado que disponen las sillas, cestones y los toldos de hilo para los espendedores, los vendedores de café y aguardiente que van de corro en corro y de guardia en guardia; los factores de las especierías del Mercado; y los panaderos, y los devotos que oyen las primeras misas, y los alegres jornaleros que se dirigen a sus talleres, y muchachos aprendices que van cantando, y diligencias y ordinarios; y este conjunto produce un rumor sordo y prolongado que se aumenta con la salida del sol. Ábrense las puertas, y por la de S. Vicente, Cuarte, Serranos y Mar veréis corriendo, voceando, cantando, y tropezando estercoleros, labradores, lecheros a vuelta de los saltos de sus acémilas, del rodar de sus carros, de las campanillas de las cabras, y la mayor parte acudiendo al Mercado en busca del puesto mejor. Allí la gritería y una ordenada confusión; caballos cargados, carros atravesados, serones y capazos, y mesas rodando aquí y allá; animales que riñen, labradores que disputan, revendedoras que gritan o se maltratan, y alguaciles y perillanes, y criadas sueltas y mozos que las siguen, y cuestiones sobre precios, y el polvo que cubre la plaza, y un sol brillante, y un movimiento continuo e incesante. Durante todo el dia veréis concurridas, sin interrupción, las calles de S. Vicente, S. Martín, Cuarte, Serranos y del Mar: de doce a dos cesa un poco el bullicio, porque es la hora en que generalmente se come en Valencia, y vuelve por la tarde a reproducirse. Los días festivos se hallan los templos llenos de gente: la capilla de la Virgen de los Desamparados y la iglesia de S. Juan no se vacían hasta la una; a estas horas admiraréis por doquiera jóvenes bellísimas que no hallaréis ni en el teatro, ni en los paseos, ni en las numerosas reuniones. En los mismos días recorred por fuera la ciudad: el cauce del río desde la Pechina hasta el puente del Real, los campos contiguos a las puertas del Mar, Ruzafa, S. Vicente y Cuarte, los que ciñen el que fue convento del Socorro, la plaza de la iglesia de S. Sebastián, la vuelta del Ruiseñor, y las calles de Murviedro, Alboraya, Cuarte y S. Vicente, cubiertas de gentes que, o sentada o derecha, a la redonda sobre los tapices de nuestros campos o formando corrillos, comen, beben, fuman, se divierten, murmuran o regañan, sin pensar en mañana y sin fijar ni un momento su atención en los que pasan junto a ellos y que suelen muchas veces envidiarles. Los paseos de la Alameda, de Serranos, de la vuelta del Ruiseñor, se ven concurridos estraordinariamente; la calle del Mar, plaza y calle de las Barcas y otras reciben a la multitud que sale fuera de la muralla a tomar el sol en el invierno, y disfrutar las apacibles brisas de la tarde en los días de la canícula. En esta estación varían de aspecto las escenas, sobre todo desde la puerta del Mar hasta los baños de la playa. Allí es de ver multitud de tartanas arrastradas por caballos malos y buenos, y carros de trasporte, y coches particulares cruzar sin tregua el camino del Grao; los gritos de los tartaneros, los relinchos de los caballos, y el polvo, y el calor, y los clamores de los transeúntes animan este paseo. El Cabañal se puebla de gentes de Valencia; son frecuentes las giras o paellas, y es la estación más bella que se disfruta en esta ciudad, sobre todo para los naturales del país que pueden gozar de las corridas de toros, a que son sumamente aficionados. Hay también romerías a la Cueva Santa, a S. Miguel de Liria, a nuestra Señora del Puig; paseos a S. Vicente de la Roqueta, S. Valero de Ruzafa, S. Antonio y otros, y el día de la conmemoración de los difuntos al cementerio general. Corridas de caballos en la mañana de S. Antonio en la Alameda, y reuniones por la tarde de los criados de nobles casas cerca de Ruzafa, donde se congregan esta vez en el año para divertirse y contar allí cuanto se sabe, vengándose en este día del mal humor que contraen en el servicio. Las hogueras (falles) de la víspera del día de S. José; las máscaras públicas en los días de carnaval, y sobre todo las fiestas consagradas a los santos tutelares de muchas calles en los meses de Setiembre y Octubre, son un centro de júbilo, hilaridad y placer donde mejor se puede estudiar el carácter valenciano, así como el día de Corpus y los que tienen las parroquias principales durante la octava de esta solemnidad religiosa para sus lujosas y variadas procesiones.

Mas dejando este cuadro para otro observador y otra clase de obra, acompañemos un momento al viagero por las calles de la ciudad, fangosas y casi intransitables en los días lluviosos, pero limpias, regadas y frescas la mayor parte del año, antes de describir nuestros monumentos.

Las plazas de Sto. Domingo y de la Aduana eran en 1239 un pedregal, donde sólo existía un huerto, de que se hace mención en las donaciones del rey D. Jaime: había además una acequia que bajaba desde la puerta del Cid e iba a perderse en lo que llamaban la rambla, junto a la puerta de los Judíos, tapiada hoy al lado del Picadero. En esta plaza de Sto. Domingo fue donde murió asesinado el barón de Albalat en 1808; aquí debió antes de este año levantarse un monumento al célebre Godoy. En esta misma plaza se admira el palacio del Excmo. Sr. conde de Cervellón: aquí se han hospedado los reyes D. Fernando VII y Doña Isabel II; en él se propuso a Fernando el restablecimiento de la inquisición; aquí firmó los famosos decretos que le hicieron memorable durante su permanencia de vuelta de Francia a Madrid. Aquí se alojó el mariscal Suchet, y aquí abdicó la reina Doña María Cristina la regencia de España. Junto a este palacio se eleva el de Rioflorido, hoy del marqués de Montortal, donde se hospedó el célebre D. Rafael de Riego; desde sus balcones arengó a la multitud.

La plaza de la Aduana contenía diferentes calles que fueron derribadas y comprados sus solares en tiempo de la dominación francesa. Por estas calles, hasta la plaza de las Barcas, atravesó el Turia en la inundación verificada en 27 de Setiembre de 1517.

La plaza de S. Francisco se hallaba hasta principios de este siglo plantada de árboles y de flores formando un huerto cerrado que pertenecía al convento de este nombre. La de Sta. Catalina se ha hecho famosa por haber sido asesinado en ella el gefe político D. Miguel Antonio Camacho en 1843. La de la Constitución, antes de la Paja y de la Seo, era el sitio destinado en otros tiempos para la egecución de las sentencias de muerte pronunciadas contra los nobles. Allí estaba la picota. En la misma existe la fonda de Europa, propiedad de los antiguos marqueses de Olmeda, donde estuvo hospedado el rey de Francia Francisco I. En la esquina de esta casa, mirando a la plaza, a unos doce pies del suelo, y cinco de un banco de piedra que ceñía el edificio, se conservó hasta el año 1843 una lápida que decía así en mala ortografía:


SEVA VNIONIS
RABIE SEDATA
SUB CAROLO. ET
GALLIS AFLICTIS.
EORUM Q. REGE CAPTO.
A. SAL. M.D.XXIV
HIERO. PERE. A CEMENTIS
INSTAVRABAT.

En esta misma plaza, y bajo los arcos góticos de la puerta de la catedral, que se llama de los Apóstoles, celebra todos los jueves en punto de los doce sus sesiones el tribunal de los acequieros. En la misma fue donde Pedro IV el Ceremonioso hizo beber el metal fundido de la campana de la Unión a los asesinos de aquella desastrosa guerra civil, y donde murieron decapitados los personages más notables de aquella época. En la calle de Caballeros hallaréis la casa del conde de Buñol, de donde hubo de huir saltando de tejado en tejado el famoso paladín D. Diego Hurtado de Mendoza en la sublevación de los agermanados en 1519. Algo mas allá y frente al callejón que da entrada a la iglesia de S. Nicolás, cortaron los mismos agermanados el brazo derecho a un sacerdote con la hostia en la mano puesta sobre la cabeza de un pobre, a quien se creía amigo de los nobles, derribando con el brazo del ministro del Señor la cabeza de la víctima. Al fin de la calle de Caballeros se daba principio a un barrio nuevo; por allí atacó y asaltó el Cid al tiempo de sitiar esta ciudad. Torciendo a la derecha iréis a buscar la Puerta nueva y llegaréis a la calle del Pas, o del Partit o del Muret; penetrad por él y hallaréis un espacioso huerto que tiene por límites las casas de la calle de S. José, la muralla, el huerto de la Corona, el de Ripalda y el de Ensendra; y sabed que todo este vasto perímetro fue en otro tiempo el sitio donde estaba la mancebía o burdel. Tenía tres calles y todas encerradas dentro de un muro, mandado construir por Pedro IV. Allí a la entrada vivió el famoso rey Arloth, a quien los fueros cometían el encargo de cuidar de las mancebas. Este establecimiento, organizado desde el siglo XIV, subsistió hasta los tiempos de Felipe IV. Los barrios contiguos hasta la parroquia de S. Miguel lo habitaron los moriscos.

La plaza del Mercado fue desde muy antiguo el punto destinado a los torneos, justas, fiestas de toros y otras diversiones públicas. Aquí se celebraron las encomiadas alcancías y juegos de cañas que se hicieron en Valencia en tiempo de Felipe IV: aquí se egecutó a los reos hasta que la reina Doña María Cristina abolió el castigo de horca. La calle de Gracia tiene una plazuela que se llama de Galindo, cuyo perímetro ocupaba la casa de Vicente Peris, uno de los gefes de los agermanados, y que fue arrasada después de su muerte en 1521, de orden del virey D. Diego Hurtado de Mendoza. En la misma plaza, y en la misma época, fue herido de muerte de una violenta pedrada, arrojada de la azotea de una casa el marqués de Zenete, cuyo sepulcro se admira en la capilla de los Reyes en el ex-convento de Sto. Domingo. La plaza de S. Jorge es célebre por haberse hospedado en la casa que fue de la familia Vilaragut, hoy colegio Valentino, el antipapa Benedicto de I.una: en la capilla de S. Jorge se reunió la primera junta de los agermanados en 1519. En la calle contigua dels Transits estuvo la capilla de la compañía del centenar de la Pluma, cuerpo de tropa organizado por el rey D. Pero III para custodia del estandarte o pendón de la ciudad. La calle de enfrente, llamada de Ballesteros, era el punto destinado para el tiro de ballesta, en el que obtenía un premio que consistía en una copa de plata el soldado más diestro en aquel egercicio. La calle de Sorolla se denominó así por haber vivido en ella el gefe más notable de los agermanados que se llamaba Guillem Sorolla, hijo de S. Mateo. El callejón del Vallet fue en otros tiempos uno de los puntos donde vivían las mancebas de los moriscos. Los baños del Almirante datan desde la invasión de los almohades: y en la calle de la Congregación fue donde asesinaron al célebre D. Ramón Boil en 1407: en una tablita de madera se pintaron unas figuras y la escena que tal vez se ofreció en la muerte del gobernador, causada por mosén Juan Pertusa y Gisberto Rexarch, colocándolas en la calle contigua; denominada después calle dels Santets, sin duda porque se ignoró el objeto de aquella pintura. Así al menos lo dan a entender las memorias manuscritas de Falcó, Antist y otros documentos inéditos de Sto. Domingo. En la calle de la Soledad, antiguamente de la Tabérna del Gall, entrando por la del Mar, y en la última casa a la izquierda nació el inmortal Luis Vives. En la misma calle y al comenzar la del Sagrario de S. Martín estuvo la casa de Moneda o de la Seca hasta los tiempos de Carlos I. En la calle de la Trench y esquina a la Pellería era de ver la gran piedra, donde tenía su asiento el Mustasaf (almotacén), funcionario notabilísimo e importante del tiempo de la constitución foral: el tribunal del justiciazgo criminal se reunía en la casa que hoy ocupa la administración de lotería de la plaza de la Constitución, pegada a la fonda de Europa. El almacén que ha reemplazado al teatro antiguo, junto a la puerta de la Trinidad, fue el alcázar donde se hospedó el Cid D. Rodrigo Díaz de Vivar. La casa, que hoy ocupa la fábrica de ebanistería de Don Carmelo Noguera, plaza de Pellicers o de la Escurá sirvió de asilo algunas veces para las mancebas públicas en la semana santa, mandadas encerrar aquellas por disposición de los fueros, y mantenidas a espensas del consejo de la ciudad. En la casa que llaman de la Fábrica junto al Carmen (hoy parroquia de Sta. Cruz) tenía su oficina el padre de huérfanos, autoridad respetable, elegida por los electores parroquiales, para velar y educar a los huérfanos hasta su mayor edad. La tradición supone que en la calle de Roteros vivió y pintó el gran cuadro de la Concepción el inmortal Joanes, y que era en la misma casa, núm. 20, donde vivía D. Manuel Benedito.

Además de estas memorias históricas que no nos es posible referir, y de muchas de que hablaremos en la Parte monumental, existen también varias lápidas religiosas, algunas consagradas a personas ilustres, muchas sepulcrales y una árabe. De las primeras se conserva una en la calle del Trinquete de Caballeros entrando por la plaza de la Congregación a mano izquierda después de la última casa que da a dicha plaza:


DEO. AETERNO
SACRVM
L. POMPONIVS
FVNDANVS
CVM SVIS OMNIBUS
VOTVM. L. A.
SOLVIT.

Los dos corazones con que termina la dedicación, indican los dos amores de Dios y del prógimo, en que consiste el culto de Dios eterno, vivo y verdadero.

No son así las lápidas religiosas que van siguiendo a ésta, y que seguramente son mucho más antiguas y pertenecientes al gentilismo en que estuvieron ofuscados los tarraconenses y edetanos, hasta que el apóstol de las gentes los iluminó con la luz del Evangelio, como lo atestiguan varios santos padres griegos y latinos. La más preciosa de todas es la que está en el pretil del río y sitio llamado la Pechina. Hallóse esta lápida en el cauce del río Turia o Palancia en el año 1759. Es una piedra de mármol negro que representa una ara de dos varas de altura. En la parte superior se ve de relieve una corona de laurel: dentro de ella un cuerno de la abundancia con el rayo de Júpiter, emblema que ostenta Valencia en todas sus medallas, y al rededor en letras de realce: COL. JUL. VALENCIA; y en la parte inferior y que sirve como de base:


SODALITIVM
VERNARVM
COLENTES. ISID.

Es cosa sabida que los egipcios adoraban a Isis y a Osiris: en aquella veneraban a la naturaleza genitriz de todas las cosas o a la madre de todos los seres, así es que la llamaban con el epíteto de Puellaris o niñera, y la pintaban rodeada de tetas. Esta era emblema de la tierra, que es la que alimenta a tantos hijos: así como en la persona de Osiris adoraban al genitor de todos los seres que es el sol. La comunicación de la Iberia con el Egipto, sube a los tiempos de Salomón, cuyas naves, saliendo del mar Rojo y doblando el cabo de Buenaesperanza y todo el Atlántico, venían a las costas tartesias a cargarse del oro y la plata que en ellas abundaba: y sea entonces, o sea en tiempo del imperio, una asociación o cofradía de esclavos a quienes sus amos permitían el libre uso de la religión, consagraron a Isis esta ara. Acaso esta lápida perteneció a la ciudad de Palantia, hoy Valencia la vieja, cuyos paredones y murallas, arruinadas por Sertorio a la vista de Pompeyo, se ven aun a la orilla del Palantia, no lejos de Ribarroja. Esta lápida debía ser litografiada, y varias veces lo he solicitado sin efecto.

No es menos merecedora de este honor, porque al cabo son preciosos monumentos de nuestra autigua escultura, una lápida que se halla en la casa de la dignidad de chantre, plaza de la Almoina, en el piso bajo, encarcelada junto al pozo entre las demás piedras sillares que foman la cárcel del glorioso mártir S. Vicente. Es una piedra de mármol negro, larga de cinco palmos y tres de ancha. En ella se ven grabados tres bustos de diosas fatídicas o adivinas, que eran adoradas por los celtíberos y celtas, como dice el Keisler; sus cabezas se ven coronadas con coronas radiadas, cada una con siete radios, sus cuellos con corbatas también de relieve como los rayos. Estos siete rayos, sin duda, significan los siete planetas, a cuyas iluminaciones atribuían sus inspiraciones fatídicas: entre el primero y segundo busto se lee esta dedicación:


FATIS.
Q. FABIVS.
NYSVS.
EX. VOTO.

No menos interesante a la historia es otra lápida religiosa que se ve en el esquinazo de la casa número 14, calle de la Abadía de S. Martín. Es una piedra de mármol blanco, cuyos caracteres, bastante cubiertos de jalvegadura, se han procurado limpiar y leerse en la forma siguiente:


M MARCIVS. M.
H. L. CELSVS
HERCVLEM. CVM.
BASILI. RATE. SVB.
SEN. SVO. M. M. IO
CON. NENEIS. SVI
NOMIN. D. D.

Cuyas siglas en mi juicio quieren decir: que Marco Marcio Celso, soldado de la España Lusitana, y otros soldados concordes con el mismo, dedican la estatua de Hércules, con basílica y una nave, regocijándose con cánticos en loor de su nombre o de su fama.

Es una conjetura muy verosímil que estos soldados lusitanos serían los de Viriato, que fueron los primeros edificadores y pobladores de Valencia. La dedicación con basílica y nave se hizo sin duda al Hércules Argonauta, muy posterior al primer Hércules Egipcio que vino a la Iberia, según Estrabon, antes que la visitaran los fenicios; es decir, más de diez y seis siglos antes de la era vulgar; el cual Hércules fue probablemente Túbal, llamado Hércules por los egipcios, de lo que hay muy sólidas conjeturas.

Otra lápida de la clase religiosa se halla en la pared de la capilla de nuestra Señora de los Desamparados, dedicada por el valenciano L. Cornelio Hygino, al dios de la medicina: es una piedra de mármol blanco en estos términos:


ASCLEPIO. DEO.
L. CORNELIVS. HYGINVS.
SEVIR
AVGVSTALIS

Al dios de la medicina que los latinos llaman Esculapio, los griegos generalmente le llaman Asclepio, como es de ver en S. Justino Mártir, cuantas veces habla de esta divinidad; y Tatiano dice que habiendo participado de las gotas de sangre de la cabeza de Górgona, estas le infundieron la medicina: pero S. Justino afirma que Asclepio la aprendió del Centauro Chiron, y que los gentiles creyeron que su habilidad llegó hasta resucitar los muertos. (Apolog. 1, núm. 54). Y Athenágoras nos dice, que por su mucha habilidad Asclepio fue declarado dios del arte de curar: pero que por ser muy amante del dinero, Júpiter le quitó la vida con un rayo, como dice Píndaro en la oda 3 de sus Pithias, donde también le llama Asclepio. Sin duda el valenciano Lucio Cornelio obtuvo del dios alguna curación milagrosa, y en testimonio de su gratitud le erigió en el foro valenciano esta memoria.




ArribaAbajoLápidas de personas ilustres

Pasando a las lápidas o memorias de personas ilustres que se conservan en Valencia, no podíamos dejar de comenzar por una que lo haya sido en más alto grado que el emperador Tito, hijo de Vespasiano, llamado por los romanos las delicias del género humano. A este emperador erigieron los valencianos una inscripción que se conservaba en tiempo del conde de Lumiares, que la copió en el convento de la Congregación y callejón interior que guía al campanario, y decía así:


T. IMP. VESPASIANI.
F. CONSERVATORI
PACIS AVG.

En la calle de Caballeros, esquinazo a la de las casas consistoriales, otra de esta clase dedicada a Caya, Julia, Valeria, Seya, Herenia, Salustia, Barbia, Orbiana, Augusta, cónyuge de nuestro señor Augusto, dedicada por los valentinos veteranos y véteres, en esta forma:




C. I. VALERIAE
SEIAE. HERENIAE
SALUSTIAE. BARBIAE
ORBIANAE. AVG.
CONIVGI. DOMINI NOSTRI.
AVG. VALENTINI
VETERANI. ET
VETERES.

Otra en la pared esterior de la capilla de nuestra Señora de los Desamparados, descubierta en 2 de Diciembre en 1652, actualmente muy desgastadas sus siglas, y leída por Lumiares en esta forma:


PIETATE. IVSTITIA.
FORTITUDINE. ET.
OMNIVM VIRTVTVM
PRINCIPI.
VERO CAESARI. GERMANICO
AVG. VICTORIARVM
OMNIVM. NOMINIBVS
ILVSTRI.
MARCO. AVR. PROBO. P. F.
V. C. PONTIF. MAX. TRIB.
POT. V. P. P. COS. III.
AELIVS. MAX. VIR. CLAR. LEGA
TVS. PRIM. VIRORVM. PROV.
HISP. TARRACON.
MAIESTATI. EIVS. AC.
NVMINI. DICATISSIM.

En la calle del Almudin, casa núm. 4, otra lápida de mármol negro, dedicada a Marco Mummio Senecion, Albino, varón clarísimo y patrocinador de los valentinos, veteranos y véteres.


M. MVMMIO
SENECIONI. ALBINO.
C. V. PONT. LEG. AUGG.
PR. PR. VALENTINI
VETERANI. ET
VETERES
PATRONO.

De otro M. Mummio Pretor hace mención Cicerón en sus Verrinas, lib. 3, núm. 53.

Para inteligencia de ésta y de otras dedicacionesen que suenan los nombres de los valentinos, veteranos y véteres, es del caso saber, que muchas ciudades de España se componían de dos clases o castas de pobladores, y por lo tanto se llamaban Disopolis o geminas, como de Emporias lo atestiguan Plinio y Tito Livio. La una clase era la de los españoles indígenas, y la otra la de los estrangeros domiciliados; y esto que sucedía en Emporias dice Estrabon que se verificaba en otras muchas ciudades: quod frequenter aliis civitatibus evenit. Una de estas sin duda era Valencia, la cual era habitada por los primeros pobladores lusitanos y celtíberos, soldados de Viriato, y estos se apellidaban véteres; y de los soldados cumplidos que había domiciliado Julio César cuando la elevó a colonia romana, y estos se llamaban veteranos. Y cuando la gratitud exigía que todos hiciesen honoríficas memorias a personas de alto poder, como a Senecion Albino, que había sido legado de los emperadores, pontífice y protector y varón esclarecido y patrano de los valentinos, se reunían los tonos y los otros. Así lo hemos visto en la dedicación a Cuia Julia Valeria y lo veremos en la inscripción que sigue:

En una lápida de jaspe de Buscaroz que se ve aún en la pared de los Desamparados, aunque se han gastado dos renglones, y lo que queda dice:


IULIAE. MAMAEAE
AVGG. MATRI
...................................
VALENTINI
VETERANI ET
VETERES.

En la misma pared se leen las siguientes, encontradas en 2 de Diciembre de 1652.


SERTORIE. Q. F.
MAXIMAE.
M. ANTONIVS. AVITVS.
UXORI.

Otra en el mismo sitio en esta forma:


SERTORIAE. Q. F.
MAXIMAE.
ANTONIA.. M. F. LEPIDA.
MATRI.

Otra de la misma familia y en el mismo sitio erigida a la sobredicha Antonia por Ana Telón su liberta:


ANTONIE. M. F.
LAPIDAE
ANA TELON
LIBERTA.

En los entresuelos de la casa canonical donde está la capilla de S. Valero, plaza de la Almoina, jaspe de Buscaroz:


MARTIA. P. F.
POSTVUMAE.
MESSENIAE.
LVCILLAE.
AEMILIA. C. P.
POSTVMA. F.
PESSIMAE.

En la misma casa y aposento que sirve de comedor en el piso principal, piedra del mismo jaspe, pero incompleta:


VIRIA, EAGE.
FABIA L. F.
GRATTIA.
MAXIMILA.

En la misma plaza, casa del rincón, junto a la Almoina, en la jamba izquierda de la puerta, tocando con la tierra, piedra de Godella, desgastadas casi todas sus letras, sólo se puede leer:


VIRIAE. ACTAE
AMPLIATAE

En la calle de Cabilleros, en la casa que vivió el canónigo Mayans, hoy imprenta de López, piedra de mármol negro:


L. VENVLEIVS.
SIBI ET. VENVHOEMI
UXORI
ET. VENVLEIO. ASIANO
FILIO.

Esta inscripción, que copiada por el conde de Lumiares en su colección, ha permanecido íntegra hasta nuestros días, y bien conservados sus caracteres, ha desaparecido para siempre; porque los albañiles al abrir una ventana en el mismo sitio donde estaba colocada, la hicieron pedazos. Así perecen y perecerán estos y otros monumentos de nuestra antigüedad: y si esto sucede en las ciudades cultas, ¿qué será en los pueblos?

Igual suerte le cabrá a la que se halla en la calle del Trinquete de Caballeros, al salir de la plaza de la Congregación, casa núm. 14, muy poco elevada de la cera, y que ya se va degastando por estar al alcance de los muchachos; piedra de mármol de Buscaroz con molduras, y dice así:


L. SCRIBONIO
EVPHEMO
SEVIRO. AVG.
L. RVBRIVS.
EVTYCHES:
AMICO.

Este Lucio Scribonio, al que su amigo Rubrio consagró esta memoria, era uno de los seis varones augustales que componían el senado de la colonia valentina.

Tenemos aquí un artista de vasos de plata, al que su muger Eteya, en memoria de su buena conducta para con ella, consagró esta memoria sepulcral. Otra dedicada por Herenia a Domicio Víctor, que murió a la edad de cuarenta y ocho años, está en el trinquete de juego de la pelota de la Encarnación; piedra de Ribarrojo que tira a mármol, copiada también por Lumiares.


D. M.
DOMITI. VICTOR.
D. F. AN. XLVIII.
HEREN.

Otra entrando desde la plaza de S. Francisco a la calle de las Barcas, en el esquinazo derecho, a poca distancia de tierra, y algo desgastada:


D. M.
CECILIAE. PRIMITIVAE
AN. XVII
ANT. ONESIO. PRIM.

Ha desaparecido parte de otra de mármol blanco que estaba colocada en la pared de la iglesia de S. Bartolomé, que mira a la calle de Serranos, donde aún se ve un trozo y comenzaba:


D. M.
MARCIA

Por último, dos lápidas, poco hace descubiertas, que inéditas y sueltas se conservaban hasta estos días esperando su suerte en el paseíto nuevo fuera de la puerta de Serranos, y que por mis repetidas instancias han sido trasladadas a las casas consistoriales: la primera comienza con estas siglas:


S. E. I. S. P.
D. M.
L. VINVLIVS.
PER. V
PRIMIG.
B. M.

Las cinco primeras siglas pueden significar: Sita est in sepulcro. L. Vinulio perfecto varón, consagró esta memoria a su esposa Primigenia, que la merecía bien.

La otra es también de la misma clase, y se ha podido descifrar en esta forma:


D. M.
JUL.
EUTIQUIAE.
BARBARAS.6
MARITUS.
B. M. D.

En fin, se conserva otra inscripción arábiga en la calle de Sta. Cruz, en el esquinazo que hace la casa núm. 6 a la calle de Sta. Eulalia, donde aún se ve la apertura que se hizo en la muralla de los moros el año 1372, según refiere el doctor D. Agustín Sales, a la foja 139 de su Relación del primer centenar de la colocación de la sagrada imagen de nuestra Señora de los Desamparados, impresa en 1767, y que era dueño de la casa en que se conserva. La tradujo del árabe al latín el doctor D. Miguel Casiri, y traducida por mí al castellano, dice así:


   En el nombre de Dios misericordioso
y misericorde: quedaos a Dios hombres:
el Dios fiel se ha compadecido de mí:
tenemos preparado el paraíso eterno.
El ausilio que llevamos viene del Dios
Omnipotente.
Aquí yace Mahamud Ben Mangied.
Allab. Bensamal Ben el Naseri.
que hizo esta profesión de fe.
No hay Dios sino el Dios eterno
e incomunicable: y Mahoma es su siervo
y Apóstol. El infierno es una verdad,
y el fuego, y el que en él cayere
No gozará.
Partió en la amistad de Dios
Y entregó su alma al Criador
En la tarde del jueves del mes
Giemadi el primero
del año 453.
Dios tenga de él misericordia.

Este año 453 de la Egira corresponde al año cristiano de 1061, y el primer Giemadi en que murió Mahamud Ben Mangied, corresponde al 23 de Enero nuestro.

Después de la lápida arábiga que acabamos de copiar y profesión de fe de un mahometano, parece justo que copiemos también la que es otra obra de religión y profesión práctica de fe del catolicismo valenciano; y es la que está colocada casi en la base del Migalet7

cerca de la puerta principal de la iglesia metropolitana. En ella se recuerda la época feliz en que comenzó a edificarse esta iglesia. Está en latín, y fue copiada por el célebre literato D. Francisco Pérez Báyer, en 6 de Febrero de 1782. Era entonces dignidad y canónigo de la misma iglesia: y dice así:


   Anno domini M.CCC.XXXIV. die Lunae,
qui fuit VII Kalendas Madii, festo Beati Marchi
regnate Alfonso8 Dei gratia Rege Aragon:
el Reverendo patre Domino R.º Valentinae
Ecclesiae Episcopo9 presidente in ea,
fuit presens ecclesia ad honorem
Beate Virginis gloriose incepta:
Venerabili Raimundo Ferraris canonico
Valentino existente rectore eiusdem,
qui primum lapidem apposuit in eadem,
cuius ecclesie benefactorum animae
requiescant in pace: amen amen.

En la esquina de la iglesia que fue de Sto. Tomás, en la calle de las Avellanas, existe otra lápida sepulcral, dedicada a la memoria de Pedro Prats, valenciano, que murió en 31 de Junio de 1291. Finalmente, se conserva una en la piedra que hace ángulo a la casa de la ciudad, frente a la calle del Reloj viejo, escrita en caracteres góticos, y en la cual se lee que se concluyó la sala del consejo y se dio principio a la de los CCC. en 1376, siendo jurados Bernardo Dalmau, Pedro Mercader, Jaime Jofré, Pedro Jovba, Martín de Torres y Pons de Pont.

El entendido anticuario y Dr. D. Miguel Cortés publicó ya todas las inscripciones romanas que se conservan en Valencia, y a su interesante artículo publicado en los Boletines de la sociedad de amigos del país, de quien tomamos las anteriores noticias, y a las eruditas disertaciones del conde de Lumiares remitimos a los lectores.




ArribaAbajoCosas notables.

El viagero debe observar la fachada de la casa que fue del marqués de Dos-Aguas, como una obra prolija de la escultura del siglo último en Italia, de donde vinieron las estatuas colosales de la portada; así como puede encontrar en la misma casa una hermosa colección de armaduras de toda clase, anteriores al siglo XVI, propiedad de la antigua familia de los Rabaza de Perellós: la fachada antiquísima de la casa-palacio que fue de los duques de Maqueda, hoy de la casa de Dos-Aguas, en la calle de las Avellanas, obra del siglo XIII, así como la mayor parte de este edificio gótico: la fábrica de filatura de los señores Pujals y compañía en la plaza de S. Lorenzo, y que en otros tiempos fue la suntuosa morada de la familia de Borja, y allí vivió Alejandro VI, y allí pasó sus primeros años S. Francisco de Borja; y allí estuvo de page de los duques de Gandía el célebre cronista Martín de Viciana. El palacio que era de la inquisición, junto a esta misma fábrica, conserva en su interior buenos restos de arquitectura ogival y escelentes bóvedas: aquí fue agarrotado de noche en 1808 el famoso canónigo Calvo, después de la horrible matanza de los franceses.

Los artistas encontrarán también, además de la academia y el museo que incluimos en la parte monumental, escelentes colecciones de buenos cuadros, de los mejores autores en el palacio del señor conde de Parsent, calle de D. Juan de Villarrasa; pinturas y armaduras en casa del señor conde de Ripalda, plaza de la Pelota; en la del señor marqués de la Romana, calle del Gobernador viejo; en la de D. Antonio Lacuadra, calle del Fumeral; en la de D. Francisco Carbonell, calle de las Barcas; en la del presbítero D. José Peris, calle del Gobernador viejo; en la de Don Simeón Montaner, calle del Embajador Vich; en la del comandante de este presidio D. Manuel Montesinos; en la de D. Baltasar Settier, calle de S. Martín; en la del señor pavorde D. José Matres y Torralba, calle de la Portería del Carmen; y otras menos numerosas, pero escogidas también, que se escapan a la investigación de los observadores.

Existen buenos libros, un escogido y casi completo monetario, ídolos, ánforas, lacrimatorios y antigüedades, en casa de D. José Fuster y Jordán, antiguo conserge de esta universidad y ahora su primer bedel, individuo de varias corporaciones científicas. El Dr. D. Juan Bernardón, posee una rica colección de manuscritos e impresos de heráldica, y una copiosa, rara y singular colección de árboles genealógicos de estimable valor: el viagero podrá dirigirse a la plaza de Luz y San Cristóbal, núm. 12.

En la calle de Gracia, núm. 101, existe también una preciosa colección de manuscritos, propiedad del entendido escritor D. José María Zacarés y Velázquez.

Podrán también los bibliógrafos hallar abundantes bibliotecas, además de la del colegio de las Escuelas Pías, del palacio arzobispal, del colegio del Patriarca y de la universidad, de que nos ocuparemos en la parte monumental, en casa de D. Vicente Lassala, calle del Pilar; en la del acreditado escritor D. Estanislao de Koska Bayo, calle del Almirante, núm. 13, y en la del príncipe Pío, plaza de la Pelota. Entre estos monumentos literarios debemos contar, en fin, la escogida biblioteca de D. Vicente Salvá.

Esta biblioteca se halla casualmente en la casa núm. 10 de la misma acera que ocupa la numerosa y selecta de la universidad. Como que se compone esclusivamente de escritores españoles o de libros impresos en nuestra península, no contiene más que unos 6000 volúmenes. La clasificación en que los ha dividido su poseedor, es la siguiente:

1.ª Libros de ediciones del siglo XV, caballerescos, cancioneros y romanceros. -Entre varios que pudieron citarse de los primeros, se halla un egemplar, acaso el mejor que existe, del Salustio de Valencia, 1475, que es el tercer libro impreso en España; la primera edición de la Crónica de Valera, Sevilla, 1482; el Tito Livio de la traducción de López de Ayala, Salamanca, 1497; las Constitucions de Cataluña y Furs de Valencia, de la primera edición, etc. De los segundos, que no bajan de 60 volúmenes, citaremos el Palmerín de Inglaterra, el Florombel de Lucea, el D. Florindo, seis ediciones diversas del Amadís de Gaula, la Gran conquista de Ultramar, etc. Y a los últimos pertenecen los Cancioneros de Juan de la Encina, Castillo y Resende. Tres ediciones diversas del Romancero general, varias colecciones de esta clase, antiguas y rarísimas, un número muy crecido de folletos góticos, que contienen nuestros primitivos romances y canciones, y opósculos de suma curiosidad. Permítasenos, en calidad de valencianos. hacer mérito de la Obra a llaors de S. Christòfol. 1498, y de la Vida de Sta. Magdalena en cobles, por Gazull, 1505; libros de que no se conoce otro egemplar, y el segundo, notabilísimo por su lujo tipográlico, se ha escapado a las pesquisas de todos los bibliógrafos nacionales y estrangeros.

2.ª Antiguo teatro español. -Comprende los autores que precedieron a Lope de Vega, todos los tomos de comedias de éste con los 48 de la Colección en cuarto, del siglo XVII, y los demás escritores del mismo siglo, y la mitad primera del siguiente, componiendo en todo más de 3000 dramas antiguos. No se echa menos casi ninguno de los citados por Moratín en sus Orígenes, y existen más de 30 de que él no tuvo noticia. Allí están todas las ediciones del Viage entretenido de Rojas, unas veinte de la Celestina; y de libros únicos o casi únicos, los Amantes de Teruel de Rey de Artieda, la segunda y tercera Celestina, en cuarto, las Comedias de Juan de la Cueva, el Deleitoso de Rueda, la Propaladia de Naharro, la Tebaida y la Serafina, la Selvagia, la Pródiga, y por fin, las Comedias de Guillen de Castro, de Romero de Cepeda, de Alonso de la Vega, de los cuatro poetas naturales de Valencia, etc. etc.

3.ª Poetas. -Difícil será buscar alguno que no esté allí, y a veces de todas las ediciones que han salido, como sucede con el Ausias March y el Jaume Roig. Es quizá único el egemplar de las poesías de Moner, y no puede disputarse este título a las Instituciones de la Academia de los nocturnos de Valencia, que abrazan también las actas de sus sesiones, y todas las composiciones que en ellas leyeron los poetas mas célebres de fines del siglo XVI. Es el original que tenía esta reunión de ilustres literatos.

4.ª Novelas y libros de entretenimiento. -Pocas faltan de las mencionadas en los catálogos de Padilla y en el escrutinio de la librería de D. Quijote, siendo cuarenta las ediciones diversas de este inmortal libro. Están todas las nueve de la primera parte que precedieron a la publicación de la segunda, y todas las de rareza o de lujo que han salido a luz dentro y fuera de la península.

5.ª Historia de España. -A las generales de ella, a las particulares de sus provincias y a las crónicas de los reyes o personages ilustres, se agrega un sin número de documentos inéditos, muchos de ellos de mano de nuestros antiguos historiadores; autógrafos de sugetos de la más alta categoría, y dibujos de monedas, sellos, etc., de nuestros primeros monarcas. Citaremos, como artículos especiales la Historia de los condes de Urgel, escrita de mano de D. Jaime Villanueva, inédita todavía.

6.ª Historia de las posesiones españolas en América, Asia y África. -El colector se ha circunscrito a lo más selecto, y sin embargo no bajan de 100 volúmenes los que tiene reunidos, distinguiéndose por su rareza el Nuevo descubrimiento del río de las Amazonas, del P. Acuña, y las Virtudes del indio, del Ilmo. Sr. Palafox, y la Historia de la conquista de Chile, inédita, escrita de mano del P. Rosales, su autor.

7.ª Historia de Portugal, Italia, China y otras naciones fuera de las mencionadas. -Esta categoría presenta los tres tomos del Mármol, la Historia de Etiopía de Almeida, el Barros, Conto y Costanheda de las ediciones príncipes, y cien otros, tan buscados como ellos por los bibliómanos.

8.ª Genealogía, heráldica y bibliografía. -Descuella entre los libros de esta clase el volumen de la Nobleza de Andalucía, regalado a su hijo por Argote de Molina, con su retrato dibujado por Pacheco, un resumen de sus servicios, escrito de su mano, los escudos de armas iluminados, y un mapa de Jaén que no hemos visto en otro egemplar.

9.ª Libros de diversas creencias religiosas. -Posee lo notable de esta clase tanto por las muchas ediciones antiguas de la Biblia en castellano, y algunos tratados en esta lengua de sugetos que abjuraron la fe católica, como por los testos primitivos de nuestros escritores ascéticos, como Sta. Teresa, el maestro León, S. Juan de la Cruz, el venerable Granada, Nieremberg, Malon de Chaide, etc.

10.ª Miscelánea. -Se conocerá la importancia de esta sección, considerando que entran en ella nuestras obras antiguas de medicina y cirugía, geografía, astronomía, náutica, arte militar, gineta, esgrima, música, los de cetrería y caza, los del arte de escribir, de juegos, etc.; y de cada ramo de estos hay los artículos más preciosos que se conocen, y algunos que no son conocidos.

11.ª Diccionarios, gramáticas y libros de refranes. -Encuéntrase aquí el Vocabulista del P. Alcalá, los Refranes de Malaza, el comendador Núñez, Valles y otros, y los Diccionarios de Lebrija de las primeras ediciones, de Larramendi, el grande de la Academia, el de Terreros, etc.

12.ª Las obras de D. Vicente Salvá, como autor o editor. -No sólo ha tenido la curiosidad, poco común, de guardar un egemplar de ellas, sino que muchas veces está tirado en un papel especial, distinto del resto de la edición.

Dejaríamos incompleta la breve reseña que nos hemos propuesto dar de este conjunto de preciosidades, si no añadiésemos dos circunstancias suyas muy particulares: es la primera la belleza de los egemplares, pues casi todos los libros modernos, y aun algunos de los antiguos, son en gran papel o de márgenes muy espaciosas; y la segunda, que su dueño, si bien no ha perdonado diligencia ni gasto para reunirlos, ha andado menos escaso en ataviarlos con el rico trage que les corresponde. Porque la magnificencia de las encuadernaciones compite con el valor de las obras, y dudamos que la biblioteca de ningún grande, y acaso la de ningún potentado, ofrezca un lujo tan deslumbrador. Alternativamente ocurren las originales y antiguas encuadernaciones por el estilo de las de Thou, mezcladas con las sólidas de Derome, las justamente buscadas de Roger Payne, y las espléndidas o severamente sencillas (no por eso las menos apreciables) de Mackenzie, Lewis, Bozerian, Duru, Thouvenin, Purgold, Thompson y Bauzonnet, que con lo bello de las cubiertas han logrado evitar que las joyas literarias se deterioren o perezcan, por ignorantes que sean las personas en cuyas manos caigan, después de haber pasado por las suyas.