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Al hacer mención de estos carros, no puedo menos de acompañarla con una anécdota que a ellos se refiere, y también a una hermosísima moza, muy conocida entonces, bajo todos conceptos, de la población de Madrid, la famosa Pepa la Naranjera, que se hizo célebre, no sólo por su hermosura y desenvuelta vida, sino también por el chiste y agudeza de sus dichos y hechos. -Llamada por el corregidor Barrafón para proponerla que representase en los grupos de aquellos carros, no recuerdo bien si el papel de Madre España, de Diosa del Olimpo, o de alguna de las Virtudes Teologales (porque todos estos emblemas entraban en su composición), respondió con su ordinario desenfado: «Ave María Purísima, Señoría, esas cerimonias no son propias de gentes de honor». -Anda, no seas tonta (la replicó Barrafón, que era hombre de genio chancero y muy tentado de la risa); anda, que nada perderás, antes bien, te ganarás media onza y un traje, amén de algunos parroquianos. -«Pues si eso es así (replicó Pepa), no hay más que hablar, y Su Señoría puede hacer de mis pertinencias lo que se le antoje».
Muchos dichos igualmente gráficos que se referían de tal moza retozan en mi memoria y como que quieren deslizarse a la pluma, pero ni el espacio ni el decoro lo consienten. Limitarame sólo a uno, que escuché de boca del mismo interlocutor, el caballero D. Diego de Biezma y Yonseca, antiguo diplomático, persona muy apreciable, pero tan dado a la afectada imitación del continente y maneras extranjeras, como melifluo y atildado en su lenguaje; el cual, pasando un día lluvioso y de barros por delante del puesto de Pepa (que le tenía ordinariamente en la esquina de las calles del Prado y del Príncipe), no sé bien si porque en realidad le estorbasen los cestos de naranjas, o por cambiar tal vez algunas palabras con la hermosa vendedora, díjola en su acento afrancesado: «¿Me permite V. echar un pie? -Por mí (contestó Pepa apartando los cestos), eche V. aunque sean los cuatro».
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En el pequeño trozo de la calle del Olivo, entre las del Carmen y la de la Abada, fallecieron veintiuna personas, entre ellas cuatro de los inquilinos de mi propia casa, número 10 entonces, y hoy señalada con los números 6 y 8 nuevos.
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Para probar esta injusta ingratitud de los partidos políticos bastarame citar dos hechos. -Hallándose al frente del Gobierno el célebre Conde de Toreno, jefe reconocido a la sazón de la fracción moderada, ocurrió en Agosto de 1835 una de las infinitas asonadas tan comunes en aquella época; y diciéndole que por disposición del Corregidor se había dado un refresco a los batallones de la Milicia Nacional estacionados en las plazas, prorrumpió en esta desdeñosa exclamación: «¿Y quién le mete a Pontejos en esos dibujos? Que se contente con ser una notabilidad de cal y canto». -Posteriormente, en 1836, cuando, a consecuencia del motín de los sargentos en La Granja, fue restablecida la Constitución de 1812, y cesaron, por consiguiente, los corregidores, siendo reemplazados por los alcaldes electivos, no mereció un solo voto del partido dominante el insigne ciudadano que cesaba en su memorable administración.
A estas injusticias de los partidos podía, sin embargo, oponer Pontejos la simpatía y el aprecio del país en general y hasta de los extraños. Por aquel tiempo, decía un célebre periódico inglés que en España sólo tres personas cumplían con su obligación: el caudillo Cabrera, el torero Montes y el Marqués de Pontejos, corregidor de Madrid.
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«No siendo bastantes las manos de los vocales de la Junta (dice el ilustrado e inteligentísimo Sr. D. Braulio Antón Ramírez en su extensa y luminosa Memoria histórica sobre el Monte de Piedad y la Caja de Ahorros de Madrid), llamaron con el cariñoso título de amanuenses, a los personajes más distinguidos de la sociedad madrileña. Pontejos se encargó de atraer a la aristocracia de la cuna; Arratia, a la del caudal; Mesonero Romanos, a la de las letras, y todos, a las eminencias del clero y la política. -Merced a esta prudente y a la vez humorística combinación, que dio a la Caja de Ahorros la fuerza moral que la ha vigorizado, allí alternaban, allí servían al público (cosa que muchos ignorarán) los venerables arzobispos Bonel y Orbe, y Tarancón, muchos párrocos de Madrid, los ilustres duques de Osuna, de Gor, de Rivas, de Medinaceli, de Abrantes y de Frías, los marqueses del Socorro, de Miraflores, de Santa Cruz y de Povar; los condes de Oñate, de Guaqui, Altamira y Torre Múzquiz; los banqueros Sevillano, Ceriola, Caballero, Pérez Seoane, Calderón, Remisa y Safont; eminencias políticas como Argüelles, Mendizábal, Martínez de la Rosa, Heros, Calatrava, Barrio Ayuso y Olózaga; eminencias literarias, como Lista, Gallego, Bretón, Gil Zárate, Vega y Hartzenbusch, etc.».
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El señor marqués de Molins en su tantas veces citada carta, al llegar a esta página de mis Memorias, dice:
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Palabras del discurso leído par el Excmo. Sr. Marqués de Molins, el 18 de Noviembre de 1874, como presidente del Ateneo y con motivo de la apertura de sus cátedras.
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Tengo delante dicha lista impresa (y su original manuscrito también), y no puedo menos de consignar con dolor que de los 295 individuos que en ella constan, sólo sobrevivimos doce, a saber: el Infante D. Francisco de Asís (después Rey consorte), y los Sres. Borrego, Castellanos, Corradi, Hisern, Madrazo, (D. Federico y D. Pedro), Masarnau (D. Santiago), Mesonero, Perales (marqués de), Roca de Togores y Seoane (D. Juan Antonio).
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De Tenerife.
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Por un olvido involuntario dejé de citar en la primera edición de esta obra al joven D. Mariano Roca de Togores (hoy marqués de Molins) entre los fundadores y primeros redactores de El Semanario. He aquí los bondadosos términos en que me rectifica mi bueno y cariñoso amigo:
99.1 |
Hoy Duque de Decazes, ministro que ha sido de Negocios Extranjeros hasta hace poco tiempo. |
100
He aquí en qué términos se expresa el Sr. Madoz al insertar mi proyecto en el tomo X de su Diccionario:
MADOZ, Diccionario, tomo X, pág. 382. (Art. MADRID.) |
IDEM, pág. 1082. |