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Meléndez Valdés1 y la enseñanza de las humanidades en las preceptorías de gramática (1778-1789)


Antonio Astorgano Abajo


Université de Zaragoza, Saragosse

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Para mi hermano Ángel, veterinario




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Introducción

El poeta Juan Meléndez Valdés vivió de la enseñanza de las humanidades desde octubre de 1778 hasta septiembre de 1789, primero como profesor sustituto (octubre de 1778-agosto de 1781) y después como catedrático titular de Prima de Letras Humanas (agosto de 1781-septiembre de 1789)2. No contamos los meses aislados en los que fue profesor sustituto en 1774. Alarcos García resume la actividad docente del poeta: «Es incuestionable que Meléndez, una vez propietario de la cátedra de Humanidad, seguiría laborando en ella con el mismo entusiasmo y con un método idéntico al que hasta entonces había empleado en ella como profesor sustituto. Se preocupaba de la enseñanza de las lenguas clásicas y, lo que es más raro aún, de la enseñanza del castellano». Alarcos concluye: «Lógico es, por consiguiente, el admitir que en su cátedra pondría todos sus amores y que se esforzaría por hacer penetrar a sus alumnos en la esencia del lirismo horaciano y en lo hondo del alma antigua, tal y como se nos aparece en las obras de los grandes clásicos grecolatinos»3.

Una de las tareas más importantes encomendadas a los profesores de lenguas de la universidad de Salamanca por el Plan de estudios de 1771 fue la de controlar los estudios de latinidad en el reino de León y en la «provincia» de Extremadura. Hoy diríamos, si se nos permite el anacronismo, que Meléndez tuvo la oportunidad de controlar el acceso a la función docente del profesorado de enseñanza secundaria de estas regiones.

Esta ocupación es despachada por Alarcos García en cinco líneas: «El 8 y el 10 de abril del 82, en compañía de Sampere, González de Candamo y   -77-   Ruiz de la Bárcena, examinaron y aprobaron a los señores don Nicolás Nieto y don Antonio Pérez, respectivamente; el 5 de enero del 84, con Sampere y el doctor don José Ayuso, a don Rafael Rojo; el 18 de agosto del 85, con Sampere y Ruiz de la Bárcena, a don Bartolomé Gil Quintana, que fue reprobado, y el 24 noviembre del 86, con los dos catedráticos últimamente citados, a don Manuel Lumeras4.

Vamos a fijarnos en esta actividad de Meléndez, estrictamente académica, pero no sólo desde el punto de vista de los exámenes del profesorado, sino complementada también con las directrices pedagógicas contenidas en ciertos informes emitidos por Meléndez, solo o en compañía de otros profesores del Colegio de Filología, dirigidos a mejorar la calidad de la enseñanza de la latinidad, que es lo mismo que decir de toda la enseñanza media existente en la época.

La mayoría no eran trabajos individuales del catedrático de Humanidades, Meléndez Valdés, sino de la junta de Letras Humanas, Junta de Lenguas, Colegio de Lenguas o Colegio de Filología, que con estos y otros nombres aparece nombrada la agrupación constituida por los dos catedráticos de humanidades (latín), y los de griego, hebreo y retórica, y encargada, entre otras cosas, de controlar, en su calidad de jueces, los exámenes de preceptores de gramática y de latinidad; de velar por el florecimiento de los estudios humanísticos, y de fomentar en la Universidad y fuera de ella el cultivo de las Bellas Letras. En la época de Meléndez esta junta se preocupó muy especialmente de la reforma de los llamados estudios de gramática, es decir, de latinidad, que iban cayendo en el más completo abandono5.

No era poco lo que había que reformar en los estudios de gramática o latinidad en el último tercio del siglo XVIII. En 1754, el año que nació Meléndez, el claustro salmantino comisionó a los padres maestros Illana y Ribera, y a los señores don Juan González de Dios, el antiguo maestro de Torres Villarroel, y a don Mateo Lozano, quien fue sustituido en su cátedra por Juan Meléndez Valdés, para que informasen sobre la situación de los estudios del latín en la Universidad de Salamanca. El resultado más interesante es el informe del padre trinitario calzado y catedrático de teología moral, fray Manuel Bernardo de Rivera, fallecido a finales de 1765 en Salamanca, por otra parte bastante buen pedagogo según acredita el futuro inquisidor Nicolás Rodríguez Laso en el elogio fúnebre que le dedicó en 17666.

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El padre Ribera dice en su dictamen que, a su juicio, para que la enseñanza de latín prospere en nuestro país, es fundamental tener buenos maestros, pudiendo ser resumidas en tan simple postulado todas las recomendaciones del escrito según reza su colofón: «A este fin conspiran las reglas que hemos insinuado, siendo la suma de todas ellas que se busquen maestros sabios [...]. Y habrá maestros sabios, si hubiese premio, que es el más poderoso incentivo para el adelantamiento de las ciencias y artes».

Del status social de los gramáticos a mediados del siglo XVIII alguna idea pueden dar las sangrientas caricaturas de los dómines de Tierra de Campos que se encuentran en el Fray Gerundio y las quejas de fray Bernardo de Rivera. En ellas se refleja cómo seguían enfrentándose los maestros seglares a la ruinosa competencia que les hacían las órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza, incluso después del extrañamiento de la Compañía de Jesús, cuando los escolapios vinieron a reemplazar a quienes habían sido la guadaña de tantas escuelas municipales de gramática7.

Los preceptores de latinidad tenían serias reivindicaciones económicas, por los pocos alumnos que recibían, puesto que sufrieron la competencia no sólo de las órdenes religiosas sino también el intrusismo de los profesores franceses, los cuales conseguían las pertinentes licencias del Supremo Consejo de Castilla sin pasar por las horcas caudinas del examen académico. Los preceptores de la Corte intentaron solucionar sus problemas fundando la Academia Latina Matritense, cuya finalidad era la de fomentar y unificar el estudio de la gramática latina, retórica y poética, así como el vigilar que no ejercieran la profesión de preceptores de latinidad otros que los que hubieran demostrado sus conocimientos ante el correspondiente tribunal que la Academia fijaba. En 1795 había veinticuatro maestros de primeras   -79-   letras y corrientemente de sus alumnos sólo estudiaban gramática la tercera parte8.

El citado fray Manuel Bernardo de Rivera nos define la concepción que del humanista se tenía en la segunda mitad del siglo XVIII: «A juicio de los que hablan con poco discernimiento, es humanista el que sabe un poco de gramática y unos cuantos fragmentos de fábulas y sabe recitar tres o cuatro versos de los poetas latinos más clásicos»9.

Existía, pues, una valoración negativa del humanista, el cual había perdido su justificación como «médico» de la ignorancia y crítico de toda clase de libros. Los avances de la especialización le habían reducido a la categoría de erudito universal, cuyos saberes inconexos y enciclopédicos se revelaban a la postre sólo buenos para amenizar tertulias. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, lo que sería el juicio de los más, no pasaría de ser un anacronismo mantenido por inercia como obstáculo interpuesto en la educación científica y moral de la juventud, a la que se obligaba, sin saberse muy bien por qué, a pasar por las horcas caudinas de la gramática antes de entrar en las facultades mayores10.

Los preceptores de latinidad no universitarios eran considerados como maestros de gramática, retórica y poética, que no tenían asignación económica alguna, pues los discípulos pudientes eran los que, con sus honorarios convenidos, proporcionaban el sustento a estos profesores11.

En 1755 fray Bernardo de Rivera señalaba con claridad meridiana la relación existente entre las míseras retribuciones del profesorado de gramática y el escaso rendimiento científico, haciendo especial mención de la discriminada categoría de los gramáticos: «A la escasez del premio se puede atribuir el desmayo de algunos profesores y la decadencia de algunas facultades. Estudiar por deponer ignorancias y averiguar la verdad, claro está que es el fin más noble, pero son los menos a quienes gobierna únicamente ese impulso. La falta de premio y estimación tiene a muchos quejosos; pero no sé si lo están con igual justicia que los preceptores de gramática y humanidad. [...]. Pues, según el aprecio que hoy goza, el preceptor de gramática es de clase inferior y de nota harto oscura»12.





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La normativa de selección de los preceptores de gramática

La carta-orden del consejo de Castilla del 3 de agosto de 1771, firmada por el conde de Aranda , ordenaba: «Conferimos a esa universidad [la de Salamanca] la superintendencia de los estudios de latinidad y retórica del reino de León y provincia de Extremadura para su arreglo, a fin de que, tomando noticia de los que están fundados conforme a la ley del Reino y de los que por estar fundados contra ella por no ser convenientes, se supriman y agreguen a los de cabeza de partido, para completar en ellos igual enseñanza que en los establecidos para la universidad; debiendo completarse en esta lo que no hayan podido aprender en ella por falta de cátedras, dando cuenta la universidad de todo cuanto crea digno de providencia, o de auxilio en lo que ocurra para la supresión y agregación de los estudios de latinidad y retórica del citado reino de León y provincia de Extremadura»13.

Esta escueta norma encierra en sí una completa reforma de la enseñanza de los estudios anteriores a la Universidad, pues da amplios poderes a la Universidad, y en concreto a los dos catedráticos de humanidades o latinidad, para planificar los centros necesarios, suprimiéndolos o creándolos, y ordena la coordinación de los estudios de latinidad existentes en los pueblos de León y Extremadura con las cátedras de latinidad de la universidad de Salamanca. El principio básico que la conforma es el de la unificación de la docencia, como no podía ser de otra manera en los gobernantes del reinado de Carlos III, los cuales achacaban a la profusión de preceptorías de gramática y a la confusión metodológica reinante la poca eficacia de la educación, y el no haber logrado el rendimiento deseable todas las grandes cantidades que el Estado se ha gastado en la enseñanza desde siempre. La exigencia de la unidad de la instrucción, es decir, que sea una la doctrina, uno el método, una la lengua en que se enseña, es una clara reacción contra la dispersión de métodos y de sistemas que se seguía en las distintas escuelas de España, en los diversos colegios de latinidad y de humanidades y en las distintas universidades14.

Aunque entonces no se hablaba de una enseñanza media, los preceptores   -81-   impartían una educación semejante a la que hoy entendemos por tal: una instrucción localizada entre la primaria y la superior15.

Respecto a la planificación, los ilustrados pensaban que el número de estudios de gramática existentes en el país era excesivo, creados indiscriminadamente por profesores particulares de dudosa competencia y por las órdenes religiosas, en especial, los jesuitas. Por lo tanto no se perdía gran cosa, si con la expulsión de los jesuitas se cerraba buena parte de ellos, siempre y cuando la educación de amplios sectores de la juventud se reorientase, mediante la creación de escuelas «patrióticas», hacia objetivos de utilidad inmediata. No significaba esto que la enseñanza de latín debiese desaparecer, sino sólo limitarse a quienes la necesitaran como vía de acceso a estudios superiores16.

Luis Gil nos recuerda el hecho de que Pablo de Olavide prohibiera expresamente la fundación de escuelas de gramática en las colonias de Sierra Morena, y que Campomanes creía que, entre las causas de la decadencia cultural española, estaba «el haberse disimulado y tolerado contra lo prevenido por las leyes y lo que dicta toda buena política, tanta multitud de estudios de gramática en las villas y lugares de corta población, y de ciencias y facultades mayores en los monasterios y conventos de regulares»17.

Campomanes fue tajante en el Plan de estudios de 1771:

«No hay país de mayor número de estudiantes que el nuestro [en lengua latina]. Será utilísimo se minore el número y mejore la calidad de su instrucción. Habrá menos pretendientes y más beneméritos; menos espíritu de partido y más sabiduría. Las naciones más cultas no reparan en gastar 8 ó 10 años en este estudio, y la universidad de Valladolid acaba de proponer que, a lo menos, se estudien 6 en lo tocante a letras humanas. No insistirá el fiscal en que se empleen por lo menos cinco, como ha propuesto para Valladolid; pero juzga indispensable y preciso que a ninguno se permita salir a oír ciencia en las aulas de la universidad de Salamanca, sin que haya pasado y sido aprobado con riguroso examen, en las clases de gramática, del modo que se dirá»18.

Los gobiernos de Carlos III tuvieron preocupación por la docencia   -82-   responsable de las humanidades, como denotan la Real Cédula de 21 de junio de 1770 y la Real Provisión de 29 de abril de 1773, que ordena a los justicias impedir la enseñanza de la gramática y de las humanidades a los carentes del título expedido por el Consejo19.

Luis Gil aprecia una renovación pedagógica del latín en la universidad: «A pesar de todo, en el último tercio del siglo XVIII se produjo una esporádica renovación en la pedagogía del latín con una coincidencia de criterios que no fue producto de la puesta en práctica de una política educativa coherente, sino hacer los dictados del sentido común. A partir de 1768 -proliferan las gramáticas latinas escritas en castellano, como reflejo de esta tímida renovación pedagógica, la cual, como es lógico, tropezó con la obstinada oposición de los tradicionalistas»20.

Pero nos interesa fijarnos en la latinidad no universitaria, la cual estaba en una situación mucho más lamentable, según describe Luis Gil en el capítulo titulado «Los maestros de latinidad»: «Peor que la de los humanistas profesores de Universidad era la situación de cuantos regían las escuelas de gramática que, en cualquier lugar perdido, fundaba la generosidad de algún vecino rico o mantenían los ayuntamientos para atender a las demandas de educación o por razones de prestigio social»21.

La Universidad de Salamanca, aunque tenía la «superintendencia» sobre los estudios de gramática del reino de León y de la provincia de Extremadura, no era la única encargada de impartir los títulos de preceptor de gramática a los aspirantes de su región, pues había otras instituciones académicas facultadas para conceder ese título. Por ejemplo, Carlos III, por Real Cédula de 21 de julio de 1770 concedía a la Academia Latina Matritense la licencia y la facultad de despachar títulos de académico de número, honorario y leccionista, prohibiendo que ninguna persona de cualquier estado, calidad y condición pudiera dar en la Corte lecciones de latín, sin estar en posesión del título correspondiente, que se obtenía mediante el examen y el pago de unos derechos22.

Es de suponer que preceptores de gramática procedentes de otros lugares, sin duda con exámenes menos exigentes que en Salamanca, previa convalidación o sin ella, ejerciesen la docencia en el reino de León y en la provincia de Extremadura, pues de lo contrario no se explica que en 43 años (desde el 1 de diciembre de 1775 hasta el 19 de diciembre de 1818, periodo acotado en nuestro estudio), sólo se examinasen en el   -83-   Colegio de Lenguas de Salamanca 27 aspirantes a preceptor de gramática. Además había candidatos procedentes de otras regiones, como Galicia y Toledo.

Para completar el panorama de la planificación de los estudios de latinidad, quizá sea conveniente ver lo que pasaba medio siglo después. La Dirección General de Estudios mandó realizar una encuesta en 1822 y en ella registró un total de 7959 escuelas frente a 567 centros de segunda enseñanza (sin incluir a Cataluña, Galicia, Baleares y Canarias). Lamenta que los estudios de latinidad y humanidades no se podían cursar con igualdad de posibilidades en toda la nación, pues «una de las cosas que llaman más la atención al echar la vista por las escuelas de humanidades, o más bien de latinidad, pues a esto se reducen casi todas, es la desigualdad de su distribución. Hay provincias como la de Extremadura en que llegan a 43, y otras como Málaga y Zamora en que no pasan de siete»23.

Si toda reforma bien entendida debe empezar por transformar al profesorado, creemos que, una vez más, la renovación de los estudios no universitarios del Plan de estudios de 1771 fue muy corta y con escasos efectos en la mejora de la enseñanza de las humanidades.

Parece que entre 1771 y 1775 no se ejecutó ninguna medida concreta tendente a controlar la calidad del profesorado no universitario de humanidades, a pesar de las citadas Real Cédula de 21 de junio de 1770 y Real Provisión de 29 de abril de 1773 que prohibían impartir enseñanza de gramática y de humanidades a los carentes de titulación, que no debían ser pocos.

De repente, sin ningún preámbulo aclaratorio nos encontramos con el «Arreglo para el examen de preceptores, hecho por los señores de junta de Lenguas en la que celebraron en 23 de noviembre de 1775», que en sólo tres puntos reglamenta los exámenes de preceptores de gramática en la universidad de Salamanca, reconocida por todos como la más importante del reino. La junta de lenguas o colegio de filología estaba formada en este momento por el maestro Mateo Lozano, catedrático de prima de letras humanas, el maestro fray Antonio de Alba, regente de la otra cátedra de letras humanas, maestro fray Bernardo Zamora, catedrático de griego, Francisco Sampere, catedrático de retórica, y el doctor don José Cartagena, catedrático de hebreo y prebendado de la catedral de Salamanca.

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Se limitaron a copiar el procedimiento de examen y las tasas («propinas») del bachilleramiento en Artes:

«1º Que el que haya de ser examinado de preceptor tenga la obligación de formar en el término de 24 horas una disertación sobre la oda de Horacio que la suerte le deparare de los tres piques que se le darán, la que podrá leer por su papel, sin que tenga necesidad de aprenderla de memoria. Sufrirá los argumentos, preguntas y réplicas que le opongan los examinadores.

2º Que deposite en la secretaría para propinas de examinadores y secretario, lo que la universidad tiene dispuesto para los bachilleramientos en artes, que son 116 reales que se reparten, a saber, 26 reales para el secretario, y los 90 reales restantes para los señores examinadores que asistan, al modo que se practica en los exámenes de bachilleres cuando concurre toda la facultad.

3º Señalará el día de los puntos el señor director de Letras Humanas [el catedrático de retórica], los que se tomarán en la sala de juntas, y concurrirán a darlos los dos señores menos antiguos y el examinando enviará a todos los señores examinadores el pique que elija. Este ejercicio se tendrá en el general de retórica.

Concuerda con el original que queda en la citada junta a que me refiero, y para que conste lo firmo. Salamanca, a 23 de noviembre de 1775. Diego García de Paredes, secretario [rúbrica]24.



El temario de la prueba no era muy amplio, pues se limita a exigir las odas de Horacio, el autor omnipresente en los estudios de latinidad, el cual también había sido objeto de examen en las cátedras de Letras Humanas de la universidad de Salamanca a lo largo del siglo XVIII, y de las que se examinarán Meléndez y Ruiz de la Bárcena en los ejercicios de la oposición de enero de 1781. Se observa que los aspirantes a preceptores examinados escogían las odas largas, tal vez porque tenían más asuntos que comentar y les permitían una exposición más brillante.

El punto 3 da cierta preeminencia al catedrático de retórica, Francisco Sampere, lo que explica que los exámenes se realicen siempre en «el general de retórica».

La frecuencia de estos exámenes era de una media de dos al año, aunque hay intervalos mucho más amplios. Por ejemplo, no hubo exámenes de preceptores de gramática entre el 2 de septiembre de 1776 y el 3 de julio de 1779, ni entre el 10 de abril de 1782 y el 5 de enero de 1784, ni entre el 24 de noviembre de 1786 y el 10 de marzo de 1791. El lapso más grande fue entre el 21 de marzo de 1803 y el 19 de diciembre de 1818, coincidiendo con los conflictos napoleónicos y los difíciles tiempos de la   -85-   Guerra de la Independencia, los cuales, ciertamente, no contribuyeron nada al auge de los estudios de humanidades.

Los exámenes de preceptores de gramática en el colegio de filología de la universidad de Salamanca eran acontecimientos no frecuentes que rompían la monotonía de la enseñanza y obligaban a los catedráticos de lenguas a coordinarse, incluso en los momentos de máxima tirantez entre ellos, como en el pleito de la opción de rentas entre las cátedras (1781-1784), que opuso a Sampere contra Meléndez, y sin embargo los vemos formar parte de los tribunales de estos años25.

No era un examen muy exigente, pero se acercaba a la reforma sugerida por Gregario Mayans, quien había redactado en noviembre de 1766, a petición del secretario de estado y del despacho universal de gracia y justicia, don Manuel Roda, un informe en el que proponía que la reforma de los estudios de latinidad habría de comenzar por un examen eliminatorio de los maestros de gramática, los más numerosos en el país, que sería extensivo después a los profesores de las facultades mayores: «En este examen -decía don Gregorio Mayans- se han de excluir todos los inhábiles, y después se han de procurar introducir los hábiles». Deja constancia de la importancia de la actitud del profesorado para el triunfo de cualquier reforma educativa y proponía la realización del mencionado examen en las capitales de cada reino donde hubiese universidad. Para garantizar en el futuro la calidad de enseñanza se exigiría, en primer lugar, la debida titulación en la materia profesada y la pública oposición para ocupar las cátedras. De momento, el controlar si los docentes estaban en posesión del grado de maestro, si hubo o no oposición a las respectivas cátedras y si reunían los necesarios conocimientos, apartaría de la enseñanza a un número considerable de indocumentados, especialmente religiosos26.



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Los exámenes de preceptores de gramática y el profesor sustituto Meléndez Valdés (1775-1781)

Desde que se implantaron los exámenes de preceptores de latinidad, el 23 de noviembre de 1775, hasta agosto de 1781 en que Meléndez y Ruiz de la Bárcena tomaron posesión de sus cátedras de letras humanas recién ganadas se efectuaron nueve exámenes, de los cuales Meléndez asistió a cinco (los exámenes números 4, 5, 6, 7 y 8), celebrados en 1779 y 1780.

Se celebraban siempre en el aula del catedrático de retórica, llamada «general de retórica», por ser dicho catedrático el director del colegio de lenguas27. Del poco rigor de los exámenes puede dar idea el que no hubo ningún reprobado y que ocho fueron aprobados con la calificación de «nemine discrepante».

El primer examen para preceptor, asentado en el Libro de exámenes para preceptores de gramática. Noviembre de 1775-1832, fue el de don Diego Eleuterio Carrilla, natural de la Villa de Hornachos, Priorato de León. Por ser el primero, el secretario, García de Paredes, fue bastante explícito:

«En Salamanca, a 1 de diciembre de 1775, a las nueve de la mañana y en el general de retórica, se juntaron los señores doctor don Francisco Sampere, director de Letras Humanas, reverendo padre maestro fray Antonio José de Alba, maestro don Mateo Lozano, maestro don Andrés de Iglesia, maestro fray Bernardo Zamora y bachiller don Antonio Mangas, todos examinadores para preceptores, ante quienes pareció el citado don Diego Eleuterio Carrilla, y sobre el punto de tres piques dado el día antes por los dos examinadores menos antiguos, que eligió, y fue en el libro III de Horacio la oda VIII que empieza Martii28. Hizo su disertación de media hora con puntos de 24 y respondió por espacio de tres cuartos de hora a las preguntas que ad libitum le hicieron los examinadores sobre el artificio, elocución y propiedad latina de dicha disertación, y demás partes de retórica y gramática de que se compone. Y concluido el examen pasaron a votar secretamente la idoneidad del citado don Diego, para lo que, con propinas correspondientes, repartí las letras aes y erres. Y habiendo votado en las urnas dorada y negra, descubierta   -87-   la dorada pareció haber en ella seis A, A, A, A, A, A, de aprobación y ninguna R de reprobación, de modo que salió aprobado nemine discrepante. Y se acabó este acto, que así pasó hago fe. Ante mí: Diego García de Paredes, secretario [rúbrica]»29.



El segundo aspirante también fue extremeño, pues el 25 de junio de 1776 se examinó don Diego López Godoy, natural de Villafranca [de los Barros], priorato de León, sargento del regimiento de la Corona, el cual, al parecer, intentó impresionar al tribunal examinándose con uniforme «A las ocho de la mañana y en el general de retórica se juntaron los señores doctor don Francisco Sampere, reverendo padre maestro fray Antonio Alba, reverendo padre maestro fray Bernardo Zamora y bachilleres don Antonio Mangas y don Pedro Campo, todos examinadores para preceptores». Eligió la Oda XIV del libro I de Horacio que empieza O navis referent in mare te novi y concluye aequora Cycladas30. Salió aprobado nemine discrepante31. Obsérvese la estrecha relación entre los catedráticos de la universidad y los profesores del Colegio Trilingüe, pues el licenciado don Antonio Mangas Bermejo fue moderador de la cátedra de hebreo en el Trilingüe, y Pedro del Campo era maestro allí mismo de retórica, los cuales participan en un tribunal, competencia exclusiva de la universidad, a quien correspondía legalmente la «superintendencia» de los estudios de latinidad32.

El 2 de septiembre de 1776 se examinó don Ramón del Río (examen nº 3), natural de la ciudad de Zamora. Se juntaron los señores don Francisco Sampere, fray Antonio Alba y los bachilleres don Antonio Mangas y don Pedro Campo. Eligió la oda VIII de libro III de Horacio que empieza Martiis y acaba linque severa33. Salió aprobado nemine discrepante34.

El 3 de julio de 1779, Juan Meléndez Valdés interviene por primera vez como juez en un examen de preceptor de gramática, en calidad de profesor   -88-   sustituto de humanidades desde octubre de 1778, para examinar a don Andrés Blanco, natural de Villarramil, diócesis de Lugo. Es el cuarto asiento registrado en Libro de exámenes para preceptores de gramática. Reproducimos íntegra el acta de dicho examen:

«En Salamanca, a 3 de julio de 1779, a las cinco de la tarde y en el general de retórica, se juntaron los señores doctor don Francisco Sampere y bachilleres don Pedro Campo y don Juan Meléndez, todos examinadores para preceptores, ante quienes pareció el citado don Andrés Blanco, y sobre el punto que eligió de tres piques dados el día antes por los dos examinadores menos antiguos, y fue, de el primero pique, la oda XXII del libro I de Horacio que empieza Integer [vitae scelerisque purus] y concluye dulce loquentem35. Hizo su disertación de media hora con puntos de 24. Y respondió por espacio de tres cuartos de hora a las preguntas que ad libitum le hicieron los examinadores sobre el artificio, elocución y propiedad latina de dicha disertación y demás partes de retórica y gramática de que se compone. Y concluido el examen, pasaron a votar secretamente la idoneidad del citado don Andrés Blanco, para lo que con propinas correspondientes repartí las letras aes y erres. Y habiendo votado en las urnas dorada y negra, descubierta la dorada, pareció haber en ella tres A, A, Aes de aprobación y ninguna R de reprobación, por lo que salió aprobado nemine discrepante. Con lo que se concluyó este acto. Y de que así pasó hago fe. Ante mi: Diego García de Paredes, secretario, [rúbrica]»36.



La segunda participación de Juan Meléndez Valdés fue el 3 de noviembre de 1779 para examinar a don Santiago Álvarez Cienfuegos, natural de Salamanca. Fijémonos en este examinando, porque será el preceptor de gramática de Alba de Tormes, cuyas inquietudes pedagógicas darán lugar al conocido informe de la junta de lenguas (Meléndez y Ruiz de la Bárcena) de enero de 1789 sobre los estudios de gramática de dicha localidad, que analizaremos más adelante.

Meléndez Valdés también está presente, el 15 de abril de 1780, en el examen para preceptor de don Roque Jironda (examen nº 6), natural de Trujillo, diócesis de Plasencia. Se juntaron los señores doctores don Francisco Sampere, catedrático de retórica, don Gaspar González Candamo, catedrático de lengua santa, fray Bernardo Zamora, catedrático de griego y bachilleres don Pedro Campo y don Juan Meléndez Valdés, sustitutos de las de humanidad, y todos examinadores para maestros de gramática. Sobre los tres piques que se le dieron el día anterior, eligió la oda II del libro I de Horacio, que empieza Iam satis terris nivis atque dirae y acaba te duce, Cesar.

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Aparece el primer voto negativo y la circunstancia curiosa de que un miembro del tribunal no votó por ausentarse antes del momento de la votación: «Descubierta la urna dorada pareció haber en ella tres A, A, Aes de aprobación y una R de reprobación, por lo que salió aprobado. Previniendo que uno de los examinadores se fue antes de concluirse el examen por lo que no voto»37.

Meléndez forma parte en el tribunal (examen nº 7) que evaluó para preceptor de gramática, a don Gabriel Rojo Contreras, natural de la Villa de La Seca, diócesis de Valladolid, el 16 de agosto de 1780. «Se juntaron los señores doctores don Juan Sampere, catedrático de retórica, don Gaspar González Candamo, catedrático de lengua santa y los bachilleres don Pedro Campo y don Juan Meléndez Valdés, sustitutos de las de humanidad, todos examinadores para maestros de gramática». Eligió la oda I del libro III, que empieza Odi profanum volgus et arceo y acaba divitias operosiores? Salió a probado nemine discrepante38.

Meléndez, absorbido por las dos oposiciones a cátedras de Leyes que firmó en 1780 (la de Volumen y la de Digesto, votadas en los plenos del Consejo de Castilla el 11 de octubre y el 11 de diciembre de 1780, respectivamente), debe hacer un hueco, el 16 de agosto de 1780, a la calurosa hora de las tres de la tarde, para ver la competencia profesional para preceptor (examen nº 8) de don Vicente Ramón Fernández Cisneros, natural de Puertollano, diócesis de Toledo. «Se juntaron los señores doctores don Juan Sampere, catedrático de retórica, don Gaspar González Candamo, catedrático de lengua santa y bachilleres don Pedro Campo y don Juan Meléndez Valdés, sustitutos de la de humanidad y todos examinadores para maestros de gramática». El citado examinando eligió, de los tres piques que el día antes se le dieron en las odas de Horacio, la oda XXI del libro III, que empieza O Nata mecum consule Manlio y acaba dum rediens fugat Phoebus39. Salió aprobado nemine discrepante40.

Sabemos que el verano de 1781 fue el primero que Meléndez pasó en Madrid en compañía de su amigo Jovellanos, vigilando de cerca el éxito de su oposición a la cátedra de prima de letras humanas, por lo que el poeta extremeño no está presente en el examen nº 9 para preceptor de gramática,   -90-   sufrido por don Pedro Alcántara de Burgos, natural de la Villa de Arenas, diócesis de Ávila, el 24 de julio de 1781. «Se juntaron los señores doctores don Francisco Sampere, catedrático de retórica, don Gaspar González Candamo, catedrático de lengua santa, doctor don Josep Ayuso Navarro, doctor en leyes y opositor a cátedras de dicha facultad, nombrado por el señor rector por falta de examinadores, y todos examinadores para maestros de gramática». Eligió la oda XXVIII del libro III, que empieza Festa quid potius die y termina dicetur merita Nox quoque nenia41. Fue aprobado nemine discrepante42.




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Los exámenes de preceptores de gramática y el catedrático de prima de humanidades Meléndez Valdés (1781-1789)

Lógicamente, Meléndez tampoco está en el examen efectuado el 25 de agosto de 1781 por don Manuel Pulido (examen nº 10), natural de la Villa de Deleitosa, obispado de Plasencia. Hubiera sido el primer examen de Meléndez catedrático titular de Prima de Letras Humanas. También fue el primero del segundo catedrático de la misma asignatura, Ruiz de la Bárcena, cuyo ímpetu de catedrático neófito lo pagó caro el examinando extremeño de Deleitosa, ya que no se le dio el título:

«En Salamanca, a 25 de agosto de 1781, a las ocho de la mañana y en el general de retórica, se juntaron los señores doctor don Juan Sampere, catedrático de retórica [y] director de Letras Humanas, doctor don Gaspar González Candamo, catedrático de lengua santa y bachiller don Josep Ruiz de la Bárcena, catedrático de la segunda de humanidad, ante quienes pareció el citado don Manuel Pulido, y sobre el punto de tres piques, dados el día antes en el Horacio que eligió, y fue, del libro I la oda XXVII, que empieza Natis in usum laetitiae scyphis y concluye Pegasus expediet Chimaera. Y descubierta la urna dorada pareció haber en ella dos A, Aes y una R, por lo que solamente fue aprobado.

Nota: Que sin embargo de estar aprobado acordaron no se le diese el título hasta que, presentándose ante el citado don José Ruiz de la Bárcena a nuevo examen particular, lo mandase dar, dándole de término para ello hasta todo el mes de diciembre del presente año de la fecha»43.



A partir de ahora Ruiz de la Bárcena, segundo catedrático de humanidades, será un miembro fijo y exigente del tribunal examinador.   -91-   Empiezan a aparecer con frecuencia las «R» de «reprobado» y más de un aspirante a preceptor debe repetir examen ante el mismo.

Meléndez ya está presente en el examen de don Nicolás Nieto (nº 11 de la serie y primero anotado por Alarcos), vecino de la Villa de Cantalapiedra, diócesis de Salamanca, celebrado el 8 de abril de 1782, «Se juntaron los señores doctores don Francisco Sampere y catedrático de retórica, don Gaspar González Candamo como catedrático de lengua santa y bachilleres don Juan Meléndez Valdés y don Josep Ruiz de la Bárcena, de las de humanidad». Eligió la oda XV del libro I de Horacio, que empieza Pastor cum traheret per freta navibus y acaba ignis Iliacas domus44.

Alarcos registra la presencia de Meléndez en el examen para preceptor de don Antonio Pérez (nº 12 de los anotados), natural de la Villa de Vadillo, diócesis de Palencia. El 10 de abril de 1782 se juntaron los señores doctores don Francisco Sampere, catedrático de retórica, don Gaspar González Candamo, catedrático de lengua santa y los bachilleres don Juan Meléndez Valdés y don José Ruiz de la Bárcena, de las de humanidad. «Eligió la oda XXII del libro I, que empieza Integer vitae scelerisque purus y acaba dulce loquentem»45. Salió aprobado nemine discrepante46.

A partir de aquí las actas de los distintos exámenes no aparecen numeradas en el manuscrito, pero nosotros continuamos la serie por nuestra cuenta.

El 5 de enero de 1784, Meléndez participó como jurado en el examen nº 13, sufrido por el aspirante Rafael Rojo, natural de la villa de Autillos de Campos, diócesis de Palencia. Examen registrado por Alarcos. «Se congregaron los señores doctores don Francisco Sampere, catedrático de retórica, doctor don Juan Meléndez Valdés, catedrático de prima de humanidad, doctor don Josef Ayuso Navarro, doctor en leyes y opositor a cátedras de dicha facultad, nombrado por el señor rector, por falta de examinadores». Eligió la oda VIII del libro III, que empieza Martiis y concluye serena. Salió aprobado nemine discrepante47.

El 2 de septiembre de 1784 se efectuó el examen (nº 14) para preceptor de don Blas Gestoso, natural de la Villa de Castro Gonzalo, diócesis de Astorga, sin la presencia de Meléndez, pero sí la de Ruiz de la Bárcena, como único catedrático titular del colegio de filología en ese acto, y el pobre examinando sufrió los rigores del mismo: «En Salamanca, a 2 de septiembre de 1784, a las ocho de la mañana y en el general de Retórica   -92-   se congregaron los señores doctores don Josef Ayuso Navarro y don José Fernández del Campo, opositores a las cátedras de derechos de esta universidad y sustitutos nombrados por el señor vicerrector por falta de catedráticos del colegio de lenguas, y don José Ruiz de la Bárcena, catedrático de prima de humanidad». Eligió la oda VI del libro II que empieza Septimi Gadis aditure mecum et y concluye vatis amici48, «Descubierta la urna dorada en presencia de dichos señores constó haber en ella dos A, Aes de aprobación y una R de reprobación por lo que salió aprobado con la prevención de que no se le dé el título hasta que dentro del término que se le señalase volviese a examen, con lo que se concluyó este acto de que hago fe, y de que habiendo sido examinado nuevamente en 8 de noviembre del mismo año [1784], se mandó despachar el correspondiente título que se le entregó al interesado»49.

Meléndez está presente el 18 de agosto de 1785 en el examen (nº 15, registrado por Alarcos) para preceptor de gramática de don Bartolomé Gil Quintana, natural de la Villa de Almodóvar del Campo, diócesis de Toledo. Fue «reprobado». Nos llama la atención el hecho de no pagar las propinas estipuladas al tribunal. Este es el único examen habido en el periodo de nuestro estudio en el que el aspirante a preceptor de gramática no pagó las tasas de examen («propinas») correspondientes, lo que demuestra que había un procedimiento gratuito para conseguir el título de preceptor de gramática. Suponemos que era concedido excepcionalmente para aspirantes pobres, aunque no conocemos exactamente los requisitos para acceder a tal examen. No creemos que este hecho influyese en su reprobación, pues el tribunal actuó «con piedad» y expresamente se le señala al aspirante Gil Quintana un programa de recuperación (como diríamos hoy) de latinidad y retórica durante un curso, y, cumplido éste, fue aprobado por Ruiz de la Bárcena, quien se encargaba de estos exámenes extraordinarios:

«Se congregaron en el general de retórica los señores doctores don Francisco Sampere, catedrático de retórica, don Juan Meléndez Valdés, catedrático de prima de humanidad, y el bachiller don José Ruiz de la Bárcena, asimismo catedrático de prima de humanidad». Eligió la oda XXXI del libro I, que empieza Quid dedicatum poscit Apollinem y acaba degere nec cithara carentem50:

  -93-  

«Hizo su disertación de media hora y respondió a las preguntas que, ad libitum y sin limitación de tiempo, le hicieron los señores examinadores sobre el artificio, elocución y propiedad latina de dicha disertación y demás partes de retórica y gramática de que se compone. Y, concluido el examen, al ir a repartir las letras aes y erres para votar la aprobación o reprobación del examinando, sin propinas por ser gratis, no llegó a efecto el votar, por haber antes acordado unánimes y conformes todos tres examinadores debía ser reprobado, pero que, usando de piedad, se le diese un año del término para que en dicho tiempo estudiase latinidad y retórica, y pasado dicho año se presentase a ser examinado particularmente ante el bachiller don José Ruiz de la Bárcena, con lo que se concluyó este acto, de que así pasó hago fe. Diego García de Paredes, [rúbrica]. Nota: Volvió a examen según se le previno. Fue aprobado y llevó título»51.



El 11 de noviembre de 1786 se examina don Juan Narciso Fernández (examen nº 16), natural del lugar de Valverde, obispado de Lugo. Como el anterior fue reprobado y se le propuso un proceso recuperador similar, aunque sospechamos que no lo cumplió, sino que se conformó con el «testimonio de haber sido examinado para preceptor de gramática»:

«A las seis de la tarde se congregaron en el general de Retórica los señores doctores don Francisco Sampere, catedrático de Retórica, don José Ayuso, catedrático de griego, y don José Ruiz de la Bárcena, catedrático de Humanidad [...]. Eligió la oda XXVI [del libro I], que empieza Musis amicus tristiam et metus y concluye teque tuasque decet sorores52. Y concluido el examen se pasó a votar la aprobación o reprobación del examinando para lo que, con propinas correspondientes, repartí las letras aes y erres, y fecho, descubierta la urna dorada, constó haber salido tres R, R, Res de reprobación, pero se le dio un año del término para si quería volver a entrar a examen, y que entonces se le daría título formal, y que por ahora, para su consuelo, sólo se le diese un testimonio de haber sido examinado para preceptor por el colegio de letras de esta universidad, sin expresar nada, con lo que se finalizó este acto de que hago fe. Ante mi Manuel de Paz Conde [rúbrica]»53.



La última vez en la que interviene Meléndez como examinador para preceptor de maestros de gramática fue el 24 de noviembre de 1786 para aprobar a don Manuel Lumeras, natural de Huxes, obispado de Palencia (examen nº 17 de la serie, también registrado por Alarcos). Se congregaron en el general de retórica los señores doctores don Francisco Sampere, catedrático de retórica, don Juan Meléndez, catedrático de humanidad, y   -94-   don José en Ruiz de la Bárcena, asimismo catedrático de humanidad. Eligió la oda X del libro I de Horacio que empieza Mercuri, facunde nepos Atlantis y concluye gratus et imis54. Fue aprobado nemine discrepante55.

Entre noviembre de 1786 y marzo de 1791 el libro no registra ningún examen para preceptor de gramática. Entonces Meléndez ya había dejado la cátedra de Salamanca y el tribunal había cambiado totalmente. Con el fin de dar una visión de la evolución de los exámenes y de la composición de los respectivos tribunales, analizaremos más brevemente lo ocurrido hasta 1818, fecha que hemos fijado como término de nuestro trabajo, porque coincidiría con la muerte de Meléndez y con su actividad docente si no hubiese abandonado la universidad. Ausentes definitivamente los catedráticos Sampere (trasladado a la facultad de cánones como catedrático de historia eclesiástica) y Meléndez, ingresado en la carrera judicial, sus plazas son rápidamente sacadas a oposición y cubiertas, con lo que el colegio de filología gana estabilidad, pues no hay cambio en ninguna cátedra durante casi diez años, hasta el otoño de 1798, cuando el catedrático de griego, José Ayuso, se muda a una cátedra de la facultad de leyes. A partir de ahora es frecuente ver a los mismos cinco catedráticos titulares formar parte de los tribunales de exámenes de preceptores de gramática.

La nueva etapa se inicia el 10 de marzo de 1791 con el examen (nº 18 de la serie) de don Manuel Martín Figueroa, natural del lugar de Masueco, diócesis de Salamanca. Da la impresión de que el colegio de lenguas tiene conciencia de que empieza una nueva época y los cinco catedráticos se presentan en pleno al examen: «Se congregaron en el general de Retórica los señores doctores don José Ayuso [sucesor del P. Bernardo Zamora], don Nicolás María de Sierra [sucesor de Sampere]56, don José Ruiz de la Bárcena, don Francisco de García Ocaña [catedrático de hebreo, sucesor de González Candamo] y el bachiller don Dámaso Herrero [sucesor de Meléndez], el primero catedrático de lengua griega, el segundo de retórica, el tercero de humanidad, el cuarto de lengua santa y el quinto de segunda de humanidad [...] ». Eligió la oda XXVIII del libro I que empieza Te maris   -95-   et terrae numeroque carentis harenae y acaba iniecto ter pulvere curras. Salió aprobado nemine discrepante57.

Entre el mes de marzo de 1791 y el mes de septiembre de 1792 hay un intervalo de 18 meses en el que no hay ningún examen para preceptor de gramática. El único examinado para preceptor (examen nº 19) durante el segundo mandato del Conde de Aranda fue don José del Bosque, natural de la villa de Cantalapiedra, diócesis de Salamanca, el 7 de septiembre de 1792. «Se congregaron en el general de retórica, los señores doctores don José Ayuso y Navarro, catedrático de lengua griega, don Nicolás María de Sierra, catedrático de retórica y don Josep Ruiz de la Bárcena, catedrático de prima de humanidades». Eligió la oda XX del libro II, que empieza Rectius vives, Licini, neque altum y acaba turgida vela. Descubierta la urna dorada «constó haber en ella dos A, Aes de aprobación y una R de reprobación, por lo que salió aprobado tan solamente»58.

Entramos en el gobierno de la privanza de Godoy. Casi dos años después, el 26 de agosto de 1794, se examina (examen nº 20) don Antonio León Rollán, natural de esta ciudad de Salamanca: «Se congregaron en el general de Retórica los señores doctores don José Ayuso, catedrático de lengua griega, don Nicolás de Sierra, catedrático de retórica, don José Ruiz de la Bárcena, catedrático de prima de humanidades, don Francisco García Ocaña, catedrático de lengua hebrea, y don Dámaso Herrero, catedrático de la segunda de humanidades». Eligió la oda XI del libro IV, que empieza Est mihi nonum superantis annum y acaba carmine curae. «Descubierta la urna dorada, constó haber en ella cuatro A, A, A, Aes de aprobación y una R de reprobación, por lo que salió aprobado»59.

El 5 de septiembre de 1795 se examinó (examen nº 21) don Manuel Antonio de León, natural de lugar de San Miguel del Valle, diócesis de León. «Se congregaron en el general de retórica los señores doctores don José Ayuso, catedrático de lengua griega, don Nicolás Sierra, catedrático de retórica, don José Ruiz de la Bárcena, catedrático de prima de humanidad y el doctor don Dámaso Herrero, catedrático de la segunda de esta última asignatura [...]. Eligió el primer pique, a la oda XI [del libro II] que empieza Quid bellicosus Cantaber et Scythes y acaba more comas religata nodum. Salió aprobado nemine discrepante»60.

El 30 de marzo de 1796 se congregaron en el general de retórica los señores doctores don José Ayuso, catedrático de lengua griega, don Nicolás   -96-   María de Sierra, catedrático de retórica, don José Bárcena, don Francisco García Ocaña, catedrático de lengua hebrea, y don Dámaso Herrero, catedrático de humanidades segundo, para examinar (examen nº 22) a don Juan Narciso Fernández, natural del lugar de Valverde, diócesis de Lugo. Eligió la oda II del libro III, que empieza Angustam amice pauperiem pati y acaba en deseruit pede Poena claudio. «Y descubierta la urna dorada constó haber en ella tres A, A, Aes tres de aprobación y dos R, Res de reprobación, por lo que salió aprobado»61.

El 3 de enero de 1797 se examinó (examen nº 23) don Francisco Victoriano de Castro, natural del lugar de Negrilla, del obispado de Salamanca. Obsérvese que en el acta se emplea el sintagma «todos catedráticos del colegio de lenguas», lo cual expresa claramente la conciencia que se tenía de formar un grupo de profesores con autonomía académica, lo cual ciertamente es un paso importante en la independencia respecto a la tradicional facultad de Artes a la que estaban adscritas las viejas «cátedras raras» de lenguas: «Se congregaron en el general de Retórica los señores doctores don José Ayuso, don Nicolás Sierra, don José Bárcena, don Francisco García Ocaña y don Dámaso de Herrero, todos catedráticos del colegio de lenguas». Eligió la oda XXVIII del libro I de Horacio, que comienza Te maris et terrae numeroque carentis harenae y acaba iniecto ter pulvere curras, «Descubierta la urna dorada constó haber en ella cuatro A, A, A, Aes de aprobación y una R de reprobación, por lo que salió aprobado tan solamente»62.

El 8 de noviembre de 1797 fue evaluado (examen nº 24) don Dámaso Nieto, natural de Cantalapiedra, diócesis de Salamanca. Se vuelve a emplear el sintagma «catedráticos del colegio de lenguas». Este aspirante presenta la peculiaridad de que fue suspendido por unanimidad y recuperado dos años más tarde nemine discrepante:

«Se congregaron en el general de retórica los señores doctores don José Ayuso y Navarro, don Nicolás Sierra, don José Bárcena, don Francisco García Ocaña y don Dámaso Herrero, catedráticos del colegio de lenguas. Eligió de los tres piques que le fueron dados por uno de los señores examinadores en los cuatro libros de las odas de Horacio, y fue la oda IV del libro III, que comienza Descende caelo et dic age tibia y acaba Pirithoum cohibent cathenae. Y concluido el examen pasaron a votar en secreto dichos señores la aprobación o reprobación del examinando, para lo que con propinas correspondientes repartí las letras Aes y Res y, fecho, descubierta la urna dorada, constó haber en ella cinco R, R, R, R, Res   -97-   de reprobación y ninguna A de aprobación, por lo que salió reprobado. Licenciado don José Ledesma, secretario.

Nota: volvió a entrar a examen en 29 de octubre de 1799 y fue aprobado nemine discrepante»63.

El 18 de enero de 1799 fue suspendido (examen nº 25) don Roque Hernández, de Villarino, diócesis de Salamanca. Se observa en el tribunal la ausencia del catedrático de griego, José Ayuso, y la presencia de su sucesor, Joaquín Peiró : «Se congregaron en el general de retórica los señores doctores don Nicolás María de Sierra, don José Bárcena, don Francisco García Ocaña y don Dámaso Herrero y el bachiller don Joaquín Peiró, catedráticos del colegio de lenguas». Eligió la oda IV del libro III, que comienza Descende caelo et dic age tibia y acaba Pirithoum cohibent cathenae. Descubierta la urna dorada, «constó haber en ella cuatro R, R, R, Res de reprobación y una A de aprobación, por lo que salió reprobado. Nota y acuerdo: Y acordaron que si se presenta dentro de un año se le admitirá a examen privado sin propinas y como disponga el colegio de humanidad»64. Se entiende por «colegio de humanidad» la agrupación de los dos catedráticos de letras humanas, como una subdivisión dentro del colegio de lenguas.

Durante más de cuatro años (enero de 1799-marzo de 1803) no hubo exámenes de preceptores de gramática. En este periodo había abandonado el colegio de lenguas el catedrático de retórica, Luis María de Sierra, futuro ministro de Gracia y Justicia en 1810. El 21 de marzo de 1803, se congregaron en el general de retórica los doctores don José Bárcena, don Francisco García Ocaña, don Dámaso de Herrero, don Jose Peiró, «catedráticos del colegio de lenguas» para examinar (examen nº 26 de los registrados) a don Tomás Merino, natural del Villalpando, diócesis de León. Eligió la oda I del libro III, que comienza Odi profanum volgus et arceo y acaba divitias operosiores? «Salió aprobado nemine discrepante»65.

Entre el 21 de marzo de 1803 y el 19 de diciembre de 1818, no se registró ningún examen en la universidad de Salamanca.

En 1814 volvió Fernando VII a España, y apenas dos meses después del proyecto de decreto sobre la ley general de la enseñanza pública, redactado por Manuel José Quintana66, se negó a reconocer la labor de las Cortes, así como lo legislado en este tiempo. Surgió el desconcierto en las   -98-   universidades, manteniendo algunas vigente el plan de 1807 del ministro José Antonio Caballero (antiguo catedrático de Salamanca, compañero y enemigo declarado de Meléndez), y volviendo otras al de 1771. Por una Real Orden de 29 de octubre de 1817 se dispuso que Salamanca volviera al plan de 177167.

Cuando se reanudan los exámenes para preceptor de gramática después de más de quince años sin celebrarse, parece que no había ocurrido nada, pues nos encontramos con casi los mismos catedráticos examinadores, respetando el mismo procedimiento de examen. Habían ocurrido muchos acontecimientos políticos y culturales en Europa y en España, que habían derruido el Antiguo Régimen. En el campo filológico los románticos, sobre todo los alemanes, estaban descubriendo la moderna filología que dejaba trasnochada la rancia admiración por el mundo grecolatino de los neoclásicos. Pero el colegio de filología de Salamanca, en consonancia con el aire socio-político de la reacción de Fernando VII, da la impresión de que pretendía ignorar cualquier innovación.

Reproducimos íntegra el acta del examen para preceptor de gramática de don Sotero Cayo Terrer, natural de la villa de la Nava del Rey, diócesis de Valladolid (examen nº 27, último analizado por nosotros), para ver su identidad con los celebrados cuarenta años antes:

«En Salamanca, a 19 de diciembre de 1818, a las diez de la mañana poco más o menos, se congregaron en el general de retórica los doctores don José Bárcena, don Francisco García Ocaña y don Joaquín Peiró, catedráticos del colegio de lenguas, ante quienes pareció el citado don Sotero Cayo Terrer, natural de la Villa de la Nava del Rey, diócesis de Valladolid, y sobre el pique que en el día anterior eligió de los tres que fueron dados por uno de los señores examinadores en los cuatro libros de odas de Horacio y fue la oda de el libro II número XIV que comienza E heu fugaces, Postume, Postume y que concluye pontificum potiore cenis. Hizo su disertación por espacio de media hora y respondió a las preguntas que, sin limitación de tiempo, le hicieron dichos señores examinadores sobre los artificio, elocución y propiedad latina de dicha disertación y demás partes de la gramática y retórica. Y concluido el examen pasaron a votar en secreto dichos señores la aprobación o reprobación del examinando para lo que, con las propinas correspondientes, repartí las letras aes y erres y, fecho, descubierta la urna dorada constó haber en ella tres A, A, Aes de la aprobación y ninguna R de reprobación, por lo que salió aprobado nemine discrepante, de que yo el secretario doy fe»68.





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Meléndez y la reforma pedagógica de los estudios de latinidad en las preceptorias de gramática


El alumnado de Meléndez

En toda reforma educativa hay dos componentes básicos: los profesores que la han de ejecutar y los alumnos destinatarios de la misma. Para comprender las propuestas pedagógicas de Meléndez es importante conocer las circunstancias de sus alumnos.

Luis Gil Fernández analiza un Discurso crítico-político sobre el estado de literatura de España y los medios de mejorar las universidades y estudios del Reino, aparecido entre los papeles de Campomanes, buen helenista por otra parte , «muy probablemente obra suya o de un inmediato colaborador, cuya datación puede situarse en 1767-1768. El autor de este Discurso crítico-político opinaba que los adolescentes debían empezar sus carreras a los quince o dieciséis años para finalizarlas a los veintiuno o veintidós y los que piden más tiempo, a los veinticinco»69.

Campomanes creía que los dos defectos básicos en la enseñanza del latín eran la temprana edad (seis o siete años) en que se iniciaba su enseñanza y el corto tiempo en que se proseguía (dos o tres cursos, en lugar de los seis a ocho habituales en el extranjero).

Con una edad cercana a los diez años los preadoslescentes comenzaban el estudio de la lengua latina durante tres cursos en las escuelas de latinidad. Una vez que sabían traducirla, conocían su sintaxis y llegaba alguno que otro a rústicas composiciones en tal lengua, pasaban al estudio de la filosofía en la facultad menor de artes, en donde adquirían conocimientos de lógica, metafísica, y filosofía moral y física. De este estadio pasaban a las facultades mayores de teología, derecho civil o canónico y medicina70.

Meléndez, aunque impartía sus clases en los cursos superiores de la enseñanza preuniversitaria, tuvo que entendérselas con alumnos preadolescentes y adolescentes cuya edad predominante se situaba entre los doce y los catorce años, etapa difícil en la evolución de la psicología humana, lo cual es importante para juzgar el nivel al que se veía obligado a explicar las humanidades y el tono general de los informes que emitió sobre la materia. La edad media de los alumnos que empezaban la enseñanza de latín en la Universidad, es decir la clase de alumnos a los que Meléndez impartía sus enseñanzas, tenía por términos generales diecisiete años en el siglo XVI, pero en los dos siglos siguientes se rebajó de tal manera que en el curso 1771-1772,   -100-   los alumnos que entraban en la universidad y en la facultad de artes a estudiar latín tenía una media de trece años. La evolución deja entrever el progresivo desentendimiento, por parte de la universidad, de las facultades de artes y de la enseñanza del latín y del griego, las cuales pasaban a ser de la competencia exclusiva de la enseñanza del colegio de lenguas, más cercano a lo que hoy llamaríamos la enseñanza media que a la universitaria71.

Este hecho se demuestra por la circunstancia de que Meléndez tuvo, seguramente como alumno oyente y no como alumno oficial, a un jovencísimo estudiante de ambos derechos, Manuel José Quintana (Madrid 1772-id. 1857), en su cátedra de prima de letras humanas de Salamanca entre 1787 y 1789 (los dos últimos años de su carrera docente)72. Incluso veremos más adelante el «caso extraordinario» de don Juan Picornell y Obispo, un niño de tres años, seis meses y veinte y cuatro días de edad, que es examinado públicamente. Pero más llamativo es que todo el colegio de lenguas celebre un acto pro cathedra solemnemente, teniendo por «actuante» a un niño de diez años el 3 de julio de 1785, y por «réplica» al mismo Meléndez:

«El bachiller don Josef Ruiz de la Bárcena prueba haber presidido en las escuelas de esta universidad en el día 3 de julio de 1785 un acto pro cathedra: De poemate Satirico, dividido en 10 asertos o conclusiones. Fue su actuante don Vicente Fernández Ocampo y García, hallándose en la edad de diez años, quien decoró de memoria los 366 versos de la sátira X de Juvenal73 y después defendió bajo el auspicio de dicho presidente los referidos asertos. En el primero, el origen de la sátira, su definición y materia. En el segundo, sus variaciones. En el tercero, su origen entre los   -101-   griegos y romanos y las diferencias de una a otra. En el cuarto [aserto] el carácter y propiedades de los escritores romanos satíricos. En el quinto, de la poesía en general, de su forma y partes y a cuál pertenezca la sátira, colocándola en la clase de poema didáctico. En el sexto [aserto], la definición de este poema, su distribución y reglas, ya generales, ya particulares. En el séptimo, del estilo poético. En el octavo, la defensa de dicha sátira X de Juvenal. En el noveno y décimo, su traducción y explicación de la gramática y retórica en ella contenida, la propiedad de las voces, frases, construcciones más raras, sintaxis, historia, mitología y ornatos retóricos y poéticos de dicha pieza, respondiendo a las preguntas que sobre todo lo referido se le hicieron por espacio de dos horas. Le arguyeron y preguntaron don Juan Lizardi y don Francisco Cantero, colegiales trilingües de esta universidad, que fueron los medios. Y después arguyó de réplica y siguió haciendo preguntas el doctor don Juan Meléndez Valdés, catedrático de Humanidad, y el bachiller don Joséf Huebra, sustituto de la cátedra de griego. Firma: bachiller Bárcena»74.



Meléndez, quien debía su cátedra de Prima de Letras Humanas al informe favorable de Campomanes en el expediente de la oposición75, debía tener presente el programa de los ilustrados, capitaneados por el fiscal asturiano, el cual define el concepto de «humanidades» como sinónimo de «de Bellas Letras y Ciencias Philológicas». Comprende en dicho término el estudio de todas las ciencias. Pero, siendo algunas de ellas como la crítica, más propias de las facultades mayores, en el grado medio por el estudio de las humanidades «sólo se deberá entender el del griego, el de la ortografía, la prosodia, la retórica, la cronología, la historia, la dialéctica, la ética, y la crítica por algunos breves tratados y principios»76. En este grado medio se movía la docencia de Meléndez y el examen del actuante Vicente Fernández Ocampo y García. Meléndez aprovechaba la selección de textos de autores latinos no sólo para transmitir saberes filológicos, sino la auténtica formación humanística, como en el acertado ejemplo de la sátira X de Juvenal, en la que se enuncia la tesis sintetizada en la famosísima máxima juvenaliana de mens sana in corpore sano.

Cada catedrático del colegio de lenguas estaba obligado legalmente a defender un acto pro cathedra anualmente e intervenir en estos torneos verbales cada sábado77. Pero Meléndez era más partidario de estimular el   -102-   aprendizaje con módicos premios económicos que con estas controversias, propias de la rancia escolástica, tan poco adecuadas para aplicarse a materias puramente lingüísticas, como era la gramática de las lenguas clásicas. Había una irracional aspiración de los padres por presumir de hijos superdotados para ver cómo el niño «decoraba de memoria» una serie de respuestas.

A Meléndez le tocó ser testigo de otra de esas exhibiciones en el mismo año que la anterior. Alarcos la reseña con cierta chanza:

«Entre las comisiones que por encargo del claustro desempeñó Meléndez, no debemos pasar en silencio -por ser verdaderamente curiosa- la que le fue encomendada, juntamente con los doctores Toledano, Robles y Blengua, en el claustro pleno de 9 de abril de 1785. En este claustro el bachiller don Juan Picornell y Gomila presentó una solicitud pidiendo a la Universidad se dignara dar su dictamen sobre el examen que el día 3 del citado mes había hecho su hijo Juan Antonio, niño de tres años, seis meses y veinticuatro días, en uno de los generales de escuelas menores y ante un numeroso auditorio. Los claustrales encargaron a los susomentados doctores para redactar el informe que la vanidad del señor Picornell solicitaba, y ellos cumplieron escrupulosamente con su cometido. El informe, fechado en 15 de abril y firmado por los indicados doctores don Juan Toledano, don Santos Rodríg uez de Robles, don Manuel Blengua y don Juan Meléndez Valdés, es un excelente comentario al poema de Iglesias de la Casa sobre el mismo asunto»78.



Más que un examen era un espectáculo, pues en menos de hora y media se sometió a más de trescientas preguntas a un niño de tres años que aún no sabía leer. En descargo del colegio de lenguas y de Meléndez, aclaremos que la diversión fue aprobada por el claustro pleno de la universidad de Salamanca, ya que los cuatro examinadores eran de Facultades distintas: don Juan Toledano, de teología; don Santos Rodríguez de Robles, de cánones; don Manuel Blengua, de leyes, y don Juan Meléndez Valdés, del colegio de filología:

«Los doctores nombrados por la universidad para testificar sobre el examen público tenido en el general mayor de Escuelas Menores el día 3 de abril de este año, por don Juan Picornell y Obispo, niño de tres años, seis meses y veinte y cuatro días de edad, dicen: Que asistieron a dicho examen   -103-   desde el principio al fin, tan movidos de curiosidad como desconfiados, por parecerles casi imposible se redujese a otra cosa que a algunas pocas y fáciles preguntas de doctrina cristiana. Parecíales también tierna su edad para sostener en público un examen, y recelaban, no sin fundamento, que el bullicio y la confusión le acobardasen o sorprendiesen»79.



Los examinadores esperaban que el niño sólo tuviese los conocimientos propios de las primeras letras, es decir, el Catecismo, leer, escribir y contar80, pero «todos sus temores fueron vanos» porque el niño estaba impuesto en historia y geografía, tanto españolas como europeas:

«Preguntósele al niño del Antiguo Testamento por el Catecismo histórico de Fleuri81, y a todas estas preguntas respondió con puntualidad; se le preguntó con extensión la doctrina cristiana, y respondió también; la división general del globo terráqueo, y la de Europa más particularmente, sus principales montes y ríos, sus Estados capitales, nombres de soberanos actuales y varios gobiernos, y a todo satisfizo con suma prontitud, y por unas respuestas tan breves como oportunas; preguntósele la división de España, sus reinos y provincias, sus montes, ríos, origen y desagüe de ellos; primeros pobladores, carácter de los naturales, establecimiento de la religión en ella; nombres de los soberanos que han merecido el título de católicos; papas que se lo concedieron; origen, estado y variaciones de la lengua, y otras cosas sobre los españoles y la España; sus límites, longitud, latitud, etc., y a todo satisfizo del mismo modo. Hiciéronsele muchas preguntas en el mapa de Europa pidiéndosele varios lugares, sin orden alguno, y los señaló sin detenerse; de manera que, aunque no se le preguntó con igualdad sobre todos los puntos que ofrecen los artículos impresos del examen, creen los comisarios que a todos ellos hubiera satisfecho del mismo modo. El tiempo que éste duró fue hora y media, pocos minutos menos, y las preguntas en su estimación pasaron de trescientas, acaso con mucho exceso por la velocidad con que se le hacían y su brevedad suma en satisfacerlas, tanto que a veces fue preciso mandarles preguntar con más detención para no fatigarle».



Que era un espectáculo lo demuestra la conducta del público y la   -104-   vanidad del padre, quien «instaba mucho a que se preguntase más y más»: «Hubo un concurso innumerable escuchándole, y por dos o tres veces un alboroto y voces nacidas del regocijo, y los aplausos capaces de sobrecoger a cualquiera; pero el niño se mantuvo siempre sereno, pidiendo algunas veces agua, y una vez brindó con mucha gracia a la salud de todos. Cesó el examen por los vivas y peticiones de las gentes, habiendo el mismo niño insinuado que ya se fatigaba; aunque su padre instó mucho a que se preguntase más y más; pero si hubiese seguido no hay duda alguna que hubiera satisfecho a cuanto se le hubiese pedido, según los artículos del impreso».

No sabemos el peso del «comisario Meléndez» en el informe de este «reality show», emitido para satisfacer la vanagloria del padre del niño, pero tiene poco que ver con el espíritu de la pedagogía ilustrada de Campomanes, que defendía no introducir a los niños prematuramente en el aprendizaje del latín:

«Los comisarios no pueden ocultar que sus respuestas fueron con arreglo, y en las mismas precisas voces que se le habían enseñado; pero también es cierto que se alteró el orden de ellas, sin que por eso dejase de responder con la misma prontitud, y sin detenerse ni haber faltado en tan crecido número de interrogaciones, sino unas dos veces. Por último, creen los comisarios que el niño don Juan Picornell es un prodigio de memoria, comparable tal vez al españolito cristiano Enrique y otros, y mayor y más raro prodigio, no sabiendo aún leer, cosa que hace mas dignos de alabanza los desvelos y la solicitud de sus padres en cultivársela. Notaron también alguna reflexión en sus respuestas, ya por no equivocarlas con las preguntas cuando se le alteraba el orden de éstas, ya porque alguna vez que no entendió lo que se le pedía, se detuvo como haciéndose cargo, y ya por el examen variado del mapa. El niño es, además, robusto, muy vivo, de buen color y presencia, y su voz clara e inteligible, aun en medio de tan gran concurso. Todo lo cual por ser verdad lo testificamos y firmamos. Salamanca, 15 de abril de 1785»82.



Los «comisarios» parecen estar de acuerdo con la «educación brillante», basada en la memorización estimulada por la vanidad de los padres, cuyo objetivo era «lograr la brillantez en sociedad, que el individuo disponga de una serie de formas y de fórmulas con las que consiga atraer la atención de los demás y se le pueda reputar por elegante, que es lo más codiciado en el momento»83. Educación tan criticada por Larra en el artículo Empeños y desempeños84. La práctica de   -105-   someter a niños de corta edad a las controversias escolásticas por parte de los padres y de los preceptores de gramática era vieja en Salamanca. Luis Gil recoge la que sufrió en el verano de 1506 un niño del doctor de Oropesa, de ocho años, el cual «sustentó conclusiones en gramática con tanta elocuencia y osadía y buen modo de decir y muy gentil lenguaje latino, y respondía en forma a los argumentos como lógico perfecto». Estos desconcertantes espectáculos eran estimulados por los preceptores de latinidad para que brillara a costa de la tierna infancia su capacidad pedagógica85.




Meléndez o la pedagogía del estímulo

Alarcos enjuicia brevemente el talante pedagógico de Meléndez: «La reforma que buscaba la junta [de Lenguas] tendía a hacer más severos los ejercicios y exámenes de latinidad en todos sus grados, pero a la vez a excitar a los alumnos a su estudio con el aliciente de alguna recompensa»86.

La enseñanza secundaria la constituían en aquel tiempo las llamadas latinidad y humanidades. Quintana, en su conocido informe a la Regencia (1814), fue el que habló por primera vez de segunda enseñanza. Decía que este grado de instrucción tenía como finalidad preparar a los alumnos convenientemente para empezar después la carrera superior que eligieran, al mismo tiempo que darles a conocer e interesarles en todos los conocimientos útiles y agradables a que debe tender una persona civilizada87.

En cuanto a las dotes pedagógicas del preceptor de latinidad, fray Manuel Bernardo de Rivera las reduce, en 1754, a la capacidad de captar la personalidad de cada alumno y al interés puesto por el maestro en descubrirla: «Debe el maestro poner muy particular estudio en conocer el temperamento intelectual, por decirlo así, de sus discípulos, pues no a todos pueden decir bien todos los manjares literarios»88.

Pero, para hacerse una idea de lo que fue la nueva corriente pedagógica, a la que se adscribían las propuestas del catedrático Meléndez y del preceptor de Alba de Tormes, Álvarez Cienfuegos, es menester tener una noción de cómo se enseñaba habitualmente la lengua latina a los muchachos. Comenzaba ésta por la memorización de una serie de definiciones y   -106-   reglas en latín para cuya comprensión le era preciso al alumno hacerse con unos «cuadernos» que le explicaban en castellano el texto latino de su gramática. Venía, acto seguido, el aprendizaje de las declinaciones, primero de sustantivos sueltos, después de series de sustantivos concertados con adjetivos y, cuando se estimaba a los alumnos expertos en este menester, se pasaba a las conjugaciones. Una vez aprendidas las conjugaciones y declinaciones, se procedía a la construcción (conocida también como las «oraciones» o la «platiquilla»), consistente en componer en latín un número de frases castellanas, clasificadas según su correspondencia latina o el giro castellano que contenían. Se distinguían seis clases de géneros principales de oraciones, etc. Luis Gil analiza este método: «El método era ilógico, primero, porque se ponía a los alumnos a componer en latín cuando, por no estar duchos en la traducción, carecían de un conocimiento suficiente de esta lengua; segundo, porque buena parte de las reglas para la conversión de oraciones eran falsas; tercero, porque los latines que de dichas reglas salían eran no menos falsos que éstas, siendo mucho mayor el número de hispanismos y barbarismos que contenían que de buena latinidad; cuarto, porque se prestaba escaso interés a aquello en lo que mayor atención debía ponerse, la traducción de los autores latinos, cuya selección y debida graduación por dificultades tampoco se hacía con el debido cuidado»89.

También debía pesar en Meléndez la optatividad de su asignatura y escasez de alumnado, que podía preparar el examen de ingreso en la universidad en muchos otros lugares de enseñanza. En 1798 el ex catedrático de griego, José Ayuso escribía, refiriéndose a los actos públicos pro cathedra y las sabatinas: «No ha dejado en mi tiempo [1785-1798] de haber discípulos [en griego], pero si han faltado en algunas de las otras cátedras de letras humanas ha cuidado el catedrático de buscar quien sustente estos ejercicios»90.

Meléndez era un pedagogo dulce y atractivo, mucho más partidario de los premios que de los castigos como estímulo pedagógico. Aunque la pedagogía ilustrada había suavizado los procedimientos, todavía los docentes de latinidad aplicaban la que Luis Gil llama «la drástica pedagogía de los gramáticos»: «No es exageración, sino verdad muy cierta, el hecho de que entre las causas de la hispánica barbarie se ha de poner, en línea de no menor gravedad que la inoperancia de los métodos y el envejecimiento de   -107-   los libros de texto, el brutal proceder de los gramáticos con sus discípulos»91. Más adelante añade: «Los métodos tradicionales continuaron hasta bien entrado el siglo XVIII, como indican las palabras de Torres Villarroel y del jesuita padre Isla [...]. Diríase que tan resolutivos procedimientos se hubieran ideado expresamente para infundir espanto al maestro, dificultar la enseñanza y despertar un odio sacro al latín. Especialmente en la nobleza y las clases acomodadas que estimaban impropio de su dignidad hacer pasar a sus hijos por semejantes humillaciones»92.

La primera intervención de Meléndez conocida en relación con la docencia de la latinidad es a los pocos meses de ganar la cátedra de prima de letras humanas, cuando en la junta de lenguas, celebrada el 20 de diciembre de 1781, con asistencia de don Carlos López Altamirano, rector, y don Gaspar González de Candamo, catedrático de hebreo, fray Bernardo de Zamora, de griego, y Meléndez, acuerdan, con respecto a la enseñanza de la gramática en la universidad, que «además de los exámenes ordinarios que debe haber cada cuatro meses para pasar de una clase a otra, en los que a arbitrio de los catedráticos de lenguas que deberán asistir, se han de examinar todos los muchachos, y no precisamente los que señalen los preceptores. Que haya todos los años, después de san Juan, exámenes públicos por espacio de seis días, dos para cada clase, y en estos se distribuirán a los tres mejores de cada clase los premios que parezcan más proporcionados y útiles. Los premios, costeados por la Universidad, no debían exceder de 600 reales en total, y los catedráticos del colegio de lenguas quedaban obligados a asistir a esos exámenes públicos sin propina alguna o con lo que la universidad tuviese a bien señalar»93.

Demasiados intervinientes para acotar con precisión la responsabilidad de Meléndez en esta propuesta de 1781. Pero suficiente para adivinar lo que será constante en todos sus escritos pedagógicos: El hombre no trabaja sino estimulado, y en la enseñanza de las humanidades faltan esos estímulos. Lógicamente no entra a solucionar los estímulos para el profesorado, lo cual no era de su incumbencia, además de costoso; pero siempre que puede habla de los estímulos a su alumnado, lo cual le atañía directamente y, además, se podía conseguir con un poco de dinero en premios.

En el eterno dilema pedagógico, sabiamente resumido en el dicho popular «del palo y de la zanahoria», el catedrático extremeño se inclina por la zanahoria, lo cual implica que decididamente Meléndez piensa que   -108-   la enseñanza debe ser libre y sometida más a los estímulos de los intereses de los discípulos que al miedo a la autoridad del maestro. Esto se refleja claramente en el informe sobre los exámenes en el Colegio Trilingüe (1785) y en el informe sobre la preceptoría de Alba de Tormes (1789).






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Meléndez y la enseñanza en el Colegio Trilingüe


La estrecha y vieja relación de Meléndez con el Colegio Trilingüe

El 8 de junio de 1785 Meléndez firma una «Propuesta al claustro de la Universidad de Salamanca para promover las humanidades» en el Colegio Trilingüe. Alarcos ha valorado la manera con que Meléndez pretendía estimular el aprendizaje de las humanidades en este informe: «Quien tenga presente el amor que Meléndez sentía por los estudios clásicos y recuerde que, a juicio suyo, constituyen éstos el fundamento necesario para el cultivo de las demás disciplinas científicas no se extrañará de que en el claustro de cabezas de 8 de junio de 1785 presentara la proposición siguiente [...]».

El Colegio Trilingüe fue el embrión de la primera facultad de filología española y la relación de Meléndez con el mismo era vieja y estrecha. Estaba integrado en la universidad de Salamanca, la cual intentaba con frecuencia mejorar su enseñanza, antes y después del famoso Plan de estudios de 1771.

Respecto a los años anteriores a 1771, Luis Gil y Concepción Hernando resumen: «Mal andaban las cosas para el griego en la Universidad de Salamanca y en el Colegio Trilingüe el año de 1762, cuando se graduó en Artes Fray Bernardo de Zamora»94.

Las irregularidades en el funcionamiento del Trilingüe eran debidamente denunciadas por los visitadores y entre los claustrales empezaba a cundir el convencimiento de que era preciso poner enérgico remedio a la situación95. Los quebraderos de cabeza provenían de la poca profesionalidad y muchas inasistencias de los profesores de lenguas, de la mala dotación de la biblioteca, de la muy mediocre calidad de la enseñanza y de la indisciplina y disipación de los colegiales, que, por ejemplo, se negaron a recibir a la Universidad en el entierro del catedrático de griego Sánchez Gavilán, antecesor del P. Zamora, o se dejaban ver públicamente tomando chocolate en compañía de unas comediantas que vinieron a perturbar el aburrido sosiego provinciano96.

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La conciencia de los problemas que aquejaban a la enseñanza y el deseo de darles alguna solución, lo prueba el interesante memorándum de siete puntos que elevaron al claustro los diputados doctor Ruedas, maestro Manuel Bernardo de Ribera y maestro Anares Iglesias, el 11 de octubre de 1763, para la reforma de las escuelas mínimas97. Con él vienen a dar un toque de alarma sobre «el actual lamentable estado de los estudios del Trilingüe», advirtiendo muy sensatamente que para impedir que el estudio de gramática (es decir, del latín) «desde la gran decadencia en que se halla haga tránsito a su total ruina» son suficientes «las luces de cualquiera y las facultades otorgadas a los visitadores». Los firmantes resaltan el hecho de que los estudios de las lenguas deben «como cimiento de todas las ciencias recibir una atención especial»; y proponen cinco medidas de urgencia.

En la primera los diputados se muestran partidarios de la enseñanza estatal frente a la libre iniciativa privada. Que se impida el «estudio de gramática en las posadas o casas particulares; pues hay algunos infelices en Salamanca que, alentados de la impunidad con que se les tolera, se arrojan a enseñar a otros lo que ellos no pudieron aprender».

Se centra el segundo punto en el tema siempre candente de las reivindicaciones salariales. Que a cada uno de los tres preceptores de menores, medianos y mayores, se les dé salario competente «de calidad que puedan portarse con honor y decencia, y no tener disculpa para obligar a los discípulos a disimuladas contribuciones». Que se solicite del Rey que el título de maestro de gramática sirva de mérito para opositar a las cátedras de humanidades y retórica de la universidad. Recomendación que pretendía confirmar con título académico el hecho de que tradicionalmente el Colegio Trilingüe era el mayor vivero de donde salían muchos catedráticos de lenguas de la universidad. Privilegio que no deja de ser una osadía del Trilingüe en un momento en que los políticos golillas estaban reformando los colegios mayores.

El tercer punto formula el democrático principio de a idéntica función, retribución igual, eliminándose discriminaciones elitistas en el profesorado gracias a la rotación de la función docente. Que el salario y preeminencia de los tres preceptores sean iguales, para lo cual quizá fuera conveniente el trueque de las clases, o como diríamos hoy, un turno de rotación del profesorado en los distintos niveles.

El punto cuarto sugiere que los candidatos a los puestos de preceptores fueran examinados de su pericia super arte docenda y super arte docendi, primero por el claustro pleno y segundo por los comisionados al efecto.

El punto quinto pide que los comisarios deliberaran con quienes   -110-   obtuvieran las preceptorías sobre horarios, ejercicios y libros de texto, para llegar a un acuerdo.

El contenido del memorial de 1763 fue aprobado nemine discrepante, lo que nos puede indicar la oportunidad del mismo, la mala pedagogía de la enseñanza oficial de las lenguas y la incapacidad de gestión de la Universidad y del Trilingüe para atender la creciente demanda de educación filológica por parte de la sociedad española contemporánea.

Cuando Meléndez emite su propuesta, veintidós años después, las cosas habían cambiado bastante en el Colegio Trilingüe, debido esencialmente al tantas veces citado Plan de estudios de 1771. Para explicar la naturaleza de las relaciones de Meléndez con el Colegio Trilingüe hay que tener en cuenta que el edificio de ese colegio fue como «la segunda casa de Meléndez» durante los casi dieciocho años que el poeta extremeño permaneció en Salamanca, porque era la sede de todos los estudios humanísticos que se impartían por la universidad de Salamanca, según resolución fechada el 16 de octubre de 1771 del Consejo Real, que es la respuesta a una serie de «dudas» expuestas por el claustro pleno con fecha del 1 de octubre de 177198. El Real Consejo de Castilla, respondiendo a la «primera duda» planteada por el Claustro salmantino de que no había espacio suficiente dentro de la Universidad para atender a los nuevos horarios ampliados en casi todas las asignaturas por el Plan de Estudios de 1771, dice textualmente: «Y asimismo queremos y mandamos que las cátedras de retórica, humanidad y lenguas griega y hebrea se lean en el Colegio Trilingüe, para dejar desembarazada la universidad, haciendo obra en dicho colegio si la necesitase»99. Las asignaturas lingüísticas salen fuera del recinto universitario para impartirse en el Colegio Trilingüe para dejar espacio a otras enseñanzas y poderse enseñar con holgura ellas mismas, que habían visto notablemente ampliado su horario: «Declaramos que las preceptorías de gramática que tienen su enseñanza en el colegio de esta universidad, llamado Trilingüe, hayan de enseñar y explicar cinco horas diarias, tres por la mañana y dos por la tarde»100.

Un poco más adelante se dice, contestando también a la primera duda planteada por el claustro salmantino: «Que las cátedras de prima de todas las facultades mayores, las seis de artes y las de humanidad, latinidad, retórica y lenguas griega y hebrea, (cuyos oyentes por necesidad tienen que asistir a dos cátedras cada día), tengan hora y media de explicación diaria; pues con esto y con la asistencia de sus discípulos a otras de las cátedras que   -111-   van prescritas en el nuevo plan, se verifica la intención de nuestro Consejo de asistir los discípulos por tres horas diarias a las cátedras de la universidad»101.

En virtud de esta legislación, Meléndez asistió en el Colegio Trilingüe a las clases de griego del P. Zamora (curso 1773-74) y de humanidades del P. Alba (curso 1774-75), siendo estudiante, y allí sustituyó a los profesores de las mismas asignaturas algunos meses durante los cursos 1775-76 y 1776-77. Allí impartió clases, como profesor sustituto permanente, nombrado por la Universidad, desde octubre de 1778 hasta agosto de 1781, y desde esa fecha como catedrático en propiedad.

El aprecio mutuo entre Meléndez, siendo estudiante, y la comunidad educativa del Colegio Trilingüe ya era considerable diez años antes de que el catedrático Meléndez elevase su propuesta de premios. El año 1775 es importante en la vida académica (en agosto consigue el bachilleramiento en Leyes) y, tal vez, el cenit de la formación helenística de Meléndez, pues durante ese curso sustituye al catedrático de griego, y poco más tarde traduce del griego una poesía, la cual fue, que sepamos, la primera en ver la imprenta, insertada en una gramática griega, en la que colaboraron profesores y alumnos del Colegio Trilingüe.

Luis Gil ha estudiado las circunstancias de la publicación de esta poesía, relacionadas con la enseñanza del griego y el Colegio Trilingüe. Precisamente el mismo año en que actuó como sustituto de la cátedra de griego se publicaron en Salamanca unos Elementos de la gramática griega que compuso don José Ortiz de la Peña102, ex-colegial y maestro de lengua griega en el Trilingüe y a la sazón doctor en derecho y bibliotecario mayor de la facultad de leyes. La obra, de reducidas dimensiones, se presenta como un método «paca facilitar la traducción de esta lengua sin viva voz de maestro en pocos días», reconociendo el mayor mérito de otras muchas excelentes gramáticas, como la del P. Zamora103, con las que no pretende   -112-   en absoluto competir104, Para Luis Gil la obra de Ortiz de la Peña suponía, además de la inevitable competencia, «cierto contrapunto pedagógico»105. Pues bien, encabezando ese puñado de composiciones figura un epigrama en griego obra de José Lasso de Dios, seguido de la versión castellana de un tal don Juan Meléndez, que no es otro sino nuestro poeta, como muy bien permite reconocer su caracterización de «studiosus» de derecho civil y de las buenas letras.

De José Lasso de Dios, discípulo que fue de don Joseph Ortiz de la Peña (Colegii Trilinguis Alumnus, Auctorem, suum quondam Linguae Graecae Magistrum), son unos dísticos griegos (diez versos) que anteceden al texto de la obra. Estos diez versos son traducidos por D. Ioannis Melendez, juris Civilis, et bonarum litterarum studiosi, versio hispana. Además hay dos epigramas hebreos y otro latino en alabanza de la obra compuestos respectivamente por el licenciado don Antonio Mangas Bermejo, moderador de la cátedra de hebreo en el Trilingüe, y Pedro del Campo, maestro allí mismo de retórica.

La traducción castellana de un «estudiante de derecho civil y de las buenas letras», Juan Meléndez Valdés, estudiante de Leyes en Salamanca desde 1772 y amigo del P. Zamora, es la que empieza: «O Varón consumado en toda ciencia...»106. Catorce versos en total.

Luis Gil concluye su estudio sobre esta «poesía juvenil desconocida de Meléndez Valdés», sugiriendo una estrecha relación de Meléndez con el Colegio Trilingüe: «La traducción de Meléndez de un texto griego, sumamente defectuoso y en parte a duras penas comprensible, presupone que el sentido que le quiso dar el autor le fue previamente comunicado. El tono encomiástico del soneto y el hecho de que en sus versos figure la palabra juventud cuando el propio padre de la gramática aparenta dirigirla a gente107 que no está en edad de asistir a las aulas, parecen indicar cierta complicidad en una intención común. ¿No nos hallaremos ante un cenáculo de humanistas con sede en el Trilingüe, con el que hubiera mantenido Meléndez estrechos contactos?108 De ser así, tendríamos aquí un capítulo inédito de la vida universitaria del poeta extremeño y habría   -113-   que plantearse el problema de sus relaciones con José Ortiz de la Peña, José Lasso de Dios, Antonio Mangas Bermejo y Pedro del Campo109, personajes todos ellos que hasta ahora no figuran en el censo conocido de amistades de Meléndez Valdés»110.

No creemos que las relaciones de Meléndez con estos mediocres personajes fuesen más allá de las estrictamente profesionales de unos aspirantes a ejercer la enseñanza de lenguas, que debían pasar mucho tiempo juntos en el Colegio Trilingüe por razones laborales. Además Meléndez y Ortiz de la Peña se conocían por ser éste bibliotecario de la facultad de leyes.




La propuesta de Meléndez al claustro de la universidad de Salamanca para promover las Humanidades en el Colegio Trilingüe

Centrémonos en el análisis del informe sobre el Trilingüe de Meléndez. Nos interesa sobre todo la introducción y el último párrafo del mismo. En primer lugar, nos sorprende el cariño que Meléndez tenía al Colegio Trilingüe, calificado de «asilo seguro de las lenguas y de las humanidades» en contraposición al desprecio que sufren en las «aulas», y las alabanzas que tributa a sus alumnos, a los que califica de «apasionados» del estudio de las humanidades, lo cual contrasta con el panorama que en la década de 1760-1770 nos presentaban los informes que pedían reformas en el mismo, como el del fray Manuel Ribera. Meléndez confirma la dependencia del Colegio Trilingüe de la universidad, pues dicho «Colegio debe ser siempre el desvelo de la universidad; así como los alumnos bien educados le deben dar la gloria más ilustre». La referencia al «ejemplo de las universidades y colegios extranjeros», es un argumento ya utilizado por el fiscal y buen helenista Campomanes al contradecir la pretendida reducción del estudio de las humanidades en el Plan de estudios de 1771: duración de dos o tres cursos en España, en lugar de los seis a ocho habituales en el extranjero:

Ilustrísimo Señor: En los años que como catedrático de Letras Humanas he concurrido a los exámenes del Colegio Trilingüe, he observado con complacencia la aplicación de casi todos los individuos, y un espíritu de honrosa emulación que los anima, y que bien dirigido por Vuestra Señoría   -114-   Ilustrísima dará siempre los frutos más copiosos. Pues meditando yo en algunos de los medios que pudiesen excitar más y más esta tan provechosa emulación, me ha parecido que ninguno se hallará, ni tan fácil, ni tan oportuno, ni tan poco dispendioso, como el de algunos premios anuales, que distribuidos al fin de los exámenes sean un testimonio duradero del adelantamiento de los que los consigan, y una reprensión severa de la desidia de los demás. El ejemplo de las universidades y colegios extranjeros, en todos los cuales estos premios han producido y producen el más saludable fruto, me dispensa de probar a Vuestra Señoría Ilustrísima cuáles pueden ser los que den en nuestro Colegio. Diré, sí, que este Colegio debe ser siempre el desvelo de la universidad; así como los alumnos bien educados le deben dar la gloria más ilustre. Las Lenguas y las Humanidades, sin cuyo auxilio nada puede saberse, pero que lastimosamente yacen despreciadas en las aulas, hallan y han hallado en sólo el Colegio Trilingüe un asilo seguro, y apasionados que corran en pos de ellas. A nosotros toca hoy alentar estos apasionados, fomentarlos y proponerles premios para que no desfallezcan ni cedan al torrente de la preocupación y la ignorancia, y estos premios, si Vuestra Señoría Ilustrísima conviniere en ello, pudieran a mi ver establecerse bajo tales condiciones...



Respeto a las 14 «condiciones» o bases de los premios, debemos destacar la minuciosidad de las mismas, dirigidas a darle la mayor justicia y publicidad y el máximo relieve académico posible. Obsérvese que el rector, máxima autoridad académica, está presente en varios momentos del proceso de adjudicación de los premios: en la compra de los libros, objeto material de los premios (condición 2ª); en la asignación del tema de los mismos (condición 5ª); en el tribunal que juzgará las «composiciones» (condición 9ª) y en el acto de distribución de los premios: «Todos los premios será bien que se distribuyan por mano del señor rector en el primer claustro pleno, o por lo menos en el de cabezas » (condición 13ª).

En la primera «condición» distribuye los 600 reales en tantos premios como catedráticos de lenguas había: dos de humanidades, uno de griego, otro de hebreo y otro de retórica, adaptándolos al nivel exigible del alumnado. Como era de esperar que ningún alumno estuviese en condiciones de hacer una composición en griego y hebreo, los premios se adjudicarían mediante examen. Por eso sólo hay premios para composiciones en latín y castellano:

lª El importe de todos por ahora, y con atención a las rentas del Colegio, no deberá exceder de seiscientos reales, los cuales se dividirán en cinco premios del modo siguiente: cien reales para un premio de lengua hebrea; ciento para otro de la griega; ciento para otro de retórica y humanidades; ciento y cincuenta para uno de composición latina; ciento y cincuenta para otro igual de lengua castellana, para excitar a los colegiales a su saludable cultivo.

  -115-  

2ª Estos premios habrán de ser siempre en libros relativos a sus asignaciones, cuidando de su compra el vicerrector del Colegio, bajo la dirección del señor rector y catedráticos de lenguas.

3ª En cada uno de ellos se pondrá un certificado del secretario de la universidad, explicando con las cláusulas más honrosas haberse adjudicado al sujeto premiado en los exámenes públicos de tal o tal año.

4ª Los tres premios de lengua hebrea, griega, retórica y humanidades, deben adjudicarse con atención precisa al buen desempeño de los exámenes, votándolos todos los señores que los presencien.

5ª Para dar el asunto de los dos restantes de composición, deberá el señor rector convocar una junta de catedráticos de lenguas, antes de las vacantes de Semana Santa; y estos asuntos irán variando por todas las clases de composición, desde la más sencilla de las figuras hasta el panegírico, sin guardar por esto orden determinado, pero cuidando siempre de dar temas o argumentos útiles.

6ª El secretario de la universidad pasará aviso de los asuntos elegidos al vicerrector del Colegio, y éste cuidará de publicarlos entre los colegiales.

7ª Podrán concurrir indistintamente a estos premios todos los individuos del Colegio, presentando su composición por sí o por tercero en la secretaría de la universidad en el término de un mes, contado desde el día de la publicación.

5ª Para evitar parcialidad y acepción de personas, se presentarán cerrados los trabajos, con algún verso o sentencia que les sirva de nota, y en otra carta cerrada, con la misma sentencia o verso, el nombre del autor, sin que pueda esta segunda abrirse o publicarse hasta después de hecha la adjudicación del premio.

9ª A examinar las composiciones que concurriesen se juntarán los catedráticos de lenguas inmediatamente, autorizando sus juntas el señor rector, si por sus ocupaciones no pudiese presenciarlas; y la votación se hará por ellos en la última, ya sea en público, ya en secreto, si pareciese convenir o la pidiese alguno de los votantes.

l0ª Las composiciones, ni pecarán por demasiado breves, ni podrán exceder de un pliego de escritura mediana.

1lª Todas ellas, premiadas y no premiadas, estarán públicas el día de los exámenes, para que puedan verlas los demás señores que las autorizan, pero las cartas cerradas se quemarán sin rescribirse, depositándose al mismo tiempo las composiciones premiadas en la librería del Colegio.

12ª En ellas se cuidará mucho de la pureza y elegancia de las dos lenguas, y de que reine una elocuencia sólida y verdadera, libre de juegos de palabras, hinchazón y demás vicios que la han desfigurado.

13ª Todos los premios será bien que se distribuyan por mano del señor rector en el primer claustro pleno, o por lo menos en el de cabezas, donde se da parte de los exámenes, asistiendo el Colegio entero para hacerlos así más solemnes y autorizados, y excitar más y más la emulación.

14ª Si surtiesen ellos el saludable efecto que es de esperar, pudieran aumentarse con otro de poesía castellana, para despertar la aplicación de los   -116-   medios hacia esta lengua, que es lastimosamente muy poco cultivada en el Colegio.



La «condición 12ª» no deja de ser una recomendación de enseñar las humanidades de acuerdo con la estética neoclásica («se cuidará mucho de la pureza y elegancia de las dos lenguas, y de que reine una elocuencia sólida y verdadera») y la consiguiente invitación a abandonar el barroco literario tardío («libre de juegos de palabras, hinchazón y demás vicios que la han desfigurado»).

Desde que Meléndez y Ruiz de la Bárcena ganaron las cátedras de humanidades en 1781, aumentó la preocupación por el estudio del castellano en el Colegio Trilingüe. Además de los ciento cincuenta reales destinados a una composición en lengua castellana («condición lª») y el posible premio para una poesía en la misma lengua («condición 14ª») , debemos aducir aquí el acto mayor pro cathedra, celebrado por el colegio de lenguas el 22 de junio de 1788, presidido por el segundo catedrático de letras humanas, doctor Ruiz de la Bárcena, estando presentes el resto de los catedráticos de humanidades, aunque no Meléndez, en el que se defiende el uso de las lenguas clásicas desde un criterio puramente filológico, es decir como medio para conocer el mundo greco-latino y enriquecer la sapiencia del castellano, y no como medio de comunicación: «El doctor don José Ruiz de la Bárcena aprueba haber presidido en las escuelas de esta Universidad actor menor en el día 22 de junio de 1788 en Humanidades en el que defendió ser malo hablar en latín porque se corrompe la locución de la latinidad. Actuante: don Joséf Martínez de la Natividad. Réplicas: los doctores Sampere y Ayuso. Medios: don Bernardino Suárez y don Domingo Robles»111.

El colegio de filología sólo hacía recordar la Real Orden de Carlos III de 1768, que prescribía la obligatoriedad de enseñar el latín en castellano, aunque no siempre fue obedecida diligentemente112.

En el párrafo final de su propuesta, el ilustrado Meléndez concluye con la llamada a la utilidad del proyecto, habitual en los informes de la época, y vuelve a señalar el objetivo esencial del mismo, estimular la aplicación del alumnado: «Estas reglas sencillas, más severidad en los exámenes, y nuestro continuado desvelo, pueden causar en el Colegio los más saludables frutos de aplicación, y hacer de él un asilo eterno de las bellas letras y las lenguas, tan glorioso a la universidad como útil a la nación. Tales son los fines que me han incitado a hacer de nuevo a Vuestra Señoría Ilustrísima esta   -117-   proposición de los premios anuales aunque desentendida ya otras veces, ¡ojalá que ella sea en esta ocasión grata a Vuestra Señoría Ilustrísima y produzca un día las utilidades que nos podemos prometer!»113.

Estas buenas intenciones pedagógicas de Meléndez, se quedaron sólo en eso, perfectamente resumidas por Alarcos : «¿Creerá el lector que los claustrales aceptaron la proposición de Meléndez? Deseche del ánimo tan errada opinión. Los señores cabezas acordaron que la proposición pasara al Colegio de Lenguas, a fin de que, una vez enterado éste, informara a la Universidad. En dos claustros plenos posteriores se cita en la cédula la proposición de Meléndez, mas nunca llegó a tratarse de ella por distraerse los claustrales en la discusión de otros asuntos más interesantes para ellos»114.

Por otro lado, Meléndez continuaba con el trabajo rutinario de sus clases de humanidades en el Colegio Trilingüe y con otras tareas más esporádicas, por ejemplo, la de examinar a los colegiales del Trilingüe, los cuales cada cuatro meses tenían un control para pasar de nivel y dar cuenta de los mismos en los respectivos claustros115.

En el plano de las mejoras didácticas, Meléndez no desaprovechó ninguna ocasión para insistir en la necesidad de favorecer los estudios humanísticos y el cultivo de las bellas letras. Así, por ejemplo, cuando en los claustros plenos de 18 de junio y 5 de julio de aquel año de 1785 se trató sobre la reforma del procedimiento seguido en las oposiciones a cátedras, Meléndez propuso, entre otras acertadas condiciones, que «ninguno se declare opositor sin tener antes impresas dos disertaciones una castellana y otra latina sobre la facultad en que se haga la oposición», y que se hiciera presente «al Consejo ser bien de la Universidad y al verdadero restablecimiento de su lustre y literatura que antes de entrar en sus claustros haya impreso igualmente dos disertaciones castellana y latina sobre la facultad en que se haya de graduar», añadiendo, además, maliciosamente, que convendría que todos los individuos del claustro   -118-   diesen ejemplo, «imprimiendo en el término de un año otras dos iguales disertaciones»116.






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El informe sobre la propuesta del preceptor de latinidad de Alba de Tormes

En la junta celebrada el 2 de enero del 89, Meléndez Valdés y Ruiz de la Bárcena, únicos componentes de la junta de letras humanas, leyeron un informe que se les había encargado acerca de cierta proposición del preceptor de latinidad de Alba de Tormes. El informe, por el estilo y por la semejanza de ideas con otros escritos suyos, parece obra de Meléndez y va dirigido al rector, Muñoz Torrero, que fue quien encargó el informe117.

El preceptor de latinidad de Alba de Tormes era don Santiago Álvarez Cienfuegos, natural de Salamanca, quien diez años antes, el 3 de noviembre de 1779, había obtenido el título en un examen aprobado nemine discrepante ante un tribunal compuesto por el colegio de filología en pleno y del que formaba parte Meléndez, en calidad de profesor sustituto de la cátedra de prima de letras humanas. Era el quinto preceptor que se examinaba de acuerdo con el Plan de estudios de 1771:

En Salamanca, a 3 de noviembre de 1779, a las diez de la mañana y en el general de Retórica, se juntaron los señores doctores don Francisco Sampere, catedrático de Retórica, don Gaspar González de Candamo, catedrático de Lengua Santa y bachilleres don Pedro Campo y don Juan Meléndez Valdés, sustitutos de las de Humanidad, y todos examinadores para maestros de gramática, ante quienes pareció el citado don Santiago Álvarez Cienfuegos, y sobre el punto que eligió de tres piques que el día antes le dieron en las odas de Horacio y fue en del libro I, la oda XXXII que empieza Poscimur [Si quid vacuit sub umbra] y concluye rite vocanti. Fue aprobado nemine discrepante118.



Era un informe presentado con menos formalidad que el anterior sobre el Colegio Trilingüe. Ahora no se lee en el pleno del claustro, sino sólo ante el rector y en la secretaría de la Universidad: «En Salamanca dicho día, juntos en la sala de secretaría, los señores licenciado don Diego Muñoz Torrero, rector, doctor don José Ayuso, doctor José Bárcena y doctor García, se leyó la respuesta trabajada por los señores Dr. Menéndez y   -119-   Bárcena, concerniente al proyecto de maestro de gramática de la Villa de Alba»119.

El hecho era que el preceptor Álvarez Cienfuegos pretendía suprimir «un repetidor» y destinar la dotación sobrante de 100 ducados a premios y, no sabiendo cómo distribuirlos, acude a la sabia opinión de los catedráticos de humanidades, tal vez confiado en la amistad conferida por la cercanía de las dos ciudades de Alba de Tormes y de Salamanca, y por los contactos anteriores de discípulo de dicho colegio de filología: «La Junta de Letras Humanas ha examinado el proyecto del maestro de Gramática de la villa de Alba de Tormes, don Santiago Alvarez Cienfuegos, sobre convertir los cien ducados de salario destinados hoy al repetidor de aquel estudio en varios premios para sus discípulos más aprovechados; y, alabando lo primero el buen celo de aquel maestro, lo halla muy digno de que Vuestra Señoría lo proteja y recomiende al Supremo Consejo; pero ve al mismo tiempo en el plan que tiene formado algunas cosas que pudieran mejorarse, a fin de hacer más útiles y decorosos dichos premios».

Meléndez vuelve a su más arraigado principio pedagógico, ya expuesto en 1785 para el Colegio Trilingüe, de que el estímulo e interés, incluido el económico, es fundamental para fomentar el aprendizaje: «El hombre se mueve siempre en proporción de los estímulos de gloria o de interés que se le ponen a la vista, y es utilísimo presentar estos estímulos y ofrecer ciertos alicientes a la niñez para ponerla desde luego en la senda del trabajo. Muchos colegios han debido a tales premios un espíritu de emulación y aplicación en sus alumnos, que los han colmado después de gloria, siendo, por otra parte, la falta de ellos causa muy principal de los atrasos de nuestras letras; y así, no duda la Junta que los estudiantes gramáticos de la villa de Alba se animarán notablemente con la expectativa y aliciente que se les va a ofrecer».

Repite los mismos criterios expuestos en 1785 para el procedimiento de adjudicación de los premios: justicia, publicidad y solemnidad: «Pero al mismo tiempo es indispensable que reine en su distribución la más rigurosa justicia, y que se hagan con la publicidad y solemnidad posibles; porque, si viesen los niños unos jueces interesados y parciales doblarse al partido o al favor, lejos de producir ningún bien el establecimiento, empezaría a pervertirles su carácter moral, y a hacer a sus ojos despreciables aquellos mismos cuyo dictamen se le mandaba venerar. La publicidad y solemnidad en la distribución daría, además, mayor idea del vencimiento a los mismos   -120-   contendientes, y despertaría más y más su emulación y el ahínco de conseguir la victoria».

Encontramos cierta modernidad pedagógica en la alusión a los padres, lo cual manifiesta el deseo de los catedráticos de humanidades de implicar a los padres de los alumnos en el proceso educativo: «Los padres, por otra parte, que asistiesen al certamen se complacerían en sus buenos y adelantados hijos, o se llenarían de rubor en los malos y desaplicados, saliendo acaso de allí con mejores resoluciones de desvelarse en su educación, y todo ello cedería en bien de la misma juventud».

Los jueces que otorgarán los premios serán el maestro de gramática, el párroco, y todo el ayuntamiento. Se excluye a los clérigos regulares para «no distraerlos de su retiro y ocupaciones» y a los mismos catedráticos de Salamanca, para no ocasionar gastos inútiles, que irían en detrimento de los premios:

Por lo cual parece a la Junta que la función de estos premios debería tenerse en las casas consistoriales a presencia de todo el ayuntamiento y párrocos de la villa, como jueces unos y otros, según se dirá después. Mas no cree necesario el que, habiendo en ella un clero tan numeroso, y unos párrocos y un vicario tan instruidos, intente el preceptor distraer a los prelados de los dos conventos de San Francisco y Carmen Descalzo de su retiro y ocupaciones religiosas, y los quiera cargar con esta nueva.

Los párrocos son los pastores y padres de los niños, y a ellos corresponde honrar este acto con su presencia, ser jueces de su aplicación y tomar parte en todos sus adelantamientos. Pero deberían además convidarse las personas distinguidas y honradas de la villa para que se autorizase cuanto fuese posible la función.

Parece bien a la junta el señalamiento de las dos temporadas de Navidad y San Juan como las más desocupadas y oportunas para celebrar las exámenes; pero no tiene por necesario el que ninguno de sus catedráticos vaya a autorizarlos, porque después del maestro de latinidad y los párrocos ni son necesarios más jueces ni es justo gravarlos a ellos o a la misma villa con el gasto de un viaje costoso.



La distribución de los 100 ducados, equivalentes a 1100 reales, destinados a premios es minuciosa, atendiendo a los tres niveles («mayoristas, medianos y menores») en que comúnmente se enseñaba el latín:

Los cien ducados, salario del repetidor, podrán distribuirse en dos porciones de cuatrocientos reales cada una para las dos temporadas de premios, y otra de los trescientos reales restantes para el pago de la casa del preceptor en remuneración de su celo y trabajo, sin que sea útil subdividir en cinco clases los discípulos ni hacer una partición tan menuda del caudal.

Y así, le parece a la Junta que bastarán tres solos premios de Gramática:   -121-   el primero, de ciento treinta reales, para los mayoristas o más adelantados; el segundo, de ciento, para los estudiantes de medianos; y el tercero, de setenta, para los menores; añadiendo, además, un cuarto premio de cien reales, que se llamará premio de virtud, indistintamente para todos, y con que se completa la cantidad de los cuatrocientos reales que se han de distribuir en cada temporada.



Los ejercicios para adjudicar los premios nos proporcionan indirectamente la programación de una buena preceptoría de gramática de la época. Los estudiantes de Alba de Tormes alcanzaban un nivel aceptable de conocimientos de humanidades:

Los ejercicios para ganar los tres primeros premios serán en sustancia los que propone el preceptor. Los mayoristas traducirán por suerte en las oraciones de Cicerón, y en Virgilio y Horacio, sufriendo preguntas de los jueces sobre la cantidad de las sílabas, clase y medida de los versos, propiedad de la dicción, figuras y modos de decir, y demás cosas en que debe estar instruido un buen gramático. Los de medianos traducirán de la misma manera por Nepote, Epístolas de Cicerón y Ovidio, sufriendo las preguntas correspondientes a su clase; y los de menores por las Fábulas de Fedro, disminuyendo hasta el punto de declinar y conjugar. Los jueces de estos tres premios serán el mismo preceptor y el vicario eclesiástico y demás párrocos que por su instrucción y por la importancia de este pequeño establecimiento no dude la Junta se esmeren cuanto sea posible en la imparcial severidad de los exámenes.



Se supone que Meléndez y Ruiz de la Bárcena proponían los textos de los autores citados, porque, previamente informados («Los ejercicios para ganar los tres primeros premios serán en sustancia los que propone el preceptor»), sabían que eran los realmente explicados en Alba de Tormes. De ser así, el panorama de la enseñanza de las humanidades no era tan sombrío como nos describe, tres meses más tarde otro catedrático de Salamanca, fray Juan Martínez Nieto, quien en un informe fechado el 1 de abril de 1789, dice: «Es innegable que todo el estudio de las Bellas Letras se ha reducido, tanto en Salamanca, como en lo general del reino, a instruir a los jóvenes, por espacio de algunos años, en los primeros rudimentos de la gramática latina, bajo uno o muchos perceptores que, enseñando a sus discípulos a traducir medianamente cualquier periodo de un autor latino, y a volver en mal latín, aunque sin solecismos, algunas cláusulas castellanas, los juzgaban suficientes para entrar a oír filosofía o jurisprudencia, sin darles otra instrucción, ni aún conocimiento de las Letras Humanas»120.

Debemos incluir al buen maestro de latinidad de Alba de Tormes, modelo en su oficio y digno de ser recomendado al Consejo de Castilla, entre aquellos que en el último tercio del siglo XVIII se afanaban por la renovación en la pedagogía del latín «con una coincidencia de criterios que no fue producto de la puesta en práctica de una política educativa coherente, sino hacer los dictados del sentido común», de la que habla Luis Gil121. Parece que en Alba de Tormes se había superado la manera habitual de enseñar la lengua latina a los muchachos, expuesta más arriba, la cual consistía en la memorización de las declinaciones y las conjugaciones y en la construcción de las «oraciones» (la «platiquilla»). El preceptor Álvarez Cienfuegos prestaba interés a aquello en lo que mayor atención debía ponerse, la traducción de los autores latinos, cuya selección y debida graduación en función de su dificultad, según cada uno de los tres niveles tradicionales («mínimos, menores y medianos», señalados por los estatutos de la Universidad de Salamanca para el Colegio Trilingüe), parece la adecuada: Fedro en el primer nivel y Horacio en el tercero y último, que era el autor de referencia para ingresar en la universidad de Salamanca.

El premio que más llama la atención es el «premio a la virtud», cuya finalidad es hacer ciudadanos «buenos y virtuosos». La misma junta de letras humanas se da cuenta de la novedad y se ve en la obligación de explicar sus fines, puesto que es «una nueva clase de establecimientos y certámenes desconocida hasta ahora»:

El cuarto premio, llamado de virtud, se dará, sin atención al mayor aprovechamiento, al niño más bien morigerado en sus cortos años, al más quieto, al más obediente a sus padres, al más dócil a los avisos de su maestro, al más verídico en sus palabras y, en suma, a aquel más bien reputado en el estudio y en la opinión común. Y en este premio serán jueces los mismos maestro y párroco, y todo el ayuntamiento.

La Junta cree que, entre tantos premios como se destinan en todas partes a las Letras y a las Artes, debe tener también su lugar la virtud; y que el mismo deseo de gloria o de interés que puede animar a un niño para competir un premio de Gramática, puede animarle también para competirle en buenas costumbres y ejemplo. En muchas cosas el no haberse hecho antes suele ser el estorbo principal de llegarse a establecer; pero, sin embargo, deben intentarse por la utilidad que traen cuando se consiguen y salen felizmente. Y si ya se ha probado y se ha hallado que a los hombres se les puede hacer laboriosos y aplicados por el premio, también debe probarse y se hallará igualmente que se les puede hacer buenos y virtuosos por el mismo camino. ¡Ojalá que la villa de Alba, establecido en ella este premio,   -123-   dé un ejemplo palpable de lo que puede hacer el interés aun en la misma virtud, y enseñe a la nación una nueva clase de establecimientos y certámenes desconocida hasta ahora en ella, pero que puede serle utilísima bien meditada y ordenada!122.



La junta aprobó el dictamen, pero no sabemos si se llevaría o no a efecto el proyecto: «Y habiendo visto el citado informe puesto por los enunciados doctores Meléndez y Bárcena sobre el expediente del preceptor de Alba, se aprobó y se acordó el remitirlo al Sr. intendente. Firmaron dos de dichos señores, licenciado Torrero, rector, y el Dr. Ayuso e yo»123.






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Conclusión

La enseñanza de la gramática en los niveles no universitarios estaba constituida, fundamentalmente, por la retórica y el latín, materias que el tribunal de los exámenes de preceptores manda expresamente recuperar a algún aspirante «reprobado».

El control de las preceptorías de gramática del reino de León y de la provincia de Extremadura estaba encomendado al colegio de lenguas de la universidad de Salamanca, y dentro de ese colegio era el colegio de humanidad quien, lógicamente, marcaba las pautas, como demuestra el hecho de que el catedrático segundo de letras humanas fuese el encargado de hacer las recuperaciones de los «reprobados».

El catedrático de prima del colegio de humanidad fue Meléndez en el periodo 1781-1789, por lo que pesaba mucho su opinión, sobre todo en los informes más importantes emitidos, los de las reformas del Colegio Trilingüe y el de la preceptoría de Alba de Tormes. Por el contrario, da la impresión de que Meléndez se escabullía siempre que podía del desagradable trabajo de examinar a los preceptores, puesto que de los 14 exámenes celebrados durante su docencia (octubre de 1778-septiembre de 1789), sólo asistió a cinco siendo profesor sustituto (periodo octubre de 1778-agosto de 1781, en el que se celebraron seis exámenes) y a cuatro de los ocho exámenes realizados siendo catedrático titular (periodo 25 de agosto de 1781-14 de septiembre de 1789).

Meléndez enfocó la enseñanza de las humanidades en las preceptorías de gramática con un criterio de modernidad y de exigencia, admirado por sus   -124-   discípulos Nicasio Álvarez Cienfuegos y Manuel José Quintana. No sabemos hasta qué punto el talante docente de Meléndez pudo influir en la aficiones pedagógicas de Quintana, redactor del célebre y antes citado Dictamen y proyecto de decreto sobre la ley general de la enseñanza pública, proyecto que puede ser considerado como la primera ley general de educación en España, toda vez que el mismo constituyó el reglamento general de instrucción pública aprobado por las cortes en 1821, donde se crean las directrices y estructuras de la enseñanza española durante más de cien años124.

Quintana (Anfriso, 1772-1857) confiesa en 1807, veinte años después de haber asistido a las clases de humanidades impartidas por Meléndez: «Ud. me empezó a amar desde mi infancia, tuvo de mi educación un cuidado casi paternal», lo cual es lo mismo que confesar que Meléndez fue un excelente profesor en el desempeño de su cátedra de prima de letras humanas. Quintana, además de la Noticia Histórica de Meléndez (1820), le dedicó en 1797 una composición, A Meléndez, con motivo de la publicación de sus poesías, y en 1807 el prólogo -dedicatoria de la importante antología, en tres volúmenes, de las Poesías selectas castellanas125.

No menor es la admiración de Nicasio Álvarez Cienfuegos (1764-1809) por el profesor Meléndez en la Oda. A Don Juan Meléndez Valdés. El recuerdo de mi adolescencia, donde nos da a entrever que, como todo gran maestro, fuera de los latines del aula, en las «hermosas tardes», Meléndez continuaba su enseñanza, irradiando calor humano:



1 Caro Batilo, ¿para qué despiertas
en mi memoria los dormidos días
que en las calladas sombras del Otea
a tu lado gocé? [..]
[...]

¡Oh inefable placer! ¡Oh hermosas tardes
de mi felicidad... Fueron, Batilo,
para siempre jamás!¡ Pueda a lo menos
vivir siempre inmortal nuestro cariño,
único resto de tan bellos días!126.



El recuerdo de Nicasio Álvarez Cienfuegos correspondía al ardor con que Meléndez defendía a sus alumnos más aplicados, (al mismo Cienfuegos en   -125-   el frustrado acto mayor en la Facultad de Leyes en 1784 sobre la doctrina penalista del Cesare Beccaria), ya como catedrático de filología, ya en la Facultad de Derecho, donde era «examinador de los grados de bachiller y licenciado de la Facultad de Leyes»127.

Este conjunto de documentos menores de Meléndez Valdés, relacionados con su actividad docente, convenientemente contextualizados, son más o menos importantes para conocer y precisar su biografía, pero, y en esto coincidimos con la opinión de Emilio Palacios, los consideramos muy útiles para aclarar su constante trabajo militante en la extensión del pensamiento ilustrado128.



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