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Ilumina el inicial estallido del dispositivo fundador y disciplinante el hecho que, en El Cóndor, Juan de las Viñas (seudónimo de Domingo Arteaga Alemparte) considere a Andrés Bello como un «Sebastopol literario inexpugnable» y vea con ironía sus reformas a la gramática (15 junio 1863). Orrego Luco ha dicho, por otra parte, que Justo Arteaga miraba con desprecio «la gramática, el diccionario y hasta las más vulgares conveniencias literarias», a cambio de «la novedad ingeniosa de su estilo; la viveza rápida y chispeante de sus frases» (citado por Gabriel Amunátegui Jordán: Justo y Domingo Arteaga Alemparte: ensayo biográfico y juicio crítico, Soc. Imp. y Lit. Barcelona, Santiago, 1919, pág. 72). En una línea distinta, Zorobabel Rodríguez defenderá la enseñanza de la gramática y la concebirá como «una herramienta para establecer la unidad de la lengua, es decir, el elemento común sobre el cual edificar la República» (cfr. Juan Manuel Egaña, César García yJeannette Ulloa: Perfil del periodista tras la muerte de Andrés Bello, Seminario dirigido por Mario Berríos, Universidad de Chile, Escuela de Periodismo, inédito, 1995, pág. 97). Al parecer, la crítica a los criterios normativos de la gramática era la condición, en el caso de los Arteaga, para instalar una escritura menos ceñida a universales y más dispuesta a seguir los ritmos de la presión del día a día. Rodríguez, en cambio, comprometido en una empresa publicística de mayor vuelo y permanencia, desea continuar la obra en favor del «buen decir» iniciada por Andrés Bello y José Joaquín de Mora, procurando «evitar los errores más comunes que, hablando o escribiendo, se cometen en nuestro país en materia de lenguaje» (Zorobabel Rodríguez: Prólogo del Diccionario de Chilenismos, Imprenta de «El Independiente», Santiago, 1875, págs. VII y VIII). (N. del A.)

 

52

«Emilio Rodríguez Mendoza: Alfredo Irarrázaval Zañartu. Adición a ¡Como si fuera ayer! Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1955, pág. 35. En un texto anterior, el mismo autor señala que La Época era un «diario redactado y dirigido por las testas coronadas del montinismo de aquel entonces» (¡Como si fiera ayer!... Casa Editorial «Minerva», Santiago, 1919, págs. 42 y 43). (N. del A.)

 

53

Cfr. Luis Moulian: La Época (1881-1892): el diario patriota, liberal y literario. Entre la guerra del Pacífico y la guerra civil de 1891. Inédito, Santiago, 1996. (N. del A.)

 

54

En un editorial un tanto sorprendente se señala: «la gran mayoría de los órganos de publicidad se limita hoy por hoy (...) a estudiar los asuntos de interés público en el terreno de la más imperturbable tranquilidad de espíritu» (Nº 1644, 7 octubre 1886). (N. del A.)

 

55

Cfr. Roland Barthes: El susurro del lenguaje. Mas allá de la palabra y la escritura, Ediciones Paidós, España, 1987. También Bernardino M. Hernando: Lenguaje de la prensa, Eudema, Madrid, 1990. (N. del A.)

 

56

[«socabando» en el original (N. del E.)]

 

57

Son igualmente relevantes las críticas que un «publicista» anónimo de La Época hace a la Universidad: un espacio que no es percibido como propio, que excluye a sus pares, que se ha quedado «estacionario», que es sólo un «pastiche de las viejas academias» y que ha perdido legitimidad. Vale la pena transcribir parte de lo dicho. La Universidad de Chile, se dice, ya no representa el talento nacional: «¿Cómo podría hacerlo una Universidad entre cuyos miembros no figuran precisamente los escritores que son más conocidos del público y que sin disputa han ejercido mayor influencia en sus ideas, en donde no está ni Ambrosio Montt, ni Isidoro Errázuriz, ni Zorobabel Rodríguez, ni Manuel Blanco Cuartín y en donde no estuvo Justo Arteaga Alemparte?» (Nº 315, 14 octubre 1882). En el número siguiente se afirma: «Un cuerpo de renovación lenta y tardía no puede encerrar en su seno a los representantes de las ideas nuevas, que diariamente surgen en el mundo intelectual (...); el público, esa invasora autoridad de nuestros tiempos, ha arrebatado a las academias el cetro del buen gusto literario. Es ahora el público el árbitro supremo, el inapelable juez de estas materias/ diccionarios, legislaciones del lenguaje/, ante cuyas resoluciones todos, incluso las Universidades, deben prosternarse» (Nº 316, 15 octubre 1882). Desde una perspectiva que se jacta del nuevo lugar desde el cual habla, los Arteaga también expresaron en su momento juicios críticos contra la Casa de Bello, denunciando sus rigideces y exclusiones. (N. del A.)

 

58

En partes del presente análisis nos hemos servido de instrumentales o perspectivas presentes en La arqueología del saber (Siglo XXI, decimotercera edición, México, 1988) de Michel Foucault. (N. del A.)

 

59

Manuel Vicuña Urrutia: El París americano. La oligarquía chilena como actor urbano en el siglo XIX, Universidad Finis Terrae, Santiago, 1996, págs. 66 y 82. (N. del A.)

 

60

Gonzalo Catalán: «Antecedentes sobre la transformación del campo literario en Chile entre 1890 y 1920» en J. J. Brunner/G. Catalán: Cinco estudios sobre cultura y sociedad, Flacso, Santiago, 1985, pág. 106. (N. del A.)