Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


ArribaAbajo

Mártires de la Alpujarra en la Rebelión de los Moriscos (1568)


Francisco A. Hitos



«Por ser notorio en esta tierra y que lo dicen todos, que los dichos santos mártires, que hubo entre más de tres mil cristianos que entonces había entre los moriscos de esta tierra, en esta tribulación todos a una voz profesaron y defendieron la fe católica con sus vidas y constancia en ella y no variaron con las promesas ni las amenazas, ni en la ejecución de ella, porque ninguno se vio con muestra ni de flaqueza de ánimo; antes todos se animaban unos a otros con aquel espíritu y fervor de la primitiva Iglesia; hasta los niños, los ignorantes y los pastores».


Palabras del Licenciado Francisco Zapata Pimentel, Beneficiado y Vicario de la taha de Jubiles.-Actas de Ujíjar.                





ArribaAbajo

Prólogo


Del Excmo. e Ilmo. Sr. D. Ramón Pérez, Patriarca de las Indias, Obispo de Cádiz y Ceuta


Mi querido Antolín:

Con insistencia proporcionada al entrañable y fraternal afecto con que la Divina Providencia quiso ligar nuestras almas, desde los primeros días de nuestra juventud, me pides prologue tu obra: «Mártires de la Alpujarra en la Rebelión de los Moriscos».

Por ser tú el autor de la obra, y por ser cosa de la Alpujarra, naturalmente yo no puedo, ni debo, hacerme sordo a tu llamamiento. Has hecho muchas veces conmigo oficio de Ángel tutelar, fuiste siempre para mí ese amigo que, en expresión del Espíritu Santo, es nuestro mayor tesoro; y la Alpujarra es para los alpujarreños un talismán con virtualidad suficiente para que los hijos de aquel desconocido país nos lancemos a temerarias empresas, cuando a ella interesan o en su gloria redundan.

Con la perseverancia y acierto propios de aquellos a quienes Dios elige para realizar obras muy suyas, has llevado a feliz éxito la empresa de darnos a conocer estas glorias de la Alpujarra.

En los archivos y leyendas de esta amadísima región yacían como en un sepulcro cosas interesantísimas para mayor gloria de Dios Nuestro Señor, esperando que alguien las diera a conocer, desempolvando legajos y recogiendo lo verosímil de la leyenda para contrastarlo con las reglas de la crítica histórica.

Parecía natural que esta gloriosa empresa la hubiera acometido alguno de tantos hijos, ilustres por su saber y virtud, como ha dado a la Iglesia la Alpujarra en los siglos XVIII, XIX y parte del XX; sin embargo, no ha sido así.

Y cuidado que no faltaron razones y motivos para que cualquiera de esos sacerdotes hubiera tomado sobre sí la empresa; pero sin duda Dios la tenía reservada para coronar con ella la evangélica labor que has realizado durante tu vida sacerdotal.

Recibe por ello mi más fraternal y entusiasta felicitación, y Dios quiera conservarte la vida hasta que disfrutes en el tiempo los frutos de tus desvelos y trabajos; o a lo menos hasta que sea introducido el proceso de beatificación de los Mártires alpujarreños.

Date prisa en editar la obra, y corra a cargo de los alpujarreños darla a conocer a todos los hijos del país, para que con su lectura y consideraciones consecuentes caldeen sus espíritus, y todos a una, como un solo hombre, se pongan en pie y no descansen hasta que la Santa Sede tome cartas en el asunto.

Yo tengo el convencimiento de que en Roma una vez conocidos los hechos, tal como aparecen en tu documentada obra, han de impresionarse favorablemente y abrirán cauce expedito para feliz terminación del proceso.

¿Pero por dónde comenzar? No te desilusiones si te digo que por formar una Junta. En España casi siempre se soslayan los asuntos gravosos y difíciles así: nombrando una Junta y... ahí queda eso.

Mas esta vez creo yo que esa Junta se impone, y formándola con personas que sientan el amor por su Patria Chica, indudablemente realizarán una gestión pronta y eficaz; y no ha de ser la menor el procurar una intensa propaganda del libro: medio oportunísimo para llegar pronto a preparar el terreno para el proceso de beatificación.

¿Nombres para la Junta? Los hay prestigiosos en esta Santa Iglesia Catedral, en las parroquias interesadas no faltan, y si el Obispo alpujarreño te sirve para algo, a tu disposición lo tienes; mándale. Para ello te sobran títulos, y ten por seguro que nada ha de regatear ni a ti ni a tu obra.

Muy de alabar a Dios es que en estos momentos, de especial oportunidad, se siente en la Sede Iliberitana un Prelado de arranques apostólicos y generosas iniciativas.

Sea Él nuestro caudillo, a Él seguiremos todos los alpujarreños hasta que la demanda que tú has interpuesto ante el tribunal de la opinión pública tenga entrada en el más alto tribunal de la tierra, donde la prerrogativa de la infalibilidad excluye todo temor de errar.

Te felicita, bendice y abraza tu affmo. en C. J.

†RAMÓN, PATRIARCA DE LAS INDIAS, OBISPO DE CÁDIZ Y CEUTA.

Cádiz, 5 de noviembre 1934.




ArribaAbajo

Declaración del autor


Dada la naturaleza de los hechos que en este libro se refieren, y el carácter sobrenatural que en muchos casos parecen tener los acontecimientos, el autor declara cómo en ningún caso quiere prevenir el juicio de la Iglesia, sino que se atiene en todo a su fallo, suspendiendo su parecer hasta tanto Ella dé su resolución en todo, a la cual previamente se somete.

Su carácter de historiador fiel e imparcial pedía de él la más estricta fidelidad en relatar los hechos, tal cual se encuentran referidos en las actas jurídicas de los martirios y autores de nota, los cuales a su vez escriben lo que en dichas actas encuentran o recogieron de boca de testigos fidedignos.

No se podía, pues, desfigurar los hechos, sino trasladarlos el papel tales cuales se encuentran; esperando siempre, como no podía menos, lo que la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, sobre todo ello determine, poniendo para consuelo de los cristianos el sello de su autoridad apostólica. Y todo ceda en honor y gloria de Dios, de Ntra. Sra. la Virgen Santísima y de tan valerosos cristianos que no dudaron en ofrecer su vida por Jesucristo.




ArribaAbajo

Fuentes históricas


1º.- El documento más autorizado es el que en la obra va citado con el nombre de Actas de Ujíjar, y su título es el siguiente: (Este es un traslado bien y fielmente sacado de autos, y diligencias Fhos. por el año pasado de mil seiscientos y sesenta y ocho, en virtud de comisión del Mmo. D. Diego Escolano, dignísimo Arzobispo de Granada, por el Sr. Dr. D. Juan de Leyva, Capp. Doctoral de su Majestad en la R. Capilla de esta Ciudad de Granada, y Visitador general de este Arzobispado, después Capellán Mayor en la R. Capilla, y de allí Obispo de Almería, del Consejo de Majd. en orden a la justificación de los martirios, que padecieron los cristianos viejos eclesiásticos y seculares del partido de las Alpujarras en la rebelión y levantamiento de los moriscos de este reino por el año pasado de mil quinientos sesenta y ocho).

Como esta copia está hecha por notarios, con carácter de documento público, y bajo su firma, no cabe dudar de la fidelidad de la copia, que por otra parte tiene la inmensa ventaja de estar escrita en letra más legible que el original que se conserva en el archivo de Secretaría de Cámara. Como además está más ordenado este trabajo, por haber sido encuadernadas estas actas de Ujíjar, ofrece más ventaja para el autor; fuera de que las del Archivo, no se me hubiese concedido tal vez permiso para tenerlas en mi poder. El ejemplar manuscrito en cuestión se conserva en el archivo parroquial de Ujíjar.

2º.- La segunda parte histórica, en la cual se aprovechan muchísimos datos de las Actas, es el Memorial del arzobispo Escolano, cuyo título es como sigue: (Memorial a la Reina N. S. cerca las muertes que en odio de la fe y religión cristiana dieron los moriscos rebelados a los cristianos viejos y algunos nuevos, residentes en las Alpujarras de este reino de Granada, en el levantamiento del año 1568, por Diego, indigno Arzobispo de Granada.-Impreso en Granada en la imprenta real del Lic. Baltasar de Bolívar, impresor del Santo Oficio. Año 1671.)

Además de este ejemplar castellano, del que ya hoy sólo queda algún que otro ejemplar, existe en el Seminario uno latino más raro aún, y debe ser copia del que fue mandado al Pontífice.

3º.- Justino Antolínez, Arcediano de Granada, y Abad del Sacro Monte, escribió una Historia Eclesiástica de Granada, que no llegó a publicarse, pero cuyo original se conserva en el Sacro Monte. Dedica a los mártires unas cincuenta páginas, y dice textualmente acerca de ello: «Materia buscada con algún cuidado y diligencia, y hallada con dificultad, parte en algunos papeles, que en medio de tanta confusión como hubo en este Reino se escribieron por orden de nuestro Prelado, tan confusos como el tiempo que corría, y parte por las informaciones que yo hice jurídicamente por mi persona y por la del Doctor Don Pedro de Villa-Real, Visitador general de este Arzobispado y Obispo de Nicaragua».

Según sus palabras debió tener en su poder las informaciones que mandó hacer D. Pedro de Castro, y que este Prelado llevó sin duda consigo a Sevilla, en donde las consultó el autor de la vida del Beato Marcos Criado, según lo asegura él mismo. No he tenido igual suerte, y por más que se han buscado en Sevilla en diversas partes, no aparecen. No fue poca fortuna el que las conociera Antolínez y tomara las noticias que nos da en sus escritos.

4º.- «Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada, dirigida a Don Juan de Cárdenas y Zúñiga, Conde de Miranda, Marqués de la Bañeza, del Consejo de Estado del Rey N. S. y su Presidente en los dos reales consejos de Castilla y de Italia. Hecha por Luis del Mármol Carvajal, andante en corte de S. M. En Madrid, en la imprenta de Sancha, año de 1797».

5º.- «Historia Eclesiástica de la nombrada Gran ciudad de Granada por D. Francisco Bermúdez de Pedraza, Canónigo Tesorero de la Santa Iglesia Catedral, año 1637».

6º.- «Historia de Granada, comprendiendo la de sus cuatro provincias: Almería, Jaén, Granada y Málaga, desde remotos tiempos hasta nuestros días; escrita por D. Miguel Lafuente Alcántara.-Granada: Imprenta y librería de Sane, Calle de la Monterería, núm. 3, 1843».

7º.- «Historia de los Heterodoxos españoles por el Doctor D. Marcelino Menéndez Pelayo, catedrático de literatura española en la Universidad de Madrid».

8º.- Camargo.-Conversión de los moriscos.

9º.- Camargo.-Expulsión de los moriscos.

10.- Cabrera.-Hist. de Felipe II.

11.- Illescas.-Hist. Pontifical.

12.- Vander.-D. Juan de Austria.

13.- Herrera.-Historia general.

14.- Bleda.-Crónica de los moriscos.

15.- Vander.-D. Felipe el Prudente.

16.- F. J. Simonet.-Cuadros históricos y descriptivos de Granada.






ArribaAbajo

Capítulo I


Razón de este libro


Párrafo único


Los deseos de Dios, de los Prelados, de los Historiadores y de los mismos Mártires.-Trabajos de los Arzobispos D. Pedro de Castro y D. Diego de Escolano.-Fin de estas páginas.-Forma adoptada en su redacción.-Algunas deficiencias en el Memorial de Escolano.-Voluntad de la Iglesia en esta materia.


Ofrecemos al público la historia de los Mártires de la Alpujarra, en tiempo de la Rebelión de los moriscos. Y sale a luz con tales circunstancias, que no me cabe duda lo quiere Dios así. Porque en esto satisfago a un vehemente deseo de muchos historiadores y prelados y de los mismos Mártires. Y aún podíamos también añadir al de todos los contemporáneos de los Mártires y sus descendientes, que en tanta veneración los tuvieron y tanto empeño desplegaron en transmitir a las generaciones posteriores, con sus declaraciones, la memoria de sus nombres y los pormenores de sus muertes. Trabajaron con el fin de verlos en el catálogo de los mártires por lo menos el arzobispo D. Pedro de Castro, cuando movido por la celestial aparición de aquellos sacerdotes que se quejaron del olvido en que se les tenía, abrió la primera información sobre sus martirios. Y de lamentar es que por su traslado a Sevilla quedase sin llevar a feliz término esta gloriosa empresa. Con más cuidado aún si cabe, emprendió de nuevo esta tarea el arzobispo D. Diego de Escolano, enviando a su Provisor por toda la Alpujarra, a recoger declaraciones juradas en todos los pueblos en los que se conservaba memoria de ellos. Y fruto de estas investigaciones fue el Memorial que envió a Roma y a la Reina doña Mariana, con la historia de los martirios.

Sin que sepamos por qué causa, esto cayó de nuevo en el olvido. Y recientemente el Sr. Meseguer y Costa, según mis noticias, mandó copiar el libro manuscrito, que se conserva en Ujíjar con las actas de los Mártires, y lo envió a Roma también, sin que sepamos de ulteriores diligencias sobre esto.

Los historiadores, que son como el eco de su época abogan igualmente por esto mismo con tan ahincado empeño en algunos, que llegan a condenar con acerbas censuras a los prelados, porque no se dieron traza, ni se ocuparon en incoar y seguir adelante el proceso de beatificación.

Hora es ya de declarar más lo arriba indicado, a saber: el fin que tuve al escribir estas páginas, que no fue otro sino preparar el terreno, y ayudar a que se solicite de Roma la beatificación de los Mártires. Causa tanta extrañeza a todos los que tienen alguna noticia de los martirios, que hasta el presente no se haya hecho nada en orden a su beatificación, que parece muy natural se den facilidades para el proceso. A mi juicio, la historia de los Mártires dará a conocer a todos el tesoro que posee la diócesis granadina. Su conocimiento despertará en mucha gente la devoción a los Mártires. Se fomentará la fe y confianza en su patrocinio, se animarán muchos a pensar se trabaje por su beatificación. Y la misma historia dará a conocer las fuentes de donde están tomados los datos, cosa que facilitará sobremanera el incoar el proceso. A mi modo de ver, el enviar a Roma, como hizo el Sr. Meseguer, todo un volumen indigesto con las actas jurídicas fue una equivocación. Otra cosa es una historia ordenada como la presente, en la que además van tratadas algunas cuestiones que darán mucha luz.

Por otra parte, ha de ayudar no poco la nueva forma que adopto en mi historia, muy distinta del método que sigue Escolano en su Memorial. Con ser el Memorial el trabajo más concienzudo que sobre los Mártires se ha hecho, y fue revisado además por una junta de teólogos, todavía deja algo que desear en la forma y queda algo incompleto en algunos datos. En la forma por él adoptada de referir en conjunto lo ocurrido en cada pueblo con hombres, mujeres y niños, sólo se impresiona el lector con lo más saliente de los hechos, y quedan como oscurecidos los demás. Nunca pude hacerme cargo, v. gr., leyendo a Escolano, que pudiese resultar una historia tan hermosa de los niños mártires, reuniéndolos todos en un solo capítulo. Esto por sí sólo justificaría la nueva forma adoptada en esta historia, de poner por separado a los sacerdotes, a los varones y a las mujeres, niños y moriscas. A vuelta quizá de alguna repetición, pequeño defecto que desaparece en el conjunto, puede el lector disfrutar del edificante ejemplo que dan todos, haciendo destacar a los de una misma clase en un mismo cuadro, resultando de un efecto maravilloso, sobremanera elocuente, la heroicidad de los descritos en cada capítulo.

Además, aunque no pueda decirse en absoluto que Escolano no tuviera en cuenta los datos que trae Antolínez en su historia, no los aprovecha todos, como tampoco todos los de las mismas Actas que él ordenó hacer en la Alpujarra a su Provisor. Y finalmente, no parece que vio la relación que de muchos martirios escribió Almenara, hijo del insigne mártir Francisco Almenara, que murió con cuatro hijos suyos, quedando libre por su poca edad el autor de la relación que lleva su nombre, y él escribió yendo de pueblo en pueblo. Tiene el mérito de ser la relación escrita más inmediata a la catástrofe, pues se escribió sólo ocho años después. De sentir es también que ni una palabra se dijera de los prodigios de aquellas procesiones de luces nocturnas.

Por otra parte, cuál sea la mente y la voluntad de la Iglesia y su deseo de que se trabaje en este sentido, bien claro está en las palabras del Arzobispo Escolano, aducidas en la nota que precede; ella nos excusa de ser más largo.

Sea, pues, Dios bendito, que ha permitido vea la luz pública esta obra; sea toda la gloria para los Santos Mártires de la Alpujarra, como los llegaron a llamar sus contemporáneos.

Un ruego me resta para concluir: que todos aquellos que me leyeren vean, según su condición, lo que pueden hacer para que se logre la deseada beatificación de los Mártires.




ArribaAbajo

Capítulo II


La Alpujarra


Párrafo I


Por vía de introducción.-Cambio de aspecto.-Descripción topográfica de esta región.-Sus productos.-Su historia.-Sublevaciones en tiempo de los árabes.-Último período de la reconquista.-Guerras de la Alpujarra.-Conducta del rey Fernando, de Carlos V y de Felipe II.-Última rebelión de los moriscos alpujarreños.


Ampliar imagen

Al escuchar la pronunciación de la palabra Alpujarra me parece oír una vibración del acero. Lo más original del caso es que algo parecido sucede con su historia, con su topografía y con el carácter de sus habitantes. Su topografía: de ásperas laderas, desfiladeros y barrancos; su carácter: fuerte y sufrido hoy, levantisco e indómito ayer; su historia: historia de independencia, de rebeldías, gloriosas unas, poco honrosas otras.

El término de la última rebelión de los moriscos, de la que en la actualidad nos ocupamos, y que acaba con su expulsión definitiva de la Alpujarra, hace cambiar de aspecto la nueva historia de esta comarca, que desde entonces inicia una era de paz: los pocos cristianos viejos supervivientes de la catástrofe, y los españoles de cepa que de diversas regiones vinieron a poblar, en parte por lo menos, los lugares que dejaron vacíos los moriscos al abandonar esta región, cambian por completo, como no podía menos, el carácter de sus habitantes. Ya no son aquellos moriscos belicosos, taimados, crueles y traidores. Los que les siguieron en la posesión de la tierra no participan de lo agreste del terreno tampoco: hospitalarios, sencillos y laboriosos, hacen más suave la misma aspereza de sus rocas y de sus breñas. Diríase que aquella sangre, que vertieron por Cristo tantos millares de cristianos, fue un riego fecundo de paz y de ventura. El manto de púrpura con que esta sangre vistió la tierra santificada, le ha dado un tinte de nobleza española y de hidalguía tan difícil de borrar que, a pesar de las vicisitudes de los tiempos, aún hoy lo conserva.

Pero ya es tiempo digamos algo acerca de ello.

Comarca montuosa que corresponde a las provincias de Granada y Almería y que se extiende de Motril a Almería. De la Sierra Nevada parten varios contrafuertes en distintas direcciones; hacia el S. arrancan las sierras de Contraviesa y de Gádor, llamadas por los árabes Montes del Sol y del Aire, que son el armazón de las Alpujarras. Distínguense las Alpujarras altas u occidentales, entre la cadena principal y las dos secundarias, y las Alpujarras orientales que abarcan la estribación S. de la parte E. que desciende a las anchas cuencas del río Ujíjar o río Grande, y el Canjáyar o río Almería.

Los valles de esta comarca se distinguen por ser su parte alta la más ancha, y se estrechan y se hacen inaccesibles a medida que se alejan de la cadena principal. Todos terminan por la parte superior en prados alpinos en parte planos, en parte rodeados de pétreas murallas. Las circunstancias locales hacen cambiar la vegetación por todas las formas alpinas de las más variadas graduaciones, hasta llegar a los productos tropicales, incluso los dátiles y la caña de azúcar. Gran parte del territorio de esta comarca es estéril y áspero, pero en todas las zonas hay fértiles valles, bosques de frondosos árboles y riquísimos pastos, y en ellos se mantiene mucho ganado lanar y de cerda; un cultivo esmerado enriquece esta comarca, en ella se ven árboles frutales de un gran desarrollo; las faldas y laderas de las montañas están plantadas en algunas partes de viñedos, de los cuales se sacan las excelentes uvas que, puestas a secar al sol o pasadas por una lejía de sarmiento, dan el exquisito fruto de que tanto consumo se ha hecho hasta ahora, bajo el nombre de pasa de Málaga. No menos célebres son las uvas de Ohanes. Esta comarca tiene sus montañas ricas en minerales, principalmente en plomo, del que se han extraído anualmente unos 247 millones de kilogramos.

El primitivo nombre con que se menciona esta comarca es el de Ilipula. En la época árabe subleváronse varias veces los habitantes de las Alpujarras, llegando por dos veces a declararse independientes del emirato de Córdoba, nombrando rey propio. En el último período de la reconquista hicieron los árabes de este territorio su último baluarte, favorecidos por lo quebrado del suelo, promoviendo repetidas protestas, pacíficas o belicosas, contra la desconsideración con que, a su juicio, eran tratados después de la rendición de Granada. Estas protestas dieron ocasión a la guerra de las Alpujarras, serie de sublevaciones que duró de 1500 a 1570. En la primera insurrección apoderáronse de casi todas las plazas fuertes de la comarca, e hicieron incursiones contra los cristianos, por lo que Fernando V mandó contra los moros al Gran Capitán y al conde de Tendilla, poniéndose después el propio monarca al frente de las tropas hasta dominar a los rebeldes. Impúsoles la condición de entregar fortalezas y armas, y pagar un tributo de 50.000 ducados; pero la insurrección quedó latente, siguiendo el levantamiento de partidas. Para contener a los sediciosos, Carlos V promulgó una rigurosa pragmática en 1526, que dio resultado contraproducente, hasta aparecer en 1560 numerosas partidas armadas por aquella sierra. Felipe II, queriendo ser más enérgico, reprodujo la pragmática de Carlos V, adicionando otras cláusulas, que en su lugar veremos.

Los muslimes, creyendo llegada la ocasión de sacudir el yugo cristiano, alzáronse en armas dirigidos por Feraz-Abenfaraz. Proclamaron rey a D. Fernando de Córdoba y Válor, descendiente de los Omeyas u Omniadas, quien al renegar del cristianismo tomó el nombre de Aben-Humeya. Feraz creíase con mejor derecho a ser rey por descender de los Abencerrajes, pero transigió por no provocar excisiones, siendo nombrado por Aben-Humeya alguacil mayor con numerosas tropas de alpujarreños y mercenarios turcos y africanos. Feraz, contra la opinión de Humeya, llevó la guerra a sangre y fuego. Felipe II mandó contra los insurrectos al Marqués de Mondéjar con un ejército que partió de Granada en 1569, y otro más tarde, al ver que no terminaba la guerra, dirigido por el Marqués de los Vélez. Surgieron rivalidades entre estos caudillos, dando lugar a que la guerra se propagara a otras comarcas. Felipe II envió entonces a D. Juan de Austria, como generalísimo, y a D. Luis de Requeséns con una escuadra para impedir a los moriscos los auxilios por mar. El éxito empezó a decidirse por los cristianos; el Marqués de los Vélez conquistó las alturas de Ugir, derrotando a Aben-Humeya, que con el resto de sus fuerzas tuvo que retirarse a Sierra Nevada, donde trató de reorganizarse, pero una conjuración le hizo caer en poder de los cristianos y fue ahorcado. Los moros prosiguieron la guerra proclamando a Aben-Abó, que dio comienzo a una activa campaña tomando algunas plazas, y llegando hasta las calles de Granada. La insurrección amenazaba propagarse a Murcia y Valencia. Para impedirlo tomó D. Juan de Austria personalmente la dirección de las operaciones, hasta obligar a los rebeldes a refugiarse en lo más intrincado de las Alpujarras. Entonces publicó un bando prometiendo perdón a los que se sometieran, sin que ninguno lo efectuara, aunque lo había prometido hasta el mismo Aben-Abó. Ante la resistencia pasiva reanudó D. Juan la campaña con tal ímpetu, que a fines de 1570 sólo restaban unos 400 con armas, escondidos en las fragosidades de la sierra. Cansados de tal vida vendiéronse a los cristianos dos de los más íntimos de Aben-Abó, y éste fue asesinado por los suyos en marzo de 1571, entregandosu cadáver en Granada. De este modo terminó la guerra, viéndose después los moriscos obligados a abandonar las Alpujarras por imposición de los vencedores. Esta última rebelión es la época de los Mártires que historiamos.




ArribaAbajo

Capítulo III


Causas de la rebelión



ArribaAbajo

Párrafo I


Concesiones de los Reyes y deseos de los prelados.-Fray Hernando de Talavera y Jiménez de Cisneros.-Numerosos convertidos.-Resistencias y castigos.-Alzamiento en el Albaicín.-Ascendiente maravilloso del Arzobispo sobre los moriscos.-Oportuna intervención del conde de Tendilla.-Conducta de los Reyes en estos acontecimientos.-Alteraciones en algunos lugares de la provincia y serranía de Ronda.-Determinación del Rey con los que rehusan convertirse.


Había llegado el momento feliz de terminar gloriosamente la reconquista con la toma a los moros del último baluarte de su poderío, la ciudad de Granada. Determinada la entrega, los moros pretendieron sacar todo el partido posible de su situación, y así arreglaron los capítulos de su rendición en conformidad con sus aspiraciones. Y aunque ellos, como dice Mármol, trataban estas cosas «con demasiada importunidad», «los vencedores, añade el mismo autor, que ninguna cosa querían más que acabar de vencer, se lo concedieron todo». Y entre otras cosas que dejarán vivir a todos en su ley, y nos les consentirán quitar sus Mezquitas, ni sus torres, ni almuedones, ni les perturbarán en sus usos y costumbres.

Aunque algunos prelados y otras personas religiosas pidieron a los Reyes con mucha insistencia que como celosos de la honra de Dios, diesen orden para que se prosiguieran con mucho calor el desterrar de España el nombre y secta de Mahoma, mandando que los rendidos, que no se quisieran bautizar, se fueran a Berbería, no vinieron en ello los reyes, no obstante las razones que para esto se daban, diciendo que este proceder lejos de violar lo capitulado, era perfeccionarlo; pues de una parte era atender a la salvación de sus almas de los moros, que ciertamente se perderían, muriendo en la secta de Mahoma, y de otra a la unidad, quietud y pacificación del Reino, muy comprometidos, pues todos tenían por cierto que jamás tendrían paz los naturales con los cristianos, ni perseverarían en la lealtad, mientras perseverasen en sus ritos y ceremonias.

Por otra parte los prelados, atentos siempre a la suerte espiritual de sus ovejas. excogitaron medios de atender a la salvación de sus almas. Distinguióse en esta labor muy principalmente Fray Hernando de Talavera, primer Arzobispo de Granada, muy estimado de los Reyes por su mucha virtud, hombre de maravilloso ingenio, gran predicador y muy docto en sagradas letras. Fue tanto su ascendiente con los moros, que muy bien dice Mármol que ninguna cosa más estimada, más venerada y más amada llegaba a sus oídos que el nombre del Arzobispo, a quien ellos llamaban el Alfaquí Mayor de los cristianos y el Santo Alfaquí. Y de tal manera recibían sus enseñanzas que se venían a oírle los mismos alfaquíes, y se convirtieron muchos de unos y de otros.

En vista de estas numerosas conversiones, los Reyes mandaron venir al Arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros, para que le ayudase en tan grande obra. Puestos de acuerdo, el medio que tuvieron para proceder mansamente, según el mandato de los Reyes, que estuvieron en Granada por esta fecha (año 1499) fue mandar llamar a los alfaquíes y morabitos de más posición entre los moros, y con ellos solos, en buena conversación, disputaban y les daban a entender las cosas tocantes a su religión. Con esto creció de nuevo el número de los convertidos, hasta el punto que dentro de breves días vinieron muchos hombres y mujeres a pedir el Bautismo, autorizados por sus propios alfaquíes, de tal forma que en un solo día se bautizaron más de tres mil personas, que por cierto fue necesario, por la muchedumbre, que el Arzobispo de Toledo los bautizara con hisopo en general bautismo. Se consagró la mezquita del Albaicín y quedó iglesia colegial con la advocación del Salvador.

Dicho se está que no faltaron contradictores de la obra de la conversión, pues no todos los moros miraron bien el correr de sus compatriotas a las aguas saludables del Bautismo, y empezaron a buscar ocasión de manifestar su disgusto.

Entre éstos hubo moros principales que se dolían desapareciese la ley de Mahoma de todo punto en España. Juzgó conveniente el Cardenal de Toledo intimidarles con algún castigo, a fin de poner freno a sus propagandas contra el nombre de cristiano. Fue uno de éstos el moro Zegrí, que hubo de ingresar en prisión, en la que, convenientemente instruido, vino a cambiar de forma que pidió ver al Cardenal, y arrodillado y besando la tierra le pidió el Bautismo, diciendo que había tenido revelación de Dios que se lo mandaba. De aquí nació que otros hiciesen lo mismo, sin que los alfaquíes les fueran a las manos y se lo impidieran. Mandó así mismo el Cardenal quemar los libros árabes que tocaban a la secta, y los demás ordenó encuadernar y enviar al colegio de Alcalá de Henares.

El disgusto de los que llevaban a mal la conversión de los moros estalló al fin con ocasión de ciertas medidas que tomó el Cardenal para castigar a los renegados o cristianos que habían abrazado la religión mahometana, apostatando de la fe, y que los moros llamaban elches. Las quejas y protestas de una de estas mujeres, a quien llevaba presa un alguacil, que se había hecho muy odioso al pueblo, fue causa de la muerte violenta de éste, de que corriese igual peligro el criado y de que se pusieran en arma los moriscos. Comenzaron a llamar a Mahoma, apellidando libertad, diciendo que se les quebrantaban los capítulos de las paces, tomaron las calles, las puertas y las entradas del Albaicín, se fortalecieron contra los cristianos, y comenzaron a pelear contra ellos, y como ofendidos por la, a su parecer, sobrada diligencia que ponía el Cardenal en su conversión, corrieron a la Alcazaba, y le cercaron dentro, sin que fuera parte a contener el movimiento el haber tendido a su defensa el Conde de Tendilla, que bajó de la Alhambra al día siguiente. Diez días duró aún la rebelión, durante los cuales trabajaron inútilmente los Prelados y el Conde con los alfaquíes y principales ciudadanos de ellos por reducirlos a razón, poniéndoles delante de los ojos el yerro que habían cometido levantándose contra los reyes; cosa que ellos desmentían, diciendo, que más bien ellos volvían por la autoridad de las firmas de los reyes, quebrantadas con la violación de los capítulos de las paces, no respetando lo estipulado en materia de religión. En tanta resolución, sostenida con tal encendimiento de pasiones, pasara el negocio adelante, si el arzobispo de Granada no lo apaciguara con un hecho heroico. Porque no habiendo querido oír al Conde de Tendilla, ni recibir su adarga, que les enviaba en señal de paz, antes trataron mal al criado que la llevaba, el Arzobispo tomó consigo un solo capellán, con cruz alzada delante de sí, y algunos criados, a pie y desarmado se fue a meter entre los moros en la plaza de Bib el Bonut en donde se habían recogido, con tan buen semblante y rostro tan sereno, como cuando iba a predicarles las cosas de la fe. Así como le vieron en aquella actitud, depusieron ellos la suya hostil, y se fueron sumisos al Arzobispo, olvidando toda la saña, y le besaron el alda de la ropa, como solían cuando estaban pacíficos. El Conde de Tendilla aprovechó esta buena coyuntura, llegó con un alabardero, y quitándose un bonete de grana que llevaba en la cabeza, lo arrojó en medio de los moros, para que entendiesen que iba en hábito de paz. Los cuales lo alzaron, y besaron, y se lo volvieron a dar. Tras largos razonamientos del Arzobispo y del Conde, de prometerles el perdón de sus Altezas, en vista de que aquello, como ellos querían hacer valer, no era sino volver por las firmas de ellos en las capitulaciones, se quedaron en paz; y para que se aseguraran más, el Conde hizo una cosa digna de su nombre: tomó consigo a la Condesa su mujer, y a sus hijos niños, y los metió en una casa del Albaicín en calidad de rehenes.

No llegaron las noticias sobre la rebelión a Sevilla, donde estaban los reyes, tan en claro que no se disgustasen éstos del proceder que con los moriscos habían tenido. Pero informados más tarde por el mismo Cardenal, no sólo se aplacaron sino que, oído su descargo, le animaron a proseguir la conversión de los moros. Y no fueron parte a disminuir esta determinación las alteraciones que por este motivo de las conversiones hubo por el reino de Granada aquel año y el siguiente de 1500, en algunos lugares como Güéjar, Andarax y Lanjarón, y que por medio de sus capitanes, o él mismo en persona, allanó y, pacificó, viniendo para esto de Sevilla, en donde, después de pacificada la tierra, se volvió, para tornar de nuevo acompañado de la reina por el mes de julio. En los meses de agosto, septiembre y octubre se convirtieron todos los moros de la Alpujarra, y de las ciudades de Almería, Baza y, Guadix, y de otros muchos lugares del mismo reino de Granada.

No obstante estos progresos, se alzaron los moros de Belefique, los de Níjar, Güevéjar, que al fin fueron vencidos. Y el mismo año de 1501 se alzaron otros lugares de la Serranía de Ronda, y Sierra Bermeja, y Villaluenga, y después de grandes reveses sufridos por los capitanes, muerte de mucha gente y de algunos caballeros principales, fue necesario que el mismo Rey Católico saliese, y dejando ir a Berbería a los que no quisieron ser cristianos, se convirtieron los demás allí y en todo el reino. Y lo mismo hicieron dentro de poco los mudéjares que vivían en Toro y Zamora y otras partes de Castilla, que hasta entonces no se habían convertido.




ArribaAbajo

Párrafo II


Falsía de los moriscos en su conversión.-Desprecio de las prácticas cristianas.-Manejos políticos y tratos con turcos y berberiscos.-Disposiciones de Doña Juana acerca del traje morisco.-Visitadores eclesiásticos y sus informes.-Junta de teólogos.-Por orden del emperador examina estos informes y los capítulos de las paces.-Fallo de esta Junta.-Contradicen los moriscos.-En vista de sus ofrecimientos no se urge el cumplimiento de las disposiciones de la Junta.


No obstante el buen trato y muchas mercedes con que los Reyes fueron regalando a los moros, y los favores y buen tratamiento que, por encargo de los mismos, les hacían los ministros de justicia, bien pronto se vio cuán poco aprovechaban estas cosas para que ellos dejaran de ser moros, y no tuvieran más cuenta con sus ritos y ceremonias, que con la de la Iglesia Católica, cerrando de este modo los oídos a cuanto los prelados, curas y religiosos les predicaban; sin que fuese parte en ello el que eran más ricos y más señores de sus haciendas, que en tiempo de los Reyes moros. Ayudaba no poco a este estado de cosas la confianza en que vivían de que un día volverían a ser moros y a su primer estado. Y alimentaban esta esperanza los jofores o pronósticos que así lo decían, y con los cuales los principales mantenían a los demás en esta creencia de su futura victoria y próspero reinado. El historiador Mármol condensa en el siguiente párrafo la falsía y fingimiento con que en materia de religión procedían los moriscos, después de convertirse.

«Si iban a oír misa los domingos y días de fiesta, era por cumplimiento, y porque los curas y beneficiados no los penasen por ello. Jamás hallaban pecado mortal, ni decían verdad en las confesiones. Los viernes guardaban y se lavaban, y hacían la zalá en sus casas a puerta cerrada, y los domingos y días de fiesta se encerraban a trabajar. Cuando habían bautizado algunas criaturas, las lavaban secretamente con agua caliente para quitarles la crisma y el óleo santo, y hacían sus ceremonias de retajarlas, y les ponían nombre de moros: las novias, que los Curas les hacían llevar con vestidos de cristianas para recibir las bendiciones de la iglesia, las desnudaban en yendo a sus casas, y vistiéndolas como moras, hacían sus bodas a la morisca con instrumentos y manjares de moros».

No eran menos de temer sus trazas y engaños en el orden político; porque acogían a turcos y moros en sus alquerías y casas, dábanles aviso para que matasen y robasen y cautivasen cristianos, y aun ellos mismos los cautivaban y se los vendían, y así venían los corsarios a enriquecer a España como quien va a unas Indias; y muchas veces se iban las alquerías enteras con ellos y así les acontecía anochecer en España y amanecer en Berbería, con sus vecinos y compadres.

Proveyeron los Reyes de Castilla algunas cosas de justicia y buen gobierno para remedio de estos males; entre otras la Reina doña Juana, hija y heredera de los Reyes Católicos, entendió sería de mucho bien quitarles el hábito morisco, para que con él fuesen perdiendo la memoria de moros. No era gran pena quitarles el traje, y porque fuera menos, se les dieron seis años de plazo para romper los que tenían hechos, y se disimuló más años, hasta que fue mandado cumplir por el emperador D. Carlos el año 1518, y suspendido el mismo año a instancia de los moriscos.

El Abad, Canónigos y Beneficiados del Salvador en el Albaicín, que por estar en continuo contacto con los moriscos sabían cómo vivían éstos, informaron de nuevo que guardaban los ritos y ceremonias de los moros, y el año 1526 se proveyó de visitadores eclesiásticos por toda la tierra, siendo nombrados el obispo de Guadix, D. Gaspar de Avalos; el Licenciado Utiel, el Doctor Quintana y el canónigo Pedro López. Después de haber estado en los lugares de los moriscos, informaron los visitadores al Emperador, afirmando la conveniencia de que dejaran el trato y costumbres que tenían de tiempo de los moros para ser buenos cristianos.

En consecuencia de esta información, mandó el Emperador hacer junta de los más estimados teólogos que a la sazón se hallaban en el Reino, para que tratasen del remedio que se podría tener para hacerles dejar tales costumbres. Juntáronse para esto en la Capilla Real de Granada los siguientes: D. Alfonso Manrique, Arzobispo de Sevilla e Inquisidor general de España; don Juan de Tavera, Arzobispo de Santiago, Presidente del Real Consejo de Castilla y Capellán Mayor de su Majestad; D. Pedro de Álava, electo arzobispo de Granada; D. Fray García de Loaysa, Obispo de Osma; don Gaspar de Avalos, Obispo de Guadix; D. Diego de Villalar, Obispo de Almería; el doctor Lorenzo, Galíndez de Carvajal y el licenciado Luis Polanco, Oidores del Real Consejo; D. García de Padilla, Comendador Mayor de la Orden de Calatrava; D. Hernando de Guevara y el licenciado Valdés, del Consejo de la general Inquisición, y el Comendador Francisco de los Cobos, secretario de su Majestad y de su Consejo. En esta junta se vieron las informaciones de los visitadores, los capítulos y condiciones de las paces que se concedieron a los moros, cuando se rindieron, el asiento que tomó de nuevo con ellos el Arzobispo de Toledo, cuando se convirtieron, y las cédulas y provisiones de los Reyes, juntamente con las relaciones y pareceres de hombres graves. Y visto todo hallaron que, mientras se vistiesen y hablasen como moros, conservarían la memoria de su secta y no serían buenos cristianos; y en quitárseles no se les hacía agravio, antes era hacerles buena obra, pues lo profesaban y decían. Mandáronles quitar la lengua, y el hábito morisco, y los baños: que tuviesen la puerta de su casa abierta los días de fiesta, y los días de viernes y sábado: que no usasen las leylas y zambras a la morisca: que no se pusiesen alheñas en los pies, ni en las manos, ni en la cabeza las mujeres: que en los desposorios y casamientos no usasen de ceremonias de moros, como lo hacían, sino se hiciese todo conforme a los que nuestra santa Iglesia lo tiene ordenado: que el día de la boda tuviesen las casas abiertas, y fuesen a oír misa: que no tuviesen niños expósitos: que no usasen de sobrenombres de moros, y que no tuviesen entre ellos Gacis de los Berberiscos, libres ni captivos. Todas estas cosas se pusieron por capítulos, con las causas y razones que los habían movido a ello; y consultado su Majestad, los mandó cumplir. Mas los moriscos acudieron luego a contradecirlos, informando con sus razones morales, como gente que ninguna cosa temía tanto como haber de dejar su traje y lengua natural, que era lo que más sentían; y dieron sus memoriales, y hicieron sus ofrecimientos, y al fin alcanzaron con su Majestad, antes que saliese de Granada, que mandase suspender los capítulos por el tiempo que fuese su voluntad; y con esto cesó la ejecución por entonces.

Todavía el año 1530, estando ausente el Emperador, mandó la emperatriz despachar reales cédulas al Arzobispo, Presidente, Oidores y moriscos de Granada sobre el traje, ordenando se vistiesen las moriscas como las cristianas. Y otra vez acuden al emperador en nuevas súplicas, representando los grandes inconvenientes que de esto se seguirían; y otra vez también nueva disposición de éste mandando suspender las órdenes hasta su vuelta a España.

No quiero dejar de hacer constar que no hace a nuestro propósito entrar en el examen de las causas y motivos que tuvo el emperador así ésta como las demás veces que mandó suspender la ejecución de las disposiciones dadas en orden a la represión de los moriscos: nos saldríamos del asunto: a nuestro intento basta con hacer constar el hecho.




ArribaAbajo

Párrafo III


Otras disposiciones contra los moriscos.-Sus relaciones con el asunto principal.-Consecuencias de su aplicación.-El Arzobispo D. Pedro Guerrero lleva el negocio al Papa.-Felipe II manda celebrar un sínodo al que acuden los sufragáneos del arzobispado.-Sus determinaciones son llevadas al Consejo Real.-Se urgen de nuevo antiguas disposiciones.-Nueva Junta constituida por el Rey.-Capítulos de esta Junta sobre la reforma de los moriscos.-Se ordena su aplicación.


Después de lo dicho tienen lugar tres acontecimientos que, aunque no son de índole religiosa, están muy relacionados con nuestro asunto, e influyen en gran manera en el desenlace de todo; motivo por el cual no podemos prescindir de ellos en absoluto: tales son: el haber quitado a los moros el servirse de esclavos negros, el mandato de llevar a sellar sus armas ante el Capitán General, los que tenían licencia de usar de ellas, y otra orden asimismo de que los delincuentes no se acogieran a lugares de señorío, ni gozasen de la inmunidad de las iglesias más de tres días.

Fundábase la primera disposición en que aquellos esclavos negros de Guinea los compraban bozales para servirse de ellos, con lo cual ellos les enseñaban los errores de su secta, y los hacían a sus costumbres; en todo lo cual además de perderse aquellas almas, crecía con este la nación morisca con menos confianza de su fidelidad. Lo de las armas era un peligro constante, porque los que tenían licencia compraban más de lo que necesitaban, y las vendían o daban a los monfíes y hombres escandalosos. Sucedió por último que las justicias y consejos de los lugares, que eran cabeza de partido, informaron a los Oidores y Alcaldes de la Audiencia Real cómo en los lugares de señorío se acogían y estaban avecindados muchos moriscos que andaban huídos de la justicia por delitos, y teniendo allí seguridad, salían a saltear y robar por los caminos, y los señores de estos lugares, a trueque de tenerlos poblados, los favorecían.

No hacen a nuestro propósito los mil incidentes, reclamaciones, división de pareceres en la aplicación de las ordenaciones, dilaciones y otros tropiezos que en todo esto hubo. Basta a nuestro intento con saber que la persecución contra los malhechores, que se acogían a lugares de señorío, dio por resultado, viendo que tampoco se podían acoger a las iglesias, ni estar retraídos mas de tres días a ellas, que empezaran a darse a los montes, y juntándose con otros monfíes y salteadores, cometían cada día mayores delitos, matando y robando a las gentes, y andando en cuadrillas tan armados, que las justicias ordinarias eran ya poca parte para prenderlos, por no traer gente de guerra consigo. Así de esta manera se iba preparando aquel ejército de monfíes que más tarde tanto había de dar que hacer.

Con estos precedentes se entiende cómo los moriscos anduvieran desasosegados, y cada día lloviesen quejas en Granada de los daños que hacían viviendo como moros, y comunicándose con los moros de Berbería.

Era a la sazón arzobispo de Granada D. Pedro Guerrero, y yendo al Concilio de Trento, llevó consigo el tratar de este punto con el Pontífice Paulo III. El cual, enterado de todo, dio encargo al arzobispo para el rey a fin de que este pusiese remedio en que aquellas almas no se perdieran. Como consecuencia de esto el Rey don Felipe mandó celebrar un sínodo, al que concurrieron los obispos sufragáneos del arzobispado de Granada, los cuales declararon la conveniencia de poner en ejecución los capítulos aprobados en la junta de la Capilla Real. Mandó el Rey el informe al Consejo Real, presidido entonces por el licenciado Diego de Espinosa, obispo de Sigüenza, más tarde Cardenal, y teniendo en cuenta que las tolerancias anteriores no habían servido para otra cosa sino para dar ocasión de nuevos delitos, ahora se acordó no admitir demandas ni respuestas en la ejecución de lo mandado.

Y para proveer en ello mandó Su Majestad, el año de mil quinientos sesenta y seis, hacer una junta en la villa de Madrid, en la cual intervinieron el Presidente D. Diego de Espinosa, el Duque de Alba, don Antonio de Toledo, Prior de San Juan; D. Bernardo de Borea, Vicecanciller de Aragón; el maestro Gallo, obispo de Orihuela; el licenciado D. Pedro de Deza, del Consejo de la general Inquisición; el licenciado Menchaca y el doctor Velasco, Oidores del Consejo Real y de la Cámara: y todos estos caballeros y letrados se resolvieron en que, pues los moriscos tenían baptismo y nombre de cristianos y lo habían de ser y parecer, dejasen el hábito y la lengua, y las costumbres que usaban como moros, y que se cumpliesen y ejecutasen los capítulos de la junta que el Emperador D. Carlos había mandado hacer el año veinte y seis. Y así lo aconsejaron a Su Majestad, cargándole la conciencia. Y para excusar importunidades, no se publicaron hasta que lo enviaron al Presidente de Granada, que los ejecutase.

Primeramente se ordenó que dentro de tres años, de como estos capítulos fueron publicados, aprendiesen los moriscos hablar la lengua castellana, y de allí adelante ninguno pudiese hablar, leer, ni escribir en público ni en secreto en arábigo.

Que todos los contratos y escrituras, que de allí adelante se hiciesen en lengua árabe, fuesen ningunos, de ningún valor y efecto, y no hiciesen fe en juicio ni fuera de él, ni en virtud de ellos se pudiesen pedir ni demandar, ni tuviesen fuerza ni vigor ninguno.

Que todos los libros que estuviesen escritos en lengua arábiga, de cualquier materia y calidad que fuesen, los llevasen dentro de treinta días ante el Presidente de la Audiencia Real de Granada, para que los mandase ver y examinar; y los que no tuviesen inconveniente, se los volviesen para que los tuviesen por el tiempo de los tres años, y no más.

Cuanto a la orden que había de dar para que aprendiesen la lengua castellana, se sometía al Presidente y al Arzobispo de Granada, los cuales, con parecer de personas prácticas y de experiencia, proveyesen lo que les pareciese más conveniente al servicio de Dios y al bien de aquellas gentes.

Cuanto al hábito se mandó que no se hiciesen de nuevo marlotas, almalafas, calzas, ni otra suerte de vestidos de los que usaban en tiempo de moros; y que todo lo que se cortase y hiciese, fuese a uso de cristianos. Y porque no se perdiesen de todo punto los vestidos moriscos que estaban hechos, se les dio licencia para que pudiesen traer los que fuesen de seda, o tuviesen sedas en guarniciones, tiempo de un año, y todos los que fuesen de sólo paño, dos años; y que pasado este tiempo en ninguna manera trajesen los unos ni los otros vestidos. Y durante los dos años, todas las mujeres que anduviesen vestidas a la morisca, llevasen la cara descubierta por donde fuesen, porque se entendió que por no perder la costumbre que tenían de andar con los rostros tapados por las calles, dejarían las almalafas y sábanas, y se pondrían mantos y sombreros, como se había hecho en el Reino de Aragón, cuando se quitó el traje a los moriscos de él.

Cuanto a las bodas se ordenó que los desposorios, velaciones y fiestas que hiciesen, no usasen de los ritos, ceremonias, fiestas y regocijos de que usaban en tiempo de moros, sino que todo se hiciese conformándose en el uso y costumbre de la Santa Madre Iglesia Católica, y de la manera que los fieles cristianos lo hacían; y que en los días de la boda y velaciones tuviesen las puertas de la casa abiertas, y lo mismo hiciesen los viernes en la tarde y todos los días de fiestas: y que no hiciesen zambras, ni leylas con instrumentos ni cantares moriscos en ninguna manera, aunque en ellos no cantasen ni dijesen cosa alguna contra la religión cristiana, ni sospechosa de ella.

Cuanto a los nombres ordenaron que no tomasen, tuviesen, ni usasen nombres ni sobrenombres de moros, y los que tenían los dejasen luego; y que las mujeres no se alheñasen.

En cuanto a los baños mandaron que en ningún tiempo usasen de los artificiales, y que los que habían se derribasen luego; y que ninguna persona, de ningún estado y condición que fuese, no pudiese usar de los tales baños, ni se bañasen en ellos en sus casas, ni fuera de ellas.

Y cuanto a los Gacis se proveyó que los que fuesen libres, y los que se hubiesen rescatado, o se rescatasen, no morasen en todo el reino de Granada, y dentro de seis meses de como se rescatasen saliesen de él: y que los moriscos no tuviesen esclavos gacís, aunque tuviesen licencia para poderlos tener.

Cuanto a los esclavos negros se ordenó que todos los ricos que tenían licencia para tenerlos, las presentasen luego ante el Presidente de la Real Audiencia de Granada: el cual viese si los que los tenían eran personas que sin impedimento ni otro peligro podían usar de ellos, y enviase relación a su Majestad de ello, para que lo mandase ver y proveer: y en el ínterin la persona, en cuyo poder se exhibiesen las licencias, las detuviesen, proveyendo en ello el Presidente lo que más viese que convenía.

Esta fue la resolución que se tomó en aquella Junta, aunque algunos fueron de parecer que los capítulos no se ejecutasen todos juntos, por estar los moriscos tan casados con sus costumbres, y porque no lo sentirían tanto yéndoselas quitando poco a poco: mas el Presidente Don Diego de Espinosa, cansado de los avisos que venían cada día de Granada, y abrazándose con la fuerza de la Religión y poder de un Príncipe tan católico, quiso y aconsejó a su Majestad que se ejecutasen todos juntos.




ArribaAbajo

Párrafo IV


Justificación de las medidas contra los moriscos.-Daños de las dilaciones.-Los mismos Reyes Católicos rectifican su conducta.-Lenidad de Reyes y Prelados en su aplicación.-No se podía transigir con sus costumbres y vicios.-Engreimiento de los moriscos.-Sus esperanzas en el auxilio de turcos y berberiscos.-Profecías y revelaciones de los alfaquíes predicen gran victoria para los moriscos.-La conjuración.-Ocho mil hombres empadronados.-El levantamiento en la ciudad y en la Alpujarra.-Abenfaraz y Abenhumeya.-Persecución sangrienta.


En todas las medidas precedentes y que, en orden a poner coto a los desmanes y corrupciones de los moriscos, se tomaron, campea entre todo un gran celo por la salvación de sus almas, y no menor por la conservación de la fe católica en toda su pureza. Hay que vivir la historia de aquel siglo de fe y entusiasmo religioso, tener en cuenta los que habían precedido de lucha sin tregua por la causa católica, para darse cuenta de lo que valen y significan todas estas pragmáticas, y el sacrificio que supone dar una y otra y muchas veces largas y dilaciones a su cumplimiento. El amor de la fe, y la obligación que los prelados y los reyes creían tener de hacer cuanto pudieran para su conservación, y juntamente la necesidad de reprimir todo conato en los moriscos que tendiera a volver a sus antiguos errores, con daño no solo de sí mismos, más aún de cristianos viejos, explican y justifican estas medidas que, si algo tuvieron de malo, fueron las dilaciones y dispensas, y tan largos años de espera, que hubiesen de producir el natural fruto de que los moriscos se arraigaran más y más en sus errores, y se creyesen al mismo tiempo suficientemente poderosos para resistir y no cumplir lo mandado, interpretando como miedo la tolerancia usada con ellos.

Los mismos Reyes Católicos, que tan adelante habían ido en sus concesiones en las capitulaciones de la paz, comprendieron se habían excedido en las libertades concedidas, y muy pronto se les alcanzó la necesidad de rectificar su conducta. La rebeldía y levantamiento de los moriscos dieron sobrado pretexto y justificaron las primeras medidas que en orden a esto se tomaron, y la falsía, doblez y engaño con que procedían después, y las muestras evidentes de que su conversión no era sincera, y de que en oculto perseveraban en ser tan sectarios de Mahoma como antes, estaban pidiendo a todo trance el remedio. Si los moriscos se habían bautizado, debían vivir como cristianos, y había derecho a exigírselo de cualquier manera que fuese, si querían permanecer en los dominios del Rey de España.

Que en los reyes y prelados hubo siempre buen deseo de ayudarles, de esperarles pacientemente, de ser complacientes con ellos, de atender a sus súplicas de nuevas dispensas y dilaciones, bien se deja ver por las muchas veces que se atendieron sus súplicas, y se suspendieron las órdenes, por los largos plazos que se les dieron para la lengua y los vestidos, y aun las mismas ayudas pecuniarias que se les prometía a los pobres, para poder cumplir con lo relativo a los trajes. Todo lo que suponga de pérdida en los moriscos por la ejecución de la pragmática, es de poca consideración con el daño que suponía para la unidad religiosa, para el bien de las almas, para la paz del reino y para el afianzamiento de la reconquista; y la rebelión que se siguió, por no querer cumplir lo mandado, no se justifica en manera alguna, y mucho menos los excesos que llevaron a cabo. ¿Tanto monta en la vida de un pueblo el cambio de traje? ¿De tanta trascendencia era el dejar una lengua, aunque fuese la suya, que les estaba bien arriesgar su vida por ella? ¿Y tanto era el vivir sin el uso de los baños, sin los cuales se pasaban muy bien sus enemigos? La facilidad con que de todas esas cosas se prescinde hoy en la vida moderna, y en la fusión de pueblos y de razas, tomando por traje, por lengua, por usos y costumbres las que usa y están en boga en la nación en que vivimos, muestran bien a las claras lo que el tiempo vino a descubrir, dando la razón a los que tanto hincapié hicieron, y tanta importancia dieron al prohibir a los moros todas estas cosas, que de suyo no puede negarse son indiferentes en la vida política de un pueblo. Detrás de todo esto se ocultaba otra cosa de más importancia para ellos, y que sirvió de pretexto para la rebelión; como sirvió de causa justificante en los que, por el bien común de la nación y de la Iglesia, una y otra vez tomaron la determinación de hacerla cumplir. Detrás de los zambras y las reuniones a puerta cerrada se ocultaban sacrilegios y abominaciones paganas, que la Iglesia no podía tolerar; los baños eran foco de inmoralidad, con la que no se podía transigir; la lengua y los libros, llenos de supersticiones, alimentaban todo esto; y de la misma manera que los trajes servían de cobertera para mantener siempre vivos, no sólo el culto idolátrico de Mahoma, sino las conjuraciones, la inteligencia con los berberiscos, turcos y piratas, manteniendo siempre latente, pero no menos viva por esto, la posibilidad de una insurrección, y la destrucción por consiguiente de la obra gigantesca llevada a cabo a costa de tanto sacrificio. Y aunque el aspecto político no aparecía tan claro, mejor diré se confundía con el religioso, ambos a dos se juntaban para pedir de consuno las medidas que se tomaron. Y es la verdad, que lo que a un pueblo y al otro movía, lo que en todo esto se arriesgaba, y por lo mismo lo que en uno y otro bando se pretendía, era la defensa del principio religioso. Por la defensa de la fe se interesaban teólogos y prelados; al servicio de la misma ponían sus espadas los Reyes Católicos, el Emperador Carlos V y Felipe II, y por la ley muslímica conjuraban y se insurreccionaban los moriscos. Por eso la rebelión fue despiadada, cruel, y en toda ella no campeaba otro respeto, ni se oyó otra voz que la de la religión, renegando los moriscos de la fe, y predicando y exigiendo a los cristianos viejos, bajo pena de la más cruel de las muertes, la apostasía de su fe secular.

Quizá resulte para muchos un misterio la ceguedad y rebeldía de los moriscos, teniendo en frente todo el poder de Felipe II. Pero ténganse en cuenta varios motivos, bastante poderosos por sí para justificar la temeraria conducta de estos rebeldes. Por una parte, según queda indicado, las dilaciones y largas esperas, consecuencia de múltiples causas que ahora no son del caso, habían engendrado en ellos la creencia de que eran un poder temible a los reyes de España; por otra, la rabiosa desesperación del vencido, que intenta probar fortuna aún a riesgo de perderlo todo, les prestaba el esfuerzo titánico de esta misma desesperación; y no era el menor incentivo para la lucha el motivo religioso que los impulsaba, motivo que, si en todos los pueblos es el más poderoso, en los mahometanos es verdaderamente formidable, por la esperanza de que los que en guerra religiosa sucumban, han de recibir bien mejorado en el otro mundo lo que aquí pierden. Como además contaban con la esperanza, a su juicio segura, de que habían de recibir refuerzos de turcos y berberiscos, sólo les faltaba que hubiese quien les asegurase del triunfo definitivo en nombre de Dios y de su profeta Mahoma, y esta voz del cielo para ellos no faltó.

En efecto; la plebe de todos los tiempos es siempre la misma, y siempre, por desgracia, para esa engañada plebe, hay directores y caudillos que la extravía y la convierte en ciego instrumento de sus ambiciones. La codicia y la soberbia con que Satanás tentó a N. S. Jesucristo cuando le dijo: Todo esto te daré, si cayendo en tierra me adoras, es el arma con que sus instrumentos siempre seducen a las turbas, haciendo brillar ante sus ofuscados ojos la aurora resplandeciente de una felicidad soñada; una victoria segura, una vuelta no menos segura a su antiguo poderío, la humillación y esclavitud del vencedor, la posesión de la tierra perdida, el reinado indiscutible y pacífico para siempre en la misma tierra en que ahora eran servidores y esclavos. He aquí las dulces esperanzas y sueños deliciosos con que sus alfaquíes y directores iban despertando los instintos de aquel pueblo para lanzarlo a la pelea, como el tigre sobre la presa indefensa.

Son notables por cierto los jofores o pronósticos, llovidos del cielo o comunicados a sus alfaquíes, en los que todas estas cosas les prometían, y con los cuales persuadían al pueblo para que se dejase manejar y fraguase la conjuración. Los cuales escritos son los más a propósito para herir la imaginación siempre exaltada de los moriscos. En ellos se empleó un lenguaje simbólico, a veces apocalíptico. Se echa mano de las grandes imágenes que usan los profetas, y hasta se mezclan con mil errores algunas frases de la Sda. Escritura. Parece que sus autores se inspiraron en los lugares más nebulosos de los profetas: hacen pasar ante los ojos del lector cuadros que estremecen, hecatombes formidables, para venir a parar siempre en el vaticinio de su triunfo. «Los sectarios alcoranistas, dice Mármol, que por ventura los habían compuesto, los glosaban trayéndolos por los cabellos al propósito de su pretensión, que era levantar el reino. Feraz Abenferaz y Danel y otros, fueron los que comenzaron a mover al ignorante vulgo diciendo que ya era llegada la hora de su libertad que los jofores decían».

Como si estos incentivos fuesen poco todavía, había otros que «so color de astrología judiciaria, añade el mismo Mármol, les decían mil desatinos, fingiendo haber visto de noche señales en el aire, mar y tierra, estrellas nunca vistas, arder el cielo con llamas y muchas lumbres haciendo bultos por el aire, y rayos temerosos de estrellas y cometas, que siempre se atribuyen a mudanza de estado».

Para que nada faltase hasta la fecha del socorro estaba anunciada que había de ser «cuando el año, dice uno de los jofores, entrase en día de sábado».

Excusado es decir el efecto que todo esto, hábilmente manejado, había de producir en un pueblo fanático, supersticioso, oprimido, con el recuerdo de la libertad y predominio perdido, y ansioso de sacudir el yugo. Con tales apremios y acicates el dudar del éxito de la empresa casi era un delito, un pecado de religión, una ofensa a Alá y a Mahoma su profeta; y la mejor preparación era el estar determinado a proceder a sangre y fuego, con ánimo de exterminarlo todo. Se explica aquel instinto destructor, y aquella inhumanidad, característica sobre todo de los monfíes del ejército de Veraz Abenferaz.

Alentado, pues, con tantas esperanzas de éxito, y confiando también en el gran número de moriscos que había en el Reino de Granada, empezó a tramar la conjuración para un levantamiento general. Púsose a la cabeza Feraz Abenferaz, del linaje de los Abencerrages, tintorero de arrebol del Albaicín, quien comunicó sus planes con otros moriscos de diversos puntos de la Alpujarra, echando a volar la especie de que tenían a su favor armas, gente y socorro de genoveses, y de turcos y moros de Berbería, y como día mas a propósito, por estar en él ocupados los cristianos en la iglesia, eligieron el día de Jueves Santo del año 1568, aunque después se cambió. No dejaron de ser verdad los tratos con los moros de Berbería y otros enemigos, a quienes llamaban en su ayuda. Se dio orden de empadronar ocho mil hombres en los lugares de la Vega, en las alquerías, Valle de Lecrín y partido de Órgiva, a quienes se les pudiera fiar el secreto, y que estuviesen preparados para acudir a la ciudad con bonetes y tocas turquesas en las cabezas. Se fabricaron en los lugares de Güéjar y Güéntar 17 escalas de esparto para subir a la muralla, y se combinó detalladamente el plan de ataque a la vez por diversos lugares de la ciudad, con la ayuda de los moriscos del Albaicín, y los que debían concurrir de fuera de la ciudad.

Sucesos imprevistos hicieron que en algunos puntos se adelantaran, y esto fue causa para evitar una hecatombe en la ciudad; pero no para que el movimiento no corriera como chispa de fuego por toda la Alpujarra, en donde lo embreñado, áspero y montañoso de la parte de la sierra principalmente sirvió a maravilla a los intentos de los rebelados. Fracasada la rebelión del Albaicín, salió Feraz para la Alpujarra. Nombraron en Béznar rey a Hernando de Córdoba y de Válor, con el nombre de Muley Mohamete Aben Humeya, por ser de linaje real, con gran disgusto y no menos grandes protestas de Ferax Aben Ferax, que llegó en esta ocasión a Béznar en son de triunfo. Aunque estuvieron para venir a las manos los dos aspirantes al reinado, pudo componerse todo con que Ferax fuese su alguacil mayor, oficio el más preeminente. Con autorización del Rey, que deseaba quitárselo de delante, entró por la Alpujarra «llevando consigo, dice Mármol, trescientos monfíes, salteadores de los más perversos del Albaicín y lugares comarcanos a Granada».

Lo primero que se hizo en esta guerra, para que a nadie cupiese duda que era guerra de religión, guerra sagrada, fue el apellidar nombre y secta de Mahoma, y mandar predicarla; y en todas las ocasiones imponían el renegar de la fe, so pena de sufrir la muerte. De tal forma que apenas hay muerte de cristianos, que en ocasiones eran verdaderas hecatombes y matanzas de muchos, en las cuales no se empiece por exigir el renegar de la fe cristiana con amenazas, con promesas y cuantos medios emplearon los paganos en los siglos de las persecuciones más fieras y sangrientas: he aquí lo que dice Mármol: «Y a un mismo tiempo, sin respetar la cosa divina ni humana, como enemigos de toda religión y caridad, llenos de rabia cruel y diabólica ira, robaron, quemaron y destruyeron las iglesias, despedazaron las venerables imágenes, deshicieron los altares, y poniendo manos violentas en los sacerdotes de Jesucristo, que les enseñaban las cosas de la fe, y administraban los sacramentos, los llevaron por las calles y plazas desnudos y descalzos, con público escarnio y afrenta. A unos asaetearon, a otros quemaron vivos, y a muchos hicieron padecer diversos géneros de martirios. La misma crueldad usaron con los cristianos legos que moraban en aquellos lugares, sin respetar vecino a vecino, compadre a compadre, ni amigo a amigo; y aunque algunos lo quisieron hacer, no fueron parte para ello, porque era tanta la ira de los malos, que matando cuantos les venían a las manos, tampoco daban vida a quien se lo impedía. Robáronles las casas, y a los que se recogían en las torres y lugares fuertes, los cercaron y rodearon con llamas de fuego, y quemando muchos de ellos, a todos los que se les rindieron a partido dieron igualmente la muerte, no queriendo que quedase hombre cristiano vivo en toda la tierra que pasase de diez años arriba». Y vaya por delante este testimonio de Mármol para que el lector se vaya acostumbrando a las terribles escenas de crueldad y canibalismo que vendrán más tarde.





Arriba
Indice Siguiente