Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

91

Al hacer mención de estos carros, no puedo menos de acompañarla con una anécdota que a ellos se refiere, y también a una hermosísima moza, muy conocida entonces, bajo todos conceptos, de la población de Madrid, la famosa Pepa la Naranjera, que se hizo célebre, no sólo por su hermosura y desenvuelta vida, sino también por el chiste y agudeza de sus dichos y hechos. -Llamada por el corregidor Barrafón para proponerla que representase en los grupos de aquellos carros, no recuerdo bien si el papel de Madre España, de Diosa del Olimpo, o de alguna de las Virtudes Teologales (porque todos estos emblemas entraban en su composición), respondió con su ordinario desenfado: «Ave María Purísima, Señoría, esas cerimonias no son propias de gentes de honor». -Anda, no seas tonta (la replicó Barrafón, que era hombre de genio chancero y muy tentado de la risa); anda, que nada perderás, antes bien, te ganarás media onza y un traje, amén de algunos parroquianos. -«Pues si eso es así (replicó Pepa), no hay más que hablar, y Su Señoría puede hacer de mis pertinencias lo que se le antoje».

Muchos dichos igualmente gráficos que se referían de tal moza retozan en mi memoria y como que quieren deslizarse a la pluma, pero ni el espacio ni el decoro lo consienten. Limitarame sólo a uno, que escuché de boca del mismo interlocutor, el caballero D. Diego de Biezma y Yonseca, antiguo diplomático, persona muy apreciable, pero tan dado a la afectada imitación del continente y maneras extranjeras, como melifluo y atildado en su lenguaje; el cual, pasando un día lluvioso y de barros por delante del puesto de Pepa (que le tenía ordinariamente en la esquina de las calles del Prado y del Príncipe), no sé bien si porque en realidad le estorbasen los cestos de naranjas, o por cambiar tal vez algunas palabras con la hermosa vendedora, díjola en su acento afrancesado: «¿Me permite V. echar un pie? -Por mí (contestó Pepa apartando los cestos), eche V. aunque sean los cuatro».

 

92

En el pequeño trozo de la calle del Olivo, entre las del Carmen y la de la Abada, fallecieron veintiuna personas, entre ellas cuatro de los inquilinos de mi propia casa, número 10 entonces, y hoy señalada con los números 6 y 8 nuevos.

 

93

Para probar esta injusta ingratitud de los partidos políticos bastarame citar dos hechos. -Hallándose al frente del Gobierno el célebre Conde de Toreno, jefe reconocido a la sazón de la fracción moderada, ocurrió en Agosto de 1835 una de las infinitas asonadas tan comunes en aquella época; y diciéndole que por disposición del Corregidor se había dado un refresco a los batallones de la Milicia Nacional estacionados en las plazas, prorrumpió en esta desdeñosa exclamación: «¿Y quién le mete a Pontejos en esos dibujos? Que se contente con ser una notabilidad de cal y canto». -Posteriormente, en 1836, cuando, a consecuencia del motín de los sargentos en La Granja, fue restablecida la Constitución de 1812, y cesaron, por consiguiente, los corregidores, siendo reemplazados por los alcaldes electivos, no mereció un solo voto del partido dominante el insigne ciudadano que cesaba en su memorable administración.

A estas injusticias de los partidos podía, sin embargo, oponer Pontejos la simpatía y el aprecio del país en general y hasta de los extraños. Por aquel tiempo, decía un célebre periódico inglés que en España sólo tres personas cumplían con su obligación: el caudillo Cabrera, el torero Montes y el Marqués de Pontejos, corregidor de Madrid.

 

94

«No siendo bastantes las manos de los vocales de la Junta (dice el ilustrado e inteligentísimo Sr. D. Braulio Antón Ramírez en su extensa y luminosa Memoria histórica sobre el Monte de Piedad y la Caja de Ahorros de Madrid), llamaron con el cariñoso título de amanuenses, a los personajes más distinguidos de la sociedad madrileña. Pontejos se encargó de atraer a la aristocracia de la cuna; Arratia, a la del caudal; Mesonero Romanos, a la de las letras, y todos, a las eminencias del clero y la política. -Merced a esta prudente y a la vez humorística combinación, que dio a la Caja de Ahorros la fuerza moral que la ha vigorizado, allí alternaban, allí servían al público (cosa que muchos ignorarán) los venerables arzobispos Bonel y Orbe, y Tarancón, muchos párrocos de Madrid, los ilustres duques de Osuna, de Gor, de Rivas, de Medinaceli, de Abrantes y de Frías, los marqueses del Socorro, de Miraflores, de Santa Cruz y de Povar; los condes de Oñate, de Guaqui, Altamira y Torre Múzquiz; los banqueros Sevillano, Ceriola, Caballero, Pérez Seoane, Calderón, Remisa y Safont; eminencias políticas como Argüelles, Mendizábal, Martínez de la Rosa, Heros, Calatrava, Barrio Ayuso y Olózaga; eminencias literarias, como Lista, Gallego, Bretón, Gil Zárate, Vega y Hartzenbusch, etc.».

 

95

El señor marqués de Molins en su tantas veces citada carta, al llegar a esta página de mis Memorias, dice:

«¡Cuánto podría decir a V. sobre la muerte de Fígaro; sobre su última conversación conmigo la misma tarde en que murió; sobre esa comedia de Quevedo que al cabo escribía conmigo, habiendo para ello sacado de la Academia las obras del insigne poeta. En sus tomos, que estaban debajo del velador en que escribíamos, reclinó su cabeza ya traspasada!

»Aún conservo el manuscrito del plan del drama y de las primeras escenas».



 

96

Palabras del discurso leído par el Excmo. Sr. Marqués de Molins, el 18 de Noviembre de 1874, como presidente del Ateneo y con motivo de la apertura de sus cátedras.

 

97

Tengo delante dicha lista impresa (y su original manuscrito también), y no puedo menos de consignar con dolor que de los 295 individuos que en ella constan, sólo sobrevivimos doce, a saber: el Infante D. Francisco de Asís (después Rey consorte), y los Sres. Borrego, Castellanos, Corradi, Hisern, Madrazo, (D. Federico y D. Pedro), Masarnau (D. Santiago), Mesonero, Perales (marqués de), Roca de Togores y Seoane (D. Juan Antonio).

 

98

De Tenerife.

 

99

Por un olvido involuntario dejé de citar en la primera edición de esta obra al joven D. Mariano Roca de Togores (hoy marqués de Molins) entre los fundadores y primeros redactores de El Semanario. He aquí los bondadosos términos en que me rectifica mi bueno y cariñoso amigo:

«También yo me honro de haber puesto mi nombre en las primeras páginas del Semanario, y si La Coronación de Nuestros Reyes, La Peña de los Enamorados, La Calavera de un Grande Hombre no valen la pena, El Marqués de Lombay inspiró uno de los mejores romances del Duque de Rivas, y todos ellos probaron que nuestras dos personalidades han corrido unidas el largo viaje de una no ociosa vida. Así recuerdo habérselo a V. dicho en la plaza de Santa Catalina, de Valencia, refiriéndole la muerte del pobre Camacho cuando en 1843 formaba yo parte de la Junta de Salvación, y V. regresaba a Madrid con su bueno e inolvidable amigo Acebal y Arratia.

»Suma total. Su libro de V. será para todos excelente, por la amenidad de su asunto, por la elegante naturalidad de su estilo, y por el brillo y verdad de su color... pero para mí es como una ejecutoria, como un recuerdo de familia, como un reflejo de mi propia biografía.

»Gracias, gracias.

»Tanto es así, que he leído varios capítulos a aquel duque de Gluksberg que V. conoció ahí99.1, y, aunque extranjero, no ha podido resistir a la tentación de leerlo todo.

»Dios dé a V., amigo mío salud tan fuerte como su memoria, y tanta dicha como buen rato ha procurado a su cada vez más apasionado amigo y compañero -Mariano Roca de Togores».



 

99.1

Hoy Duque de Decazes, ministro que ha sido de Negocios Extranjeros hasta hace poco tiempo.

 

100

He aquí en qué términos se expresa el Sr. Madoz al insertar mi proyecto en el tomo X de su Diccionario:

«No es posible hablar del Sr. Mesonero Romanos sin recordar al hombre estudioso, ilustrado, infatigable en el trabajo, celoso por el bien de sus semejantes; no tenemos el honor de conocer al Sr. Mesonero Romanos; pero nuestros estudios nos han hecho apreciarle, considerándole como un hombre distinguido, como una persona a quien debe mucho la población de Madrid. Nos complacemos en consignar aquí nuestro juicio sobre este benemérito español, a quien admiramos por su laboriosidad y por su talento».


MADOZ, Diccionario, tomo X, pág. 382. (Art. MADRID.)                


«Cuando no tuviéramos otras y muy repetidas pruebas de la ilustración poco común y del celo incansable por promover toda clase de mejoras en la capital, que tan ventajosamente distinguen al Sr. Mesonero Romanos, el proyecto que vamos a analizar, obra de gran mérito, de una profunda y constante observación, que nos ha facilitado el Ayuntamiento, bastaría para que formásemos el juicio más relevante de su persona. La Comisión de obras públicas del mismo Ayuntamiento, en su dictamen sobre el proyecto referido, dice, entre otras cosas, lo que sigue: -Aplicando a este trabajo la severidad de principios con que debe mirarse toda idea importante y que tienda al bien público, no duda la Comisión en afirmar, sin afección ni lisonja de ninguna especie, que el proyecto del Sr. Mesonero Romanos es un trabajo de conciencia, y cuya trabazón supone mucho estudio y observación».


IDEM, pág. 1082.