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Manuel Ugarte. Tomo II: De la liberación nacional al socialismo [Selección]

Norberto Grasso






ArribaAbajoCapítulo XVI (1943-1946)


ArribaAbajoA. «¿Mis campañas antiimperialistas me condenarán al ostracismo hasta la tumba?»

Transcurre el invierno de 1943. Escritores Iberoamericanos de 1900 ya ha sido publicado, recibiendo muy buena acogida de la prensa de Chile. En Buenos Aires, la revista Nosotros, a través de su director, Roberto Giusti, rechaza la tesis general del libro sosteniendo que en la Argentina no existió nunca una atmósfera rarificada para el escritor y que sólo la neurastenia o el cáncer empujaron al suicidio a Lugones, Quiroga y Storni. Giusti, compañero de partido de Federico Pinedo, coincide con éste en que fueron gloriosos «los tiempos de la República» y fabula una versión rosada del país hundido en la Década Infame. Por supuesto, este literato distraído ignora que en 1932 la estadística arroja, para la ciudad de Buenos Aries, casi dos suicidios por día y además no ha experimentado en su plácido conformismo ese «dolor de escribir» que sufrieron Ugarte y sus amigos.

Por esos días llega a Viña del Mar una carta de Soiza Reilly. Ha leído el libro, lo juzga «hermosísimo» y agrega: «Lástima que uno se quede con las ganas... Y pensar que un talento como usted, un hombre que hace honor al país, tenga que ir a vivir a la casa, de al lado. Aquí estoy gritando esto en todas partes. La Argentina es un país gigante de Gulliver, pero cuyos hombres dirigentes capaces de ayudar a los escritores son piojos de Liliput. Y termino con Liliput para no terminar liliputiando. Un abrazo».1

La situación de Ugarte continúa siendo difícil. Alguna que otra colaboración periodística y algún esporádico derecho de autor no cubren las necesidades domésticas. Pide entonces a sus amigos Gastón Talamón y Juan Rómulo Fernández que traten de hallar una solución para él en Buenos Aires. «Ojalá lo consigan. Acabo de cumplir 68 años y estoy llegando al término de la resistencia. Por contingencia de política local se ha interrumpido el apoyo que hasta ahora encontré aquí. ¿Me condenarán las campañas de 1912 al ostracismo hasta la tumba?»2. Y se queda, en su torreón solitario, saliendo muy de tanto en tanto, enfrascado en sus libros, leyendo atentamente los periódicos del día, haciendo apuntes. Su neutralismo resulta cada vez más difícil de sostener ante el curso que toma la guerra: después del desastre alemán en Stalingrado, las fuerzas de Hitler pierden terreno en todos los frentes. La aliadofilia crece y se manifiesta de manera exultante. De nuevo sindicado como progermano, Ugarte se halla incómodo en esa ciudad de ricos veraneantes, la mayor parte descendientes de ingleses. Acentúa entonces su ensimismamiento y rehúye casi todo contacto social. Proyecta retomar los apuntes de La reconstrucción de Hispanoamérica, pero su salud está quebrantada y le faltan fuerzas.

Todos los días asciende la escalera que lo conduce a las terrazas y allí se sienta, en la ladera del cerro. Su mirada se recuesta sobre el Pacífico y mientras su mente se puebla de recuerdos y fantasmas, permanece estático, viendo subir la noche desde la ciudad, hasta que se encienden allá lejos las lucecitas de los barrios pobres, en lo alto de Valparaíso. «A la entrada de los 70 años, con la presión arterial y el corazón en el estado que corresponde a las contrariedades sufridas, empiezo a vislumbrar el epílogo de esta vida mía, entregada desinteresadamente al culto de nuestra América. En realidad, estoy expiando el honroso delito de haber defendido al continente cuando se halló amenazado y la imprudencia de adelantar fórmulas que fueron incorporadas después, en parte, a la política de nuestros pueblos... Pero pese al viento adverso, no abrigo resentimiento contra nadie»3. Supone que el hilo de su existencia está por romperse. Había dicho en Escritores Iberoamericanos: «Escribo este libro con la seguridad que da la proximidad de la muerte...»4.

En efecto, su vida parece irse apagando, adquiriendo lentamente el tono menor que anuncia la proximidad del fin. Sin embargo, varios sucesos acontecidos en la Patria Grande quiebran su estado de somnolencia y casi de entrega. La esperanza reverdece ahora en su espíritu aventando la tristeza y el cansancio: en diciembre de 1943, un movimiento acaudillado por el coronel Gualberto Villarroel desplaza del poder en Bolivia a la «oligarquía rosquera», con el horror del imperialismo y la habitual incomprensión de la izquierda cipaya. Poco después, una revolución derroca a Ubico en Guatemala y abre el camino del poder a Juan José Arévalo, que lo había visitado poco tiempo atrás: «Manuel Ugarte fue el maestro de todos nosotros en la dura lucha por nuestra dignidad... Lo conocí en Santiago, en 1943, en ocasión de mi paso hacia Guatemala... He sido un devoto lector de sus libros»5.

Desde la Argentina, Gálvez le describe el panorama político y le señala la actitud antialiada de los militares que han tornado el poder. La ilusión de regresar a la patria chica lo aprehende y comenta esos deseos a su amigo. «Me dice que usted viene para acá -le contesta Gálvez en agosto de 1944-. Entonces, escríbame. Dígame cuánto estará en Buenos Aires y en dónde piensa alojarse... Aquí las cosas andan bien. Pero siempre hay el temor de que, ante las exigencias que usted sabe, haya alguna aflojada fea. La presión de los traidores y vendidos es enorme. He recordado su campaña famosa, hace poco, en un artículo. Creo que usted, por sus vinculaciones americanas, puede hacer un inmenso bien al país. Un gran abrazo»6. Contrastando con estos informes alentadores, Ugarte recibe desde Buenos Aires, en octubre de 1944, una triste noticia: ha fallecido un entrañable amigo y compañero de lucha de toda la vida. «-Y ha muerto en su ley», susurra Ugarte al conocer los pormenores del suceso.




ArribaAbajoB. La última altivez de un enemigo del imperialismo

El 8 de octubre de 1944 llega a Buenos Aires un turista moreno, mezcla de poeta y D'Artagnan que un día resumiera su vida en estas palabras: «Me he casado diez veces, he publicado cincuenta obras y he librado once duelos, en los cuales he dado muerte a cinco de mis adversarios»7. El gran patriota, que viene de recorrer varios países de América, está asqueado por el servilismo de los gobiernos ante los yanquis y admira a los gobernantes argentinos surgidos de la revolución. «Era para mí impresionante ver cómo el hombre a quien se creía enemigo de la Argentina hablaba de nuestra patria -recuerda Gálvez-. Venía a quedarse entre nosotros, porque solamente aquí se podía vivir... Tengo la convicción de que vino a Buenos Aires para morir en el único país americano que estaba libre de la tutela yanqui»8.

«Está viejo y enfermo; se aloja en el Hotel City. Una noche, al bajar hacia la salida, lo hace en el ascensor junto a tres hombres de negocios que conversan de política con acento yanqui. El hombre moreno escucha la conversación de los negociantes que se explayan despectiva e injuriosamente contra el gobierno de los militares nacionalistas. Sus ojos centellean por un momento y su espíritu de Quijote se yergue en defensa de su América Latina humillada, de esa Patria Grande que es el objeto principal de su vida, "los enfrenta entonces y les descarga como un latigazo: Gringos hijos de puta..." Se da vuelta y sale luego tranquilamente, con el abrigo en la mano, en busca de las calles porteñas. Fue posiblemente la última altivez de Rufino Blanco Fombona»9.

Una semana más tarde -casi un año antes de aquel 17 de octubre que tanto le hubiese gustado ver- se apaga la llama del insobornable luchador latinoamericano. «Se hicieron gestiones para velarlo en la Sociedad en Escritores, pero no recuerdo qué inconveniente ponía Martínez Estrada y fue llevado al Círculo de la Prensa. Se hicieron presentes unas cuarenta personas... Los diarios no hablaron con entusiasmo del gran muerto. La Nación no abrió la boca. La Prensa mintió que el culto a Bolívar lo condujo a una "idolatría elegante, pero excluyente". Crítica, vendida a los yanquis, dijo que Fombona había abandonado su patria a consecuencia de su "disconformismo atrabiliario" y que habiendo brillado hacía unas décadas con discreto fulgor, ahora estaba arrumbado en el desván de las cosas pasadas de moda... Sólo El Mundo le juzgó bien, al hablar de su "amor ardoroso por la verdad y la justicia"... Era un grande de América»10.

La muerte de Rufino provoca un gran dolor al refugiado de Viña del Mar. Sólo él conoce todo lo que luchó Fombona por la unidad latinoamericana, lo que le costó levantar sus dos editoriales, Ayacucho y Andrés Bello, a través de las cuales divulgó la historia y la literatura de la Patria Grande. Sólo Ugarte puede comprender -porque las ha sufrido en carne propia- las penurias del permanente destierro, el boicoteo de los diarios vendidos al imperialismo, la entereza de espíritu necesaria para enfrentar a los más enormes poderes de la tierra durante años y años, con una incorruptibilidad y una energía formidables. «La última carta que me había escrito este desequilibrado magnífico que fue Rufino Blanco Fombona, vino desde Montevideo, donde actuó, al final de su vida, como ministro de Venezuela. Después no supe más de él. Hasta que leí la noticia de su muerte. Por una travesura del destino, cayó en Buenos Aires, ciudad donde nadie le quería, porque, con razón o sin ella, atendiendo a su sinceridad, puso en tela de juicio muchas cosas que parecían intachables. Pero las represalias ocasionales no disminuyen la irradiación durable de una obra. Blanco Fombona quedará entre los más grandes escritores de la generación del 900. Con responso o sin él»11.




ArribaAbajoC. La revolución nacional en la Argentina

1945. Hitler está perdido y la guerra mundial se acerca a su fin. El imperialismo yanqui se prepara para convertirse en líder del mundo capitalista. En la Argentina, arrecia la oposición aliadófila contra el gobierno militar. El coronel Perón -vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo- controla los resortes más importantes del poder y se ha convertido ya en el amigo de los obreros. El Ejército sufre la enorme presión de los viejos partidos democráticos y frente al ala nacionalista y popular que apoya a Perón, crece la fuerza del sector ligado a la Argentina Agraria. La situación es tensa, pues los Estados Unidos e Inglaterra han retirado sus embajadores y juegan abiertamente la carta golpista. Los intelectuales baten el parche de la libertad y acuden a las Naciones Unidas para que «aplaste la hidra fascista en la Argentina»12. Socialistas y stalinistas se abrazan con los personeros de la oligarquía ganadera para combatir al nuevo caudillo que habla de justicia social.

Ugarte sigue atentamente los acontecimientos desde Viña del Mar, a través de los diarios y de la correspondencia periódica que le envía Gálvez. En julio de 1945, la revista La nueva democracia lo interroga acerca de Argentina. La respuesta es prudente, aunque trasluce sus reservas hacia el gobierno militar. «Cuanto se diga sobre la corrupción de los partidos es verdad. Yo mismo puedo dar fe de ello puesto que me separé del grupo en que militaba a causa de intrigas de comité. Pero al condenar los errores en que puede caer la democracia, no me alejé de la democracia y sigo siendo el hombre que defendió ideas avanzadas en épocas heroicas... Nadie puede pronunciarse contra la democracia. Lo que sucede es que hay que llevar la democracia al terreno de las realizaciones, hay que sanear los procedimientos... Mi convicción es que en la Argentina, como en el resto del mundo, la realidad nos empuja hacia la izquierda... El gobierno militar argentino no cuenta con el apoyo de todo el ejército. Tiene el concurso de parte del ejército, núcleos civiles nacionalistas y cierto sector obrero. La oposición reúne partidos que ayer se combatieron y hoy están de acuerdo para restablecer las formas republicanas, aunque no para conciliar la ideología... El gobierno fue apoyado, al principio, por la opinión pública, pero perdió ese apoyo cuando se lo vio imitar tardíamente los sistemas que se desmoronan en Europa... Me parece un error muy peligroso hostilizar al comunismo. No deben ofuscarnos los acentos de la Internacional. La Marsellesa hizo temblar también en los comienzos a los timoratos del mundo. Después, hasta los reyes la escucharon respetuosamente... Yo he sido siempre muy argentino y muy latinoamericano. Pero entiendo que el nacionalismo regional de cualquiera de nuestras repúblicas sólo puede ser vana especulación sin base étnica y sin fundamento histórico... Además, la obstinación en seguir buscando inspiraciones en las tumbas de Mussolini o de Hitler, sólo puede llevar a una catástrofe»13. Poco después, mejor informado sobre lo que ocurre, escribe a Gálvez: «El proyectado viaje a Buenos Aires queda postergado nuevamente. No sé cuándo iré. Si yo tuviera la certidumbre de poder ser útil en algo al país, lo haría en seguida. Pero temo que, por el contrario, dada la campaña ruidosa de toda mi vida, resulte indeseable, por ahora, mi presencia. En las actuales circunstancias, hay que evitar cuanto pueda aumentar las dificultades... No es un sacrificio permanecer en silencio y a la sombra cuando algo de lo que soñamos se concreta y alza el cuello... Lo que podría hacer ahora alguna editorial de Buenos Aires sería reeditar El destino de un continente o El porvenir de la América Latina»14.

Un mes más tarde, la clase obrera argentina irrumpe en la historia: es el 17 de octubre de 1945. La avalancha proletaria elimina todo posible rasgo fascista en el grupo militar, otorgándole un contenido nacional-democrático indiscutible. Perón nace ese día como caudillo popular. Todo acuerdo palaciego resulta imposible y el gobierno convoca a elecciones generales para el 24 de febrero de 1946. Poco antes del acto comicial Ugarte declara a El Mercurio: «El movimiento de 1943 estuvo justificado por tres razones: a) el desorden administrativo que daba lugar a lamentables irregularidades y exigía medidas de salud pública, b) la resistencia a toda reforma opuesta por el sector tradicional del país, c) la desorientación de los partidos políticos que sólo se esforzaban por satisfacer ambiciones de dominio, sin cumplir las promesas y sin construir nada, circunstancia que dio lugar al alejamiento de la opinión... Si a esto añadimos el deseo que tiene la masa nacional de embarcarse hacia nuevas posibilidades sea cual sea el navío, con tal de alejarse del puerto de las desilusiones, tenemos explicado el apoyo que la opinión pública prestó al pronunciamiento oficial... Personalmente sigo siendo, como lo fui toda mi vida, partidario de la democracia y de una evolución sin término hacia fórmulas cada vez más avanzadas. Pero hay que contemplar los dos aspectos del problema... Una vez realizado, sin oposición, el golpe militar, los que se presentaban como reformadores cometieron el error de adoptar modalidades de expresión y de acción que se parecían demasiado a las que fueron barridas en Europa... Así empezaron a conglomerarse en contra todas las fracciones políticas, en un empuje por defender las libertades elementales. La tradición argentina y la temperatura actual del mundo tenían que provocar esa reivindicación de la democracia constitucional. El mismo coronel Perón dio una bandera prestigiosa a sus adversarios y la lucha se planteó, en cierto modo, aparentemente, entre la reacción totalitaria y la democracia moderna, aunque en realidad no resultase tan simple el debate como a primera vista parecía... Si miramos bien, vemos que intervinieron elementos y finalidades complementarias. El flamante Partido Laborista propició y obtuvo, para las clases trabajadoras, beneficios efectivos que se comprometió a ampliar en forma revolucionaria, cosa que los demás partidos sólo dejaron entrever en el plano de los proyectos remotos... Como reacción lógica se volcaron al campo de la democracia los intereses vulnerados por esas reformas, reformas justas y necesarias ya que la Argentina es un país fundamentalmente atrasado en cuanto se refiere a la legislación social. A esta modalidad se añadió una fuerte tendencia nacionalista, justificada en cuanto se refiere a la defensa económica y a la preservación de las distintivas hispanas, pero artificial en cuanto pudiera tender a suscitar patrioterismos regionales en América... Frente a estas iniciativas nuevas en la política argentina, se levantaba, sin embargo, el prestigio de las fórmulas constitucionales dentro de las cuales se forjó la nacionalidad. A ello se sumaba el ascendiente que ejercen en determinados sectores los partidos socialista y comunista. Se formó así una gran aglomeración que impuso respeto y atrajo voluntad, aunque a su sombra pudieran cobijarse también egoísmos conservadores y sugestiones ajenas. Una grieta profunda dividió a los argentinos en dos porciones más o menos equilibradas y la lucha pareció en un momento irremediable... Se puede decir que, con su imparcialidad, el ejército ha salvado la paz. Ahora sólo cabe esperar el fallo de las urnas»15. Y las urnas son terminantes ese 24 de febrero: Perón-Quijano: 1.517.744 votos; Tamborini-Mosca: 1.207.155 votos.

Cuando los resultados del escrutinio definitivo llegan a Chile, se apodera de Ugarte una enorme alegría. Tiene ya la convicción de que la Revolución Nacional se ha puesto en marcha en la Argentina y desde ese momento sólo piensa en regresar.

La escasez de recursos dilata por unas semanas el viaje, hasta que la Editorial Orbe le abona unos derechos de autor. Abandona entonces aquel refugio de Subida Mackenna donde ha permanecido casi literalmente los últimos siete años. Y emprende con Teresa el retorno. El día de la partida se encuentra con el escritor chileno Guillermo Quiñones Alvear en la plaza central de Viña del Mar. «El que había poseído una fortuna en su juventud -recuerda Quiñones- me hizo este comentario: "Regreso con sólo esta maleta. Allí llevo unos cuantos pares de calcetines, unas camisas y unos calzoncillos. Ése es todo mi haber, Guillermo"»16. Pero a pesar de tantas desazones y angustias, Ugarte está contento. Vuelve a su Argentina y ella ya no es una semicolonia dirigida por la oligarquía entreguista sino que está en pleno proceso de liberación nacional. Sus viejas banderas ondean alto en la patria chica17.




ArribaAbajoD. «Hay que hacer la industria pesada, mi general...»

El 13 de mayo de 1946 Ugarte llega a Buenos Aires. Al día siguiente declara a Democracia: «Creo que ha empezado para nuestro país un gran despertar. Es imposible prever lo que será capaz nuestra tierra bajo un gobierno que administre al fin y fomente las energías nacionales. Antes de esta elección hubo mucha confusión, pero basta ahora un detalle para calificarlo. Cuando los que se atribuían el monopolio de la democracia tuvieron que reconocer que Perón ganaba en los distritos esencialmente populares, empezaron a cifrar su esperanza de rescate en la influencia que podían ejercer en los barrios céntricos. ¿Qué democracia es ésa, que necesita esperar el asfalto para defender su credo y reniega de la opinión de las zonas esencialmente proletarias? Esto pone en evidencia que la palabra democracia no respondía a su contenido. Más democracia que la que ha traído Perón, nunca la vimos en nuestra tierra. Con él estamos los demócratas que no tenemos tendencia a preservar a los grandes capitalistas y a los restos de la oligarquía... En el orden exterior se ha levantado al fin la bandera de la dignidad nacional... En nuestra América, las doctrinas políticas y especialmente el izquierdismo apócrifo, fueron utilizados con frecuencia por el imperialismo para eliminar a los gobernantes que se negaban a inclinarse. Así derrocó el imperialismo a los que detenían su acción. Y el resultado fue que, cándidos o culpables, los políticos entregaban en nombre de "la libertad" los destinos del país al extranjero... No soy más que un sociólogo y no tengo aspiración política. Pero he vuelto al país para participar en la alegría argentina y para saludar al gran patriota que ha sabido hacer triunfar al movimiento»18.

Poco después, lo reportea la revista Ahora: «He venido a ver -responde- con mis propios ojos y a oír con mis oídos todo cuanto ocurre en mi país... Vuelvo con la alegría de la renovación. Se ha reanudado la inspiración de las grandes épocas. Después de dos guerras que cambiaron la estructura del mundo, no era posible seguir dormitando en la inmovilidad. Se ha abierto una era nueva y dentro de ella hay que evolucionar... Empieza una Argentina nueva... Las causas del triunfo laborista fueron el desprestigio de los políticos profesionales, el cansancio de la masa nacional, harta de marcar el paso durante largos años y las preferencias, claramente expresadas desde el extranjero, en favor del conglomerado que se atribuía el monopolio de la democracia. En lo que se refiere a las injerencias extrañas, me pregunto: ¿Cómo justificarán mañana los partidos vencidos esta aceptación de un apoyo a todas luces incompatible con la altivez argentina?... Creo, en principio, en la necesidad de cultivar el panamericanismo y mantener relaciones cordiales con los Estados Unidos. Esto es, sobre la base de una verdadera fraternidad, a condición de que el panamericanismo sea respetuoso de nuestra autonomía y admita que la Argentina ha llegado a su mayoría de edad. No hay autonomía a medias. O existe. O no existe. En el orden interior debemos resolver nuestros problemas sin intervención de nadie. En el orden exterior, no somos el vagón irresponsable que la locomotora arrastra sin decir adonde lo lleva. Algunos, basándose en mis conferencias y libros antiimperialistas, me acusaron de ser enemigo de los Estados Unidos. Es una afirmación absurda. ¿Cómo voy a ser enemigo de la patria de Washington? Lo que ha pasado es que yo empecé a combatir la política imperialista antes de que llegase hasta nosotros, cuando todavía se limitaba a hacerse sentir sobre las repúblicas del Caribe. Entre 1913 y 1920, cuando hice una gira de conferencias desde Méjico hasta el sur, el fenómeno para los observadores superficiales parecía localizado. No faltaron en la Argentina los que dijeron que nosotros nada teníamos que temer. Yo sostuve, en cambio, la tesis de que se trataba de una operación global. Y al levantarme contra la acción del imperialismo en Centroamérica y Méjico defendí el futuro de mi tierra. Tengo el orgullo de haber previsto la realidad actual. Lo que hoy nos ofrecen, es una situación de subordinados, no sólo en el plano político sino hasta en el plano militar, puesto que si se impone el plan de defensa del presidente Traman, pasaremos a ser un vivero de tropas coloniales al servicio de intereses que nada tienen que ver con las nuestras... Ahora, tal vez, vuelva a mi silencioso refugio de Viña del Mar, o tal vez quede en mi patria, ya que en ella hay ahora un aire más puro para respirar»19.

A la semana siguiente -el 31 de mayo de 1946- Ernesto Palacio lo introduce en la Casa Rosada para conversar con Juan Domingo Perón. «El presidente esperaba en la puerta, sonriendo, con la mano extendida... No dijo, ni me dejó decir, ninguna de las frases rituales. Manifestó que me conocía en términos que colmaron la inevitable vanidad del escritor pero no se detuvo en el adorno y nos ubicó en seguida en dos ángulos del sofá, mientras él se sentaba en un sillón con agilidad juguetona, como si se encontrase entre viejos compañeros... Mientras saboreábamos el café, elogié el nuevo estado de cosas en cuanto tendía a realizar los dos ideales de mi vida: restablecimiento de la dignidad nacional y reformas obreras tangibles, añadiendo que, dentro de ese campo de acción, me declaraba soldado a sus órdenes... Tan sin resistencia era la atmósfera que me llevo a salir del papel que protocolarmente me correspondía, invadiendo jurisdicciones, refiriéndome al ostracismo en que he vivido durante largos años y hasta insinuando derroteros, cosa que podía parecer destemplada en una visita inicial. -Usted me perdonará, presidente -dije, deteniéndome al advertirlo-, pero su cordialidad incita a decir todo lo que uno piensa y como no he sido nunca adulador.... -Siga, siga -contestó Perón-, que en vez de una irreverencia, vio un homenaje en la libertad de expresión. Fuimos así rozando los problemas y los peligros que tendrá que afrontar el nuevo gobierno. Charla sin precauciones, sin reservas... Yo expresé mis puntos de vista. El presidente, asintiendo unas veces, discrepando otras, oyó con la misma deferencia campechana lo que decía Ernesto Palacio, diputado por la Capital, y lo que opinaba el escritor viajero... El Presidente nos habló de su campaña para lograr el abaratamiento de la vida, campaña que está resuelto a llevar hasta el fin, haciendo intervenir al ejército, si es necesario, y entregando las fábricas a los obreros. Se refirió a la electrificación del país, a la necesidad de dar agua a las provincias pobres y a la situación especial de la Argentina exportadora de productos vitales que, bien manejados, pueden pesar en la política internacional. Después saltamos al tópico de la futura gran Argentina industrializada, para el éxito de la cual parece indispensable ante todo la implantación de una industria pesada y yo evoqué el viaje que hice a Rusia en 1927 invitado por el Soviet. A mi juicio -dije- la Revolución Rusa se afianzó en el mundo y se defendió de todas las intrusiones con ayuda de la industria pesada... En cuanto a la doctrina comunista, se va ajustando gradualmente a las realidades y no constituye peligro para ningún país. Por el contrario, tiene aspectos felices, utilizadles en cualquier parte del mundo... Se habló luego de los gobiernos anteriores que improvisaban sin plan, al influjo de intereses particulares, enemigos del bien colectivo... Sin que decayese la vivacidad del diálogo, seguimos tratando muchos temas... Cuando se hicieron las ocho y treinta y cinco nos despedimos. Perón nos acompañó cordialmente hasta la puerta del despacho y al estrecharme la mano dijo: -No me olvidaré de usted...

«...Mientras intentábamos conseguir un taxi en Plaza de Mayo, Ernesto Palacio me preguntó: -¿Cuál es su opinión?

«-Tenemos un gran presidente -le dije-. Es sagaz, enérgico y está dotado de una astucia peligrosa para los adversarios v hasta para los visitantes... Mi convicción es que hará en el orden interior y en el orden exterior cuanto es posible para independizar al país y lo que más me impresiona en su palabra es la voluntad categórica, que se advierte, de lograr una independencia integral...

«Al día siguiente supe que Perón dijo, refiriéndose a mí: -Me ha hecho una impresión excelente. Hay que incorporarlo y utilizarlo dentro de la revolución...

Estas palabras marcan un cambio de atmósfera. Porque, sin quererlo, fui, por oposición, el barómetro que marca el grado de condescendencia frente a las influencias extrañas. Bajo gobiernos anteriores no hubo para mí ni una cátedra de literatura. ¿Tendrá Perón la fuerza suficiente para romper el círculo de hierro que ahoga a los que combatieron al imperialismo? Más que por mí, lo deseo por lo que puede significar nacionalmente, como afirmación de un programa. El significado histórico de esta hora es un despertar de la conciencia. No ha de sorprender que esperemos otros procedimientos y orientaciones. Salimos de una pesadilla en que, con pretexto de ideas generales, a menudo sugeridas, se estaba hundiendo la nacionalidad. Perón simboliza una Argentina nueva»20.

A los pocos días, Ugarte contesta a El Laborista: «Todos somos en esta tierra fundamentalmente demócratas... El principio estuvo y sigue estando fuera de discusión, pero el prestigio de que disfruta no ha de hacernos venerar al político profesional que precisamente lo desvirtúa. No ha de llevarnos tampoco a colaborar, bajo pretextos de ideales modernos, en empresas de disminución nacional. No ha de exigir que, petrificados por la resonancia de las sílabas y por los anatemas que aguardan a quienes no se inclinan, nos resignemos a aceptar sin discusión, como excelente, el abandono de la cosa pública a las presiones extranjeras. La democracia consiste en servir al pueblo. Estriba en los principios, más que en las apariencias. Tanto nos hemos alejado de las fuentes, que hay que empezar ahora por deletrear las ideas y definirlas, reaccionando contra la confusión entre el continente y el contenido, entre el instrumento y la obra... La democracia no es un retrato colgado sobre la pared. Es una fuerza activa, viviente, creadora, reformadora, revolucionaria, que hasta hoy estuvo helada en los textos y dormida en los comités. Esa fuerza hay que llevarla a las calles, a las leyes, a la realidad futura de la colectividad. Porque la función de la democracia no es ornamentar debates, ni reclutar tropas para salvar a la oligarquía, sino combatir el privilegio, forjando modalidades nuevas, para hacer, con hombres nuevos, una vida nueva. Es lo que esperamos de la histórica presidencia que se inicia»21.

En medio de la alegría provocada por este comienzo de una nueva época, llega una mala noticia desde uno de los rincones más sufridos de la Patria Grande. En Bolivia, la «rosca» ha retomado el poder y el cuerpo de Villarroel pende de un farol en la Plaza Murillo de La Paz. Mientras en Argentina la oligarquía es desplazada del poder, en Bolivia retornan los Patiño, los Hochschild, los Aramayo, los barones del estaño aliados a los yanquis. Cuántas veces -piensa Ugarte- el distinto ritmo del proceso revolucionario en los distintos países latinoamericanos ha impedido consolidar los triunfos parciales en uno solo continental y definitivo. ¿Cuándo -se pregunta- la revolución se esparcirá como un incendio incontenible por toda Latinoamérica eliminando hasta del último palmo de tierra a los explotadores, tanto extranjeros como nativos?

Pocas semanas después, le llega una comunicación de la Presidencia de la Nación: ha sido designado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario en la República de México. El viejo Ugarte se emociona profundamente ese día de setiembre de 1946. Tiene ya setenta y un años y le llega ahora el reconocimiento que le negaron siempre, con pertinacia, los hombres de paja del imperialismo, los reaccionarios que mantenían a la patria esclavizada. ¡Volver a México, después de tanto tiempo!

A México, donde a los veinticinco años se le reveló el fenómeno imperialista, donde fue aclamado luego en 1911 y de nuevo en 1917, ese Mexico que él defendió desde Buenos Aires cuando la intervención yanqui... Volver a México, donde una calle lleva su nombre... y la entereza del viejo luchador se desmorona y los ojos se le ponen vidriosos y la voz le brota entrecortada...

Pero muy pronto deberá reponerse, porque ni siquiera esta vez, la única en tantos años que posee el respaldo de un gobierno argentino, los enemigos dejarán de hincar la dentellada malévola. Argentina Libre publica una caricatura en la que aparece Ugarte, con grandes ojeras, como si hubiese salido de una, borrachera, colocado entre un gramófono, una lira, una prenda íntima de mujer, un viejo Cupido y una muchacha. El texto dice: «Ugarte se hizo nacionalista porque equivocadamente renunció a una candidatura y Del Valle Iberlucea salió electo en 1913. Desde entonces se estremeció al ver la bandera en un balcón y mandó cartas al jefe de Policía para felicitarle cada vez que disolvía una asamblea estudiantil o un mitin obrero... Luego sostuvo la neutralidad con una acentuada tendencia germanófila.... Ahora es embajador. Es posible que el clima amable de Méjico o induzca a regresar al verso y a la prosa. ¿Quién puede saberlo? Tal vez sigue siendo escritor y a fuerza de ignorarlo, desde que percho su sombra, nos acostumbró a creer que su destino era entenderse con los descamisados y representarlos diplomática e intelectualmente»22.

Pero en su artería calumniosa no se equivoca el último párrafo de Argentina Libre. Porque parece como si efectivamente el azar le hubiese reservado a Ugarte el tremendo orgullo de representar a los descamisados de su patria, mientras sus ex compañeros de partido acababan representando auténticamente a los "encamisador" de frac y galera, esa clase social que tiene los días contados.

«Más avanzado y marxista que todos los teóricos -responderá al ataque-, yo he pensado siempre que sólo hay una cosa que realmente me pertenece, mi cabeza. Pero esta propiedad es inalienable y escapa a toda fiscalización o contralor a tal punto que debe ser respetada hasta en su inmolación, es decir, hasta en los desplantes en que se juega la cabeza misma. Al aceptar un puesto bajo el gobierno de Perón no he hecho más que ser consecuente con mis convicciones y seguir la trayectoria de mi vida. No soy yo quien ha aceptado la doctrina del gobierno es el gobierno el que ha aceptado mi manera de pensar. El peronismo no es doctrina, es ejecución. Tiene el mérito enorme de haber realizado. Pero sus postulados básicos fueron defendidos desde hace tiempo por los nacionalistas, hoy relegados al olvido a pesar de haberse sacrificado en la hora crucial, por los socialistas con los cuales he disentido a menudo pero que sin duda alguna fueron los primeros en defender la situación del obrero y por este antiimperialista de toda la vida que desde hace cincuenta años se ha opuesto a toda influencia extraña que lesione la soberanía de los pueblos. Los hombres de estado no hacen más que traducir las ideas de los pensadores. Perón sabe que otros trazaron la trayectoria ideológica, como los jefes de la Revolución Francesa sólo dieron forma en realidad al pensamiento de los enciclopedistas. Argentina, en su aspecto de política interior, se hizo sobre las bases que desde hace décadas formularon Manuel Gálvez, Carlos Ibarguren, José Luis Torres y Raúl Scalabrini Ortiz, teórico olvidado este último de la nacionalización de los ferrocarriles. En un orden amplio, desde el punto de vista de la política exterior, sobre las anticipaciones de Rufino Blanco Fombona, de José Vasconcelos y mías, porque, desde hace años, nosotros hemos predicado la resistencia al imperialismo, la reconstrucción de la economía de nuestros pueblos, "ricos para los demás", la vuelta al tradicionalismo de España, base de la nacionalidad naciente, la utilización del catolicismo para afianzar la nacionalidad, la industrialización de los productos del suelo, la creación de flotas mercantes, etc.»23. Así contesta Ugarte la acometida cipaya. Y así, peleando, abandona de nuevo la Argentina en busca de su querido México.






ArribaAbajoCapítulo XVII (1946-1951)


ArribaAbajoA. Ugarte contra la burocracia

En vuelo a México, repasa las noticias de los diarios. «Cuando se hunde un continente, surgen islas del otro lado del mar», había dicho diez años atrás. Ahora, fines de 1946, los titulares periodísticos convierten en realidad aquella profecía: los pueblos sin historia irrumpen en el escenario mundial con sus caudillos. Si bien el imperialismo yanqui se ha fortalecido a expensas de sus competidores, las revoluciones nacionales y el socialismo marcan una nueva etapa en la historia de la humanidad.

No bien llega a México, Ugarte reanuda viejas amistades en los ambientes literarios y políticos, y en pocos días el país azteca readquiere para él su tono familiar de décadas atrás, cuando llegaba con su verbo encendido para apostrofar al invasor. El mundo oficial mexicano intenta incorporar al nuevo embajador y se renuevan las invitaciones para reuniones sociales donde el cuerpo diplomático distrae sus ocios. Alguna que otra vez, el viejo izquierdista acepta a regañadientes y alterna entonces con el general jubilado conductor de desfiles, la dama copetuda organizadora de té-canastas o el más peligroso asesor financiero, amigo de los monopolios. En esos banquetes de fabulosa gastronomía, el hombre que había alternado en su juventud con los compañeros de la Internacional Socialista, observa maliciosamente la banalidad que se derrocha a su alrededor, echa a volar de tanto en tanto una filosa ironía y luego se retira temprano cuando ya la sonrisa mordaz se le va transformando en mueca indignada. Las más de las veces, sin embargo, pretexta sus achaques de salud o se inventa una enfermedad de varias semanas, para escurrirle el bulto a los entorchados diplomáticos. Lo designan miembro de la Academia Nacional de Historia y Geografía y lo condecoran con la cruz del Águila Azteca, pero él persiste en ser el embajador que no viaja en automóvil, que más allá de sus aires de gran señor, lleva una vida modestísima y cuya mayor alegría es deambular por los suburbios, mezclándose con ese pueblo al que continúa sintiendo el único fin de su existencia.

Las tareas de la embajada le insumen unas pocas horas del día. Más allá de los trámites comunes, pone en marcha algunos proyectos destinados a estrechar vínculos latinoamericanos: se relaciona para ello con los muralistas mexicanos, a los que compromete para una exposición en Buenos Aires. Asimismo prepara la Semana Mexicana en la Argentina, contratando para ello a varios músicos y poetas aztecas. Durante esos meses, hilvana nuevamente recuerdos noche a noche y prepara la continuación de Escritores Iberoamericanos de 1900. Se titulará El naufragio de los argonautas.

Las noticias de Argentina le llegan por medio de los diarios y muy especialmente de las cartas de Manuel Gálvez. El amigo le transmite su entusiasmo: «Esto está magnífico. El Plan Quinquenal es algo grandioso y se va realizando sin dificultades... No olvide hacer conocer el Yrigoyen: es hacer propaganda en favor de Perón y hacer propaganda por la Patria»24. En efecto, el fervor de Gálvez se justifica. La Revolución Nacional avanza. Ferrocarriles, teléfonos, puertos, usinas hidroeléctricas, compañías de Seguros, flota mercante, líneas aéreas y diversas empresas industriales (DINIE) han sido recuperadas para los argentinos. El Banco Central mixto que regulaba la moneda y el crédito en beneficio del imperialismo, se ha hecho estatal y controla al resto de la banca, mediante un sistema de nacionalización de los depósitos. La industria liviana se ha expandido notablemente, al calor de un mercado interno que no existía tiempo atrás. La legislación social ha avanzado en forma señalada y las conquistas obreras (aguinaldo, jubilación, derechos sindicales, obra social, vivienda popular, etcétera) son realidades innegables.

Hay algo, sin embargo, que crea intranquilidad al viejo Ugarte: la industria pesada y la producción de combustibles están quedando en retraso con respecto al resto del proceso de desarrollo. Además, y esto le preocupa más aún, pareciera que se está formando, lentamente alrededor de Perón, un cerco burocrático que selecciona al revés y que desplaza a las figuras más valiosas de la primera hora. Estas inquietudes no son simples presunciones, sino que se expresan mediante un sinnúmero de desinteligencias menores entre él mismo y algunos integrantes de su propia embajada, lo que lo lleva finalmente a regresar a la Argentina en junio de 1948. El entredicho se soluciona amigablemente, pero Ugarte es desplazado de la embajada de México a la de Nicaragua.

El 3 de agosto de 1948 se encuentra así en Managua presentando sus credenciales al presidente Víctor Manuel Román. «Estoy encantado de llegar a Nicaragua -declara- cumpliendo así uno de mis más vivos deseos y es para mí motivo de orgullo ser el primer embajador que envía mi patria a esta tierra de varones ilustres. ¡Que la sombra de Rubén Darío, amigo de mi juventud y prologuista de mi primer libro, me ayude a desarrollar la obra que todos deseamos para bien de Nicaragua y de la Argentina! Vengo como un hermano a hacer labor cordial de acercamiento, sin secretas intenciones, ni solemnidades inútiles»25.

Pero, en verdad, Ugarte dista mucho de encontrarse contento porque el presidente Román es tío de Anastasio Somoza y su títere en el gobierno. Y el viejo amigo de Sandino está molesto en la Nicaragua donde reina la dinastía del asesino del guerrillero. No desea chocar con Perón -que en la línea general timonea progresivamente el proceso- y prefiere guardar silencio esperando la posibilidad de un traslado. Por ahora se vincula a algunos grupos intelectuales y poco después experimenta una gran emoción cuando le toca recordar a Darío. «La catedral ardía como un diamante y la tumba de Darío estaba florecida... El embajador Ugarte dijo: "Rubén, lejos estábamos de adivinar hace largos años, cuando conversábamos en los cafés de Madrid o comulgábamos en París con la bohemia de Montparnasse, que tú tendrías aquí, con el correr del tiempo y de la gloria, una estatua y que yo vendría a poner, al pie de ella, esta corona como embajador de la República Argentina... Humilde fue tu vida, Rubén, en las épocas en que no sospechabas que tu efigie serviría más tarde para dar prestigio a los billetes bancarios, pero grande y decisiva tu influencia en los derroteros, como ha sido en conjunto grande y decisiva la influencia de nuestra generación del 900, anunciadora de victorias cercanas, creadores de la vida real. Es en nombre de estos recuerdos, realidades y esperanzas que vengo a ofrecerte el galardón, Rubén de Nicaragua, Rubén de Argentina, Rubén de Latinoamérica"»26.

Pero permanece pocos meses en Nicaragua. A principios de 1949 logra el traslado y pasa a desempeñarse como embajador en Cuba. Allí da fin a El naufragio de los argonautas: «Ellos son los náufragos que no lograron alcanzar la orilla... Lejos de toda apreciación literaria, estoy tratando de evocar una masa en fermentación dentro de la cual se levantaron y se extinguieron burbujas brillantes o anónimas...»27 . Por ese entonces, define así su posición política: «La República Argentina ha dado la señal de la transformación básica que sufrirá toda la América Latina. Los falsos renovadores como el APRA del Perú, la Junta revolucionaria de Venezuela y el gobierno de Velazco Ibarra en Ecuador, tendrán que reconocer que han sido los últimos sobrevivientes del memorismo libresco. Lo abstracto tiene que ceder paso a la acción. Los pueblos están hartos de declaraciones teóricas. Hay que darles, ante todo, bienestar económico y dignidad nacional»28. Poco después lo reportean para la revista Bohemia de La Habana. «Mi patria -dice- ha sufrido en estos últimos años una transformación fundamental que nos lleva a la conquista de la independencia económica. Los ferrocarriles y los teléfonos han pasado a ser propiedad del Estado. No tenemos deuda extranjera. La legislación obrera es más audaz y avanzada que en cualquier otro país del continente. Estamos construyendo con realidades una verdadera patria»29.

Mientras Ugarte permanece en La Habana, circula en Buenos Aires el rumor de que el escritor argentino se ha separado de Teresa y ha contraído matrimonio con Obdulia Rodríguez Ortiz, cubana de edad madura, viuda del millonario español García Sol30. Pero algo más importante que este asunto privado influye sobre la vida de Manuel Ugarte en estos últimos meses de 1949: el canciller argentino, Juan Atilio Bramuglia, renuncia al cargo, lo cual provoca una reorientación de la política exterior y un cambio de hombres en puestos claves que torna muy difícil la relación de Ugarte con el ministerio. Sobre el fin de año -y después de varios rozamientos- lo llaman desde Buenos Aires. A su llegada, no recibe explicación alguna, y en cambio, debe considerar diversos problemas con funcionarios menores de la cancillería. Intenta conversar personalmente con el ministro pero no logra la audiencia, lo que revela la poca simpatía de que goza ahora.

Herida su altivez -ese penacho juvenil que lo ha llevado a la polémica y al duelo- presenta la renuncia. En ella le dice a Perón: "He cumplido con mi deber sin que se pueda hacer reserva alguna en lo referente a la dignidad con que mantuve el buen nombre de la patria, ni en lo que atañe a la rendición de cuentas inobjetable. Me retiro, pues, Señor Presidente, limpio y sin tacha" dentro de la tradición de mi vida, convencido de que he senado al país con honradez y con honor. No implica el alejamiento merma alguna en mi probada adhesión, ni mucho menos olvido de la deferencia especial que V. E., me testimonió al ofrecerme tan alto cargo. Pero me creo obligado a señalar al Presidente y al Jefe de la Revolución el riesgo que implica la falta de continuidad, acentuada por la remoción brusca de buenos colaboradores que tuvo la cancillería, así como el estado de incertidumbre que esto crea entre el personal de las representaciones, inclinado gradualmente a pedir a la intriga, lo que sólo cabe esperar de la laboriosa eficiencia. Se hace notoria especialmente esta modalidad en lo que toca a los embajadores que sólo dependen de V. E. y que si son tratados en forma que lesiona la dignidad, pueden ver disminuido el rango y la eficiencia de la representación que ostentan en el extranjero. La repercusión que los hechos alcanzan fuera del país, dada la diferencia entre el medio que los produce y el ambiente que los capta, me inclina a ponerlos en conocimiento del Sr. Presidente, apelando a su autoridad, sin que ello importe disminución en la consecuencia con que, dentro o fuera del servicio diplomático, seguirá siendo, como servidor de un ideal, partidario del movimiento del 17 de octubre y de la política de V. E. Con el mayor respeto, quedo a las órdenes como admirador y amigo».31

En anotaciones privadas, Ugarte amplía las causas de esta renuncia: «El anterior ministro de Relaciones, Bramuglia, pensaba que, en lo que se refiere a América, la Argentina debía estar presente espiritualmente en todas las repúblicas de habla castellana. Renunciando a esta concepción continental, el nuevo canciller, que a su confesada inexperiencia une una incapacidad notoria, se recluye en una política de fronteras inmediatas en desmedro del prestigio que íbamos alcanzando mundialmente. Por eso fueron alejados o renunciaron a sus cargos el embajador Coraminas, el Dr. Arce, Diego Luis Molinari y los embajadores acreditados en Inglaterra, España, Italia, Panamá y otros países... Sigo creyendo que la revolución resulta necesaria y benéfica en muchos aspectos. Pero entiendo que el Jefe no supo defenderse de la lisonja y decepcionó a sus colaboradores más íntegros. En torno a él florece hoy, en plano subalterno, la intriga de los incondicionales... Por lo demás, hablo sin apasionamiento y sólo me guía el deseo patriótico de que Perón oiga a tiempo una palabra bien intencionada. Suele ser más útil, para los que gobiernan, la sinceridad de un disconforme que la ciega aprobación de los que a todo dicen amén»32.

Liquidados sus haberes por la Cancillería, Ugarte abandona Buenos Aires con una reserva de dinero suficiente para cubrir sus gastos durante un tiempo. Ha vuelto solo y parte solo. Desde México, lo invitan sus amigos y allá se va. El 24 de agosto de 1950 la intelectualidad mexicana le rinde homenaje en un acto donde hablan Iso Brante Schweide y el licenciado Isidro Fabela. Poco después, abandona tierra azteca y se dirige a España.

Madrid ya no es el mismo de su juventud. Muchos son los ausentes entre sus amigos escritores, la mayoría de los cuales vaga al acaso en los más diversos rumbos del mundo, adonde los ha arrojado la persecución franquista. Sólo unas pocas relaciones vuelve a cultivar ahora, pero preferentemente trabaja de nuevo en sus «papelotes». Poco tiempo ha durado su vinculación oficial a un gobierno y ahí está de nuevo -a los setenta y cinco años -empezando a ajustar cuentas para poder sobrevivir. Su disidencia con el peronismo gobernante, sin embargo, no le provoca encono ni enturbia su imagen del proceso nacional democrático. Por el contrario, su crítica -aunque apunta certeramente al cáncer burocrático- no cuestiona las grandes conquistas, ni hace el juego al enemigo.

«Yo he sido alejado de mi puesto por una intriga de antesalas, pero esto no influye sobre mi juicio. Perón está realizando en la Argentina una obra memorable -empleo el término consciente de su significación-, pero esa obra, como el fruto magnífico, lleva en sí gérmenes peligrosos: la excesiva aprobación cortesana, el núcleo cerrado que no deja ver el horizonte, la intervención inexplicable en los asuntos de Estado de personas que no recibieron mandato alguno...»33. Y por encima de toda susceptibilidad personal, agrega: «Durante sus largos años de actuación, el socialismo no fue más que un vanidoso parachoques de la burguesía. Perón ha realizado en poco tiempo las más audaces esperanzas. Poco me importa que Perón me dé o me quite una embajada. Estoy con él por encima de todo interés, dentro del ideal superior y le acompaño en una obra superior a nuestro destino efímero»34.




ArribaAbajoB. «He vuelto especialmente para votar a Perón...»

En Madrid, Ugarte retoma su ensayo La reconstrucción de Hispanoamérica. El libro resulta «algo así como un testamento y una despedida... Se acerca el término inevitable y quiero dejar, antes de partir, mi sentimiento, mi convicción, mi verdad en cuanto se refiere a la América Latina y a su porvenir... Ha llegado la hora de realizar la segunda independencia. Nuestra América debe cesar de ser rica para los demás y pobre para sí misma. Iberoamérica pertenece a los iberoamericanos»35. En este libro, que se publicará después de su muerte, Ugarte analiza los aspectos fundamentales del pasado y el presente latinoamericanos, para perfilar luego las líneas del porvenir. Estudia así el proceso de la independencia en América y su disímil desarrollo en el Norte y el Sur, profundizando las causas que determinaron la unificación y el progreso de los Estados Unidos y en cambio, la balcanización y el atraso de los países latinoamericanos. Define claramente de qué modo el imperialismo inglés y el yanqui pudieron convertir en semicolonias a los países del Sur y del centro y de qué manera ese vasallaje económico fue generalmente complementado a través de un colonialismo ideológico que creó mentalidades enajenadas en causas ajenas totalmente a la propia realidad.

Señala luego que la opresión imperialista, realizada con la complicidad de las oligarquías vernáculas, provocó no sólo la expoliación nacional sino la injusticia social. «Es el nativo el que hace sudar al suelo sangre de oro. En tan dura faena no participa la inmigración que se amontona en las ciudades. Ni las oligarquías que sólo aspiran a puestos políticos o empleos en la administración. Si nuestra América exporta millones de toneladas, es porque el indio y el mestizo lo hacen posible. La caña de azúcar, el banano, el salitre, el cacao, las maderas, cuanto brota de nuestra América por todos los poros pasa por las manos del nativo, mal pagado y mal nutrido, que extrae, manipula y lleva sobre sus espaldas la riqueza que se va»36. Aboga finalmente por la liberación latinoamericana y la unificación, proponiendo como medidas concretas el rescate de los resortes económicos vitales de manos del imperialismo y la puesta en marcha de una reactivación total de nuestros recursos, tomando como eje del desarrollo económico la industria pesada.

Este programa nacional democrático que lo ha llevado a apoyar al peronismo no descarta, sin embargo, como una etapa inmediatamente posterior, producto de la propia dinámica del proceso, el cuestionamiento del régimen de las relaciones capitalistas de producción. Sin definirse como discípulo de Trotsky, Ugarte se acerca una y otra vez a la concepción de la revolución permanente. Así, considera que «una de las verdades que son imperativos de salud -además de la lucha contra el imperialismo- es la siguiente: La reconstrucción de Iberoamérica no se hará manteniendo las clases sociales dominantes. La burguesía y la plutocracia pudieron convivir cómodamente hasta ahora con el socialismo domesticado. Pero tendrán que aceptar, dentro del orden que viene, los sacrificios que requiere el bien común... Las oligarquías del nacimiento, del dinero o de la política, esperan siempre un milagro. Sobrepasadas por la evolución del Continente buscan en cada sacudida una fórmula para salvar sus privilegios. Hay que quitarles toda esperanza. La vida ha tomado otro rumbo»37. «Acaso -escribe en un borrador en esa época- tendré la pena de morirme antes de ver el mundo que nace, pero ese mundo lo preveo en forma tan clara, lo tengo tan patente en la inducción...»38.

Por esos días, Avilés Ramírez lo invita desde París: «García Calderón y otros compañeros piensan organizarte un gran banquete quizá bajo la presidencia de Torres Bodet... Aquí todo el mundo habla de ti con la misma admiración y el mismo afecto de siempre... Debes venir»39. Pero Ugarte no va. Aprecia a esos amigos, pero está de vuelta de los banquetes y homenajes. Mucho lastre de pequeñas vanidades, de artificiosos orgullos, de solemnidades vacías ha ido arrojando a lo largo de su vida. Una sensación de profunda serenidad espiritual lo invade ahora a los setenta y seis años cuando el fin de la jornada está próximo. «¡Cuán cerca debo estar yo de la muerte para ver tan clara la vida! Como si el alma se despojase de su epidermis, como si las sensibilidades más propias fueran bacterias observadas en una clínica, veo pasar lo mío y lo de los demás en la penumbra irónica y condescendiente del agua que no debe volver y que se llama eternidad. Sé que toda palabra, toda situación aparecen desproporcionadamente agigantadas frente a la realidad infinitesimal de su significado intrínseco»40.

Sólo una inquietud lo atrapa de tanto en tanto: su inseguridad económica. Sin familiares que lo sostengan, sin jubilación ni cualquier otro tipo de ayuda oficial, ha consumido ya los ahorros de su período diplomático y su único ingreso proviene de los derechos de autor -harto aleatorios- de sus últimas obras. Ni siquiera sobre el fin de sus días puede olvidarse de ese fantasma que lo acosa, ese dinero al que repudió siempre, cuando lo tenía a raudales en su juventud y ahora mismo cuando le es imprescindible, ese dinero al cual resoplaba con desdén su perro Alí en la Niza de los años veintitantos. Avilés Ramírez contesta así a un pedido suyo: «Voy a comunicarme con Torres Bodet para tratar con mucha discreción naturalmente tu asunto. No veo inconveniente para ti y creo que si hay algo disponible, te lo acordará con muchísimo gusto»41. Pero otra solución, a tantos problemas, va ganando un lugar en las noches insomnes de Manuel Ugarte. «La manía inocente de pescar -escribió una vez- me ha servido muchas veces para evadirme de las preocupaciones y hasta de esa extraña obsesión de la muerte que en ciertas horas se apodera de nosotros, como si al profundizar en nuestro ser escuchásemos voces que nos llaman»42.

Sin embargo, hay un hecho vital que Ugarte siente la necesidad insoslayable de realizar: emitir su voto en favor de Perón, candidato a la reelección en los comicios del 11 de noviembre de 1951. Había firmado contrato para la tercera edición de Escritores Iberoamericanos de 1900, y el anticipo por derechos de autor de la editorial Prensa Española le permite viajar a la Argentina. No bien llega declara: «Si he vuelto especialmente de Europa para votar a Perón es porque tengo la certidumbre absoluta de que alrededor de él debemos agruparnos en estos momentos difíciles por que atraviesa el mundo, todos los buenos argentinos... Perón, ésa es la voluntad nacional y en eso reside actualmente la salvación de la Patria... Poco importan las críticas que se puedan formular sobre un gobierno. Poco importan las quejas de algunos de sus amigos sacrificados. Por encima de los errores inevitables en todo gobierno y de las mismas injusticias, tan inevitables como los errores, está la trayectoria de la gigantesca obra emprendida y el resplandor de la Patria nueva que está surgiendo. La perfección es una idea abstracta que no fue alcanzada jamás en la historia por ningún partido político, ni por ningún hombre. Lo que urge considerar es la labor formidable, y la intención patriótica, la medular transformación de los resortes administrativos y de los ideales nacionales que ha traído Perón jugándose entero, exponiendo su vida y la de su extraordinaria y magnífica compañera en un fervor de una creación nacionalista que sólo tiene parangón con la gesta de la independencia. Las muchedumbres que lo aclaman no obedecen a sugestiones o consignas, tienen la intuición, como siempre la tuvieron las masas en los momentos culminantes, de que la sinceridad de ellas está contenida en la sinceridad de quien las representa y que están colaborando en una obra superior a los intereses y a la duración de los que la inspiran y de los que la realizan, de que están haciendo historia con su propia vida... Todos los presentimientos y las esperanzas dispersas de nuestra juventud, volcados un instante en el socialismo, han sido concretadas definitivamente en la carne viva del peronismo que ha dado fuerza al argentinismo todavía inexpresado de la nación... Ahora sabemos qué somos y adónde vamos. Tenemos nacionalidad, programa, derrotero. Y conste que no he vuelto al país para pedir nada, sino para hacerme presente en esta hora, para asumir mi responsabilidad y para participar en la alegría de una victoria»43.

El triunfo del movimiento popular resulta aplastante: Partido Peronista 4.618.988 votos, U.C.R. 2.237.310 votos. Llevándose en la retina la imagen de su pueblo jubiloso congregado en la plaza histórica, Ugarte regresa a Madrid. Inmediatamente, visita la editorial donde se está componiendo Escritores Iberoamericanos... y cambia el título por La dramática intimidad de una generación. Además, insiste en que la tapa del libro se haga en base a un boceto que ha realizado él mismo: al fondo, una biblioteca, con los anaqueles cubiertos de libros y en primer plano, sobre un escritorio, un libro abierto y varios papeles. Junto a una lapicera caída y cruzado sobre el libro, aparece un revólver.




ArribaC. «Si tuviera que nacer de nuevo, volvería a empezar...»

Pocos días después Ugarte regresa a Niza. Lleva consigo un pequeño maletín con ropa y un baúl con su archivo personal. Después de quince años vuelve a detenerse en la Avenida de los Ingleses para mirar el Mediterráneo, inmensamente azul. Alquila una modesta casita y allí se instala. Una vecina, vieja conocida, se ofrece para realizarle la limpieza. Está solo. Ha dicho a algunos conocidos madrileños que se abocará a terminar La reconstrucción de Hispanoamérica.

El 1º de diciembre de 1951 se lo ve caminar pausadamente por el boulevard. Alguien que se cruza con él, observa en su mirada una sensación de absoluta serenidad, una limpidez casi sobrenatural y en su boca una sonrisa plácida y al mismo tiempo ajena, como si viniera de otro mundo. Por la mente de Ugarte desfilan ahora recuerdos, amores, luchas, triunfos y derrotas. Sus setenta y seis años reaparecen deshilvanados en estampas superpuestas, pero su poderoso pensamiento ordena el caos para destilar de allí la conclusión sobre su propia vida. «Más que mi propia aventura, me interesó siempre el paisaje, la verdad, los sentimientos, el destino. Tengo clara noción de lo poco que vale cuanto pretendemos hacer frente a la inmensidad de la creación. Si alguna vanidad me queda, es la de haber comprendido el absurdo de toda vanidad. No faltará quien diga que ésta es una forma suprema del orgullo. Y acaso tenga razón. Porque hay que salir un poco de la miseria humana para aquilatar esa miseria. La única grandeza posible del hombre consiste en comprender su pequeñez. No se ha de extremar, sin embargo, el anacrónico trascendentalismo. Pero no diría toda la verdad si no confesara que más que lo que hice, me complace lo que no he intentado hacer. No hay en mis recuerdos una sola intención, un solo gesto del cual pueda arrepentirme o avergonzarme. Todo fue altruista y claro. Hasta las consiguientes derrotas, de las cuales me envanezco por líricas y disparatadas. Viviendo así, fuera de la jurisdicción de mis intereses inmediatos, no pude ser nada que lleve pegado un rótulo y para algunos dilapidé el tiempo que la naturaleza me concedió, ya que nuestra América sólo reserva a cuantos la sirven en su esencia durable, la satisfacción limpia de defender ideales sin gloria, ni recompensa. Por inferior, o por superior, no sé, desaproveché la hora efímera y así fue dando vueltas el barco de papel. Si me exigieran una definición total diría, dejando de hablar en broma, que he sido un hombre bueno y que, pese a la expresión gastada, si tuviera que nacer de nuevo, volvería a empezar. Creo, sin literatura, en la belleza, en el amor, en el altruismo, en todos los cohetes locos que van hacia el azul. Los veo caer y confío, a pesar de todo, en la indefinida ascensión absurda de los que están a punto de partir. La fe en el imposible puede ser el camino de la serenidad... Este idealismo contumaz, por reacción un poco irónica frente a la prosa diaria de la vida tal cual nos la ofrece el cuadro exiguo de las realidades sórdidas, sirve por lo menos para hacer vibrar, en medio del ritmo monótono, como nota discordante de música bárbara, la rebelión interior. Aunque la rebelión sólo se traduzca en vana espuma, como la eterna rebelión del mar»44.

Esa noche hojea el diario y borronea unos apuntes que deja luego sobre el escritorio. Una caligrafía cuidadosa permite leer: «...Si los Estados Unidos quieren hacer conquistas, que las hagan con su propia sangre, que no pretendan usarnos a los latinoamericanos... Nuestro indómito coraje sólo se usará para nuestra propia independencia...»45.

Al mediodía del 2 de diciembre, la vecina golpea la puerta insistentemente sin recibir respuesta. Atemorizada por lo que hubiera podido suceder a Ugarte, solicita la ayuda de su esposo quien rompe la cerradura. Fuertes emanaciones de gas brotan entonces desde el interior de la casa. En el dormitorio, tendido al través de la cama, se halla el cuerpo exánime de Manuel Ugarte.

Desde el baño, la llave abierta del calentador de gas continúa emitiendo el fluido tóxico. En la casa no hay casi ropa y menos dinero. Sólo papeles, cartas, anotaciones sueltas...

Así llega a su fin la vida de Manuel Ugarte. Solo, sin recursos, lejos de su patria, con dos desconocidos que no saben qué hacer con sus despojos, con la policía que se inmiscuye rato después aquí y allá para terminar afirmando burocráticamente que «ha sido un accidente pues se olvidó de cerrar la llave del gas», con los diarios de Buenos Aires anunciando la noticia del fallecimiento en gacetillas minúsculas de siete u ocho líneas.

¿Derrotado? Todo lo contrario. Aquella sonrisa serena que Ugarte paseaba el día antes de su muerte junto a la costa del Mediterráneo, era la sonrisa de la victoria. Porque él sabía que había triunfado y que seguiría triunfando más allá de la muerte. Tenía la certeza de que sus banderas ganarían la batalla, que sus ideas profundizadas y desarrolladas en la misma lucha iluminarían el camino hacia una América Latina libre, unida y socialista.







 
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