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Manuel Ugarte y la unidad latinoamericana [Selección]

Norberto Galasso






Capítulo XIII


Desde la barricada europea

En febrero de 1919, Ugarte inicia sus largos años de exilio instalándose en Madrid y al poco tiempo, enlaza su vida con la que será su leal y cariñosa compañera: una joven francesa llamada Teresa Desmard. Vinculándose de inmediato a periódicos y revistas donde su firma es reconocida, echa entonces las bases de una modesta economía familiar. Pero Europa no significa el desinterés, ni el abandono de las viejas banderas, sino la nueva barricada desde donde continúa atacando al enemigo. Así, en septiembre, publica un folleto -La verdad sobre Méjico- refutando las difamaciones propaladas contra la revolución azteca. Poco más tarde, cuando El Salvador y Honduras intentan recrear la Federación Centroamericana, envía un telegrama poniéndose a disposición de esos gobiernos.

Su lucha, sin embargo, será desde ahora y por varios años, sólo la del publicista, cuyos libros y artículos lanzados entusiastamente desde España y Francia persistirán en el viejo credo. Muchas veces, añora aquella campaña latinoamericana y lamenta que sus flaqueadas finanzas le impidan reeditarla para levantar de nuevo su palabra en el mismo terreno de los hechos. Pero allí, en su archivo están los discursos pronunciados en las veinte capitales y los lanza entonces de nuevo a la pelea recopilados en Mi campaña hispanoamericana. Poco después, publica una selección de colaboraciones periodísticas bajo el título La Patria Grande, donde condensa los postulados fundamentales de sus luchas. Más tarde, ya viviendo en Niza, redacta sus recuerdos de aquella gira continental, titulándolos El destino de un continente. De esta forma, con esos tres libros, sumados a El porvenir de la América Española, compendia su pensamiento antiimperialista y latinoamericano.

Lejos de la patria, acosado por dificultades económicas, sin embargo, el desánimo no lo vence. Publica en diversos periódicos europeos y latinoamericanos y permanece en estrecho contacto con las más importantes figuras que encarnan las esperanzas de los pueblos de la Patria Grande: Víctor Raúl Haya de la Torre, Carlos Pereyra, José Vasconcelos y, poco más tarde, Augusto César Sandino. Se mantiene informado al día de los sucesos políticos y cuando la oportunidad se presenta, contesta reportajes o emite manifiestos defendiendo las posiciones de siempre, sin la menor concesión. A veces, más allá de su tesón para no claudicar, la amargura lo apresa hondamente y esa desesperanza que corroe su intimidad se vierte en fina ironía, como en la sátira El crimen de las máscaras. La tristeza y la impotencia lo dominan y en ocasiones, «de noche, a la luz de la lámpara, me pongo a contemplar el mapa de nuestra América [...] Cuán felices pudieron ser los habitantes de estas comarcas sobre las cuales volcó la naturaleza todos los tesoros. ¡Cuántas reservas de energía en la población autóctona! ¡Lo que se podría hacer con estos pueblos! Pero la falsía y la avidez de algunos convirtió el paraíso en campo de injusticia y de dolor... de miseria, podría decir... miseria que contrasta con la tierra pródiga, con el clima propicio, con la inteligencia nativa, con la plétora de riqueza que la incapacidad de los que mandan anula torpemente o entrega al invasor»1.

El correo, esperado ávidamente, lo mantiene en contacto con la cuestión latinoamericana. Haya de la Torre, que considera a Ugarte el más importante precursor de la APRA, le solicita un manifiesto para ser leído en un congreso partidario, de aquellos congresos de la APRA heroica que aún no había claudicado. El Partido Nacionalista de Puerto Rico lo designa delegado al Primer Congreso Antiimperialista Mundial. Algunos amigos argentinos influyen para disipar el viejo entredicho con Alfredo Palacios ahora que este -al morir José Ingenieros- preside la Unión Latinoamericana que funciona en Buenos Aires. El peruano Mariátegui le solicita, a su vez, colaboración para la revista Amauta mientras desde Cuba le escribe Juan Marinello o desde Montevideo, Carlos Quijano. Algunos, nacionalistas democráticos, otros, hombres de izquierda independiente, estalinistas o admiradores de Trotsky como el boliviano Tristán Maroff, todos ven en Ugarte al gran luchador antiimperialista, al predicador de la unificación latinoamericana e intentan filiarlo a sus partidos. Él se cartea con todos, pero permaneciendo por encima de los partidos con intención de nuclear a los grupos revolucionarios de la Patria Grande, disipando antagonismos y matices ideológicos. También en Europa lo valoran los intelectuales de esa época y así resulta que le solicitan su opinión para el Libro de Oro de la Paz, donde escriben Romain Rolland, Bernard Shaw, Maeterlinek, etc., es decir «la élite intelectual del mundo entero». Desde esa trinchera que por momentos instala en Madrid y por momentos, en Niza -junto a Teresa Desmard, quien lo acompañará la mayor parte de su vida- el escritor argentino prosigue tiroteándose con los enemigos de siempre.

A través de periódicos de la izquierda europea -algunos socialdemócratas, otros, más avanzados- Ugarte consigue mantener su prédica, sin concesión alguna. Así, en diversos artículos vuelve a fijar posición sobre las mentalidades coloniales, el antiimperialismo, la unión latinoamericana. En relación con el imperialismo inglés, por ejemplo, su posición en El destino de un continente (en 1923) resulta más rotunda que en El porvenir de la América Española: «Virtualmente, el sur del Atlántico pertenece hoy a Inglaterra y a los Estados Unidos [...] Desde los tiempos coloniales, Inglaterra ejerció en esas zonas una acción evidente, con su flota comercial, apoyada en ciertos casos por desembarcos, bloqueos y hasta ocupaciones territoriales que se prolongan como en las Malvinas»2. En otra parte del mismo libro, destruye los mitos colonizadores: «En cuestiones internacionales ya sabemos que, desgraciadamente, el derecho no es, en resolución, más que una palabra que sirve para designar el poder económico-militar de un conjunto expansionista. Es "el derecho del comercio", "el derecho del orden", "el derecho de la sanidad", "el derecho de la civilización", según se invoquen para la conquista o el protectorado, pretextos económicos, pacificadores, profilácticos o culturales. Tratándose de pueblos débiles, el derecho de defender la propia tierra sólo es barbarie [...] La magia de las palabras nos ha deslumbrado hasta ahora. Invocando "la libertad", "el progreso", "la civilización", nos han hecho hacer o aceptar cuanto favorecía intereses extraños: el separatismo, el libre cambio, el panamericanismo, el monroísmo y hemos sido los eternos creyentes que ansiando igualar a los grandes pueblos, nos hemos supeditado a sus conveniencias. El interés extranjero se ha disfrazado de principio general o de noble sentimiento y no hemos sabido ver a través de él, las verdaderas intenciones cuando nos han "ayudado" a conseguir la libertad, cuando nos han prestado fuerzas para "derrocar tiranos", cuando nos han brindado apoyo para "obtener la victoria" sobre otra nación limítrofe del mismo origen o cuando, en nombre del "humanitarismo" o de "la paz" han intervenido en la solución de nuestros conflictos. Las bellas declamaciones sólo sirvieron para que evolucionaran con mayor comodidad las influencias predominantes»3. Afirma, asimismo: «Los imperialismos siempre han invocado el fin superior de preparar a los pueblos para la civilización, sin abrigar jamás la intención de cumplir ese propósito sino en la parte que les pueda ser útil, convirtiendo al grupo mediatizado en servidor o auxiliar de su riqueza o su poderío. Creer en el deseo paternal que puede tener un estado de servir desinteresadamente a otro es negar la filosofía de la historia [...] Toda injusticia necesita, por lo menos, un pretexto para que la dore y una complicidad que la olvide [...] Claro está que en algunos lugares las abdicaciones se envolvieron en el manto raído del "progreso" y de la "civilización". La tendencia imperialista parece tener a veces tantos adeptos en los países a los cuales perjudica como en la misma nación que la esgrime...»4. También Ugarte expresa su actitud auténticamente democrática para juzgar las opiniones y definiciones populares, especialmente en contraposición a la intelectualidad colonizada: «Los pueblos de nuestra América son, en general, más clarividentes que los grupos que pretenden conducirlos. Sienten las exigencias nacionales desde el punto de vista internacional y se rebelan contra la enajenación sistemática que los coloca, en la propia tierra, en la situación de auxiliares al servicio de otras fuerzas. Lo que algunas veces se ha hecho pasar como "protesta de la barbarie" contra la civilización no ha sido, la mayor parte de las veces, más que el grito angustioso de un nacionalismo sacrificado. La reacción no era a favor del atraso, sino en contra de las abdicaciones que nos llevan a imprimir direcciones falsas a la política exterior o al desarrollo nacional, interpretando como una victoria el resplandor engañoso de las prerrogativas que entregamos [...] La juventud, el pueblo, las energías sanas, tienen un misterioso instinto que las orienta. No es fuerza que las guíen, no necesitan razonar siquiera: ignoran de dónde viene la luz... pero ven»5.




Ugarte y la APRA

Por entonces crece en Perú la Alianza Popular Revolucionaria Americana conocida como APRA y bajo la dirección de Víctor Raúl Haya de La Torre. Este líder de las masas peruanas -que claudicaría años más tarde ante el imperialismo- lo valora a Ugarte como el precursor de su movimiento: «El antiimperialismo aprista tiene sus precursores [...] Rodó, Ingenieros, Ugarte, Palacios, Lugones, Ghiraldo y otros (pero) descolló entre ellos el publicista y orador Manuel Ugarte por sus concitadoras peregrinaciones tribunicias, a lo largo de Indoamérica, en las que remozaba la invocación unionista de Bolívar y prevenía el peligro de la expansión imperial norteamericana. Durante los tres primeros lustros de este siglo, Ugarte cruzó una y otra vez el continente indoamericano clamando por la unidad y demostrando la inferior condición de los pequeños países "balcanizados" y por ello, débiles, junto a los compactados en uniones y federaciones continentales y por tal causa fuertes. En su camino encontró aplausos y resistencias, pero acentuadamente férvidas simpatías estudiantiles»6. En carta privada le reconoce: «Usted, Ugarte, es evidentemente el precursor de nuestra lucha [...] Dígame dónde puedo obtener todos sus libros»7. En un comentario acerca de El destino de un continente, Haya marca una diferencia con respecto a Ugarte: «... si el imperialismo yanqui es de recia médula capitalista, el problema queda involucrado dentro de otro grande e ineludible de la lucha de clases [...] Si la invocación del libro de Ugarte tuviera el sentido revolucionario que el problema requiere, habría que aceptarla sin ambages. Porque es la juventud y sólo la juventud la que puede escuchar el llamamiento a acometer la obra de destruir las fronteras, desintoxicar de patriotismo hostil a los pueblos y destruir la explotación erigida peligrosamente, en nuestra América, como el mejor campo para los avances del imperialismo. Pero eso no lo harán jamás la diplomacia ni los gobiernos actuales. Por eso, el latinoamericanismo debe ser una nueva revolución. Nuestra revolución»8. Esta apreciación de Haya, señalando de qué manera Ugarte ha amenguado sus posiciones socialistas, resulta correcta, así como también que no ha logrado trasladar sus planteos exitosamente al terreno de la política partidaria, pero también es cierto, anticipándonos algunas décadas, que si tanto Haya como Ugarte serán tentados por el canto de sirena de la política rooseveltiana del «Buen Vecino», tomarán entonces caminos opuestos. Con el pretexto de la lucha contra el nazismo y apelando a los apolillados lemas de la democracia y la libertad, Haya se pasará a las filas imperialistas, mientras Ugarte permanecerá hasta el fin en su barricada de siempre, tozudamente solo, tozudamente boicoteado, pero su ideal incólume, infatigable su espíritu e indoblegada su pluma acusadora.




Contra el fascismo

Asimismo, a mediados de la década del veinte, cuando Leopoldo Lugones proclama en Lima que «ha llegado la hora de la espada», Ugarte refuta esa orientación nacionalista de derecha: «La afirmación del Sr. Leopoldo Lugones, según la cual "ha llegado la hora de la espada" no puede ser más inexacta. Si algo ha pesado duramente sobre nuestra América desde la independencia ha sido la espada. Si de algo aspiran a libertarse nuestros pueblos es de la espada. Esa expresión simboliza precisamente para nosotros el atraso, la guerra civil, el sometimiento a las influencias extrañas»9.

De idéntica manera se define ante José Carlos Mariátegui: «Manuel Ugarte me recuerda que él ha sido siempre un hombre de izquierda y que si los acontecimientos nos ponen en el trance de elegir entre Roma (el fascismo) o Moscú (el comunismo), él se pronunciará naturalmente a favor de Moscú»10.

Poco después, el 29 de junio de 1925, en la «Maison des Savants», de la rue Danton, de París, más de un centenar de jóvenes latinoamericanos dan marco a un panel excepcional que viene a defender las ideas avanzadas. Están en el escenario Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Miguel Ángel Asturias, Carlos Quijano, Víctor Raúl Haya de la Torre, José Vasconcelos, José Ingenieros y Manuel Ugarte. Ingenieros toma la palabra: «Educado en las ideas socialistas modernas, consciente de las finalidades de su tierra, el general Calles está realizando un gobierno de reparación y justicia conduciendo a México, rectamente, a la conquista de las reformas sociales [...] La nueva juventud latinoamericana ha precisado la ideología de la lucha contra el imperialismo yanqui y todos los hombres mayores, sumados a las filas juveniles, deben declararse guiados y no guías»11. A su vez, Ugarte rinde homenaje a México, «ese rompeolas histórico» cuyo heroico pueblo ha sabido resistir una y otra vez la prepotencia del vecino expoliador. Luego insiste en que la lucha contra el imperialismo debe enlazarse con una política dirigida a reunificar a nuestros países en la Patria Grande y con la implantación en el interior de ellos, de una democracia social que ponga fin a los privilegios. El acto se cierra con palabras de Haya de la Torre: «Sería un error gravísimo unilaterizar nuestra campaña contra el imperialismo y declarar que sólo los yanquis son culpables. Conviene situar el problema en su verdadera posición económica [...] Las clases explotadoras, las clases dominantes de nuestros países, no pueden estar de nuestro lado en esa lucha. Ellas son las cómplices del imperialismo. Hablo aquí por la nueva generación de América Latina»12. Días más tarde, Ingenieros y Ugarte se despiden para no verse más. Semanas después, el autor de Las fuerzas morales, el reivindicador de «los tiempos nuevos», enferma y el 31 de octubre fallece: «El levantó ásperas resistencias [...] Para defender las aguas estancadas, se decretó el boicot. Pero la falta de atención, las postergaciones, la resistencia sorda, en vez de domar su carácter arrancaron chispas de ironías más cortantes. En represalia, el burgués dio menos, importancia a la obra valiosa que a las acrobacias circunstanciales. La palabra "loco"... fue aceptada»13. «(Pero) aquellos que verdaderamente dejan una obra, reciben, tarde o temprano, la plena consagración. La sinceridad de la juventud se adelanta ya a esa justicia lenta y medrosa, haciendo de Ingenieros una fuente de inspiración para las sanas rebeldías. Hay algo victoriosamente augural en el hecho de que las nuevas generaciones reconozcan a los suyos y sepan defenderlos. Si queremos hombres nuevos y métodos nuevos, si pedimos que se abran las esclusas de todas las verdades contenidas y si ansiamos desencadenar sobre América recios vientos de sinceridad, rendir homenaje a Ingenieros -que vivió sitiado por todas las fuerzas de la reacción, por todos los errores que hacen ley entre nosotros- es rendir homenaje a nuestros ideales y a las realizaciones del porvenir»14.

Asimismo, en un discurso pronunciado en el Colegio Libre de Ciencias Sociales de París, en 1926, ratifica su profunda fe en la acción de las masas populares latinoamericanas, víctimas fundamentales de la opresión imperial: «En realidad, la grandeza de los Estados Unidos no se ha hecho solamente con el esfuerzo de sus nacionales. Son las muchedumbres que han alimentado con el sudor de su frente las plantaciones de la América Central, los cafetales de las Antillas, las minas de Bolivia y de Perú, multitudes que no trabajaron para sí puesto que nada quedó en esos territorios. Son ellas las que han creado la verdadera riqueza y el esplendor de la nación del norte, de tal suerte que se puede decir que el oro americano se ha acuñado con la miseria y con el dolor, cuando no con la sangre, de todo un continente sometido»15.

En 1927, Ugarte recibe una invitación del gobierno de la URSS, para concurrir, en una lista de personalidades mundiales de primera fila, encabezada por Diego Rivera y Henri Barbusse, a los festejos del décimo aniversario de la Revolución de Octubre.




Ugarte y la Revolución Rusa

«Un instinto rebelde de revolucionario sin partido me hizo aceptar la invitación del gobierno ruso para asistir, en 1927, a las fiestas del décimo aniversario de la Revolución. Fui a Rusia porque quise observar de cerca los resultados de una conmoción fundamental que ha metamorfoseado la vida de la nación más vasta y más poblada de Europa. Como ciudadano de la América Hispana me interesaban los aspectos que se enlazaban con situaciones o inquietudes de las repúblicas del sur. Era la primera vez que un escritor de nuestra raza visitaba a la Rusia nueva. Y yo fui libre de toda desconfianza, de todo fanatismo, de todo compromiso, de toda limitación»16.

Momentos trágicos vive, por entonces, la revolución bolchevique. La burocracia que tiene por jefe a José Stalin se ha consolidado y arrecia ahora contra la Oposición de Izquierda. Ese noviembre de 1927 se produce la última aparición pública de León Trotsky, quien poco después será deportado a Alma Ata. El profundo atraso de la Rusia zarista, la guerra contra los ejércitos blancos, el reflujo del movimiento revolucionario en Europa y la muerte de Lenin han desviado el curso de la revolución. El burocratismo, la chatura ideológica y la represión -en fin, el estalinismo, con su teoría del socialismo en un solo país- ganan precisamente la batalla en esas últimas semanas de 1927, mientras un grupo de artistas y escritores aporta su presencia a los festejos de la Revolución. En la Casa de los Intelectuales, Ugarte convive con una veintena de hombres de izquierda, entre los cuales gana su simpatía el pintor mexicano Diego Rivera y «un hombre flaco, largo, sarmentoso, que clavaba en el visitante sus ojos de Cristo, ingenuos y decepcionados, a la vez, y extendía la mano huesuda y blanda dentro de su incorregible cortedad: Henri Barbusse»17. «Yo había hecho amistad con él desde los comienzos, pero intimamos recién en esa oportunidad [...] Recuerdo que al día siguiente de nuestra llegada resolvimos ir a ver a Chitcherin, por entonces ministro de Relaciones Exteriores. Desligándonos de los grupos que tenían programas categóricos en los museos y las fábricas, subimos a uno de los trágicos cochecitos descubiertos que todavía sobrevivían al pasado régimen y tiritando de frío bajo la nieve oblicua que azotaba los rostros, nos hicimos conducir al lejano ministerio instalado del otro lado del puente, en el antiguo palacio de un magnate del zarismo. Redondo, abierto, jovial, Chitcherin nos recibió con llaneza y el protocolo desapareció totalmente cuando en el curso de la conversación se me ocurrió decir: -Después de consolidarse, ustedes restablecerán, probablemente, la libertad de prensa [...] Los ojos de Chitcherin se encendieron: -¡La libertad de prensa! -exclamó, llevándose las manos a la cabeza, como si oyese un desatino- ¿Ha existido alguna vez la libertad de prensa? ¿Ha encontrado usted en alguna parte la libertad de prensa? ¿Existe en su país? [...] Y dejó caer cordialmente la mano sobre mi hombro, forzando las carcajadas para borrar la brusquedad. Con la lejanía melancólica que no le abandonaba nunca y comprendiendo lo que había en el fondo de la hilaridad crispada, Barbusse se limitó a sonreír. Pero cuando salimos se detuvo bruscamente en mitad de la escalera de mármol y declaró: -Yo haré que exista en Francia la libertad de prensa [...] Así nació, en nebulosa, la revista Monde»18.

Pocos días después, Ugarte habla en el Congreso de Amigos de Rusia, en nombre de la delegación de los países latinoamericanos. «Nuestras repúblicas del Sur -señala- que tantos azotes han sufrido del imperialismo y tantos desmanes de las oligarquías, hoy vuelven los ojos hacia este centro de renovación y de luz. Los diez años de experiencia soviética han tenido entre nosotros una influencia decisiva, aun sobre aquellos que no militan en el Partido Comunista, porque nos han ayudado a descifrar nuestros propios fenómenos en dos órdenes diferentes. Primero, en el orden internacional, revelándonos cómo puede vivir un pueblo sin presiones extrañas, sin empréstitos, sin entregar sus riquezas a las compañías extranjeras que después especulan con el hambre y con la desgracia de una colectividad [...] También nos ha dado un ejemplo Rusia en el orden interior, demostrándonos que las colectividades sólo pueden desarrollarse plenamente después de desembarazarse de los parásitos que interrumpen su vitalidad [...] Por eso, traemos aquí nuestras esperanzas, dispuestos a agruparnos alrededor de Rusia si alguien intentara algo contra ella y dispuestos también a generalizar en nuestras tierras los resultados adquiridos durante esta experiencia, que es la más extraordinaria y la más fecunda que ha conocido la humanidad»19.

Ugarte permanece en la URSS tan sólo veinticuatro días, durante los cuales trata de informarse acerca de cómo resolvieron los bolcheviques algunos problemas específicos, especialmente, el del petróleo, la reforma agraria y la independencia nacional. Utiliza para el estudio de estos temas su permanente óptica latinoamericana; más allá del interés por el proceso soviético, analiza la posibilidad de aplicar determinadas experiencias a la solución de los problemas de su patria latinoamericana. «Deseo estudiar de cerca los procedimientos que ha empleado la URSS para preservar el petróleo y explotarlo nacionalmente al margen de las empresas todopoderosas [...] Me interesa también la reforma agraria que ha transformado el carácter de la propiedad rural. Esta evolución no puede dejar indiferente a nuestra América, donde perduran vastos latifundios. Además, quiero aquilatar la vida y la organización de un país que ha defendido hasta ahora celosamente la independencia de sus movimientos y la integridad de su autonomía»20. Ugarte sostiene que «en la experiencia hay direcciones aprovechables» pero conserva una prudente moderación en sus juicios, bastante significativa frente al exultante entusiasmo de Barbusse. «No se concibe en el estado actual de Rusia una reacción hacia el pasado -escribe-. Lo existente podrá evolucionar en el sentido de una acentuación o de una atenuación de doctrinas, pero, en su esencia, el régimen debe ser considerado estable»21. Efectivamente, las conquistas fundamentales logradas por la revolución perduran y son inatacables, aun cuando la consolidación de la burocracia estalinista distorsiona el proceso frenando su dinamismo al quitar a las masas su papel protagónico. «Puedo decir que el régimen soviético -agrega- no es tan abominable como lo pintan sus adversarios, ni tan perfecto como dicen los amigos»22. Así sintetiza su posición y así revela que está lejos de ser un intelectual al cual el estalinismo podrá usar a su antojo. Declara a un periodista.: ¡Fui libremente y he regresado con mi independencia de toda la vida!»23. Pero su resistencia a enfeudar su pensamiento a la burocracia soviética, recibirá un castigo pocos meses después. «El régimen imperante en Rusia me ha hecho sentir su hostilidad, suprimiéndome de la comisión de la Liga contra la Opresión Colonial»24. Ugarte no va a convertirse por eso en cómplice de los explotadores que denigran a la URSS: «No soy comunista, pero me parece, sin embargo, un error condenar a ese nuevo régimen sin estudiarlo, pues es imposible negar los resultados alcanzados. Es enorme la metamorfosis sufrida por el país [...] No se opera en vastos territorios una transformación fundamental sin desafinación, pero profundizando el sistema y sus engranajes principales se puede decir que hay mucho que observar y mucho que aprender en Rusia»25. Y vuelve a analizar a la URSS en función del futuro latinoamericano: «Por encima de las doctrinas sociales, me interesaba sobre todo el problema de saber si las reivindicaciones nacionalistas de la América Latina podrían apoyarse en una nueva entidad mundial suficientemente fuerte para no tener que contemporizar con nadie, es decir, si nacía con Rusia una nueva fuerza susceptible de tener peso, llegado el caso, a favor de los pueblos sometidos»26.

Con respecto a la lucha que libra en esos momentos la oposición de izquierda, Ugarte sólo da una opinión al pasar, lamentablemente correcta, en cuanto a la ausencia de apoyo a Trotsky y sus amigos: «por lo que me ha sido dado observar en tan corta permanencia, la oposición se reducía a un núcleo de disidentes importantes intelectualmente, pero sin acción sobre la masa popular, por lo menos en el momento presente»27.

En el curso del viaje de regreso, Ugarte propone enviar crónicas sobre la URSS a algunos diarios, pero sólo obtiene respuestas negativas: «Ofrecí correspondencia a La Razón de Buenos Aires que la rehusó de plano, por parecerle peligroso, no sé si el tema o el corresponsal»28.

Hacia fines de año, está de regreso en Niza. En declaraciones a su amigo César Arroyo resume las experiencias del viaje: «Podrá tener el nuevo régimen sus defectos, yo soy de los que se niegan a aceptar con los ojos cerrados toda la Revolución Rusa, el estado actual podrá dar margen a muchas críticas, pero representa un progreso indiscutible sobre el feudalismo zarista. Aunque los resultados no correspondan en todo momento a la teoría que los hizo nacer, la Revolución Rusa marcha hacia el porvenir [...] Hay aún restos del pasado. Todas las revoluciones traen oro y escoria, la parte aprovechable y la parte que el mismo pueblo elimina. De la Revolución Francesa quedó lo que podía quedar. Tendrán que pasar todavía algunos años para que podamos hacer el balance de los beneficios que deja la Revolución Rusa. Por otra parte, todo alumbramiento engendra dolor, sangre y desorden. Sería un error confundir estos inconvenientes con la vida durable que se levanta [...] Las repúblicas de América Latina tienen que organizar su vida interior de acuerdo con ideas modernas. En este sentido cabe aprovechar la experiencia de Rusia, especialmente en lo que se refiere a la reforma agraria, a la sustitución de la clase dominante en el poder, a la explotación nacional del petróleo, a la emancipación de la masa indígena o campesina y a las reformas sociales que están reclamando nuestras repúblicas, organizadas aún anacrónicamente en beneficio de oligarquías sobrevivientes del coloniaje. Hombres nuevos y doctrinas nuevas, eso es lo que pide un Continente cansado de tiranos ambiciosos y traidores»29.

«Considero que la Revolución Rusa -escribirá Ugarte, años después- es el paso más grande que ha dado hasta ahora la humanidad hacia la justicia [...] No puedo dejar de apuntar que la vieja prédica contra el imperialismo yanqui cobrará mayor eficacia al enfrentarse no sólo con las oligarquías o las plutocracias de Hispanoamérica, sino también con el problema social en bloque. Hay que identificar el ímpetu hacia la emancipación internacional de nuestras repúblicas, con la emancipación de los grupos oprimidos dentro de la política interna. Cuando, en medio de las clásicas ingenuidades que tanto se repiten, oigo que alguien habla del "peligro comunista" no puedo dejar de murmurar: -Peligro [...] ¿Para quién? Porque formular la pregunta es hacer una definición»30.






Capítulo XIV


«Viene una nueva humanidad...»

En esa época, su vinculación a la revista Monde, que expresa a un sector de la izquierda europea, aviva su vieja fe socialista. A partir de entonces, su nacionalismo democrático asume un nuevo giro y se desplaza hacia el socialismo reformista del Ugarte juvenil.

En una casita de Niza -que Ugarte ha logrado comprar con la herencia recibida al fallecer su madre- el escritor reflexiona muchas veces a la hora del crepúsculo: «Pese a los errores, tengo fe en lo que viene. Confío en el milagro laico de una sociedad que se transforma para adquirir plena personalidad. ¿Ilusiones? Lo dirá el tiempo. ¡Sigo creyendo en tantas cosas que otros abandonaron como carga pesada o impedimento inútil al borde la vida! Mis amigos de antes son ministros, tienen caballos de carrera o regalan dulces a sus nietos, cosas todas que los sitúan al margen de lo temerario, en zonas serenas. Condenado a la intemperie, yo persisto, en cambio, en mis intransigencias, en mis lirismos y aliento cada día con más firmeza las esperanzas de la primera juventud, como si añadieran energía los cabellos blancos. No hay en ello mérito alguno. Tengo una convicción. Sé lo que debe pasar. Podré equivocarme en la medida del tiempo, Una década o cinco... Lo veré o no... Problema secundario... Pero el Nuevo Mundo saldrá al fin de la cáscara y vivirá su vida autónoma, en el isocronismo de todas sus moléculas»31.

Algunas revistas latinoamericanas y periódicos de izquierda se convierten ahora en las tribunas de Manuel Ugarte. Desde Repertorio Americano, levanta su voz: «Saludo a las nobles juventudes que defienden la integridad de América y me adhiero a la protesta contra el imperialismo devorador [...] Pero al levantarnos contra el invasor de afuera, tenemos que levantarnos también contra la impericia o la complicidad de nuestros gobiernos imprevisores o venales, contra los tiranos, las oligarquías y los partidos sin ideal que llevan a nuestras repúblicas al abismo, favoreciendo con sus errores el vasallaje y la sujeción. Si la América Latina se encuentra en la situación que comprobamos, es debido a los que entregaron a las compañías extranjeras, minas, ferrocarriles, monopolios, concesiones y empréstitos que tienen que dar lugar fatalmente, más tarde, a reclamaciones, conflictos, tutelas y desembarcos [...] Hay que renovar los sistemas, hay que propiciar una ideología revolucionaria capaz de sanear y hacer revivir cuanto fue anemiado por el parasitismo y la politiquería. Contra el imperialismo invasor, muy bien. Pero también contra nuestros gobiernos impopulares. Vamos hacia el porvenir con el pueblo, con la juventud, con las fuerzas futuras. Sólo podrá detener el avance del imperialismo, una América nueva»32. «Debemos gritar y obrar contra los oligarcas, contra los presidentes inconstitucionales y contra los partidos políticos para quienes los más grandes problemas sociales son esas pequeñeces que salen del egoísmo y del comercio ilegal [...] Nada debemos esperar de los hombres que desde nuestros gobiernos han metido a la América Latina en las fauces del dragón imperialista. Necesitamos hombres y fórmulas nuevos y esto solo lo encontraremos entre los hombres jóvenes, en los partidos avanzados que son los verdaderos y únicos defensores de la nacionalidad»33.

José Carlos Mariátegui, Haya de la Torre y José Antonio Mella se cartean con Ugarte, unidos por el mismo ideal de liberación, redoblando las acusaciones contra Estados Unidos que en esa época ha invadido Nicaragua, cuya soberanía está defendida ahora por Augusto César Sandino y sus guerrilleros. A mediados de 1927, las fuerzas yanquis han intimado a rendición al puñado de valientes comandados por Sandino y este ha contestado: «No me rendiré y aquí los espero. Yo quiero patria libre o morir»34. Los «civilizadores» aplican a los patriotas el «cumbo» (degüello) y «el corte de chaleco» (corte de los brazos hasta la raíz), Ugarte redobla sus esfuerzos a favor de la causa nicaragüense: «Yo, que he sido desde el primer momento, el teórico de esa resistencia que hace décadas parecía una utopía [...] Déjenme ahora ser el teórico de la realización de la idea. El General Sandino ha puesto en acción el pensamiento que yo defiendo desde hace veinte años»35.

En marzo de 1928 publica en diarios europeos varios artículos en defensa de Sandino y se los hace llegar al guerrillero con una carta de adhesión. Sandino -que en esos momentos lucha solo, pues ni el gobierno argentino ni el mexicano han contestado su pedido de apoyo- le responde poco después: «Las Selvas Segovianas. Augusto César Sandino, soldado Jefe del Ejército defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, saluda cariñosamente al eminente publicista argentino don Manuel Ugarte para quien tiene un sincero reconocimiento. Patria y Libertad»36.

A mediados de julio de 1928, la revista Monde ya está en circulación, Henry Barbusse es su director, pero el comité de Redacción lo integran Máximo Gorki, Miguel de Unamuno, Albert Einstein, Upton Sinclair y este argentino llamado Manuel Ugarte, a quien su patria chica silencia a tal punto que años después le negará una cátedra de literatura. En Monde Ugarte publica «El problema de las dos Américas»: «Se advierte en lo que respecta a la política interna latinoamericana una exasperación contra las malversaciones de las oligarquías, una aspiración democrática hacia la repartición de la tierra, una rebelión más o menos velada del indio desposeído, una inclinación creciente de la juventud hacia las doctrinas extremistas y un deseo de disponer libremente de las riquezas del suelo natal, un deseo de gobiernos que representen verdaderos sentimientos nacionales y que existan por su propia esencia, sin que nadie los apoye desde afuera y un ansia de cambios profundos y una aversión directa contra los grupos parasitarios que siempre hablaron de patria y nunca se ocuparon de ella [...] Las mayorías sanas de la América Latina están contra la tutela extranjera y contra la política de corrupción. Y esas mayorías traen, por encima de la protesta, una teoría que debe ser oída, con provecho, por las dos Américas»37. Poco después, vuelve a levantar su palabra a favor de Sandino: «A pedido de la asociación de estudiantes hispanoamericanos de Madrid, de París y de Berlín, [...] redacté un manifiesto a favor de Sandino. El documento representa el sentir de cerca de 15.000 hombres jóvenes de nuestra filiación racial»38. «Vasconcelos y Ugarte -señala Gregorio Selser- eran los portavoces en Europa de las batallas e ideales de Sandino [...] Romain Rolland públicamente pedía apoyo para las fuerzas del Chipote. Gabriela Mistral declaraba que Rubén Darío y Sandino prestigiaban a Nicaragua [...] En Europa y América circuló profusamente el manifiesto de Manuel Ugarte»39.

El documento elaborado por Ugarte se llama «Sólo Sandino representa a Nicaragua» y fue reproducido por Mariátegui en su revista Amauta. Ugarte sostiene: «Invadido como se hallaba parte del territorio de esa república por tropas extranjeras e imposibilitados como están para votar los elementos patriotas que forman en las guerrillas defensoras de la tierra natal, toda tentativa de elección resulta una injuria para la dignidad de ese pueblo. El caso de Nicaragua no se puede resolver electoralmente. No hay más que dos divisiones en aquel país, de un lado, los que aceptan la dominación extranjera, del otro, las que la rechazan. Como estos últimos no pueden votar, no cabe engañar a la opinión con vanos simulacros [...] El único que merece nuestra adhesión es el general Sandino con sus heroicos guerrilleros porque él representa la reacción de nuestra América contra las oligarquías infidentes y la resistencia de nuestro conjunto contra el imperialismo anglosajón [...] Estamos con Sandino, que al defender la libertad de su pueblo, presagia la redención continental»40.

Desde Monde insiste, poco después: «El viaje del presidente electo de los Estados Unidos por América Latina exasperará la reacción nacionalista que se hace sentir, cada vez con más vigor, en estos últimos tiempos. Este viaje demuestra que los hombres que gobiernan a los Estados Unidos, a pesar de su talento, están penetrados de soberbia y empiezan a caer en los errores que debilitaron a todos los grandes imperios. Estos son los siguientes: a) Perder la noción de la medida, exagerándose la fuerza asimiladora y el poder de irradiación sobre los pueblos débiles, b) considerar como definitiva y total la inferioridad momentánea y parcial de las colectividades sometidas, c) confundir a esas colectividades con las oligarquías que las dominan y creer que basta halagar a estas para asegurarse un predominio eterno sobre aquellas, d) desdeñar las fuerzas morales, olvidar que un idealismo derribó al Imperio Romano -y aunque la hipótesis levante una sonrisa- ignorar que de una América Latina escarnecida pueden salir, a un siglo o a diez siglos de distancia, los bárbaros destructores y creadores de otro porvenir. Hay además, hechos nuevos que Estados Unidos parece seguir ignorando. Y es que América Latina, heredera de civilizaciones prestigiosas que mantienen vivos los entusiasmos de la juventud, se conmueve hoy alrededor de dos ideales: 1) la renovación interior que ha de sustituir a los gobiernos personales o de grupo por una verdadera organización nacional, 2) la defensa de las autonomías que nos lleva a oponer resistencia en todos los órdenes a los avances del imperialismo»41.

Poco tiempo después publica el artículo «El reparto de la tierra en América Latina»: «Así como en el orden internacional hay para las repúblicas de la América Latina un problema superior a todos los otros, la defensa de las autonomías nacionales frente al imperialismo, en el orden interior se impone una reforma: la que ha de dar por resultado la repartición de la tierra [...] Del inaudito acaparamiento de la tierra por algunos, ha nacido una violenta desigualdad social y hasta una forma nueva de esclavitud: la esclavitud de los hombres que nacen, trabajan y mueren sometidos en un sistema dentro del cual la tierra, los víveres y cuanto existe pertenecen a un amo todopoderoso [...] Inmensas zonas en el Perú, Bolivia y hasta en el territorio argentino de Misiones, se obstinan aún en este sistema criminal y anacrónico dentro del cual los mismos funcionarios del Estado se hallan estipendiados directa o indirectamente por el terrateniente local o por la compañía arrendataria. De norte a sur de la América Latina sube un clamor creciente en favor de la reforma agraria»42.




La penetración cultural

Desde su rincón, en Niza, Ugarte continúa atacando al imperialismo y denunciando al mundo las tropelías de «los marines» y del capital imperialista. Pero sabe que no sólo se coloniza por las armas, sino que existen mecanismos sutiles que van amenguando las fuerzas y creando las condiciones del vasallaje. Por eso, apunta a desnudar esas formas disimuladas de penetración: «Ha llegado la hora de llamar la atención de una manera concluyente sobre la desnacionalización que nos amenaza. No es posible que colaboremos en la tarea de difundir la corriente dominadora, abriéndoles nuestros teatros y nuestras almas, de par en par. Hay algo que escapaba todavía al avance creciente de empresas y productos, de préstamos y de sugestiones políticas. Era el espíritu de nuestras poblaciones apegadas a su filiación, sus costumbres y sobre el progreso estampillado, la nacionalidad, abriendo las alas, se refugiaba en las alturas. Esa esencia superior es lo que peligra, esa personalidad moral que hasta hoy escapó a la captación sistemática, último resto incólume de la vitalidad comprometida. Entregarlo equivaldría a resignarse a la sujeción [...] Más de una vez se ha criticado en nuestra América la debilidad complaciente con que toleramos la difusión agresiva de otro idioma. Se observa su auge en las escuelas, en el mundo de los negocios, hasta en los letreros callejeros que empiezan a falsear el aspecto de las ciudades imponiéndoles un empaque anglosajón [...] El imperialismo se complace en imponer su marca en todas las facetas de nuestra vida, subrayando un estado de sujeción inconfesado o una dolorosa dependencia [...] A través de ellas, la carne y el espíritu, la vida integral de otro estado, se derrama sobre nosotros y eso no constituye un hecho excepcional sino que se multiplica impregnando la opinión de un continente al cual le impone el deslumbramiento de la metrópoli prestigiosa y la obligación de aprender un idioma extranjero»43. Y vuelve sobre el tema: «En el orden político, sociológico, artístico, el ideal supremo fue transplantar lo que existía en las naciones o ciudades que admirábamos desde lejos. Así surgió una civilización desprovista de personalidad. Los conocimientos no fueron transmutados, no se les dio forma autónoma [...] El progreso no nacía del medio, ni estaba estrechamente ligado con él. Desde las constituciones y las formas políticas, hasta el uniforme de los soldados, pasando por la edificación, las modas y la ideología, cada paso marcó un trasunto fiel de lo que se había visto o leído, posponiendo casi siempre la concordancia y la necesidad de adquirir fisonomía, sacrificando en todo momento las impulsiones del propio ser en aras de lo artificioso y de lo ajeno. Las naciones nacientes se calificaron a sí mismas de nuevas Grecias o nuevas Prusias, las ciudades en embrión aspiraron a ser la Atenas o el París de América, los intelectuales, el Zola o el Castelar de tal o cual república. En vez de crear, con el esfuerzo diario, valores nuevos, ensayamos vivir de reflejo [...] La evolución que se anuncia en toda la América viene a redimirnos de esos errores [...] Al margen de los empirismos y de las jactancias, habrá que encararse al fin con la obra y decir: ¡Vamos a hacer una Patria!»44.

Meses después, Ugarte insiste, exigiendo a la inteligencia latinoamericana la creación de una conciencia nacional: «Se puede decir que nuestro Nuevo Mundo está esperando aún que sus intelectuales, ocupados en cultivar predios ajenos, se decidan a roturar la propia heredad. El internacionalismo intelectual -empleo la palabra no en su sentido de amplitud comprensiva, sino en el de renunciamiento y entrega de la propias características- no fue, pues, más que una manifestación de embobecimiento que en todos los órdenes nos ha inmovilizado, primero ante Europa y luego, ante los Estados Unidos. No hemos tenido vida propia. Hemos vivido "por cable" [...] Hemos sido "europeos a distancia". Atentos a las cotizaciones y a las modas extranjeras, como si alimentados por un cordón umbilical de direcciones supremas, la esencia de nuestro ser no hubiera salido todavía a luz»45.

Así, en plena tarea, recibe Ugarte el fin del año 1929. Pero un suceso importantísimo ha ocurrido dos meses atrás en Estados Unidos: el jueves 24 de octubre se derrumbó el mercado de valores en Wall Street detonando una crisis económica de dimensiones mundiales. El sistema capitalista cruje ahora en sus cimientos y la caravana de millones de desocupados se echa a andar. La crisis aterroriza a los capitalistas, mientras los proletarios enarbolan el puño amenazante: «El fantasma de la revolución recorre el mundo...».

En todas partes se viven momentos de incertidumbre y temor ante el desencadenamiento de la crisis desde octubre de 1929. Ya no se oyen los silbatos de las fábricas y las máquinas duermen, mientras los hombres buscan trabajo desesperadamente. Violentos disturbios se suceden en las más importantes ciudades. En Niza, Ugarte comprende que se desmorona también su precaria situación económica sostenida en sus colaboraciones periodísticas. Junto a Teresa y en esa modesta propiedad que ha comprado con la herencia familiar, ha vivido los últimos años laborando incesantemente: «En contacto con todos los grupos de vanguardia y antiimperialistas del mundo, sosteniendo correspondencia con escritores de todos los países, lanzando manifiestos, declaraciones y mensajes henchidos de doctrina, ejerciendo influencia más que nadie sobre las nuevas generaciones de América»46. Pero ahora la crisis hace tambalear a diarios y revistas y los presupuestos cada vez más estrechos de las empresas periodísticas merman los ingresos por colaboraciones. La preocupación por la sobrevivencia suya y de Teresa será, a partir de este momento y hasta el final de su vida, una constante.

En 1930, varios acontecimientos convulsionan a América Latina pero los dos más importantes son: la caída del dictador peruano Augusto Leguía, amigo de los yanquis, lo cual entusiasma a Ugarte, pero, por otro lado, el derrocamiento de Yrigoyen en la Argentina, que lo mueve a la crítica. Sobre el primer suceso escribe con entusiasmo pero ante las vacilaciones del nuevo gobierno, da una voz de alerta: «... No hay que creer que basta con derribar al déspota, para que la injusticia acabe. Recordemos la palabra del filósofo: "Si la tiranía existe no es porque alguien la representa, alguien la representa porque existe". Hay que velar por lo que viene cuando el usurpador se va... Nada es más peligroso que una revolución a medias»47. Respecto al golpe ocurrido en la Argentina afirma: «Dentro de la clasificación un poco incierta de los partidos políticos argentinos, el radicalismo expresa a la burguesía democrática. El gobierno de Yrigoyen respetó el sufragio universal y significó un progreso esencialmente civil. Las fuerzas militares que lo han abatido, inspiradas en una ideología fascista, representan, por el contrario, la tendencia autoritaria [...] Los conservadores argentinos, minoría electoral compuesta principalmente por los propietarios del suelo erigidos en clase dominante, con pretensiones aristocráticas, se impusieron durante largos años. Sus dirigentes, dedicados a los grandes negocios y siempre dispuestos a entenderse con las compañías norteamericanas e inglesas y a hacerles concesiones imprudentes, son los representantes en política interior de la preeminencia oligárquica y en política exterior de las influencias extranjeras. Ellos retardaron varias décadas la evolución política y social de la Argentina, justamente hasta el advenimiento del radicalismo»48. Resulta sorprendente que Ugarte no comparta el criterio liberal, también sostenido por los partidos llamados de izquierda, de que hasta 1916 hubo un gran país y que, por el contrario, denuncie a aquella política de dependencia y miseria popular en la época de los conservadores. Es también digno de tener en cuenta que mientras la seudoizquierda ha apoyado el clima golpista creado por la derecha, este socialista alejado de su país juzgue a la caída de Yrigoyen como un grave retroceso. Así, formula la necesidad de que los partidos de aquella izquierda revean su posición y se unan al radicalismo derrocado para enfrentar al autoritarismo fascista de la derecha en el poder. Según Ugarte, al carecer el país de un proletariado poderoso, como consecuencia de su escaso desarrollo industrial, la función de la izquierda es acompañar al movimiento nacional en su lucha contra el imperialismo y la oligarquía, es decir, dar apoyo, aunque desde una perspectiva crítica e independiente. De aquí resulta que este Ugarte, que habla poco de marxismo, resulta más marxista que los que derrochan fraseología revolucionaria en la Argentina mientras actúan de modo funcional a la derecha. El artículo culmina así: «La Argentina debe organizarse nacionalmente en su propio beneficio y no como hasta el presente en beneficio de los privilegiados del país y de los imperialismos extranjeros»49. Poco después, incursiona en la historia distanciándose de lo que su amigo Blanco Fombona llama «el novelón mitrista»: «Como argentino, no he encontrado nunca una razón para atenuar mi admiración por Bolívar. Creo que el caudillo de Nueva Granada y el del Río de la Plata (San Martín) se completan si abarcamos el conjunto de la vasta acción que consiguieron desarrollar [...] Al tratar de que uno resulte superior al otro, los comentaristas los disminuyen a los dos porque en el espíritu de nuestra historia concurren a una sola tendencia y son brazos del mismo ideal»50.




«La hora de la izquierda»

En 1931 acentúa su posición revolucionaria y escribe, desde Monde, el artículo «La hora de la izquierda». Allí sostiene: «Después de la independencia, nuestra organización económica siguió siendo colonial, colonial de este o de aquel país, pero siempre orientada hacia el mar. Nadie previó las consecuencias de los abandonos. Nadie trazó un plan de explotación conjunta. Tomando las apariencias por realidades, se consideró como nuestra la riqueza que los extraños movilizaban dentro del territorio argentino. Por el camino de las concesiones, hemos ido llegando así a un punto en que cuanto anuncia prosperidad se halla regulado o servido por organismos que absorben desde fuera el beneficio principal. Cada movimiento de nuestra vida suele ser un diezmo pagado a otras colectividades. Nuestros mismos productos básicos se hallan dominados por industrias de transformación o acaparadores. Si a esto añadimos el desgaste de los seguros, los bancos, los transportes, cabe preguntarse qué nos deja la riqueza que se va. Cuando subimos a un tranvía, entramos a un cine, cablegrafiamos, oímos un disco, descolgamos el teléfono o nos embarcamos para Europa, pagamos al extranjero contribuciones más elevadas que las que nos impone nuestro propio Estado. El ausentismo absorbe las mejores rentas. Los empréstitos que nunca se emplearon en valorizar el territorio, nos doblan bajo influencias asfixiantes [...] No trato de justificar al régimen derrocado. Pero digo que todo esto no es obra de un hombre ni de un partido: es obra de una oligarquía, es obra de una clase dirigente que no siempre supo dirigir y es contra ese desorden que tendremos que reaccionar si queremos salvarnos [...] Es el Estado el que tiene que coordinar la producción, la riqueza y el trabajo, esgrimiendo a la nación en su eficiencia global para equilibrar y defender la vida colectiva en la etapa de loca competencia que es como el sobresalto agónico de la concepción que se va. Sólo un gobierno que pueda hablar realmente en nombre del pueblo tendrá fuerza para intentar esta obra. Sólo él estará interesado en realizarla también [...] Sólo él se sentirá con la energía suficiente para remover intereses poderosos, porque su esperanza misma se hallará ligada a la elevación del conjunto, dado que no hay reforma social sin un plan nacional que la soporte»51.

Ugarte insiste ahora, especialmente después de producidos varios golpes reaccionarios en América Latina en el año 1930, en la reivindicación de la soberanía popular y de nuevo reitera su convicción en la necesidad de entrelazar la resolución de la cuestión nacional y la cuestión social: La opción ya no se plantea entre conservadores y radicales en la Argentina porque ambos constituyen el terreno perimido de la vieja política criolla [...] Sólo estará al diapasón del momento un gobierno de izquierda [...] Hablo indeterminadamente de todas las fracciones de izquierda, involucrando a sus simpatizantes y afines, hablo de la tendencia avanzada en general, sin límite ni exclusión. Hay que levantar nombres nuevos que sean la negación de las viejas rémoras, candidatos que encarnen la protesta contra la oligarquía, contra el latifundio y contra la tendencia opresora [...] Mayorías incontenibles están reclamando una equidad social que se ha de resolver con leyes y no con cargas de policía [...] No faltará quien diga que así ponemos en peligro la estabilidad de la nación. Lo que ocurre es que muchos confunden esa estabilidad con el estado de cosas que los favorece [...] Al agitar ideas, por el contrario, defendemos el conglomerado nacional, porque la mejor manera de servir a la patria consiste en empujarla hacia el porvenir [...] Ha sonado la hora de la izquierda. Y hay que romper fundamentalmente con muchas cosas [...] Toda solución vacilante que se enlace directa o indirectamente a lo que debemos dar por muerto, resultará contraria a lo que se persigue. Vivimos el momento más grave de nuestra historia. El país está cansado de marcar el paso. La dictadura no tardará en caer, de una manera u otra. Pero nuestro problema no es un problema de hombres, es un problema de ideas [...] O retrogradamos hacia el pasado o nos lanzamos resueltamente hacia el porvenir»52.

En esa misma época, escribe en los borradores de El dolor de escribir: «Es visible que si el nacionalismo es revolucionario, la revolución puede ser nacionalista sin comprometer ni disminuir la solidaridad mundial. Como hijo de nuestra América entiendo que paralelamente al problema de la injusticia internacional, debemos enfocar el problema de la injusticia interior»53. El problema reside ahora en el enlace de dos direcciones igualmente poderosas, cuyo antagonismo virtual ha de convertirse en colaboración más o menos visible: el nacionalismo y el anticapitalismo. Lograr que la equidad reine dentro de la nacionalidad y que la nacionalidad se armonice en el mundo con las otras nacionalidades fueron los propósitos que desde los comienzos inspiraron mi vida literaria. Fui revolucionario para combatir la errónea organización social y fui antiyanqui para oponerme al imperialismo que nos devora»54.

Entre los artículos más importantes de esa época se encuentra «El fin de las oligarquías latinoamericanas». Allí sostiene: «En la Argentina, quince familias poseen ellas solas 2.773.760 hectáreas, cuyo valor puede ser calculado en tres mil millones de francos. Los déspotas no se imponen sino como representantes de estas oligarquías que absorben la vitalidad nacional, bajo la protección alternada del imperialismo inglés o del norteamericano [...] El colonialismo se perpetúa a pesar de la autonomía nominal [...] Los ferrocarriles, el petróleo, la industria frigorífica que controla la explotación del ganado, los bancos, los seguros -en ciertos casos, las propias aduanas- todo ha sido librado al imperialismo anglosajón. La inmensa masa de los ciudadanos trabaja para asegurar dividendos a los accionistas de Nueva York o de Londres»55. Al final del artículo, sostiene: «Ni la fuerza ni la astucia parece que puedan desviar, sin embargo, el impulso hacia la extrema izquierda. Él se hace sentir desde la Argentina hasta México. El movimiento agrario y antiimperialista inquieta a los gobiernos que se esfuerzan por echar máquina atrás bajo la influencia de los Estados Unidos y de las fuerzas del terror. Numerosas síntomas marcan el fin de un estado de cosas [...] La acusación de extremismo ya no asusta a nadie. Ante la depreciación de los productos, las deudas, la desocupación, el déficit, parece evidente que no se puede remediar la confusión en que América se debate como no sea con la ayuda de los hombres nuevos y de las ideas nuevas»56. Poco después, insiste: «... Hoy arde el continente en un solo fervor... Un ímpetu generoso augura la redención del indígena y la igualdad para todos los hombres. A las oligarquías ensimismadas, a los dictadores jactanciosos, sucederán los gobiernos populares que traducirán el ansia de renovación de nuestras repúblicas y harán la patria. Todo anuncia que se avecinan acontecimientos memorables [...] De un extremo al otro del continente cunde el anuncio del glorioso incendio que se avecina»57.

Durante estos años de exilio, el periodismo le ha permitido solventar sus gastos y los de su esposa, reforzando a veces sus ingresos con derechos de autor por algunas reediciones y por sus últimos libros: la novela El camino de los dioses y la recopilación Las mejores páginas de Manuel Ugarte. Pero la crisis económica mundial torna cada vez más difícil la subsistencia. Los periódicos reducen las colaboraciones estrechándose así su fuente normal de recursos. Gabriela Mistral, con el apoyo de Blanco Fombona, García Calderón, Barbagelata y Vasconcelos, promueven ante el gobierno argentino el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura para Manuel Ugarte en virtud de su vasta producción y su renombre mundial. Pero la solicitud es rechazada porque todas las obras de Ugarte han sido publicadas fuera de la Argentina.






Capítulo XV


Carta de Augusto César Sandino para el compañero Ugarte

Pero si los gobiernos conservadores y los sesudos académicos lo aíslan, lo desconocen, no recomiendan sus libros, considerándolo un agitador, un revoltoso, un hombre que lleva peligro a los corazones cándidos de la juventud, desde otro lado le llegan reivindicaciones que lo honran: «Bocay, Río Coco. Las Segovias de Nicaragua. Distinguido hermano racial: pláceme dirigirle la presente manifestándole que recibí su interesante carta fechada el 28 de diciembre del año pasado. Su nombre, señor Ugarte, hace mucho tiempo que es familiar entre nosotros y sus escritos, por uno u otro motivo, siempre nos llegan y nos han servido de estímulo en nuestra gran jornada libertaria de siete años, que apenas son las preliminares de la gran batalla espiritual, moral y material que Indoamérica, por su independencia, tiene que empeñar contra sus tutores Doña Monroe y el Tío Sam y probarles que nuestros pueblos han llegado a su mayoría de edad. Por de pronto, nos place haber dado una lección a nuestros pueblos de cómo se puede luchar y morir por un ideal. La clase estudiantil de Indoamérica también ha sido nuestra aliada, lo mismo que gran parte de los obreros y campesinos del continente. No somos indiferentes a todas esas muestras de simpatía y distinguimos que la humanidad está dividida en opresores y oprimidos y desde aquí, me querido hermano, en este nudo del espinazo de los Andes, ejercito sin interrupción de nadie ni de nada, remontando el pensamiento a lo infinito y desde allá persigo nuestros pensamientos y el de otros afines, para con nuestros fluidos inspirarme y tomar mayor brío en la lucha emancipadora de nuestros pueblos indohispanos [...] La paz se firmó en Managua el 2 de febrero, pero soy independiente del gobierno y permanezco organizando con mis muchachos cooperativas agrícolas en la misma región donde han estado nuestros campamentos militares. Por su medio va nuestro abrazo fraternal a la clase estudiantil de habla española en toda la tierra. Ruégole aceptar el sincero aprecio de este su hermano en el ideal. ¡Patria y Libertad! Augusto César Sandino»58.




El dolor de escribir

En ese año 1933, Ugarte publica El dolor de escribir, un libro dramático donde plantea el compromiso y las luchas del escritor en el mundo semicolonial.

Allí aborda el tema de la cultura nacional: «El cosmopolitismo ideológico se enlazaba con el cosmopolitismo racial de ciertas regiones [...] El exotismo de las oligarquías y la invasión del imperialismo consolidaron entonces esas expresiones culturales inauténticas, simiescas, sin verdadera raigambre. El divorcio resultó cada vez más marcado entre la ilustración y la vida [...] Así se comprende la poca o ninguna circulación de algunos escritores que alcanzaron renombre en ciertos círculos. Y así se explica el auge de otros, que pueden ser discutidos desde el punto de vista estrictamente estético, pero que traen amagos de lo que el público espera [...] El cowboy de los Estados Unidos, que no tiene ímpetu tan evocador, ni silueta tan artística, ha dado margen a un océano de literatura. El gaucho, el pelao, el llanero, como cantera de arte, no han sido, en realidad, explotados aún en este sentido. El Juan Moreira es un ejemplo, pues sobre ese folletón de aventuras se hablará aún cuando muchas obras fastuosas se hayan hundido en el olvido porque encima de la concepción primaria y del estilo indigente está la emoción con que el autor ha dado a su personaje una silueta definitiva»59.

Después, agrega: «Los escritores que pretenden improvisarse con cuatro letras en jerarquía ilusoria, hablan a menudo de la incomprensión de los humildes y en general, del pueblo. El pueblo es, según ellos, «ingenuo», «atrasado», «vulgar». No saben los que así opinan que, desde el principio de las épocas, el pueblo fue el único amigo con quien pudieron contar cuantos trajeron al mundo una palabra, un pensamiento, una certidumbre. Sano, perspicaz, insobornable, ha comprendido, apoyado, ha defendido cuanto fue justo, exacto o hermoso, sin detenerse a calcular los provechos o los perjuicios que podía valerle su actitud, porque al margen de los intereses en él sólo existe un franco deseo de elevación. El pueblo es el que en último resorte se niega a aceptar las celebridades que pretenden imponerle y el que alienta a los que fueron condenados en primera instancia por los doctos [...] Hay libros que tuvieron el aplauso estruendoso y de los cuales no se vendieron cuatro ejemplares. El pueblo ha aprendido, en literatura como en política, a desconfiar de los héroes que le quieren imponer. Otras obras, silenciadas, en cambio, metódicamente, obtuvieron extraordinaria difusión. Y lo más raro no es que el porvenir consagre el fallo sino que el pueblo sepa que el porvenir pensará como él [...] Porque el público, en su alta y noble expresión, no es la masa ignorante y dócil que algunos imaginan para enaltecer su vanidosa suficiencia. No habrá leído todos los libros, no hará gala de erudición, no citará a diario las dos o tres docenas de nombres que lleva y trae la moda del momento, pero tiene una superioridad sobre algunos de esos mismos intelectuales: oye del lado del corazón»60.

Asimismo, en gran parte de esa obra, Ugarte explica su propia experiencia personal enfrentado a la superestructura cultural de la semicolonia que obtura la difusión de su obra: «Quien escribe este libro no ha salido, desde luego, ileso. Los especialistas de esas operaciones revolvieron la escoria durante largos años, con la convicción de buenos alcantarilleros, habituados a no reparar en las salpicaduras. Los que vengan mañana a hurgar en nuestras vidas, se asombrarán de la cantidad y de la calidad de las infamias acumuladas sobre un hombre que nunca delinquió en ningún sentido, que jamás tuvo nada que reprocharse, ni en su vida privada, ni en su vida pública. Sé que saldré intacto de la prueba. Pero no es posible dejar de sonreír con amargura ante el apresuramiento alborozado con que algunos recogieron cuanto se inventaba, horrorizándose de lo que sabían inexistente. Una concepción de la vida entre melancólica y resignada -no hay que entender escéptica, porque nada seríamos, nada alcanzaríamos, sin la esperanza de algo mejor- me ha hecho sobrellevar la atmósfera. A menudo lo inexistente me consoló de lo que existía. La imaginación fue bálsamo para la observación. Aprendí a trasmutar el odio en altruismo. Y el tiempo se encargó de adaptarme gradualmente a la amargura, como se adapta el árbol que creció pasando por el hueco de las piedras y que, a pesar del dogal que lo ciñe, logra llevar hasta la cima la copa abierta de su ilusión. Así me encuentro al cabo de 32 años de vida literaria [...] y pienso que la única posibilidad de ser grande reside, acaso, en tener la noción de nuestra pequeñez. ¡Somos tan insignificantes y pasamos tan rápidamente por el mundo! [...] Así es la vida literaria: un poco de dolor, un soplo de ansiedad, una luz breve y después, ¿quién sabe?»61. Luego, agrega que a pesar de todas las dificultades «el disidente seguía empujando su sueño loco porque era dueño de su movilidad y único juez de sus palabras [...] Se obstaculizó la circulación de mis libros antiyanquis. Me boicotearon los diarios bienpensantes. Los gobiernos reforzaron en torno el aislamiento profiláctico. Y la alevosía de algunos, combinada con la ingenuidad de otros, me condenó al ostracismo [...] Sólo hubiera podido evadirme poniéndome al servicio de las direcciones que combatí. Ni en hipótesis se podía aceptar la solución [...] Lo difícil era ganar dinero sin disminuirme, vivir sin abdicar. Al margen de los métodos pedigüeños, he vivido así durante largos años, si esto es vivir [...] El hombre es un ínfimo detalle y nada logra detener el advenimiento de una verdad cuando ha llegado la hora. A más o menos distancia del momento en que vivimos, lo que debe imponerse se impondrá. La juventud hará la ley muy pronto hasta el confín»62. Vuelve en el libro a sus recuerdos y a sus dolores. Habla, entonces, curiosamente, de una oportunidad en que, como una ráfaga inquietante, cruzó por su mente la idea del suicidio, mientras remaba lentamente en un lago cercano y cómo su voluntad pudo sobreponerse. Vuelve a sus proyectos, a sus sueños juveniles y sus ideales aún enhiestos, en párrafos donde la amargura mide fuerzas con la madurez filosófica de su espíritu: «Soñé hacer grandes cosas, con la esperanza de favorecer a los míos. Como un arquitecto acaricia en la mente la visión de un monumento traía yo en el alma la certidumbre de una acción. Pero me voy sin haber podido realizar lo que soñé a favor de mi patria directa, que es la Argentina y de mi patria superior, que es la América Hispana [...] En ningún momento se me dejó dar medida de lo que hubiera podido hacer. Una sombra terca arrasó las esperanzas [...] El ideal del escritor no se ha cumplido. No he realizado lo que soñé [...] Los que vengan mañana comprenderán la concepción y medirán la zona que quise abarcar. Pero ambicioné algo más que un esbozo. La irritación en que he vivido durante largas décadas, unas veces con motivo de la injusta hostilidad que me cercaba, otras, a causa de las crecientes urgencias económicas, no me ha permitido hacer más. Los libros que no he escrito los ha anulado el ambiente, los ha destruido, antes de nacer, el rigor del clima. Cuando vuelvo a encontrarme conmigo mismo, en un remanso de la lucha, se van los ojos por los senderos que ansiaba recorrer. Mi ensueño hubiera sido situar (latitud y longitud) a la América Hispana dentro del pensamiento universal. Por encima de las pequeñas literaturas enjutas, urbanas diremos, que sólo llevan una función engañosa o fugaz dentro del reducido círculo, concebí direcciones, sugerencias y realizaciones en un plano general y durable. En el sentido nacionalista y dentro de la tendencia social, arte y política, a la vez, hay que crear síntesis, programa, itinerario, renunciando al localismo miope para acceder a la concreción final. Intensamente ha vibrado en mí, como una campana, esa necesidad de expresión de un continente en lo que se refiere a ideales colectivos, a derroteros, a fórmulas pensantes, a vida superior. La América nuestra, que hay que traducir, está ansiando salir del balbuceo en que la mantienen, en todos los órdenes, los grupos que perduran a la sombra de su dispersión. Hay que acceder hasta las verdades panorámicas. Hay que volcar los componentes iniciales en el vaso de una sinceridad para que se produzca la fermentación creadora»63.

Sin embargo, antes de dar el trazo final de la pluma sobre El dolor de escribir, el hombre que confía en la proximidad del socialismo, escribe: «Todo lo doy por bien empleado. Hacemos con la vida lo que con un racimo de uvas; vamos eligiendo los mejores granos, sin importarnos que los peores queden para el fin. Como la espuma es la vanidad de la ola en la satisfacción de su abandono, la imprevisión es el lujo del optimismo que se juzga invulnerable dentro del ensueño. Si los pájaros vuelan, más que con las alas, con la voluntad que los anima, los humanos confían a veces, más que en el mundo en que viven, en el mundo en que quisieran vivir. Todas las estrellas no pueden entrar naturalmente por la ventana. Cabalgando en rocinantes ilusorios perdemos de vista la realidad. La realidad se venga. Pero hemos realizado el destino en su plenitud [...] Por encima del caso personal, me ha preocupado al componer este libro, el destino de la colectividad. De no haber sido así, no hubiera levantado la voz [...] Tomando las palabras en su sentido humano, se justifica así el título. A través de la anécdota, asoma un panorama. Están en juego ideas y principios generales. En los efímeros apuntes asoma un estado social. No he de estampar, sin embargo, la palabra Fin bajo una impresión pesimista. Quiero más que nunca a los míos. Tengo fe en ellos. Creo en el advenimiento de un porvenir que incendia los horizontes. En grande o en pequeño, estamos contribuyendo todos a renovar lo que nos circunda. Y hasta los que avanzan goteando sangre o barro, olvidan la fatiga cuando se gritan a sí mismos: -Viene una nueva humanidad»64.

El dolor de escribir es la queja de un hombre perseguido, pero es también el grito del rebelde que no claudica, del hombre superior que no contesta las afrentas sino que muestra simplemente su vida y las de aquellos que como él han buscado un ideal enfrentando a los privilegiados del mundo. Esa protesta de Ugarte es recogida en los distintos rumbos de la Patria Grande. «Cuánto y cuánto mordieron a Ugarte la envidia, la maldad y el odio de los que no pudieron comprender su grandeza, ni perdonarle su oposición a todos los imperialismos esclavizadores -escribe José Villaverde, desde Cuba-. La incomprensión de los mezquinos no acierta a explicarse por qué hizo de la libertad de América Latina el ideal más puro de su vida, desdeñando los halagos con que tantas veces quisieron torcer su conciencia»65. Desde El Universal de México, Juan Sánchez Azcona afirma: «El libro de Ugarte, con su hondo sollozo reprimido conscientemente y recatado en risas y en sonrisas, ha puesto en mi espíritu un crespón de melancolía, un amargor de desengaño presentido ya antes en mi subconciencia, pero que esta vez ha enardecido la llaga dolorosa que allí existía»66. Blanco Fombona, a su vez, proclama, en su jerga particular: «Por cierto que Argentina ha sido injusta con Ugarte. ¿Por qué? Porque Ugarte ni cree ni opina que la Argentina sea el ombligo del mundo y que todo lo argentino sea "lo mejor" del mundo»67. Y desde París, escribe el argentino Alejandro Sux: «Creo que a pocos de nuestros contemporáneos se ha hecho tanta injusticia como al abanderado de la -para muchos, utópica- confederación hispanoamericana y portaestandarte de la lucha contra el imperialismo [...] Manuel Ugarte ocupa en las letras continentales un puesto cuya importancia no puede negarse, ¿Cómo, entonces, después de arruinarse por el bien de veinte pueblos, en el umbral de los sesenta años, este hombre necesita buscar en el mapa inmenso que él soñó sin divisiones coloreadas, la ciudad hospitalaria, el periódico acogedor o la mano amiga capaz de sacarlo de la angustiosa situación en que se halla actualmente? [...] El dolor de escribir es un libro profundamente desconsolador [...] no es un grito como pudiera haber sido, es una queja suave acompañada de una sonrisa que desea ser irónica o resignada y que resulta una mueca dolorísima. Cuando Ugarte realizó su paseo triunfal a través de América, las multitudes le aclamaron [...] ¿Cómo puede decir, ahora, que está aislado, sitiado y acorralado en el mundo? La calumnia, el silencio confabulado, la persecución muda, el arrinconamiento pausado ¡y el olvido está ahí, remedando a la muerte, dispuesto a recibirlo en los brazos para ahogarle! [...] Manuel Ugarte honra a la República Argentina en el extranjero. ¿Nada puede hacer ella para que este hijo pródigo, idealista y lírico, deje de sentir, en su carne y en su espíritu, el mudo y trágico dolor de escribir?»68.

«Tuve horas de desaliento, meses largos durante los cuales me faltó energía para escribir. Desilusionado del presente, me refugiaba en un porvenir imaginario [...] Hasta que un día arrojé el tintero por la ventana. ¿Para qué seguir escribiendo?»69.

Este libro, casi desconocido en la Argentina, es la queja de un hombre perseguido pero es también el grito del rebelde que no claudica, del hombre superior que no contesta las afrentas, sino que muestra simplemente su vida y las de aquellos que como él han perseguido un ideal enfrentando a los privilegiados del mundo. Esa gesta, que es su propia vida, la resume en las últimas líneas: «No he de estampar la palabra Fin bajo una impresión pesimista. Quiero más que nunca a los míos. Tengo fe en ellos. Creo en el advenimiento de un porvenir que incendia los horizontes. En grande o en pequeño, estamos contribuyendo todos a renovar lo que nos circunda. Y hasta los que avanzan goteando sangre o barro, olvidan la fatiga cuando se gritan a sí mismos: "Viene una nueva humanidad..."»70.




En la soledad y la pobreza

La situación económica de Ugarte se agrava durante el año 1933. Su amiga Gabriela Mistral se esfuerza por conseguirle conferencias o colaboraciones periodísticas que le reditúen algún ingreso, pero vanamente. Día a día crecen las dificultades, hasta que se ve obligado a vender su casa y empieza entonces a sufrir las angustias del alquiler mensual. «Ay, mi amigo -le escribe Gabriela-, me angustio de mi impotencia, de mi falta de peso, de poder, con estas gentes oficiales [...] El oficio de escribir está como maldito [...] Usted no puede saber, Manuel, cómo me ha aplastado a mí este fracaso [...] Estoy desolada y lo más preocupada por ustedes»71. «En una oportunidad, Manuel me dijo -recuerda su viuda-: "Uno de estos días me pongo esta cintilla roja en la solapa -la Legión de Honor de Francia- y voy a pedir trabajo de cualquier cosa"»72. ¿Pero qué trabajo podría conseguir este hombre de casi sesenta años, trasladado ahora a París, el París azotado por la crisis? Se le ocurre ofrecerse para hacer traducciones y luego, como taquígrafo en un organismo internacional, pero todo resulta inútil. Otro amigo, Luis F. Torres, le sugiere desde Ginebra que podría cubrir algunos déficit «durante la conferencia Internacional del Trabajo, actuando como traductor durante unos veinte días, lo que daría unos 600 ó 700 francos suizos. No sé si le conviene a usted gestionarlo»73. Y Ugarte con sus casi sesenta años a cuestas, intenta conseguir ese empleo que significaría un alivio temporario para él y su compañera: «En horas difíciles, fui a solicitar un humilde empleo a la Oficina Internacional del Trabajo, en Ginebra. Entonces se puso una vez más de manifiesto la antinomia entre los que sacrifican su vida a aspiraciones superiores y los que invocan aspiraciones superiores para encumbrarse. -Es imposible -me contestó el señor Albert Thomas-. Si le doy a usted algo, puedo tener reclamaciones del gobierno argentino o del gobierno norteamericano [...] Y era de ver el azoramiento del ex propagandista de la revolución social, en medio de la suntuosidad del escritorio, donde paseaba su obesidad, como si todas las apostasías se le hubieran hecho vientre. ¡Tenía ya tan pocas oportunidades de recordar a la masa de donde salió! Yo iba a pedir trabajo y aunque el trabajo enaltece, siempre hay, para el espíritu altivo, cierta aversión a solicitar. Pero confieso que, a pesar de las mismas ideas, yo había bajado de la burguesía al pueblo y él había subido del pueblo a la burguesía. ¡Le había dado a él mucho más de lo que él me negaba!»74.

En esos momentos en que el hambre lo cerca, cuando ya no puede adquirir papel y emplea, para borronear sus ideas, los sobres de las cartas que le llegan, reanuda epistolarmente su vieja amistad con José Vasconcelos: «... Mi vida fue desapacible en estos últimos tiempos. He pasado hasta miseria y hambre. No me avergüenza confesarlo. Los que han de tener vergüenza son los que en mi tierra me negaron todo, hasta el pobre Premio Nacional de Literatura, que se dio a cuantos escriben con las manos o con los pies. Ser independiente -usted lo sabe- equivale a renunciar a todo. En nuestra América, cuando estamos dentro de lo inverosímil, estamos dentro de lo normal. Así van nuestras repúblicas dando tumbos cada vez más peligrosos a medida que se alejan de la lírica inspiración inicial. Acaso lo mejor que hubo entre nosotros fue el proyecto de ser. Hábleme de su vida, que también fue difícil, lo adivino, desde que no nos vemos»75.

En agosto de 1934 le llega una carta de su amigo Manuel Gálvez, acompañada de un artículo de Caras y Caretas donde se lo recuerda afectuosamente. Le dice el autor de Nacha Regules: «Hemos sido terriblemente injustos con usted. Nuestros gobiernos porque no lo han ayudado dándole un cargo consular y los escritores porque hemos olvidado su obra tan importante. Mis palabras de Caras y Caretas tienden a remediar un poco la injusticia»76. Ugarte le contesta: «Mi querido Manuel Gálvez: Me pregunta usted si estoy viejo. Más de lo que usted imagina. La vida en estos últimos años ha sido dura conmigo. Desde el punto de vista económico tengo que hacer proezas para no sucumbir. Y la hostilidad o la indiferencia de nuestra tierra aumenta la pesadumbre [...] Sin embargo, sería tan fácil para el gobierno argentino encontrar una fórmula que me permitiera seguir mi labor literaria sin la zozobra constante en que vivo ahora [...] Ahí está, por ejemplo, vacante la representación de nuestra República ante el Instituto de Cooperación Intelectual [...] Cuando un grupo de escritores pidió el Premio Nacional para mí, sorprendió aquí el silencio desdeñoso de allá [...] No hay motivo para una hostilidad tan subrayada. He tratado siempre de servir a los míos en la medida de mis fuerzas. Nada pueden reprocharme en mi vida pública, ni en mi vida privada. Mi trayectoria ha sido limpia y recta hacia un ideal. Aquí me tiene, sin embargo, sacrificado, hasta sin colaboraciones para los diarios de Buenos Aires. No se ha agriado mi carácter en la adversidad y sigo siendo el mismo que usted conoció hace treinta años o más. ¿Se acuerda? ¡Qué lindo debe estar Buenos Aires! ¡Tengo tantas ganas de volver! Pero mientras me sea tan desfavorable el ambiente, lo iré dejando para más tarde. Aunque tengo 58 años y los escritores en nuestra América sobre todo, no nos singularizamos por la longevidad. Hemos entrado, sin embargo, en una época, tan impresionante, tan llena de problemas y peligros, que uno desearía ver "en qué para esto" como decían en mi niñez las viejas de San José de Flores aterradas por la revolución del 90. Todo lo que aquí está hirviendo debe tener repercusión allá...»77.

Hondamente impresionado por esta carta, Gálvez se preocupará por la suerte del amigo. «He comenzado una gestión -le escribe poco después- que espero que no desaprobará. El PEN Club, cuyo secretario es Antonio Aita, va pedirle al presidente y a Saavedra Lamas, un consulado para usted o esa representación de que me habla ante la Liga de las Naciones [...] Trataré de que la Sociedad de Escritores haga por su lado idéntica gestión»78.




El precio del regreso: la venta de su biblioteca

La idea de volver enciende su ilusión en esos fines de 1934. El sentido profundamente nacional que ha imbuido toda su lucha reverdece al pensar en su Argentina, aquella que dejó un día de enero de 1919, ¡hace ya dieciséis años! Le escribe a Gálvez: «Gracias por todo lo que están haciendo a favor de su viejo amigo. Usted tiene influencias, prestigio y ha de conseguir algo. Que sea lo más pronto posible, porque la situación aquí ya no puede ser más difícil»79.

Ugarte se decide finalmente, pero no tiene cómo pagarse el viaje. ¿Dónde obtener los recursos?, piensa en una medianoche del París de 1935, sentado frente a esos libros que compendian su vida misma, esos tres mil ejemplares con las primeras ediciones de Darío, Nervo, Unamuno y tantos amigos, en cuyas primeras páginas los autógrafos subrayan la camaradería y refieren momentos comunes inolvidables... Y allí, en esos libros -Ugarte lo comprende en un momento terrible y lo decide ahí mismo, dolorosamente, con un profundo desgarramiento espiritual- en ellos reside la posibilidad del viaje. Son casi tres mil ejemplares y allí están las ediciones iniciales de Darío, Nervo tantos otros amigos... Allí están con sus dedicatorias, que refieren momentos comunes inolvidables, junto a otros volúmenes que son mojones de una lucha incesante por el progreso humano, a la que él ha agregado su esfuerzo entusiasta. Es lo único cotizable en pesos que posee este hombre que ingresó a las lides políticas respaldado por una fortuna solidísima.

«No me resigno a creer que se deshaga usted de su biblioteca», le escribe su amigo Albornoz80. Pero no hay otra solución y con enorme pena se realiza la venta. «Mis libros eran casi tres mil y me vi obligado a vendérselos en una estrecha situación a Francisco Castillo Nájera, que sería luego embajador de México en Estados Unidos»81. Y con la venta de su biblioteca obtiene los fondos necesarios para viajar.

En las primeras semanas de mayo mientras Ugarte viaja a bordo del buque español Cabo San Agustín, el escritor Hugo Barbagelata escribe en Parí: «La crisis obliga a retornar a los patrios lares en busca de nuevas orientaciones para su trabajo, al apóstol de una causa de confraternidad humana [...] Manuel Ugarte, que en sus tiempos mozos conoció la buena vida, llega hoy a la cuesta más empinada del camino de su existencia rasando la miseria, aunque sin dejar tras sus sandalias, rastro alguno del polvo maloliente de las claudicaciones. Pero la verdad es que negros nubarrones ensombrecen su horizonte y que el peregrino de un ideal grato por lo menos a todo un continente, ignora hoy por hoy de que estará compuesto el pan de su mañana cercano. La Argentina -o en su defecto, cualquier otro país hispanoamericano- debería ahorrarle a Ugarte una vejez acechada por premiosas necesidades materiales, con uno de esos empleos de índole intelectual, al que el talento, el renombre y las buenas maneras de Ugarte darían brillo [...] Me atrevo a levantar la voz en medio del silencio y del olvido, a fin de que se alcance a hacer justicia a un ciudadano de la magna patria, antes de que sea tarde»82. Pero estas palabras no hallan eco alguno. La voluntad del imperialismo reina todopoderosa en la América Latina balcanizada. Y no habrá tregua para ese solitario Quijote que preconiza la liberación nacional y el socialismo para la patria de Bolívar y San Martín.

Así, después de dieciséis años de ausencia, regresa entonces a la Argentina.







 
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