Libro decimocuarto
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Escila (III), Glauco y Circe
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Y ya, arrojado
dentro de unas fauces de Gigante al Etna, |
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y los campos de los
Cíclopes, ignorantes de qué cosa los rastrillos,
cuál el uso |
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del arado, y que nada a los
ayuntados bueyes deben, |
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había dejado atrás el
euboico habitante de las henchidas aguas. |
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Había dejado también
Zancle y las opuestas murallas de Regio, |
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y el naufragador estrecho que,
presa de un gemelo litoral, |
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de la tierra ausonia y de la
siciliana tiene los confines. |
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De ahí, con su mano grande
desplazándose a través de los tirrenos mares, |
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a los herbosos collados acude y los
atrios Glauco |
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de la hija del Sol, Circe, de
coloridas fieras llenos. |
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A quien una vez hubo visto, dicho y
recibido el saludo: |
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«Divina, de un dios
apiádate, te lo suplico, pues sola aliviar |
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tú puedes», dijo,
«si sólo te parezco digno, este amor. |
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Cuánta sea de las hierbas,
Titania, el poder, para nadie |
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que para mí más
conocido, quien he sido mutado por ellas, |
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y para que no conocida no sea para
ti la causa del delirio mío: |
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en un litoral de Italia, de las
mesenias murallas en contra, |
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a Escila vi. Pudor da las promesas,
las súplicas, |
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las ternuras mías y
despreciadas palabras referir. |
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Mas tú, si alguna
soberanía hay en tu canción, una canción |
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con tu boca sagrada mueve, o si
más expugnadora la hierba es, |
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usa las tentadas fuerzas de una
efectiva hierba, |
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y no que me cures a mí y
sanes estas heridas que tengo, mando, |
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de su fin ninguna necesidad hay:
que parte lleve ella de este calor». |
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Mas Circe -pues no tiene más
apto ninguna su ingenio |
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para llamas tales, ya sea que el
origen esté de tal cosa en ella misma, |
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ya sea que Venus causa tal cosa,
ofendida por la delación de su padre- |
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tales palabras le devuelve:
«Mejor persigue a quien desee |
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y ansíe lo mismo, y de
parejo deseo cautivada. |
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Digno eras todavía, y
podrías serlo ciertamente, de ser rogado, |
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y si esperanza dieras, a mí
créeme, serías rogado todavía. |
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Y para que no lo dudes y te falte
confianza en tu hermosura, |
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heme aquí, cuando diosa sea,
cuando hija del nítido Sol, |
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con el encantamiento cuando tanto,
tanto también con la grama pueda, |
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que por ser tuya hago votos. A la
que te desprecia desprecia, a la que te sigue |
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dale las tornas, y con un solo acto
a dos vengar puedes. |
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A la que tal intentaba:
«Antes -dice- en la superficie frondas |
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-Glauco-, y en los supremos montes
nacerán algas, |
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que en vida de Escila se muten
nuestros amores». |
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Se indignó la diosa, y por
cuanto dañarle a él mismo |
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no podía -ni quería,
amándole-, se encona con la que |
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a ella habíase antepuesto, y
de su Venus por el rechazo ofendida |
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en seguida infames pastos de
horrendos jugos juntos |
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maja, y triturados hecateios
encantos les mezcla |
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y de azules velos se viste y a
través de su tropel |
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de fieras aduladoras sale de mitad
de su aula |
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y dirigiéndose, opuesto
contra las rocas de Zancle, |
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hacia Regio, entra en el bullir de
las hirvientes olas, |
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en las cuales como en sólida
tierra pone sus huellas |
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y recorre sobre lo alto las
superficies a pies secos. |
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Pequeño
había un abismo, ensenado en curvos arcos, |
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grato descanso de Escila, adonde
ella se retiraba del hervor |
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del mar y del cielo, cuando
muchísimo en mitad de su orbe |
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el sol era y mínimas desde
su vértice hiciera las sombras. |
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Éste la diosa previamente lo
malogra, y con venenos hacedores de portentos |
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lo inquina. Aquí, exprimidos
líquidos de una raíz dañosa |
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asperja, y, oscuro, del rodeo de
sus palabras nuevas, |
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en tres novenas la canción
largamente murmura con su mágica boca. |
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Escila llegó y hasta el
vientre en su mitad había descendido, |
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cuando desfigurarse sus ingles
merced a monstruos que ladraban |
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contempló y, al principio,
creyendo que no aquellas |
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de su cuerpo eran partes,
rehúye y espanta y teme |
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las bocas protervas de los perros,
pero a los que huye consigo arrastra a una, |
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y el cuerpo buscando de sus muslos,
y piernas, y pies, |
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cerbéreos belfos en vez de
las partes aquellas encuentra: |
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y se yergue por la rabia de los
perros, y esas espaldas de las fieras, |
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sometidas a sus ingles truncas y a
su útero perviviente, contiene. |
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Llora enamorado
Glauco y de la que demasiado hostilmente había usado |
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las fuerzas de las hierbas, huye de
las bodas de Circe. |
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Escila en ese lugar
permaneció y cuando le fue dada ocasión, |
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primero por odio de Circe, de sus
aliados expolió a Ulises, |
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luego, ella misma, hubiera hundido
las teucrias quillas, |
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si no antes en la peña que
también ahora rocosa pervive |
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transformada hubiera sido: su
peña también el navegante evita. |
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El peregrinaje de Eneas (III):
Italia
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A ella cuando a
remos, y a la ávida Caribdis, |
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vencieron los barcos troyanos,
cuando ya cerca del litoral ausonio se hallaban, |
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por el viento son devueltos a las
orillas líbicas. |
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Recibe a Eneas allí en su
ánimo y en su casa quien no bien |
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la separación de su frigio
marido había de soportar, |
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la Sidónide, y en una pira,
en la figuración de un sacrificio hecha, |
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se postró sobre un hierro y
defraudada defraudó a todos. |
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De nuevo, huyendo de las nuevas
murallas de esa arenosa tierra, |
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hacia la sede del Érix
devuelto y al fiel Acestes, |
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sacrifica él, y el
túmulo de su padre honora. |
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Y esos barcos que Iris la Junonia
casi había quemado |
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desata, y del Hipótada el
reino y las tierras humantes |
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de caliente azufre y las
peñas de las Aqueloides deja atrás, |
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las de las Sirenas, y
huérfano de su conductor ese pino |
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la Inárime y Próquite
escoge, y en un estéril collado |
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situadas las Pitecusas, de sus
habitantes con el nombre dichas. |
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|
Los Cércopes
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Como que de los
dioses el padre, el fraude y los perjurios de los
Cércopes |
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un día aborreciendo y las
comisiones de esa gente dolosa, |
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en un desfigurado ser a sus varones
mutó, de modo que igualmente |
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desemejante al humano y semejantes
parecen, |
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y sus miembros contrajo, y sus
narices, de la frente remangadas, |
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aplastó y de arrugas
roturó de vieja su cara, |
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y velados en todo el cuerpo de un
dorado vello |
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los mandó a estas sedes y no
dejó antes de arrebatarles el uso |
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de las palabras y, nacida para los
perjurios, de su lengua. |
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El poder lamentarse sólo con
un ronco chirrido les dejó. |
100 |
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El peregrinaje de Eneas (IV): la
Sibila
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Cuando
éstas hubo preterido y a la diestra de Parténope |
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las murallas abandonó, por
la izquierda parte del canoro |
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Eólida en el túmulo
y, lugares preñados de palustres ovas, |
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en los litorales de Cumas y en las
cuevas de la vivaz Sibila |
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entra y que a los manes paternos
él acuda a través de los Avernos, |
105 |
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le ruega. Mas ella su rostro, largo
tiempo en la tierra demorado, |
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erigió, y, al fin, delirante
del dios por ella recibido: |
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«Grandes cosas
pretendes», dijo, «varón por tus hechos el
más grande, |
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|
cuya diestra a través del
hierro, su piedad a través de los fuegos se han
contemplado. |
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Deja aun así, Troyano, el
miedo: dueño serás de tus pretensiones |
110 |
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y las Elisias moradas y los reinos
postreros del mundo |
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conmigo de guía
conocerás y las efigies amadas de tu padre. |
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Inviable para la virtud ninguna
vía hay», dijo y fulgente |
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de oro una rama en el bosque de la
Averna Juno |
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le mostró y le ordenó
desgajarla de su tronco. |
115 |
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Obedeció
Eneas y del formidable Orco |
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vio las riquezas y los antepasados
suyos y la sombra anciana |
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del magnánimo Anquises.
Aprendió también las leyes de esos lugares |
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y cuáles los peligros que
habían de ser arrostrados en nuevas guerras. |
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De ahí, llevando sus
fatigados pasos por la opuesta senda, |
120 |
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con su guía Cumea suaviza en
la conversación el esfuerzo. |
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Y mientras el camino horrendo a
través de los opacos crepúsculos coge: |
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«Si una diosa tú
presente, o si a los dioses gratísima -dijo-: |
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de un numen en la traza
estarás siempre para mí, y confesaré que
yo |
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|
de regalo tuyo existo, tú,
quien, que yo a los lugares de la muerte entrara, |
125 |
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quien de esos lugares que yo
saliera, quisiste, de la muerte por mí vista. |
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Por esos méritos, tras
llegar yo del aire a las auras, |
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|
unos templos te alzaré y te
otorgaré unos honores de incienso». |
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Se vuelve a
mirarle la vidente y unos suspiros tomando: |
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«Ni diosa soy», dijo,
«ni de sagrado incienso con el honor |
130 |
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dignes una humana cabeza, y para
que ignorante no yerres: |
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una luz eterna a mí y el
carecer de final se me concedía |
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si mi virginidad hubiese padecido a
Febo, mi enamorado. |
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Mientras esperanza tiene de ella,
mientras previamente sobornarme con dones |
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ansía: «Elige»,
dice, «virgen Cumea, qué deseas. |
135 |
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De tus deseos serás
dueña». Yo de polvo cogido |
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le mostré un puñado:
cuantos tuviera de cuerpos ese polvo, |
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|
tantos cumpleaños a
mí me alcanzaran, vana, le rogué. |
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Se me pasó pedir
jóvenes también en adelante esos años: |
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éstos con todo él me
los daba, y la eterna juventud, |
140 |
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si su Venus padecía.
Despreciado el regalo de Febo |
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célibe permanezco. Pero ya
la más feliz edad |
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sus espaldas me ha dado, y con
tembloroso paso viene la enferma vejez, |
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que de sufrir largo tiempo he. Pues
ya, aunque para mí siete siglos |
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han pasado, aun así resta,
para que los números del polvo iguale, |
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trescientas mieses, trescientos
mostos ver. |
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Un tiempo habrá cuando, de
tan gran cuerpo, a mí pequeña |
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el largo día me hará,
y mis miembros consumidos por la vejez |
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se reduzcan a una mínima
carga, y ni amada haber sido pareceré |
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por un dios, ni haberle complacido:
Febo también quizás, él mismo, |
150 |
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o no me conocerá o que me
amó negará, |
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|
hasta tal punto mutada se me
llevará y para nadie visible, |
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por mi voz, aun así, se me
conocerá. La voz a mí los hados me
dejarán». |
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Aqueménides
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|
Mientras tales
cosas a través del convexo camino mencionaba la Sibila, |
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de las sedes estigias emerge el
troyano Eneas hacia la ciudad |
155 |
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eubea, y propiciados unos
sacrificios según la costumbre, |
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|
a las costas acude que
todavía de su nodriza no tenían el nombre. |
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Aquí también se
había detenido, después de los hastíos largos
de sus labores, |
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el Neritio Macareo,
compañero del sufridor Ulises. |
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El cual, al que había sido
abandonado un día en medio de las peñas del Etna |
160 |
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|
reconoce, a Aqueménides, y
al encontrarlo de improviso, |
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|
de que viva asombrado:
«¿Qué azar a ti, o dios, |
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|
te guarda, Aqueménides?
¿Por qué», dice, «una bárbara proa
a ti, |
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|
un griego, te porta? ¿Se
dirige vuestra quilla a qué tierra?». |
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|
A quien tal preguntaba, ya no tosco
en su atavío, |
165 |
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ya suyo él, y no trabado su
sombrero de espinas ningunas, |
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|
dice Aqueménides: «Que
de nuevo a Polifemo y aquellas |
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comisuras yo contemple, fluidas de
sangre humana, |
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si mi casa que esta quilla para
mí mejor es, o Ítaca, |
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si menos a Eneas venero que a mi
padre, y nunca |
170 |
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estarle bastante agradecido
podré, aunque se lo ofreciera todo. |
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Puesto que hablo y respiro y el
cielo y los astros del sol |
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contemplo, ¿podría
ingrato y olvidado serle? |
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Él me dio el que este
aliento mío a la boca del Cíclope |
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no haya venido, y aunque ya ahora
la luz vital abandone yo, |
175 |
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en un túmulo, o ciertamente
no se me sepultará en aquel vientre. |
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¿Qué animo entonces
era el mío -a no ser que el temor me haya robado |
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|
todo el sentido y mi ánimo-,
cuando a vosotros, dirigiros a las altas |
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superficies, abandonado,
contemplé? Quise gritaros, pero a mi enemigo |
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|
entregarme temí: a vuestro
barco incluso el grito |
180 |
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de Ulises casi hizo daño. Yo
vi cuando de monte desgajada |
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|
una ingente peña
lanzó en medio de las ondas, |
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|
vi de nuevo, como por las fuerzas
de una catapulta llevadas, |
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|
|
vastas rocas que él
disparaba con su brazo de Gigante, |
|
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|
y que no hundiera ese oleaje o esa
piedra la quilla, |
185 |
|
|
mucho temí, ya que yo no
estaba en ella olvidado. |
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Pero cuando la huida os
retornó de una certera muerte, |
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|
él ciertamente todo el Etna
deambula gemebundo, |
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|
|
y por delante tienta con la mano
los bosques, y de su luz huérfano |
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|
|
contra las peñas se lanza, y
sus brazos, desfigurados de la sanguaza, |
190 |
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|
tendiendo al mar, maldice la raza
aquiva |
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y dice: «Oh si algún
azar a mí me devuelve a Ulises |
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o a alguno de sus aliados, contra
el que se ensañe mi ira, |
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|
las entrañas del cual me
coma, cuyos vivientes miembros |
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|
con mi diestra despedace, cuya
sangre a mí me inunde |
195 |
|
|
la garganta y aplastadas tiemblen
bajo mis dientes sus extremidades: |
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|
|
cuán nulo o leve me
sería el daño de mi luz arrebatada». |
|
|
|
Esto y más aquel feroz. A
mí un lívido horror me invade, |
|
|
|
contemplando su rostro
todavía de la matanza mojado, |
|
|
|
y sus cruentas manos, y
vacío el orbe de su luz, |
200 |
|
|
y sus miembros y cuajada de sangre
humana su barba. |
|
|
|
Esa muerte estaba ante mis ojos, lo
mínimo aun así ella de mi dolor, |
|
|
|
y ya, que iba a ser atrapado, ya
ahora mis entrañas pensaba |
|
|
|
que en las suyas iba a sumergir, y
en mi mente prendida estaba la imagen |
|
|
|
del tiempo aquel en el que vi de a
dos los cuerpos de mis compañeros, |
205 |
|
|
tres veces, cuatro veces ser
golpeados contra la tierra, |
|
|
|
cuando echado él encima, a
la manera de un hirsuto león, |
|
|
|
sus entrañas y carnes y con
las blancas médulas sus huesos |
|
|
|
y medio exánimes sus
extremidades sepultaba en su vientre ávido. |
|
|
|
Un temblor me invadió: de
pie estaba, sin sangre, afligido, |
210 |
|
|
viéndole mojado y arrojando
de su boca sus cruentos |
|
|
|
festines y bocados con vino
aglomerados vomitando: |
|
|
|
tales imaginaba que a mí,
desgraciado, se preparaban los hados, |
|
|
|
y durante muchos días
agazapado y estremeciéndome ante todo |
|
|
|
crujido y la muerte temiendo y
deseoso de morir, |
215 |
|
|
con bellota combatiendo el hambre
y, mezclada con frondas, con hierba, |
|
|
|
solo, pobre, desahuciado, a la
muerte y a esa condena abandonado, |
|
|
|
ésta desde lejos
contemplé después de largo tiempo, esta nave, |
|
|
|
y les supliqué mi huida con
gestos y al litoral corrí |
|
|
|
y los conmoví: a un griego
un barco troyano lo acogió. |
220 |
|
|
«Tú también
expón tus azares, de mis compañeros el más
grato, |
|
|
|
y los del jefe y la multitud que
contigo se confió al ponto». |
|
|
|
Aventuras de Ulises
|
|
Que Éolo,
él le cuenta, reinaba en el profundo etrusco, |
|
|
|
Éolo, el Hipótada,
reteniendo en su cárcel a los vientos, |
|
|
|
los cuales, encerrados en una piel
de vacuno, memorable regalo, |
225 |
|
|
los tomó el jefe duliquio, y
que con soplo favorable marchó |
|
|
|
durante nueve luces, y
contempló la tierra a la que se dirigían; |
|
|
|
que la siguiente tras la novena,
cuando se movió esa aurora, |
|
|
|
de envidia sus aliados, y del deseo
de botín, vencidos |
|
|
|
fueron: creyéndolo oro,
arrancaron sus ataduras a los vientos; |
230 |
|
|
que con ellos marcha atrás,
a través de las ondas recién |
|
|
|
recorridas el barco, y a los
puertos volvía a dirigirse del eolio tirano. |
|
|
|
«De ahí, de Lamo el
Lestrigon», dice, «a la antigua ciudad |
|
|
|
llegamos: Antífates reinaba
en la tierra aquella. |
|
|
|
Enviado a él yo soy, en
número de dos mis acompañantes, |
235 |
|
|
y apenas en la huida buscada fue la
salvación de un acompañante y mía. |
|
|
|
El tercero de nosotros tiño
la impía boca del Lestrigon con el crúor suyo. |
|
|
|
Al huir nosotros nos acosa y una
hueste contra nosotros |
|
|
|
lanza Antífates. Nos atacan
y rocas y maderos |
|
|
|
nos lanzan y sumergen a nuestros
hombres y sumergen nuestras quillas. |
240 |
|
|
Una, aun así, que a nosotros
y al mismo Ulises portaba |
|
|
|
escapó. Por esa perdida
parte de nuestros aliados, dolientes |
|
|
|
y de muchas cosas
lamentándonos, a las tierras arribamos aquellas |
|
|
|
que lejos de aquí divisas
-de lejos, créeme, se ha de ver |
|
|
|
la isla vista por mí-, y
tú, oh el más justo de los troyanos, |
245 |
|
|
nacido de diosa, pues finalizada la
guerra de llamarte enemigo |
|
|
|
no he, Eneas, te aconsejo: huye de
los litorales de Circe. |
|
|
|
Nosotros también, amarrado
nuestro pino de Circe en el litoral, |
|
|
|
de Antífates acordados y del
inmansueto Cíclope, |
|
|
|
a marchar nos negábamos,
pero para alcanzar la morada desconocida |
250 |
|
|
a la muerte fuimos elegidos: la
suerte a mí y al leal Polites |
|
|
|
y a Euríloco a la vez y a
Elpénor, el del excesivo vino, |
|
|
|
a dos novenas de aliados de Circe a
las murallas nos envió. |
|
|
|
Las cuales, cuanto las alcanzamos y
estuvimos en el umbral de su techo, |
|
|
|
mil lobos y mezcladas a los lobos
osas y leonas |
255 |
|
|
al correr a nosotros nos dieron
miedo, pero ninguno de temer, |
|
|
|
y ninguno había de hacernos
en el cuerpo herida alguna; |
|
|
|
incluso tiernas movieron al aire
sus colas |
|
|
|
y adulándonos cortejan
nuestras huellas hasta |
|
|
|
que nos reciben unas sirvientas y a
través de unos atrios de mármol cubiertos |
260 |
|
|
a su dueña nos llevan.
Sentada está ella en un receso bello, |
|
|
|
de solemne trono y, vestida de un
manto brillante, |
|
|
|
por encima está velada de un
dorado atuendo. |
|
|
|
Nereides y ninfas a la vez, que
vellones ningunos arrastran |
|
|
|
moviendo sus dedos, ni hilos
subsiguientes sacan, |
265 |
|
|
gramas distribuyen y, esparcidas
sin orden unas flores, |
|
|
|
las disciernen en canastos y
variadas de colores hierbas. |
|
|
|
Ella misma, el que ellas hacen, su
trabajo concluye, ella qué uso, |
|
|
|
o en qué hoja esté,
cuál sea la concordia de ellas mezcladas |
|
|
|
conoce y a ellas atendiendo los
lotes examina de las hierbas. |
270 |
|
|
Ella cuando nos vio, dicho y
recibido el saludo, |
|
|
|
esparció su rostro y nos
devolvió augurios con sus votos. |
|
|
|
Y sin demora que se mezclen ordena
cebadas de tostado grano |
|
|
|
y mieles, y la fuerza del vino puro
con leche que coágulos ha padecido |
|
|
|
y, los que bajo esta dulzura se
oculten furtivamente, unos jugos |
275 |
|
|
añade. Recibimos de su
sagrada diestra dadas esas copas, |
|
|
|
las cuales, no bien sedientos con
nuestra árida boca apuramos, |
|
|
|
y nos hubo tocado con su vara la
diosa siniestra lo alto de nuestros cabellos |
|
|
|
-vergüenza da, mas lo
contaré-, de cerdas a erizarme comencé |
|
|
|
y ya a no poder hablar, por
palabras a emitir un ronco |
280 |
|
|
murmullo y hacia la tierra a
postrarme con todo el rostro |
|
|
|
y la cara mía sentí
que en un ancho morro se encallecía, |
|
|
|
mis cuellos hincharse de
protuberancias y por la parte que ahora poco esas copas |
|
|
|
sostenidas por mí fueran,
con ella huellas hacía, |
|
|
|
y con los que lo mismo
habían padecido -tanto las drogas pueden- |
285 |
|
|
me encierra en la pocilga, y solo
de un cerdo carecer de la figura |
|
|
|
vimos a Euríloco: solo
él de las copas a él dadas había huido, |
|
|
|
las cuales, si él no hubiese
evitado, del ganado cerdoso una parte |
|
|
|
permanecería ya ahora
también, y no, de tan gran calamidad cerciorado |
|
|
|
por él, hasta Circe,
vengador, hubiese venido Ulises. |
290 |
|
|
El pacificador Cilenio a él
le había dado una flor blanca: |
|
|
|
moly la llaman los
altísimos; con una negra raíz se tiene. |
|
|
|
Guardado por ella, y por las
advertencias también celestes, entra |
|
|
|
él en la casa de Circe, y a
las insidiosas copas |
|
|
|
llamado, y a la que intentaba con
su vara acariciar sus cabellos, rechaza, |
295 |
|
|
y empuñada su espada,
pávida, la aterroriza. |
|
|
|
De ahí, sus palabras y sus
diestras dadas, y en el tálamo recibido |
|
|
|
del matrimonio, de dote los cuerpos
de sus aliados demanda. |
|
|
|
Se nos asperja de jugos mejores de
una desconocida hierba, |
|
|
|
y se nos golpea la cabeza con un
azote de la vara vuelta, |
300 |
|
|
y palabras se dicen contrarias a
las dichas palabras. |
|
|
|
Mientras más ella canta,
más con ello de la tierra aligerados |
|
|
|
nos erguimos, y las cerdas caen, y
bífidos abandona su hendidura |
|
|
|
a nuestros pies, vuelven los
hombros, y sometidos a sus antebrazos |
|
|
|
nuestros brazos fueron: a él
llorando, llorando lo abrazamos nosotros, |
305 |
|
|
y prendidos quedamos del cuello de
nuestro jefe, y palabras antes ningunas |
|
|
|
dicho hubimos que las que nos
atestiguaban agradecidos. |
|
|
|
Pico
|
|
De un año
allí nos detuvo la demora, y muchas cosas, presente, |
|
|
|
en tiempo tan largo vi, muchas con
mis oídos recogí: |
|
|
|
esto también, con las
muchas, que a escondidas me refirió una |
310 |
|
|
de sus cuatro fámulas, de
las destinadas a tales sacrificios. |
|
|
|
Así pues, con el jefe
mío mientras Circe sola se demoraba, |
|
|
|
ella a mí de níveo
mármol hecha una estatua |
|
|
|
me muestra, juvenil, portando en la
cabeza un pico, |
|
|
|
en el santuario sagrado puesta, y
por sus muchas coronas señalada. |
315 |
|
|
Quién fuera y por qué
en ese sagrado santuario se le honraba, |
|
|
|
por qué ese ave llevaba, a
mí que le preguntaba y saber quería: |
|
|
|
«Atiende», dice,
«Macareo, y de la dueña mía el poder
cuál sea, |
|
|
|
de aquí también
aprende. Tú a mi relato dispón tu mente. |
|
|
|
Pico, de Ausonia
en las tierras, prole de Saturno, |
320 |
|
|
el rey fue, de los útiles
para la guerra caballos estudioso. |
|
|
|
La hermosura de ese hombre la que
contemplas era, puedes tú mismo su decor |
|
|
|
contemplar y por la fingida imagen
aprobar al verdadero. |
|
|
|
Parejo su ánimo a su
hermosura, y todavía contemplar merced a sus
años |
|
|
|
no había podido cuatro veces
en la griega Élide su pugna quinquenal. |
325 |
|
|
Él a las dríades, del
Lacio en los montes nacidas, |
|
|
|
había vuelto hacia su
rostro, a él las fontanas divinidades |
|
|
|
le pretendían, las
náyades, las que el Álbula, las que el Numicio, |
|
|
|
las que del Anio las aguas y de su
curso brevísimo el Almo |
|
|
|
o el Nar lleva vertiginoso, y el
Fárfaro de opaca onda, |
330 |
|
|
y las que honran el pantano
nemoroso de la escítica Diana |
|
|
|
y sus muy lindantes lagos.
Despreciadas aun así todas, a una |
|
|
|
ninfa él honraba, que en
otro tiempo en el collado del Palacio |
|
|
|
se dice que del jonio parió
Venilia Jano. |
|
|
|
Ella, tan pronto como maduró
en sus casaderos años, |
335 |
|
|
antepuesto a todos, al Laurente
entregada, a Pico, fue, |
|
|
|
rara ciertamente por su faz, pero
más rara por su arte del cantar, |
|
|
|
de donde Canente se le llamaba: los
bosques y las rocas mover |
|
|
|
y amansar las fieras y las
corrientes largas demorar |
|
|
|
con la boca suya, y los
pájaros errantes retener, solía. |
340 |
|
|
La cual, mientras con su voz de
mujer modula canciones, |
|
|
|
había salido de su morada
Pico a los campos laurentes, |
|
|
|
a fin de atravesar paisanos
jabalíes, y sobre el lomo pesaba |
|
|
|
de un agrio caballo, y en su
izquierda un par de astiles llevaba, |
|
|
|
y recogida su clámide
bermellón por un rubio oro. |
345 |
|
|
Había llegado a unos
bosques, y la hija del Sol a los mismos, |
|
|
|
y para nuevas recoger de esos
fecundos collados sus hierbas, |
|
|
|
del nombre suyo llamados, los
campos circeos había abandonado. |
|
|
|
La cual, no bien al joven en los
ramajes escondida hubo visto, |
|
|
|
quedó suspendida: cayeron de
su mano, las que había recogido, hierbas, |
350 |
|
|
y una llama por todas sus
médulas le pareció que erraba. |
|
|
|
Cuando por fin compuso su mente de
ese vigoroso bullir, |
|
|
|
qué anhelaba, a confesar
iba: que no pudiese acercarse, |
|
|
|
la carrera de su caballo hizo, y
rodeado él de escoltas. |
|
|
|
«No», dice,
«escaparás, aunque del viento seas arrebatado, |
355 |
|
|
si sólo yo me conozco, si no
se ha desvanecido toda |
|
|
|
de mis hierbas la virtud ni a
mí mis canciones me engañan». |
|
|
|
Dijo y la efigie sin ningún
cuerpo de un falso |
|
|
|
jabalí finge y por delante
de los ojos correr del rey |
|
|
|
le ordenó, y, denso de
troncos, a un bosque que marchar pareciera, |
360 |
|
|
por donde máxima la espesura
es y para el caballo lugares transitables no son. |
|
|
|
No hay demora, a
continuación de esa presa busca sin él saberlo la
sombra |
|
|
|
Pico y veloz de su caballo los
espumantes lomos abandona |
|
|
|
y una esperanza persiguiendo vana
sus pies lleva errante en el alto bosque. |
|
|
|
Piensa ella unas súplicas y
esas palabras suplicantes dice |
365 |
|
|
y a unos ignotos dioses con una
ignota canción ora, |
|
|
|
con el que suele el rostro
confundir de la nívea Luna, |
|
|
|
y para la cabeza de su padre tejer
bebedoras nubes. |
|
|
|
Entonces también, cantada su
canción, se densa el cielo, |
|
|
|
y nieblas exhala la tierra, y por
ciegas sendas vagan |
370 |
|
|
sus séquitos y falta la
custodia del rey. |
|
|
|
Habiendo hallado ella el lugar y el
tiempo: «Oh por tus ojos», dice, |
|
|
|
«que a los míos
cautivaron, y por ésta, el más bello, tu
hermosura, |
|
|
|
que hace que una suplicante a ti
diosa yo sea, considera estos fuegos |
|
|
|
nuestros y por suegro, que lo
contempla todo, al Sol |
375 |
|
|
recibe, y no, duro, a la
Titánide Circe desprecia». |
|
|
|
Había dicho. Él,
feroz, a ella y sus súplicas rechaza y: |
|
|
|
«Quien quiera que
eres», dice, «no soy tuyo. Otra cautivado |
|
|
|
me tiene y me tenga, suplico, por
una larga edad, |
|
|
|
y con una Venus externa mis
conyugales alianzas yo no hiera, |
380 |
|
|
mientras a mí a la hija de
Jano me la conserven los hados, a Canente». |
|
|
|
Muchas veces reintentadas sus
súplicas en vano la Titania: |
|
|
|
«No impunemente lo
habrás hecho, y no», dice, «serás
devuelto a Canente, |
|
|
|
y herida qué haga,
qué enamorada, qué una mujer aprenderás |
|
|
|
de los hechos. Mas está
enamorada y herida y es mujer Circe». |
385 |
|
|
Entonces dos
veces hacia los ocasos, dos veces se vuelve a los ortos, |
|
|
|
tres veces al joven con su
bastón tocó, tres canciones dijo. |
|
|
|
Él huye, pero, de lo que
él acostumbraba más veloz, él mismo |
|
|
|
de correr se asombra: alas en su
cuerpo ve, |
|
|
|
y de que él
súbitamente se sumaba del Lacio a los bosques |
390 |
|
|
como nueva ave indignado, con su
duro pico en los fieros troncos |
|
|
|
clava y enconado da heridas a las
largas ramas. |
|
|
|
El purpúreo color de la
clámide sus alas sacaron; |
|
|
|
el que prendedor había sido
y su ropa había mordido, el oro, |
|
|
|
pluma se hace y su cerviz se rodea
de rubio oro, |
395 |
|
|
y nada antiguo a Pico, salvo sus
nombres, restan. |
|
|
|
En esto que sus
séquitos, habiendo llamado muchas veces por los campos |
|
|
|
para nada a Pico y en ninguna parte
hallado, |
|
|
|
encuentran a Circe, pues ya
había atenuado las auras |
|
|
|
y sufrido ella había que las
nieblas con los vientos y el sol se reabrieran, |
400 |
|
|
y con acusaciones la apremian
verdaderas y su rey le reclaman |
|
|
|
y fuerza añaden y se
disponen a atacarla con las salvajes armas. |
|
|
|
Ella de un dañino humor los
asperja y de jugos de veneno, |
|
|
|
y a la Noche y de la Noche a los
dioses, con el Érebo y Caos |
|
|
|
convoca y con largos aullidos a
Hécate ora. |
405 |
|
|
Saltaron de su lugar -de decir
admirable- los bosques |
|
|
|
y hondo gimió el suelo, y
vecino palideció el árbol, |
|
|
|
y asperjadas de sus gotas se
mojaron las pajas de sangre, |
|
|
|
y las piedras parecieron emitir
mugidos roncos, |
|
|
|
y ladrar los perros, y que la
tierra de sierpes negras |
410 |
|
|
se hacía inmunda y que
tenues ánimas revoloteaban de silentes: |
|
|
|
atónita por esos prodigios
la gente se asusta. Ella las caras |
|
|
|
de los asustados tocó,
asombradas, con una envenenada vara, |
|
|
|
por cuyo tacto monstruos de
variopintas fieras |
|
|
|
a los jóvenes vienen: a
ninguno le permaneció su imagen. |
415 |
|
|
Canente
|
|
Había
asperjado caduco Febo los litorales de Tartesos |
|
|
|
y en vano su esposo por los ojos y
el ánimo de Canente |
|
|
|
ansiado era. Los criados y el
pueblo por todos |
|
|
|
los bosques se dispersan y opuestas
luces portan. |
|
|
|
Y no bastante es para la ninfa
llorar y lacerar sus cabellos |
420 |
|
|
y darse golpes de pecho -hace esto,
aun así, todo- |
|
|
|
y se abalanza y deambula
vesánica del Lacio por los campos. |
|
|
|
Seis noches ella y otras reiteradas
luces del sol |
|
|
|
la vieron, indigente de
sueño y de alimento |
|
|
|
por los cerros, por los valles, por
donde el azar la llevaba, andando. |
425 |
|
|
El último la
contempló el Tíber, del luto y del camino |
|
|
|
fatigada y ya depositando su
cuerpo, larga, en su ribera. |
|
|
|
Allí, junto con
lágrimas, por el propio dolor entonadas, |
|
|
|
unas palabras de sonido tenue
afligida derramaba, como en otro tiempo |
|
|
|
sus canciones ya muriendo canta,
exequiales, el cisne. |
430 |
|
|
Por sus lutos, al extremo, en sus
tenues médulas derretida |
|
|
|
se consumió y, leves, poco a
poco se licueció en las auras. |
|
|
|
Su fama, aun así,
señalada en ese lugar quedó, al cual según el
rito el Canente, |
|
|
|
por el nombre de la ninfa, lo
llamaron los antiguos colonos. |
|
|
|
«Muchas
cosas tales a mí narradas durante un largo año, |
435 |
|
|
y vistas por mí, fueron.
Acomodados y por la deshabituación lentos, |
|
|
|
de nuevo a entrar al estrecho, de
nuevo dar las velas se nos ordena, |
|
|
|
y que dudosas nuestras rutas, y que
el camino vasto, la Titania |
|
|
|
nos dijera, y que nos aguardaban
los peligros del salvaje ponto. |
|
|
|
Muchó temí, lo
confieso, y al hallar este litoral, a él me
aferré». |
440 |
|
|
El peregrinaje de Eneas (V): el
Lacio
|
|
Había
acabado Macareo, y en una urna de mármol la nodriza |
|
|
|
de Eneas sepultada, en su
túmulo esta breve canción tenía: |
|
|
|
AQUÍ · A ·
MÍ · CAYETA · MI · AHIJADO · DE
· CONOCIDA · PIEDAD |
|
|
|
ARREBATADA · DEL ·
ARGÓLICO · EN · EL · FUEGO · QUE
· DEBÍA · ME · CREMÓ. |
|
|
|
Se libera de su
herboso muelle la atada cuerda, |
445 |
|
|
y lejos las insidias y de la
malfamada diosa dejan la morada |
|
|
|
y a unos bosques se dirigen donde
nuboso de sombra |
|
|
|
al mar prorrumpe el Tíber
con su rubia arena. |
|
|
|
De la casa del hijo de Fauno Latino
se apodera y de su hija, |
|
|
|
no sin Marte aun así. Una
guerra con esa gente feroz |
450 |
|
|
se emprende y enloquece por su
pactada esposa Turno. |
|
|
|
Se abalanza al Lacio la Tirrenia
toda y largo tiempo, |
|
|
|
ardua, con las angustiadas armas se
busca la victoria. |
|
|
|
Aumenta cada uno sus fuerzas con
externo vigor |
|
|
|
y muchos a los rútulos,
muchos los campamentos troyanos |
455 |
|
|
guardan, y no Eneas a las murallas
de Evandro en vano, |
|
|
|
mas Vénulo en vano a la
ciudad del prófugo Diomedes había ido. |
|
|
|
Diomedes
|
|
Él
ciertamente bajo el Iápige Dauno unas muy grandes |
|
|
|
murallas había fundado y sus
dotales campos poseía. |
|
|
|
Pero Vénulo, después
que los encargos de Turno llevó a cabo |
460 |
|
|
y auxilio busca, sus fuerzas el
héroe etolio |
|
|
|
excusa: que ni él ni de su
suegro los pueblos mandar a la batalla |
|
|
|
quería, o a los que de la
gente suya armara, |
|
|
|
que no tenía ningunos:
«Y para que esto inventado no creáis, |
|
|
|
aunque con el recuerdo los lutos se
renueven amargos, |
465 |
|
|
sufriré el recordarlos aun
así. Después que la alta Ilión quemado se
hubo, |
|
|
|
y de que Pérgamo
apacentó las dánaas llamas, |
|
|
|
y de que el héroe Naricio,
de la Virgen a una virgen al arrebatar, |
|
|
|
el castigo que mereció
él solo distribuyó a todos, |
|
|
|
nos dispersamos, y por los vientos
arrebatados a través de enemigas |
470 |
|
|
superficies, las corrientes, la
noche, las lluvias, la ira del cielo y del mar |
|
|
|
sufrimos los dánaos, y, el
colmo, el desastre del Cafereo, |
|
|
|
y para no demorarme refiriendo
estos tristes lances por su orden, |
|
|
|
Grecia entonces le pudo a
Príamo incluso digna de llanto parecer. |
|
|
|
A mí, aun así,
salvado, el cuidado de la armada Minerva |
475 |
|
|
me arrebató de los oleajes,
pero de los campos de la patria de nuevo |
|
|
|
se me expulsa, y memoriosos
castigos de su antigua herida |
|
|
|
me exige la nutricia Venus, y tan
grandes penalidades |
|
|
|
por las altas superficies sostuve,
tan grandes en terrestres armas, |
|
|
|
que yo felices aquellos he muchas
veces llamado |
480 |
|
|
a los que la común tempestad
y el importuno Cafereo |
|
|
|
sumergió en las aguas, y
quisiera que de ellos parte una hubiera sido yo. |
|
|
|
Lo último ya habiendo
soportado mis acompañantes en la guerra y en el
estrecho, |
|
|
|
abandonan, y un fin ruegan de ese
errar, mas Acmon, |
|
|
|
de férvido ingenio, entonces
verdaderamente también por las calamidades
áspero: |
485 |
|
|
«¿Qué queda que
ya la paciencia vuestra rehúse |
|
|
|
soportar, varones?», dijo.
«¿Qué tiene Citerea que más
allá |
|
|
|
-que quiera, supón- nos
haga? Pues mientras cosas peores se temen |
|
|
|
hay para los votos un lugar: la
suerte, en cambio, cuando es la peor que existe, |
|
|
|
bajo esos pies el temor
está, y es seguro el extremo de las desgracias. |
490 |
|
|
Aunque lo oiga ella, aunque, lo
cual hace, nos odie a todos |
|
|
|
los hombres al mando de Diomedes,
el odio aun así de ella todos |
|
|
|
despreciamos: y en gran cosa
está un gran poder a nuestros ojos». |
|
|
|
Con tales cosas irritando a Venus
el Pleuronio Acmon |
|
|
|
la aguija con sus palabras y
reaviva su vieja ira. |
495 |
|
|
Lo dicho por él complace a
pocos: sus amigos más numerosos |
|
|
|
a Acmon corremos, al cual,
responder queriendo, |
|
|
|
su voz al par que de su voz la
vía se le hubo atenuado, |
|
|
|
y sus cabellos en plumas acaban, de
plumas su nuevo cuello se cubre, |
|
|
|
y su pecho y espalda; mayores
remeras sus brazos |
500 |
|
|
acogen, y sus codos se ensenan,
leves, en alas. |
|
|
|
Del pie una parte grande invade los
dedos, y sus labios |
|
|
|
en cuerno endurecidos se hacen
rígidos y su límite en punta ponen. |
|
|
|
De él Lico, de él
Idas y con Rexénor Nicteo, |
|
|
|
de él se admira Abante y
mientras se admiran la misma |
505 |
|
|
faz acogen y el número
más grande de mi tropa |
|
|
|
empieza a volar y los remos
él circunvuela batiendo sus alas: |
|
|
|
si de estos pájaros
súbitos cuál sea la forma preguntas, |
|
|
|
como no de los cisnes, así
próxima a los blancos cisnes. |
|
|
|
Apenas yo, ciertamente, de estas
sedes y de los áridos campos |
510 |
|
|
del Iápige Dauno soy
dueño, con esta mínima parte de los
míos». |
|
|
|
El olivo salvaje
|
|
Hasta
aquí el Enida; Vénulo los calidonios reinos, y
las |
|
|
|
peucetias ensanadas, y los mesapios
campos abandona. |
|
|
|
Entre los cuales unos antros ve
que, nublados de su mucha espesura |
|
|
|
y asintiendo con sus leves
cañas, el mediocabrío Pan |
515 |
|
|
ahora posee, mas que poseyeron en
cierto tiempo las ninfas. |
|
|
|
A ellas un pastor ápulo, de
aquella región ahuyentándolas, |
|
|
|
las aterró y primero con un
súbito susto las conmovió, |
|
|
|
luego, cuando en sí
volvieron y despreciaron a su perseguidor, |
|
|
|
al compás moviendo sus pies
trazaron unas danzas. |
520 |
|
|
Las reprueba el pastor e
imitándolas con su baile agreste |
|
|
|
añadió a sus obscenas
frases insultos rústicos, |
|
|
|
y no antes su boca calló que
a su garganta sepultó un árbol. |
|
|
|
Árbol, pues, es, y por su
jugo se puede reconocer su carácter, |
|
|
|
como que la marca de su lengua el
acebuche en sus bayas amargas |
525 |
|
|
exhibe: la aspereza de sus palabras
pasó a ellas. |
|
|
|
Las naves de Eneas
|
|
De ahí
cuando los legados volvieron, las a ellos negadas |
|
|
|
de Etolia aportando, los
rútulos sin las fuerzas esas |
|
|
|
sus guerras guarnecidas traen, y
cantidad, de ambas partes, |
|
|
|
de crúor se entrega. He
aquí que lleva ávidas contra los armazones |
530 |
|
|
de pino Turno unas antorchas y los
fuegos temen a quienes la ola perdonó, |
|
|
|
y ya la pez y las ceras y los
alimentos restantes de la llama Múlciber quemaba, y a
través |
|
|
|
del alto mástil hacia los
linos iba, y humaban los banquillos de la incurvada quilla, |
|
|
|
cuando acordada de estos pinos, de
la cima del Ida cortados, |
|
|
|
la santa madre de los dioses de
tintineos de bronce golpeado |
535 |
|
|
el aire, y lo colmó del del
murmullo del soplado boj, |
|
|
|
y leves, portada por sus domados
leones a través de las auras: |
|
|
|
«Inútiles incendios
lanzas, y con una diestra sacrílega, |
|
|
|
Turno», dice. «Los
arrebataré, y no he de tolerar que queme |
|
|
|
el fuego devorador de los bosques
partes y miembros míos». |
540 |
|
|
Tronó mientras tal
decía la diosa, y al trueno secundarios |
|
|
|
con saltarín granizo cayeron
graves borrascas, |
|
|
|
y el aire, y henchida de
súbitas embestidas la superficie, |
|
|
|
los Astreos turban y marchan a los
combates los hermanos, |
|
|
|
de entre los cuales la nutricia
madre, de las fuerzas de uno solo sirviéndose, |
545 |
|
|
rompió las retenidas de
estopa de la flota frigia |
|
|
|
y lleva las naves en picado y en
medio de la superficie las sumerge. |
|
|
|
Su madera ablandada, y su
leño en cuerpos convertido, |
|
|
|
en figura de cabezas las popas
corvas se mutan, |
|
|
|
en dedos acaban y en piernas
nadando los remos y, |
550 |
|
|
lo que seno fuera, costado es, y la
quilla, sujeta |
|
|
|
a la mitad de los navíos, de
espina dorsal en uso se muta, |
|
|
|
los linos melenas suaves, las
entenas brazos se hacen, |
|
|
|
azul, como lo fuera, su color es,
y, las que antes temían, |
|
|
|
esas ondas en sus juegos de
doncellas fatigan |
555 |
|
|
estas Náyades marinas, y en
los duros montes habiendo nacido |
|
|
|
el mullido estrecho frecuentan ni a
ellas su origen las inmuta. |
|
|
|
Aun así, no olvidadas de
cuán muchos peligros muchas veces |
|
|
|
padecieron en el piélago,
bajo las sacudidas quillas |
|
|
|
muchas veces pusieron sus manos,
salvo aquella que llevara a aquivos: |
560 |
|
|
del desastre todavía frigio
memoriosas odian a los pelasgos |
|
|
|
y del barco neritio vieron los
trozos con alegres |
|
|
|
rostros y con ellos alegres vieron
que se volvía rígida la popa |
|
|
|
de Alcínoo, con sus rostros,
y que roca por dentro crecía de la madera. |
|
|
|
Árdea
|
|
Esperanza
había, en ninfas al haberse animado la flota marinas, |
565 |
|
|
de que pudiera por miedo del
prodigio el rútulo desistir de la guerra. |
|
|
|
Persiste, y tienen sus dioses ambas
partes y -lo que de los dioses está |
|
|
|
en traza- tienen arrestos; y ya no
unos dotales reinos, |
|
|
|
ni el cetro de su suegro, ni a ti,
Lavinia virgen, |
|
|
|
sino vencer buscan, y por pudor de
deponerlas, |
570 |
|
|
guerras hacen y finalmente Venus
vencedoras las armas |
|
|
|
de su hijo ve y Turno cae. Cae
Árdea, en vida |
|
|
|
de Turno llamada poderosa. Al cual,
después que una espada bárbara |
|
|
|
lo arrebató y quedaron a la
vista sus techos, caliente, bajo la brasa, |
|
|
|
de en medio de la montonera,
entonces por primera vez conocido, un alado |
575 |
|
|
alza el vuelo, y las cenizas azota
al batir sus alas. |
|
|
|
Su sonido y su flacura y su palidez
y todo: los que honran |
|
|
|
a su ciudad tomada, el nombre
también permaneció en ella |
|
|
|
de esa ciudad, y ella misma se
plañe, la árdea, el alcaraván, con sus propias
alas. |
|
|
|
Apoteosis de Eneas
|
|
Y ya a los
dioses todos y a la misma Juno la virtud |
580 |
|
|
de Eneas a limitar sus viejas iras
había obligado, |
|
|
|
cuando, bien fundadas las riquezas
del creciente Julo, |
|
|
|
tempestivo estaba para el cielo el
héroe Citereio. |
|
|
|
Rondaba Venus a los
altísimos, y alrededor del cuello |
|
|
|
de su padre derramada: «Nunca
para mí», había dicho, «en
ningún |
585 |
|
|
tiempo duro, padre, ahora que seas
el más tierno deseo, |
|
|
|
y que al Eneas mío, quien a
ti de la sangre nuestra |
|
|
|
te ha hecho abuelo, aunque
pequeño, que le des, oh óptimo, un numen, |
|
|
|
con tal de que le des alguno.
Bastante es el inamable reino |
|
|
|
con haber visto una vez, una vez
haber ido por los caudales estigios». |
590 |
|
|
Asintieron los dioses, y la esposa
regia su semblante |
|
|
|
inmutado no mantuvo y con calmado
rostro consiente. |
|
|
|
Entonces el padre:
«Sois», dice, «de ese celeste regalo dignos |
|
|
|
la que lo pides y por quien lo
pides: toma, hija, lo que deseas». |
|
|
|
Hablado
había. Se goza y las gracias da ella a su padre |
595 |
|
|
y a través de las leves
auras, de sus uncidas palomas portada, |
|
|
|
al litoral acude laurente, donde
cubierto de caña serpea |
|
|
|
hasta los estrechos, de sus
caudales ondas vecinos, el Numicio. |
|
|
|
A él ordena que a Eneas de
todo lo sujeto a la muerte |
|
|
|
purifique y lo lleve hacia las
superficies por su tácito curso. |
600 |
|
|
El cornado secunda los encargos de
Venus y con las suyas, |
|
|
|
cuanto en Eneas había sido
mortal, purga |
|
|
|
y lo dispersó en las aguas.
La parte mejor restó en él. |
|
|
|
Lustrado, su madre con un divino
aroma ungió |
|
|
|
su cuerpo y con ambrosia, con dulce
néctar mezclada, |
605 |
|
|
tocó su boca y lo hizo dios,
al cual la muchedumbre de Quirino |
|
|
|
nombra Índiges y en un
templo y en aras lo ha acogido. |
|
|
|
Los reyes latinos
|
|
Después,
bajo el dominio de Ascanio, el de dos nombres, Alba |
|
|
|
y el estado latino estuvo. Lo
sucedió Silvio a él, |
|
|
|
nacido del cual, tuvo repetidos
Latino |
610 |
|
|
sus nombres, junto con el antiguo
cetro; el brillante Alba sigue a Latino. |
|
|
|
Épito después de
él es, tras éste Cápeto y Capis, |
|
|
|
pero Capis antes estuvo. El reinado
de ellos Tiberino |
|
|
|
tomó, y hundido en las ondas
de la corriente toscana |
|
|
|
sus nombres dio a su agua, del cual
Rémulo y el feroz |
615 |
|
|
Ácrota fueron engendrados.
Rómulo, más maduro en años, |
|
|
|
de un rayo pereció -el
imitador del rayo- por un golpe. |
|
|
|
Que de su hermano más
moderado, Ácrota, el cetro pasa |
|
|
|
al fuerte Aventino, el cual, en el
que había reinado, |
|
|
|
en ese mismo monte yace depositado
y atribuyó su vocablo a ese monte. |
620 |
|
|
Vertumno y Pomona (I)
|
|
Y ya de la
palatina gente el mando Proca tenía. |
|
|
|
Bajo el rey tal Pomona
vivió, que la cual, ninguna entre las latinas |
|
|
|
Hamadríades ha honrado con
más pericia los huertos |
|
|
|
ni hubo más estudiosa otra
del fruto del árbol, |
|
|
|
de donde posee el nombre. No los
bosques ella ni caudales, |
625 |
|
|
el campo ama y las ramas que
felices frutos llevan. |
|
|
|
Y no de la jabalina pesada va, sino
de la corva hoz, su diestra, |
|
|
|
con la que ora su exceso modera y,
extendidos por todas partes, |
|
|
|
sus brazos contiene, ora en una
hendida corteza una vara |
|
|
|
injerta y sus jugos apresta para un
prohijado ajeno, |
630 |
|
|
y que sienta sed no tolera y las
recurvas fibras |
|
|
|
de la bebedora raíz riega
con manantes aguas. |
|
|
|
Éste su amor; éste su
estudio, de Venus incluso ningún deseo tiene. |
|
|
|
La fuerza aun así de los
hombres del campo temiendo, sus pomares cierra |
|
|
|
por dentro y los accesos
prohíbe y rehúye masculinos. |
635 |
|
|
¿Qué no los
Sátiros, para los bailes apta esa juventud, |
|
|
|
hicieron, y enceñidos de
pino en sus cuernos los Panes, |
|
|
|
y Sileno, siempre más
juvenil que sus propios años, |
|
|
|
y el dios que a los ladrones o con
su hoz o con su entrepierna aterra, |
|
|
|
para apoderarse de ella? Pero es
así que los superaba amándola |
640 |
|
|
a ellos incluso Vertumno, y no era
más dichoso que ellos. |
|
|
|
Oh cuántas veces, en el
atavío de un duro segador, aristas |
|
|
|
en una cesta le llevó, y de
un verdadero segador fue la imagen. |
|
|
|
Sus sienes muchas veces llevando
con heno reciente trenzadas, |
|
|
|
la segada grama podía
parecer que había volteado. |
645 |
|
|
Muchas veces en su mano rigurosa
aguijadas portaba, tal que él |
|
|
|
jurarías que cansados
acababa de desuncir sus novillos. |
|
|
|
Una hoz dada, deshojador era y de
la vid podador. |
|
|
|
Se vestía unas escalas: que
iba a recoger frutos creerías. |
|
|
|
Soldado era con una espada,
pescador, la caña tomada. |
650 |
|
|
Por fin, merced a esas muchas
figuras acceso para sí muchas veces |
|
|
|
encontró de modo que
poseyera los goces de la contemplada hermosura. |
|
|
|
Él incluso, coronadas sus
sienes de una pintada mitra, |
|
|
|
apoyándose en un
bastón, puestas por esas sienes canas, |
|
|
|
se simuló una vieja, y
entró en los cultivados huertos |
655 |
|
|
y de los frutos se admiró y:
«Tanto más poderosa», dice, |
|
|
|
y a la que un poco había
alabado dio besos cuales nunca |
|
|
|
verdadera hubiese dado una anciana,
y en el terreno encorvada se sentó, |
|
|
|
mirando arriba, curvas, del peso de
su otoño, las ramas. |
|
|
|
Un olmo había enfrente,
especioso por sus brillantes uvas. |
660 |
|
|
El cual, después que al par,
con su compañera vid, hubo aprobado: |
|
|
|
«Mas si se alzara»,
dice, «célibe sin el sarmiento su tronco, |
|
|
|
nada, excepto sus frondas, por que
se le buscara, tendría. |
|
|
|
Ésta también, la que
unido se le ha, la vid descansa en el olmo. |
|
|
|
Si casado no se hubiera, a la
tierra inclinada, yacería. |
665 |
|
|
Tú, aun así, con el
ejemplo no te inmutas del árbol este, |
|
|
|
y de los concúbitos huyes,
ni de casarte curas. |
|
|
|
Y ojalá quisieras. Helena no
por más pretendientes |
|
|
|
se hubiese inquietado, ni la que de
los Lápitas movió |
|
|
|
a las batallas, ni la esposa del
demasiado demorado Ulises. |
670 |
|
|
Ahora también, aunque huyas
y te apartes de los que te pretenden, |
|
|
|
mil varones te desean, semidioses y
dioses, |
|
|
|
y cuantos númenes poseen los
albanos montes. |
|
|
|
Pero tú si supieras, si
unirte tú bien y a la anciana |
|
|
|
esta oír quieres, que a ti
más que todos esos, |
675 |
|
|
más de lo que crees, te amo:
rehúsa esas vulgares antorchas |
|
|
|
y a Vertumno de tu lecho por
compañero para ti elige, por el cual a mí
también |
|
|
|
como prenda tenme, pues para
sí mismo más conocido él no es |
|
|
|
que para mí. Y no por
doquier errante deambula por el orbe todo; |
|
|
|
estos lugares grandes honra y no,
cual parte grande de tus pretendientes, |
680 |
|
|
a la que acaba de ver ama:
tú el primer y el último ardor |
|
|
|
para él serás y sola
a ti ha consagrado sus años. |
|
|
|
Añade que es joven, que
natural tiene |
|
|
|
de la hermosura el regalo, y en las
figuras aptamente se finge todas, |
|
|
|
y que lo que hayas de ordenarle,
aunque le ordenes cualquier cosa, será. |
685 |
|
|
Qué de que amáis lo
mismo, que los frutos que por ti honrados |
|
|
|
él el primero tiene y
sostiene tus regalos con diestra dichosa. |
|
|
|
Pero ni ya sus crías anhela,
del árbol arrancadas, |
|
|
|
ni, las que el huerto alimenta, con
jugos tiernos las hierbas, |
|
|
|
ni otra cosa que a ti:
compadécete del que así arde y a él
mismo, |
690 |
|
|
quien te pide, en la boca
mía, presente cree que te suplica, |
|
|
|
y a los vengadores dioses y a la
que los pechos duros aborrece, |
|
|
|
a la Idalia, y la memorativa ira
teme de la Ramnúside. |
|
|
|
Y para que más lo temas -y
en efecto a mí muchas cosas mi vejez |
|
|
|
saber me ha dado- te
referiré, en todo Chipre muy conocidos, |
695 |
|
|
unos hechos con que virar
fácilmente y enternecerte puedas. |
|
|
|
Ifis y Anaxárete
|
|
«Había visto, generosa de la sangre del viejo
Teucro, |
|
|
|
Ifis a Anaxárete, de humilde
estirpe creado. |
|
|
|
La había visto y
concibió en todos sus huesos un fervor; |
|
|
|
y tras luchar mucho tiempo,
después que con la razón su furor |
700 |
|
|
vencer no pudo, suplicante a sus
umbrales vino, |
|
|
|
y ora a su nodriza
confesándole su desgraciado amor, |
|
|
|
que con él dura no fuera,
por sus esperanzas en su ahijada, le pidió, |
|
|
|
y ora de entre sus muchas
compañeras enterneciendo a cualquiera |
|
|
|
con acongojada voz,
pretendía su propenso favor. |
705 |
|
|
A menudo para que las llevaran dio
sus palabras a tiernas tablillas, |
|
|
|
a veces, mojadas del rocío
de sus lágrimas, coronas |
|
|
|
a sus jambas tendió y puso
en su umbral duro |
|
|
|
su tierno costado y, triste, a la
cerradura insultos le gritó. |
|
|
|
Más salvaje ella que el
estrecho que se levanta al caer los Cabritos, |
710 |
|
|
más dura también que
el hierro que funde el fuego nórico, |
|
|
|
y que la roca viva que
todavía por su raíz se sostiene, |
|
|
|
lo desprecia y de él se
burla, y a sus actos despiadados añade |
|
|
|
palabras soberbias, feroz, y de su
esperanza incluso priva a su amante. |
|
|
|
No soportó, incapaz de
sufrirlos, los tormentos de ese largo dolor |
715 |
|
|
Ifis, y ante sus puertas estas
palabras últimas dijo: |
|
|
|
«Vences, Anaxárete, y
no tendrás tú hastíos algunos al fin |
|
|
|
que soportar de mí: alegres
triunfos apresta |
|
|
|
y a Peán invita y
cíñete de nítido laurel. |
|
|
|
Pues vences, y muero con gusto:
venga, férrea de ti, gózate. |
720 |
|
|
Ciertamente a algo alabar de mi
amor te verás obligada, en lo que a ti |
|
|
|
te sea yo grato y el mérito
confesarás nuestro. |
|
|
|
No, aun así, antes mi anhelo
por ti recuerda que me ha abandonado, |
|
|
|
que la vida, y de mi gemela al par
luz me he visto privado. |
|
|
|
Y no a ti la fama ha de venir,
nuncia de mi muerte: |
725 |
|
|
yo mismo, no lo dudes,
llegaré y estar presente pareceré, |
|
|
|
para que de mi cuerpo
exánime tus crueles ojos apacientes. |
|
|
|
Si aun así, oh
altísimos, los hechos mortales veis, |
|
|
|
sed de mí memoriosos -nada
más allá mi lengua suplicar |
|
|
|
sostiene- y haced que de mí
se cuente en una larga edad, |
730 |
|
|
y, los que arrancasteis a mi vida,
dad tiempos a mi fama. |
|
|
|
Dijo, y a esas
jambas, ornadas a menudo de sus coronas, |
|
|
|
sus húmedos ojos y
pálidos brazos levantando, |
|
|
|
al atar a lo más alto de las
puertas las ataduras de un lazo: |
|
|
|
«Estas guirnaldas a ti te
placen, cruel y despiadada», dijo, |
735 |
|
|
e introdujo su cabeza, pero
entonces también vuelto hacia ella, |
|
|
|
y, peso infeliz, quebrada su
garganta, se colgó. |
|
|
|
Golpeada por el movimiento de sus
pies, un sonido agitado y |
|
|
|
que abrir ordenaba pareció
haber dado, y abierta la puerta, el hecho |
|
|
|
revela: gritan los sirvientes y en
vano levantándolo |
740 |
|
|
-pues su padre había
sucumbido- lo reportan hasta los umbrales de su madre. |
|
|
|
Lo recibe ella en su seno y
abrazada a los fríos miembros |
|
|
|
del hijo suyo, después que
las palabras de los desgraciados padres |
|
|
|
hubo expresado, y de las madres
desgraciadas las operaciones concluyó, |
|
|
|
los funerales guiaba, lacrimosa,
por mitad de la ciudad, |
745 |
|
|
y lívidos portaba sus
miembros en el féretro que había de arder. |
|
|
|
Por acaso, vecina su casa a la
calle por la que, digna de llanto, iba |
|
|
|
la pompa, estaba, y el sonido de
los golpes de pecho, dura, a los oídos |
|
|
|
llega de Anaxárate, a la
cual ya un dios vengador trataba. |
|
|
|
Conmovida, aun así:
«Veamos», dice, «el desgraciado
funeral», |
750 |
|
|
y, de anchas ventanas, va al piso
alto |
|
|
|
y no bien, impuesto sobre el lecho,
contempló a Ifis, |
|
|
|
rígidos quedaron sus ojos y
cálida fuera de su cuerpo su sangre, |
|
|
|
sobrevenida a ella una palidez,
huye, y al intentar |
|
|
|
hacia atrás llevar sus pies,
prendida estaba, y al intentar volver su rostro, |
755 |
|
|
esto también no pudo, y poco
a poco invade sus miembros, |
|
|
|
la cual había estado ya
hacía tiempo en su duro pecho, una roca. |
|
|
|
Y para que esto fingido no creas,
de su dueña con la imagen una estatua |
|
|
|
conserva todavía Salamina, y
de Venus también un templo, con el nombre |
|
|
|
de la Contemplante, tiene. De las
cuales cosas consciente, oh querida mía, tus lentos |
760 |
|
|
orgullos deja, te lo suplico, y a
tu enamorado únete, mi ninfa: |
|
|
|
así a ti ni un primaveral
frío queme tus nacientes |
|
|
|
frutos, ni los abatan florecientes,
robadores, los vientos». |
|
|
|
Vertumno y Pomona (II)
|
|
Ello una vez que
para nada el dios, apto a la figura de vieja, |
|
|
|
hubo expresado, al joven
volvió, y los aparejos |
765 |
|
|
se quitó de anciana, y tal
se apareció a ella, |
|
|
|
cual cuando a él opuestas,
nitidísima del sol la imagen, |
|
|
|
vence a las nubes y sin que ninguna
lo impida reluce, |
|
|
|
y a la fuerza se dispone. Pero de
fuerza no hay menester, y en la figura |
|
|
|
del dios cautivada la ninfa fue, y
mutuas heridas sintió. |
770 |
|
|
Apoteosis de Rómulo y
Hersilia
|
|
El
próximo, el soldado del injusto Amulio, de Ausonia |
|
|
|
gobernó las riquezas, y
Númitor, el anciano, ellos perdidos, de su nieto |
|
|
|
por regalo sus reinos cobró
y en las fiestas de Pales de la ciudad |
|
|
|
las murallas se fundan. Y Tacio y
los padres sabinos |
|
|
|
guerras hacen, y Tarpeya, por haber
abierto de la ciudadela el camino, |
775 |
|
|
de su aliento digno de castigo se
despojó, amontonadas las armas. |
|
|
|
Después
los nacidos de Cures a la manera de los tácitos lobos, |
|
|
|
en su boca reprimen sus voces y
unos cuerpos vencidos del sopor |
|
|
|
invaden y a las puertas van que con
tranca firme |
|
|
|
había cerrado el Iliada: una
aun así la propia Saturnia |
780 |
|
|
abre, y estrépito al girar
el gozne no hizo. |
|
|
|
Sola Venus que habían
caído de la puerta los cerrojos sintió |
|
|
|
y cerrado los hubiera, a no ser
porque rescindir nunca |
|
|
|
los dioses pueden los actos de los
dioses. Unos lugares a Jano juntos poseían |
|
|
|
las Náyades Ausonias,
rorantes de un helado manantial. |
785 |
|
|
A ellas ruega auxilio, y esas
ninfas a la que cosas justas pedía |
|
|
|
no se resistieron, a la diosa, y
las corrientes del manantial suyo sacaron. |
|
|
|
Todavía no, aun así,
inaccesibles la bocas |
|
|
|
de Jano, abierto, estaban, ni el
camino había cerrado la onda: |
|
|
|
lívidos ponen azufres bajo
la fecunda fontana, |
790 |
|
|
y encienden sus huecas venas con
humeante betún. |
|
|
|
Con las fuerzas estas y otras, un
vapor penetró hasta lo más hondo |
|
|
|
de la fontana y, al alpino modo,
las que competir con la helada |
|
|
|
osabais, aguas, no cedéis a
los fuegos mismos. |
|
|
|
Por esa aspersión llameante
humean las jambas, |
795 |
|
|
y la puerta, para nada prometida a
los rigurosos sabinos, |
|
|
|
por esta fontana nueva fue
obstruida, mientras de Marte el soldado |
|
|
|
se vestía de sus armas. Las
cuales, después que Rómulo más
allá |
|
|
|
opuso, asolada quedó la
tierra romana de cuerpos sabinos, |
|
|
|
asolada quedó también
de los suyos, y del yerno el crúor |
800 |
|
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con la sangre del suegro
mezcló la impía espada. |
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Con la paz, aun así, que se
detuviera la guerra, y no hasta lo último |
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a hierro dirimirla eligen, y que
Tacio acceda al reino. |
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Había
sucumbido Tacio: igualadas para dos pueblos, |
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Rómulo, sus leyes dabas,
cuando, dejando su yelmo Mavorte |
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con tales cosas se dirige, de los
dioses y de los hombres, al padre: |
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«El tiempo llega, padre,
puesto que con fundamento grande |
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el estado romano vigoroso
está y no de un único gobernante depende, |
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de cumplir -me han sido prometidos
a mí y a tu digno nieto- |
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sus recompensas, y a él,
arrancado de las tierras, imponerlo al cielo. |
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Tú a mí, presente un
día el consejo de los dioses, |
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pues lo recuerdo y en mi memorioso
corazón tus piadosas palabras escribí: |
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«Uno habrá al que
tú subirás a los azules del cielo» |
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dijiste. Confirmada sea la suma de
las palabras tuyas». |
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Asintió el todopoderoso, y
el aire de nubes ciegas |
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ocultó y con trueno y su
fulgor aterró el orbe. |
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Las cuales, a él prometidas,
las sintió confirmadas, las señales de su robo: |
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y apoyado en su asta, a sus
caballos, hundidos de su timón |
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ensangrentado, impávido sube
Gradivo, y con un golpe |
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del látigo dio un estallido
e inclinado, por el aire resbalando, |
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se posó en lo más
alto del collado del nemoroso Palacio, |
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y a él, que daba a su
Quirite no regias leyes, |
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lo arrebató, al Iliada. Su
cuerpo mortal por las auras |
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tenues se diluyó, como por
la ancha honda lanzada |
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suele, de plomo, la bala por la
mitad consumirse del cielo. |
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Bella le viene una apariencia y de
los divanes altos |
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más digna, cual es la
hermosura de Quirino en trábea. |
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Le lloraba como
perdido su esposa, cuando la regia Juno |
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a Iris, que hasta Hersilia
descienda por su senda curva |
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le impera, y que a la viuda sus
mandados así le refiera: |
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«Oh de la latina, oh de la
gente sabina, matrona, |
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la principal honra,
dignísima de tan gran varón |
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de haber sido antes la esposa,
ahora de serlo de Quirino, |
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detén tus llantos y si el
cuidado tuyo el de ver |
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a tu esposo es, conmigo de
guía al bosque ven que en el collado de Quirino |
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verdea y al templo del romano rey
da sombra». |
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Obedece, y a la tierra bajando por
sus arcos pintos, |
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a Hersilia compele con las
ordenadas palabras Iris. |
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Ella, en su vergonzoso rostro
apenas levantando sus luces: |
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«Oh diosa -pues para
mí, tanto no quién seas decir al alcance
está, |
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cuanto sí es claro que eres
una diosa- guíame, oh guíame», dice, «y
ofréceme |
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de mi esposo el rostro, el cual, si
sólo poder verlo |
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los hados una vez me dieran, el
cielo haber recibido confesaría». |
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Y sin demora de Rómulo con
la virgen Taumantea |
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se adentra en los collados:
allí una estrella del éter deslizada |
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cae hasta las tierras. De cuya luz
ardiendo |
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Hersilia, sus cabellos, con esa
estrella pasó a las auras. |
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A ella con sus manos conocidas el
fundador de la ciudad de Roma |
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la recibe, y su primitivo nombre,
al par con su cuerpo, |
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le muda y Hora la llama, la cual,
ahora diosa, se unió a Quirino. |
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