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Mario Benedetti y las bifurcaciones del exilio en la literatura hispanoamericana

Virginia Gil Amate (Universidad de Oviedo)



     No sólo el tiempo, el espacio y la nostalgia gravitan sobre el exiliado, la misma situación de exilio ha sido debatida para saber si mantiene sus coordenadas de castigo de orden político o hay una determinada psicología de destierro; o si partiendo de una expulsión concreta se llega a una extranjería indefinida; o, en el caso particular del escritor exiliado, si no es la misma escritura la que lo sitúa en la nada desde la que crea su universo verbal propio. ¿Es metafísico el exilio, es endémica la nostalgia para algunos, es la nuestra una época de destierro, es el escritor un eterno desterrado merced a la escritura? La obra de Mario Benedetti parece querer contestar negativamente a todo, concentrándose en la condición política del exilio, destacando el castigo histórico, ahondando en las causas ideológicas que lo sostienen y marcando su comienzo literario en su experiencia como ser humano:

           Luego hay otros temas, que, por razones obvias, no estuvieron desde el comienzo en mi obra literaria, que son el exilio y el desexilio; aparecieron cuando estos temas entraron en mi vida(79).                

     Precisamente por ser un hecho vital las actitudes ante el mismo son dispares, pueden ir del nuevo y ancho horizonte descubierto por Augusto Roa Bastos fuera de Paraguay:

          Me interesa el hombre universal que es la gran lección que yo le debo al exilio. Nunca podré quejarme de mi exilio porque fue para mí una gran escuela(80),               

al desasosiego de Daniel Moyano lejos de Argentina:

          ...yo no me he habituado a vivir en este medio [en España]. Han sido siete años muy duros. No en cuanto a lo externo, a lo que haya podido hacer o no. Me refiero a lo interno a lo anímico [...]. Yo tuve la mala suerte, la desgracia, de no haber tenido suficiente paciencia o visión como para dedicarme a algún tipo de tarea que estuviera más en consonancia con lo que soy. En estos años me he ido despersonalizando poco a poco, lentamente(81).              

     Idéntica es la pérdida, no así lo acontecido en el país de adopción. Eso provoca que Roa pueda incidir en los hechos que dejó de sufrir por estar fuera y sitúe a su país en el mundo de la mano de la publicación de su obra:

           Hemos estado sumergidos [dice de los paraguayos] en el patrioterismo, en la degradación deliberada de los poderes, del poder político, de los poderes culturales [...]. Y yo me insurgí siempre contra esa psicosis y pensé que por ahí no iban las posibilidades. Por eso suelo decir que yo no puedo quejarme de mi exilio(82),              

y Moyano perciba la parálisis vital y profesional, mientras se pierde en el marasmo del exilio, pasando a ser un autor más, uno de los muchos hispanoamericanos que arrastraban su obra o su imposibilidad de escribir por España.

     La pérdida y la desorientación pudieron, en parte, asumirse desde la conciencia política, desde la reflexión ideológica. Julio Cortázar apelaba a la revisión del concepto de exilio para trastrocarlo, analizando a la contra la condición del desterrado, hasta que sus mismos cimientos fueran positivos. Esto sólo sería posible alejando la literatura del expatriado de las notas trágicas, de la nostalgia o la inmovilidad del memorioso:

           Entre los exilados fuera del país, una pequeña minoría cae en el silencio, obligada muchas veces por la necesidad de reajustar su vida a condiciones y a actividades que la alejan forzosamente de la literatura como tarea esencial. Pero casi todos los otros exilados siguen escribiendo, y sus reacciones son perceptibles a través de su trabajo. Están los que casi proustianamente parten desde el exilio a una nostálgica búsqueda de la patria perdida; están los que dedican su obra a reconquistar esa patria, integrando el esfuerzo literario en la lucha política. En los dos casos, a pesar de su diferencia radical, suele advertirse una semejanza: la de ver en el exilio un disvalor, una derogación, una mutilación contra la cual se reacciona en una u otra forma. Hasta hoy no me ha sido dado leer muchos poemas, cuentos o novelas de exilados latinoamericanos en los que la condición que los determina, esa condición específica que es el exilio, sea objeto de una crítica interna que la anule como disvalor y la proyecte a un campo positivo [...]. Quienes exilian a los intelectuales consideran que su acto es positivo, puesto que tienen por objeto eliminar al adversario. ¿Y si los exilados optaran también por considerar como positivo ese exilio?(83).                

     Eduardo Galeano se sumaba a ello desde la óptica de lo que fuera del país podía realizarse pensando en el día del retorno:

           Así amplío el campo de mi mirada y así voy encontrando claves de creación y de orientación que podrán ser de alguna ayuda, tarde o temprano, cuando llegue la hora del regreso y haya que regar las tierras que las dictaduras están arrasando(84).                

     Aunque Mario Benedetti también apuesta por no hundirse en el pozo de la tristeza, enumerando «las siete plagas del exilio», «el pesimismo, el derrotismo, la frustración, la indiferencia, el escepticismo, el desánimo y la inadaptación»(85), se muestra menos exultante en cuanto al cambio en la valoración de los hechos:

     esto es una derrota
hay que decirlo
vamos a no mentirnos nunca más
a no inventar triunfos de cartón
si quiero rescatarme
si quiero iluminar esta tristeza
si quiero no doblarme de rencor
ni pudrirme de resentimiento
tengo que excavar hondo
hasta mis huesos
tengo que excavar hondo en el pasado
y hallar por fin la verdad maltrecha
con mis manos que ya no son las mismas(86).

     Benedetti traza, en principio, un equilibrio entre la realidad vital y la teoría ideológica, asumiendo que ya es mucho con advertir cuál es la misión o, simplemente, el oficio de un escritor:

           ...el escritor que vive desgajado de su suelo y de su cielo, de sus cosas y de su gente, no es alguien que aborda el exilio como un tema más, sino un exiliado que, además, escribe. Por otra parte, creo que el deber primordial que tiene un escritor del exilio es con la literatura que integra, con la cultura de su país. Tiene que reivindicar su condición de escritor, y a pesar de todos los desalientos, las frustraciones, las adversidades, buscar el modo de seguir escribiendo(87).                

     Si el exilio, como tema literario, está motivado por causas extraliterarias, produce que la experiencia del mismo no sea fija sino variable en el transcurrir de la misma vida del expatriado. En 1977, con el poemario La casa y el ladrillo, aparecían en la obra de Benedetti sus primeras vertientes. La causa política ordenaba el panorama de expulsados y expulsadores, había un porqué y una explicación de la violencia y ésta a su vez dividía al país entre los «Hombres de mala voluntad», depositarios del poder, y un «nosotros» formado por los expatriados, los perseguidos, los silenciados, desposeídos de derechos pero conscientes de la situación.

     La idea del regreso daba contenido a la noción de exilio como situación transitoria. El lugar de adopción apelado como «patria interina» y la cronología como «vida accesoria», en el poema «La casa y el ladrillo», asumían un retorno posible ante el que, sin embargo, se erguía una dimensión temporal adversa: el país pertenecía al pasado, más o menos reciente, del poeta al que habían despojado del presente obligándole a aferrarse a un futuro por vivir; el verso «ergo a inscribirse en el futuro», repetido en «Ciudad en que no existo» tendrá su continuación en «Croquis para algún día» donde aún no dudándose del porvenir no se escatima la situación de los que vivieron el pasado:

     de tanto pueblo y pueblo hecho pedazos
seguro va a nacer un pueblo entero
pero nosotros somos los pedazos(88).

     Con la publicación de Viento del exilio el panorama empieza a desmembrarse en percepciones contradictorias:

     lo curioso lo absurdo es que a pesar
de que aguardo mensajes y pregones
de todas las memorias y de todos
los puntos cardinales
lo raro lo increíble es que a pesar
de mi desamparada expectativa
no sé que dice el viento del exilio(89),

no llega al punto de ser enfocado con lo que Paul Ilie(90) y René Jara Cuadra(91) definían como un estado de ánimo porque el poeta se niega a condescender al abandono metafísico, pero las respuestas de La casa y el ladrillo son ahora incógnitas. Concatenación de preguntas asumidas como estilo poético y como nueva forma que adopta su resolución de estar alerta, frente a lo que pasó y frente a lo que vendrá. La pregunta es retórica no por conocer la respuesta sino porque se formula como constancia. Así se extenderá por Preguntas al azar (1986), por los versos y relatos de Geografías (1984) y Despistes y franquezas (1989) o por Las soledades de Babel (1991).

     A la pregunta se abre igualmente la novela de Moyano Libro de navíos y borrascas, aunque en su índole no hay la más mínima certeza sino la misma marea de la duda. Un no saber qué ha pasado y por qué llena sus páginas. Ni siquiera se recuerda la patria perdida, acto espontáneo de cualquier migración, porque no se concibe tal pérdida; al contrario, las referencias al regreso son constantes. La más notable es el intento de llamar al barco que los conduce hacia nuevas geografías «Volver», esta vuelta no es tanto a algún lugar sino algún día, aquél en que cese el perpetuo viaje.

     Al romperse la lógica natural, surge en la narrativa de Moyano el listado de incógnitas sobre el retorno, de suposiciones sobre la vuelta, sin respuesta alguna:

           ¿Así que nunca? ¿Ni siquiera con la frente marchita dentro de veinte años? ¿Ni siquiera sintiendo que la vida es fffuu, un soplo? [...] ¿Para siempre? ¿Por qué para siempre? [...] ¿Morirse allá? [...] ¿Entonces qué si no vamos a volver nunca? [...] ¿No volver más? [...] ¿nos traerán de vuelta cuando haya pasado mucho tiempo? ¿Serán capaces de traer setecientos cajones con nosotros adentro alineaditos y sosegados?(92).                

     El puro abismo, el vacío de la pérdida, lo que no puede llenarse porque no puede comprenderse, es la pregunta para Moyano; la protesta fija, la alerta como ancla, el saberse exiliado pero no despistado, el «puente» de esperanzada unión, es el contenido de la pregunta en Benedetti. Media entre ambos la distancia que separa la duda de la averiguación:

     ¿Dónde está mi país
¿junto al río o al borde de la noche?
¿en un pasado del que no hay que hablar
o en el mejor de los agüeros?
¿donde?
[...]
¿lo llevo acaso en mí?
¿me espera en sueños?
¿en qué sueños?
¿dónde está mi país?
¿debajo de qué nube?
¿sobre cuántos despojos?
[...]
¿no cesaré jamás de preguntarlo?
¿nunca vendrá a mi encuentro?
y si viene
¿con quién?
¿dónde está mi país?
[...]
¿será que estuvo
está conmigo?
¿que viene y va conmigo?
¿que al fin llega conmigo
a mi país?(93)

     Sin embargo coinciden en la valoración política. Libro de navíos y borrascas alude a la doble situación que deberán asimilar los navegantes moyanianos: el exilio es un corte brutal, un «final», -«esto viene a ser como morirse»(94) exclamará uno de ellos-, que, sin embargo, deberán aceptar como un «privilegio» frente a los que se quedan. La memoria de estos personajes no puede desgajarse de que lo dejado en el país no es la miseria, como en su día les ocurrió a los emigrantes, sino el horror. En ello inciden también la larga lista de relatos de Benedetti protagonizados por expresos y exiliados que dialogan brevemente sabiéndose distintos, así como los versos de «Otra noción de patria» donde la antítesis entre dolor y privilegio debe asumirse como parte del exilio:

     Con esta rabia melancólica
este arraigo tan nómada
este coraje hervido en la tristeza
este desorden este no saber
esta ausencia a pedazos
estos huesos que reclaman su lecho
con todo este derrumbe misterioso
con todo este fichero de dolor
somos privilegiados(95).

     La referencia a la patria separará el exilio breve, y por ello netamente geográfico, del exilio como situación indefinida en el tiempo. En principio Benedetti se aferra a un paraje cultural y físico, con un sentimiento similar al expresado por ese memorial de Héctor Tizón titulado La casa y el viento, estructurado como cuaderno de apuntes de lo que el yo narrador es en relación con el grupo social que lo identifica:

           Pero antes de huir quería ver lo que dejaba, cargar mi corazón de imágenes para no contar ya mi vida en años sino en montañas, en gestos, en infinitos rostros; nunca en cifras sino en ternuras, en furores, en penas y alegrías. La áspera historia de mi pueblo(96).                

     No es esa la percepción de los personajes moyanianos: ellos han sido arrojados fuera de un suelo que apenas han podido sentir como patria. Lo que se deja, en todo caso, es la ficción que Rolando, protagonista del Libro de navíos y borrascas, construye de su pasado, de una infancia remota donde quizás fue feliz. El presente narrativo no es más que la objetivación del más absoluto desarraigo. Ni siquiera hay tierra, el Cristóforo navega en mitad del océano sin que sus pasajeros conozcan el puerto de arribo. Moyano narra, desde la extranjería, el exilio político:

           En 1910 al cumplirse el centenario, Lugones escribe una serie de poemas llamados «Odas al ganado y a las mieses» donde le canta a esa Argentina ganadera, feliz y satisfecha. El poema termina «¡Feliz quien como yo ha bebido patria / en la miel de su selva y su roca!». Nosotros, los que son como yo, no hemos tenido patria, porque patria es otra cosa(97).                

y el exilio político desde el desconcierto ideológico:

           ...nunca tuve ideología ni la voy a tener, como no la tenés vos ni casi ninguno de nosotros. No servimos ni para la guerra ni para la paz, es hora de empezar a aceptar esto, no nos casamos con nadie pero nos violan todos, los rusos o los yanquis qué más da, y ellos terminarán pactando pero nosotros seguiremos en el exilio(98).              

     La obra de Benedetti, al contrario, deja claro por qué, cuándo y cómo se produjo el desastre, pero habrá un momento en que su literatura marque una inflexión entre el exilio político y el destierro indefinido, que aún no siendo ancestral ni psicológico, será la forma adoptada por la pervivencia de aquel hecho histórico:

     acaso el tiempo enseñe
que ni esos muchos ni yo mismo somos
extranjeros recíprocos extraños
y que la grave extranjería es algo
curable o por lo menos llevadero
acaso el tiempo enseñe
que somos habitantes
de una comarca extraña
donde ya nadie quiere
decir
                 país no mío(99).

     La nave de los locos, novela centrada en esa condición despersonalizada del extranjero, donde los navegantes propuestos por Cristina Peri Rossi acarrean en sus nombres, Equis, A. o B., la realidad mutable y precaria de aquel que los lleva, no deja de anunciar que ese vacío expresa el tajo sufrido en el pasado. Su entidad histórica proviene de la itinerancia y su estigma de la comparación que ejercen los «sedentarios». No hay exilio metafísico para la narradora uruguaya, la alienación es algo creado por la propia estructura de convivencia humana:

          Es falso decir que Equis ha encontrado trabajo rápidamente en todas las ciudades en las que ha vivido durante esa larga e inconclusa peregrinación. Son tiempos difíciles y la extranjeridad es una condición sospechosa. El hombre sedentario [...] ignora que la extranjeridad es una condición precaria, transitiva, pero también intercambiable; por el contrario, tiende a pensar que algunos hombres son extranjeros y otros no. Cree que se nace extranjero, no que se llega a serlo(100).                 

     La extranjería esencial choca de frente con la concepción comprometida de Benedetti. La alerta y la esperanza, conceptos repetidos en relatos, artículos y poemas, definen su exilio y eso es precisamente lo que ha perdido el desterrado nihilista (al que no ataca) o al que desconoce u olvida su situación de exiliado, juzgado mordazmente en esa fábula moral titulada «De puro distraído»(101).

     Aferrarse a la memoria del país del que fue expulsado se mantiene como bastión del regreso, aunque la idea del retorno sea tan fuerte como minada está por el paso del tiempo. Autoafirmarse entre lo perdido y el vago horizonte de lo recuperable empieza a ser expresado a través de la potencialidad:

     Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo
con mi peor y mi mejor historia
conozco este camino de memoria
pero igual me sorprendo(102)

«sorprende» tanto el ansia y la alegría del reencuentro como el descubrimiento de la amplificación de la nostalgia al vislumbrar qué algo de la «patria interina» ya es suyo:

     reparto mi experiencia a domicilio
y cada abrazo es una recompensa
pero me queda / y no siento vergüenza /
nostalgia del exilio(103)

     y se oscila entre el «volver» y el «pensar que se vuelve» porque la naturaleza de su viaje es imposible, este podrá trasladarle en el espacio pero nunca en el tiempo. El regreso es material y aún así fallido. El poema «Pero vengo» desgrana en su versos la condición del extranjero aunque Benedetti, alerta, la palía actualizando, con la modalidad de presente del título, lo que antes era deseo:

     Más de una vez me siento expulsado
y con ganas
de volver al exilio que me expulsa
y entonces me parece
que ya no pertenezco
a ningún sitio
a nadie
¿será un indicio de que nunca más
podré no ser un exiliado?(104)

     El país concreto, la geografía clara es ahora la «patria sigilosa», el «país secreto»(105) del desexilio benedettiano. Al «nosotros» ideológico de La casa y el ladrillo se le escinde ahora un «ustedes» que esboza la bifurcación de experiencias, unos tendrán la ausencia, otros la represión, los relatos de Geografías y Despistes y franquezas corroboran la diferencia.

     El primer corte del desexilio está ligado, por tanto, a una causa que infligieron las dictaduras, localizar espacios de reconocimiento es la nueva tarea que emprende su obra:

           Todos estuvimos amputados: ellos de la libertad; nosotros del contexto(106).               

     Al espíritu optimista se le engarzan sustantivos de signo contrario («perdón», «rotura» o «resabios»), mostrando la sombra extendida entre los dos sectores de compatriotas:

     todos estamos rotos pero enteros
diezmados por perdones y resabios
un poco más gastados y más sabios
más viejos y sinceros
vuelvo y pido perdón por la tardanza
se debe a que hice muchos borradores
me quedan dos o tres viejos rencores
y sólo una confianza(107).

     El reproche, la desconfianza o la descalificación en el reencuentro son otras consecuencias del exilio. La polémica que sostuvieron Julio Cortázar y Liliana Heker entre 1980 y 1981 es exponente de las brechas que abrió la situación de una literatura escrita dentro y fuera del país. El núcleo de la polémica residía en la legitimidad con la que pueden nombrar una realidad los que no la vivieron; o la connivencia o autocensura con la que pudieron publicar los de adentro. La discusión es tan absurda como dolorosa: quién «pertenece» o «no pertenece» a una cultura, a un grupo. Heker alega que la escritura debe sortear las cotas de libertad impuestas en un país:

           Son los avances que va dando un escritor respecto de los límites impuestos, y no la aceptación protestona de la fatalidad, lo que modifica la historia cultural de un país y, por lo tanto, la historia(108).                

     Cortázar rebate el argumento. Considera contrario a la literatura, al mismo hecho de escribir, aceptar las circunstancias y tratar de franquearlas. Sólo es aceptable la literatura producida desde la libertad plena, según él. Todo ello pasa por el mismo filo de la acusación.

     El enfrentamiento de Heker y Cortázar revelaba la acritud más o menos abierta que se había fraguado entre los escritores que permanecieron en el país y los que se marcharon: «Muchos estamos para la resistencia [dirá Liliana Heker]. Otros ya vendrán para los festejos»(109); «Aquellos que un día decidan decir lo que verdaderamente piensan, tendrán que reunirse con nosotros fuera de la patria»(110), apostillará Cortázar.

     Si un arma arrojadiza fue el no haber padecido la represión, su resaca pudo estar en considerar que la única escritura posible se gestaba fuera de las fronteras del país. Incluso autores hubo que consideraron el exilio como una especie de cura de males congénitos:

            Hoy podemos decir que los que volvemos, los que estamos regresando al país, tenemos una mirada mejor. La soberbia, la autosuficiencia, cierta pedantería, las falsas creencias casi mesiánicas, racistas, machistas, la intolerancia y el constante desaliento democrático argentino, creo que se empieza a derrumbar.                
Creo que somos mejores personas, que tenemos una mirada más blanda, más suave, más cautelosa(111).

     Nada tiene que ver las ideas que baraja El fiscal (1993) de Roa Bastos con las halagüeñas perspectivas de Giardinelli. El fiscal rota entre el juicio a una sociedad, cuya tolerancia, desinterés o apatía ha permitido, a lo largo del tiempo, la perpetuación del poder dictatorial; y la reflexión que el protagonista hace de su condición de intelectual exiliado. La novela analiza responsabilidades de las que nadie sale bien parado. Aunque no es un ajuste de cuentas, no se hurta el dibujo de una comunidad «gregaria, deformada, degradada en su vieja forma de ser»(112) y, fuera de ella Félix Moral, convertido en un extranjero al enajenarse, por dejación de sus funciones, de su país. Este personaje no posee un «país secreto» que le acompañe en el periplo del destierro sino una «existencia seudónima»(113) que marca su desarraigo esencial:

           He vivido como quien viaja. Incluso en los largos periodos de inmovilidad. Nunca tuve la sensación de pertenecer por completo a algún lugar, a un grupo, a una raza. Extranjero en todas partes, me sentía especialmente extraño, aislados a un en medio de la multitud, siempre solo...(114)               

     Si la memoria ideológica sostenía al exiliado de Benedetti, el de Roa se asfixia en la conciencia de ir alejándose de sus primigenias señas de identidad, para cifrar su última -y única- catarsis en la vuelta para matar al tirano, retorno personal y social a un tiempo. El pretendido magnicidio no será jamás un hecho heroico sino la fase final de un proceso de aniquilación experimentado por el protagonista. Félix Moral escribe más allá del exilio, no ya de la sociedad que abandonó, sino de su propia actitud ante ella, de la escritura enfrentada a la acción, de la literatura y el compromiso social.

     La perspectiva de Benedetti es diferente al encarar el regreso, no fiscaliza, busca similitudes, no polemiza y no sucumbe al desánimo de enfrentar acción y reflexión, arma y palabra, política y literatura. Se niega, además, a aceptar la imposibilidad del reencuentro y traza en el desfase mutuo el puente que propicie un nuevo reconocimiento:

     Eso dicen
que al cabo de diez años
todo ha cambiado
allá
dicen
que la avenida está sin árboles
y no soy quién para ponerlo en duda
 
¿acaso yo no estoy sin árboles
y sin memoria de esos árboles
que según dicen
ya no están?(115)

     Contrariamente, la narrativa de José Donoso se centra en el imposible reencuentro anímico con el país abandonado, formulado a partir de la «desesperanza». Benedetti reacciona con virulencia ante ella porque es precisamente la creencia, la esperanza, lo que mantiene su obra, lo que sostiene la memoria del exiliado:

          Si a Eduardo lo mataron por asfixia, no quiero que a mí me asfixien con la desesperanza(116).               

     La esperanza tiene una dimensión hacia el futuro, y por lo tanto supone una creencia en lo todavía no existente pero asumido como cierto, el aquí y el allá del exilio se relacionan con el más acá y el más allá de lo esperado. La índole religiosa de lo expuesto no se le escapa a Benedetti intentando neutralizarla a partir de lo concreto, lo suyo es fe pero en lo posible aquí -en el espacio- que sin embargo está allá -en el tiempo-;para ello trabaja el día a día, se centra en lo cotidiano, recoge los indicios materiales y ellos le apuntan posibilidades:

     aquí lejos está
nunca se ha ido el país secreto
el hervidero de latidos
los tugurios del grito
las manos desiguales pero asidas
la memoria del pan
los arrecifes del amor
el país secreto y prójimo
algún día aquí lejos
se llamará aquí cerca(117).

     Ese reconocerse en la similitud esencial de una experiencia diferente, propicia un repaso del exilio sin centrarse en la expulsión y se liga a la posibilidad del reencuentro, cuando finalice la situación política acaecida. Santiago, el preso en Primavera con una esquina rota, será símbolo de ello. «Intramuros» se denomina el lugar fijo, la cárcel, desde donde contempla con horror su presente y ansía recuperar lo pasado, mientras redacta cartas a un afuera que desconoce como irremediablemente perdido. Ajeno al país real, el día en que comienza su exilio, en el último capítulo de la novela, deberá afrontar el desexilio. Son los mismos pasos del expulsado con diferente sincronía.

     Si la situación del desterrado exterior e interior es presentada bajo idéntico prisma y aún así deslindamos lo que se ha llamado la condición de exilio de la situación del exilio, es precisamente por el carácter político que Benedetti remarca en su escritura: están «extra» o «intra» muros los que pertenecen a un «nosotros» frente a los expulsadores y, a partir de esta separación, se niega al olvido y alerta a la memoria para lo que sin duda vendrá.

     Quizás por todo ello uno de los ejes temáticos que relacionan el exilio con la extranjería, la narración del viaje, no prima en la vasta obra de Benedetti. Aunque a sus relatos se asoma el trasiego, sus personajes no parecen estar suspendidos en la nada del tránsito. Y, sin embargo, esta vertiente tenía cabida antes de comenzar su exilio personal, un cuento como «Acaso irreparable»(118) se adentraba en el absurdo del viaje sin fin que posteriormente será negado. Benedetti prefiere el encuentro, en algún lugar del mundo, entre exiliados antiguos y recién llegados al itinerario. Al contrario, La nave de los locos, El libro de navíos y borrascas, El fantasma imperfecto, La desesperanza o El fiscal, hacen del viaje su centro, sea éste el de salida o el de regreso.

     El viaje ocasiona una pérdida y alienta la necesidad de identificación. Peri Rossi y Moyano enlazan diferentes travesías, que van de las interminables -«llamado, también, el viaje incesante, la gran huida, la hipóstasis del viaje»(119)-; al viaje no deseado, pasando por el que carece de retorno, enraizándose todas las posibilidades en la expulsión política; de ahí pueden abrirse a desplazamientos más concretos, como el de las mujeres que no hayan su lugar en un orden establecido por la masculinidad, en Peri Rossi; o el de los emigrantes finiseculares en Moyano. Todo ello apunta hacia una de las constantes de los relatos del exilio: la expulsión reaviva otros trasiegos, despierta en los personajes los recuerdos de infancia, las aproximaciones a otras vidas de itinerancia. Son los nuevos horizontes del exilio, más íntimos; por ejemplo, el idhis con que hablaban los parientes de Mario Gerardo Goloboff(120) o el concebirse como tramo de un itinerario iniciado por algún familiar remoto de Europa a América, caso de Daniel Moyano. Todo ello son estrategias de integración en una diáspora global que palia el dolor del exilio.

     Claro que también son indicios de la extranjería. La «acción» de El fantasma imperfecto transcurre en un aeropuerto en el que Juan Minelli, el protagonista, pasará siete horas antes de regresar, al cabo de diez años, a Buenos Aires. Minelli se coloca en el mismo centro del itinerario y desde ese no-lugar intentará encontrarle un sentido a las acciones de aquellos con los que se cruza: nada tendrá sentido. Minelli traza historias que responden a su particular lógica pero los hechos se encadenan de otra manera. La desorientación prima en esta novela, de «fantasmas» perseguidos (o potenciados) por el protagonista que, además, son, inexorablemente, «imperfectos». Y, si la vida no tiene lógica, y los hechos carecen de sentido, pero agreden igualmente, no es porque esta novela narre desde la perspectiva de un nihilista. El fantasma imperfecto pertenece a otra estirpe de narraciones, la del desarraigo que desemboca en la incertidumbre.

     También la ruptura del eje ordenador del devenir asuela al protagonista de Libro de navíos y borrascas que, al intentar rescatar algo de su destino, piensa en el nombre del barco, de nuevo el no-lugar, la carencia de espacio, el estigma del destierro:

          Por esta razón quería darle un buen nombre al barco. Ir de un lado para otro en constantes migraciones, pero con algún decoro. Poder decir que por lo menos el viaje fue placentero. Porque al final lo constante ha sido desplazarse entre dos inmovilismos. Pero digamos que en el viaje fuimos hermosos y felices, que el barco era un transhogar oceánico, mientras nos quedamos quietos entre dos esperando otra vez nuevas migraciones, nuevas expectativas de vida y juventud aunque todo indique lo contrario(121).               

     Frente al viaje y la itinerancia, los personajes de Benedetti suelen estar, anclados, expectantes o nostálgicos, en algún sitio; y su yo poético siente y reflexiona también desde la localización. Alrededor de todos ellos se mueve el tiempo.

     Libro de navíos y borrascas publicada en 1983 establece un diálogo con Primavera con una esquina rota de 1982. El mantenerse, para la vuelta, «joven» ante los desencantos -sostener la esperanza- es la propuesta de salida del don Rafael de Benedetti; Ante este pulso el Rolando de Moyano sólo puede ofrecer vuelos de la imaginación. Libro de navíos y borrascas finaliza situando al protagonista en un tren rumbo a Madrid, sentado al lado de Contardi, padre de un desaparecido, mientras contemplan un paisaje desconocido -«Íbamos sobre un mapa que no habíamos dibujado nunca en el cuaderno»(122)- mientras se preguntan por la vuelta. En Primavera... también había un Rolando exiliado, de apellido Ausero en este caso, dispuesto a no sucumbir al desánimo; en uno de sus diálogos con Graciela ambos hablaban de la percepción del paisaje que se obtiene desde la ventanilla de un ferrocarril según se sitúe el observador en la dirección de la marcha o a su contra. La diferente mirada funciona como alegoría del ánimo del exilio, el punto de vista del optimista o del pesimista, del esperanzado o del angustiado, del activo o del inmovilizado(123). En ese ferrocarril benedettiano viajará el otro Rolando, el de Moyano, sin poder focalizar su mirada, reiniciando otro ciclo de exilio.

     Si la extrañeza movía a algunos autores a la necesidad de nuevas identificaciones, estas extensiones del exilio aparecerán en la obra de Benedetti, pero a ellas se accede de otro modo.

     La casa y el ladrillo evoca «los rostros de mis iguales»(124), se dibuja el contorno uruguayo, pero sin ni siquiera salir del poemario el exilio ha extendido sus fronteras dibujando un mapa americano; en «La casa y el ladrillo» botijas o gurisas se mezclan con pibe, fiñe o guagua. Los personajes de Geografías añadirán, a los puntos cardinales de Hispanoamérica, las vivencias de los españoles, relatos como «Firmó doscientas mil» señalan su largo exilio sin reencuentro porque la muerte llega antes que los edictos que permiten la vuelta. Ya hay todo un entramado de destierro que, a la altura de Geografías, se ha sentido fuera y dentro del país.

     El inexorable paso del tiempo venía apuntado en Viento del exilio como la modulación definitiva de la expulsión. Desde la vejez, contemplando un largo panorama de expatriación, se harán otras reflexiones. Don Rafael, en Primavera con una esquina rota, realizará ese nuevo análisis donde exiliado político y extranjero perpetuo empiezan a tener concomitancias. Su combate particular se cifra en impedir que la categoría de «extraño» lo embargue: no ser extraño ante los otros, no ser extraño ni ajeno al mundo, para no perder de vista que el exilio tiene una causa y es, por tanto, una condición transitoria -ahora en relación a una cronología en relación a la marcha del mundo, ya que al personaje puede, como en el caso de don Rafael, durarle toda la vida-. Como la obra de Benedetti no sólo describe situaciones o sensaciones sino que da cabida a las propuestas, don Rafael añade soluciones de futuro: no desencantarse, no dejar que la idea del retorno sea una angustia metafísica, al contrario, creer en la vuelta. Pero mientras desgrana cada una de sus soluciones la acción de la novela cuenta una prolija historia de pérdidas donde el recuerdo de la patria, combativo y político, se combina con «nostalgias más grises, más opacas»(125) y busca las certezas de tanta provisionalidad en el lugar que nunca abandonó la obra de Benedetti: la cotidianidad. La «casa», que no es una geografía extranjera, y la «mujer», que conoce y reconoce al personaje sacándolo de cualquier atisbo de extranjería, son a la vez la derrota y el triunfo del exiliado en Primavera con una esquina rota y La borra del café.

     Roa Bastos, Moyano y Benedetti que habían expuesto tres formas de afrontar el exilio ofrecerán tres resoluciones literarias del mismo. El paraguayo, partiendo de un exilio positivo escribe en El fiscal la vuelta de un intelectual roto por su larga y autista ausencia, propone una acción suicida para la novela y un final fatal para Félix Moral. Roa Bastos intenta conjurar la extranjería.

     El argentino, cuyos personajes eran extranjeros siempre, desterrados de cualquier lugar, localiza su última novela, Tres golpes de timbal, en Minas Altas, tierra de violencia. En ella se escribe un manuscrito que recoge la historia de sus habitantes. Sus páginas son el único reducto del desexilio porque Minas Altas también desaparecerá. Los extranjeros de Moyano tendrán una patria verbal.

     El uruguayo, sin embargo, se aferra al lugar, la escritura acompañará la reconstrucción, no será, como en Tres golpes de timbal, el único e imaginado espacio. Habrá en su obra una geografía, un asidero, una casa, y está tendrá palabras pero no estará construida de palabras, tendrá el ladrillo y poseerá la fecha de la expulsión forzada. Frente al exilio se sostiene Mario Benedetti con la coherencia ideológica, a otros sólo les quedó el desaliento, la imaginación o la nada.

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