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«Resultando, por último, que, además, de las precitadas injurias contra los frailes en aquellas hojas infames descubiertas en su equipaje, se trataba también de descatolizar, lo que equivale a desnacionalizar, esta siempre española, y como tal siempre católica tierra filipina, escarneciendo nuestra religión sacrosanta y arrojando el lodo inmundo de las más torpes calumnias a la faz augusta del Padre común, etc.».

Los epítetos, tan teológicos, de infames, sacrosanta, inmundo y augusta, tan impropios de un documento oficial, parecen delatar que la mano que redactó este documento estaba más hecha a manejar el hisopo que no la espada.

Véase el interesantísimo y altamente sugestivo trabajo que, acerca de la Vida y escritos del doctor José Rizal, viene publicando en esta misma Revista D. W. E. Retana, trabajo que sé aparecerá en libro, y al cual pienso dedicar el estudio que merece.

 

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Anticipándome a lo que pienso desarrollar en otro artículo, cúmpleme decir que faltan descaradamente a la verdad todos aquellos paisanos míos y catalanes que hablan de persecuciones por parte del Estado. El Estado no ha sido más duro con esas regiones que con otras -tal vez lo contrario-, y si en ellas se elevan más quejas, es porque se siente, más al vivo que en otras, los males de la mala gobernación, que son comunes a todas. Además, como ya he expuesto y pienso remachar, el conflicto no es político, sitio cultural y social. No es la acción del Gobierno, es la influencia social castellana lo que allí se resiste.

En el respecto de la lengua, el Estado español ha hecho muchísimo menos que el francés para imponer la suya, y ha sido muchísimo más liberal, acaso por desidia y por no comprometerse. Si de algo pecan aquí los Gobiernos, son de débiles. Pasan de la indolencia a la impulsividad. Su acción es epiléptica.