Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Memorias de un pato diferente

Antonio Rodríguez Almodóvar





Tal vez el primer cuento que me regalaron fue El patito feo. Sería en uno de aquellos Reyes Magos de los tiempos brumosos, cuando los niños soñábamos con juguetes imposibles y nuestros padres nos compensaban con libros fantásticos. Algo era algo. Pero confieso que aquel año el sucedáneo me sentó fatal. Yo ya me consideraba lo bastante mayor como para que me vinieran con la fábula de un pollo ridículo que acabaría siendo un hermoso cisne. ¿Y a mí qué? Como si quería ser una cacatúa.

Así que he tardado mucho en comprender este cuento, del que siempre sospeché se trataba de una simple venganza de Andersen contra el mundo. Pero empecé a reconciliarme con él cuando vi a Roberto Anglisani, un actor italiano que hace unos monólogos extraordinarios, contar la historia de este ser diferente. Fue en Montevideo, hace pocos años, en una jornada en que comprobé cómo un teatro entero se venía abajo, entre un turbión de lágrimas y risas, tras casi una hora de narración conmovedora para historia tan simple. Inolvidable.

La OEPLI, organización española para la literatura infantil, acaba de publicar un volumen especial que lleva por título ¡Cuac!, Quac!, Kuak!, ¡Cuac!, con cuatro versiones actualizadas de esta historia, una en cada lengua de las oficiales de España, a cargo de Inmaculada Díaz, Albert Figueras, Yolanda Arrieta y Palmira G. Boullosa (castellano, catalán, esukera y gallego, respectivamente), y con ilustraciones de Juan Ramón Alonso, Marcos Ferrer, Jon Zabaleta y Ángeles Maldonado (mismo orden).

Con la óptica del siglo XXI, estas cuatro versiones se erigen en baluartes de las más avanzadas posiciones intelectuales, en especial el derecho a ser diferente, el respeto y defensa de la diversidad, y el pluralismo como rasgo esencial de un mundo donde reinen la paz y la concordia. Mensajes todos que, a la vista de los derroteros que van transitando el unilateralismo torturador, el fanatismo terrorista y otras lacras del llamado orden civilizado, se tornan cada día más urgentes.

Otra versión actualizada del mismo relato fue la de la escritora sevillana Concha López Narváez, para Bruño, en la colección «Cuentos de colores» (reeditada en 2002), con la interesante novedad de mezclar la escritura textual con la jeroglífica, que anima al lector infantil a descubrir sus habilidades mentales.

Pero desde que Andersen instaló el modelo del pato desdichado con final feliz, han sido muchas las derivaciones del mismo esquema. Quizá la más famosa ha sido la del escritor y dibujante canadiense Michael Bedard, titulada ¡Vuela, pato, vuela! (reeditada también por Oberón hace un par de años). Aquí se nos cuenta la historia de otro pato diferente, pero no por sus rasgos formales, o por pertenecer en realidad a otra especie, sino por haber escapado de la cadena de producción de una granja de patos. Al hacerse independiente, descubre otros muchos valores de la existencia, como la amistad, y ésta no con cualquiera, sino precisamente con el caimán que ejercía de vigilante en la fábrica. Escapa así también de un restaurante donde se sirve «Sopa de pato», y acaba encabezando una rebelión de sus congéneres, a los que invita a salir volando, y no a cualquier parte, sino hacia el Sur, donde está la libertad. El reclamo de este Sur, como incitación del mundo libre, natural y más sencillo que el de las frías ideologías norteñas, demasiado obsesionadas con la prosperidad, se une así al modelo Andersen, más un feliz injerto del Orwell de Rebelión en la granja. Con lo que se demuestra que también en la literatura infantil está casi todo inventado, y que lo que mejor funciona es la frondosa armonía de los arquetipos. No les tengan miedo a los arquetipos, que siempre encierran una profunda verdad, no siempre conocida, y que miren cómo yo, sin ir más lejos, acabo de reconciliarme, gracias a uno de ellos, con los pobres juguetes de los años más duros.





Indice