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ArribaAbajoMario Benedetti: la complejidad de la esperanza

Manuel Alcaraz Ramos (Universidad de Alicante)


Quizás debiera ensayar primero unas palabras de justificación; la del estudioso en otra materia que invade territorio ajeno en pos de una inspiración, al reclamo de la intuición de que es posible (re)interpretar los propios conocimientos académicos a la luz de una perspectiva distinta. Seguramente entenderán ustedes, así, la presencia de un profesor de Derecho Constitucional en tierras de literatura; la presencia de quien interesado científica y vitalmente por los procesos de organización social descubre en el susurro y en el grito de algunos versos que la sociedad y sus personas son también dichas y expresadas en torno a vivencias difícilmente reducibles al código jurídico y que en ello es posible descubrir la presencia de diversas racionalidades felizmente complementarias cuando el jurista lee poesía y cuando el poeta se interesa por la estructura del mundo de la vida y del mundo del poder, siempre existente para bien o para mal. Pero aún hay otra razón para reclamar asilo en este encuentro. Una razón más personal. Ciertos avatares me han llevado a cumplir, durante algún tiempo, una función de representación política. En este trance, en plena campaña electoral, los versos de el «Poema de los Candidatos», eficaz y cariñosamente citados por José Carlos Rovira, fueron, y aún son, un poderoso recordatorio, una estimulante vacuna contra algunas veleidades. Por eso le debo a Mario, que alguna vez fue también candidato, un agradecimiento. Quizás valgan para ello estas páginas que sólo intentan ser reflexión sobre lo que es política en la poesía de Benedetti o, dicho de otra forma, explicación de lo que yo he llegado a descubrir en la política apoyándome en el ético y rotundo bastón de la obra de Mario Benedetti.

Con esto podemos empezar. Empiezo imaginando a Mario enamorado en Heidelberg, ascendiendo minuciosa y renqueantemente el philosophenweg, el «paseo de los filósofos», hasta llegar a una placa de piedra en que unos versos de Hölderlin ensalzan a la ciudad que queda a sus pies. E imagino a Mario rememorando allí, silencioso, en el frío de la mañana renana, otro verso de Hölderlin: «...¿y para qué se necesitan los poetas en un tiempo mezquino?». Mira luego a lo lejos, a las ruinas más románticas de Europa, y responde:


    No te quedes inmóvil
al borde del camino.

Mario vuelve a andar. Porque no ha concebido la quietud, ni siquiera como consolación en camino de filósofos. Y es que la respuesta es clara y certera: todos los tiempos son mezquinos y si de nada sirviera, la poesía resbalaría por la Historia como lluvia sucia, sin encontrar nunca su derecho a un arco iris. Benedetti reinventa así la esperanza como primera herramienta de su oficio: si todos los tiempos son mezquinos también, en todo tiempo, hay amor, París, whiskys o Claudias Cardinales a los que perdonar su carácter de superestructura. Porque en los tiempos de turbación hay que hacer mudanza y si todo tiempo es mezquino, en todo tiempo cabe la esperanza proclamada por Mario:


    sé que el mundo es espléndido
y brutal
sé que el mundo es benévolo
y feroz

Desde esta base podemos ahora afirmar que en la poesía de Mario Benedetti que diremos política su primer fundamento será, precisamente, interpretar la mezquindad, que es el resultado de una trama espesa de injusticia, de invisibles relaciones de poder, de determinaciones económicas diseñadas por manos presuntamente invisibles. Sucesos que toman su fuerza de su silencio, de su pasar gris entre los hombres y las mujeres, de manera que sólo por sus efectos se les reconoce. Por eso, «si a uno le dan palos de ciego, la única respuesta eficaz es dar palos de vidente». Este acto de lucidez que traspasa lo aparente supone descubrir y decir y gritar, si es preciso, que esa mezquindad, por sus hondas y materiales raíces, es compleja y que no desaparecerá sin más por nombrarla y que a veces son tan peligrosos, contra la alegría -auténtico valladar contra la mezquindad y sus efectos-, «los ingenuos» y «los canallas», dos especies con una extraña proclividad a reunirse y entremezclarse en la actividad política.

Si decimos que la mezquindad es compleja es porque con el discurrir de los poemas de Mario descubriremos que es irreductible a la abstracción, igual que descubriremos que cada desaparecido tiene cara y que el dolor es vario como distintos son los sufrientes y que el hombre es cada hombre porque:


    en la babel
del hambre
a ras de suelo
cada pobreza
habla
otra vez
otra vez
una lengua
distinta

O sea: que una cosa es atacar las causas últimas de la mezquindad y otra ignorar que los conceptos no alimentan. Pero siendo esta confusión grave en muchos redimidores de la humanidad más grave es la tentación de odiar al malo en lugar de amar al bueno. Claro que el odio a veces es necesario y que es buen comienzo el suicidio de los torturadores... pero más necesario es ese amor al bueno. Y esa medida de lo complejo que es el mundo, Mario se la sabe. Por eso la frontera entre el poema de amor y el poema político, en su obra, más que tenue o incierta es inexistente. No sólo entre enamorados que descubren a la vez y con tranquila sorpresa su amor y su coherencia ideológica, sino, diríase, también está en un amor por el descubrimiento de que otros no son como otros más malignos hubieran deseado:


    No todos son así, no todos ceden.
Tendré que repetirlo a escondidas
y barajar de nuevo el almanaque.

¿No son estos versos una proclama sobre la complejidad de la Historia, en favor de entender la Historia como un jardín en el que florece la necesidad cruel pero, con ella, también florece el árbol de la libertad? Porque


    nadie emigra ni desaparece del ayer
allí estamos todos
los cuerpos y sus sombras
el misterio y su clave.

Pero cuando «estamos todos» en un ayer de misterio y de factible comprensión es que estamos también hoy y estamos, así, -ya- en la Historia. ¿Y para qué estar en la Historia si no es para hacerla, para construirla?

Incluso algunos encontraron un momento, su momento refulgente, para domar o querer domar a la Historia, los que, por ejemplo,


    blandieron la justicia como fiebre
el amor cual relámpago
la excepción como regla
y la revolución ese eterno entrevero
como última acrobacia inevitable.

En esta admiración por bellos revolucionarios del siglo XVIII hay una definición del impulso histórico pero, creo, está dicha con cierta ironía, la del que admira al admirable pero que no se imagina teniendo la oportunidad de verificar otra rutilante revolución en tecnicolor. Si se prefiere compárese este derroche de imágenes del poema «Los tres» con los dedicados a la revolución cubana, más próxima, más de verdad, más en la Historia por hacer. Más dulcemente amarga.

Pero retomemos el hilo y enfadémonos brevemente con Mario por haber dedicado un poema a Fukuyama, señor de nombre imposible y de fama inmerecida. Aunque, eso sí, Mario lo nombra para plantarle cara y le pregunta, se pregunta, nos pregunta:


    la historia ¿habrá acabado?
¿será el fin de su paso vagabundo?
¿quedará aletargado
e inmóvil este mundo?
¿o será que empezó el tomo segundo?

A esas preguntas responden otros versos desde el eco lejano de los acantilados del futuro:


    cómo voy a creer
que la esperanza es un olvido

porque:


    cómo voy a creer
que el horizonte es la frontera
que el mar es nadie
que la noche es nada.

Descubrimos, pues, otra vez a Benedetti agrupando la libertad y la esperanza, como grandes motores de una teoría política no reducible a ninguna escolástica. Una teoría -como toda buena teoría- que es bosque abierto a la especulación y a la inteligencia en el que lo directamente político está en disposición de tornarse conocimiento y expresión, en tarea digna de Penélope tejiendo y destejiendo lo posible y lo improbable. Eso sí: siempre que uno sea de izquierdas.

Ahora podríamos lanzarnos por un tobogán hecho de millones de indicios, gestos, guiños y hasta palabras y versos para decidir magistralmente por qué Mario es de izquierdas. Pero podríamos también columpiarnos eternamente por billones de realidades que demuestran, en la obra de Mario, que la cosa es más sencilla a fuer de lógica porque basta observar que es cuestión de elección: nada más falso que ese lugar común que dice que alguien es de izquierdas porque no pudo ser otras cosa..., para alguien de izquierdas siempre se puede ser otra cosa; incluso hay gente que no podía ser otra cosa que de izquierdas y acabó siendo de derechas y, a veces, convertidos en perfectos idiotas. Y puestos, en fin, a elegir y ser catalogados, mejor compartir página y algún almuerzo con esa gente que «asedió las respuestas con preguntas durísimas» y que, a veces, sólo a veces, «tuvo una enojosa obsesión por la verdad». Y es que más vale estar del lado de los que aún tienen fuerza para hacer preguntas que del lado de los bendecidores de cualquiera de las muchas formas de opresión porque nunca concibieron un mundo al que preguntar.

Pero ser de izquierdas y hacer preguntas obliga muchas veces a alzar -aunque sea con parsimonia- la voz hasta alcanzar el volumen y el gesto moral del grito. Y no siempre para celebrar victorias. A veces ser humilde es la única forma de ser honestos:


    esto es una derrota
hay que decirlo
vamos a no mentirnos nunca más
a no inventar triunfos de cartón

y sigue el poema:



    tendré que excavar hondo en el futuro
y buscar la verdad

porque


    si esta vez no aprendemos
será que merecemos la derrota
y sé que merecemos la victoria.

Ya lo vemos: advertencia contra una izquierda acostumbrada necrofágicamente a cimentar sus derrotas sobre sus anteriores derrotas. Ya lo vemos: otra vez la esperanza, cirineo de cada día de exilio y persecución.

Pasemos esta página pero permanezcamos en este capítulo, habitado por un Mario Benedetti, poeta, decididamente de izquierdas, lo que da coherencia a su devenir humano y literario. Quizás nunca nadie ha explicado mejor la idea que Bloch en su Principio Esperanza: la izquierda es como un río que siempre ha de alimentarse con dos corrientes. La fría del estudio y el análisis y la cálida de la indignación ante la injusticia. Cuando la izquierda, caliente, olvida estudiar hasta comprender la realidad o cuando fría y en el poder ignora al ser humano concreto, es un río muerto. Ésta, insisto, es una lección que Mario siempre ha sabido y que la ha servido a la izquierda de su época y de su entorno. Pero seamos justos: no convirtamos a Mario Benedetti en apacible icono, modelo para imitar, sueño encarnado. Tampoco le obliguemos a hacer autocrítica, que ya nos advirtió él mismo que «el inconveniente de la autocrítica es que los demás pueden llegar a creerla». Ya lo vemos: a Mario la ironía lo inmuniza contra algún tipo triste de dogmatismo al que, también es cierto, todos tenemos derecho alguna vez, sobre todo en noches de insomnio. Pero, por eso, seamos justos: no convirtamos sin más al poeta en su palabra, no escribamos a fuego su palabra en madera sagrada. Mario poeta es Mario persona. La persona de izquierdas debió -porque su libertad se lo indicó- hacer política. Y hacer política era también rehuir para sí y avivar para otros la ironía que le inspiran los políticos profesionales y, a veces, escribir versos que a lo mejor servían hasta para obtener votos:



    la gente ya se cansó
de quedarse con las ganas
las bases son en el Frente
la presencia soberana

cielito cielo cielito
como era de suponer
somos modestos queremos
sólo pueblo en el poder

Yo creo que escribir este poema debió hacer muy feliz a Mario: es acción rimada. Y en política el paso a la acción es siempre gratificante: ese momento en el que las dudas deben caerse de la maleta para poder emprender el viaje. Por eso este poema nos hace felices a los lectores: nos trasmite su impaciencia... Sólo que nos queda la duda sobre qué hubiera pasado si todos los poemas fueran así... Sin embargo Mario sabe escaparse de esa patente y excesiva facilidad; es capaz de embridar alguna euforia, saber que ciertas cosas son precisas en cualquier maleta: siempre respetará y defenderá la belleza como la llave que de verdad abrirá la puerta a la eficacia del mensaje.

Este es el marco real de las «letras de emergencia», de esos múltiples poemas de Benedetti que dan respuesta urgente a interpelaciones también urgentes de un entorno vivo y, a veces, cruel. Ahora las metáforas pueden desbordarnos limitando la visión cabal de lo existente. Afirmemos, sólo, que Mario planta cara a la vida mala, escupe libertad a la necesidad y esculpe versos ante, como define la Academia el término «emergencia», un «suceso, accidente que sobreviene». Pero queriendo o sin querer Mario también honra ese otro significado de «emergencia», o sea, «acción o efecto de emerger», es decir: «brotar, salir del agua u otro líquido». Por eso se entiende que Mario urgente, Mario emergente e insurgente, Mario líquido, oceánico, haya protagonizado algunos nacimientos de singular interés.

Mario se encuentra con una amplia estirpe, una estimable compañía de literatos con mayúscula que sin pedir perdón clavan flecha en diana como sueño en realidad y es su aliento un amanecer en la noche oscura del alma de los pueblos y en la noche oscura de los cuerpos de los hombres y de las mujeres. Fuera excesivo rememorar algunos, siquiera los obvios, incluso olvidando a los que llevados del momento maltrataron algunas palabras. Pero no está de más, quizás, aventurar algunas analogías para mostrar que a veces en lo indirecto es donde la resistencia y la emergencia de propuestas se encuentra la mejor alternativa a los fuegos devoradores de lo simplemente existente, sea en universos pálidos de aburrimiento o en otros en los que el fuego no es metáfora siquiera sino atrocidad, sea para el militante político empeñado en renovar el sentido mismo de su militancia, sea en aquel otro que sólo existe para acatar y justificar consignas.

Por ejemplo a la hora de establecer paralelismos no podríamos olvidar emparentar algunos poemas de Mario con los Epigramas de Ernesto Cardenal, incluso con aquellos en exceso claros. Quizás ninguno tan emergente como el que dice:


    Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces me fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso.

Pero en otros momentos la similitud no es tan fácil y aún así, ¿quién negaría a estos versos de Machado el carácter de tratado de política para izquierdistas?:


    Si vivir es bueno,
es mejor soñar,
y mejor que todo,
madre, despertar.

Incluso podemos imaginar obrando con emergencia al fantasma de Whitman preguntando a un Mario dormido:


    ¿Eres tú quien pretende asumir la misión de enseñar a los poetas aquí
en los Estados Unidos?
La misión es augusta y las condiciones duras.

Y hasta, desde la otra orilla, a Borges buscando conjurados:


    ...hombres de diversas estirpes, que profesan
diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
(...)
Mañana serán todo el planeta.
Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético.

Pero puestos a buscar una arqueología de la poesía de urgencia -que, como vemos, puede derivarse sutilmente a la poesía política sin más- yo situaría a la Odisea porque en ella está la partida de nacimiento de la razón occidental encarnada en una sucesión de aventuras de la inteligencia vividas en la metáforas del viaje y de la dialéctica compleja entre las victorias y las derrotas, entre la astucia y la fuerza. Porque como recordó en 1558 du Bellay son «felices quien, como Ulises, han hecho un buen viaje», verso que Seferis glosó diciendo que «me imagino que viene a aconsejarme cómo hacer yo también un caballo de madera para ganar mi propia Troya» ya que, continúa el poeta contemporáneo griego, es inevitable no sentir también «la amargura de ver los compañeros naufragando en los elementos, diseminados; uno a uno. Y de qué extraña manera te haces hombre hablando con los muertos, cuando los vivos que te quedan ya no bastan». Vieja historia, quién sabe si la más terrible: antigua tela de la Historia de la literatura entretejida con una Historia real de combates, de vida y de muerte, de personas a las que


    nadie les ha explicado con certeza
si ya se fueron o si no
si son pancartas o temblores
sobrevivientes o responsos.

Recordemos: la complejidad del dolor y de la tristeza es también dato irrenunciable para la definición de la urgencia, del estado vital y político de emergencia ante, precisamente, el sufrimiento o sus parientes pobres: la estulticia, la banalidad, la gestión administrativa de las existencias.

Pero no ha de querer Mario que al final el final, el dolor y hasta la muerte sean olvido. Por ello la memoria, materia de lo emergente, sólo tendrá sentido, un complicado sentido, si sirve para la vida, para cimentar los sueños a los que tenemos derecho y a los que tienen derecho, sobre todo, aquéllos y aquéllas a los que se les trató de arrebatar hasta los sueños. Pero, por ello, la memoria viene reclamando realidades, pues peor infamia sería (re)condenar a los que se le quitó su propia realidad al universo perenne y etéreo de los sueños. En esa tensión contradictoria entre sueños y realidad, entre lo que no es y lo que debe ser y lo que es de demasía, se estructura la mejor poesía política de Mario Benedetti. Si tuviera que elegir para mostrarlo un fragmento que, por sí, fuera Programa de Elecciones, elegiría este:


    El viento arrima propuestas
mejores que las de antes
ya no son interrogantes
triviales o deshonestas
pero el mar tiene respuestas
que improvisa en el momento
y el diálogo es tan violento
que no podré descansar
mientras no se calme el mar
y no se interrumpa el viento.

Seguramente fuera lo mejor concluir sin más con esas palabras. Pero no puedo evitar recordar, que, al final, siempre,


    por la avenida vienen
los candidatos,

lo que es un reconocimiento personal, el acogimiento a una invitación al compromiso y el recuerdo de que puede haber candidatura «a piel de judas». Sólo cabe, pues, mi agradecimiento al avisador de navegantes, a la voz para desmemoriados del enfermo de optimismo sentado sin detenerse al borde de cualquier camino de filósofos. Pero Mario Benedetti, entendámoslo, es algo más que pregonero o altavoz o bandera o letrista. Para un político -al menos para uno provisional como yo- es maestro cómplice en complejidades, profesor en esperanzas. Esperanzas hechas con la materia con la que está hecha la vida y la mañana. Esperanza para cambiar la vida y la mañana. Nada más puedo decir, salvo apropiarme de unos últimos, intensos, versos:


    Mientras devano la memoria
forma un ovillo la nostalgia
si la nostalgia desovillo
se irá ovillando la esperanza
siempre en el mismo hilo.