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ArribaAbajoEstudio del conflicto sentimental en los personajes de Mario Benedetti: variaciones sobre el tema del adulterio

Claudia Casu (Murcia)


La atención que Benedetti dedica a la realidad está presente en toda su obra y constituye un rasgo esencial de su literatura. Sin embargo, su ficción no simula simplemente realidades, no reproduce sólo hechos verosímiles, sino que partiendo de anécdotas aparentemente sencillas, Benedetti ahonda en el enigma de las relaciones humanas. Es precisamente el resultado de este profundizar el que le permite ofrecernos una visión generalizada de la sociedad.

Esta visión se transforma así de realista en introspectiva, psicológica y permite al lector ver tas cosas desde dentro. Según afirma Eduardo Nogareda: «Benedetti utiliza un realismo participante y activo. No se limita a mostrar la realidad, sino que se interna personalmente en ella, llevando consigo al lector».

Su interés se centra en esas relaciones conflictivas cuyos protagonistas son a menudo hombres y mujeres en lucha continua consigo mismos, con sus sentimientos, con el prójimo que encarna uno u otro temor. Muchos son así los frustrados, los fracasados, los traicionados y recurrentes son los temas como la hipocresía, la envidia, el desamor y el odio, la resignación, la muerte.

En esta variedad de sentimientos se viste de nuevos significados la infidelidad, fruto del engaño y causa, a veces, de desengaño.

Los «traidores» de Benedetti no sólo faltan en el honor a sus amigos, a su profesión, a la patria, a sus cónyuges, sino que en muchos casos, con esa acción recriminable se están engañando a sí mismos.

Enfocando especialmente la atención sobre la infidelidad conyugal, cabe señalar cómo este tema ha estado presente en la literatura desde sus orígenes. Fue Homero el primer autor que inmortalizó en La Ilíada uno de los triángulos amorosos más famosos de toda la historia literaria, cuyo vértice está ocupado por la bella e inolvidable Helena. Siguieron su ejemplo muchos otros escritores de distintas épocas y países, pero fue sólo a partir del siglo XIX que el adulterio llegó a imponerse como uno de los motivos que más interés suscitaba en autores y lectores. En este siglo vieron la luz obras importantes como Madame Bovary de Flaubert, Ana Karenina de Tolstoy, Effi Briest de Fontane, Casa de muñecas de Ibsen y, dentro del producción española, La Regenta de Clarín y Fortunata y Jacinta de Galdós. Detrás del estudio de la traición amorosa, se advierte la intención de llevar a cabo un análisis más profundo de la vida social de la época, que desemboca, en muchos casos en una crítica a las costumbres vigentes. El adulterio, y sobre todo el de la mujer, en la sociedad burguesa era considerado un elemento amenazador de la unidad social porque constituía un ataque a su núcleo primario: la familia.

Los escritores realistas superan esta convicción y tratan de profundizar las causas que llevan a esos esposos, que han jurado delante de los hombres y de Dios fidelidad eterna, a faltar a su promesa. La respuesta que encuentran está justo en esas uniones efectuadas sólo en función del interés económico o social, concebidas como el único medio para asegurarse un futuro decente, en el caso de las mujeres, o prolongarse en los hijos y adquirir la categoría social de la familia, en el caso de los hombres. De ahí la simpatía de la que gozaron, por parte de muchos autores, los adúlteros y, especialmente las mujeres, víctimas de una sociedad que le asignaba, en general, un papel subordinado y pasivo.

La producción literaria de Mario Benedetti abunda en casos de adulterio, a veces, éste constituye el eje sobre el cual se basa la historia, como en la novela Quién de nosotros, o en los cuentos «No tenia lunares» (Esta mañana; EM), «Se acabó la rabia», «Los pocillos» (Montevideanos; M), «Réquiem con tostadas» (La muerte y otras sorpresas; MOS), «Fidelidades» y «Triángulo isósceles» (Despistes y Franquezas; DF); otras veces está tratado como tema secundario como en Gracias por el fuego o en «La guerra y la paz» (M), «La muerte» (MOS), «La vecina orilla» (Con y sin nostalgia; CSN), «Vení Pigmalión» (F); frecuentemente aparece también como motivo marginal, es decir que no influye en el curso del relato o bien está presentado simplemente como anécdota, como en «Relevo de pruebas»(CSN), «José nomás»(EM), «Truth on the rocks», «Pacto de sangre» y «Recuerdos olvidados», o se refiere sólo a la vida de uno de los personajes que no gozan de un papel protagonista: es el caso, por ejemplo, de La tregua (adulterio de Vignale con su cuñada Elvira). Finalmente podemos citar esos cuentos donde el adulterio, o su tentativa, está insinuado: «Miss Amnesia» (MOS) y «El hotelito de la rue Blomet»; supuesto: «Datos para el viudo» (MOS); deseado, tanto por parte del posible adúltero: «Almuerzo con dudas» (M), como por parte del aspirante «cornudo»: Quién de nosotros y «Como siempre» (EM); o representa la proyección de un sueño: «Hoy y la alegría» (EM).

Como es fácil suponer, el tratamiento del adulterio por parte de Benedetti difiere notablemente del que adoptaron los escritores anteriores a esta época. No hay en el escritor uruguayo ninguna intención moralizadora, no existe en sus obras ese «castigo final» al cual estaban condenadas las heroínas adúlteras, por ejemplo, de Balzac, quien escribía para una sociedad, la burguesa, que pretendía ser virtuosa, de ahí el fin «didáctico» de sus novelas. El objetivo principal que se propone Benedetti es el de ofrecer al lector un cuadro completo y real de la vida moral, social y familiar de la sociedad uruguaya. En consecuencia, no le interesan tanto los hechos, sino las derivaciones psicológicas (hacia dentro) y sociológicas (hacia fuera) que tienen éstos (Cfr. Nogareda, p. 30). Dentro de esta tendencia podemos ver cómo el adulterio se enriquece de nuevos y distintos significados.

Intentando establecer una especie de tipología de la infidelidad conyugal en la obra benedettiana, notaremos que el autor se sirve tanto de la figura del adúltero, como de la adúltera, dando a cada uno de ellos rasgos y características propias. A este propósito es posible entrever cómo en general, en el caso de los hombres es más bien la «novedad», la «clandestinidad» que representan esas relaciones ilícitas que los empuja hacia ellas. A continuación leemos las palabras de Mariano, protagonista de «La muerte», quien intenta contraponer la figura de su mujer, Águeda, a la de su amante, Susana:

Águeda era la comprensión y la comprensión ya estratificada; la frontera ya sin litigios; el presente repetido (pero también había una calidez insustituible en la repetición); los años y años de pronosticarse mutuamente, de saberse de memoria; los dos hijos, los dos hijos. Susana era la clandestinidad, la sorpresa (pero también iba evolucionando hacia el hábito), las zonas de vida desconocida, no compartidas, en sombra; la reyerta y la reconciliación conmovedoras; los celos conservadores y los celos revolucionarios; la frontera indecisa, la caricia nueva (que insensiblemente se iba pareciendo al gesto repetido), el no pronosticarse sino adivinarse, el no saberse de memoria sino de intuición.


(p. 188).                


La amante tiene la ventaja de la novedad sobre la esposa y, además, como dirá el narrador de «Almuerzos con dudas», la costumbre conyugal lava con el tiempo el interés y el amor «se va encasillando cada vez más en fechas, en gestos, en horarios».

Así, el hecho de volver a esperar con ansia «cierta hora del día, cierta puerta que se abre, cierto ómnibus que llega,...» hace que uno vuelva a sentirse joven, por lo que se concibe el adulterio casi como una forma de detener el tiempo, o de oponerse a su irrevocabilidad. Por esta misma razón quizás la amante suele ser siempre alguien más joven que el propio adúltero, o la mujer de éste, como si la juventud fuera algo contagioso.

Será precisamente en busca de esa clandestinidad y ese «sabor a nuevo» que el protagonista de otro relato, «Triángulo isósceles», traicionará a su esposa, inventándole otra piel, sin darse cuenta de que la mujer con la que la engañaba sistemáticamente era la misma persona: «Me has traicionado conmigo misma», le confesará Fanny/Raquel, «Ahora, tras dos años de vida doble, tenés que elegir. O te divorciás de mí, o te casas conmigo».

Otras veces, es simplemente el apetito sexual que gobierna estas relaciones extraconyugales, que Soria, otro marido infiel («Truth on the rocks»), define «deslices, scherzi, oberturas, preludios, divertimientos», nunca comparables a la gran sinfonía amorosa del matrimonio.

No faltan tampoco entre las varias causas la incomunicabilidad entre marido y mujer, la ausencia de diálogo, la incomprensión, el desengaño (Vid. «La vecina orilla»).

Finalmente citamos esos casos en los cuales el cónyuge infiel es un hombre importante, a menudo representante del mundo político, que se concede una amante como quien se concede un lujo porque se lo puede permitir, afirmando así, una vez más, su poder personal, económico y social. Entre ellos destacamos el personaje de Edmundo Budiño (Gracias por el fuego), el diputado Gonella («José nomás», EM) y Mateo Prado («Vení Pigmalión»).

En estas obras el autor se sirve de un contexto restringido, el adulterio, para hacer referencia a otro contexto más general. Sobre todo en el caso de Budiño, vemos cómo se puede reflejar en él la imagen de un poder absorbente, castrador, el mismo al que estaba sometido Uruguay en aquella época. Cuando viola a su mujer se nos presenta como un hombre prepotente, conquistador, sin escrúpulos, y ya no sólo con respecto a su esposa, también a una patria inmaculada (Cfr. Curutchet, p. 146-7).

«Madame Bovary c'est moi» decía de su personaje Flaubert; Benedetti no es ninguna de sus heroínas adúlteras, o quizás es un poco todas, aunque éstas puedan considerarse figuras independientes, reales, humanas. Si las protagonistas de las novelas realistas se abandonaban a vivir una relación ilícita lo hacían generalmente para huir del tedio existencial, como en el caso de Emma Bovary, o porque se sentían incapaces de luchar contra esa pasión abrasadora que habían venido conociendo al lado del amante, como le ocurre por ejemplo a Ana Karenina; las adúlteras de Benedetti, en ningún caso, se dejan llevar por esos sentimientos. La infidelidad casi siempre es sinónimo de matrimonio fracasado, o incluso de algo mucho más horrible: «un éxito malgastado», como definirá Alicia en Quién de nosotros su unión con Miguel.

Alicia es posiblemente la figura más completa de las adúlteras creadas por el autor, que funciona no sólo como objeto de tensión entre dos hombres, sino que constituye, al mismo tiempo, un puente tendido entre ellos. Cuando eligió casarse con Miguel sentía hacia él verdadero amor, pero al verse aceptada sin convencimiento ese sentimiento se transformó, y al final decide irse con Lucas, no porque haya descubierto haberse enamorado de él sino porque renuncia a luchar contra un destino ya señalado. Dirá refiriéndose a su marido: «No puedo más, me voy con Lucas.(...) Es necesario que te dé la razón, esa execrable razón que has prefabricado». Lucas representa para ella el presente y el presente es la única religión posible, lo único en que poder creer, esperar y anhelar ser feliz.

La felicidad con Miguel había sido anterior a Lucas que se interpone entre ellos como una barrera infranqueable, la misma barrera que existe por ejemplo entre Mariana y José Claudio, protagonistas de «Los pocillos», y representada esta vez por la ceguera. Cuando José Claudio pierde la vista, se niega a valorar el amparo de su mujer, a refugiarse en ella: «Todo su orgullo se concentró en un silencio terrible, testarudo, un silencio que seguía siendo tal, aun cuando se rodeara de palabras». Ese distanciamiento lleva a Mariana a acercarse a su cuñado, en un principio empujada por un sentido de gratitud, pero luego «reconfortada de poder proteger a su protector».

Interesante, finalmente, es analizar el monólogo al que se abandona Marta, personaje «in absentia» de «Datos para un viudo», quien imputará a la poca virilidad de su marido629, a su actitud de «advertido», a su espíritu de «fugitivo», el rencor y el odio que siente hacia él:

No quiero un sedante, no quiero un tipo que me mire con ojos de ternero. Quiero un hombre en la cama.


En realidad no tenemos datos concretos para afirmar que Marta le haya sido infiel alguna vez, pero ese final abierto y ese nombre, Luis María, nos permite suponerlo.

No faltan en Benedetti tampoco las adúlteras que podríamos definir «por conformismo». Recuérdese, por ejemplo, el breve episodio que se cita en «Recuerdos olvidados», que relata la aventura del narrador con Claudia, despreocupada mujer casada, y la historia, medio trágica, medio cómica, de Ileana, protagonista de «Fidelidades». Se podría insertar este triángulo dentro de una estructura exterior de forma circular, ya que en este caso, el amante de la mujer, Marcos, es también el amante del marido, Dámaso. Cuando Ileana empieza a notar el desinterés sexual de Marcos hacia ella, comenta que ese desapego la había herido aún más que el de Dámaso, pues «la ensayística erótica y las novelas del siglo XIX le habían enseñado que el tedio sexual era más corriente en los maridos que en los amantes».

En el ya citado «Recuerdos olvidados», Benedetti reconstruye, alrededor de un caso de adulterio, un momento muy especial de la historia de Uruguay, siendo mujer y amante dos presos políticos, torturados y matados durante la dictadura.

Por lo que concierne la figura del cónyuge traicionado, podemos ver en general dos tendencias: la aceptación resignada del adulterio, como en el caso de «Gracias por el fuego» (la mujer de Edmundo Budiño seguirá casada con él a pesar de conocer sus numerosas aventuras) y la separación acompañada a veces de un «merecido» castigo, como en el caso de «No tenía lunares»( el protagonista obliga a la mujer que le ha sido infiel a permanecer junto a su amante, bajo la amenaza de muerte), «La guerra y la paz», «Se acabó la rabia» (en este caso quien paga cara esa infidelidad es un inocente testigo), castigo que en «Réquiem con tostada» alcanza su grado máximo: la muerte.

En muchísimos otros casos, maridos y mujeres viven ignorando esa infidelidad («Gracias por el fuego», «Pacto de sangre») o no se registra su reacción en el texto («Relevo de pruebas», «Vení Pigmalión»). Se verifican también casos de adulterios perdonados como en La tregua o en «Truth on the rocks». Sin embargo, la figura del cónyuge traicionado que ha sabido crear Benedetti y que lo aleja de esa que es la tradición, es la del definido «cornudo vocacional»: Miguel que protagoniza Quién de nosotros y Roberto, personaje principal de «Como siempre».

Durante once años Miguel prepara el adulterio de su mujer, ya que intuye oscuramente desde antes del matrimonio la pertenencia de ella a otro hombre. Su obsesión consiste en materializar esa intuición con el fin de conquistar alguna precaria y efímera certeza (Cfr. Curutchet, p. 146).

A través de este personaje, que podríamos definir prototípico, el autor señala una idiosincrasia nacional. Según Ruffinelli existe en Miguel «un toque de perversión, la perversión incluso mediocre de una decadencia sin señorío ni elegancia, propia del mediopelo de la clase media».

Roberto también desea que su mujer lo traicione, lo necesita para reconquistar su libertad; como Miguel ha logrado seducir a la chica destinada a otro hombre y ahora está dispuesto a devolvérsela, es más, duda incluso de haberla querido alguna vez.

Sin embargo, como en muchos de los personajes de Benedetti, su incapacidad para la acción es más fuerte, puede con él y al final las cosas se quedarán iguales, «como siempre».

Como ya se ha precisado al delinear la figura del adúltero, normalmente el amante, tanto se trate de un hombre como de una mujer, es una persona que presenta unos requisitos contrarios, o complementarios a los del cónyuge traicionado. Hay dos personajes que destacan de forma especial en la obra benedettiana: Gloria Caselli de «Gracias por el fuego» y Leonor Rivas de «Vení Pigmalión». Estas dos mujeres se parecen en muchos aspectos, pero básicamente lo que las une es el amor incondicionado, vivido a oscuras, a escondidas, hacia sus respectivos hombres: Edmundo Budiño y Mateo Prado. Hay en ellas una especie de mezcla entre adoración y espíritu de sacrificio. Se sienten privilegiadas por haber sido elegidas, las dos saben que esa relación nunca llegará a legalizarse, a institucionalizarse, sin embargo aceptan vivir a la sombra de estos hombres importantes. Cuando Budiño propone a Gloria ser su amante, ésta siente «vergüenza, susto, júbilo», pero sobre todo júbilo y contesta «Soy tan feliz, profesor». En su respuesta ya está implícita su posición subordinada frente a él, sin embargo tienen que pasar veinte años antes de que se dé cuenta de que su sacrificio ha terminado, antes de que se decida a dejar a ese hombre prepotente y egoísta que se complace en la recreación de su imagen de cínico (Cfr. Curutchet, p. 147). Aprenderá en un tarde de súbitas revelaciones, primero a no temerlo y luego a despreciarlo y con un portazo final se desprenderá de él y de sus veinte años de esclavitud. Leonor, frente a la proposición de Mateo «¿Quieres ser mi amante?», precisa «No, no quiero ser tu amante, sólo aceptaré ser tu querida», devolviendo a esa palabra su significado original. En realidad, ella fue la única mujer a quien quiso Mateo, la única viuda que dejó al suicidarse, y la amó por ser la única en conocer su debilidad. Efectivamente las amantes de Benedetti tienen el papel de «depositarias» de la verdad, sólo ellas conocen el rostro auténtico que se esconde detrás de la máscara.

También en este caso el autor ha utilizado el adulterio como metáfora política: el portazo con el cual Gloria cierra la puerta detrás de sí, señala el preanuncio de una generación de pioneros y de conquistadores ya sentenciada por la historia (Cfr. Curutchet, pp. 146-7).

Con estos nuevos y variados planteamientos sobre el adulterio, podemos afirmar con toda convicción que Benedetti logra convertir en algo muy actual un tema casi tan viejo como el mundo.