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ArribaAbajoEl Sur también existe: Mario Benedetti poeta

Trinidad Barrera (Universidad de Sevilla)


Mario Benedetti pertenece a la generación del medio siglo, también llamada del 45, generación crítica o de Marcha (por el nombre del semanario homónimo en el que colaboraron la mayoría de sus componentes). Su figura central es la del narrador Juan Carlos Onetti, pero la integraron además Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, Idea Vilariño, Rafael Ares Pons, Manuel Arturo Claps y Daniel Vidart, entre otros. En palabras de Rama en esta segunda generación «ya la avant-garde europea se había instalado en tierras americanas y procuraba servir de flexible instrumento para expresar problemas, angustias, expectativas, de los hombres del continente cuando ya no se trataba de colonizar un territorio artístico sino de probar en qué medida confería significación a la concreta circunstancia que se vivía, con todas sus agudezas y contradicciones»238.

El contexto político de estos años tiene unas fechas claves, como la de 1933 por un golpe de estado que lleva al poder a Gabriel Terra que hizo, en palabras de Benedetti, «herida de muerte a la fe que el uruguayo tenía en su democracia». Aunque nueve años más tarde, 1942, otro golpe restableciera la «normalidad democrática», el daño había sido irreparable: «La cáscara democrática siguió en pie, pero se fue quedando sin pulpa y sin carozo. La democracia se convirtió en un confortable lugar para exilarse dentro del propio país... Fue entonces que los hombres públicos de moral intacta, pero de escaso ímpetu, para no ser manchados por la corrupción huyeron de la política, de los cargos públicos»239.

En este contexto surge la obra de Mario Benedetti, uno de los más importantes escritores del Uruguay contemporáneo, cuya actividad literaria ha circulado por los caminos de la novela, el cuento, el teatro, el ensayo y la poesía. Resulta difícil hablar sólo de Benedetti poeta pues el hombre de firmes convicciones sociales está detrás de toda su producción, estableciendo un tupida red de vasos comunicantes entre sus diversas actividades. Desde Literatura uruguaya siglo XX a Letras del continente mestizo, El recurso del supremo patriarca, El escritor latinoamericano y la revolución posible, Subdesarrollo y letras de osadía o El desexilio y otras conjeturas240, por citar sólo algunos títulos relevantes, Benedetti ha estado mostrando claramente sus ideas ya fuera desde las filas del periodismo o del ensayo literario; en la misma medida que la novela o el relato breve servían de vehículos de difusión a su pensamiento.

Ciñéndome a la obra poética de Benedetti marcaría una fecha clave en su producción, el año 1973 en que deja su país, por motivos políticos, para pasar a Buenos Aires durante un tiempo, más tarde se trasladó a Cuba y finalmente a España, donde se instaló, en 1980, y desde donde fue publicando su obra. La fecha anterior tiene su correlato en otra, no menos importante, 1985, el «desexilio» -en palabras suyas-, el ansiado fin de doce años que halla magnífica expresión en su libro Preguntas al azar241. Desde entonces comparte el año entre Montevideo y Madrid, según le comenta a Hugo Alfaro242, «buscando, debido al asma, la estación cálida».

Si estas fechas señalan uno de los ejes fundamentales en su obra, el tema del exilio, de tan honda repercusión en la historia de los escritores latinoamericanos; no menos cierto es que en la vida y obra del escritor uruguayo hay otras fechas especiales que explican la propia dinámica evolutiva de su creación.

La obra de Benedetti se ha movido por los canales del realismo crítico, donde la ironía, el tono conversacional, el diálogo abierto con el lector ha sido práctica constante de su quehacer. Poeta de la urbe (se trasladó a Montevideo muy joven), hizo de la burocracia pública el tema predilecto de sus primeros libros. Cuando publica su primer libro poético La víspera indeleble (no incluido luego en Inventario, recopilación poética del autor que desde 1963 ha ido gozando de sucesivas adiciones) corría el año 1945, época del Uruguay bucólico, de democracia estable y buen nivel cultural y económico.

Benedetti fue haciendo su aprendizaje literario gracias a sus colaboraciones en las revistas de entonces, Marginalia (1948), Número (1949-1955 y 1966) y Marcha (se ocupó de la sección literaria tres veces, entre 1954 y 1960), en tiempos difíciles para editar novelas. En 1953 publicaría la primera Quien de nosotros, pero realmente la sacudida literaria vino tres años después con Poemas de la oficina que instaura un lenguaje nuevo que se atreve a hablar de la rutina laboral del burócrata con una vertiente antilírica. Los antecedentes de Cuentos de la oficina del argentino Roberto Mariani o el coloquialismo de Baldomero Fernández Moreno ya han sido señalados por la crítica y el mismo Benedetti los ha admitido: «Fernández Moreno fue como un espejo en el que podía mirarme y reconocerme... Después vendrían Machado, Martí, Vallejo»243. Con este libro retrató una de las facetas del hombre urbano, gris, de clase media que él, por experiencia propia, conocía muy bien.

Con el triunfo de la revolución cubana en 1959 se abrió una nueva dimensión en el pensamiento de Mario Benedetti. Es el año en que publica la colección de relatos Montevideanos, correlato de los Poemas de la oficina, donde aún predomina la actitud moral frente a la política o social que se agigantará en sus posteriores libros. A la pregunta sobre qué le llevó a convertir esa estética de lo cotidiano menor en una metafísica responde: «Mi angustia provenía más bien de ver cómo gente inteligente, sensible, llena de posibilidades creativas, se iba agrisando, mediocrizando, debido a la actitud de conformismo y al fanatismo de la Seguridad, que eran casi inherentes a la burocracia»244.

Entre 1959 y 1973, Benedetti viajó por diversos países, entre el 66 y el 67 se instaló en París; a partir del 68 pasó largas temporadas en Cuba y llegó a integrar la dirección de Casa de las Américas. Fueron años de ilusiones y confianza en un futuro mejor para América Latina que conocen la publicación de tres novelas más, La tregua (1960), Gracias por el fuego (1963) y El cumpleaños de Juan Ángel (1971) considerada esta última como superadora del pesimismo anterior. En este año de 1971 el escritor deja paso al militante y dirigente político y los acontecimientos históricos del Uruguay en los años siguientes le llevan, como a otros muchos intelectuales uruguayos, a abandonar el país. Lo que sucedió después es muy conocido.

En los años de exilio, además de una nueva novela, Primavera con una esquina rota, dos libros de cuentos, Con y sin nostalgia y Geografías, publica cuatro libros de poesía, hoy incluidos en Inventario (1950-1985), Poemas de otros, Cotidianas, Viento del exilio y La casa y el ladrillo. Son estos dos últimos dos grandes hitos del tema del exilio en la poesía en castellano.

Al final del doloroso recorrido, con Preguntas al azar, nos encontramos una voz que recupera poco a poco su espacio vital en dos dimensiones. La una es física, en cuanto al encuentro con su Uruguay natal y el mundo de los afectos y de las cosas queridas, teñidas de alegría pero también de extrañamiento:



    La calle brilla para la ocasión
llueve sobre mis nervios bienvenidos el aguacero me repara
no sé qué lava en mí
tal vez siluetas o intenciones

[...]
mi lluvia es ésta
la descalza
la venerable del peldaño
la desigual del adoquín
la que se escurre entre los tristes
y hace sus propios socavones
la del silencio con goteras
la de quebrantos de cebolla
después de todo la que suelta el frío
y forma el barro de la patria.


(«Aguacero», 33-34)                


El reconocimiento de lo propio corre paralelo al extrañamiento, la recuperación de lo perdido ha sufrido el desgastamiento del tiempo y todo ya es distinto. El libro tiene un ordenamiento entre sus partes que permite el acercarse poco a poco a esa realidad largo tiempo ausente, desde «Expectativas» a «Odres viejos», aunque son las cinco primeras, «Expectativas», «Rescates», «País después», «La nariz contra el vidrio» y «La vida ese paréntesis», las más logradas en esa evolución. La otra dimensión es de carácter psíquico, el paso del tiempo durante estos años de exilio han significado también un desgastamiento de la vida y lógicamente el fantasma de la muerte asoma por sus versos:



    La muerte es siempre una sorpresa inútil
aunque uno comparezca
con las bisagras herrumbrosas

qué paraíso puede compensar
el roce de otra piel en jubileo
lo cierto es que la muerte es un verdugo
y los mortales somos cómplices de la vida.


(«Siempre una sorpresa», 122-123)                


La sombra de César Vallejo ronda buena parte de esos poemas, «La vida ese paréntesis» o «Soy mi huésped». En esas «Preguntas al azar» que intermitentemente cierran las secciones impares del libro, el tema del final de la vida va a estar martilleando de forma constante. En la tercera, se pregunta: ¿Dónde estás muerte / muertecita / hebra de lágrimas / sueño inconcluso / duplicado de vida / muertecita / sin cuerpo / sin amor / sin árbol / pesadilla lunar / convincente mutismo / promesas en abstracto / entrañable ceniza / muerte boba? (128).

Sin embargo hay una sección de este libro, correspondiente a diez letras de canciones que escribió para Joan Manuel Serrat con el título «El Sur también existe», que constituyen un pequeño decálogo de sus preocupaciones poéticas. Se abre con el poema que da título al libro, declaración de principios de un latinoamericano, americano del sur frente al coloso del norte que al mismo tiempo se convierte en símbolo de todos los norte/sur del mundo. Todo el texto está estructurado sobre el eje «el norte es el que ordena / el sur también existe». Ese norte es poder, gloria, «llave del reino», dominador, invasor, riqueza material, capitalismo frente a un sur sometido, dominado, invadido, hambriento, cuyo capital es la «esperanza dura», la «fe veterana», pero sobre todo la solidaridad, la comunión con la naturaleza, el sentimiento de fraternidad, la autenticidad de la relación hombre/naturaleza:


    pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el sur también existe


(170-171)                


Frente al capitalismo, egoísta; el socialismo, redentor. Idea ya frecuentada en su obra, en realidad este poema no es sino la puesta en verso de la teoría desarrollada en un artículo suyo «Septentrión y Meridión» (1985)245, donde desarrolla esas mismas teorías y termina apostando por un sur liberador: «De alguna manera, el Sur es el futuro, siempre y cuando este exista. Quizás el futuro del hombre deba ser construido artesanalmente, en ciudades donde las urgencias no nos derriben, en tierras donde los árboles nos ayuden a respirar, en tiempos y lugares donde podamos al fin morir tranquilamente, sabedores de que la humanidad ha ganado el derecho a sobrevivirnos»246.

«Vas a parir felicidad» sigue en ese canto de optimismo venidero para su continente y augura a América Latina, su tierra, un futuro esperanzador: «Vas a parir felicidad / yo te lo anuncio tierra virgen / tras resecarte dividida / y no hallar nada que te alivie / como un abono inesperado / absorberás la sangre humilde» (185). En la misma línea hay que considerar el texto que cierra la sección, «Defensa de la alegría»: felicidad y alegría son las propuestas saludables para un futuro de esperanza. Dentro de esta proclama general hay que citar el poema «Habanera», como defensa valiente de una Cuba socialista que siempre ha contado con su apoyo:


    aquí flota el orgullo como una garza invicta
nadie se queda fuera y todo el mundo es alguien
el sol identifica relajos y candores
y hay mulatas en todos los puntos cardinales


(183)                


Si la preocupación por su continente y sus habitantes, tierra de la solidaridad, tiene en estos poemas fiel reflejo, la solidaridad entre humanos se hace extensiva también a la naturaleza, en un hermoso canto de tintes ecologistas, como «De árbol a árbol», donde se denuncia la explotación interesada de la naturaleza por desaprensivos particulares o sociedades al uso:



    ¿sabrán por fin los cedros libaneses
que su voraz y sádico enemigo
no es el ébano gris de camerún
ni el arrayán bastardo ni el morisco

ni la palma lineal de camagüey
sino las hachas de los leñadores
la sierra de las grandes madereras
el rayo como látigo en la noche?


(175)                


«Currículum» y «Testamento de miércoles» remiten al yo íntimo y personal que hace recopilación desgarrada de su vida, trayéndonos el recuerdo de César Vallejo en Poemas humanos cuando contempla al hombre y hace el repaso de su existencia. También Benedetti toma distancia frente al yo y dice:


    usted sufre de veras
reclama por comida
y por deber ajeno
o acaso por rutina
llora limpio de culpas
benditas o malditas
hasta que llega el sueño
y lo descalifica


(172)                


En «Testamento de miércoles» recurre al lenguaje notarial para hacer legación de sus posesiones psíquicas, procedimiento que también habíamos visto en el Vallejo de «Poemas humanos».

Por último me quiero referir al tema amoroso, otro de sus grandes temas, que tiene aquí tres conmovedoras expresiones: «Una mujer desnuda y en lo oscuro» es un canto a la mujer como luz (recuérdese que es el nombre de su esposa), iluminación o guía y es quizás el más conocido de esta sección, pero resultan especialmente interesantes y mucho más desgarradores «Hagamos un trato» y «Los formales y el frío» porque en ambos remite a las dificultades de comunicación/amor entre dos personas, el primero es un canto al amor no correspondido, al que ama sin esperar respuesta y ni siquiera puede dejar escapar ningún signo de su amor para no asustar a la persona amada:


    si alguna vez advierte
que a los ojos la miro
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro


(176)                


Jugando con el significado del verbo «contar», el poeta establece un diálogo sordo con la amada: «Compañera usted sabe / puede contar conmigo / no hasta dos o hasta diez / sino contar conmigo». En «Los formales y el frío» se refleja las dificultades para acortar las distancias entre dos personas que se aman, pero que se sienten inmovilizadas por los formalismos sociales. No sería arriesgado si insertáramos a Benedetti en la llamada «poesía de la experiencia» que tantos seguidores tiene en nuestros días. No dudo que el coloquialismo de Fernández Moreno pudo ser una pauta, pero entre ambos poetas hay grandes abismos.

A lo largo de estos diez poemas, Benedetti ha reflejado sus preocupaciones más urgentes, el compromiso social con su continente, con el hombre, con la vida, con la Cuba socialista, con el amor, desde una sinceridad desgarradora, en un lenguaje directo y conversacional, fruto de una experiencia vivida y desde una postura ética sin pantallas.

Mario Benedetti ha cribado los logros poéticos de la vanguardia, no sólo en lo relativo a aspectos formales, ausencia de puntuación, de rima, disposición tipográfica particular, sino en lo que es más importante, en el lenguaje, donde lo cotidiano, los giros verbales, los clisés forman parte de su decir directo, conectado visiblemente con una forma de escritura actual en la poesía hispanoamericana contemporánea, que tiene en Nicanor Parra, Ernesto Cardenal o en el desaparecido Roque Dalton una vía legítima y necesaria de expresión. Como aquellos «poetas comunicantes» a los que entrevistara en su célebre libro, Benedetti es también un «comunicante» nato, por su abierta clave comunicativa y su lenguaje despojado.