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Acto III

Un parque en primer término; árboles en el fondo; horizonte lejano.



Escena primera

MARÍA (sale corriendo a través de los árboles).- ANA Kennedy (la sigue lentamente).

     ANA. Se diría que voláis, no puedo seguiros... Aguardad.

     MARÍA.- �Oh! déjame disfrutar de mi reciente libertad, deja que vuelva a ser niña, y sélo tú también conmigo. Déjame probar la ligereza de mis pies sobre el césped. �Salí de mi oscuro calabozo? �No estoy ya encerrada en aquella triste tumba!... �Ah!... que mi sediento pecho aspire el aire con toda la fuerza de mis pulmones, el aire del cielo...

     ANA.- �Oh! �mi querida señora! Vuestro calabozo sólo se ha ensanchado un poco; no veis las paredes que nos circuyen gracias al frondoso follaje de estos árboles.

     MARÍA.- �Ah! sí, demos gracias al cariñoso follaje de estos árboles que me ocultan mi cárcel... Quiero creer que soy libre y feliz; �por qué arrebatarme esta dulce ilusión? �No tiende el cielo su manto sobre mi cabeza? Vuelan a través del espacio las miradas... libremente.... sin hallar obstáculo alguno. Allá a lo lejos, donde se elevan las cenicientas y nebulosas montañas, allí empiezan las fronteras de mi reino, y estas nubes que el viento empuja hacia el sur, van a buscar el lejano Océano y Francia! �Oh! nubes veloces, naves aéreas, �quién pudiera viajar y bogar por el espacio con vosotras! �Id a saludar tiernamente en mi nombre la patria de mi juventud! �Cautiva, entre cadenas, no dispongo de otros mensajeros por desdicha mía! �vosotras viajáis libremente por los aires, a través del espacio! �vosotras no estáis sometidas a la Reina!

     ANA.- �Ah! señora, estáis loca. Esta libertad por tanto tiempo no gozada, os hace perder el tino.

     MARÍA.- �Allá va un pescador con su barca! �Pensar que podría salvarme rápidamente en ella, y llevarme a una playa amiga! �El pobre hombre sólo saca de ella módico producto y yo le cargaría de tesoros... En toda su vida no aprovechará el día con tan excelente resultado;... en sus redes pescaría la fortuna si quisiera arrebatarme en el salvador esquife!

     ANA.- �Inútiles deseos!... �No veis que espían de lejos nuestros pasos, y una orden siniestra, inicua, aleja de nosotros toda criatura compasiva?

     MARÍA.- No, querida Ana; créeme, no en vano se ha abierto la puerta de mi prisión. Esta ligera gracia anuncia mayor felicidad... No:, no me engaño... la debo al poderoso auxilio de lord Leicester. Poco a poco irán ensanchando mi cárcel y me acostumbrarán gradualmente a la libertad, hasta que llegue a presencia de quien ha de romper para siempre mis cadenas.

     ANA.- �Ah!... no puedo explicarme esta contradicción. Ayer vinieron a anunciaros la muerte, hoy os conceden de súbito la libertad; he oído decir que se solía quitar las cadenas a los que reclamaban la eterna.

     MARÍA.- �Oyes el son de la trompa de caza?... �Oyes cómo resuena el bravo toque de llamada a través de los bosques y los campos? �Quién pudiera lanzarse sobre fogoso caballo, y unirse a la alegre comitiva! Estos sones no me son desconocidos... �cuán dulces y tristes recuerdos me sugieren!... �Cuántas veces alegraron mi oído con el tumulto de la caza, resonando entre los matorrales de los highlands!



Escena II

DICHOS. -PAULETO.

     PAULETO.- �Qué tal, señora? �me porto? �Estáis contenta de mí?

     MARÍA.- �Cómo, caballero! �a vos debo este favor; a vos?

     PAULETO.- �Por qué no a mí? He estado en la corte y entregué vuestra carta.

     MARÍA.- �Verdad, la entregasteis?... �Tal hicisteis?... �Y disfruto ahora de semejante libertad a consecuencia de mi carta?

     PAULETO.- Y no es esta la única; vais a participar de otra mayor.

     MARÍA.- �Otra mayor... sir Pauleto? �qué queréis decirme?

     PAULETO.- �Habéis oído la bocina de caza?...

     MARÍA.- (Retrocede presintiendo qué va a decir). �Me asustáis!

     PAULETO.- La Reina está cazando en el parque.

     MARÍA.- �Cómo!

     PAULETO.- Dentro de breves instantes se hallará en vuestra presencia.

     ANA.- (Acude a socorrer a María, que tiembla y desmaya.) �Que tenéis, querida señora?... Palidecéis...

     PAULETO.- �Habré cometido un error?; �No era esta vuestra súplica? Ha sido atendida antes de lo que presumíais. Preparad ahora vuestros discursos, vos, dotada de ordinario de fácil palabra; éste es el momento de hablar.

     MARÍA.- �Ah! �por qué no saberlo antes! �No me siento dispuesta a la entrevista; no, ahora no!... La solicité como un gran favor, y ahora me parece terrible, espantosa. Ven, querida Ana: acompáñame a mi habitación, donde me serene y me recoja.

     PAULETO.- Aguardad, debéis esperarla aquí. Bien, bien.... comprendo que os cause inquietud comparecer ante vuestro juez.



Escena III

DICHOS.- TALBOT.

     MARÍA.- �No es esto, Dios mío!... �me preocupa otra cosa!... �Ah! noble Talbot, llegáis como ángel del cielo... No puedo verla, evitadme su odiosa presencia.

     TALBOT.- Serenaos, señora; apelad a todo vuestro valor porque éste es el momento decisivo.

     MARÍA.- Mucho tiempo hace que lo aguardo, y me dispongo para él. Años ha que me repito y grabo en mi memoria una a una las frases que quisiera emplear para tocar su corazón y conmoverle, y de repente todo lo olvidé, todo se desvaneció. Ya no me anima otro sentimiento que el de mis profundos pesares.... arde en ira mi alma,... huyen mis buenos propósitos... me ciñen las furias del infierno sacudiendo en torno mio su cabellera de víboras.

     TALBOT.- Refrenad esta indómita agitación... venced la amargura de vuestra alma. �Si el odio se encuentra con el odio, nada bueno puede esperarse! Por mucho que os repugne interiormente, ceded al imperio de las circunstancias: Isabel tiene en sus manos el poder... humillaos!

     MARÍA.- �Delante de ella?... Jamás.

     TALBOT.- Y será forzoso, sin embargo... Hablad con respeto, con resignación. Apelad a su generosidad, y no desafiéis sus iras; no discutáis vuestros derechos, que no es este el momento oportuno.

     MARÍA.- �Ah!... Mi súplica será mi perdición; sólo para desdicha mía la han atendido. No hubiéramos debido vernos nunca, jamás; no puede resultar nada bueno de semejante entrevista. Antes se juntará el fuego con el agua, y el cordero acariciará al tigre. Me ha ultrajado con harta crueldad; he sufrido demasiado por ella... No cabe reconciliación entre ambas.

     TALBOT.- Limitaos a verla. He observado que vuestras cartas la han conmovido mucho, hasta el punto de arrasar en lágrimas sus ojos. No; no le falta corazón; tened mayor confianza en ella. La he precedido para advertiros y animaros.

     MARÍA.- (Tomándole la mano.) �Ah! Talbot, siempre habéis sido mi amigo. �Por qué no me dejaron bajo vuestra guardia bienhechora! Me han tratado con mucha rudeza, Talbot.

     TALBOT.- Olvidadlo todo en estos instantes, y pensad tan sólo en recibirla con sumisión.

     MARÍA.- �La acompaña Burleigh, mi ángel malo?

     TALBOT.- Sólo la acompaña lord Leicester.

     MARÍA.- �Lord Leicester?

     TALBOT.- No temáis nada de su parte, pues no quiere perderos; a él se debe que la Reina haya consentido en veros.

     MARÍA.- �Ah!... ya lo presumía.

     TALBOT.- �Qué decís?

     PAULETO.- �La Reina! (Todos se hacen a un lado, excepto María, que se apoya en su nodriza.)



Escena IV

Dichos. -ISABEL. -El Conde de LEICESTER. -Séquito.

     ISABEL.- (A Leicester.) �Cómo se llama este sitio?

     LEICESTER.- El castillo de Fotheringhay.

     ISABEL.- (A Talbot.) Ordenad que mi comitiva regrese a Londres. El gentío se agolpa a mi paso, y ansiamos descansar en este tranquilo parque. (Talbot ordena a la comitiva que se aleje. Isabel clava la mirada en María, y continúa hablando con Pauleto.) Mi buen pueblo me ama demasiado. Las manifestaciones de su júbilo no conocen medida, y rayan en idolatría: así se honra a los dioses, no a los mortales.

     MARÍA.- (Que durante estas palabras, ha seguido apoyada sin fuerza en brazos de su nodriza, alza la frente, y su mirada choca con la de Isabel. María se estremece de espanto y vuelve a echarse en brazos de Ana.) �Dios mío! �su cara dice que no tiene corazón!

     ISABEL.- �Quién es esta mujer? (Silencio general.)

     LEICESTER.- Reina, os halláis en Fotheringhay.

     ISABEL.- (Afecta sorprenderse y dirige a Leicester una mirada sombría.) �Quién me ha traído aquí, lord Leicester?

     LEICESTER.- Esto es hecho, señora, y pues que el cielo guió hacia aquí vuestros pasos,. dejad que triunfe la piedad y la grandeza de alma.

     TALBOT.- Dejaos vencer, señora, y volved los ojos a la infortunada que sucumbe a vuestra presencia. ( María recoge sus fuerzas, e intenta aproximarse a Isabel, pero se detiene; su cara revela la violenta agitación de su ánimo.)

     ISABEL.- �Cómo, milores! �Quién me habló de la sumisión de esta mujer? Tengo delante de mí a una orgullosa, a quien la desgracia no ha podido abatir.

     MARÍA.- Sea; quiero someterme a este nuevo dolor. Lejos de mí, el impotente orgullo de un alma elevada; voy a olvidar lo que soy, y cuanto he sufrido, para prosternarme a los pies de la que fue causa de mi oprobio. (Dirigiéndose a la reina.) El cielo ha pronunciado en vuestro favor, hermana mía, y la victoria ha coronado vuestra dichosa frente. Adoro la Divinidad que así os hizo grande. (Se arrodilla delante de ella.) Pero sed generosa para conmigo, hermana mía; no me dejéis hundida en la humillación; tendedme vuestra real mano para realzarme de mi profunda caída.

     ISABEL.- (Retrocediendo.) Este es vuestro lugar, lady María; y doy gracias a Dios por su bondad, cuando no ha permitido que me viera como vos, a las plantas de mi rival.

     MARÍA.- (Con creciente emoción.) Pensad en las vicisitudes de las cosas humanas. Existe un Dios que castiga la arrogancia; honrad y temed a la terrible Divinidad, que me arroja a vuestros pies, por respecto a los testigos de esta escena, ajenos a ella; honraos a vos, honrándome a mí; no ofendáis, no profanéis la sangre de los Tudores, que corre por vuestras venas, como por las mías. -�Ah! no seáis por Dios inaccesible y dura como la escarpada roca a la que en vano el náufrago se esfuerza en asirse. Todo mi ser, mi vida, mi suerte, dependen de mis palabras y del poder de mi llanto; �abrid mi corazón para que pueda yo conmover el vuestro! Si me dirigís tan glacial mirada, el corazón trémulo de espanto se cierra, se detiene el torrente de mis lágrimas y el terror hiela en el seno mis súplicas.

     ISABEL.- (Con ademán frío y severo.) �Qué tenéis que decirme, lady Estuardo, puesto que habéis pretendido hablar conmigo? Olvidé que soy una reina cruelmente ultrajada para cumplir con el piadoso deber de hermana, y ofreceros el consuelo de verme. Cedo con ello a un impulso de generosidad, exponiéndome a justas censuras por haber descendido hasta ese punto... porque harto sabéis que quisisteis matarme.

     MARÍA.- �Cómo empezar, cómo usar de tal modo de la prudencia, que logre conmover vuestro corazón, sin ofenderle en lo más mínimo! �Oh, tú, Señor! comunica toda fuerza persuasiva a mis palabras, y arráncalas todo aguijón. Me es imposible hablar en mi propio favor, sin acusaros gravemente, y no lo deseo. Vuestro modo de proceder para conmigo no fue ciertamente justo, porque soy reina al par que vos, y me habéis detenido prisionera; llegué aquí suplicante, y vos despreciando en mí las sagradas leyes de la hospitalidad y el derecho de gentes, me encerrasteis entre los muros de un calabozo; habéis alejado de mi, con crueldad, mis amigos y mis criados, y sujetádome a indignas privaciones. He sido forzada a comparecer ante un tribunal indigno;... pero, en fin, no hablemos más de semejantes crueldades. Cuantas sufrí, húndanse en eterno olvido. Mirad; quiero atribuirlo todo al destino; ni vos sois ya culpable, ni yo tampoco. Un genio infernal surgió del fondo del abismo para inflamar en nuestros corazones el odio ardiente que nos dividió desde los primeros años, y que ha crecido con nosotras. Algunos malvados atizaron la miserable llama; algunos fanáticos pusieron el puñal y la espada en manos cuyo socorro nadie reclamó. Tal es el destino fatal de los reyes; sus odios desgarran el mundo; sus enemistades desencadenan sobre él, el tropel de las furias. -Ahora, no existe ya entre nosotras ningún intermediario. (Se acerca a ella confiada y habla con acento cariñoso.) Hénos, por fin, una enfrente de otra; hablad, hermana mía, decidme en qué falté, porque ansío daros satisfacción. �Ay de mí! �Cómo no consentisteis en recibirme, cuando con tal instancia os lo pedía! Las cosas no hubieran llegado a tal extremo, ni ahora nos encontraríamos en tan siniestro y triste sitio.

     ISABEL.- Mi buena estrella me preservó entonces de avivar la serpiente en mi propio seno. No acuséis a la suerte, mas sí a la perversidad de vuestra alma y a la ambición de vuestra familia. No había estallado aún ninguna enemistad entre ambas, cuando ya vuestro tío, el prelado arrogante y ambicioso que atenta contra todas las coronas, os inspiró propósitos de guerra, y os persuadió locamente a empuñar las armas, a usurpar mi corona, y a empeñar conmigo un duelo a muerte. �Qué enemigos no suscitó contra mí? La voz de los sacerdotes, la espada de los pueblos, las temibles armas del fanatismo religioso; aquí mismo, en medio de mi pacífico reino, vino a atizar el fuego de la discordia; mas Dios está conmigo, y el orgulloso sacerdote no ha triunfado; el golpe fatal amenazaba mi cabeza, y cae la vuestra.

     MARÍA.- Me hallo en manos de Dios; espero que no abusaréis hasta tal punto de vuestro poder.

     ISABEL.- �Y quién podría impedirmelo? Vuestro tío enseñó con su ejemplo a los reyes el modo de hacer la paz con sus enemigos. La noche de San Bartolomé, me servirá de lección. �Qué me han de importar los vínculos de la sangre y el derecho de gentes, si la Iglesia rompe todo vínculo, y consagra el regicidio y el perjurio? No haré más que practicar lo que enseñan vuestros sacerdotes. Decidme �quién saldría fiador de vuestra conducta, si cediendo a la generosidad rompiera tales cadenas? �Existe por ventura un castillo donde asegurarme de vuestra fidelidad, que las llaves de Pedro no puedan abrir? �Sólo en la fuerza reside mi seguridad! �No quiero alianza alguna con la raza de las serpientes!

     MARÍA.- �Oh... qué triste, qué cruel sospecha! Me habéis tenido siempre por enemiga, por extranjera, cuando si me hubieseis declarado vuestra sucesora respetando los derechos de mi cuna, por gratitud y amor hubierais hallado en mí una fiel amiga, una fiel parienta.

     ISABEL.- Lady Estuardo, vuestra amistad está en otra parte; vuestra familia es el papismo, y vuestros hermanos los frailes. �Que os declarase mi sucesora! �Pérfido lazo!... Para que aún durante mi reinado alucinarais a mi pueblo, y como Armida, prendierais en vuestras redes seductoras la juventud del reino, convirtiendo todas las miradas hacia el nuevo sol...

     MARÍA.- Reinad en paz:, renuncio a toda pretensión a la corona. �Desdichada de mí! �Siento paralizados los impulsos de mi ánimo y la grandeza no guarda ya atractivos para mí! Habéis alcanzado vuestro propósito; ya no soy más que la sombra de María. Rota la altivez de mi alma con las injurias de la cárcel, me habéis reducido al último extremo, aniquilado en la flor de mis años. Ahora, acabad, hermana; pronunciad la palabra que os ha traído aquí, porque no puedo creer que aquí os conduzca el intento de insultar cruelmente a vuestra víctima. Pronunciad esta palabra; decid, por fin: sois libre, María; habéis probado mi rigor, aprended ahora a honrar mi generosidad. Decidlo, y recibiré mi libertad y mi vida como presente de vuestra mano. Una palabra anula todo lo pasado; la aguardo. �Ah! no me forcéis a aguardarla por mucho tiempo. �Ay de vos si no se pone fin a todo con esta palabra, y no os alejáis, hermana, como divinidad gloriosa y bienhechora! Ni por esta rica y poderosa comarca, ni por toda la tierra que ciñe el Océano, quisiera parecer a vuestros ojos como vos pareceréis a los míos.

     ISABEL.- �Por fin, os dais por vencida! �Se acabaron vuestras conjuraciones? �No queda ya un solo asesino en marcha?... �Se acabaron los aventureros, dispuestos a ejecutar por vos una acción caballeresca? Sí; con los nuevos cuidados que preocupan al mundo, lady María, ya no seduciréis a nadie.... nadie ha de aspirar al título de cuarto marido, porque así matáis a los amantes como a los maridos.

     MARÍA.- (Estallando de cólera.) �Hermana! �hermana...! �Oh, Dios mio!... dadme prudencia.

     ISABEL.- (Contemplándola largo rato con orgulloso desprecio.) Lord Leicester, �éstos son los hechizos que ningún hombre contempla impunemente, ni hubo mujer que osara arrostrar su comparación? En verdad que semejante nombradía fue adquirida a bien bajo precio. Está visto que para ser bella a los ojos de todos, basta ser de todos.

     MARÍA.- �Ah... esto es demasiado!

     ISABEL.- (Con risa burlona.) Mostradnos vuestro verdadero rostro, porque hasta ahora sólo hemos visto la máscara.

     MARÍA.- (Inflamada de cólera; con noble dignidad.) He cometido faltas; la juventud, la flaqueza humana, el poder, lleváronme fuera de camino; pero nunca me oculté en la sombra; con real franqueza he desdeñado siempre toda falsa apariencia. Cuantos delitos cometí, aun los más graves, los sabe el mundo, y puedo decir que valgo más que mi reputación... En cambio �ay de vos, si alguien os arrancara de los hombros el manto de honor con que encubre la hipocresía los frenéticos ardores de vuestra secreta concupiscencia!... No habréis heredado ciertamente de vuestra madre el honor... �Ya sabemos por qué virtud subió Ana Bolena al cadalso!

     TALBOT.- (Interponiéndose entre ambas.) �Oh! �Dios! �A este punto habían de llegar las cosas! �Ésta es sumisión, esta es moderación, lady María?

     MARÍA.- �Moderación! �He soportado cuanto puede soportar el alma humana! �Basta de resignación!... Retorna al cielo, dolorosa paciencia, y tú, ira por tanto tiempo comprimida, rompe tus cadenas, sal de tu guarida;... tú que diste al basilisco irritado miradas que matan, pon en mis labios el dardo venenoso.

     TALBOT.- �Oh!... está fuera de sí; perdonad a su arrebato su cruel irritación. (Isabel, muda de rabia lanza a María coléricas miradas.)

     LEICESTER.- (Vivamente agitado trata de llevarse a Isabel.) No escuchéis su furor; alejaos de este sitio fatal.

     MARÍA.- �El trono de Inglaterra está profanado por una bastarda! �El noble pueblo de Inglaterra es engañado por una bellaca, por una comedianta! Si la justicia hubiese triunfado de la suerte, os veríamos hundida en el polvo a mi presencia, porque yo...yo... soy vuestra reina.

     (Isabel se aleja rápidamente; los lores la siguen vivamente perturbados.)

Escena V

MARÍA. -ANA Kennedy.

     ANA.- �Ah! �qué habéis hecho? Se va enfurecida; adiós esperanzas, todo se ha perdido para siempre.

     MARÍA.- (Todavía fuera de sí.) Se va enfurecida, y con la muerte en el alma. (Arrojándose en brazos de Ana.) �Ah! �qué bien me siento, Ana! �Después de tantos años de abyección y de dolor, un instante de venganza y de triunfo! �Me he aliviado de un peso enorme!... �Hundí el puñal en el seno de mi enemiga!

     ANA.- �Desdichada! �Qué delirio os agita! Habéis ofendido a esta implacable mujer que tiene el rayo en sus manos, que es soberana. La ultrajasteis a los ojos de su amante.

     MARÍA.- La he humillado a los ojos de Leicester. Estaba allí... testigo de mi triunfo... Cuando la he precipitado de su altura, estaba allí... su presencia me infundía valor.



Escena VI

Dichos. -MORTIMER.

     ANA.- �Ah! sir Mortimer, �qué resultado!

     MORTIMER.- Todo lo oí. (Hace una seña a la nodriza, para que se coloque de centinela y se acerca a María. Su aspecto revela el estado violento y apasionado de su alma.) La habéis vencido; la habéis aplastado en el polvo; �vos erais la reina, ella la culpable!... Vuestro valor me enajena... �os adoro!... en aquel momento aparecisteis a mis ojos como divinidad esplendente, Poderosa.

     MARÍA.- �Habéis hablado a lord Leicester, y entregádole mi carta y mi retrato? �Ah! respondedme, sir Mortimer.

     MORTIMER.- (Contemplándola con ardientes miradas.) �Ah! �Cuánto os embellecía aquella noble cólera!... �cómo brillaban a mis ojos vuestros atractivos!... �Sois la mujer más hermosa del mundo!

     MARÍA.- Os ruego que calméis mi impaciencia; �qué ha dicho, milord? Decidme, �qué puedo esperar?

     MORTIMER.- �Quién, él?... Es un cobarde, un miserable. No esperéis nada de él, despreciadle, olvidadle.

     MARÍA.- �Qué decís?

     MORTIMER.- �Él libertaros?... �él poseeros? �que se atreva! será preciso que se bata conmigo a muerte.

     MARÍA.- �No le habéis entregado la carta? Entonces todo concluyó.

     MORTIMER.- �Cobarde, ama la vida, y quien quiera libertaros y obtener vuestros favores, ha de abrazar la muerte con valor!

     MARÍA.- �Nada quiere hacer por mí?

     MORTIMER.- Ni una sola palabra me dio; �qué puede hacer? �Para qué le necesitamos?... �Yo os libertaré: yo solo!

     MARÍA.- �Ay de mí! �Y qué podéis vos?

     MORTIMER.- No os engañéis suponiendo hallaros en la misma situación que ayer;... según salió de aquí la Reina, y terminó la entrevista, todo se ha perdido, y es inútil recurrir a otras peticiones de indulto. Ahora es tiempo de obrar; la audacia debe decidir; fuerza es arriesgarlo todo para salvarlo todo, y libertaros antes que amanezca.

     MARÍA.- �Qué decís? �Esta noche? �Y cómo es posible?

     MORTIMER.- Oíd lo que he resuelto. He reunido a mis compañeros en una capilla secreta, donde un sacerdote nos ha confesado y absuelto de cuantas faltas hayamos cometido y podamos cometer. Hemos recibido los últimos sacramentos y estamos pronto para el postrer viaje.

     MARÍA.- �Oh!!.. �qué terribles preparativos!

     MORTIMER.- Esta noche subimos al castillo... tengo yo las llaves, degollamos los centinelas, os arrancamos de esta prisión, y para que no quede un solo testigo que pueda revelar esta escena, fuerza es matar a todo viviente.

     MARÍA.- �Y Drury y Pauleto, mis carceleros?... Antes verterán su última gota de sangre.

     MORTIMER.- Serán los primeros en caer a mis golpes.

     MARÍA.- �Cómo!... �Vuestro tío, vuestro segundo padre!

     MORTIMER.- Morirá a mis manos; le degollaré.

     MARÍA.- �Ah!... �crimen sangriento!

     MORTIMER.- Antes he sido absuelto de todos mis crímenes; puedo y quiero hacerlo.

     MARÍA.- �Horrible! �horrible!

     MORTIMER.- Aunque deba matar a puñaladas a la misma Reina, lo he jurado por la hostia.

     MARÍA.- No, Mortimer; antes que vea correr tanta sangre por mi causa...

     MORTIMER.- �Y qué significa para mi la vida de todos los hombres, comparada con vos y vuestro amor? Rómpanse las cadenas que sujetan al mundo, y sumérjase en las olas de un nuevo diluvio cuanto existe... Ya no respeto nada. Antes que yo renuncie a vos se acabará el universo.

     MARÍA.- (Retrocediendo.) �Cielos! �Qué lenguaje, sir Mortimer; qué miradas!... me espantan, me perturban...

     MORTIMER.- (Con los ojos extraviados y víctima del delirio.) La vida no es más que un instante, y la muerte también no es rnás que un instante... Arrástrenme a Tyburn y atenaceen mis carnes con tenazas encendidas. (Se adelanta hacia ella con los brazos abiertos.) Con que mis brazos te ciñan... a ti... a quien amo con ardor...

     MARÍA.- (Retirándose.) Deteneos, insensato...

     MORTIMER.- Sobre tu seno, sobre esta boca que exhala el amor...

     MARÍA.- En nombre del cielo, sir Mortimer, permitid que me aleje.

     MORTIMER.- �Insensato quien no detiene en abrazo eterno la dicha que Dios puso en su camino! Quiero salvarte, aunque me costara mil vidas que fuesen; te salvaré... lo quiero... pero como hay Dios... juro que quiero también que seas mía.

     MARÍA.- �Oh! �No habrá un Dios, un ángel que me proteja!... �Suerte espantosa!... �Cómo me arrojas de un terror a otro terror! �Sólo habré nacido para excitar la violencia! �el odio y el amor se conjuran para infundirme espanto!

     MORTIMER.- Sí, te amo con pasión, del modo que ellos te odian. �Quieren cortarte la cabeza, y destrozar con el hacha tu cuello, que deslumbra con su blancura! �Ah! consagra al dios de la vida y el júbilo, los dones que te será forzoso sacrificar a cruentos odios,... con tus encantos, que destinan a la muerte, embelesa a quien te ama. Encadena a tu esclavo con tus bellas trenzas, tu sedosa caballera que pertenece ya a las regiones sombrías de la muerte!

     MARÍA.- �Oh!... �qué palabras me veo condenada a oír! �Sir Mortimer, si una reina no es sagrada para vos, debieran serlo, al menos, mis desgracias y mis dolores!

     MORTIMER.- Tu corona cayó de tus sienes, y nada te resta de tu pasada majestad... Intenta proferir una orden, y verás como no acude a obedecerla un solo libertador, un solo amigo... Si ya no posees más que tu rostro lastimero, y el divino poder de la belleza; sí por ella lo arriesgo todo, y me siento capaz de todo; si por ella me precipito al encuentro del hacha del verdugo...

     MARÍA.- �Oh!... �Quién me libertará de su furor?

     MORTIMER.- �Tan audaz servicio merece osada recompensa! �Por qué el valiente vierte su sangre? �La vida es el don más precioso, y es un insensato quien la prodiga sin motivo!... Antes quiero descansar en tu ardiente seno. (La estrecha con fuerza entre sus brazos.)

     MARÍA.- �Ah! �será preciso que pida socorro contra el hombre que pretende libertarme?

     MORTIMER.- No eres insensible; el mundo no te acusa de frío rigor... La ardiente súplica del amor puede conmoverte, pues hiciste feliz a Riccio, y supo arrebatarte Botwell.

     MARÍA.- �Temerario!

     MORTIMER.- No fue más que tu tirano, y temblabas ante él, cuando le amabas. Si sólo el terror puede subyugarte, por todas las furias del averno...

     MARÍA.- Dejadme... deliráis...

     MORTIMER.- Temblarás también ante mí.

     ANA.- (Acudiendo.) Alguien se acerca... alguien llega. Invade el jardín muchedumbre de hombres armados.

     MORTIMER.- (Desenvainando su espada.) Yo te protegeré.

     MARÍA.- �Oh! Ana, libértame de sus manos... Desdichada de mí, �dónde hallar un refugio? �A qué santo pediré socorro? Aquí, la violencia; allá, la muerte. (Sale corriendo. Ana la sigue.)



Escena VII

MORTIMER. -PAULETO. -DRURY, fuera de sí, seguidos de algunos hombres armados.

     PAULETO.- Cerrad las puertas, alzad el puente.

     MORTIMER.- �Qué hay, tío?

     PAULETO.- �Dónde está esta mujer criminal?... Encerradla en el más oscuro calabozo.

     MORTIMER.- �Qué hay?... �qué ha sucedido?...

     PAULETO.- �La Reina!... �oh! malditas manos... �diabólica audacia!

     MORTIMER.- La Reina... �qué Reina?

     PAULETO.- La de Inglaterra; ha sido asesinada en las calles de Londres...

(Entra precipitadamente en el castillo.)



Escena VIII

MORTIMER. -Luego OKELLY.

     MORTIMER.- �Deliro!... alguien ha gritado a mi oído: �la Reina ha sido asesinada!... No; no, es un sueño. Mi ardor febril ofrece a mis sentidos como realidad, lo que preocupa mi mente... �Quién llega?... Okelly... �cómo asustado?

     OKELLY.- (Acudiendo con precipitación.) �Huid, Mortimer, huid; todo se ha perdido!

     MORTIMER.- �Qué se ha perdido?

     OKELLY.- No queráis saber más, y pensad sólo en huir presto...

     MORTIMER.- �Qué ocurre pues?

     OKELLY.- Sauvage desatentado descargó el golpe...

     MORTIMER.- �Cierto!

     OKELLY.- �Cierto! �cierto!... salvaos.

     MORTIMER.- Muerta, y María sube al trono de Inglaterra.

     OKELLY.- �Muerta!... �quién ha dicho esto?

     MORTIMER.- �Vos mismo!

     OKELLY.- Vive, y vos y yo estamos destinados a morir...

     MORTIMER.- �Vive?

     OKELLY.- El golpe fue dado en falso; el puñal rasgó el manto de la Reina, y Talbot desarmó al homicida.

     MORTIMER.- �Y vive?

     OKELLY.- Vive, para perdernos a todos... Venid; las tropas rodean el parque...

     MORTIMER.- �Quién ha ejecutado esta tentativa?

     OKELLY.- Ese barnabita de Tolon, que sin duda habéis observado pensativo en la capilla cuando el sacerdote pronunció el anatema papal contra la Reina. Ha querido valerse del medio más pronto y expedito para libertar con un arranque de osadía a la Iglesia de Dios, y ganar la corona del martirio. Sólo al confesor confió su designio, y lo ha ejecutado en las calles de Londres.

     MORTIMER.- (Después de un momento, de silencio.) �Desdichada! �Suerte cruel e implacable la persigue! Ahora sí, ahora, fuerza es que mueras, tu ángel mismo apresura tu perdición.

     OKELLY.- �Decidme hacia dónde os fugáis? Yo voy a ocultarme en las selvas del Norte.

     MORTIMER.- Partid, y que Dios proteja vuestra fuga. Yo me quedo; probaré aún si puedo libertarla, y si no, moriré sobre su féretro.

                                                       (Vanse en opuesta dirección.)

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