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María de Zayas y el derecho a ser de las mujeres

M.ª Mar Cortés Timoner



Por tenernos sujetas desde que nacemos vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas y por libros almohadillas.


María de Zayas, Novelas amorosas y ejemplares                







Introducción

María de Zayas y Sotomayor1 fue una escritora relevante del siglo XVII que recibió el aplauso de importantes novelistas, poetas, dramaturgas y dramaturgos coetáneos2; participó en certámenes literarios, compuso la comedia La traición en la amistad y publicó, en 1637, una colección de diez novelas que iba a llamarse Honesto y entretenido sarao pero acabó titulándose Novelas amorosas y ejemplares3. En 1647 se imprimieron diez novelas más escritas por Zayas sin, posiblemente, la supervisión de la autora porque aparecieron en desorden y con ciertas incoherencias internas. Esta colección recibió el título Parte segunda del Sarao y entretenimiento honesto y, posteriormente, Desengaños amorosos4.

El presente artículo desea subrayar cómo la narrativa de María de Zayas defiende una restitución moral y social de la mujer por medio de la configuración de personajes femeninos que interrogan, con su comportamiento y discurso, las normas y los valores patriarcales. Este cuestionamiento permite considerar a esta escritora como una de las primeras autoras en la literatura española que expresó la necesidad de revisar la concepción y el valor de la mujer en la sociedad.




Las novelas de María de Zayas

La obra narrativa de María de Zayas se integra en el género de la novela corta que tanto éxito tuvo en las letras españolas del siglo XVII, sobre todo a partir de la edición de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes en 1613. La relación entre las diez Novelas amorosas y ejemplares de Zayas y las doce cervantinas se intuye en la coincidencia del título y en el interés por reflejar en sus relatos una visión crítica hacia comportamientos o valores sociales que perjudican a la mujer5; además, sus autores beben de la tradición común de los novellieri italianos. Pensemos que las novelas de la escritora son narradas en una reunión de nobles damas y caballeros, al estilo del Decamerón de Boccaccio, para amenizar las veladas navideñas6.

En concreto, la primera colección se inicia con la presentación de un elegante y refinado espacio -la casa de Lisis- que da cobijo a cinco hermosas mujeres y cinco galanes varones que se van a convertir en narradores de diez relatos sentimentales pero también, en algún caso, en protagonistas de sus propias vivencias amorosas. Para entretener a la enferma Lisis, se cuentan dos «maravillas»7 durante cinco noches y se interpretan piezas de música, se representa algún entremés y se recitan poemas que reflejan los tópicos de la lírica culta de tradición petrarquista.

La segunda colección destaca por un tono más sombrío, pesimista e incluso truculento que pretende desenmascarar las trampas de la realidad. Significativamente, se relatarán «desengaños»8 en el contexto simbólico de las fiestas de Carnaval, es decir, en el festejo de las máscaras o falsas apariencias; aunque el público del marco narrativo sigue siendo mixto, solamente serán narradoras las mujeres: ellas toman la palabra para comunicar sus quejas y hacerse oír en la sociedad. En los relatos que agrupan las Novelas amorosas y ejemplares se defiende la autonomía de la mujer, quien despierta o toma conciencia de su pasividad para recuperar o vengar su honor y decidir su destino (sea entrar en un convento o casarse con quien ella escoge o acepta); en cambio, en la segunda parte, la mujer aparece como víctima (a veces mortal) de una sociedad violenta, injusta y sorda a sus necesidades.

El trágico final de la mayoría de los «desengaños» influirá en el desenlace de los amores de Lisis, quien había optado por casarse con su paciente pretendiente don Diego pero, finalmente, querrá ingresar como -seglar- en un convento acompañada de su madre y su prima doña Estefanía. Esta decisión es considerada acertada por la voz narradora y reflejaría la situación social que limitaba a la mujer del siglo XVII a escoger entre un matrimonio -muchas veces impuesto- o una vida -con cierta autonomía- en los claustros religiosos donde las mujeres podían vivir sin profesar los votos:

Ya, ilustrísimo Fabio, por cumplir lo que pedistes de que no diese trágico fin a esta historia, la hermosa Lisis queda en clausura, temerosa de que algún engaño la desengañe, no escarmentada de desdichas propias. No es trágico fin, sino el más felice que se pudo dar, pues codiciosa y deseada de muchos, no se sujetó a ninguno [...].


(Zayas 1993, 510)                


María de Zayas aporta al género del relato breve una serie de rasgos característicos como: otorgar relieve al elemento extraordinario o fantástico, recrear escenas violentas, dar importancia al componente erótico con especial atención a los deseos sexuales femeninos y, sobre todo, eludir los finales felices que culminan en boda. Sus novelas suelen ver en el matrimonio el comienzo de una vida desgraciada para las mujeres, quienes deben enfrentarse a una sociedad hostil con su género; es decir, las narraciones de Zayas rebaten o «distorsionan» la ideología que subyace a la novela corta del Barroco (Zayas 2010, 36).




María de Zayas y la defensa de la mujer

Aunque es arriesgado hablar de «feminismo»9 en la época que escribió esta autora, no podemos obviar el hallazgo de ideas reivindicativas en el conjunto de su obra. Zayas defiende ante todo que la mujer no es el ser malintencionado y pérfido a quien los moralistas, teólogos y algunos humanistas se empeñaban, desde siglos atrás, en acusar de todos los males, sino que, como todo ser humano, es capaz de valientes acciones y honestos comportamientos.

María de Zayas se alza contra ideas misóginas (en ocasiones, enmascaradas bajo una sátira antipetrarquista) como las de Baltasar Gracián, que expuso en El Criticón: «Pues las mujeres, de pies a cabezas una mentira continuada, aliño de cornejas, todo ajeno y el engaño propio». Francisco de Quevedo, en la parte El mundo por de dentro que integra su obra filosófica Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo, llegó a decir:

las mujeres lo primero que se visten, en despertándose, es una cara, una garganta y unas manos, y luego las sayas. [...] Las cejas tienen más de ahumadas que de negras; y si como se hacen cejas se hicieran las narices, no las tuvieran. [...] ¿Qué cosa es ver una mujer, que ha de salir otro día a que la vean, echarse la noche antes en adobo, y verlas acostar las caras hechas cofines de pasas, y a la mañana irse pintado sobre lo vivo como quieren?


(Quevedo 1972, 177)                


Precisamente, Zayas acusará a los hombres de limitar la existencia de las mujeres a vivir encerradas en el ámbito doméstico, y obsesionadas por su honra y por el acicalamiento excesivo10. Todo ello destina a la mujer a vivir preocupada por las apariencias y a desarrollar comportamientos hipócritas o engañosos. La escritora considera que la sociedad tendría que abrir el horizonte de expectativas a las mujeres para que pudieran cultivar su intelecto y decidir su destino social. De esta manera, se mejorarían las relaciones entre hombres y mujeres y se evitarían matrimonios forzados, engaños de las mujeres por proteger su honra, muertes de esposas por maltrato físico y psicológico y, en términos generales, la infelicidad a la que se ven determinadas las personas nobles de su sociedad.

No debemos olvidar que la perspectiva de Zayas es la de la clase acomodada y aristocrática; en ese sentido, se ha hablado de su visión tradicional de la sociedad. Como expone Alicia Yllera, la autora ataca ciertos prejuicios, pero defiende el valor de la honra y culpa a los hombres de poner en peligro el buen nombre de las mujeres nobles (educadas en la vulnerabilidad física y moral): Zayas

reprocha a los hombres el denigrar sistemáticamente a las mujeres y, por unas que yerran, condenar a todas. Quiere mostrar que, incluso aquellas que mueren acusadas de adulterio, muchas no son sino víctimas de equívocas apariencias. Reprocha, por otra parte, a los hombres el ser causantes del mal de las mujeres.


(Zayas 1993, 49-50)                


En la presentación del Desengaño tercero, la narradora Nise expone:

[...] la culpa de las mujeres la causan los hombres. Caballero que solicitas la doncella, déjala no la inquietes, y veras cómo ella, aunque no se más de por vergüenza y recato, no te buscará a ti. Y el qe busca y desasosiega la casada, no lo haga [...]. Y el que inquieta a la viuda, no lo haga [...]. Y si las buscas y las solicitas y las haces caer, ya con ruegos, ya con regalos, ya con dádivas, no digas mal de ellas, pues tú tuviste la culpa de que ellas caigan en ella.


(Zayas 1993, 200)                


Ideas similares11 hallamos en las redondillas de la escritora prácticamente contemporánea sor Juana Inés de la Cruz:


Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión,
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien,
si las incitáis al mal?
[...]


(Cruz 1983, 181-182)                


José M.ª Roca Franquesa (1976, 308-309 n. 25) ha sugerido que sor Juana hubiera podido ser influenciada por la lectura de la obra de Zayas: ambas atacarán el desigual rasero que juzga los comportamientos amorosos de hombres y mujeres y, además, alzarán su voz para pedir que las mujeres reciban una educación similar a la de los hombres. Sor Juana expondrá en un soneto:


En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas
[...]


(Cruz 1982, 94)                


Y recordemos que, en un tono más personal, defenderá su deseo de aprender en la epístola Respuesta a sor Filotea de la Cruz.

Por su parte, a lo largo de sus dos compilaciones de novelas, Zayas abogará por el derecho de las mujeres a obtener una buena instrucción. En el Desengaño cuarto, el personaje de Filis se lamenta de que los hombres, por miedo a perder su hegemonía social, promueven que las mujeres se preocupen por su aspecto físico y olviden adornar su intelecto. Ella alega: «y como en lugar de aplicarse a jugar las armas y a estudiar las ciencias, estudian en criar cabello y matizar el rostro ya pudiera ser que pasaran en todo a los hombres»; y prosigue:

Y así, en empezando a tener discurso las niñas, pónenlas a labrar y hacer vainillas, y si las enseñan a leer es por milagro, que hay padre que tiene por caso de menos valer que sepan leer y escribir sus hijas, dando por causa que de saberlo son malas, como si no hubiera muchas más que no lo saben y lo son, y ésta es natural envidia y temor de que los han de pasar en todo.


(22)                


En el texto titulado «Al que leyere» que presenta la primera selección de diez novelas, la autora llega a decir:

si en nuestra crianza, como nos ponen el cambray en las almohadillas y los dibujos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los hombres, y quizá más agudas [...].


(160)                


La novelista parece declarar que el hombre ha monopolizado el ámbito del saber para preservar su poder social. En el siglo XV, la religiosa Teresa de Cartagena12 ya había querido aclarar que el saber no era propiedad natural del hombre y, por tanto, la mujer podía demostrar capacidad intelectual si Dios lo deseaba.

los que agora son maestros, en otro tienpo fueron diçípulos, e [a]quellos cuyos disçípulos fueron, otro maestro<s> los mostró. E asý, enseñando los unos a los otros e aprendiendo, son venidas las çiençias a las manos de aquellos que agora las tienen e saben, pero, [si] bien hazen la pesquisa, [f]allaremos que asý la sabiduría como la industria e graçia para la mostrar e aprender, todo desç[en]ndió e desçiende de u[n]a fue[n]te, ca el Señor de las çiençias, Dios solo es.


(Admiraçión operum Dey, f. 58v)                



¿Mujer entendida o ignorante? A propósito de El prevenido engañado

María de Zayas considera que prohibir el desarrollo intelectual a las mujeres es perjudicial para ellas, pero también para los hombres. Es interesante, en este sentido, detenerse en una de las novelitas que integra la primera colección: El prevenido engañado, que refleja la huella cervantina13. En este relato se narra la historia de don Fadrique, un noble caballero granadino, quien conocerá diversas mujeres que le desengañarán y le conducirán a buscar una esposa ingenua que pueda manipular.

La primera mujer de la que se enamorará es Serafina, una dama a quien Fadrique considera virtuosa hasta que descubre que ha abandonado a una niña recién nacida, que el caballero dejará al cuidado de una comadre con la petición de que sea llevada a un convento cuando tenga tres años. Tras este suceso, el protagonista conocerá a doña Beatriz, una aparente viuda honrada que aceptará casarse con él pasado el año de luto. Don Fadrique valorará ese gesto como reflejo de la honradez de la dama hasta que averigüe que mantiene relaciones sexuales con un negro que esconde en un aposento, y que vive cruelmente esclavizado para satisfacer la lujuria de su señora. Fadrique huirá a Madrid, donde conocerá a doña Violante, quien no mostrará ningún interés en casarse y acabará engañándolo con un joven mozo14. En Nápoles se relacionará con una esposa adúltera y en Roma llegará a matar al marido de otra dama con la que había trabado amistad. Tras varios años de desventuras sentimentales, decidirá volver a España. Se hospedará en casa de una duquesa valenciana con la que hablará acerca de su búsqueda de una esposa ingenua para no ser de nuevo burlado; la interlocutora le comentará que una mujer discreta es preferible porque es más consciente de sus actos15, y le mostrará de qué es capaz una mujer ingeniosa para divertirse y proteger su honra16. Escarmentado, don Fadrique llegará a Granada y decidirá casarse con Gracia, la niña que dieciséis años atrás había mandado educar en un convento. Creyéndose astuto, impondrá una peculiar vida de casados para asegurarse la fidelidad de su ingenua esposa: cada noche, Gracia vestirá una armadura para velar a su marido mientras duerme. Desafortunadamente para el manipulador esposo, un gallardo caballero cordobés descubrirá a Gracia una mejor vida de casados17 que la joven confesará sin ningún sentimiento de culpabilidad porque su necedad18 se lo impide.

De esta forma, el relato muestra cómo la ingenuidad de la joven ha sido la que ha facilitado el adulterio y el posterior desenlace. Don Fadrique acabará sus días humillado y solo; Gracia ingresará en el mismo convento donde se halla su madre Serafina y hará construir otro espacio sagrado en el que puedan recluirse más mujeres.

Las palabras que cierran el relato muestran la intención moral que pretende la obra:

En fin, don Fadrique, sin poder excusarse, por más prevenido que estaba, y sin ser parte las tierras vistas y los sucesos pasados, vino a caer en lo mismo que temía, siendo una boba quien castigó su opinión.



Entró doña Gracia monja con su madre, contenta de haberse conocido las dos porque, como era boba, fácil halló el consuelo, gastando la gruesa hacienda que le quedó en labrar un grandioso convento, donde vivió con mucho gusto. Y yo le tengo de haber dado fin a esta maravilla para que se avisen los ignorantes que condenan la discreción de las mujeres. Que donde falta el entendimiento no puede sobrar la virtud; y también que la que ha de ser mala no importa que sea necia, ni la buena, el ser discreta, pues siéndolo sabrá guardarse. Y adviertan los que prueban19 a las mujeres al peligro que se ponen (Zayas 2010, 340).

El prevenido engañado dibuja a un personaje masculino que, considerándose sagaz, decide casarse con una joven ignorante y acaba descubriendo que la naturaleza femenina no se reduce a la simple clasificación de mujeres taimadas o bobas20. Es decir, Zayas pretende mostrar que la mujer no es una entelequia que dominar: es un ser individualizado con deseos y necesidades, y por ello debe recibir un justo reconocimiento moral y social.




Deseo y amistad en la obra de Zayas

La novela ejemplifica cómo Zayas creó novedosos personajes femeninos caracterizados por sus pasiones y deseos sexuales21. En Aventurarse perdiendo, el primer relato de Novelas amorosas y ejemplares, el personaje de Jacinta antepone su deseo sexual al honor y el decoro, y no duda en entregarse a los hombres de quienes se enamora. En la segunda novela, La burlada Aminta y venganza del amor, el personaje secundario llamado Flora reconocerá sentirse atraída por Aminta, la hermosa dama que ha enamorado a su amante don Jacinto: «tengo el gusto y deseos más de galán que de dama, y donde las veo y más tan bellas, como esta hermosa señora, se me van los ojos tras ellas y se me enternece el corazón» (Zayas 2010, 223).

En la obra dramática La Traición en la amistad, Fenisa destaca por defender su deseo de amar a todos los hombres que le roban el corazón; explica a su criada que no quiere ceñir su amor a un único hombre:


[...]
y no quieras saber, pues eres necia,
de qué manera a todos los estimo
a todos cuantos quiero yo me inclino,
los quiero, los estimo y los adoro;
a los feos, hermosos, mozos, viejos,
ricos y pobres, sólo por ser hombres.
Tengo la condición del mismo cielo,
que como él tiene asiento para todos
a todos doy lugar dentro en mi pecho.


(vv. 1790-1875)                


Fenisa emplea la astucia y el engaño para conquistar a los hombres que despiertan su interés22 y, finalmente, acabará sin pretendientes ni amigas. Su penalización no responde tanto a su voluntad de amar por encima de las normas sociales -que impiden a la mujer disfrutar del amor tan abiertamente como el hombre- sino más bien a haber actuado de manera egoísta traicionando a Marcia, Belisa y Laura. En la comedia y en varias de sus novelas, María de Zayas defiende la necesidad de que las mujeres unan sus fuerzas y desarrollen lazos de amistad que las pueden hacer más fuertes ante los hombres23; y el espacio conventual surge como un ámbito propicio para desarrollar relaciones de solidaridad femenina.




Espacio conventual y libertad

Simbólicamente, Gracia y su madre Serafina se reencuentran en el convento al final del relato El prevenido engañado. Ambas han defraudado a don Fadrique, pero ellas también han sido desengañadas por la sociedad y las injustas normas basadas en proteger sin miramientos la honra femenina (que ha obligado a separar a una madre y su hija durante años). Cuando Fadrique escoge a Gracia como esposa, parece que quiera recuperar lo que representaba para él la honesta Serafina; Don Fadrique se había enamorado de la imagen que proyectaba la madre de Gracia y no de la persona en sí: con sus deseos e inquietudes. En realidad, don Fadrique cae en la trampa de las apariencias que la sociedad barroca promueve con sus injustas leyes sobre el honor. La casta Serafina resulta ser una mujer que mantiene relaciones prematrimoniales y abandona -temerosa de su honra- a su hijita; la viuda Beatriz esconde a un esclavo para satisfacer sus necesidades sexuales; la hermosa Violante no desea casarse para gozar de una vida amorosa sin ataduras; la duquesa embauca a su marido delante de su propio amante y la inocente Gracia cae en el adulterio.

Zayas pretende demostrar que la maldad de una mujer no será causada por un mayor entendimiento, sino, a veces, por la ausencia de él y, especialmente, por la falta de elección y libertad. La autora reclamará las letras y las armas para que la mujer pueda valerse por sí misma. En la quinta novela de la primera colección, La fuerza del amor, la triste Laura exclama:

Desde que nacemos vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas y por libros almohadillas.


(Zayas 2010, 364)                


Y en el Desengaño primero, La esclava de su Amante, doña Isabel se lamenta de que la debilidad femenina sea fomentada por una sociedad que limita sus movimientos y pretende anular sus acciones:

¡Ah flaqueza femenil de las mujeres, acobardadas desde la infancia y aviltadas las fuerzas con enseñarlas primero a hacer vainicas que a jugar las armas.


(Zayas 1993, 137)                


Zayas, al final de Desengaños amorosos, confiesa su decepción al reconocer que han desparecido los osados caballeros corteses24 y expone como la escritura de sus novelas forma parte de su lucha por sumar esfuerzos que consigan destronar falsos prejuicios e injustas normas de comportamiento:

Y digo que ni es caballero, ni noble, ni honrado el que dice mal de las mujeres, aunque sean malas, pues las tales se pueden librar en virtud de las buenas. Y en forma de desafío, digo que el que dijere mal de ellas no cumple con su obligación y como he tomado la pluma, habiendo tantos años que la tenía arrimada en su defensa, tomaré la espada para lo mismo, que los agravios sacan fuerzas donde no las hay.


(Zayas 1993, 506-507)                


La autora madrileña reconoce la existencia de mujeres «inconstantes» que merecen ser reprendidas (en la línea de la concepción barroca del honor y la honra); pero también avisa de que no debe caerse en el error de generalizar -«que las midan a todas con la misma medida» (Zayas 1993, 503)- y, por otra parte, aclara que los varones suelen ser la causa de la inmoralidad femenina. De nuevo, plantea que los hombres incitan a las damas a una conducta indecorosa con agasajos o falsas promesas y poco después, cansados de ellas, ensucian su fama acusándolas de indecentes o lujuriosas. Ellas, entonces, no tienen derechos -y pocas veces fuerzas- para defenderse del ostracismo social.

La escritora considera que la infelicidad de las mujeres reside en su aislamiento y anulación social: se las recluye al ámbito doméstico, se las educa en la debilidad física y se les limita el acceso a las letras. La falta de aprendizaje es lo que les obstaculiza la participación en diferentes acontecimientos de la sociedad, por ello su universo queda reducido exclusivamente al espacio privado, que aparece descrito en los Desengaños amorosos como peligroso porque en él las mujeres son golpeadas, violadas, desangradas, envenenadas, ahorcadas por maridos, cuñados o hermanos. Como ha indicado Julián Olivares (Zayas 2010, 25), la casa misma puede convertirse en un arma de violencia, como se proyecta en el desengaño La inocencia castigada, donde la esposa25 -castigada por haber sido ultrajada contra su voluntad- es encerrada por su familia en un espacio minúsculo e insalubre durante seis años. Cuando sea rescatada, decidirá continuar su vida en un convento.

En relación a lo expuesto, no sorprende ver cómo María de Zayas opta -para varios de los desenlaces de sus historias- por la huida al recinto sagrado o monasterio, que se presenta como un microespacio habitado por mujeres liberadas parcialmente del gobierno masculino y sus imposiciones. Muchos de sus personajes -y la propia Lisis del marco narrativo- deciden pasar el resto de su vida en ese medio aislado que posibilita una convivencia solidaria entre mujeres. El convento se perfila como abrigo o cobijo para las mujeres frente a las diferentes vicisitudes de la vida, tal y como señala en su estudio Sánchez Dueñas:

Se observa, en la narrativa zayesca, las estrechas relaciones de las mujeres con los conventos como remansos de paz, como espacios de refugio y como lugares protectores para damas ultrajadas, burladas, afrentadas o desengañadas de las miserias de la vida, de la desigualdad ontológica, de los impunes ultrajes masculinos o de las cargas sociales y que atenazan y violentan a las mujeres.


(Sánchez Dueñas 2008, 246)26                







Conclusión

En conclusión, María de Zayas denuncia en sus novelas la reprobable valoración del sexo femenino que defienden los hombres de su tiempo y los irrazonables límites que imponen al libre desarrollo humano de las mujeres. Pide para ellas el derecho a elegir su destino, a poder satisfacer sus deseos y a recibir una buena educación que les permita ser más hábiles en el mundo y, por tanto, no ser víctimas fáciles de pasiones amorosas o engaños de personas manipuladoras. En este sentido, y por haberse atrevido a tomar la pluma y publicar sus escritos, es decir, haber invadido el ámbito de la palabra pública, Zayas debe considerarse una escritora precursora del feminismo contemporáneo.






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