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ArribaAbajo-VII-

Lances imprevistos


Era una noche de aquellas
tristes, nubladas y lóbregas
en que la luz de los astros
rasgar no puede la atmósfera;
en que un vapor se respira
que en vez de aliviar sofoca,
y en que la calma parece
de desastres precursora.
Don Juan, en un negro acceso
de calentura amorosa
y al ver que ni una sonrisa
de la bailarina logra,
dejó su casa llevando
con él su riqueza toda,
y resolvió por el juego
tentar la fortuna loca.
Lanzóse, pues, en sus brazos,
pero la inconstante diosa
mostrábale como siempre
la faz amenazadora.
Quedábanle ya tan sólo
sus diez postrimeras doblas
cuando a una carta sin tino
levantándose tirólas.
La suerte fue aquella vez
menos cruda que las otras,
pues se cambió de repente;
y él, que jamás la malogra
de oro y de amor insensato
en la sed que le devora,
todo de una vez lo arriesga,
todo de una vez lo cobra.
Y comprimidos los labios,
las pupilas en las órbitas
rodando desconcertadas,
burlando la astucia pronta
de los jugadores pálidos
a quien impone su torva
mirada, el mozo impertérrito
oro sobre oro amontona.
Ya juegan sobre palabra,
y en vez de monedas, joyas,
y don Juan, que ve su suerte
las admite y las abona.
Ansiosos las tientan todos
una vez y otra vez y otras;
mas siempre en vano, el mancebo
va tan certero que asombra.
En fin, don Juan, satisfecho
de fortuna tan dichosa,
se alzó, asomando a sus labios
una sonrisa diabólica.
Nadie le habló una palabra,
ni saludó él a persona;
guardó el dinero sin cuenta
y devolviendo las joyas
tomó la puerta en silencio;
y aquellos a quien despoja
le vieron por la escalera
sumirse como una sombra.
*
   «Todo lo puede el dinero
-dijo en la calle a sus solas-;
lo que al valor no se rinde
con la riqueza se compra.
Veremos, pues, si con oros
hacemos más que con horas.»
Y así hablando, en el teatro
compró silla y ocupóla.
Era ya tarde y la fiesta
de aquella noche era corta,
que daban una comedia
de Lope, sin otra cosa.
Estaba, pues, concluyéndose
cuando entró; mas era otra
su intención que la de oírla,
porque concluida toda,
fuese al vestuario, y con maña,
llamando aparte a una moza
que él sin duda conocía,
la interpeló en esta forma:
«Toma esos ocho doblones
y a esa sirena engañosa
a quien sirves, si te estimas,
dirás lo que aquí me oigas.
Y es: que hay un noble extranjero
que, al verla tan seductora,
volver no quiere a su patria
sin un adiós de su boca.
Que si mañana en su casa
cenar con él no la enoja
en presencia de un amigo
y de una fiel servidora,
recibirá mil doblones
por recuerdo de la honra.
Conque olvidarte procura
de que yo soy la persona
que irá a cenar, y no olvides
que el amigo será un momia,
que tú serás quien nos sirva,
y que por cuenta redonda
bien te dará cien doblones
quien la da doscientas onzas.»
   Y así acabando don Juan
hasta los ojos se emboza
y parte añadiendo bajo:
«Hasta mañana a estas horas.»
   Quedó la criada un punto
embebecida y absorta,
sin una idea en el alma
ni una palabra en la boca,
viendo cómo por la entrada
de una escalerilla angosta
el impetuoso don Juan
se hundía como una sombra;
que siempre aturde y fascina
la vista de una persona
que tantos doblones gana
y tan seria los derrocha.
*
   En un lujoso aposento
y en derredor de una mesa
de viandas exquisitas
y ricos vinos cubierta,
sentada entre don Gonzalo
y don Juan está Sirena,
para ambos encantadora,
mas para don Juan risueña.
Es la tal una hermosura,
danzante, que apenas cuenta
veintidós años de vida,
mas en el arte maestra.
Y si va a decir lo cierto
la chica es como una perla,
y fina como un coral,
aunque hay una diferencia:
que perla y coral con arte,
con red y estación se pescan,
y aquí sucede al contrario,
pues la pescadora es ella.
Sirena la llama el vulgo,
y en verdad, que no hay sirena
ni de voz más seductora,
ni en los encantos más diestra.
Dice ella que tiene padres
en Jerez de la Frontera,
aunque esto de su progenie
maldito lo que interesa;
porque ella es cosa lindísima
y aunque de cuerpo pequeña,
es acabada de formas,
muy delicada y esbelta.
Tiene los cabellos negros,
la tez purísima y fresca,
que puesta a distintas luces,
puede ser blanca o morena.
Manos torneadas y puras,
mirada brillante y tierna,
y dos lindos piececitos
tan menudos que, a no verla
usarlos tan fácilmente,
nadie a sus solas creyera
que todo su cuerpo en ellos
sin peligro se mantenga.
Tal es la Sirena hermosa
con quien esta noche cenan
en compañía algo libre
Alarcón y su colega;
y tales son las palabras
que en tal punto se atraviesan
entre el vapor de los vinos
y el humo de la opulencia.
SIRENA
   ¿Y a qué extranjero fingiros
cuando extranjero no erais?
DON JUAN
Tu vanidad consultando,
porque de lejanas tierras
viniendo al son de tu fama
más fácil te envanecieras.
SIRENA
¿Y a qué fingiros tan pobre,
dueño de tantas riquezas?
DON JUAN
Para probar si podían
mis particulares prendas
adquirirme lo que al cabo
me comprarán mis monedas.
SIRENA
Quiere decir que de dos
mal os salió una experiencia.
DON JUAN
Quiere decir que he tendido
dos redes para una cierva.
SIRENA
Pero ella saltó por una.
DON JUAN
Pero en otra quedó presa,
y es muy distinto, querida,
ser de una u otra manera,
pues que en la una hubo maña,
y en la otra maña y fuerza.
SIRENA
Quiere decir...
DON JUAN
Te equivocas,
la interpretación es ésta:
si en las redes del amor
incautamente cayera,
fuera conservada o libre
acaso por su inocencia;
pero a la fuerza rendida,
sin más azar ni defensa,
será olvidado en una hora
su precio por una torpeza.
Y ésta es la interpretación
del hecho, y la diferencia
de amor que gana y estima,
y amor que compra, usa y deja.
   Ya estas palabras mordiéndose
la bailarina la lengua,
cambió de copa don Juan,
y destapó otra botella.
Hubo aquí una breve pausa
durante la cual respuesta,
con una sonrisa de ángel
al de Alarcón dijo ella:
SIRENA
   Buen cazador sois, don Juan.
DON JUAN
Y vos excelente pieza.
SIRENA
¿Siguierais mucho la pista?
DON JUAN
Hasta hallar la madriguera.
SIRENA
¿Y si era falsa la boca?
DON JUAN
Yo atinara con la cierta.
SIRENA
¿Y si salir no quería?
DON JUAN
Yo me pondría en espera.
SIRENA
¿Por empeño?
DON JUAN
Por empeño.
SIRENA
¿Y durará?
DON JUAN
Hasta cogerla.
SIRENA
Figuraos, pues, que asoma.
DON JUAN
Me preparo.
SIRENA
¿Y si se entrega?
DON JUAN
Tiendo la mano y la cojo.
SIRENA
¿Y si muerde?
DON JUAN
Norabuena;
sóbrame a mi mucha maña
y al cabo se hará doméstica.
SIRENA
Brindad, pues, y olvidad eso.
DON JUAN
¡A su orgullo!
SIRENA
¡A su obediencia!
DON JUAN
Espera, ¿quién canta ahora,
el amor o la Sirena?
SIRENA
El amor está vencido.
DON JUAN
¿Y la encantadora?
SIRENA
Muerta.
DON JUAN
En ese caso, alma mía,
brindemos y echarlo tierra.
   Brindaron ambos a un tiempo,
y las amistades hechas,
más estrepitosa y franca
a ser empezó la fiesta.
Bebe don Juan sin cuidado,
que el vino jamás le altera;
bebe don Gonzalo poco,
mas se turba su cabeza,
y su mano hondos secretos
sin rebozo manifiesta,
que el daño de los licores
por la alegría comienza.
Crujen los brindis sin número,
crece orgía sin reserva
y ya ni voces ocultas
ni pensamientos se dejan.
De amor loco está don Juan,
y entre el son de las botellas
crujen los besos perdidos
y los requiebros penetran.
De amor loco está don Juan,
prendada de él está ella,
don Gonzalo bebe y toma
la callada por respuesta.
Don Juan improvisa y canta,
y al compás de su vihuela
gira en danza voluptuosa
la bellísima Sirena,
y en su sillón don Gonzalo,
sentado y tendido a medias,
como una sombra fantástica
embebido la contempla.
Ella, sutil como el aire
y como el aire ligera,
gira enredor, pasa y huye
como aparición risueña.
Flota su falda plegada,
sus cabellos se destrenzan,
radian sus ojos ardientes
luz más viva a cada vuelta.
Y cuanto del baile rápido
más los círculos estrecha,
más los mágicos hechizos
de sus perfecciones muestra;
y el velo con que sus manos
primorosamente juegan,
la variedad de sus formas
y sus encantos aumenta
y según rápidamente
le recoge o le despliega,
le anuda, enlaza y con él
o se cubre, o se rodea,
la alegoría que finge
graciosamente renueva.
Ya es una Náyade errante,
ya una Venus hechicera,
ya la Aurora fugitiva
flores derramando y perlas,
ya el Iris tornasolado
y ya la Fortuna inquieta.
Y su flotante figura
en el ambiente desecha,
confundidos sus contornos
por su rapidez aérea,
ante los ojos parece
mágica ilusión que vuela,
sobre el rumor que producen
sus vestiduras de seda
y el perfume que despiden,
a merced del aire sueltas,
cuando en los muebles pasando
ligerísimas tropiezan.
Y gira y cruza y resbala
y los sentidos no aciertan
si de ello nace su impulso
o el aire sutil la lleva.
Hasta que al fin fatigada
sobre un almohadón se sienta,
más seductora que nunca
y más que nunca halagüeña.
Y mientras don Juan de besos
y de caricias la llena,
don Gonzalo les aplaude,
trastornada la cabeza.
-Bravo -exclamó-, sólo falta
Margarita. A cuya necia
exclamación levantóse
como una tigre Sirena,
y con don Juan encarándose,
desencajada y colérica.
-¿Quién es esa Margarita?
-le dijo de rabia trémula.
Quedóse un punto don Juan,
sin acertar la imprudencia,
a componer de su amigo,
quien a carcajada suelta,
sin ver el fuego que atiza,
les añadió por respuesta:
   -¡A fe que es linda muchacha!
Y ahora que se me acuerda,
pues en casa estará sola,
su compañía me peta.
Y asió su capa esto dicho,
corroborando la idea.
   -Gonzalo -exclamó don Juan-
a no mirar que la lengua
os entorpece el jerez,
ya os encontrarais sin ella.
-Pues os digo que me agrada,
y pues su merced la deja,
pido, como prenda antigua,
para tomarla licencia.
   -Eso sí, si la pedís,
lleváosla norabuena;
mas cuando al fin os fastidie,
a su convento volvedla.
-¿Conque es monja? ¡Vaya un lance!
Tengo yo una hermana lega
en un convento metida
para birlarla una herencia,
y aunque en mi vida la he visto,
sólo por recuerdo de ella
lo haré como lo decís.
¿Y a qué convento?
-A Palencia,
y a las monjas de Jesús,
de donde es.
-Jesús me tenga!
   -¡Calla!, ¿qué os da, don Gonzalo?
-Decidme, por vida vuestra,
don Juan, ¿cuál es su apellido?
-Cosa, don Gonzalo, es ésa
que jamás la he preguntado.
Mas ¡voto va!... ¡Lance fuera!
¿No es Bustos vuestro apellido?
-Sí.
-Pues Bustos es el de ella.
   Quedó tal oyendo Bustos
inmóvil como una piedra,
y en carcajada ruidosa
rompió la infame Sirena.
Siguióla don Juan a poco,
diciendo: -¡Cosa como ella!
¿Quién demonios lo pensara?
Pero, en fin, ya es cosa hecha.
Y dobló las carcajadas
con la bailarina, mientras
de don Gonzalo se iban
coordinando las ideas.
El vapor al fin de la orgía,
disipado con la fuerza
de su deshonra, arrojóse
sobre don Juan con fiereza;
mas sentóle éste los puños
en el pecho, y con la mesa,
la lámpara y la vajilla
vino don Gonzalo a tierra.
La bailarina se puso
por medio de ellos resuelta,
diciendo a tiempo: -¡Señores,
que están en mi casa vean!
-Don Juan, a la calle vamos.
-Vamos, don Gonzalo, fuera,
que es cosa que ya no tiene
mejor compostura que ésa.
   Alborotóse la casa,
hubo lágrimas y quejas,
y el aposento asaltaron
los pajes y las doncellas.
Mas don Juan les tuvo a raya,
añadiendo con firmeza:
-¡Atrás, canalla, y silencio!
Y tú, amiga, ten paciencia,
que como escape con vida,
volveré cuanto antes pueda.
-Si sois valiente, don Juan,
cuando gustéis dad la vuelta.
-Advierte que no te pido
ni consejos ni licencia,
que yo te sigo la pista
por voluntad o por fuerza.
-Pues volved sin compañía
y encerrad a la manceba.
-Ten esa lengua de víbora
y no te pases en cuenta,
que de rendirse a venderse
hay una distancia inmensa.
   Y así diciendo don Juan,
tiró un bolsillo en la mesa,
y dejó el puesto, encajándose
el sombrero hasta las cejas.