-II- |
Insensatez y malicia
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La media noche era dada, | | y aún
tocaban a maitines | | los esquilones agudos | | con discordante
repique, | | cuando don Juan de Alarcón, | | dichoso en
amor y en lides, | | tomaba punto en la calle, | | despreciando
la molicie | | de la cama, y sin cuidar | | de que en el vulgo
le tilde | | la ronda, si se descubre | | o hay lance que le complique. | | Largo y toledano acero | | bajo la capa se ciñe. | | Por
si salen a campaña | | curiosos o ministriles. | | Por lo
demás, su disfraz | | maldito lo que le aflige. | | Sólo
de su ropa y cara | | en todos lances se sirve, | | pues no le
importa que nadie | | le conozca ni le mire | | por dondequiera
que vaya, | | pase, espere, oiga o platique. | | Por consiguiente,
don Juan | | impertérrito prosigue | | esperando que la
reja | | o se ocupe o se ilumine. | | Y está la noche a
propósito, | | pues pardas nubes impiden | | a la encapotada
luna | | que en toda su fuerza brille; | | de modo que siendo a
un tiempo | | clara y nublada, despide | | luz para quien luz desea, | | sombra para quien la pide. | | Todo en Palencia reposa, | | que
es ciudad pobre, aunque insigne, | | y alberga de labradores | | gran parte y de gente humilde, | | y es fuerza que, pues madrugan, | | largas horas no vigilen. | | Ni pasos, pues, ni rumores | | de
vivientes se perciben; | | óyese sólo del aire | | el son prolongado y triste; | | y el ladrido de los perros | | que ecos lejanos repiten. | | Suena a lo lejos el órgano, | | y vienen a confundirse | | con sus cláusulas del viento | | las ráfagas invisibles | | que de las torres perdidas | | en los calados sutiles | | murmuran, silban o zumban, | | chillan,
retumban o gimen. | | Horas medrosas son éstas | | en que
la mente concibe | | larga turba de fantasmas | | que estorban
aunque no existen. | | Horas que para sus juntas | | los espíritus
eligen, | | y el vulgo para sus cuentos | | de apariciones y crímenes. | | Mas sin acordarse de ellas, | | con ánimo osado y firme, | | aunque de aguardar cansado | | y casi tentado a irse, | | de arriba
abajo don Juan | | la calle embozado mide | | a las sombras de
las tapias | | y al compás de los maitines. | | Y ya en
el centro del claustro | | cesado habían de oírse | | tiempo hacía, y ya el mancebo | | renegaba de la estirpe | | de la tornera y de todas | | las monjas que a coro asisten | | en el mundo, cuando a espacio | | siente la ventana abrirse; | | y en la oscuridad confusa, | | haciendo vista de lince, | | un
vago contorno blanco | | tras de los hierros percibe. | |
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DON JUAN |
Hermana, ¡gracias a Dios! | | Más de una hora me tuvisteis | | de plantón. ¡Dios os lo premie! | |
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DON JUAN | (¡Vaya
un chiste!) | | No hay para qué hablar ya de ello, | | puesto
que al cabo vinisteis. | |
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LA MONJA | ¿Sabe lo que digo, hermano? | |
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DON JUAN | No, hermana, si no lo dice. | |
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LA MONJA | Dirélo:
cuando muchacha | | leí unos libros que escribe | | un tal
Quevedo, que tienen | | a fe mía mucho chiste, | | y hay
un lance en uno de ellos | | tan bonito..., y que a decirle | | verdad se parece tanto | | a esta noche... |
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LA MONJA | En que hay un mozo en la calle. | | Que sois vos, y viene a oírle | | una mujer, que soy
yo, y... | | Pero, antes que se me olvide, | | mirad. Filis no
me llamo, | | sino Margarita. |
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DON JUAN | ¡Miren | | qué nombre tiene tan lindo | | la hermana! |
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DON JUAN | Indecible | | gozo me da vuestro nombre, | | y admiro que signifique | | una
cosa tan preciosa | | como quien le usa y recibe. | |
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MARGARITA |
¿Gasta lisonjas, hermano? | | Mas soy curiosa: decidme, | | ¿y
Filis qué significa? | | Que ha poco me lo dijisteis. | |
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DON JUAN | Ésa es una pastorcilla | | muy bonita, de unos
quince | | años, con dos ojos negros | | que en luz con
el sol compiten, | | y con un cutis más blanco | | que las
plumas de los cisnes, | | con un cuerpo más esbelto | |
que una palma, y más flexible | | que los juncos olorosos | | que en el agua echan raíces, | | y con dos manos más
bellas | | que el nácar y los jazmines. | |
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MARGARITA | ¿Y
dónde está esa muchacha? | |
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DON JUAN | Es una niña
invisible | | que en la idea solamente | | de los poetas existe. | |
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MARGARITA | ¿Y qué tengo yo que ver | | con Filis? |
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DON
JUAN | ¿Nunca
os pusisteis | | delante de algún espejo? | |
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DON JUAN | Y
la visible | | apariencia de cristal, | | ¿qué os mostró? | |
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MARGARITA | No es muy difícil | | de decir: era otra yo. | | Otra monja. |
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DON JUAN | ¿Mas
no visteis | | que era una monja muy bella, | | aunque estaba un
poco triste? | |
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MARGARITA | ¡Calla! Es verdad que lo estaba. | |
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DON
JUAN | ¡Y sin los frescos matices | | de un rostro tan joven! |
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DON JUAN | Y ojerosa, y ¿no os hicisteis | | cargo de lo mal que
la iban | | aquellos mil arrequives, | | de tocas y de sayales. | | Y de mantos, que la impiden | | mostrar el cuello de tórtola. | | El alto pecho de cisne, | | y los tornátiles brazos | | y las madejas sutiles | | de los sedosos cabellos | | que para
nada le sirven? | |
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MARGARITA | Hermano, ¡Jesús mil veces! | | ¡Jesús, qué cosas me dice | | tan peligrosas!
Empiece | | lo que tenga que advertirme | | del secreto. |
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DON JUAN |
(¡Pobrecilla!) | | Pues bien, Margarita, oídme: | | si conocierais un hombre, | | como allá dentro os lo finge | | vuestra mente, osado,
joven, | | cariñoso, irresistible, | | y os dijeran que
en el mundo | | pasan sucesos horribles, | | guerras y persecuciones. | | Muertes e incendios a miles | | cometidos por contrarios | | victoriosos
e invencibles, | | que demuelen las iglesias | | y se temen que
se avisten | | dentro de poco en Palencia | | y a todos nos aniquilen; | | y ese mancebo os dijera: | | «Ven, es forzoso seguirme; | | yo
sólo puedo salvarte, | | ¡yo te amo!» ¿Osarais seguirle? | |
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DON JUAN | Si
ése os dijera: | | «Yo sé un lugar infalible. | | Donde sin guerras ni duelos | | y sin afanes se vive | | con compañeros
alegres, | | entre danzas y festines, | | prolongados en la noche | | con funciones y con brindis, | | y yo soy dueño absoluto | | de esos lugares felices; | | y tú, ¡Margarita mía! | | ¡luz de mis ojos!; tú triste | | en la soledad consumes | | tus auroras juveniles, | | tus olvidados encantos... | | ¡Oh,
alma mía!, presto sígueme; | | ven, huyamos, amor
mío; | | huyamos de estos confines | | donde la muerte te
aguarda | | y la desdichada reside», | | ¿qué diríais? |
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MARGARITA | ¡Ay,
hermano, | | no sé qué me da...; decidme, | | ¿todo
eso es cierto? |
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DON JUAN | Muy
cierto; | | pero secreto imposible | | de revelar, porque todos | | quieren que todos peligren | | al mismo tiempo y sucumban. | | Y a quien lo sabe persiguen | | con tormentos y castigos; | |
conque, hermana, por terrible | | que sea la tentación | | de hablar, cómo la resiste | | vea, porque si lo cuenta | | tal vez su vida peligre. | |
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DON
JUAN | Y
la aviso | | que si a mi razón se rinde, | | yo la sacaré
del claustro | | antes que el mal se aproxime. | |
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DON JUAN | ¿Y
será firme | | en resolución tamaña? | |
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MARGARITA |
Que si seré. ¡Dios me libre! | | ¡Morir así en
las manos | | sangrientas de esos caribes | | que decís! |
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DON JUAN | Pensadlo
a solas | | y entraos, no nos atisben | | y nos frustren el intento. | | Adiós, hermana. |
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MARGARITA | Él
os guíe | | y os acompañe. |
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DON JUAN | ¡Ea,
adiós! | | Y si estáis pronta a seguirme, | | yo
os quiero mucho, y con tiempo | | salvaros no es muy difícil. | |
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DON JUAN | Adiós. | Y
a la reja | | echó los cerrojos triples | | la monja, y
empezó el mozo | | a todo trapo a reírse. | | Abrió
al fin, y entró en su casa | | con llavín de que
él se sirve, | | Acostóse, y rebujándose | | la ropa hasta las narices, | | apagó la luz, diciendo: | | «Pues señor, bien; muchas hice, | | mas, ¡vive Dios,
que esta última | | será tal que me acredite!» | |
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