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Insensatez y malicia


La media noche era dada,
y aún tocaban a maitines
los esquilones agudos
con discordante repique,
cuando don Juan de Alarcón,
dichoso en amor y en lides,
tomaba punto en la calle,
despreciando la molicie
de la cama, y sin cuidar
de que en el vulgo le tilde
la ronda, si se descubre
o hay lance que le complique.
Largo y toledano acero
bajo la capa se ciñe.
Por si salen a campaña
curiosos o ministriles.
Por lo demás, su disfraz
maldito lo que le aflige.
Sólo de su ropa y cara
en todos lances se sirve,
pues no le importa que nadie
le conozca ni le mire
por dondequiera que vaya,
pase, espere, oiga o platique.
Por consiguiente, don Juan
impertérrito prosigue
esperando que la reja
o se ocupe o se ilumine.
Y está la noche a propósito,
pues pardas nubes impiden
a la encapotada luna
que en toda su fuerza brille;
de modo que siendo a un tiempo
clara y nublada, despide
luz para quien luz desea,
sombra para quien la pide.
Todo en Palencia reposa,
que es ciudad pobre, aunque insigne,
y alberga de labradores
gran parte y de gente humilde,
y es fuerza que, pues madrugan,
largas horas no vigilen.
Ni pasos, pues, ni rumores
de vivientes se perciben;
óyese sólo del aire
el son prolongado y triste;
y el ladrido de los perros
que ecos lejanos repiten.
Suena a lo lejos el órgano,
y vienen a confundirse
con sus cláusulas del viento
las ráfagas invisibles
que de las torres perdidas
en los calados sutiles
murmuran, silban o zumban,
chillan, retumban o gimen.
Horas medrosas son éstas
en que la mente concibe
larga turba de fantasmas
que estorban aunque no existen.
Horas que para sus juntas
los espíritus eligen,
y el vulgo para sus cuentos
de apariciones y crímenes.
Mas sin acordarse de ellas,
con ánimo osado y firme,
aunque de aguardar cansado
y casi tentado a irse,
de arriba abajo don Juan
la calle embozado mide
a las sombras de las tapias
y al compás de los maitines.
Y ya en el centro del claustro
cesado habían de oírse
tiempo hacía, y ya el mancebo
renegaba de la estirpe
de la tornera y de todas
las monjas que a coro asisten
en el mundo, cuando a espacio
siente la ventana abrirse;
y en la oscuridad confusa,
haciendo vista de lince,
un vago contorno blanco
tras de los hierros percibe.
DON JUAN
Hermana, ¡gracias a Dios!
Más de una hora me tuvisteis
de plantón. ¡Dios os lo premie!
LA MONJA
¿Tardé mucho?
DON JUAN
(¡Vaya un chiste!)
No hay para qué hablar ya de ello,
puesto que al cabo vinisteis.
LA MONJA
¿Sabe lo que digo, hermano?
DON JUAN
No, hermana, si no lo dice.
LA MONJA
Dirélo: cuando muchacha
leí unos libros que escribe
un tal Quevedo, que tienen
a fe mía mucho chiste,
y hay un lance en uno de ellos
tan bonito..., y que a decirle
verdad se parece tanto
a esta noche...
DON JUAN
¿En qué, mi Filis?
LA MONJA
En que hay un mozo en la calle.
Que sois vos, y viene a oírle
una mujer, que soy yo, y...
Pero, antes que se me olvide,
mirad. Filis no me llamo,
sino Margarita.
DON JUAN
¡Miren
qué nombre tiene tan lindo
la hermana!
MARGARITA
¿Os gusta?
DON JUAN
Indecible
gozo me da vuestro nombre,
y admiro que signifique
una cosa tan preciosa
como quien le usa y recibe.
MARGARITA
¿Gasta lisonjas, hermano?
Mas soy curiosa: decidme,
¿y Filis qué significa?
Que ha poco me lo dijisteis.
DON JUAN
Ésa es una pastorcilla
muy bonita, de unos quince
años, con dos ojos negros
que en luz con el sol compiten,
y con un cutis más blanco
que las plumas de los cisnes,
con un cuerpo más esbelto
que una palma, y más flexible
que los juncos olorosos
que en el agua echan raíces,
y con dos manos más bellas
que el nácar y los jazmines.
MARGARITA
¿Y dónde está esa muchacha?
DON JUAN
Es una niña invisible
que en la idea solamente
de los poetas existe.
MARGARITA
¿Y qué tengo yo que ver
con Filis?
DON JUAN
¿Nunca os pusisteis
delante de algún espejo?
MARGARITA
Sí, por cierto.
DON JUAN
Y la visible
apariencia de cristal,
¿qué os mostró?
MARGARITA
No es muy difícil
de decir: era otra yo.
Otra monja.
DON JUAN
¿Mas no visteis
que era una monja muy bella,
aunque estaba un poco triste?
MARGARITA
¡Calla! Es verdad que lo estaba.
DON JUAN
¡Y sin los frescos matices
de un rostro tan joven!
MARGARITA
¡Vaya!
DON JUAN
Y ojerosa, y ¿no os hicisteis
cargo de lo mal que la iban
aquellos mil arrequives,
de tocas y de sayales.
Y de mantos, que la impiden
mostrar el cuello de tórtola.
El alto pecho de cisne,
y los tornátiles brazos
y las madejas sutiles
de los sedosos cabellos
que para nada le sirven?
MARGARITA
Hermano, ¡Jesús mil veces!
¡Jesús, qué cosas me dice
tan peligrosas! Empiece
lo que tenga que advertirme
del secreto.
DON JUAN
(¡Pobrecilla!)
Pues bien, Margarita, oídme:
si conocierais un hombre,
como allá dentro os lo finge
vuestra mente, osado, joven,
cariñoso, irresistible,
y os dijeran que en el mundo
pasan sucesos horribles,
guerras y persecuciones.
Muertes e incendios a miles
cometidos por contrarios
victoriosos e invencibles,
que demuelen las iglesias
y se temen que se avisten
dentro de poco en Palencia
y a todos nos aniquilen;
y ese mancebo os dijera:
«Ven, es forzoso seguirme;
yo sólo puedo salvarte,
¡yo te amo!» ¿Osarais seguirle?
MARGARITA
¡Dios mío!
DON JUAN
Si ése os dijera:
«Yo sé un lugar infalible.
Donde sin guerras ni duelos
y sin afanes se vive
con compañeros alegres,
entre danzas y festines,
prolongados en la noche
con funciones y con brindis,
y yo soy dueño absoluto
de esos lugares felices;
y tú, ¡Margarita mía!
¡luz de mis ojos!; tú triste
en la soledad consumes
tus auroras juveniles,
tus olvidados encantos...
¡Oh, alma mía!, presto sígueme;
ven, huyamos, amor mío;
huyamos de estos confines
donde la muerte te aguarda
y la desdichada reside»,
¿qué diríais?
MARGARITA
¡Ay, hermano,
no sé qué me da...; decidme,
¿todo eso es cierto?
DON JUAN
Muy cierto;
pero secreto imposible
de revelar, porque todos
quieren que todos peligren
al mismo tiempo y sucumban.
Y a quien lo sabe persiguen
con tormentos y castigos;
conque, hermana, por terrible
que sea la tentación
de hablar, cómo la resiste
vea, porque si lo cuenta
tal vez su vida peligre.
MARGARITA
¡Ay, Virgen santa!
DON JUAN
Y la aviso
que si a mi razón se rinde,
yo la sacaré del claustro
antes que el mal se aproxime.
MARGARITA
¡Ay, sí, sí!
DON JUAN
¿Consiente en ello?
MARGARITA
Sí, por cierto.
DON JUAN
¿Y será firme
en resolución tamaña?
MARGARITA
Que si seré. ¡Dios me libre!
¡Morir así en las manos
sangrientas de esos caribes
que decís!
DON JUAN
Pensadlo a solas
y entraos, no nos atisben
y nos frustren el intento.
Adiós, hermana.
MARGARITA
Él os guíe
y os acompañe.
DON JUAN
¡Ea, adiós!
Y si estáis pronta a seguirme,
yo os quiero mucho, y con tiempo
salvaros no es muy difícil.
MARGARITA
Adiós.
DON JUAN
Adiós.
Y a la reja
echó los cerrojos triples
la monja, y empezó el mozo
a todo trapo a reírse.
Abrió al fin, y entró en su casa
con llavín de que él se sirve,
Acostóse, y rebujándose
la ropa hasta las narices,
apagó la luz, diciendo:
«Pues señor, bien; muchas hice,
mas, ¡vive Dios, que esta última
será tal que me acredite!»