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Meléndez Valdés y el Helenismo de la Universidad de Salamanca durante la Ilustración

Antonio Astorgano Abajo


Universidad de Zaragoza


ArribaAbajo Introducción

Hace cincuenta años, la Real Academia de la Lengua pudo dar cierto realce a la conmemoración del segundo centenario del nacimiento de Meléndez, gracias a «los abnegados servicios» de Antonio Rodríguez Moñino, quien publicó sus Poesía inéditas de Meléndez1. Quizá el 250 aniversario merezca menor recordatorio o el interés de la producción literaria del mejor vate extremeño de todos los tiempos sintonice poco con la superficialidad humanística de la tecnológica sociedad que gozamos o sufrimos. Lo cierto es que las efemérides no se están preparando con ningún entusiasmo, a pesar de que la poesía de Batilo, en su aspecto ideológico, es la expresión de un pensamiento ilustrado avanzado, caracterizado por la exaltación de la naturaleza y por un igualitarismo radical, que, en teoría, debía de entusiasmar a cualquiera de los muchos hombres públicos y privados, de todas las ubicaciones políticas, que nos levantan dolor de cabeza aireando muchas de las ideas (progreso, igualdad, fraternidad, amor, etc.) que ya expresó nuestro poeta hace dos centurias, de forma mucho más bella.

Juan Meléndez Valdés estuvo ligado a la enseñanza de las humanidades de la Universidad de Salamanca desde 1772 hasta 1789, donde fue primero alumno, después profesor sustituto y, finalmente, catedrático de Prima de Letras Humanas.

Concepción Herrando resumía en 1975: «Los detalles de la vida de Meléndez en Salamanca desde 1772 a 1789 han sido magistralmente estudiados por don Emilio Alarcos2 y Georges Demerson3. Luis Gil4 ha venido a aclarar un punto oscuro en la cronología de su vida en el periodo inmediatamente anterior a su llegada a Salamanca, que afecta directamente a la iniciación del poeta en los estudios helenísticos5».

Todo lo que conocemos hasta ahora sobre la profesión de la que vivió Meléndez durante su larga estancia en Salamanca se lo debemos al antiguo estudio de Emilio Alarcos García, el cual, aún siendo muy interesante por los datos que aporta, no deja de ser un poco idílico, si no «bucólico», acorde con la poseía del protagonista.

Damos por buena la afirmación de Hernando y la del mismo Alarcos:

Es incuestionable que Meléndez, una vez propietario de la cátedra de Humanidad, seguiría laborando en ella con el mismo entusiasmo y con un método idéntico al que hasta entonces había empleado en ella. En las páginas posteriores hemos de ver cuánto se preocupaba nuestro autor de la enseñanza de las lenguas clásicas y, lo que es más raro aún, de la enseñanza del castellano; lógico es, por consiguiente, el admitir que en su cátedra pondría todos sus amores y que se esforzaría por hacer penetrar a sus alumnos en la esencia del lirismo horaciano y en lo hondo del alma antigua, tal y como se nos aparece en las obras de los grandes clásicos grecolatinos.6



Ciertamente no podemos entrar en el aula donde Meléndez impartía sus clases, pero logramos hacernos una idea bastante exacta de sus tareas como profesor de lenguas, docencia que no estaba rodeada de circunstancias favorables, pues la asignatura de las humanidades era optativa y no se enseñaba con la profundidad suficiente.

Quizá, sea oportuno encuadrar más detenidamente la labor filológica y docente del catedrático extremeño de Prima de Letras Humanas en Salamanca entre 1778 y 1789, para completar algunos aspectos omitidos conscientemente por Alarcos «en obsequio a la brevedad», o facilitados por otras fuentes no tenidas en consideración, como los Libros de Actos Mayores:

Desde que Meléndez fue nombrado catedrático de Humanidades asiste normalmente a todos los claustros a que, como tal catedrático, tenía deber de asistir7. Y no se limita a tomar parte en las discusiones y acuerdos de los claustros, sino que lleva a ellos las propias preocupaciones e inquietudes espirituales, y desempeña diversas comisiones, siempre a satisfacción de sus compañeros. Sería conveniente ir siguiendo, a través de los Libros de claustro, esta actividad de Meléndez; pero en obsequio a la brevedad, sólo nos referiremos a lo más curioso e interesante.8



Demerson añade algunos detalles, destacando el espíritu reformista del poeta extremeño y resume:

En efecto, Meléndez no cesó de luchar por elevar el nivel de los estudios. Cuando obtuvo la cátedra de Humanidades no albergaba apenas ilusiones: en los diez años que llevaba frecuentando las aulas, en los cinco en que venía enseñando como profesor sustituto de las Facultades de Letras o de Derecho, había podido comprobar desde dentro todos los puntos débiles de la vieja institución. Y cuando denunciaba a Llaguno las absurdas cuestiones escolásticas o jurídicas sobre las que, a lo largo del curso, ergotizaban sus colegas con una pasión bizantina, mientras que «los buenos estudios estaban en un abandono horrible»9, sabía lo que estaba hablando. Era cierto que el venerable organismo estaba afectado de senilidad y vivía del prestigio adquirido en otro tiempo.10



Siendo esto cierto, algunos de los datos aportados por Alarcos son demasiado escuetos y en Demerson no aparece claramente delimitada la actividad filológica de Meléndez en el seno del Colegio de Lenguas (físicamente las clases se impartían dentro del Colegio Trilingüe y no en el aulario de la Universidad), la cual fue más rutinaria y menos progresista que en la Facultad de Leyes.

En otro lugar hemos estudiado cómo Meléndez debió la cátedra de Prima de Letras Humanas a la amistad de su amigo Gaspar González de Candamo, juez en el tribunal que enjuició la oposición, y sobre todo, al voto decisivo de Campomanes en el seno del Consejo Pleno del 28 de junio de 1781, quien destacó el premio de poesía otorgado a su égloga Batilo el año anterior por la Academia de la Lengua11. Asimismo hemos analizado las características del alumnado adolescente de Meléndez, nada apto para el lucimiento y aprendizaje serio de una lengua clásica12. También nos hemos ocupado del enconado pleito que Meléndez sostuvo contra su colega el catedrático de retórica, Francisco Sampere, entre 1781 y 1785, por conservar íntegros los 100 florines o 5.500 reales anuales de la renta de su cátedra, lo cual, como es lógico, no beneficiaba el buen funcionamiento del Colegio de Lenguas, cuyos cinco catedráticos estaban divididos en dos bandos iguales (el catedrático de griego, padre Bernardo de Zamora, se mantuvo al margen13).

El periodo de los años 1778-1789 corresponde con la etapa vital de entre los 24 y los 35 años de edad de Meléndez, en la que vivió de la profesión filológica y en la que compuso la mayor parte de su producción poética:

Verdad es que casi todas mis poesías fueron obra de mis primeros años o del tiempo en que regenté en Salamanca la cátedra de Prima de Humanidades; que las pocas [poesías] trabajadas después, lo han sido precisamente en aquellos momentos que la mayor delicadeza da sin escrúpulo al ocio o al recreo.14



Las características de optatividad de la signatura y el poco alumnado de la cátedra de filología de Meléndez le permitía ser cariñoso amigo de sus alumnos más que duro profesor. En estos años Batilo logró congregar en torno a él a una serie de juristas, aficionados a la poesía y a los problemas pedagógicos, a los que trataba como hermanos, en un plano de igualdad en la República de las Letras, según nos recuerda en la «Advertencia» de la edición de 1797:

Téngase a mí por un aficionado, que señalo de lejos la senda que deben seguir un don Leandro Moratín, un don Nicasio Cienfuegos, don Manuel Quintana, y otros pocos jóvenes que serán la gloria de nuestro Parnaso y el encanto de toda la nación. Amigo de los tres que he nombrado, y habiendo concurrido con mis avisos y exhortaciones a formar los dos últimos [Quintana y Álvarez Cienfuegos], no he podido resistirme al dulce placer de renovar aquí su memoria, sin disminuir por eso el mérito de otros que callo, o sólo conozco por sus obras. Ciego apasionado de las letras y de cuantos las aman y cultivan, ni anhela mi corazón por injustas preferencias, ni conoce la funesta envidia, ni jamás le halló cerrado ningún joven que ha querido buscarme o consultarme. La república de las letras debe serlo de hermanos; en su extensión inmensa todos pueden enriquecerse, y si sus miembros conocen un día lo que verdaderamente les conviene, íntimamente unidos en trabajos y voluntades, adelantarán más en sus nobles empresas y lograrán de todos el aprecio y el influjo que deben darles su instrucción y sus luces.15



Llama la atención en este párrafo la ausencia de José Marchena entre los considerados sus discípulos literarios por Meléndez. El 14 de noviembre de 1784 Marchena era examinado de Letras Humanas por los doctores Francisco Sampere, catedrático de retórica, y Meléndez Valdés, catedrático de prima de Humanidades de la Universidad de Salamanca. Desde ese momento hasta la finalización de sus estudios de bachiller en Leyes, Marchena residió en Salamanca y fue discípulo de Meléndez «con quien le uniría muy pronto una fuerte admiración disciplinar, origen de una amistad que habría de prolongarse hasta la muerte del maestro en 1817»16.

En el presente estudio intentaremos describir la actividad más académica del Meléndez helenista, fijándonos en su papel de juez en las oposiciones a la cátedra de griego más importante de la universidad española del momento. Aunque no podemos introducirnos en sus clases para ver el nivel de la docencia, procuraremos atisbar la actividad filológica del dulce Batilo. Procuraremos llegar un poco más lejos que el estudio del benemérito Alarcos, quien sólo se basó en el proceso de la oposición a la cátedra de Prima de Letras Humanas ganada por Meléndez, en un acto pro universitate sobre la Poética de Horacio y en algunos exámenes de preceptores de Gramática17.

El presente trabajo sólo tiene por finalidad complementar la faceta helenística de la biografía de Meléndez, que tanto Demerson como nosotros mismos habíamos dejado anteriormente olvidada por desconocer ciertos documentos.

Pero, fundamentalmente, pretendemos mostrar, en el 250 aniversario de su nacimiento, la línea del reformismo constante y profundo que guió la actitud vital de Meléndez, humanista protegido por Campomanes, en el marco de la contradictoria Ilustración española. Esa es la línea que invariablemente hemos procurado poner de manifiesto en cerca de una treintena de estudios que hemos ido publicando a lo largo de los últimos años.

Resumiendo, intentaremos ver el «amor» al griego y su competencia como helenista del catedrático de Letras Humanas, Meléndez, ciertamente intuido por los estudiosos más agudos, aunque de manera poco concreta, como Antonio Mestre: «Habría que señalar, en el campo del cultivo de la lengua griega, al grupo de Salamanca, debido a la docencia del Padre Bernardo Zamora. [...] Y en la misma Salamanca se formó un grupo de estudiosos, entre los que sobresale Meléndez Valdés, amante de la lengua griega»18. Cerramos un ciclo de tres estudios sobre el helenismo en la universidad de Salamanca de la Ilustración19.






ArribaAbajoEl helenismo en Salamanca antes del Padre Zamora (1764)

Luis Gil y Concepción Hernando han señalado justamente la rutina y lo «mal que andaban las cosas para el griego en la Universidad de Salamanca y en el Colegio Trilingüe» hasta 1764, en que fallece el catedrático Manuel Sánchez Gavilán y cuando el Padre Bernardo Agustín de Zamora gana la oposición a la cátedra de griego20. Sin embargo, queremos llamar la atención sobre el hecho de que el resurgimiento de las décadas de 1770-1790 no habría sido posible sin que una minoría mantuviese viva la llama del helenismo en Salamanca, ciudad de unos 15.000 habitantes a la sazón.

Dejando aparte la vida lánguida del helenismo de la Universidad y de su Colegio Trilingüe, vamos a fijarnos en el vecino e imponente colegio jesuítico, en que profesaban, cuando la expulsión de 1767 (números 1 y 7 de la lista de sacerdotes expulsos de dicho Colegio21), dos magníficos helenistas22, el padre José Petisco (Ledesma 1724 Id. 1800), y el rector, Francisco Xavier de Idiáquez. Ambos habían desarrollado una notable actividad helenística en Villagarcía de Campos, lo que prueba el intenso trasiego educador entre los dos colegios jesuíticos, tal vez con la intención de estimular los estudios humanísticos en Salamanca.

Hervás y Panduro dice de Petisco que «estudió las lenguas eruditas, la filosofía y la teología. Enseñó después la latinidad en Medina del Campo y, después, pensionado por la corte de España, pasó al colegio jesuítico de León, de Francia, para instruirse en todo género de literatura (Véase el artículo [Francisco] Rávago). Vuelto a España enseñó las lenguas griega y hebrea en Villagarcía, y en Salamanca la teología dogmática e interpretó la Sagrada Escritura».

El abate de Horcajo reseña siete impresos y tres manuscritos de Petisco en su inédita Biblioteca jesuítico-española (1973, en el Archivo de Loyola), cuya edición crítica estamos preparando:

Imprimió:

1. M. T. Ciceronis selectae orationes argumentis et votis hispanice illustratae in usum scholarum Soc. I. Villagarciae, 1758. 8.º23

2. P. Virgilii Maronis Bucolica notis hispanicae illustratae &c. Ibídem, 1758. 8.º24

3. P. Virgilii M. Georgica notis &c. Ibídem, 1760. 8.º25

4. P. Virgilii M. Aeneis cum notis &c. Ibídem, 1761. 8.º

5. Grammatica griega. Segunda impresión corregida. Ibídem 1764. 8.º26

6. Anacreontis odae demptis obscenis, perpetua explicatione illustratae. Ibídem, 1761. 8.º27

7. En varias colecciones poéticas se han impreso composiciones latinas y griegas del señor Petisco28.

Manuscritos:

1. Estracto de muchos actos de santos, sacados de la obra «Acta Sanctorum de los jesuitas».

2. Vida del hermano Antonio Bermejo. Esta vida, traducida en italiano, se ha publicado en Venecia. Véase el artículo [Juan José] Tolrá [n.º 24029].

3. Traducción española de toda la Sagrada Escritura con disertaciones críticas30.

De estas obras nos interesa llamar ahora la atención sobre la Gramática griega, las Anacreontis odae demptis y la traducción de la Biblia.

A finales del siglo XVIII hubo en España varios traductores de la Biblia. En 1790 apareció el tomo I de la Biblia Vulgata latina, traducida por el Padre Felipe Scio de San Miguel (1738-1796), ex provincial de las Escuelas Pías y preceptor de los infantes. Aunque fuera la única que vio la luz pública, hubo otras traducciones en el último decenio del siglo XVIII, como la del presbítero leonés Tomás Sánchez Larios de Godoy y ésta del jesuita expulso y humanista consumado José Petisco (1738-1800). Aunque este manuscrito del Padre Petisco no fue publicado, sin embargo, según Teófanes Egido, «al parecer fue aprovechado años más tarde para la Biblia de Torres Amat que competiría con la de Scio ya en el siglo XIX. [...] No estará de más, aunque sólo sea para ver que Carlos IV no sólo estimulaba la traducción de la Biblia sino que la leía, recordar que la propuesta de la traducción nueva y superadora de la de Scio partió de él mismo. [...] El propio Carlos IV urgió la constitución de una junta de expertos para este quehacer que trabajaría sobre el manuscrito de Petisco. En la Junta, presidida por Félix Amat, estaban, entre otros, su sobrino Torres Amat, Antolín Merino, catedráticos de San Isidro, y Joaquín Lorenzo Villanueva, todos los que serían calificados después como jansenistas»31.

El helenista padre Petisco sufrió otros plagios más descarados. El padre Luengo se indignó con «la villanía y latrocinio» que supuso el hecho de que la traducción de los Comentarios de Julio César, realizada por Petisco, fuese publicada por Joseph de Goya «con su nombre propio y dedicándola al rey», sin conocimiento ni aún sin noticia de Petisco, su verdadero autor32.

Respecto al helenismo del Padre Idiáquez (Pamplona 1711-Bolonia 1790), Concepción Hernando nos evoca que en 1758 publica en Villagarcía sus Prácticas e industrias para promover el estudio de las letras humanas, con un apéndice donde se examina el método del Sr. Pluche para enseñar y aprender la lengua latina y griega (Imprenta del Seminario, pp. 141, 8.º) y concluye: «En un rincón perdido de la meseta castellana un grupo de miembros de la orden [jesuítica] cultivaba con amor el griego, poniendo en su cultivo no sólo los desvelos pedagógicos, sino el trabajo manual de la impresión de los textos. A los niveles modestísimos de la época, podría calificarse este raro fenómeno de una especie de renacimiento»33.

Luis Gil recuerda que «a comienzos del reinado de Carlos III, salvo en Salamanca, donde la cátedra se cubrió regularmente en todo el siglo, y en Alcalá, el griego era patrimonio exclusivo de los jesuitas. Por desgracia, exceptuando los loables intentos de Villagarcía de Campos, la Compañía no estuvo a la altura de su responsabilidad histórica y desatendió lamentablemente la enseñanza que le había sido encomendada»34.

Lógico es pensar que los máximos responsables de ese «renacimiento» en Villagarcía lo continuasen en su nuevo destino salmantino y que sus «loables intentos» tuviesen algún reflejo en la minoría helenística de la Universidad.




ArribaAbajo La cátedra de griego en el curso 1784-1785, último de docencia del Padre Zamora. Sustitución de José Ayuso

Enrique Esperabé de Arteaga dice de fray Bernardo de Zamora (1720-1785), carmelita calzado, que «fue nombrado catedrático de griego en 1764. El 5 de febrero de 1765 recibió los grados formularios del licenciado y maestro en Artes. Desempeñó la cátedra hasta 1785»35. Debemos añadir que se había graduado de bachiller en Artes por la Universidad de Salamanca el 30 de octubre de 1762.

La figura del Padre Zamora ha sido justamente ensalzada por Concepción Hernando y por Luis Gil en los estudios citados, con el tono laudatorio que había empleado por primera vez Manuel José Quintana, precisamente al comentar su magisterio sobre Meléndez en la biografía del poeta extremeño: «El maestro Zamora, autor de una gramática griega estimada, pero cuyo genio audaz, alma independiente y carácter franco y resuelto le hacían todavía más estimable que su libro»36.

Sus conocimientos de griego están demostrados en su Gramática, manual en las Universidades de Madrid, Alcalá y los Reales Estudios de San Isidro hasta principios del siglo XIX, señal de que era admirado por los helenistas sucesores y de que había «creado escuela».

Sin embargo, debía tener sus rarezas, a juzgar por su dictamen en la oposición a las cátedras de Humanidades de 1781, pues el maestro fray Bernardo Zamora, «después de expresar con individualidad los respectivos ejercicios de cada uno de dichos opositores, en virtud de los cuales y de otras noticias, así judiciales como extrajudiciales, que dice tiene», ordena según su mérito a los opositores, orden que reproducimos en lo referente a los que también aparecen en la oposición de griego de 1785:

En segundo, al doctor don José Fernández del Campo. En tercero, al bachiller don Dámaso Herrero. [...] En séptimo al bachiller don Juan Meléndez Valdés, si la cátedra es para prosa, y si fuese para poética en primer lugar. [...] Y no hizo [el juez Zamora] mención del bachiller don Francisco Soto porque, en su dictamen, se le debía dar el primer o el último lugar: aquel si sólo se estima la gramática, y ésa sin gusto; y éste [último lugar] si se hace caso de los otros ramos de las letras humanas.



Llama la atención el juicio del padre Zamora sobre Meléndez37, a cuyas clases de griego había asistido el de Ribera del Fresno en los cursos 1772-1774 y quien, en consecuencia, lo debía conocer bastante bien. Si el obispo Bertrán en 1769 calificaba al Padre Zamora de «genio raro»38, su opinión de clasificar a Batilo en séptimo lugar «si la cátedra es para prosa, y si fuese para poética en primer lugar» también es bastante rara, porque no alcanzamos a ver cómo influye la sensibilidad poética en la mejor explicación si son textos grecolatinos en verso o peor si son en prosa. También es raro al calificar al bachiller Soto, preceptor de Gramática en el Colegio Trilingüe, eterno opositor, que, como veremos, en la oposición de griego de 1785 es calificado por Meléndez como «incapaz de sentir una sola hermosura», en lo que coincide parcialmente con el diagnóstico del Padre Zamora.

Por otro lado, los conocimientos de griego del padre Zamora también debían ser bastante «raros», a tenor del comentario del inquisidor Nicolás Rodríguez Laso, alumno suyo y profesor sustituto hacia 176539.

El inquisidor y gran helenista escribe en Roma el 6 de enero de 1789:

Después, fui a la iglesia de San Atanasio, del colegio particular que hay para griegos40, donde asistí al oficio que con gran solemnidad hizo el obispo destinado por la Santa Sede para hacer los pontificales y órdenes en esta iglesia, fray Juan Crisóstomo, menor conventual, natural de Sagura en Tesalia, arzobispo de Durazzo in partibus. Todos los colegiales cantaban muy bien, y observé que el sistema de su pronunciación era distinto del que enseñaba el maestro Zamora en la Universidad de Salamanca y muy conforme al que seguía su antecesor en la cátedra, Gavilán41, especialmente en cuanto a los diptongos y la upsilón.42



La «rareza» del griego del Padre Zamora era fundamentalmente fonética, pues presentaba una pronunciación escolar del griego no sólo diferente a la de su predecesor Sánchez Gavilán, como observa Laso, sino que será ridiculizada en 1775 por José Ortiz de la Peña en sus Elementos de gramática griega, que reseñaremos más adelante. Zamora daba articulación fricativa a los fonemas f, j, z mientras que Ortiz, y suponemos que Gavilán, proponen pronunciarlas como oclusivas. Pero Rodríguez Laso se refiere, en concreto, a la pronunciación de la ípsilon, que Zamora articulaba como la u castellana y Ortiz como la u francesa o i castellana. Al respecto Ortiz ironiza: «Si a un deudor le preguntan, ¿qué upotecas ofrece [...] no se escandalizará de tan ridícula locución, si el que habla es tenido por sabio, o creerá ser burla?»43

A pesar de su entusiasmo por la materia que enseñaba, que prolongaba hasta en su propia celda, sin embargo, el Padre Zamora, dada su enfermedad de apoplejía, faltó bastante a clase durante los dos últimos cursos de su vida. Para lo cual nombró como sustituto a José Ayuso, preparándole el camino para conseguir la cátedra.

Parece que hasta el sábado 4 diciembre de 1784 el «reverendísimo padre maestro» fray Bernardo Zamora asistió con regularidad a las clases de su cátedra de lengua griega, según las observaciones del bedel multador, quien iba anotando las distintas sustituciones en el Asuetero. El sábado 4 de diciembre escribe: «sustituye el señor doctor don José Ayuso»44. El sábado 11 de diciembre: «sustituyó este día, no más, el bachiller don José Guebra». El sábado 18 de diciembre: «Sustituye este día, no más, el bachiller don José Guebra». El lunes 20 de diciembre de 1784, el Padre Zamora aporta la certificación médica de haber estado enfermo: «Trajo estos once días [del 4 al 20 de diciembre de 1784, equivalentes a once días lectivos], certificación de enfermo».

Vemos que Ayuso y Huebra, los dos opositores que serán mejor valorados en la oposición de 1785, alternan en la sustitución del Padre Zamora. Como las inasistencias de Zamora eran cada vez más frecuentes, la Universidad se decide a nombrar un sustituto fijo, en la persona de José Ayuso, quien será su sucesor. Pero como éste, doctor en Leyes, también era síndico de la Universidad, debía faltar algunos días, por lo que pide, a su vez, un sustituto, según instancia del 15 de diciembre de 1784:

Señor rector: Soy sustituto de la cátedra de lengua griega, y con motivo de tener que asistir a la Junta de pleitos, por mi oficio de síndico, necesito encargar la sustitución a otro los días que se celebra dicha Junta, por concurrir ambas ocupaciones a una hora. En cuya atención, suplico a vuestra señoría se sirva permitirme que en dichos días sustituya, por mí, la mencionada cátedra don José González Guebra u otro colegial trilingüe y bachiller por esta universidad, pues en ello recibiré merced. Salamanca y diciembre, 15 de 1784. Dr. Ayuso [rúbrica].



Al margen se lee la concesión del rector, casi cuatro meses después: «como se pide. Salamanca y abril 2 de 1785. Dr. Azpeitia [rúbrica]»45.

El Padre Zamora continuaba faltando a clase durante el primer semestre de 1785: En enero faltó los días 3, 4 y 5 («Vino el 7»). En marzo faltó los días 30 y 31; en abril, desde el viernes 1 hasta el 15 en que «vino». El día 9 de ese mes, el sustituto fue Guebra («sustituye este día, no más, don Josef Guebra»).

Recordemos que el mayordomo hacía una liquidación a cada catedrático al finalizar el curso (el día de San Lucas, primer día del curso siguiente) y que se le descontaba al catedrático titular la asignación del profesor sustituto, si faltaba más de los 15 días que el Consejo de Castilla permitía faltar anualmente (los «moscosos» diríamos hoy).

Al final del curso 1784-1785 el mayordomo hizo la siguiente liquidación, donde vemos que faltó 28 días lectivos:

Reverendo Zamora 241.919 maravedíes. Esta cátedra tiene 100 florines asignados por el Real Consejo en provisión de 27 de septiembre de 1773. Valen por el nuevo 247.350 maravedíes. Sale la lección a 1.671. La leyó y gozó todo el curso el reverendísimo padre maestro fray Bernardo de Zamora, del Orden de carmelitas calzados, quien los ganó, a excepción de 5.431 maravedíes que se bajan por cuarta parte de trece faltas que tuvo de enfermo, de que presentó certificación, a más de los quince días que concede el Real Consejo, los que pertenecen al señor doctor don José Ayuso que las sustituyó, y quedan a dicho reverendísimo 241.919 maravedíes. No ganó jubilación por no haber cumplido dichas faltas. Y la citada cantidad como los florines aumentados a las cátedras de retórica y matemáticas y asignado del sustituto de música, se pagan de los efectos de Arca46, conforme a lo acordado por la universidad en claustro pleno del 15 de junio de 1776.



Al margen: «Reverendísimo Zamora 241.919. Dr. don José Ayuso 5.43»47. El sustituto del sustituto, el bachiller Huebra, tuvo que con tentarse con la retribución moral del prestigio que lo colocará en buen lugar en las previsibles próximas oposiciones a la muerte del Padre Zamora.




ArribaAbajoLa competencia y los trabajos helenísticos del juez Meléndez, anteriores a la oposición de 1785

Gracias a las aludidas investigaciones de Luis Gil y de Concepción Hernando conocemos los estudios helenísticos de Meléndez en el periodo comprendido entre 1767, año en que realiza su primum artium cursum, logicae scilicet en el colegio dominico de Santo Tomás48 en Madrid, y el 8 de noviembre de 177249, cuando, tras haber aprobado el examen de aptitud, es declarado «hábil» para oír ciencia en la Universidad de Salamanca. Luis Gil resume: «Nuestro poeta, en efecto, es uno de los escasos españoles que han conjugado la afición a las antigüedades grecolatinas con un discreto conocimiento del griego»50.


Primer contacto con el griego en los Reales Estudios de San Isidro de Madrid

Meléndez tuvo los primeros contactos con el griego en los Reales Estudios de San Isidro en el curso 1771-1772, según su relación de méritos presentada a la oposición a la cátedra de Instituciones Civiles de Salamanca, con fecha de 1778, donde afirma tener cursados «tres años de Philosophía en el colegio de Santo Tomás de Madrid, dos en los Reales Estudios de San Isidro, el primero de lengua griega y el segundo de philosophía moral»51. Esto mismo se vuelve a repetir en los diversos procesos de las cátedras de Leyes de Toro (1780), de Volumen (1780) y de Digesto (1780)52, a las que opositó Meléndez en Salamanca. Luis Gil le da bastante importancia a este curso 1771-1772, aunque Meléndez se olvida de los estudios realizados en los Reales Estudios de San Isidro en una última Relación de ejercicios literarios, fechada el 6 de septiembre de 1783 y recientemente publicada por nosotros53, a pesar de que una Providencia del Consejo de Castilla de 29 de mayo de 1779 concedía especial mérito a los «ejercicios que los opositores hubiesen hecho en la Real Academia de San Fernando, Seminario de Nobles, Estudios Reales de San Isidro y en la Casa de los Caballeros Pages de mi Real Persona, por ser públicos todos estos estudios y correr a cargo de maestros conocidos, los cuales deberán dar la certificaciones juradas y visadas por los directores y superiores de los tales Estudios»54.

La enseñanza de griego se desarrolló normalmente en los Reales Estudios desde el comienzo de curso. Las oposiciones para cubrir los puestos docentes se habían celebrado dentro de los plazos previstos a fines de enero de 177155, y los nombramientos de catedrático y de pasante de griego recayeron, respectivamente, en Juan Domingo Cativiela y Casimiro Flórez Canseco. Las clases se iniciaron al ritmo previsto, y con normalidad prosiguieron durante el primer trimestre del curso hasta que, llegado el mes de enero de 1772, el catedrático estimó que sus alumnos estaban ya en situación de pasar a la enseñanza de la «sintaxis». Fue entonces cuando se produjo, en presencia del alumnado, entre el director del centro, don Manuel Villafañe, y el titular de la asignatura, un violento choque, que perturbó la buena marcha de las clases y debió de grabarse en el ánimo del harto sensible adolescente que era a la sazón Juan Meléndez Valdés.

Luis Gil narra los hechos de este enfrentamiento con cierto detalle56, consistente en lo esencial en que el director Manuel Villafañe y el profesor sustituto, Flórez Canseco, querían adoptar como texto de la clase de griego la gramática del padre Zamora57, catedrático de Salamanca y antiguo maestro de Flórez Canseco, mientras que el catedrático propietario, Cativiela, deseaba a toda costa explicar por la gramática del Seminario de Padua.

Llegado el momento de comenzar la segunda fase del curso, la enseñanza de la sintaxis, en enero de 1772, Juan Cativiela recomendó a sus alumnos la gramática del Seminario de Padua58, por estimarla la «mejor y ser notorio que es una de las más solemnes que circulan por el orbe literario». Con ello se oponía al deseo de don Manuel de Villafañe, quien pretendía imponer la de fray Bernardo de Zamora, recién publicada en Madrid a fines de 1771. El director, amparado en una pretendida resolución del claustro favorable a Zamora, penetra en el aula de Cativiela y le ordena, en presencia de los alumnos, que «previniese a sus discípulos que, respecto de haber a mano copia de ejemplares de la citada gramática, la comprasen luego». Cativiela se acaloró y respondió «que no quería hacerlo, si el rey no se lo mandaba, con otras expresiones muy impropias, y de tan perverso ejemplo para sus discípulos circundantes que dieron lugar a que uno de ellos perdiese el debido respeto al director». Cativiela, un ejemplar defensor de la libertad de cátedra, justifica su actitud por el hecho de haber reconocido en conciencia que la gramática de Zamora «no debía admitirse para una perfecta enseñanza pública, no sólo por desconocida entre los literatos, sino también por traer los preceptos gramaticales en unos versos durísimos y obscurísimos, estar falta de algunas reglas, manca y obscura en otras»59.

No procede relatar los detalles del enfrentamiento que concluyó cuando el Consejo, prudentemente, el 16 de enero, decide levantar la sanción a Cativiela y ordenarle adoptar la gramática de Zamora, mientras una comisión de expertos no dirimiese la polémica60.

Sin embargo, la polémica sirvió a Meléndez para tener un primer contacto con las peleas entre catedráticos, que sufría en propia carne en la universidad de Salamanca, y para conocer la personalidad y la gramática del Padre Zamora, calificada por Cativiela, en instancia del 17 de enero de 1772, de oscura y de plagio: «pues la Gramática de este carmelita, fuera de ser en muchas partes oscura, como obra compuesta de centones, está falta de algunas reglas y manca en otras muy útiles»61.




Profundización del estudio del griego con el Padre Zamora en Salamanca

Con estos antecedentes, Meléndez llega a Salamanca con ansias de aprender griego en las clases del Padre Zamora, sobre todo el año 1773, como consta por los repetidos informes de méritos de sus sucesivas oposiciones a cátedras. Asiste durante los cursos 1772-1773 y 1773-1774 a la cátedra de lengua griega y durante el curso de 1774-1775 a la de «prima de Humanidad regentada por el reverendo Alba»62.

En el último curriculum conocido de Meléndez, los Ejercicios literarios de septiembre de 1783, se incluyen los estudios de griego, siempre bajo el cobijo del Padre Zamora:

6. Que asistió a la cátedra de lengua griega [del Padre Zamora] con puntualidad y aprovechamiento el curso de 1773.

[...]

10. Que ha sustituido las cátedras de Lengua Griega y la de Prima de Letras Humanas en los cursos de 76 y 77, en las ausencias y enfermedades de sus propietarios.



Meléndez sacó provecho de estos estudios helenísticos y sin duda conocía la exigencia de los mismos para todo futuro profesor de humanidades, establecida por el plan de estudios de 1771, y su utilidad para optar a alguna de las cinco cátedras «raras» del Colegio de Lenguas:

Bien instruidos de la sintaxis latina y griega, pasarán los muchachos sucesivamente a las cátedras de latinidad, humanidad y retórica [...].

El catedrático de latinidad equivale a maestro de mayores, y perfeccionará a los muchachos en la traducción, composición y elegancia de la lengua latina y del griego [...].

El de humanidad explicará la prosodia, la métrica y la mitología en los dos idiomas latino y griego.63



¿Pensaba Meléndez dedicarse a la docencia de la filología desde muy joven y decidió prepararse para ello? Parece deducirse que fue en Salamanca donde Meléndez aprendió realmente griego y no en el accidentado curso 1772-1772 en los Reales Estudios de San Isidro de Madrid. No descartamos, a diferencia de lo que piensa Alarcos, que el poeta extremeño asistiese como un colegial trilingüe más, en cuyo Colegio se impartían todas las clases de filología según lo ordenaba el Plan de Estudios de 1771, a las arduas lecciones de su Gramática que el padre Zamora hacía aprender de memoria a sus alumnos, gramática que había compuesto praesertim quod ad «para deigmata» nominum et verborum attinet quae declinationes et conjugationes vulgo dicuntur, según el método que el propio Zamora defiende en una oración dirigida a sus alumnos de studio Linguae Graecae recte instituendo64 en la inauguración del año académico 1778-1779. Y frente a esto, Alarcos expresa su perplejidad:

No se nos alcanza qué atracción o qué interés tendría [la asistencia a las clases del Padre Zamora] para Meléndez, que ya había cursado un año de griego. Lo probable es que Meléndez asistiese a los cursos del Padre Zamora, no tanto por oírle explicar los elementos gramaticales como por seguir las versiones que se hacían en sus clases y recoger sus comentarios a los textos traducidos. El Padre Zamora, en efecto, después que los alumnos habían aprendido a declinar y conjugar, dedicaba las horas de clase a traducir y comentar gramatical, literaria e históricamente algún texto. Comenzaba generalmente con las fábulas de Esopo o las odas de Anacreonte, y seguía luego con las obras de Luciano, Demóstenes, Safo, Alceo, Píndaro, Teócrito o los Padres de la Iglesia.65



Pensamos que si el curso de griego del año 1771-1772 hubiese sido considerado fundamental por Meléndez y hubiese sido muy fructífero, no se hubiese olvidado del mismo en una representación, la de septiembre de 1783, dirigida al Consejo de Castilla, presidido por el helenista Campomanes, máximo protector de los Reales Estudios, «quien hizo por los estudios helenísticos en España más que nadie hasta entonces había hecho»66. La enseñanza principal que el adolescente extremeño (17 años) sacó de este primerizo y conflictivo curso madrileño fue la conclusión de la importancia del conocimiento del griego.

Luis Gil complementa a Alarcos y encuentra la explicación a la obligación accesoria que se impone Meléndez en su deseo de formarse en el campo filológico:

Evidentemente hay algo de verdad en esto [lo dicho por Alarcos], sobre todo en lo que al segundo año de asistencia se refiere, pero, una vez conocida la experiencia de Meléndez como alumno en San Isidro, podemos encontrar inicialmente otros móviles a su decisión de concurrir, imponiéndose una obligación accesoria a las suyas como estudiante de Leyes, a las explicaciones del helenista salmantino [Padre Zamora]. Uno de ellos, quizá el más poderoso, fuera la curiosidad de conocer personalmente al autor de aquella gramática que provocó tan graves escándalos entre su profesor en los Reales Estudios y el director del centro. Otro, no menos fuerte, el de escuchar la exposición coherente de una doctrina gramatical y no la mención continua de sus errores, que, con mayor frecuencia de la debida, haría muy probablemente Cativiela en sus forzados comentarios al arte de Zamora. Curiosidad crítica y deseo de formarse con cierta solidez en griego fueron los motivos que impulsaron al joven poeta a recibir sistemática enseñanza de esta lengua, porque de sus experiencias matritenses sacó la conclusión de la importancia de su conocimiento67.

Según Luis Gil la afición anterior de Meléndez a los estudios helenísticos es anterior a su llegada a Salamanca: «Si no nos equivocamos, esa profunda convicción no se fraguó en las aulas salmantinas: al menos en lo atañente a la lengua griega, es muy probable que la trajera consigo. Las violentas disputas de Cativiela y Villafañe, las maliciosas observaciones quizá del pasante Flórez Canseco, habían inculcado en su sensibilidad de adolescente la vaga idea de que algo en que tanto apasionamiento se derrochaba no podía ser cosa baladí».68

Sin duda, para Meléndez las clases de Zamora tenían interés por la versión y análisis de textos, habida cuenta de que ya había estudiado los rudimentos de lengua griega y debía tener un nivel de conocimientos igual o superior al de los alumnos del Trilingüe. El catedrático salmantino, una vez que sus discípulos sabían declinar y conjugar, dedicaba las clases a traducir y comentar gramatical, literaria e históricamente algún texto. Así se deduce del prólogo de su gramática y de su oración De studio linguae Graecae recte instituendo, antes citadas y comentadas por Alarcos.

Luis Gil intuye que «las relaciones de Meléndez con su nuevo maestro salmantino [Padre Zamora] debieron de ser, si no tan cordiales como corrientemente se supone, al menos bastante buenas. Sugiérelo así no sólo el mutuo acuerdo que reinó entre ambos, años después, cuando, siendo ya Meléndez catedrático de humanidades, obraron de mutuo acuerdo en la Junta salmantina de las letras humanas, sino el hecho de que en el curso de 1775-76 ocupara, como sustituto, la cátedra de lengua griega69. Pero estas buenas relaciones no presuponen que Meléndez adoptase frente a la obra y al método de Zamora una actitud acrítica de aceptación beata. Cuando menos, cierta predisposición adversa a su gramática ya se encargaron de imbuírsela bien en los Reales Estudios70».




Primera traducción griega conocida de Meléndez

Según Polt, de las poco menos de quinientas poesías que conservamos de Meléndez, casi la décima parte son traducciones, propiamente dichas; es decir hechas deliberada y abiertamente de sus respectivos poemas. Las tres cuartas partes de estas traducciones lo son del latín; las demás son del griego, del francés y del italiano71. Además habría que añadir imitaciones, más o menos libres de tal o cual poema y las apropiaciones de unos cuantos versos en el contexto de múltiples composiciones melendezvaldesianas, como ha puesto de manifiesto Ramajo Caño72.

En 1772 Meléndez había comenzado una traducción de la Iliada, que quiso continuar en 1802, sin pasar de los primeros trescientos versos, hoy perdidos, según la correspondencia con Jovellanos, analizada más adelante.

El cenit de la formación helenística de Meléndez podemos fijarla en 1775, cuando, siendo todavía estudiante y sin el grado de bachiller, se atrevió a publicar la traducción de una poesía en los prolegómenos de la gramática griega de José Ortiz de la Peña.

La oscuridad de algunos pasajes de la gramática del Padre Zamora y algunos fallos relativos a la pronunciación, como los anotados por el inquisidor Nicolás Rodríguez Laso en 1789, antes aludidos, condujeron cuatro años después de publicarse la gramática de Zamora a la aparición de los ya citados Elementos de la Gramática Griega para facilitar la traducción de esta lengua sin viva voz de maestro en pocos días.

Siguiendo el estudio de Luis Gil y Concepción Hernando, nos fijaremos brevemente en esta gramática porque en ella está inserta la primera poesía publicada de Meléndez y porque nos muestra a un Meléndez íntimamente ligado, desde sus años estudiantiles, al Colegio Trilingüe, del que Ortiz era profesor. El autor, de quien no tenemos otra noticia que los datos de la portada, pretende -como asegura en el «Prólogo al lector»- hacer una obra pedagógica recogiendo en un breve volumen sus observaciones de clase en el Trilingüe, y dispone «un méthodo capaz de facilitar la traducción en ocho días». Su propósito es el de «facilitar, cuanto es posible, el estudio de una lengua, cuya ignorancia no solamente es vergonzosa, sino también perjudicial para el adelantamiento de las ciencias». El público a que se dirige son los «muchos literatos deseosos de instruirse en lo elemental de esta lengua y que ya por la edad, ya por la graduación, no pueden, ni les sería decente concurrir con los jóvenes a las aulas públicas para tomar su apetecida instrucción». Afirma que la escribe a instancias de algunos doctores de la Universidad que no lograron salir de dudas manejando las gramáticas al uso, y pensando en la obligación impuesta por el Plan de Estudios de 1771 al estudiantado universitario de cursar un año de griego:

El Real y Supremo Consejo de Castilla [Campomanes] ha establecido, en el nuevo método de estudios dirigido a mi Universidad, por regla general, que todos los cursantes asistan a un curso a la cátedra de lengua griega, de modo que no puedan ser admitidos a oír facultades mayores sin esta circunstancia y previa disposición. Este precepto superior, aunque justísimo, ha producido en los profesores una especie de desaliento, que les figura desde luego ser mucho atraso el de un año en la carrera escolástica, sin fijar la consideración en las utilidades que se consiguen por este medio. Yo creo utilísimo este año, que muchos juzgan por atraso; pero también juzgo que si la instrucción que se desea en lo elemental de esta lengua, puede facilitarse en menos tiempo, y tal vez, en los fines del estudio de la gramática latina, sería un medio utilísimo y poco gravoso para los estudiantes. Este compendio ayudado de la viva voz del maestro bastaría para conseguir, aun en los niños, esta instrucción en pocos días; y si se probara y experimentara este medio, no sería poca la utilidad de su publicación y establecimiento.73



Ya sabemos que esa regla general de obligar a asistir a un curso de griego a «todos los cursantes» nunca se aplicó. Según Concepción Hernando, «la gramática de Ortiz de la Peña (111 páginas en cuarto) es una obra coyuntural, cuyo mérito reside en la claridad de las normas adoptadas para la pronunciación escolar, en la concisión de la doctrina reducida al mínimo, el esquematismo de los paradigmas y la supresión de los versos engorrosos que, lejos de facilitar el aprendizaje de los hechos, venían a complicarlos innecesariamente. Se sitúa, pues, en la misma línea del jesuita José Petisco y, dado su carácter elemental, no tuvo gran difusión fuera del ámbito del Trilingüe salmantino. No aparece citada en ninguna parte».74

Esta primeriza poesía impresa de Batilo tiene poca historia estética. Entre los epigramas de varios autores que aparecen al frente de la Gramática de Ortiz de la Peña, hay uno en griego de José Lasso de Dios, «sumamente defectuoso y a duras apenas comprensible», del cual Meléndez logró hacer una correcta traducción en el molde del soneto de circunstancias que empieza: «¿Oh varón consumado en toda ciencia...»75.




Actividades helenísticas de Meléndez en los cursos 1775-1778

Durante los tres años que van desde que aprobó el examen de bachilleramiento en Leyes (agosto de 1775) hasta que consigue el nombramiento de profesor sustituto de humanidades (octubre de 1778), Meléndez continuó ligado al aprendizaje de las humanidades en general, y del griego, en particular, al tiempo que seguía cursando la licenciatura en Leyes, según se desprende de su correspondencia con Jovellanos. Estos cursos coinciden con una intensa actividad poética, de tono anacreóntico, desarrollada por un joven de entre 21 y 24 años de edad.

Concepción Hernando ha seguido estas ocupaciones helenísticas de Meléndez76. Como sabemos, el joven poeta tenía ya una formación lo bastante amplia en las lenguas clásicas y, en concreto, en griego, como para sustituir durante el curso 1775-76 dos meses la cátedra de lengua griega77.

Por la correspondencia entablada entre Jovellanos y Meléndez Valdés desde 1776, tenemos noticia de los ensayos como traductor de nuestro poeta. Por consejo de Jovellanos emprendió la traducción de la Iliada, como lo dice en carta de 3 de agosto de 1776:

Excitado de lo que Vuestra Señoría me escribe, he emprendido algunos ensayos de la traducción de la inmortal Iliada y ya antes alguna vez había probado esto mismo; pero conocí siempre lo poco que puedo adelantar; porque supuestas las escrupulosas reglas del traducir quedan el obispo Huet78 y el abate Regnier en su disertación sobre Homero, y la dificultad en observarlas, el espíritu y la majestad y la magnificencia de las voces griegas dejan muy atrás cuanto podamos explicar en nuestro castellano y por mucho que el más diestro en las dos lenguas y con las mejores disposiciones de traductor trabaje y sude, quedará muy lejos de la grandeza de la obra. Las voces griegas compuestas no se pueden explicar sino por un grande rodeo, y los patronímicos y epítetos frecuentes y que allí tienen una imponderable grandeza, no sé si suenen bien en nuestro idioma. Esto hace que precisamente se ha de extender la traducción un tercio más que el original, como sucede a Gonzalo Pérez en su Ulixea y esto le hará perder mucho de su grandeza. Yo en lo que he trabajado, que será hasta trescientos versos, procuro ceñirme cuanto puedo, y hasta ahora, con ser la versión sobrado literal, calculando el aumento de los versos hexámetros con respecto a nuestra rima, apenas habrá el ligero exceso de veinte versos. Espero que en todo este mes y el siguiente tendré acabado el primer libro [...] y si vuestra señoría gusta verlo, lo remitiré para entonces [...].79



A esta traducción, de cuyas dificultades tan consciente estaba, Meléndez alude en ulteriores cartas a su corresponsal: «Vuestra señoría dirá que para qué me he traído la Iliada ni nombro a Homero, no haciendo nada de provecho ni cumpliendo mi palabra dada». Meléndez no avanzaba en sus estudios humanísticos porque, como en muchas ocasiones a lo largo de su vida, se estaba interponiendo su faceta de jurista, en concreto, estaba preparando el examen de licenciatura en Leyes:

En el año que viene [1779] saldremos de este apuro [el citado examen] y entonces verá vuestra señoría si el numen de Jovino me anima, y el deseo de agradarle me enciende de manera que cante de Aquiles de Peleo


La perniciosa ira, que tan graves
males trajo a los griegos, y echó al Orco
muchas ánimas fuertes de los héroes
que las aves y perros devoraron
[...]

Esta traducción pide una aplicación cuasi continua, y una lección asidua de Homero, para coger, si es posible, su espíritu. Yo, embebido en el original, acaso haré algo; de otra manera no respondo de mi trabajo; pero esto pide una carta separadamente, en que yo informase a vuestra señoría de todas mis miras y pensamientos.



Esto escribe desde Segovia el 11 de julio de 177880. Meses más tarde, cuando recibe la regencia de la cátedra de humanidades, manifiesta su satisfacción y su esperanza de que «nuestros pensamientos sobre Homero podrían efectuarse mucho mejor81». El joven sabio Menéndez y Pelayo apostilla: «no tengo otra noticia de esta versión82». Ni creemos que Meléndez fuese muy lejos en este empeño, pues, sin duda, el estro épico no iba con el temperamento del poeta y jamás terminó su intento. Sin embargo, este entretenimiento traductor sirve para demostrarnos que ocho años antes de la oposición a la cátedra de griego de 1786, Meléndez conocía perfectamente el original de Homero, objeto del primer ejercicio de la oposición, de manera que su criterio de juez se pudo imponer fácilmente a sus mediocres compañeros-jueces.

Otros autores griegos que tradujo Meléndez Valdés son Epicteto y Teócrito. En carta a Jovellanos del 2 de agosto de 1777, tras confesar que le gusta más Epicteto que Séneca, le comunica al asturiano que al filósofo griego «cuando aprendía griego, le traduje todo, y aun tuve después ánimo de hacerlo con más cuidado para mi uso privado83».

El 18 de octubre de 1777 dice: «en acabando de copiar y poner en limpio dos traducciones mías de dos idilios del sencillo Teócrito [...], anudaré el hilo roto y proseguiré contando mis cosas84». Se trata del Idilio II de Teócrito, «Las hechiceras», traducción hoy perdida, y del Idilio XX, «El vaquero», tradicionalmente atribuido a dicho autor griego, aunque ya no se considera suyo. En la edición de las poesías de Meléndez Valdés no se incluyeron estas traducciones, pero Cueto pudo recoger la del Idilio XX, que permanecía inédita. No nos resistimos a reproducir la valoración de un casi adolescente Menéndez Pelayo (está firmada en Santander el 23 de enero de 1875 y había nacido en la misma ciudad el 3 de noviembre de 1856), donde se juzga a Menéndez mejor helenista que José Antonio Conde: «Está hecha con grande inteligencia del original, aunque en versos no tan fluidos y armoniosos como los que de continuo usaba Meléndez en sus poesías originales. Demuestra, no obstante, sus buenos conocimientos helenísticos y en conjunto es harto superior a la que años después hizo D. José Antonio Conde»85.

Hernando la juzga bella y sencilla, a pesar de su amplificación, pues los 45 hexámetros del autor griego se convierten en 69 endecasílabos castellanos, es decir, más de ese tercio de amplificación que le salía en su traducción de Homero86. Va precedido del argumento: el desdén que una bella ciudadana hace del amor de un rústico pastor87.

Respecto al admirado Anacreonte, no nos consta que Meléndez llegase a traducirlo. Alarcos sugiere con harta verosimilitud que Meléndez tradujera también a Anacreonte por sus alusiones al poeta griego: «El continuo estudio que he puesto por imitar en el modo posible al lírico de Teyo y su graciosísima candidez88».






ArribaAbajoEl trasfondo de la oposición a la cátedra de griego de 1785

Luis Gil habla del trasfondo de la oposición de 1764, ganada veinte años antes por el fallecido Padre Zamora, y su lucha por dignificar la enseñanza del griego89. Ahora, en 1785, vamos a ver que Meléndez, en plena guerra renovadora contra el sector mayoritario conservador del claustro, consigue una pequeña victoria al imponer su candidato en la cátedra de griego, su amigo, bastante reformista y también doctor en Leyes, don José Ayuso. Pero era una victoria menor y en el campo de las humanidades, bastante menospreciado por los políticos de la época, a excepción de Campomanes, como ha puesto de manifiesto Luis Gil90 y más recientemente, con su maestría habitual, Antonio Mestre91. Veremos que el grupo reformista de Meléndez y de Ramón de Salas estaba perdiendo la guerra de las reformas en el campo de la Facultades Mayores (especialmente en la de Leyes92).

El Padre Zamora fallece el 30 de noviembre de 1785 y, a la semana siguiente, la Junta de lenguas del 6 de diciembre de 1785 ratifica el nombramiento de José Ayuso como sustituto permanente de la cátedra de griego, lo cual era un paso importante para ganar la oposición de dicha cátedra. Recuérdese el gozo que manifestaba Meléndez a Jovellanos cuando en octubre de 1778 consiguió la sustitución permanente de una de las cátedras de Humanidades, que a la postre obtendría en propiedad:

He venido a buen tiempo, pues vine al de la vacante de una cátedra de Humanidades, que regentaba en sustitución el maestro Alba, de los agustinos, y que la universidad ha proveído en mí de la misma manera. Su asignatura es de explicar a Horacio, y yo estoy contentísimo por repasar ahora, que no tengo ya cátedras, todo este lírico, y porque también es la sustitución, contando como cuento con el favor de Vuestra Señoría, un escalón casi cierto de la propiedad.93



Como el extremeño siete años antes, ahora Ayuso podía comenzar a forjar proyectos para el porvenir, aunque la alternancia entre el mundo literario y jurídico fue más completa y perfecta en Batilo. Nadie diría después de leer esta carta de Meléndez, centrada en lecturas literarias, que nuestro profesor interino de humanidades, acababa de firmar la oposición a la cátedra de Instituciones Civiles de la Facultad de Leyes. Meléndez apoyó el nombramiento de Ayuso como profesor sustituto.

En la dicha ciudad de Salamanca, a 6 de diciembre de 1785, se congregaron en la sala de juntas de esta Universidad los señores D. José Azpeitia, rector, y los doctores don Francisco Sampere, don Gaspar Candamo y don Juan Meléndez, y el bachiller Bárcena, y acordaron confirmar el nombramiento de sustituto que hizo el reverendo padre maestro Zamora en el doctor don José de Ayuso, el que ha estado sustituyendo dicha cátedra en el presente curso en sus ausencias y enfermedades, en virtud de la facultad que concede el Plan de estudios de dicho Colegio, con lo que se concluyó esta Junta y firmaron los señores rector y doctor don Sampere y Candamo y ante mí el secretario de que hoy fe.94



Sabemos que Ayuso había sido el sustituto durante el curso anterior (1784-1785), a propuesta del Padre Zamora, lo cual no deja de ser una preeminencia y distinción del carmelita hacia su discípulo preferido.

Pero los asuntos de la Junta de Lenguas, incluida la tensión que la próxima oposición pudiera provocar, eran puro trámite y de menor importancia, en comparación con la batalla académica e ideológica que se libraba en la Facultad de Leyes, como demuestra el desagradable episodio que Meléndez, en su calidad de doctor en Derecho, sufrió al día siguiente en la Junta de Derechos95.

En efecto, el 7 de diciembre de 1785 se había convocado dicha Junta «a efecto de oír una proposición de el señor doctor Ramón de Salas sobre pedir dictamen a la Junta acerca de las conclusiones que quería defender en su acto pro universitate, que se le había señalado para el día 15 del corriente [diciembre de 1785], y que el censor regio [Fernández Ocampo] no le quería permitir imprimir, sin darle, razón de esta detención. Prometió el doctor Salas a la Junta sujetarse en todo a su dictamen, quitando y borrando y añadiendo lo que gustase, protestando que si erraba en ellas [las conclusiones] lo hacía inculpablemente y que por eso buscaba el dictamen de quien pudiese enseñarle. Pidió también testimonio de todos los actos [pro universitate] que se han tenido en el curso pasado y en el presente. Y hecha dicha proposición, se pasó a votar de esta forma [...]»96.

El grupo reformista, encabezado por Meléndez y Salas, era consciente de su minoría. Por eso Salas adopta una postura bastante sumisa, pero Meléndez es claro y contundente en la defensa de sus ideas reformistas, un mes antes de su activa participación en la oposición de griego, caracterizada por el afán de trabajo y «la honesta libertad», íntimamente relacionada «con el estado floreciente o atraso de las letras»:

El Sr. Dr. Menéndez dijo: que le parece que la Junta está en obligación de dar su dictamen a las conclusiones presentadas por el doctor Salas, porque cree que dicho doctor puede pedirle [el dictamen] sobre cosas pertenecientes en su Facultad, cual es ésta; que tampoco debe retraernos el ser el examen de dichas conclusiones trabajoso, porque en la Universidad y en cosas pertenecientes a las letras no debemos rehusar el trabajo. Y que también le parece que las facultades y el empleo de censor regio no deben ser para extinguir la honesta libertad que debe tener todo hombre de defender cuestiones opinables, como de ellas no pueda racionalmente temerse algún daño; y que le parece que la Facultad debe meditar con seriedad este último punto, por la íntima conexión que tiene con el estado floreciente o atraso de las letras.97



Es bonita esta idea de trabajar en favor de la libertad de pensamiento y ligarla a la idea de progreso, tan querida por Meléndez, estudiada por Elena de Lorenzo98 y por nosotros99, desde perspectivas distintas. A pesar de que la petición de Salas contó con el apoyo del rector, Joseph Azpeitia, sin embargo salió derrotada:

El señor rector dijo: le parecía que la junta debe dar su dictamen al doctor Salas, sin tocar a las facultades del señor censor regio. Y así tratado y conferido y votado se acordó: que en las actuales circunstancias no puede dar la Junta su dictamen sobre las conclusiones que se han presentado por el señor doctor Salas, y, en cuanto a los testimonios pedidos por dicho señor doctor, que ocurra al claustro [pleno]. Con lo cual se concluyó esta Junta que firmaron los señores rector y doctor Robles. Por ante mí, el secretario de que doy.100



Vamos a detenernos brevemente en las votaciones dentro de la Junta de Derechos para ver la fuerza del grupo de Meléndez. De los nueve, asistentes votaron en contra de la petición de Salas cinco (doctores Machado, Robles, Roldán, Borja y Pozo). Claramente a favor, sólo el rector y Meléndez, como hemos visto.

Intentando conciliar ambas posturas se sitúan las opiniones de Sampere y el aragonés Martín de Hinojosa (amigo personal de Meléndez). Nos interesa ver la reacción de Francisco Sampere, doctor en Cánones, catedrático de retórica y primer juez en la próxima oposición a la cátedra de griego. Sabemos que entre 1780 y 1784 hubo serios enfrentamientos dentro del Colegio de Lenguas por la aplicación del derecho de opción de rentas entre las cátedras de dicho Colegio. Sampere y Meléndez encabezaban los dos bandos enfrentados101.

El voto de Sampere a finales de 1785 da a entender que se habían superado las diferencias y que el catedrático de retórica apoyaba a Meléndez, lo cual explicaría que el catedrático extremeño llevase la voz cantante en el desarrollo de la oposición a la cátedra de griego en el mes siguiente:

El señor doctor Sampere dijo: Que [en] las actuales circunstancias, para evitar todo recurso, que la Junta dipute o nombre dos comisarios que estén con el censor regio para que, buenamente, se terminen las diferencias sobre las conclusiones; y que se convengan en las que se deban presidir, según apetece el señor doctor Salas.102



En resumen, la mayoría conservadora de la Junta de Derechos dejó en una postura bastante desairada al grupo reformista de Meléndez ante la arbitraria decisión del censor regio Fernández Ocampo, precisamente el mismo día en que se inicia el proceso de las oposiciones a la cátedra de griego. En este sentido parece que los humanistas del Colegio de Lenguas defendían los mismos intereses, «con la fuerza de carácter y oposición» de que habla Mestre, aunque no conviene exagerar la idea de oposición (los verdaderos detractores serán los alumnos de este Colegio de Lenguas, como Manuel José Quintana y José Marchena) ni la de «círculo de los humanistas salmantinos»103, pues cada uno intentaba abrirse camino en la vida por su lado, de manera que, después de haber adquirido una espléndida formación clásica, pocos permanecieron en Salamanca. Meléndez volvió, pero desterrado.




ArribaAbajo La convocatoria de la oposición de 1785

Los Estatutos de la Universidad, recordados por la reforma de 1771, ordenaban que antes de un mes había que proceder a cubrir la vacante de la cátedra. Luis Gil se admira de la «rapidez notoria» con que se publicó el edicto de la oposición de 1764104. Pero lo cierto es que el ritmo venía marcado por los Estatutos y las órdenes del Consejo de Castilla de 5 y 17 de octubre de 1771, insertas en la cédula de 22 de enero de 1786, donde se dice: «Todas y cualesquiera cátedras que vaquen en adelante en la Universidad de Salamanca se saquen a concurso sin omisión, fijándose los edictos por el preciso, perentorio e improrrogable término del Estatuto».105

Como Zamora había fallecido el 30 de noviembre, el rector cumple con su obligación en el claustro pleno de la semana siguiente, pues en la cédula de convocatoria del claustro pleno del 7 de diciembre de 1785 había un punto en el orden del día que decía: «para dar parte de la vacante de la cátedra de griego y disponer sus edictos»106.

Tratado este punto se acordó textualmente: «luego se hizo presente hallarse vacante la cátedra de griego por muerte del reverendísimo Zamora y se acordó: el que se dio comisión al Colegio de Lenguas para disponer edictos y ejercicios de la oposición de la cátedra de griego»107.

Claramente las cátedras de lenguas, «cátedras raras», no preocupaban ideológicamente a la Universidad, pues de lo contrario el sector conservador, dominante en el claustro, hubiese impuesto su criterio o alguna condición, como lo había hecho horas antes con las conclusiones del doctor Salas. Meléndez tenía vía libre para desarrollar, en el ahora bien avenido Colegio de Lenguas, la oposición, sin mayores condicionantes.

Esta autonomía del Colegio de Lenguas permite un ritmo bastante acelerado en el procedimiento de la oposición. A la semana siguiente ya estaba impreso el edicto de la convocatoria, firmado en Salamanca el 13 de diciembre de 1785 por el doctor don Joseph de Azpeitia, previo el lógico acuerdo entre el Colegio y el rector. Lo reproducimos íntegro, porque es la norma básica de la oposición a la que el tribunal se atendrá escrupulosamente, y porque nos permite comparar esta oposición con la anterior de 1764 y con otras posteriores del Colegio de Lenguas (ver apéndice).

Comparando este edicto con el del 16 de agosto de 1764108, que sirvió de base para la oposición que ganó el Padre Zamora, y con la de hebreo de 1787, vacante por renuncia de González Candamo, podemos constatar algunas semejanzas y diferencias, dejando las relativas a cada uno de los tres ejercicios, para cuando más adelante comentemos el desarrollo de la oposición.

1. La estructura de la oposición en las cátedras del Colegio de Lenguas, «que daba la Universidad», es decir, griego y hebreo, pues las de humanidades y retórica «las daba» el Consejo de Castilla, se mantiene a lo largo del último tercio del siglo XVIII, conforme a las sugerencias del Padre Zamora, aprobadas en el claustro pleno del 1 de agosto de 1764. Las pequeñas modificaciones afectan a la parte del segundo ejercicio (retroversión de un texto latino al griego o hebreo) que se desarrollaba ante el claustro pleno y el tercer ejercicio (la traducción «de repente» de un texto del Antiguo Testamento en la oposición de hebreo y del Nuevo Testamento en la de griego), también realizada en la misma sesión de claustro pleno, se simplificaba cuando los opositores eran numerosos (se pasó de cuatro en 1764 a siete en 1787), para alivio de los señores claustrales.

2. El plazo de los aspirantes para presentar la instancia pasa de tres meses a treinta días, pero en 1785 se dan más facilidades, pues puede ser presentada «por sí o sus procuradores».

Se habían ido acortando los plazos, pues cuando se jubiló de la cátedra de Prima de Humanidades Andrés Iglesias, la Provisión del Consejo de Castilla del 27 de julio de 1771 mandó «sacar a concurso por cuarenta días la cátedra de Prima de Humanidad y admitir todos los opositores que se presentasen, aunque no tuviesen grado de Bachiller»109. Y aún así no se cubrirá hasta 1781 en la persona de Ruiz de la Bárcena.

3. En el segundo (retroversión del latín al griego de un autor de la era de Augusto) y tercer ejercicio (traducción de unos versículos del Nuevo Testamento) es donde más se diferencian ambas oposiciones. En 1764 se desarrollaban los dos en el mismo día de la celebración del claustro pleno que votaba la adjudicación de la plaza, mientras que en 1785 se efectuaron en dos días seguidos: la retroversión del autor clásico y las objeciones de los contrincantes se desarrollarán desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, y depositadas las cuartillas en la Secretaría de la Universidad se leerán en el claustro del día siguiente, convocado a las diez de la mañana: «la víspera a las ocho de la mañana todos los opositores [concurrirán] a tomar un pasaje latino de algún autor del Siglo de Oro, quedando a nuestro arbitrio dar el pique en el que tengamos por más conveniente. Éste le volverán al griego y a las cuatro de la tarde del mismo día pondrá cada uno en la secretaría de la Universidad otros tantos ejemplares de su versión, firmados de su puño, cuantos fueren de opositores, a quienes se entregarán mutuamente los reparos que hallaren dignos».

4. Cobra especial relevancia la última cláusula del edicto de 1785, después del conflicto de la opción de rentas entre cátedras, pues era la primera vez que se aplicaba, y así lo manifiesta claramente el rector, para que no ocurriese lo mismo que en el edicto de las oposiciones a las cátedras de prima de Humanidades del 6 de diciembre de 1780: «Prevenimos que, aunque la renta de esta cátedra es de 100 florines [equivalentes a unos 5.500 reales], no entrará el propietario a percibirla hasta que por su turno le corresponda, por pertenecer al presente a otro catedrático más antiguo de el Colegio de Lenguas».

Como en otros muchos casos parece que no se cumplió en la Universidad de Salamanca la orden del Consejo de Castilla, relacionada con las jubilaciones en el Colegio de Lenguas y comentada por Concepción Hernando:

Durante la docencia de Zamora tiene lugar otra reforma importante, si bien él no pudo disfrutarla. El Consejo de Castilla estable ce el 5 de noviembre de 1774 la jubilación para los catedráticos de griego, hebreo, latinidad, humanidad y retórica, tras 40 años de servicio, con las dos terceras partes de su sueldo; dejando la tercera parte restante para el catedrático sucesor.110



Vemos que, en vez de aplicarse esta orden de 1774, se aplicó la regla general de la opción de rentas entre los catedráticos del mismo Colegio, en función de su antigüedad, como hemos demostrado en otro lugar. En efecto, al final del curso 1785-1786, el nuevo catedrático, José Ayuso, sólo fue retribuido con 4.468 maravedíes, cantidad irrisoria en comparación con los 245.700 de Meléndez o los 260.900 de Sampere111. Recordemos que en octubre de 1785, siendo sólo sustituto, había percibido 5.432 maravedíes por 28 días que sustituyó al Padre Zamora.

De todos modos las perspectivas económicas de Ayuso eran mucho mejores ahora (unos 5.500 reales), pues en 1764 se decía: «el honorario o sueldo anual de la mencionada cátedra son únicamente 1.900 reales». En ambos edictos se endulzaban las penurias económicas advirtiendo algunas ventajas académicas y honoríficas, como el privilegio de tomar con la mitad del coste el grado de doctor, el voto en el claustro y algunas propinas112.




ArribaAbajoEl Tribunal

El 13 de enero terminaba el plazo para inscribirse los opositores, por lo que el rector incluye en la cédula de convocatoria del claustro de 9 de enero de 1786 el segundo punto del día, que decía textualmente: «Y para nombrar jueces de concurso a las cátedras vacantes de Derecho Eclesiástico, de Pronósticos, de Griego y Vísperas de Teología» 113.

Pero este claustro sólo trató el punto número uno, relativo a declarar nula la consiliatura de Navarra, por lo que el tribunal de la oposición de la cátedra de griego deberá fijarse en el claustro siguiente, celebrado el 17 de enero de 1786. Como curiosidad entre los asistentes estaba el consiliario Nicasio Álvarez Cienfuegos, poeta y amigo de Meléndez.

Por lo que respecta a los jueces de la cátedra de griego, el acuerdo textual fue el siguiente: «Nombrar por jueces para la cátedra de griego a los señores doctores Sampere, Candamo y Meléndez, y por sustituto al bachiller Bárcena»114. El Claustro se ajustó a la Real Provisión de Carlos III de 28 de octubre de 1769 que ordenaba que el «nombramiento de jueces o comisarios de concurso para las cátedras de griego, hebreo, gramática, retórica, lengua latina y Humanidad se nombrarán a los catedráticos de estas profesiones que parezcan más oportunos»115.

Dos de los miembros de este tribunal (Sampere y González Candamo) tenían experiencia, pues habían sido jueces en la oposición, de 1781 a las dos cátedras de Prima de Humanidades, ganadas, precisamente por Meléndez (tercer juez) y Ruiz de la Bárcena (juez sustituto), estudiada por nosotros en otro lugar, donde bosquejamos un breve retrato de los cuatro jueces de ahora116.

Respecto al primer juez, el catedrático de retórica Francisco Sampere, sólo añadir que no era mal canonista y que como Meléndez y el mismo Ayuso, eran catedráticos del Colegio de Lenguas que se sentían ante todo juristas, por lo que se pasaron a ese campo tan pronto como se les presentó la oportunidad. Sampere se cambió a una cátedra de Historia Eclesiástica en la facultad de Cánones en 1788, según se desprende del proceso de la cátedra de Historia Eclesiástica, vacante en esta universidad por muerte del doctor don Andrés de Borja, donde se dice que «la proveyó su majestad (que Dios guarde) a consulta de su Real y Supremo Consejo de Castilla en el doctor don Francisco Sampere, catedrático que era de retórica, el 26 de mayo de 1788, en virtud de Carta Orden. Tomó colación y posesión de ella en el día 20 de junio de 1788»117.

Según un informe del obispo Felipe Bertrán de 1769, Sampere había nacido en 1739 y no era mal profesional: «La cátedra de Retórica, doctor don Francisco Sampere, de treinta años, graduado de doctor en filosofía y de licenciado en leyes por la universidad de Cervera; y de licenciado en cánones por la capilla de Santa Bárbara [Salamanca], muy hábil y aplicado. Tiene bastantes discípulos»118.

Su influencia en el procedimiento de la oposición debió ser muy pequeña, por no saber griego, según le achacaba Meléndez en una representación acusadora ante el Consejo de Castilla del 17 de septiembre de 1783, cuando el conflicto de rentas estaba en su cenit. Afirmaba Meléndez que Sampere nunca podría haber ganado la oposición a la cátedra de Letras Humanas porque no sabía griego: «No añado otras razones igualmente poderosas, como que el catedrático de Retórica tuvo tiempo para oponerse, y ni lo hizo ni lo pudo hacer por no saber griego, en cuya lengua había de ejercitar; que, aunque se hubiese opuesto, no es luego seguro que Vuestra Majestad le había de conferir la cátedra cuya renta solicita»119. Meléndez exagera la mediocridad intelectual de Sampere, contradiciendo la opinión bastante buena del obispo Felipe Bertrán, expuesta en su informe de 1769 sobre los «catedráticos raros».

El poder decisorio del segundo juez, Gaspar González de Candamo, íntimo amigo de Meléndez, fue nulo, pues, bastante desencantado de la vida universitaria, no siguió el proceso de la oposición, de manera que su dictamen fue reemplazado por el del juez sustituto Ruiz de la Bárcena, el segundo catedrático de Prima de Humanidades, contrincante y amigo de Meléndez desde la época de estudiantes.

Ruiz de la Bárcena y Meléndez habían defendido la misma postura jurídica dentro del conflicto de rentas aludido. La dedicación de Ruiz de la Bárcena era realmente vocacional y será el único de los cinco catedráticos del Colegio de Lenguas que, habiendo ganado la oposición durante el reinado de Carlos III, permaneció en la docencia de las Humanidades hasta finales del reinado de Fernando VII. Su asistencia continua y activa a las clases, a los exámenes de preceptores de gramática y a los actos «pro universitate» manifiesta una clara vocación docente. Pronto ostentó el decanato del Colegio y en el curso 1819-1820, pudo festejar por todo lo alto su primiceriato, después de cuarenta años al frente de la cátedra de Prima de Humanidad, regentada desde el curso 1781-82120.

Como prueba de la confianza que Ruiz de la Bárcena siempre tuvo en Meléndez recordamos el hecho de que en el verano de 1807, estando desterrado Meléndez en Salamanca, la Junta de Administración de la Universidad, encargada de homenajear a los reyes, a Godoy y al ministro José Antonio Caballero, en la sesión celebrada el 16 de julio, convino unánimemente: «Que se coloque en el claustro principal de la Universidad el retrato de Sus Majestades el Rey y Reina, nuestros señores, con una inscripción latina en que se perpetúe la memoria del singular beneficio que se han servido hacer a esta Academia», y se da comisión al catedrático de Prima de Humanidad, Ruiz de la Bárcena y al Dr. Meléndez para que redacten las inscripciones. El que se acuerden del desterrado Meléndez, excedente de la Universidad desde 1789, es un detalle cariñoso y un reconocimiento de su competencia como latinista, después de casi veinte años dedicados a cuestiones político-jurídicas121.




ArribaAbajo Desarrollo de la oposición

Firmaron la oposición cinco graduados (tres bachilleres y dos doctores) en las fechas siguientes: el 31 de diciembre de 1785, el doctor en Cánones, José Fernández del Campo. El 4 de enero, el bachiller Dámaso Herrero. El 7 de enero, el bachiller Joseph González de la Huebra y el doctor Joseph Ayuso. El 12, la firmó el bachiller Soto122.

Remitimos a lo comentado al describir el edicto de la oposición, norma básica en todo el proceso.


Primer ejercicio de la oposición

El proceso selectivo comienza propiamente el día 22 de enero de 1786, cuando el tribunal (Sampere, Candamo y Meléndez) se reúne para confeccionar y firmar la «lista de los días en que han de tomar puntos los opositores a la cátedra de lengua griega», del primer y más importante de los tres ejercicios, consistente en el comentario de un texto de la Iliada. La normativa que regulaba la formación de trincas eran distintas Provisiones de 1770 (24 de marzo, 4 de septiembre y 16 de octubre), todas ellas refundidas en la cédula del Consejo de Castilla de 22 de enero de 1786, precisamente el mismo día en que el tribunal estaba formando las trincas de la cátedra que comentamos, la cual recuerda que las trincas se han de formar «de acuerdo con lo mandado, esto es, con arreglo a la mayoría y antigüedad de sus grados, sin poner en una trinca dos opositores que sean parientes dentro del cuarto grado, ni vivan en una misma casa, o que sean de una misma Comunidad»123. Por lo tanto, el día 24 de enero de 1786 debe tomar puntos el doctor más antiguo, José Ayuso, y le replicará el otro doctor que hay en la oposición, Fernández del Campo, y el bachiller más antiguo, Francisco Soto, porque no hay ningún licenciado («no se puede confundir ni mezclar los de una clase [doctor, licenciado o bachiller] con otra, a menos que en cualquiera de ellas falten o sobren individuos para una trinca, porque en tal caso deberán entrar en ella los más antiguos de la clase subsiguiente»124 ). El día 26, actúa el doctor Campo, teniendo como réplicas al doctor Ayuso y al bachiller Herrero. El día 29, el bachiller Soto, siendo réplicas el doctor Ayuso y el bachiller Guebra. El día 31 de enero, el bachiller Herrero, replicándole el doctor Campo y el bachiller Guebra. El día 3 de febrero intervienen los tres bachilleres, Guebra, como actuante, y Soto y Herrero, como réplicas125. Se observa que, como era preceptivo, se empieza con la actuación del grado mayor (doctor) y los últimos en actuar son los bachilleres, lo cual tiene su importancia, pues en caso de empate a los méritos, se preferirá al doctor.

Sólo reproducimos las referencias de los textos de los piques elegidos tal cual aparecen en el manuscrito, pues son fácilmente identificables en cualquiera de las ediciones modernas de Homero126.

Conforme a este calendario se van asignando los puntos de oposición en los días señalados. El día 24 de enero es la asignación de puntos al doctor don José de Ayuso, a la postre, ganador:

En la ciudad de Salamanca, a 24 días del mes de enero de 1786, el Sr. D. Manuel Antonio Gómez, vicerrector por el claustro de consiliarios para el despacho de los negocios que ocurran a este empleo, a las nueve de la mañana signó puntos para leer de oposición y de esta cátedra a el doctor don José Ayuso, abriendo tres piques por tres partes diversas en la Iliada de Homero, a saber: primer pique: libro II desde el verso 516 hasta el 537. 2.º pique: libro IV desde el verso 203 hasta el 235. Tercer pique: libro VII, desde el verso 23 hasta el 57. Eligió, del tercer pique, desde el verso 37 hasta el 42 que comienza Ten [d'aute proseeipen...] y acaba [Ektori] dio. Doctor Ayuso, doctor Campos, bachiller Soto. [Rúbricas]. Ante mi Manuel de Paz Conde.127



El 26 de enero fue la asignación de puntos al doctor Joseph Campo: primer pique, libro I, versos 136 al 164. Segundo pique, libro III, versos 46 al 78. Tercer pique, libro VII, versos 303 al 336. Eligió, del primer pique, desde el verso 148 hasta el verso 153, que comienza Ton d'ar' [upodra] y acaba [aitioi] eisin. Doctor Campo, doctor Ayuso, bachiller Herrero y Paz Conde128.

El día 29 toma puntos el bachiller don Francisco de Soto. El primer pique, libro I, versos 563 al 595. 2.º pique, libro IV, versos 360 al 396. Tercer pique, el libro V, versos 774 al 793. Eligió, del primer pique, desde el verso 584 hasta 585, que empieza: os ar'efe y acaba [kai min] proseeipe. Firmas y rúbricas del bachiller Soto, Doctor Ayuso y bachiller Guebra129.

El 31 de enero toma puntos el bachiller don Dámaso Herrero. Primer pique, el libro II, versos 1 al 20. Pique segundo, libro IV, versos 32 al 50. Pique tercero, libro V, versos 573 al 601. Eligió, del pique primero, los versos 1 al 6, que empieza Alloi [men ra zeoi] y acaba [Agamemnoni oulou] One iron. Firmas y rúbricas de Herrero, Campo y Huebra130.

El 3 de febrero de 1786 tomó puntos el bachiller don José González de la Huebra. El primer pique fue en el libro I, versos 520 al 540. Pique segundo, libro III, desde el verso 49 al 72. Tercer pique, libro V, desde el verso 712 al 743. Eligió, del pique segundo, desde el verso 65 al 70, que empieza ou toi [apoblet'esti] y acaba [polemisein ede] majeszai. Firmas de Huebra, Herrero y Soto131.

Para intentar recrear o imaginarnos la actuación de los opositores, debemos remitirnos al edicto de esta oposición y al de la de 1764, como norma supletoria en detalles omitidos en el de 1785. El primer ejercicio y fundamental fue el mismo en ambas oposiciones: «explicar por espacio de una hora con puntos de 24 los versos de Homero que eligiere el ejercitante de uno de tres piques que se le darán en la Iliada, dando razón de la etimología, sintaxis, prosodia, propiedad de voces, figuras y bellezas que ocurran, y respondiendo en otra hora a las preguntas y reflexiones que dos de sus opositores le hicieren sobre el mismo pasaje» (edicto de 1785). Pero el edicto de 1764 era más explícito, pues determinaba que el texto propuesto de Homero sería «puro sin nota, ni glosa ni versión alguna» y daba más orientaciones para el desarrollo del ejercicio: «En esta hora, sin confundir parte alguna de tiempo en lugares comunes, centones triviales, historias y erudiciones transcendentes, que hacen a cualquier punto y pueden estar decoradas con mucha anticipación, traducirá el griego al latín y explicará metódicamente palabra por palabra, rigiendo y disminuyendo, declarando la naturaleza, propiedad, valor y energía de cada voz, y señalando cuál es proparoxítona, cuál paroxítona, cuál oxítona, cuál persiste inmutable, y cuál recibe alteración según la diferencia de dialectos; y, si sobrare algún tiempo, procurará manifestar con cuánta exactitud observa Homero en la Iliada los rígidos preceptos de la epopeya»132. El edicto de 1764 es más rancio que el de 1785 e incluso deja abierta la posibilidad de utilizar el viejo sistema argumentativo del silogismo en «la hora de argumentos», que en 1785 se denomina significativamente «hora de preguntas y reflexiones»: todo un síntoma del cambio metodológico que la didáctica había sufrido en estos veinte años. Durante esta hora, según el edicto de 1764, los dos coopositores rivales de la trinca podrían «objetar a su arbitrio y dirección ciñéndose a las estrechas leyes del silogismo o proponer sus dudas por preguntas sueltas sobre lo que acababan de oír, y todo aquello que puede ser materia de la lección».

Teniendo en cuenta que cada opositor ocupaba dos o tres días en el comentario del texto de la Iliada, el 5 ó 6 de febrero debió concluir el primer ejercicio y un par de días después comienza el segundo.




Segundo ejercicio de la oposición

El 8 de febrero, el tribunal fija el libro del «autor del Siglo de Oro» sobre el que recaería el examen del segundo ejercicio. Es letra de Meléndez, alma mater del tribunal, pues además de ser el más competente en la materia (hemos dicho que Sampere no sabía griego y que González Candamo no asistirá al desarrollo de la oposición) da la impresión de que Meléndez actuaba de «secretario» del tribunal. Meléndez Valdés es el único que firma el documento, con lo que deja claro su protagonismo en esta oposición133:

En Salamanca, a 8 de febrero de 1786, los señores del margen [doctor Sampere, doctor Candamo, doctor Menéndez y bachiller Bárcena], se congregaron en la sala de juntas y acordaron se diesen los piques para la traducción de latín al griego por Los Oficios de Cicerón, haciendo los opositores otras tantas cuartillas como ellos son, y otra más para los jueces [las que conservamos], y que se pasase también un recado al señor vicerrector para expedir cédula para estos ejercicios [en claustro pleno del 10 de febrero], y con su aviso citar a los opositores para tomar los puntos [el 9 de febrero], previniendo que éstos deberán ser un pasaje corto de dicho libro, con lo que se concluyó esta Junta, que firmaron. Dr. Meléndez Valdés [rúbrica].134



Aparte de la incompetencia y de las circunstancias personales de los otros dos jueces de la oposición, ya aludidas, creemos que Meléndez tuvo especial intervención en la elección del autor clásico, propuesto para el comentario, lo cual era posible porque los edictos de las oposiciones de 1764 y de 1785 permitían bastante libertad al tribunal. En 1764 eligió los Epigramas de Catulo.

Para conocer mejor el contenido de este segundo ejercicio también debemos acudir al edicto de 1764, donde se señala el local y la distribución horaria. Los opositores y el tribunal se reunieron en la Biblioteca de la Universidad, donde «determinarán para todos un solo pasaje de un autor latino del siglo de Augusto, ora poeta, ora prosaico, el que, con el subsidio del diccionario, traducirán al griego, escribiendo y firmando de propio puño sus respectivas cuartillas, las que cambiarán recíprocamente; y ésta será la ocupación de la hora primera. La segunda [hora] deberá emplearse en notar cada uno lo que le pareciere reparable en la composición del otro, firmando y rubricando con su nombre cuanto le ocurriere en este particular, hasta que llegue el momento de entrar en el claustro en el cual han de leerse dichas cuartillas antes de dar los puntos para la versión del Nuevo Testamento».

Al día siguiente, 9 de febrero, es la toma de puntos sobre De Oficiis de Cicerón:

En Salamanca, a nueve días del mes de febrero de 1786, a las ocho de la mañana, se congregaron en la sala de juntas de esta universidad los señores jueces, nombrados para esta cátedra, a dar los piques en el libro señalado en la Junta anterior, y concurrieron los opositores a dicha hora en la que efectivamente se señaló en el Cicerón De oficiis, libro I, capítulo XVII, que empieza: Gradus y acaba civitatis. Ante mí, Manuel de Paz Conde.135



Es preciso hacer algún comentario sobre la materia objeto de examen de este segundo ejercicio, pues el tribunal eligió un texto lleno de reflexiones filosóficas y sociológicas, bastante acordes con el pensamiento reformista de los políticos ilustrados. El capitulo XVI es «Principios de la sociedad y la primera obligación para con ella» y el elegido capítulo XVII lleva el significativo título de «Cuatro vínculos de sociedad. El más fuerte es el de la Patria». Esos cuatro vínculos, en grado descendente de amplitud son, en primer lugar, la sociedad natural por la cual se unen unos hombres con otros. El segundo es el de pertenencia a una misma nación cuyos hombres hablan una misma lengua; después está el de la ciudad en que los hombres tienen muchas cosas comunes; el cuarto y último es el de la casa donde todo es común, y «ésta se extiende después a otras muchas casas y parentelas». Según el edicto de la convocatoria, el tribunal tenía libertad para elegir el texto de este segundo ejercicio («quedando a nuestro arbitrio dar el pique en el [autor] que tengamos por más conveniente»). Sin duda, Meléndez, que estaba viendo cómo el egoísmo de los estamentos dirigentes, en general, y de los juristas y teólogos, en particular, dentro de la Universidad, estaba haciendo fracasar sistemáticamente todas las iniciativas del celo patriótico de Campomanes, aprovechó para hacer reflexionar, en primer lugar, a los opositores, y al claustro pleno, en general, con un texto que exalta la generosidad para con la patria. El texto latino concreto que recibieron los opositores fue:

Gradus auten plures sunt societatis hominum. Ut enim ab illa infinita discedatur, propior est eiusdem gentis, nationis, linguae, qua maxime homines coniunguntur; interius etiam es eiusdem esse civitatis136.



Y traducido el español sería:

Son muchos los grados de la sociedad humana. Porque descendiendo de aquella infinita y universal, la más inmediata es la de una misma nación, la de una misma tierra, la de una misma lengua, por la cual se unen mucho unos hombres con otros. Pero todavía es más estrecha la de una misma ciudad, porque son muchas las cosas que tienen comunes los ciudadanos.137



Esta gradación en las relaciones sociales nos recuerda la imagen literaria de la «cadena de los seres», siempre grata a Meléndez. Por ejemplo, en la epístola I que Meléndez dedicará a Godoy (1795), la cadena representa la unión de los ciudadanos mediante la virtud, la cual posibilita las implicaciones armónicas e inapelables que son innatas en la cadena de la naturaleza:


Es la civil prudencia una cadena
que enlazada en mil modos altamente,
el seso más profundo abarca apenas.
La antorcha de las ciencias esplendente
por ella entre arduos riesgos nos dirige
del común bien a la dichosa fuente138.



Si Gil y Hernando lamentaban en la oposición de 1764 no poder juzgar, «como en la oposición de los Reales Estudios, los méritos de los opositores, porque no se nos han conservado sus cuartillas»139, ahora tenemos la satisfacción de haberse salvaguardado las «cuartillas» de este segundo ejercicio de la oposición de 1785, que contienen las versiones en griego del breve texto latino del capítulo XVII del libro I de los Oficios de Cicerón, que vertieron los cinco opositores. En el folio 498 está la del doctor Ayuso y en los folios sucesivos aparecen las de los opositores, doctor Campo, bachiller Soto, bachiller José González Guebra y bachiller Herrero140.

A los efectos de que los helenistas puedan comparar mejor la competencia de los cinco opositores, insertaremos en otra revista más especializada (a donde remitimos) las cuartillas según el orden de valoración de Meléndez, empezando por la cuartilla del ganador José Ayuso y terminando en la del bachiller Soto, «incapaz de sentir una sola hermosura».141

El cotejo de la corrección de las cinco cuartillas muestra que el tribunal fue objetivo al proponer al claustro pleno los candidatos idóneos para ocupar la plaza de catedrático, pues los dos primeros ejercicios (el de Ayuso y el de González Huebra) son los mejores con diferencia142. Entre ambos no sabríamos decir cuál nos gusta más, dudas que también tuvo el claustro pleno, lo que provocó una segunda votación entre los dos.

Los dos peores son los del bachiller Dámaso Herrero (que en 1790 llegará a ser catedrático de prima de Humanidades, en la plaza que dejó vacante Meléndez al ser nombrado Alcalde del crimen de la Audiencia de Aragón) y el del bachiller Francisco de Soto. La dureza y acritud con que Meléndez juzga a Soto son justas, pues es el único de los cinco aspirantes que no coloca ni un solo acento ni espíritu en todo el texto. Pero la incompetencia de Soto no era nueva ni desconocida por el claustro, pues ya había opositado veinte años antes en la oposición que había ganado el padre Zamora en 1764, con la obtención de un voto143.

Esta evidente incompetencia de Francisco de Soto no le impedirá ser preceptor de gramática en el Colegio Trilingüe hasta su jubilación en febrero de 1794, a pesar de las constantes peticiones de los sucesivos visitadores para apartarlo de la docencia144.

Este segundo ejercicio tenía una parte oral que los opositores sufrían en el claustro pleno del día siguiente, consistente en leer cada uno su cuartilla y responder a las objeciones que los coopositores les habían reseñado.




Tercer ejercicio de la oposición

Entrados en el claustro pleno, inmediatamente, y antes de pasar al tercer ejercicio, se leerían las citadas cuartillas con los reparos de la retroversión correspondiente al segundo ejercicio.

Es en el tercer ejercicio donde más cambios hay entre las dos oposiciones, tendentes a una mayor simplificación, para alivio del claustro pleno. En 1764 constaba de dos partes, la traducción de cinco versículos del Nuevo Testamento y otra de un refrán, que en 1785 queda reducido a la primera parte: «Concluido este ejercicio [el 2.º de la retroversión del autor clásico], se hará en el mismo claustro un pique en el Nuevo Testamento griego y cada opositor separadamente volverá de repente al castellano 4 ó 6 versículos, que deberán ser para todos unos mismos, para mejor calcular el mérito de cada uno». En el edicto de 1764 estaba confuso el tipo de traducción del Nuevo Testamento, de manera que Gil y Hernando suponen «probablemente al latín»145, pero vemos que en 1785 era directamente del griego al español, lo cual concuerda plenamente con la mentalidad del Colegio de Lenguas, el cual, al menos desde que Meléndez y Ruiz de la Bárcena consiguieron las cátedras de Humanidades, era claro partidario de usar el español en la didáctica de los idiomas clásicos. Por ejemplo, el acto que será presidido el 22 de junio de 1788 por el segundo catedrático de Letras Humanas, doctor Ruiz de la Bárcena, estando presentes el resto de los catedráticos de humanidades, aunque no Meléndez, en el que se defiende el uso de las lenguas clásicas desde un criterio puramente filológico, es decir, como medio para conocer el mundo greco-latino, y no como medio de comunicación: «El doctor don José Ruiz de la Bárcena prueba haber presidido, en las escuelas de esta Universidad, acto menor en el día 22 de junio de 1788 en humanidades en el que defendió ser malo hablar en latín porque se corrompe la locución de la latinidad. Actuante: don Joséf Martínez de la Natividad. Réplicas: los doctores Sampere y Ayuso. Medios: don Bernardino Suárez y don Domingo Robles»146.

Esa preferencia del castellano sobre el latín en la enseñanza de las humanidades era antigua en el Colegio de Lenguas salmantino y en el intervalo entre las oposiciones de 1764 y 1785 no hizo sino afianzarse. Antonio Tavira, amigo de Zamora y de Meléndez, defendía en 1767 el uso de la lengua castellana en las aulas y consideraba que estaba muy despreciada. Pensaba que si la estudian los niños, al tiempo que aprenden la gramática latina y griega, no conocerían el sentido de las voces en lengua extraña ni ignorarían la materna y concluye: «La precisión de hablar latín en todas las funciones públicas acaso convendría que se moderase o se quitase en un todo, pero como el Consejo [de Castilla] mandó años pasados lo contrario, venero sus determinaciones»147.

En 1771 el Padre Zamora justificaba el haber redactado, por primera vez, su gramática griega en castellano y no en latín, como era lo acostumbrado hasta la fecha, como un acto de patriotismo, y escribía en el prólogo («A los que leyeren»): «Las gramáticas deben escribirse en idioma que el estudioso penetre bien»148.

Volviendo al desarrollo del tercer ejercicio, debemos acudir al edicto de 1764 para cubrir la falta de información del escueto edicto de 1785:

Después, en la sala del claustro el día que determinare la Universidad, juntos todos los opositores, ha de traducir cada uno cinco versículos del Nuevo Testamento, para lo cual se le dará a cada uno un solo pique en el original griego, y él escogerá capítulo y versos, y luego traducirán repentina y públicamente, corrigiéndose unos a otros los descuidos y errores que pudieren advertir. Empezará el bachiller más antiguo, y seguirán así por su orden, mas con la prevención de que, mientras el uno lea, han de estar los otros con el libro cerrado, atendiendo precisamente a si peca o no peca, se desliza o no se desliza el traductor149.



Estos tres ejercicios coinciden esencialmente con los que había propuesto el Padre Zamora en su escrito al claustro pleno del 1 de agosto de 1764150.

En el edicto de 1785 se suprime la segunda parte del tercer ejercicio de 1764, no pedido por el Padre Zamora, consistente en que «el rector picará en uno de los collectores de adagios de nuestra lengua castellana, y a cada uno de los opositores señalará un distinto refrán, que han de verter súbitamente, primero en latín y luego en griego».






ArribaAbajoCensura de los jueces de la oposición de griego de 1785

Antes afirmamos que el primer ejercicio (el comentario del texto de la Iliada) era el más importante. ¿Por qué? Por la simple comprobación de las fechas de los informes de los cuatro jueces de esta oposición. Meléndez, el juez más influyente, firmó el suyo el día 8 de febrero, antes de que los opositores redactasen la retroversión de las cuartillas sobre Los Oficios de Cicerón (día 9). También porque los cuatro jueces habían depositado sus informes en la secretaría de la Universidad antes de comenzar el claustro del día 10.

Por lo tanto, el tercer y último ejercicio (la traducción al castellano de algunos versículos del Nuevo Testamento griego), tenían el valor que la buena presencia y las dotes oratorias suelen impresionar en los pocos documentados (la inmensa mayoría del claustro pleno), más que el rigor científico de los especialistas, que es el que aquí nos interesa. Afortunadamente, la masa del claustro se dejó llevar por el buen criterio del Colegio de Lenguas (en especial, de Meléndez).


La censura de Meléndez

Como hemos observado, el dictamen de Meléndez fue redactado teniendo en cuenta sólo el primer ejercicio de la oposición y que, siendo el primero, debió ser la referencia de los informes de los restantes miembros del tribunal, pues Sampere, desconociendo el griego, lo siguió, y González de Candamo se despreocupó de la oposición. Por eso es importante conocer el dictamen individualizado, personal y autógrafo que emitió Meléndez Valdés (ver apéndice151).

Detengámonos en observar ese criterio. En primer lugar, Meléndez conocía suficientemente la competencia helenística de cada uno de los opositores con anterioridad al inicio de la oposición, por haberlos tenido como coopositores en la oposición de Prima de Humanidades (Campo, Soto y Herrero) que había ganado en 1781, y por tenerlos de colegas a todos en la docencia de las humanidades, ya como sustitutos de cátedras en el Colegio de Lenguas, ya como preceptores en el Colegio Trilingüe, en cuyo edifico impartían físicamente los catedráticos del Colegio de Lenguas de la Universidad sus clases. A esto se refiere con la expresión «el conocimiento que tengo de los opositores, adquirido en las conversaciones privadas que ofrece la frecuente familiaridad de las aulas152».

Según las repetidas instrucciones de Campomanes, en especial la Provisión de 16 de octubre de 1770, recordada y recogida en la cédula del Consejo de Castilla del 22 de enero de 1786, y que, por tanto, debía ser tenida en cuenta por Meléndez ahora en su censura del 8 de febrero, los jueces del tribunal «deben asistir a todos los ejercicios como jueces en ellos, para formar concepto del mérito absoluto y comparativo de todos los opositores; y acabados los ejercicios, deberá cada uno de ellos formar separadamente y según su conciencia la censura del desempeño y mérito de cada opositor con respecto a los puntos o regulación de los ejercicios; cuyas censuras deberán entregar cerradas al rector»153. Meléndez sigue escrupulosamente la norma y evalúa con respeto a los cinco opositores, basándose exclusivamente en «la lección» del primer ejercicio sobre el texto de la Iliada, y en el trato personal previo154. Aunque el informe de Meléndez no iba a trascender del claustro pleno, sin duda conocía el empeño del conde de Campomanes para que saliesen elegidos catedráticos los opositores de mejor mérito en la relajada Universidad de Salamanca. Por ejemplo, el fiscal asturiano había manifestado un notable enfado en el Consejo pleno de Castilla del 22 de agosto de 1778, porque dos jueces emitieron sus censuras sin haber asistido a los ejercicios de una oposición de una cátedra de Leyes, en la que participaba su amigo Ramón de Salas, lo cual provocó que el Consejo de Castilla solicitase un informe al obispo de Salamanca, Felipe Bertrán, sobre los catedráticos de su Universidad. Campomanes expresó su enfado en los siguientes términos:

Que lo que se hace reparable y digno de una seria providencia del Consejo [de Castilla] es el abandono y desprecio de las Reales órdenes con que proceden en sus censuras los dos jueces del concurso, don Nicolás Arango y don Nicolás José Rascón, que, ateniéndose sólo en la graduación del mérito de los opositores a la antigüedad y grados, los prefieren sin haber asistido a todos los ejercicios y funciones de oposición, según expresa al rector en su informe y censura reservada; de modo que no sólo han faltado a su obligación que, como jueces tenían, de asistir a las lecciones y argumentos de todos los opositores, sino que, despreciando las Reales resoluciones y órdenes que estrechan a los censores a atender en conciencia sólo el mérito de los que ejerciten, se atreven a calificarlos a todos y dan la preferencia a los más antiguos.

Que si no se ataja este desorden conminando las penas y multas que estimase el Consejo contra los jueces que no desempeñen su encargo, haciendo sirva de ejemplar para lo sucesivo la providencia que se acordase contra don Nicolás Rascón, catedrático más antiguo de Colecciones Canónicas, y don Nicolás Arango, catedrático de Historia Eclesiástica, en breve volverán a hacerse formularios los ejercicios de concurso y oposición a cátedras, y no podrá asegurarse el acierto en las consultas para su provisión.155



En la primera y única vez en que Meléndez fue juez en una oposición de cátedras fue escrupuloso en su dictamen, siguiendo la seriedad exigida por su protector Campomanes. Según el edicto de 1785, los jueces debían fijarse en «la etimología, sintaxis, prosodia, propiedad de voces, figuras y bellezas que ocurran», es decir, comprobarían la competencia lingüístico-filológica y la poético-literaria, además de la estructura de toda la intervención («lección») de cada opositor.

Atendiendo a estos tres aspectos, Meléndez emite su dictamen, pero dándole más importancia a los aspectos estético-literarios, como demuestra la repetición de las palabras «gusto» (dos veces) y «autores» (tres veces).

Meléndez es generoso con cuatro de los opositores y demoledor con el bachiller Soto, el preceptor de gramática del Colegio Trilingüe, al que descalifica en los tres aspectos: «trivialísimo» en el tono general de su intervención, divagador en la parte filológica y de pésimo gusto e incapaz de captar la belleza en el apartado literario.

En opinión de Meléndez, el ganador Ayuso fue el mejor en la estructuración d e sus argumentaciones y en la parte estética. Cuando Meléndez dice que Ayuso «mostró gusto e inteligencia de la poética» y «con un orden mejor que ningún otro» nos está calificando al nuevo catedrático de griego como un neoclásico convencido, admirador del orden, la claridad y la armonía grecolatina. Juicioso abogado, Ayuso estaba guiado, tanto en su conducta como en su gusto estético, por el sentido común y alejado de los excesos barrocos. Suponía continuar la línea pedagógica del Padre Zamora, cuya Gramática continuó adoptando156.

El segundo, Huebra, actuó «muy bien» en el apartado filológico, y sus méritos eran bastante parejos con los de Ayuso.

Los otros tres opositores (Campo, Herrero y Soto), que habían competido con Meléndez en 1781 cuando la cátedra de Prima de Humanidades, fallaron claramente en algunos de los apartados. De Soto ya hemos hablado. El doctor Campo perdió mucho tiempo en la parte de la prosodia, por lo que tuvo que contestar fugazmente al resto de las cuestiones.

El bachiller Dámaso Herrero, que sucederá a Meléndez en la cátedra de Prima de Humanidades, falló en la parte literaria, aunque no en la gramatical. Si en 1790, cuando gane la cátedra, no había mejorado esta parte, la marcha de Meléndez debió ser todavía más sensible para el nivel estético del Colegio de Lenguas, aunque debía ser mejor latinista, pues el Padre Zamora le había otorgado el tercer lugar en la oposición de 1781.




Las censuras de los otros miembros del tribunal

El acta de la «Censura de los jueces de la cátedra de griego», firmada por el secretario de la Universidad, que se leyó en el claustro pleno, está fechada dos días después del informe individualizado de Meléndez y el mismo día en que Ruiz de la Bárcena redacta el suyo en sustitución del de González de Candamo. Fue la siguiente:

Un juez [Sampere] pone en primer lugar al doctor Ayuso y bachiller Huebra. En segundo lugar, al doctor Campo y bachiller Herrero. En tercer lugar, al bachiller Soto.

Otro juez [Meléndez] pone, en primer lugar, al doctor Ayuso. En segundo lugar, al bachiller Huebra. Y, en tercer lugar, al doctor Campo. En cuarto lugar, al bachiller Herrero. En quinto lugar, al bachiller Soto.

Otro juez [González de Candamo], no pudiendo formar dictamen, leerá en el claustro el parecer del sustituto [Ruiz de la Bárcena]. Salamanca, febrero, 10 de 1786. Paredes, secretario [rúbrica].157



Observamos que Sampere sigue exactamente el mismo orden que Meléndez al clasificar a los opositores. El segundo juez, Gaspar González de Candamo, no pudo asistir a la oposición con regularidad, haciéndolo en su lugar el juez sustituto José Ruiz de la Bárcena, el otro catedrático de humanidades, el cual remitió al juez titular, Gaspar González de Candamo, su informe el 10 de febrero de 1786 (ver apéndice158).

El informe de Ruiz de la Bárcena merece algún comentario. En primer lugar, pone interés en su elaboración: «bien entendido que va arreglado [su dictamen] en un todo al juicio de los inteligentes, tanto de dentro como de fuera del claustro». En segundo lugar, afirma su competencia en griego, por sus muchos años ligado al Colegio Trilingüe, y proclama la independencia de su criterio, lo cual demostrará no calificando al incompetente bachiller Soto, preceptor de gramática en dicho Colegio: «Y aunque, con la tal cual instrucción que tengo, pudiera muy bien calcular su mérito por mí mismo, con todo no me he desdeñado en consultar a otros para obrar con el acierto y rectitud que exige un punto tan delicado, y de grave restitución, desvaneciendo de este modo toda sospecha de colegiatura y amistad».

El dictamen de Ruiz de la Bárcena debió pesar bastante en el claustro pleno, pues consideró que hubo empate entre Ayuso y Huebra, lo que provocó una segunda votación. El único dictamen que alude a dicho empate es el de Ruiz de la Bárcena: «Convienen todos en que se debe dar el primer lugar al doctor Ayuso, y el segundo al bachiller Huebra, porque, dudando a cuál de estos dos ejercicios se debe dar la preferencia, las circunstancias de los grados mayores del doctor Ayuso, el número de oposiciones, su talento y buen gusto le ha hecho acreedor a ella».

Ruiz de la Bárcena, como Meléndez, coloca «en tercer lugar, al bachiller Dámaso [Herrero] y al doctor Campo».

Como punto de originalidad, ya hemos aludido que ni siquiera cree oportuno proponer a la consideración del claustro al mediocre bachiller Soto, el último en los otros dos dictámenes.






ArribaAbajoClaustro pleno de 10 de febrero de 1786, en que se vota la elección del catedrático

Fue un claustro muy concurrido, pues asistieron 82 maestros y doctores (33 juristas, 27 teólogos, 7 médicos, 3 filósofos, 6 diputados y 6 consiliarios), frente a los 77 asistentes de 1764. Como entre los presentes no están el juez González de Candamo ni su sustituto Ruiz de la Bárcena (quien no será doctor en Leyes hasta el año siguiente), suponemos que sus dictámenes serían leídos por el secretario.

Si comparamos el acta del claustro pleno en el que se votó la cátedra de griego de 1764, reproducido por Gil y Hernando159, y éste del 10 de febrero de 1786 parece evidente que el claustro pleno ha perdido poder o desinterés en la concesión de la cátedra y, por el contrario, han tomado más relevancia los dictámenes de los tres jueces, redactados con anterioridad al inicio del claustro pleno.

Los cuatro opositores de 1764 tuvieron que presentarse ante el claustro pleno, convocado exclusivamente a este efecto, para disertar sobre un epigrama de Catulo, «traducir pública y repentinamente los versos del capítulo que les tocó» del Nuevo Testamento, y verter, primero al latín y luego al griego, «un adagio de nuestra lengua». Ahora en el claustro pleno de 1786 la votación de la cátedra de griego es el primero de tres puntos en el orden del día, y da la sensación de que el ejercicio tercero, la traducción del Nuevo Testamento griego al castellano, fue ejecutada rápidamente, según se recordará en la oposición de hebreo, el 9 de julio de 1787: «para concluir con más brevedad y alivio de la Universidad, se siga el último ejercicio de traducción de repente al de la cuartilla, como se ejecutó en la última oposición a la cátedra de griego»160.

Lo importante era la votación, previa lectura de los informes de los tres jueces del Colegio de Lenguas. La cédula de convocatoria no hace ninguna referencia al tercer ejercicio:

Don Gregorio Pérez del Barco, bedel llamará a claustro pleno para mañana viernes, a las 10 de la mañana, para ver la traducción que del latín al griego [segundo ejercicio] harán los opositores a la cátedra de griego y oír los reparos que mutuamente se objetasen acerca de ella, y si la Universidad lo tuviese a bien proveer dicha cátedra. Para nombrar jueces de concurso a la cátedra de Vísperas de Teología y para ver una carta escrita a la Universidad por la que don Andrés Vicente Carpintero y Esgueba, alcalde mayor electo por su majestad para esta ciudad, da parte de su nuevo empleo y ofrece sus facultades, y sobre todo resolver lo más conveniente. Nadie falte, fecha jueves, 9 de febrero de 1786. Maestro fray Basilio de Mendoza, vicerrector.161



En 1764 había dos «comisarios», uno catedrático de teología, el trinitario calzado, Padre Manuel Bernardo de Ribera (fallecido en 1765), y un preceptor de gramática del Colegio Trilingüe, el doctor Manuel García de Dios. Ahora, en 1786 hay «tres jueces», todos ellos catedráticos del Colegio de Lenguas. Es lógico que su misma competencia en la materia diese a sus informes mayor poder de influencia ante el claustro pleno a la hora de la votación. Por eso, los dos «comisarios» de 1764 se limitaron a hacer varias preguntas a los opositores delante del claustro. Ahora, en 1786, cada uno de los tres jueces lee su dictamen individualizado, e incluso el de un juez sustituto, cuando faltaba el del juez titular. En la decisión del voto del claustro pleno de 1786 contó mucho más el criterio de los tres jueces que la actuación presencial de los opositores ante el claustro pleno:

Leída la cédula por los señores jueces de concurso de esta cátedra, el primero [Sampere] propuso en primer lugar al doctor don José Ayuso y bachiller Huebra. En segundo lugar al doctor Campo y bachiller Herrero. En tercer lugar al bachiller Soto.

El segundo juez [Meléndez] propone, en primer lugar, al doctor Ayuso. En segundo lugar, al bachiller Huebra. En tercero, al doctor Campo y, en cuarto lugar, al bachiller Herrero. Y en quinto, al bachiller Soto.

Y al otro señor juez [González de Candamo] se le insinuó propusiese, y no pudiendo formar dictamen leerá en el claustro el parecer del sustituto [Ruiz de la Bárcena].162



No nos queda claro por qué hubo una segunda «elección canónica» ni dónde está «el empate de votos entre el doctor Ayuso [41 votos] y el bachiller Huebra [20]» en 1786 (21 votos de diferencia), pues en la votación del claustro de 1764 el Padre Zamora había tenido 43 y el segundo, Manuel Dávila, 27 (16 votos de diferencia) y, sin embargo, no hubo una segunda votación. Lo que parece claro es que en casi 22 años el opositor Francisco de Soto no había progresado nada, pues si en la primera ocasión había obtenido un voto ahora consigue tres. El bachiller Herrero no obtiene ningún voto:

Y enterado el claustro de la dicha propuesta se pasó a votar dicha cátedra entre los opositores en secreto y con roeles, y en las cajas donde estaban puestos los nombres y repartidos, descubiertas las cajas, constó haber en la del doctor Ayuso 41. En la del doctor Campo 18. En la del bachiller Soto 3, y en la del bachiller Huebra 20. Y por haber empate de votos entre el doctor Ayuso y el bachiller Huebra y deber haber elección canónica, se pasó a votar en segundo escrutinio [con] agallos, declarando que agallo blanco en bolsa blanca significa ser electo el doctor Ayuso, y [agallo] negro en blanca, el bachiller Huebra. Y fecho, descubiertas las bolsas, constó haber y tener el doctor Ayuso 48 agallos blancos y en la del bachiller Huebra 35, por lo que el acuerdo fue ser nombrado por catedrático de griego al doctor don José Ayuso y Navarro.

Con lo que se concluyó este claustro que firmaron dos de dichos señores, a saber, maestro Mendoza vicerrector, Ortiz Gallardo e yo el secretario en fe de ello.163



Analizada esta votación del claustro pleno, la dispersión del voto en el primer escrutinio favoreció al ganador Ayuso, quien sólo incrementa los suyos en 7 en la segunda, mientas que Huebra lo hace en 15.




ArribaAbajoToma de posesión de la cátedra de griego por José Ayuso

Transcurría la oposición sin la más mínima incidencia, pero en la leguleya Universidad de Salamanca podía surgir en cualquier momento, y esto ocurrió en la toma de posesión de la recién ganada cátedra de griego, en el claustro de consiliarios del 11 de febrero de 1786, que había sido convocado el día anterior (el mismo día del claustro pleno de la votación) para dar posesión al doctor Ayuso de la citada cátedra, en virtud de la siguiente cédula:

Cédula: Don Jerónimo Pérez del Barco, bedel, llamará a claustro de consiliarios para mañana, sábado, a las nueve la mañana, para dar la colación y posesión a el doctor don José de Ayuso, de la cátedra de propiedad de griego. Nadie falte, fecha, viernes, 10 de febrero de 1786. Y [otrosí] para determinar acerca del vicerrectorado lo más conveniente. Por el rector y claustro de consiliarios. La Gomera, consiliario.164



La incidencia fue una protesta de procedimiento interpuesta por el claustro pleno en contra del claustro de consiliarios:

Leída la cédula y dada la posesión de dicha cátedra al doctor don José Ayuso, cuya colación está colocada al final del proceso de dicha cátedra, luego por el claustro [pleno] se le puso impedimento al Sr. Gomera para despachar cédula para dar posesiones de cátedras y el Sr. Carrasco dijo: protestaba el impedimento que se le había puesto para no permitirle despachar la cédula para dar esta posesión. El señor Gomera expuso en este claustro varias razones urbanas y corteses para que se tranquilizasen los individuos, diciendo está a dicho fin pronto a conceder, sólo por el fin de la paz, a cuyo fin había puesto el otrosí de la cédula, a lo que el Sr. Carrasco dijo no podía consentir en ello, pues el señor vicecancelario había mandado que el consiliario más antiguo, que era dicho señor [Gomera], expidiese la cédula para examinar las circunstancias de todos los consiliarios, cuya cédula, que varias veces quiso dar a dicho fin, no la había podido conseguir, por lo que consentía se tratase de otro asunto, y se salió del claustro y los demás consiliarios que quedaron en él dispusieron cédula para el lunes próximo [13 de febrero], la que firmaron todos, de que doy fe.165



Por fin, José Ayuso pudo tomar posesión de su cátedra de griego en el claustro de consiliarios del 13 de febrero de 1786166, aunque oficialmente consta que tomó posesión en el claustro pleno del día 11, según el acta correspondiente a ese día, que literalmente reza:

En Salamanca, en 11 de febrero de 1786, los señores contenidos al margen [señores Gomara, Carrasco, Melón, Álvarez, Gascó y Toubes], se congregaron a dar la colación de la cátedra de griego al señor doctor don José Ayuso, quien fue nombrado en el pleno de 10 del presente mes, y efectivamente entró en claustro y se le dio la colación y cometió el darle la posesión al bedel multador, el que se la dio dicho día.

Gómez, Carrasco, consiliario más antiguo, bachiller Melón, consiliario, bachiller Álvarez, consiliario, bachiller Toubes, consiliario, bachiller Gascó, consiliario [rúbricas].167






ArribaAbajo Trascendencia de la oposición de griego de 1785 para el Colegio de Lenguas

A partir de esta oposición se continúan las reformas que tímidamente, y con dificultades, Campomanes intentaba imponer en los estudios de las Humanidades desde el Plan de estudios de 1771. En 1781 había logrado que el Consejo de Castilla votase a Meléndez para la cátedra de Prima de Humanidades. Ahora, Meléndez consigue que sea catedrático el reformista Ayuso.


La implantación del derecho de opción de rentas entre las cátedras del Colegio de Lenguas a la muerte del Padre Zamora

La oposición a la cátedra de griego de 1785 fue pionera en varios aspectos.

En el económico, dicha oposición era la primera que se celebraba después de haber sido implantado el derecho de la opción de rentas entre las cátedras del Colegio de Lenguas, como ocurría desde antiguo en las Facultades Mayores, lo cual, como hemos demostrado en otro lugar168, era señal de que las cátedras de Humanidades empezaban a ser apetecibles por sus remuneraciones. Veremos que, de conformidad con ese derecho de opción de rentas, en el Asuetero se reparte la dotación económica de la cátedra de griego de manera que los catedráticos más antiguos que tenían disminuidas sus rentas por vivir aún los catedráticos jubilados, se quedan con casi todos los dineros de la cátedra que había ocupado el Padre Zamora, dejando al nuevo y flamante catedrático Ayuso con una irrisoria cantidad.

En efecto, en el Asueto del curso académico 1785-1786 se resume la actividad de la cátedra y observamos el cambio de titular en el encabezamiento de la misma: «Cátedra de lengua griega. Reverendísimo Padre Maestro Bernardo Zamora. Murió el 30 de noviembre de este curso [1785]. Sr. Dr. D. José Ayuso tomó posesión de ésta169». Ayuso aparece como sustituto desde el primer día de curso, el 19 de octubre («sustituye el Sr. Dr. Ayuso»). El bedel multador anota de manera escueta el fallecimiento del Padre Zamora: «el miércoles, 30 de noviembre, día de san Andrés apóstol, murió el reverendísimo Zamora»170. El 2 de diciembre, viernes, empieza la sustitución permanente de Ayuso: «sustituye el señor doctor Ayuso. Las faltas que tuviere se le apuntarán171». El 11 de febrero se anota la toma de posesión, una vez ganada la oposición: «En este día tomó posesión el señor doctor Ayuso»172. Una vez ganada la oposición de la cátedra, Ayuso no faltó un solo día en el resto del curso.

Al final del mismo, el mayordomo tuvo que hacer una liquidación doble. Una para el fallecido Padre Zamora y otra para Ayuso, quien tuvo la desagradable sorpresa de que se le empezó a aplicar la antes aludida opción de rentas entre cátedras del Colegio de Lenguas y que se le liquidasen solamente 21.425 maravedíes, por habérsele «opcionado» las rentas por el catedrático de hebreo, González Candamo, y por el segundo catedrático de Prima de Humanidades, Ruiz de la Bárcena. La liquidación decía textualmente:

La leyó y gozó desde principio del curso hasta 30 de noviembre, en que murió, el reverendísimo padre maestro Bernardo de Zamora, del orden de carmelitas calzados. En cuyo tiempo hubo 28 lecciones, por las que debe haber por dicho florín nuevo 50.008 maravedíes, de que se bajan 4.468 por una cuarta parte de diez faltas que tuvo, abonados 3 días que le caben de los quince que corresponden al Sr. Dr. don José Ayuso, que la sustituyó, y quedan a dicho reverendísimo 45.533 maravedíes [...].

Siguió sustituyendo en esta cátedra desde primero de diciembre hasta 10 de febrero, que duró su vacante, y el 11 de febrero tomó posesión de ella dicho señor doctor don José Ayuso, y en uno y otro concepto debe haber el resto al valor de dicho florín antiguo, que es 21.425 maravedíes, que ganó sin multas, con respecto a que la renta del nuevo se halla ocupada por haber recaído en ella [la opción de rentas] los señores Candamo y Bárcena.173



En la oposición de la cátedra de griego de 1786 también se marca la pauta respecto a «los derechos de la posesión» de las cátedras del Colegio de Lenguas. En lo sucesivo estos pequeños gastos se liquidarán conforme a las propinas que se instituyen en esta ocasión. Así deducimos de la nota, puesta debajo de la liquidación de dichos derechos, fechada en Salamanca el 11 de febrero de 1786: «sirve para todas las [cátedras] del Colegio de Lenguas». Como curiosidad, el rector recibió 22 reales; los consiliarios, 88; el arca, 66; el maestro de ceremonias, 11; los cuatro porteros, 24 (seis cada uno); los gastos de impresión fueron 10 reales; los de «papel y procesao», 20 reales; el bedel recibió 4 reales, el secretario 40, el relojero 8 y el llamador otros 8. En total 301 reales, los que tuvo que desembolsar el nuevo catedrático Ayuso174.




La oposición a la cátedra de griego de 1786 y la oposición a la cátedra de hebreo de 1787

La oposición de 1785 también marcó las pautas en el desarrollo de procedimiento selectivo de las oposiciones en lo sucesivo en dicho Colegio de Lenguas, al menos en las que daba la universidad, aunque no estamos seguros en las que otorgaba el Consejo de Castilla, según observamos en el «proceso de la cátedra de propiedad de hebreo, vacante en esta universidad por ascenso del doctor don Gaspar González de Candamo. La proveyó la Universidad en su claustro pleno del 13 de julio de 1787 en el bachiller don Francisco José García, colegial trilingüe, a quien se le dio la colación y posesión por el claustro de consiliarios en el día 14 de dicho mes y año, a las cinco de la tarde»175.

Las pautas y procedimiento establecidos por Meléndez Valdés en la oposición de la cátedra de enero de 1786 marcaron la pauta para hacer la oposición a la cátedra de hebreo de 1787, al menos en el segundo ejercicio, según se desprende de la Junta de los señores jueces de la cátedra de hebreo del 9 de julio de 1787, compuesta por el vicerrector, el doctor Cartagena, antiguo catedrático de hebreo jubilado, el doctor Juan Justo García, extremeño e íntimo amigo de Batilo, catedrático de álgebra, y del doctor Ruiz de la Bárcena, catedrático de humanidades y buen colega de Meléndez, que dice lo siguiente, a la hora de planificar el segundo ejercicio de la oposición:

Se congregaron los señores del margen dicho día, mes y año, y acordaron unánimemente (para aliviar el trabajo de transcribir los ejemplares de cuartilla, que, según el número de opositores [eran siete] es casi impracticable en el día): 1.º) que se transcriba una sola para los jueces, y lo 2.º) que sólo se repliquen entre sí la quatrinca y trinca según han ejercitado [en el primer ejercicio]. Lo 3.º) que, conforme a la oposición anterior [la de griego], concurran a tomar los puntos para dicha cuartilla a las seis de la mañana y que a las mismas [horas] de la tarde los pongan en la secretaria [era verano], a donde deben acudir todos los opositores para recoger los de sus contrincantes. Lo 4.º), que se den dichos puntos en el mismo autor que la oposición pasada [Los Oficios de Cicerón], y que, para concluir con más brevedad y alivio de la Universidad, se siga el último ejercicio de traducción de repente al de la cuartilla, como se ejecutó en la última oposición a la cátedra de griego. Lo 5.º), que se pase un oficio al señor vicerrector para que expida la cédula de claustro para el viernes, 13 del corriente [julio de 1787], para concluir en claustro los ejercicios de cuartilla y versión, y concluidos pasar a la provisión de la cátedra, si parece a la Universidad. Dr. Cartagena, bachiller Gascó Oliveros, por el maestro de consiliarios.176










ArribaAbajo Conclusión

La oposición a la cátedra de griego de 1785 no sólo coincide con uno de los momentos más esplendorosos de nuestra Ilustración (por ejemplo en ese año se publica la primera edición de las Poesías de Meléndez o el Catalogo delle lingue de Hervás y Panduro y reaparece El Censor, entre otros hechos literarios significativos), sino también con el cenit del Colegio de Lenguas de la Universidad del Antiguo Régimen (el antecedente más inmediato de la Facultad de Filosofía y Letras decimonónica), que no volverá a contar con catedráticos tan prestigiosos como los tuvo en el decenio 1775-1785 (entre titulares y sustitutos encontramos a los padres Bernardo de Zamora y Antonio Alba, los doctores Sampere, Ayuso, Meléndez, González Candamo y Ruiz de la Bárcena).

Personalmente, Meléndez, quien ya había demostrado su competencia como latinista en la oposición de 1781, ahora se preocupa de que el discípulo predilecto del Padre Zamora continúe la magnífica labor de su maestro (que también lo había sido de helenistas tan prestigiosos como Casimiro Flórez Canseco, Pedro Estala o el inquisidor Nicolás Rodríguez Laso).

Si comparamos el dictamen que dieron los jueces de la cátedra de hebreo el 13 de julio de 1787 con el dictamen más razonado y firme de Meléndez Valdés, veremos enseguida la mayor competencia del poeta extremeño. El dictamen de los señores jueces en la oposición de hebreo del 13 de Julio de 1787 fue el siguiente:

Dictamen de los jueces: dijeron que no siendo de su inspección graduar las cualidades extrínsecas de los sujetos, sino el mérito y aptitud para el desempeño de la cátedra de hebreo, han convenido unánimemente en que todos los siete opositores son capaces de desempeñarla con honor, pero, por cuanto es superior el mérito e instrucción de algunos, se hace preciso graduarlos del modo siguiente: en primer lugar, el bachiller García y el bachiller fray Gaspar. En segundo lugar, el bachiller Méndez. En tercer lugar, los cuatro opositores restantes. Lo firmaron en Salamanca y junio, 13 de 1787. Dr. Cartagena, doctor Justo García, doctor Bárcena.177



El doctor Ayuso, nuevo catedrático de griego sustituto del fallecido Padre Zamora, siempre fue amigo de Meléndez y desarrolló su actividad docente en la cátedra hasta 1798 de la manera más rutinaria, sin excesiva brillantez. Por ejemplo, preside un acto en «la facultad de griego» el 1 de agosto de 1787: «El doctor don Joséf Ayuso y Navarro prueba haber presidido acto menor en la facultad de Griego en el que se defendió la materia Egraecarium literarum exercutatio in anacreontis odas. Actuante: don Joséf Rodríguez Viezma. Réplicas [en blanco]»178. Tal vez Meléndez influyó en su amigo para que eligiese el tema de las anacreónticas, tan de actualidad en el mundillo literario del momento, después del éxito conseguido por las Poesías de Meléndez el año anterior. Pero Ayuso, ciertamente de gusto y formación neoclásicos, no tenía la talla de helenista que su antecesor el Padre Zamora, sin duda porque no se entregó en cuerpo y alma a la docencia del griego, sino que prestaba más atención a su faceta de jurista, de manera que terminará sus días, bien entrado el siglo XIX, como magistrado de la Audiencia de Valencia.

Pero ese abandono del Colegio de Lenguas por parte de los catedráticos más competentes no sólo era debido a la ambición personal, sino que, hasta cierto punto, fue estimulado por la legislación vigente de la reforma del plan de estudios de 1771, pues «por el plan de estudios inserto en la Real Provisión de 3 de agosto de 771, se previene, que los catedráticos de Humanidad, Latinidad, Retórica y Lenguas Griega y Hebrea, así licenciados o doctores como bachilleres puros, puedan hacer oposición a las cátedras de propiedad y regencia de la Facultad de su Bachilleramiento, y deberán ser preferidos a los demás opositores en igualdad de doctrina y mérito, con tal que hayan regentado las de Letras Humanas por cinco años; y que si, pasados éstos con aplicación y aprovechamiento, se opusieren a la de otras Facultades, se tenga en consideración éste mérito, concurriendo en grado comparativo igual suficiencia a los demás coopositores»179. Esta norma, que era toda una tentación para cualquier catedrático «raro» del Colegio de Lenguas, fue recogida en la Cédula del Consejo de Castilla de 22 de enero de 1786, exactamente el mismo día en que comienza el proceso selectivo de la oposición que hemos comentado. La norma estuvo vigente y fue lo suficientemente conocida como para ser recopilada en la Novísima Recopilación (1805).

Meléndez pudo haber sido un personaje de cierta importancia en la renovación de los estudios humanísticos, en general, y helenísticos, en particular, de los últimos decenios del siglo XVIII, si no hubiese caído en la ambición de muchos de los catedráticos de las cátedras filológicas, que tenían sus ojos puestos en las salidas profesionales jurídicas mientras ejercían la docencia en las «cátedras raras» del Colegio de Lenguas.

Luis Gil Fernández habla de los brotes de renovación humanística y de Campomanes como el fautor de las reformas lingüísticas, «con éxito escaso, necesario es reconocerlo, tanto por la resistencia pasiva de los claustros como de los propios estudiantes». Destaca, en la universidad de Salamanca, la actividad de fray Bernardo de Zamora, quien en 1764 elevó un escrito al claustro solicitando que saliera a oposición pública en toda regla la cátedra vacante y desempeñó después con dignidad y eficacia la docencia de la materia. Gil incluye entre «los focos de helenismo» a un discípulo de Bernardo de Zamora, Juan Meléndez Valdés, «cuya primera poesía corrida de molde180 aparece precisamente en la gramática griega de Ortiz de la Peña»181.

Más adelante añade Luis Gil: «Por desgracia, los jóvenes helenistas más prometedores de finales del siglo XVIII, como Pedro Estala, Joseph Antonio Conde, el propio Meléndez Valdés, tal vez Ortiz de la Peña y tantos otros de talla menor, fueron víctimas de los avatares políticos de comienzos del siglo XIX. Ilustrados, afrancesados o liberales, hicieron caer indirectamente sobre la lengua griega un baldón»182.

Nos parece que el comportamiento de Meléndez en la oposición de la cátedra de griego de 1785, que hemos estudiado, está dentro del reformismo y de las directrices del helenista Campomanes y del «amoroso tesón con que trató de difundir el estudio del griego el fiscal del Consejo de Castilla»183.

Meléndez fue un convencido amante de las lenguas clásicas, pues se ocupó con asiduidad de Virgilio, no sólo cuando ocupaba su cátedra, sino que continuó cultivando, con certeza, las traducciones de autores latinos y probablemente los griegos, de manera que en el verano de 1807 era uno de los dos mejores latinistas que había entre los componentes del claustro pleno de la Universidad de Salamanca184.

Esa competencia en latín sólo se puede mantener después de casi veinte años en la carrera judicial si se lee y traduce con regularidad textos clásicos, y parece que Meléndez tomó la Eneida como texto para ejercitarse, si interpretamos bien a Menéndez y Pelayo: «Eneida de Virgilio. Emprendió Meléndez esta versión, a consecuencia de haber visto la de Delille. Perdióla ya muy adelantada en el saqueo de sus libros y papeles en Salamanca en 1813. Según Cabanyes eran seis los libros ya traducidos»185.

A esta misma traducción parece aludir Mestre, cuando afirma, hablando del destierro del poeta (1798-1808), al que considera como paradigma de «los humanistas que eran con frecuencia víctimas de los caprichos o de los vaivenes de los políticos» que hallaban su consuelo en el cultivo de las lenguas clásicas: «Es cierto que Meléndez Valdés entretuvo su aislamiento en la traducción de las obras de Virgilio»186.

El conocimiento de la competencia helenística de Meléndez nos ayuda penetrar en su poesía, pues «la poesía de Meléndez sólo puede comprenderse dentro de la tradición clásica. Porque nos encontramos con un poeta que en minuciosos detalles, en el léxico y en los tópicos, se está refiriendo continuamente a la antigüedad. [...] La poesía de Meléndez, pues, se levanta en una época en la que todavía la imitatio de la antigüedad clásica nutre la literatura»187.

A juzgar por los modos apuntados en la oposición a la cátedra de griego en 1785, es posible que la docencia de las Humanidades, y del griego en particular, hubiese mejorado notablemente si la ambición jurídico-política no hubiese impulsado a abandonar el Colegio de Lengua en 1789 a Meléndez. Para desgracia del griego, el nuevo catedrático Ayuso también era doctor en Leyes, lo mismo que el resto de los catedráticos del mejor Colegio de Lenguas, el salmantino de la década de 1780-1790, que vio la Universidad española de la Ilustración.




ArribaApéndices


Edicto de la oposición de griego de 1785

«Nos, el doctor don Joseph de Azpeitia e Izaguerri, rector de la Universidad de Salamanca y de su gremio y claustro, hacemos saber que en dicha universidad se halla vacante la cátedra de lengua griega por muerte de su último poseedor, el reverendo padre maestro fray Bernardo de Zamora, cuya provisión toca a su claustro pleno, y a la cual se hará oposición pasado que sea el término de treinta días, que se contarán desde el de la fijación de este edicto, por lo cual prevenimos que todos los que quisieren se les ponga por opositores deberán concurrir en el término señalado, por sí o sus procuradores, ante nos o nuestro infraescrito secretario, presentando el grado de bachiller en cualquiera facultad, recibido o incorporado en esta Universidad; y advertimos que los ejercicios de la oposición se reducen a explicar por espacio de 1 hora, con puntos de 24, los versos de Homero que eligiere el ejercitante de uno de tres piques que se le darán en la Iliada, dando razón de la etimología, sintaxis, prosodia, propiedad de voces, figuras y bellezas que ocurran, y respondiendo en otra hora a las preguntas y reflexiones que dos de sus opositores le hicieren sobre el mismo pasaje.

Señalado día de oposición a la cátedra, concurrirán en su víspera a las ocho de la mañana todos los opositores a tomar un pasaje latino de algún autor del Siglo de Oro, quedando a nuestro arbitrio dar el pique en el que tengamos por más conveniente. Éste le volverán al griego y a las cuatro de la tarde del mismo día pondrá cada uno en la secretaría de la Universidad otros tantos ejemplares de su versión, firmados de su puño, cuantos fueren de opositores, a quienes se entregarán mutuamente los reparos que hallaren dignos.

Concluido este ejercicio, se hará en el mismo claustro un pique en el Nuevo Testamento griego y cada opositor separadamente volverá de repente al castellano 4 ó 6 versículos, que deberán ser para todos unos mismos, para mejor calcular el mérito de cada uno.

Prevenimos que, aunque la renta de esta cátedra es de 100 florines, no entrará el propietario a percibirla hasta que por su turno le corresponda, por pertenecer al presente a otro catedrático más antiguo de el Colegio de Lenguas; pero advertimos también que goza su poseedor el privilegio de tomar con la metad del coste y las propinas el grado del doctor en cualquiera facultad.

Dado en Salamanca, a 13 de diciembre de 1785. Dr. don Joseph de Azpeitia [rúbrica]».188






Dictamen de Meléndez sobre los méritos de los opositores a la cátedra de griego en 1785

«Habiendo asistido a las oposiciones de la cátedra de griego [sólo al primer ejercicio], para [lo] que la Universidad se sirvió nombrarme juez, con toda la exactitud y atención que me han sido posibles, por el juicio que he podido formar, según mi corta instrucción y los informes que he tomado y el conocimiento que tengo de los opositores, adquirido en las conversaciones privadas que ofrece la frecuente familiaridad de las aulas, hallo y me parece deberlos poner en el orden siguiente:

1.º Dr. don Joseph Ayuso.

2.º Bachiller Guebra.

3.º Dr. Campo.

4.º Bachiller Herrero.

5.º Bachiller Soto.

El doctor Ayuso leyó con un orden mejor que ningún otro y en las respuestas a los argumentos y los que él hizo a sus opositores mostró gusto e inteligencia de la poética.

El bachiller Guebra leyó con mucha facilidad y comprobó muy bien las voces todas de los versos de su ejercicio con pasajes de otros autores.

El doctor Campo fue diminuto en la lección, perdiendo mucho tiempo en la comprobación de las sílabas.

El bachiller Herrero [sucederá a Meléndez en la cátedra de Prima de Humanidades en 1790] mostró en la suya [lección] conocimiento de las reglas gramaticales, aunque poca práctica en los autores.

El bachiller Soto apenas puede graduársele porque su elección fue trivialísima, la prueba de las cantidades por las reglas de la prosodia latina, toda voluntaria y sin subir a las reglas filosóficas de la verdadera cantidad y sus argumentos tan generales que podían muy bien aplicarse a todas las gramáticas y lenguas. Por otra parte, este opositor es de un gusto pésimo y que, en mi opinión, no es capaz de sentir una sola hermosura ni aún en los autores latinos más delicados.

Así lo juzgo y en caso necesario lo juro por parecerme la verdad.

Salamanca, 8 de febrero de 1786.

Dr. don Juan Meléndez Valdés [rúbrica]»189






Dictamen de Ruiz de la Bárcena sobre los méritos de los opositores a la cátedra de griego en 1785

«Mi amigo y señor don Gaspar de Candamo: Remito a vuestra merced mi dictamen sobre los ejercicios de la cátedra de griego, a que, como sustituto suyo, he asistido, para que le haga presente a la Universidad, bien entendido que va arreglado en un todo al juicio de los inteligentes, tanto de dentro como de fuera del claustro. Y aunque, con la tal cual instrucción que tengo, pudiera muy bien calcular su mérito por mí mismo, con todo no me he desdeñado en consultar a otros para obrar con el acierto y rectitud que exige un punto tan delicado, y de grave restitución, desvaneciendo de este modo toda sospecha de colegiatura y amistad.

Convienen todos en que se debe dar el primer lugar al doctor Ayuso, y el segundo al bachiller Huebra, porque, dudando a cuál de estos dos ejercicios se debe dar la preferencia, las circunstancias de los grados mayores del doctor Ayuso, el número de oposiciones, su talento y buen gusto le ha hecho acreedor a ella. En tercer lugar, al bachiller Dámaso [Herrero] y al doctor Campo.

Dios nuestro Señor guarde a vuestra merced los muchos años que desea su más apreciado y seguro servidor.

Joseph Ruiz de la Bárcena.

Salamanca y febrero, 10 de 86.

Dr. don Gaspar González de Candamo».190






Acta del Claustro Pleno de la Universidad de Salamanca, del 10 de febrero de 1786, en el que se votó la cátedra de griego de 1785

«En Salamanca, a dicho día mes y año [10 de febrero de 1786], a las 10 de la mañana, se congregaron en la sala de claustros de esta universidad los señores reverendísimo padre maestro fray Basilio de Mendoza, vicerrector, y don José Cartagena, que hizo de vicecancelario, y los doctores don José Ocampo, don Manuel García, don Pedro Navarro, don Ignacio Carpintero, don Juan Bajo Polo, don Juan Machado, don José de Alba, don Santos Robles, don José Rico, don Antonio Roldán, don Francisco Forcada, don Manuel Blengua, don Gabriel de la Peña, don Nicolás Arango, don Francisco Sampere, don Pedro Julián de la Encina, don Andrés de Borja, don Antonio Varona, don Marcos Oviedo, don José Caballero, don Ramón de Salas, don Manuel Caballero del Pozo, don Antonio Reirruard, don Salvador Tejerizo, don Francisco Valdivia, don Martín de Hinojosa, don Francisco Cisneros, don Juan Meléndez, don José Salgado, don José Casquete, y don José Mintegui, juristas.

Los reverendísimo padres maestros y doctores don Juan Baltasar Toledano, padre Antonio Muñoz, fray Ignacio Recalde, fray Francisco Pérez, padre don José de la Oliva, fray Agustín Lasanta, padre José Segura, fray Juan Ruarte, padre don Luis Martínez, fray Juan Nieto, fray Gabriel Sánchez, fray Isidoro Alonso, fray Leonardo Herrero, don Custodio Ramos, fray Gerardo Vázquez, don Fernando Ayala, fray Lorenzo Alonso, fray José Díaz, fray Jerónimo Ridoces, fray Agustín Anguas, fray Antonio Jiménez, fray Lorenzo Santa Marina, don Ramón Falcón, fray Vicente Sánchez Miranda, don Alberto de la Mota, don Francisco Álvarez, fray Manuel Estévez, teólogos.

Don Antonio Cuesta, don Manuel de Secades, don José Recacho, don Manuel de Medina, don Francisco Otero, don José Antonio Zepa y don Isidoro Alonso del Campal, médicos.

Don Juan de Aragués, don Judas Tadeo Ortiz y don Juan Justo García, artistas.

Don José Márquez, don Gaspar de Allo, don Judas Tadeo Pascual, don Gregorio Castrillón, don Antonio Gómez Martín, don Joaquín Mendinueta, diputados.

Don Sebastián Carrasco, don Julián Melón, don Antonio Álvarez Yontes, don Agustín de Gascó, don César Toubes y don Manuel Antonio Gómez, consiliarios.

Y así juntos fueron llamados por la cédula siguiente:

Cédula [de convocatoria del claustro del jueves 9 de febrero de 1786]

Don Gregorio Pérez del Barco, bedel llamará a claustro pleno para mañana viernes, a las 10 de la mañana, para ver la traducción que del latín al griego harán los opositores a la cátedra de griego y oír los reparos que mutuamente se objetasen acerca de ella, y si la universidad lo tuviese a bien proveer dicha cátedra. Para nombrar jueces de concurso a la cátedra de vísperas de teología y para ver una carta escrita a la universidad por la que don Andrés Vicente Carpintero y Esgueba, alcalde mayor electo por su majestad para esta ciudad, da parte de su nuevo empleo y ofrece sus facultades, y sobre todo resolver lo más conveniente. Nadie falte, fecha jueves, 9 de febrero de 1786. Maestro fray Basilio de Mendoza vicerrector.

Leída la cédula por los señores jueces de concurso de esta cátedra, el primero [Sampere] propuso en primer lugar al doctor don José Ayuso y bachiller Huebra. En segundo lugar al doctor Campo. En tercer lugar al bachiller Soto.

El segundo juez [Meléndez] propone, en primer lugar, al doctor Ayuso. En segundo lugar, al bachiller Huebra. En tercero, al doctor Campo y, en cuarto lugar, al bachiller Herrero. Y en quinto, al bachiller Soto.

Y al otro señor juez [González de Candamo] se le insinuó propusiese, y, no pudiendo formar dictamen, leerá en el claustro el parecer del sustituto [Ruiz de la Bárcena]. Y, enterado el claustro de la dicha propuesta, se pasó a votar dicha cátedra entre los opositores en secreto y con roeles, y en las cajas donde estaban puestos los nombres y repartidos, descubiertas las cajas, constó haber en la del doctor Ayuso 41. En la del doctor Campo 18. En la del bachiller Soto 3, y en la del bachiller Huebra 20. Y por haber empate de votos entre el doctor Ayuso y el bachiller Huebra y deber haber elección canónica, se pasó a votar en segundo escrutinio [con] agallos, declarando que agallo blanco en bolsa blanca significa ser electo el doctor Ayuso, y [agallo] negro en blanca, el bachiller Huebra. Y fecho descubiertas las bolsas constó haber y tener el doctor Ayuso 48 agallos blancos y en la del bachiller Huebra 35, por lo que el acuerdo fue ser nombrado por catedrático de griego al doctor don José Ayuso y Navarro.

Con lo que se concluyó este claustro que firmaron dos de dichos señores, a saber, maestro Mendoza, vicerrector, Ortiz Gallardo e yo el secretario en fe de ello.»191






Claustro de consiliarios de 11 de febrero de 1786 en el que Ayuso tomó posesión de la cátedra de griego

«En Salamanca, dicho día mes y año, a las nueve de la mañana, se congregaron en la sala del claustro de esta universidad los señores consiliarios don Manuel Antonio Gomera, don Sebastián Carrasco, don Julián Melón, don Antonio Álvarez Yontes, don Agustín Gascó y don César Toubes y así juntos fueron llamados por la cédula siguiente: Cédula: Don Jerónimo Pérez del Barco, bedel, llamará a claustro de consiliarios para mañana, sábado, a las nueve la mañana, para dar la colación y posesión a el doctor don José de Ayuso de la cátedra de propiedad de griego. Nadie falte, fecha, viernes, 10 de febrero de 1786. Y para determinar acerca del vicerrectorado lo mas conveniente. Por el rector y claustro de consiliarios. La Gomera, consiliario»192.

Leída la cédula y dada la posesión de dicha cátedra al doctor don José Ayuso, cuya colación está colocada al final del proceso de dicha cátedra, luego por el claustro se le puso impedimento al Sr. Gomera para despachar cédula para dar posesiones de cátedras, y el Sr. Carrasco dijo: protestaba el impedimento que se le había puesto para no permitirle despachar la cédula para dar esta posesión. El señor Gomera expuso en este claustro varias razones urbanas y corteses para que se tranquilizasen los individuos, diciendo está a dicho fin pronto a conceder, sólo por el fin de la paz, a cuyo fin había puesto el otrosí de la cédula, a lo que el Sr. Carrasco dijo no podía con sentir en ello, pues el señor vicecancelario había mandado que el consiliario más antiguo, que era dicho señor [Gomera], expidiese la cédula para examinar las circunstancias de todos los consiliarios, cuya cédula, que varias veces quiso dar a dicho fin, no la había podido conseguir, por lo que consentía se tratase de otro asunto, y se salió del claustro y los demás consiliarios, que quedaron en él, dispusieron cédula para el lunes próximo [13 de febrero], la que firmaron todos, de que doy fe».193







 
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