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Manuscritos sobre la expulsión y el exilio de los jesuitas (1767-1815)

Inmaculada Fernández Arrillaga





Cuando el P. Lorenzo Gilardi comenta la cantidad y pretensiones de los diarios escritos por miembros de su orden, asegura que «el género autobiográfico suscita particular interés porque constituye un momento de unión entre la Historia, la Literatura y la Teología, unión alcanzada gracias a una interpretación unitaria de la vida por parte del autor»1. Habría que unir ese interés de los diaristas jesuitas a la voluntad de que sus escritos sirvieran para defender la causa de la Compañía, pudiendo, si se diera el caso, ser utilizados contra sus detractores. Después de haber consultado más de una treintena de manuscritos, en los que los expulsos narran la expulsión de España y el destierro, no nos cabe duda de que fue ese interés apologético el que les movió a escribirlos; realizándolos en muy diversos modos, pero con una misma orientación y siguiendo un mismo patrón. Casi todos ellos se centran en la descripción de la forma en que les fue intimada la orden de destierro, en sus diferentes colegios o provincias, prosiguen con el viaje hasta Córcega y las dificultades padecidas en la isla y, en menor número, narran su establecimiento en las diferentes legacías de los Estados Pontificios en las que se instalaron.

Alonso Pérez de Valdivia2, catedrático de Teología del Colegio de Jaén en el momento de la expulsión, constató su exilio en dos obras: Comentarios para la historia del destierro, navegación y establecimiento en Italia de los jesuitas andaluces y un compendio del anterior. Este fue uno de los escritos que un jesuita secularizado, el P. Vargas-Machuca, solicitó refutar al conde de Aranda en abril de 1773, por considerarlo injurioso contra el rey y sus ministros. Tradujo, solamente, la primera parte del diario del P. Pérez, pero Vargas afirmaba, en su introducción, que conocía la existencia de muchos más tomos manuscritos por este jesuita. El P. Pérez escribió, asimismo, unas Memorias para los Comentarios del destierro que resulta un compendio de la obra anterior, aunque sólo se conserva la parte que abarca desde 1784 hasta 17903. Por otra parte, mientras Alonso Pérez se encontraba en Pesaro, en noviembre de 1783, recopiló y preservó la narración del P. Bernardo Recio, que trataremos al referirnos a la Provincia de Quito.

Otro de los jesuitas andaluces, Rafael de Córdoba4, escribió la Relación inédita del destierro de los padres jesuitas de Andalucía en 1767. Comienza este escrito el 25 de marzo de ese año, describiendo la forma en la que les intimaron la Pragmática de expulsión. Explica las temporalidades que registraron y el dinero que se halló en cada casa; así como el trato que recibieron los novicios y lo que les ocurrió a los irlandeses e ingleses que había en el Colegio de las Becas. Narra, muy sucintamente, la situación de los jesuitas más ancianos y lo que ocurrió con los colegiales, y da noticia de la llegada a Sevilla de los jesuitas que faltaban de algunas ciudades extremeñas junto con los de Córdoba y Carmona. Este relato no ocupa más de quince páginas, contiene extensas anotaciones al margen, la mayoría escritas con posterioridad al diario del viaje5, y tiene un final muy significativo que podemos enmarcarlo dentro de esa política de invitación a que quedara constancia de la expulsión. El relato del P. Córdoba acaba el día 2 de mayo en el puerto de Jerez, advirtiendo que quedaron en tierra treinta sujetos, enfermos o ancianos, y escribe: «víctimas de una horrible inquietud. Hablará por nosotros uno de ellos», tras estas letras, aparece una copia del diario del P. Tienda6, que era profesor de Filosofía del Colegio de San Hermenegildo de Sevilla en 1767. Su Diario de la navegación de los jesuitas de la Provincia de Andalucía desde el Puerto de Santa María y Málaga hasta Civitavecchia, no nos detenemos en él porque ha sido estudiado, en profundidad, por los profesores Giménez y Martínez7 y José A. Ferrer Benimeli8. Se encuentra custodiado en el Archivo Municipal de Sevilla9 y otra copia es la ya aludida del Archivo de Toledo10.

Los autores referidos en el párrafo anterior y Medina11, estudiaron también la obra del P. Cano12, sacerdote del mismo Colegio sevillano que tituló su obra: Viaje de los últimos jesuitas andaluces y descripción de Ajaccio, se encuentra en el Archivo Municipal de Sevilla13, donde sólo se conservan cinco folios de su escrito, concretamente los referidos a su llegada a Ajaccio. El P. Cano comentaba, escuetamente, las incidencias del viaje que realizaron a Córcega, desde su salida de Cartagena el 6 de octubre de 1767, hasta su llegada a Ajaccio, ciudad en la que desembarcaron el día 5 de noviembre de ese mismo año. Los pocos folios manuscritos que se conservan en este archivo intentan describir la ciudad y las características que más llamaron la atención al jesuita, centrándose en el aspecto y vestimenta de los hombres y las mujeres de la villa corsa, ninguno de los cuales sale bien parado, en esta breve y negativa descripción de la población de la isla.

Señalaremos por último, relativo a la Provincia de Andalucía, dos manuscritos, uno inédito, titulado Diario breve de la navegación a Italia14 y otro escrito por Diego Tienda. El primero es un sintético cuaderno de bitácora, realizado durante la navegación desde el Puerto de Santa María, en mayo de 1767, hasta su desembarco en Calvi, el 14 de julio.

Los comentarios son escuetos y referidos, fundamentalmente, al tiempo que hacía y a los acontecimientos propios de la singladura, por lo que aporta poco en cuanto a la situación de los expulsos15. El segundo, el Diario de la navegación de los jesuitas de la Provincia de Andalucía desde el Puerto de Santa María y Málaga hasta Civitavecchia que escribió el P. Tienda, descansa en el Archivo Municipal de Sevilla16, encontrándose una copia parcial de este diario en el Archivo de Alcalá de Henares17. Es un escrito comentado por los profesores Giménez y Martínez18, y posteriormente, por Ferrer Benimeli19.

De la Provincia de Castilla destaca la conocida obra del P. Manuel Luengo, no sólo por la extensión del escrito (su diario abarca los 49 años del exilio), sino también por la cantidad de papeles que recoge en su conocida Colección de Papeles Varios, comprimida en veintiséis voluminosos tomos. Se trata de una obra realizada con fines apologéticos, propensa al subjetivismo favorable a la leyenda blanca sobre la inocencia de los jesuitas y muy útil por la cantidad de datos que aporta20. Por otra parte, tenemos constancia de tres manuscritos relacionados con el P. Isla: una, su famoso Memorial21 en el que se da cuenta, no sólo de las peripecias de la Provincia castellana, también de las otras tres españolas: Andalucía, Aragón y Toledo, copiado por el P. Luengo en su segundo tomo de la Colección, y en la que incluye una serie de comentarios, a pie de página, sobre lo que narra el P. Isla. Una copia de este memorial, aunque parece un borrador, ya que carece de la cuidada redacción del anteriormente citado, es de Gerónimo Labastida22; y otro escrito, sin firma, pero atribuido al P. Isla, es el igualmente titulado Viaje de los jesuitas en su expulsión que, sobre este mismo tema se conserva, como el anterior, en el Archivo de la Provincia de Toledo, y que incluye un prólogo del P. Uriarte23.

El jesuita castellano, José Cortázar24, perteneciente al Colegio de Santiago, fue el autor de otro diario del extrañamiento, que comenzó a escribir en 1767 y lo finalizó cuando se encontraba establecido en Bolonia. Se trata de una relación no titulada sobre el exilio. Esta estructurada en cuidados capítulos, comenzando con el arresto en aquel colegio gallego, narrando después el embarque en Coruña, la travesía y llegada a Calvi, su estancia en la isla, la muerte de Clemente XIII y la llegada de Ganganelli, la convivencia en Bolonia y la detención del P. Isla en 1773. A partir de aquí el diario queda cortado, por lo que no podemos afirmar si hubo o no una continuación. El tomo que hemos localizado, está compuesto por más de doscientas páginas, numeradas con posterioridad y depositado en el Archivo de la Provincia de Toledo25.

Dentro de esta tradición diarista, incluiremos al padre Faustino Arévalo, que cuando se restableció la Compañía de Jesús en España preparó un texto en el que narra la actividad de los expulsos, al volver a Loyola, desde el 19 de abril de 1816 hasta el verano de 182026, y que se custodia en el archivo de esa provincia27. Aquí también puede estudiarse el diario del P. Diego de Goitia, jesuita vizcaíno que escribió un escueto relato de sus viajes, comenzando a referir el primero que hizo, hacia Bilbao en 1750, para ingresar en la Compañía de Jesús, hasta el que le llevó a Loyola en octubre de 1823, donde sería Rector y donde moriría el 21 de agosto de 1829. Se trata de un reducido escrito en el que sólo quedan reflejadas las fechas y los lugares por donde pasó en sus desplazamientos, pero muy interesante para reconstruir gran parte de su vida, así como todos los itinerarios que realizó mientras estuvo exiliado y en su periplo de retorno28.

No se quedaron atrás los novicios castellanos, a la hora de redactar su viaje al exilio. Isidro Arévalo29, escribió en Calvi, una relación de todas las aventuras de estos novicios castellanos. Su Relación de lo que pasó con los Novicios de la Compañía de Jesús de la Provincia de Castilla en su expulsión fue uno de los documentos que utilizó el padre Isla para elaborar su Memorial a Carlos III30 y en ella incluyó una serie de relaciones con los nombres y algunos datos de interés sobre los novicios que realizaron este viaje31. Se conserva la narración de otro novicio de la Provincia de Castilla, Vicente Antonio Calvo que cuenta su viaje desde que saliera del Colegio de Villagarcía hasta la extinción de la Compañía en 177332. Comienza su narración, sin título, haciendo una breve autobiografía y describiendo, lacónicamente, el viaje y la llegada a Córcega. Dedica pocas líneas a su estancia en Bolonia. Retratando su ordenación sacerdotal en 1772 y la sorpresa que causó a los expulsos la extinción de la Compañía y los apresamientos de algunos de los jesuitas españoles, tras la orden abolicionista, entre ellos el P. Isla. En total son siete páginas, escritas con letra clara y narración meditada que, una vez más y, sabiendo que el P. Luengo estaba entre sus profesores, nos mueve a pensar que está realizada gracias al ascendiente que tuvieron en el novicio sus superiores33.

En lo que respecta a la Provincia de Aragón, hay referencias de un diario, elaborado por el P. Francisco Javier Borrull, en relación con el restablecimiento de la Compañía en Valencia, en 1815, de características muy similares al referido anteriormente de Faustino Arévalo, para la Provincia de Castilla, y de otra obra anónima, que, no sabemos cuando comienza pero que finaliza el 11 de abril de 1817, con la muerte del P. Masdéu, ambas reseñadas por el P. Lesmes Frías34. Por su parte, Vicente Olcina, alicantino y perteneciente también a provincia aragonesa, escribió unas memorias que encuadernó en cuatro volúmenes: el primero de ellos35 lo dedicó a describir el viaje y el establecimiento de los jesuitas en Italia. En el segundo, relata lo acontecido desde el momento en que comenzaron a vivir en Ferrara hasta la muerte de Clemente XIV. La tercera parte abarca desde entonces hasta 1782 y, el último volumen, lo dedicó a Varios y curiosos sucesos concernientes a la presente persecución de la Compañía de Jesús, a los jesuitas españoles desterrados en Italia y a otros puntos de la Historia Eclesiástica del séptimo y octavo año del Pontificado de Pio VI. Completó este trabajo con dos obras más sobre la misma materia: Miscelánea sobre la expulsión y abolición de la Compañía, precedida de un índice alfabético de cosas y otro de capítulos, y otra titulada Selectas profecías, visiones y casos concernientes a la presente persecución de la Compañía de Jesús, y al arresto y destierro de los jesuitas portugueses y Españoles36. Hemos de constatar la tremenda semejanza que muestra la obra del P. Olcina con la del P. Luengo, tanto en lo referente a la estructura de las memorias de ambos, como en su contenido, y en los puntos de vista que exponían. Además, el P. Vicente Olcina37 escribió otra obra: Semejanza de la Causa de los jesuitas con la de su Capitán Jesús, en la que sólo el título, refleja la misma manera de pensar que plasmó Luengo en su Diario. Tememos que toda la obra del P. Olcina, que se conservaba en el Archivo de Sarrià, desapareciera tras la Guerra Civil española, concretamente en 1939; afortunadamente, podemos encontrar parte de sus memorias en el trabajo de Nonell sobre el P. Pignatelli38. Otro alicantino, Juan Andrés, durante su estancia en Córcega, escribió un comentario sobre los acontecimientos que rodearon a los jesuitas en la isla, trabajo que, según Domínguez Moltó, quedó inédito y seguramente perdido39. Por su parte, el que fuera el último Provincial de Aragón, el P. Blas Larraz, nos dejó sus memorias del exilio en una obra que tituló De rebus Sociorum Provinciae Aragoniae Societatis Jesu ab indicio ipsis ex Hispani exilio usque ad Societatis abolitionem40.

En cuanto a las provincias de ultramar, concretamente con respecto a la única de la Asistencia española en Asia: la Provincia de Filipinas, contamos con dos manuscritos: el escrito por Pedro Caseda y el diario de Francisco Javier Puig41 titulado Arresto y viaje de los jesuitas de Filipinas. Este escrito fue estudiado por Ernest Burrus42, por Rubén Vargas43, y mencionado en repetidas ocasiones por Cushner, en su obra dedicada a los jesuitas filipinos44, también Miquel Batllori lo analizó en su aspecto lingüístico45 y recientemente, ha sido citado por Santiago Lorenzo46. El escrito de Francisco Javier Puig aparece publicado y traducido al inglés en la obra a la que hemos hecho referencia de Cushner. Este diario trata del destierro de los jesuitas de la Provincia de Filipinas, describiendo la instalación en las islas de los jesuitas desde 1580, año en el que llega san Francisco Javier a la isla de Mindanao en su labor evangelizadora. Desde entonces hasta 1767, realiza un corto recorrido sobre el avance de las misiones en aquellas islas, para pasar después a describir, detalladamente, la intimación de la pragmática de expulsión, las medidas tomadas para el embarque de los regulares y su salida hacia la Península Ibérica, desde donde viajarían hacia Italia. A partir de ahí, el diario se convierte en un cuaderno de viaje en el que va narrando las peripecias pasadas hasta arribar al puerto gaditano, donde llegaron en octubre de 1770, y de allí hacia Italia. Es un diario escrito después de que pasaran los hechos, posiblemente cuando ya estaban en los Estados Pontificios y en el que, al final, incluye el estado en que quedaron las misiones en Filipinas, haciendo mención a las profecías sobre desastres en las islas a causa de la salida forzosa de los miembros del Instituto de San Ignacio. Nicholas Cushner cita, en la obra referida anteriormente, la existencia de cinco copias del Diario de Puig, la primera custodiada en Loyola47, otra en Florencia48 y tres más en el Archivo de la Provincia de Aragón49. El hecho de que se realicen tantas copias de estos diarios deriva, como ya hemos mencionado, del interés por mantener estas narraciones, no sólo por su importancia histórica, sino por su aspecto ensalzador de aquellos expulsos. Encontramos en cada copia una serie de errores diferentes, lo que podría indicarnos que los copistas fueron varios y en diferentes épocas. Por su parte el escrito del pamplonica P. Pedro Caseda, titulado Carta de un español jesuita, en la que se contiene un anécdota que declara el motivo general de las presentes novedades, venía a ser una conversación en la que el Señor Galván, oidor en Manila declaraba al jesuita filipino, que el destierro de los jesuitas de España era el proyecto que tenían los golillas para arruinar el gobierno monárquico. La escribió en 1785, aunque los hechos que narraban se referían a mayo de 1769, en Manila50.

América ha sido, tradicionalmente, la que ha ofrecido a la historia de la Compañía diarios más variados51. Desde su implantación en aquellas tierras, los jesuitas cumplieron su tarea de cronistas de los viajes, exploraciones y experiencias que vivieron, elaborando documentos de singular importancia y muy variado interés52; de hecho, las crónicas jesuíticas han sido consideradas fuentes primordiales para el estudio de la historia novohispana53. Esta tradición la siguieron los expulsos legándonos más de una docena de escritos sobre sus vivencias en los viajes del destierro. En la Provincia de Quito tenemos al P. Isidro Losa54 que narra en su diario la forma en que fue intimada la Pragmática de expulsión en el Colegio Máximo de Quito y el viaje de los padres de esta Provincia hacia el exilio55. Fue escrito cuando ya estaba instalado en Rávena y se centra en la pura descripción de los hechos, destacando los momentos más duros de los viajes y apuntando, meticulosamente, los nombres de aquellos que fueron falleciendo en el camino. Esta es una constumbre que observamos en muchos de los escritos estudiados, suponemos que la finalidad era la futura elaboración de las correspondientes cartas de edificación que, a la muerte de los regulares, suelen escribirse.

Menos extensa, pero también significativa, es la relación que nos legó el P. Bernardo Recio56. Se trata de un escueto manuscrito en el que narra el viaje que realizó desde Gerona hasta Italia, junto al otro procurador de su Provincia: Tomás Larrain. Viajaban hacia Roma, procedentes de Quito, sin sospechar la sorpresa que se avecinaba, y es que habían elegido una mala fecha para dejar su provincia quiteña. El día 3 de abril de 1767, ya en España, de camino a la frontera francesa y sin dar crédito a sus ojos, veían cómo los soldados cercaban el colegio de sus hermanos, los jesuitas de Gerona. Una serie de coincidencias forzaron su detención en Cataluña: estos padres americanos eran procuradores de colegios en Quito por lo que no podían salir hacia el exilio con los jesuitas aragoneses; pero cuando pretendieron hacerlo con los procuradores de los colegios de Aragón, se lo prohibieron, ya que debían esperar a que llegaran sus compañeros de Quito. Mientras tanto fueron detenidos, y a los 6 meses de arresto moría el P. Larrain. Los jesuitas de la Provincia de Quito, que nunca pasaron por Aragón en el viaje hacia el destierro, nada supieron de lo que les había ocurrido a sus dos procuradores. El superviviente P. Recio, sufriría una larga prisión; hasta que en 1773, al ser extinguida la Compañía, consiguió un teórico permiso para proseguir el fatídico viaje que comenzó en 1767. Durante aquellos años de arresto, su hermano, Clemente Recio, perteneciente a la Provincia de Castilla, había hecho correr la voz de la desaparición de su familiar57, ya que desconoció su paradero hasta 1771, año en el que recibió una carta en la que le comentaba parte de su odisea58. Al no volver el P. Recio de España, Luengo creía que era una muestra más de la posibilidad de que pudieran volver los jesuitas a su patria, de ahí que no insistieran en que Recio fuera a Roma, pero en febrero de 1776, cayeron sus falsas esperanzas, al confirmase, por aviso ministerial, la partida del P. Recio hacia la Ciudad Eterna59. Al parecer, la razón por la que le enviaban a Roma estaba sustentada en los temores del Obispo Tomás de Lorenzana, crecidos tras oir las declaraciones del exjesuita y Ramón Romero, conocido trastornado de la Provincia de Castilla60. Según el P. Luengo este mismo obispo, con el paso del tiempo se había desengañado de la fiabilidad que podían tener las ideas del P. Romero, y solicitó a Madrid que no apremiaran la partida de Bernardo Recio. El jesuita quiteño llegaba, por fin, a Roma en enero de 177761.

No queremos dejar la Provincia de Quito sin referirnos al conocido escrito del P. Velasco Historia del Reino de Quito, en esta obra, recopilada en cinco volúmenes, trata la expulsión y parte de sus experiencias en el destierro en el apartado que tituló Colección de poesías varias hechas por un ocioso en la ciudad de Faenza, donde incluye los percances de otros quince jesuitas quiteños62 y el Diario de un misionero de Mainas, escrito por el P. Manuel Uriarte63.

Siguiendo con las provincias americanas, conocemos algunos escritos relacionados con la de Méjico, dos de ellos fueron publicados en 1944 con un prólogo del P. Cuevas: los trabajos de Antonio López Priego64 y el de Rafael de Celis65. Un tercero, de Bernardo Middenfdorf66 titulado Misionero de Movas, Sonora, retrata la situación de aquella zona desde 1758 hasta el destierro de 176767. Destaca también la obra de Francisco Javier Alegre sobre la Compañía de Jesús en Nueva España68, la de Francisco Javier Clavijero que escribió dos narraciones referidas a la Compañía, una de la Provincia de Méjico y otra sobre California69, sin olvidar otra historia sobre la ciudad de Méjico escrita por el P. Andrés Cavo de esa provincia70. Hay referencia de otros tres diarios de jesuitas pertenecientes a de la Provincia de Perú: el de Francisco Larreta71, las memorias de Juan José Godoy72 y otra anónima que se conserva en Florencia73. De autor desconocido es también la relación del Viaje a Italia de los misioneros desterrados de Santa Fe en 176774. Perteneciente a esa misma Provincia de Santa Fe, Vicente Sanz, novicio coadjutor del Colegio de Tarija en el momento de la expulsión, y que decidió seguir voluntariamente a los padres en su exilio75; escribió una obra titulada La Inocencia de la Compañía justificada, Anécdotas hasta la extinción76, mientras estaba desterrado en Urbino77. Existen otras dos obras anónimas relacionadas con este interés laudatorio: una el Discurso histórico-crítico de la expulsión de los Jesuitas de los reinos de España en 176778 y otra Relación del viaje de mar de diecinueve jesuitas que salieron de Roma a los 20 de octubre y llegaron a Barcelona después de varias averías el día 5 de diciembre de 181579.

Se dice que el P. José Sánchez Labrador, perteneciente a la Provincia de Paraguay, trató en un diario el viaje del destierro80, pero después de consultar en el segundo volumen de El Paraguay Católico, custodiado en la Real Academia de la Historia, hemos encontrado sólo diferentes diarios de misiones y ninguno del destierro. De la misma provincia, tenemos los apuntes del P. Florián Paucke, misionero que narró sus experiencias entre los indios mocobíes, con los que vivió, en la reducción de San Javier en el Chaco, desde 1750 hasta 176781, fecha en la que embarcó en la fragata La Esmeralda desde el puerto de Buenos Aires. Pablo Hernández sitúa al P. Paucke en la Provincia de Santa Fe y sobre ese diario asegura que lo escribió sin apuntes y varios años después de su salida de América82.

El diario y el resto de los escritos de Peramás83, también perteneciente a la provincia paraguaya, fueron estudiados por Furlong en la obra referida. El diario responde, perfectamente, a la estructura e intenciones de todos los textos jesuíticos escritos en el exilio: comienza narrando la intimación de la expulsión a los jesuitas cordobeses en la madrugada del 12 de julio de 1767, continúa con la travesía hasta Cádiz, narra las vicisitudes por el Mediterráneo y finaliza cuando los expulsos se instalan en los Estados Pontificios en 1769, sin abandonar el tono apologético presente en el relato. En el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Madrid se encuentra una carta en italiano escrita por un jesuita español expulso y, posteriormente secularizado, José Salvador de Vargas Machuca84, en la que se censura este diario del P. Peramás y el relato escrito por el P. Alonso Pérez de Valdivia85, perteneciente a la Provincia de Andalucía, y al que nos hemos referido con anterioridad. Vargas-Machuca criticaba ambos manuscritos tachándolos de partidistas, afirmando que estaban fundados en un espíritu ciego de defensa a ultranza de la Compañía. Asegura que él podía demostrar que aquellos manuscritos sólo contenían embustes y tergiversaciones, ya que había padecido junto a los diaristas el destierro y realizado el viaje hasta los Estados Pontificios y consideraba que el objetivo de ambos escritos era:

«que algún día salgan a la luz y cuenten una historia basada en testimonios personales y de gentes cualificadas, pero al mismo tiempo falsas y tergiversadas [...] estas serán las fuentes donde beberán los jesuitas para escribir su gloriosa historia, pero también será un documento lleno de calumnias donde la corte española será presentada como la culpable»86.



Al mismo tiempo, acusaba a los expulsos de querer manchar la imagen de los secularizados, y se proponía contradecir todos los comentarios de los que había sido testigo, para así dar a la Compañía un castigo similar al que recibió de Ibáñez de Echarri en Paraguay87. Desde luego, interés puso, ya que dejó escritos a pie de página una serie de comentarios mucho más extensos que las propias descripciones del diarista andaluz, el P. Pérez. La corrección debió terminarse de 23 de abril de 1773, es decir dos días después de que Clemente XIV firmase el breve de extinción de la Compañía de Jesús. Lo que podría justificar la poca proyección que tuvo.

El también paraguayo Francisco Iturri88, escribió, según Pablo Hernández89, un diario que sitúa en el Archivo de la Provincia de Toledo; pero puestos en contacto con el P. José Torres, que lo custodia en la actualidad, nos confirma que no se localiza en ese Archivo. En la misma obra de Hernández, vuelve a nombrar el diario de Iturri y lo ubica en la Provincia de Castilla90. Ni el P. José Ramón Eguillor ni Olatz Berasategui, encargados del Archivo de Loyola, pudieron localizar este escrito, ni ningún otro realizado por este jesuita. Lo que sí sabemos es que escribió algunos memoriales a la Corte de Madrid, el primero de ellos, dirigido a Godoy en octubre de 1796, solicitando ayuda económica91, otro en el que pide socorro para viajar a Buenos Aires en 179892; y un tercero desde Roma, en diciembre de 1807, en el que solicita segunda pensión93.

Acerca de los jesuitas chilenos se conservan dos cartas sobre el extrañamiento escritas por el P. Pedro Weingartner94, una -que permanece inédita-, fue escrita en 1769 y versa sobre la situación de los novicios; la otra, escrita en 1770, relata los acontecimientos que ocurrieron durante su viaje. Ambas se encuentran en el archivo del Colegio de los Jesuitas de Munich. Y el novicio chileno, Juan Arqueiro Gómez95, nos relata en su diario, titulado Breve razón del viage que hicieron las Misiones de Chile y Paraguay a la América el año de 1767...96, el tormentoso viaje que emprendieron hacia América varios de estos regulares días antes de la intimación de la expulsión, su vuelta a Europa sin casi haber puesto pie en el continente americano y su exilio a Italia. También chileno era el jesuita que escribió una memoria que comenzaba con su llegada a la ciudad de Callao el 24 de febrero de 1769. Se trata de un escrito del que sólo nos ha llegado una parte, falta el principio y el final, y en el que narraba lo acontecido durante el éxodo. En este manuscrito se describe el viaje que hicieron setenta jesuitas chilenos desde Callao hasta Lima, transportados en treinta y cinco coches y escoltados por soldados, así como su alojamiento en la que había sido Casa Profesa de Nuestra Señora de los Desamparados. En este colegio, que solía albergar a unos veintiséis regulares, llegaron a concentrarse más de doscientos a primeros de marzo de aquel año, hasta que, embarcaron en el navío «Santa Bárbara», hacia el exilio. El 29 de agosto de 1769, después de cinco meses y medio de travesía, divisaron la ermita de Nuestra Señora de Regla en Chipiona, a la que agradecieron que durante la travesía sólo hubiera perecido un jesuita. Es un escrito incompleto y anónimo, dirigido a un padre que había solicitado al autor constancia de su periplo97. Por otra parte, en Bolonia, en 1776, el P. Juan Ignacio Molina publicó el primer volumen de su Compendio della storia naturale e civile del regno del Chili, mientras que el segundo salió en 178798.

Como hemos visto, el hecho de que casi todas las Provincias de la Asistencia de España tengan, al menos, una relación nos mueve a pensar que fueron realizadas siguiendo órdenes superiores, y la cantidad de las copias existentes de algunas de estas narraciones constata el interés por conservarlas y la positiva valoración con la que contaron. Aunque algunos diarios responden a la necesidad de anotar lo ocurrido con puntualidad para un posterior uso o simple recuerdo, y están carentes de un estilo apologético o de comentarios reflexivos, la mayoría de estos escritos son fruto de un trabajo de reflexión realizado después de ocurrir los acontecimientos que narran. Poseen una intencionalidad manifiesta y sus juicios son siempre críticos con sus incriminadores y laudatorios para los jesuitas. Asimismo, varios de estos diaristas impulsaron y guardaron las narraciones de otros jesuitas, alentándoles a describir sus viajes y los recuerdos del destierro y custodiando los originales o escribiendo copias para asegurar su conservación. Por ejemplo, el P. Luengo, además de copiar el Memorial que escribió el P. Isla, pidió al P. Arqueiro que dejara constancia escrita de su expulsión de Chile, del número y nombre de los que le acompañaban y custodió, entre su Colección, la relación del padre filipino Pedro Caseda. El ascendiente del P. Luengo, como maestro de novicios, quedó reiteradamente reflejado en los diarios que escribieron algunos de estos jóvenes mientras eran sus alumnos: Vicente Calvo, Manuel Arqueiro e Isidro Arévalo, son claros ejemplos.

De la misma manera el P. Alonso Pérez, de la Provincia de Andalucía, además de escribir su propia narración, alentó al P. Bernardo Recio, perteneciente a la Provincia quiteña, para que escribiera una relación con los acontecimientos de su viaje a Italia, y la puso a buen recaudo entre su recopilación de papeles. Por su parte, el P. Juan de Velasco, perteneciente también a aquella Provincia americana, y autor de la Historia del Reino de Quito, elaboró cinco volúmenes que tituló Colección de poesías varias hechas por un ocioso en la ciudad de Faenza, en los que dejaba constancia de las obras de quince jesuitas quiteños99. Estos son algunos ejemplos de la importancia que dieron siempre los expulsos a estas memorias autógrafas, para suerte nuestra y temor de los comisarios reales que, en 1767, escribían desde Córcega: «... en lo relatibo a la conducta de los extrañados, no hai por ahora otra particularidad que la de estar secretamente algunos componiendo una relación de lo passado en su expulsión de España y destino de Córcega»100.

Hemos querido reseñar y comentar, brevemente, todos estos escritos para que se observe cómo el objetivo de todos ellos no fue otro que enaltecer a la Compañía de Jesús con el fin de que se escribiera una historia adecuadamente benévola, en detrimento de las posturas regalistas que defendía la Corte española. Para ello, algunos superiores encargaron la redacción de memorias a miembros de todas las provincias, en ellas resaltan los hechos más ignominiosos contra los regulares. Éstos se sirvieron de la dura exposición de sus padecimientos, durante los inevitables viajes que les reunieron en el exilio, de los altercados que tuvieron en las legacías de los Estados Pontificios donde fueron reunidos y de su dilatado destierro, extrapolándolos en beneficio de la leyenda blanca que defendía la inocencia de la Compañía de Jesús.





 
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