Libro octavo
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Céfalo (V)
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Ya el
nítido día cuando hubo descubierto el Lucero, y
ahuyentado |
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de la noche los tiempos, cae el
Euro y las húmedas nubes |
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se levantan: dan curso,
plácidos, a los que regresan los Austros, |
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a los Eácidas y a
Céfalo, por los cuales, felizmente llevados, |
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antes de lo esperado los puertos
buscados tuvieron. |
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Escila y Minos
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Entre tanto
Minos los lelegeos litorales devasta |
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y pone a prueba las fuerzas de su
mavorte en la ciudad |
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de Alcátoo, que Niso tiene,
el cual, entre sus honoradas canas, |
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en medio de su cabeza, un solo
cabello, esplendente de púrpura, |
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tenía prendido: garante de
su gran reino. |
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Los sextos
cuernos resurgían de la naciente luna |
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y en suspenso estaba aún la
fortuna de la guerra y largo tiempo |
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entre uno y otro vuela con dudosas
alas la Victoria. |
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Una regia torre había
adosada a sus vocales murallas, |
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en las cuales su áurea lira
se dice que la prole |
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de Leto depuso: a su roca el sonido
de ella quedó prendido. |
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Muchas veces allí
solió ascender la hija de Niso, |
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y alcanzar con una exigua
piedrecita esas resonantes rocas, |
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entonces, cuando paz hubiera; en la
guerra también muchas veces solía |
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contemplar desde ella las disputas
del riguroso Marte; |
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y ya por la demora de la guerra de
los próceres también los nombres conocía |
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y sus armas y caballos y
hábitos y sus cidóneas aljabas. |
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Conocía antes que los otros
la faz del jefe hijo de Europa, |
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más aún de lo que
conocer bastante es. Con ella de juez, Minos, |
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si su cabeza había escondido
en su crestado yelmo de plumas, |
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en gálea hermoso era, o si
había cogido, por su bronce |
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fulgente, su escudo, su escudo
haber cogido le agraciaba. |
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Había blandido tensando los
brazos sus astiles flexibles, |
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alababa la virgen, unida con sus
fuerzas, su arte. |
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Imponiéndoles un
cálamo había curvado los abiertos arcos: |
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que así Febo, juraba, se
apostaba cuando cogía sus saetas. |
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Pero cuando su faz desnudaba
quitándose el bronce, |
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y purpúreo montaba las
espaldas de su blanco caballo, insignes |
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por sus pintas gualdrapas, y sus
espumantes bocas regía, |
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apenas suya, apenas dueña de
su sana mente la virgen |
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Niseide era: feliz la jabalina que
tocara él, |
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y los que con su mano estrechara
felices a esos frenos llamaba. |
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El impulso es de ella,
lícito sea sólo, llevar por la fila |
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enemiga sus virgíneos pasos,
es el impulso de ella |
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de las torres desde lo más
alto hacia los gnosios cuarteles lanzar |
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su cuerpo, o las broncíneas
puertas al enemigo abrir |
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o cualquier otra cosa que Minos
quiera. Y cuando estaba sentada |
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las blancas tiendas contemplando
del dicteo rey: |
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«Si me alegre», dice,
«o me duela de que se haga esta lacrimosa guerra |
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en duda está. Me duele
porque Minos enemigo de quien le ama es. |
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Pero si estas guerras no fueran,
nunca yo conocido le habría. |
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De ser yo, aun así, aceptada
como rehén, podría él deponer |
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la guerra: a mí de
compañera, a mí de prenda de paz me
tendría. |
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Si la que a ti te parió tal
fue, el más bello |
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de los reyes, cual eres tú,
con motivo el dios ardió en ella. |
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Oh, yo, tres veces feliz si con
alas bajando por las auras |
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pudiera en los cuarteles detenerme
del gnosíaco rey |
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y confesándome ser yo, y las
llamas mías, con qué dote, le preguntara, |
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querría que fuera comprada,
sólo con que los patrios recintos no me demandara, |
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pues perezcan mejor mis esperados
lechos, a que sea |
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por la traición poderosa.
Aunque muchas veces la clemencia |
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de su vencedor plácido
útil hizo el ser vencidos para muchos. |
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Justas hace ciertamente por su
nacido extinguido estas guerras |
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y por su causa prevalece, y por las
armas que su causa sostienen, |
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y, creo, seremos vencidos.
¿Qué salida, pues, queda a la ciudad? |
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¿Por qué su mavorte
estas murallas mías a él le ha de abrir, |
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y no nuestro amor? Mejor sin
matanza y demora, |
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y sin el coste podría vencer
de su crúor. |
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No temeré realmente que
alguien tu pecho, Minos, |
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hiera, en su imprudencia,
¿pues quién tan duro que a ti |
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a dirigir se atreva, si no es sin
saberlo, una despiadada asta? |
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Estas empresas placen y consta mi
decisión de entregar conmigo |
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como dote a la patria y un fin
imponer a la guerra. |
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Empero querer poco es. Los accesos
una custodia los guarda |
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y los cerrojos de las puertas mi
genitor los tiene: a él yo, solo, |
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infeliz de mí, temo, solo
él mis deseos demora. |
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Los dioses hicieran que sin padre
yo fuera. Para sí mismo cada uno en efecto |
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es el dios: las perezosas
súplicas la Fortuna rechaza. |
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Otra ya hace tiempo, inflamada por
un deseo tan grande, |
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en destruir se gozaría
cuanto se opusiera a su amor. |
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¿Y por qué alguna
sería que yo más valiente? A ir por entre fuegos |
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y espadas me atrevería, y no
en esto, aun así, de fuegos algunos |
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o de espadas menester es: menester
es para mí del cabello paterno. |
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Él para mí es que el
oro más precioso, esa púrpura |
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dichosa a mí me ha de hacer,
y de mi deseo dueña». |
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A la que tal
decía, máxima nodriza de las ansias, |
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la noche, le sobrevino, y con las
tinieblas su audacia creció. |
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El primer descanso había
llegado, en el cual, de sus ansias diurnas cansados, |
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los pechos el sueño tiene:
en los tálamos paternos taciturna |
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entra y -ay, mala acción-,
su nacida al padre suyo |
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del cabello de sus hados despoja, y
de esa presa nefanda apoderada, |
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lleva consigo el despojo de su
abominación y saliendo de su puerta, |
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por mitad de los enemigos -en su
mérito confianza tan grande tiene- |
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llega hasta el rey, al que
así se dirigió, asustado: |
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«Me persuadió el amor
de la acción: prole yo, regia, de Niso, |
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Escila, a ti te entrego los de mi
patria y mis penates. |
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Premios ningunos pido salvo a ti.
Coge, prenda de mi amor, |
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el purpúreo cabello, y no
que yo ahora te entrego un cabello, |
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sino de mi padre la cabeza a ti,
cree», y su criminal diestra |
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los regalos extendió. Minos
lo extendido rehúye, |
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y turbado por la imagen de este
nuevo hecho responde: |
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«Que los dioses te
sustraigan, oh infamia de nuestro siglo, |
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del orbe suyo, y la tierra a ti y
el ponto se nieguen. |
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De seguro yo no sufriré que
a Creta, de Júpiter la cuna, |
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que mi mundo es, tan gran monstruo
le toque». |
100 |
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Dijo y, cuando
sus leyes a los cautivos enemigos, justísimo |
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autor de ellas, hubo impuesto, que
las amarras de su armada soltadas fueran |
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ordenó, y las
broncíneas popas empujadas a remo. |
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Escila, después que al
estrecho bajadas nadar las quillas, |
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y que no le aprestaba ese general
los premios a ella de su crimen, vio, |
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consumidas las súplicas, a
una violenta ira pasó |
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y tendiendo sus manos, furibunda,
esparcidos sus cabellos: |
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«¿A dónde
huyes», exclama, «a la autora de estos méritos
abandonando, |
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oh, antepuesto a la patria
mía, antepuesto a mi padre? |
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¿A dónde huyes,
despiadado, cuya victoria nuestro |
110 |
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crimen y también
mérito es? ¿Ni a ti los dados regalos ni a ti |
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nuestro amor te ha conmovido, ni
que mi esperanza toda en solo |
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tú reunida está?
¿Pues a dónde, abandonada, me volvería? |
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¿A la patria? Vencida yace.
Pero supón que me quedo: |
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por la traición mía
cerrado se me ha a mí. ¿De mi padre a la cara, |
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el cual a ti te doné? Los
ciudadanos odian a quien lo merece, |
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los vecinos del ejemplo tienen
miedo: expósita soy, huérfana |
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de tierras, de modo que a nos Creta
sola se abriera. |
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En ella también, si nos
prohíbes, y a nos, ingrato, abandonas, |
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no la genetriz Europa tuya es, sino
la inhóspita Sirte |
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y de Armenia una tigresa y por el
austro agitada Caribdis, |
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ni de Júpiter tú
nacido, ni tu madre por la imagen de un toro |
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arrastrada fue: de tu
generación falsa es esa fábula; verdadero |
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y fiero, y no cautivado por el amor
de novilla alguna, |
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el que te engendró un toro
fue. ¡Exige los castigos, |
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Niso padre!, ¡gozaos de los
males, recién traicionadas murallas, |
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|
nuestros! Pues lo confieso, lo he
merecido y soy digna de morir. |
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Pero que aun así alguno de
ésos a los que impía herí |
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me extinga. ¿Por qué,
quien venciste por el crimen nuestro, |
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persigues ese crimen?
Abominación éste para mi patria y mi padre, |
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|
servicio para ti sea. De ti en
verdad como esposo digna es |
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la que adúltera en el
leño engañó al torvo toro |
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y ese discorde feto en el
útero llevó. ¿Es que a los oídos |
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tuyos no llegan mis palabras?
¿Acaso inanes palabras |
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los vientos llevan, y los mismos,
ingrato, tus quillas? |
135 |
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Ya, ya no es admirable que
Pasífae un toro |
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haya antepuesto a ti: tú
más fiereza tenías. |
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Pobre de mí, apresurarse
ordena y convulsa por los remos |
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la onda suena; y conmigo a la vez,
ah, mi tierra se le aleja. |
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Nada haces, oh, en vano olvidado de
los méritos nuestros: |
140 |
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te seguiré, involuntario, y
a tu popa abrazada recurva |
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por los estrechos largos me
haré llevar». Apenas lo dijera, adentro saltó
de las ondas |
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y alcanza las naves,
haciéndole el deseo las fuerzas, |
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y de la gnosíaca quilla
prendida queda, compañera odiosa. |
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A la cual su padre cuando la vio,
pues ya estaba suspendido en el aura |
145 |
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y recién convertido se
había, de fulvas alas, en el águila marina, |
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a ella iba para, prendida, con su
pico lacerarla corvo. |
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Ella de miedo la popa soltó,
y el aura leve al ella caer, |
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|
que la sostuvo -para que no tocara
los mares- parecía. |
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Su pluma fue: por esas plumas en
ave mutada se la llama |
150 |
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|
ciris y de su tonsurado cabello ha
este nombre tomado. |
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Sus votos a
Júpiter Minos -los cuerpos de toros cien- |
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cumplió cuando, saliendo de
sus naves, la curétide tierra |
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tocó, y con los despojos a
ella fijados decorado fue su real. |
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El laberinto, el Minotauro y
Ariadna
|
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Había
crecido el oprobio de su generación, y vergonzoso se
manifestaba |
155 |
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de esa madre el adulterio por la
novedad del monstruo biforme. |
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|
Decide Minos este pudor de su
tálamo suprimir |
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y en una múltiple casa y
ciegos techos encerrarle. |
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|
Dédalo, por su talento del
fabril arte celebradísimo, |
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pone la obra, y conturba las
señales y a las luces con el torcido |
160 |
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|
rodeo de sus variadas vías
conduce a error. |
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No de otro modo que el frigio
Meandro en las límpidas ondas |
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juega y con su ambiguo caer refluye
y fluye |
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y corriendo a su encuentro mira las
ondas que han de venir |
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y ahora hacia sus manantiales,
ahora hacia el mar abierto vuelto, |
165 |
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|
sus inciertas aguas fatiga:
así Dédalo llena, |
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|
innumerables de error, sus
vías, y apenas él regresar |
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al umbral pudo: tanta es la falacia
de ese techo. |
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En el cual, después que la
geminada figura de toro y joven |
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encerró y al monstruo, con
actea sangre dos veces pastado, |
170 |
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el tercer sorteo lo dominó,
repetido a los novenos años, |
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y cuando con ayuda virgínea
fue encontrada, no reiterada |
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|
por ninguno de los anteriores, esa
puerta difícil con el hilo recogido, |
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al punto el Egida, raptada la
Minoide, a Día |
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velas dio, y a la
acompañante suya, cruel, en aquel |
175 |
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litoral abandonó. A ella,
abandonada y de muchas cosas lamentándose, |
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|
sus abrazos y su ayuda Líber
le ofreció, y para que por una perenne |
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|
estrella clara fuera, cogida de su
frente su corona, |
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la envió al cielo. Vuela
ella por las tenues auras |
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y mientras vuela sus gemas se
tornan en nítidos fuegos |
180 |
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y se detienen en un lugar -el
aspecto permaneciendo de corona-, |
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|
que medio del que se apoya en su
rodilla está, y del que la sierpe tiene. |
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|
Dédalo e Ícaro
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Dédalo
entre tanto, por Creta y su largo exilio |
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lleno de odio, y tocado por el amor
de su lugar natal, |
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|
encerrado estaba en el
piélago. «Aunque tierras», dice, «y
ondas |
185 |
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|
me oponga, mas el cielo ciertamente
se abre; iremos por allá. |
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Todo que posea, no posee el aire
Minos». |
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Dijo y su ánimo remite a
unas ignotas artes |
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y la naturaleza innova. Pues pone
en orden unas plumas, |
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por la menor empezadas, a una larga
una más breve siguiendo, |
190 |
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de modo que en pendiente que
habían crecido pienses: así la rústica
fístula |
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|
un día paulatinamente surge,
con sus dispares avenas. |
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Luego con lino las de en medio, con
ceras aliga las de más abajo, |
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|
y así, compuestas en una
pequeña curvatura, las dobla |
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para que a verdaderas aves imite.
El niño Ícaro a una |
195 |
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estaba, e ignorando que trataban
sus propios peligros, |
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ora con cara brillante, las que la
vagarosa aura había movido, |
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|
intentaba apoderarse de esas
plumas, ora la flava cera con el pulgar |
|
|
|
mullía, y con el juego suyo
la admirable obra |
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|
|
de su padre impedía.
Después que la mano última a su empresa |
200 |
|
|
impuesto se hubo, su artesano
balanceó en sus gemelas alas |
|
|
|
su propio cuerpo, y en el aura por
él movida quedó suspendido. |
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|
|
Instruye también a su nacido
y: «Por la mitad de la senda que corras, |
|
|
|
Ícaro», dice,
«te advierto, para que no, si más abatido
irás, |
|
|
|
la onda grave tus plumas, si
más elevado, el fuego las abrase. |
205 |
|
|
Entre lo uno y lo otro vuela, y que
no mires el Boyero |
|
|
|
o la Ursa te mando, y la
empuñada de Orión espada. |
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|
|
Conmigo de guía coge el
camino». Al par los preceptos del volar |
|
|
|
le entrega y desconocidas para sus
hombros le acomoda las alas. |
|
|
|
Entre esta obra y los consejos, su
mejillas se mojaron de anciano, |
210 |
|
|
y sus manos paternas le temblaron.
Dio unos besos al nacido suyo |
|
|
|
que de nuevo no había de
repetir, y con sus alas elevado |
|
|
|
delante vuela y por su
acompañante teme, como la pájara que desde el
alto, |
|
|
|
a su tierna prole ha empujado a los
aires, del nido, |
|
|
|
y les exhorta a seguirla e instruye
en las dañinas artes. |
215 |
|
|
También mueve él las
suyas, y las alas de su nacido se vuelve para mirar. |
|
|
|
A ellos alguno, mientras intenta
capturar con su trémula caña unos peces, |
|
|
|
o un pastor con su cayado, o en su
esteva apoyado un arador, |
|
|
|
los vio y quedó suspendido,
y los que el éter coger podían |
|
|
|
creyó que eran dioses. Y ya
la junonia Samos |
220 |
|
|
por la izquierda parte
-habían sido Delos y Paros abandonadas-, |
|
|
|
diestra Lebinto estaba, y fecunda
en miel Calimna, |
|
|
|
cuando el niño empezó
a gozar de una audaz voladura |
|
|
|
y abandonó a su guía
y por el deseo de cielo arrastrado |
|
|
|
más alto hizo su camino: del
robador sol la vecindad |
225 |
|
|
mulló-de las plumas
sujeción- las perfumadas ceras. |
|
|
|
Se habían deshecho esas
ceras. Desnudos agita el los brazos, |
|
|
|
y de remeros carente, no percibe
auras algunas |
|
|
|
y su boca, el paterno nombre
gritando, azul |
|
|
|
la recoge un agua que el nombre
saca de él. |
230 |
|
|
Mas el padre infeliz, y no ya
padre: «¡Ícaro!», dijo, |
|
|
|
«¡Ícaro!»,
dijo, «¿Dónde estás? ¿Por
qué región a ti he de buscarte? |
|
|
|
¡Ícaro!»,
decía. Las plumas divisó en las ondas, |
|
|
|
y maldijo sus propias artes, y su
cuerpo en un sepulcro |
|
|
|
encerró, también
tierra por el nombre dicha del sepultado. |
235 |
|
|
Perdiz
|
|
A él,
mientras en el túmulo ponía el cuerpo de su pobre
nacido, |
|
|
|
gárrula desde una limosa
encina lo contempló una perdiz |
|
|
|
y aplaudió con sus alas y
atestiguados su gozos por su canto fueron, |
|
|
|
única entonces esa ave y no
vista en los anteriores años, |
|
|
|
y, recién convertida en ave,
largo crimen para ti, Dédalo, fue. |
240 |
|
|
Pues a éste le había
entregado -de sus hados ella ignorante-, para que él le
enseñara, |
|
|
|
al engendrado suyo su germana: sus
cumpleaños pasados |
|
|
|
una docena de veces un chico, de
ánimo para los preceptos capaz. |
|
|
|
Él incluso, las espinas que
en medio de un pez se señalan, |
|
|
|
las sacó para ejemplo y en
un hierro agudo talló |
245 |
|
|
unos perpetuos dientes y de la
sierra encontró el uso. |
|
|
|
El primero él también
dos brazos de hierro con un solo nudo |
|
|
|
vinculó para que, por un
igual espacio distantes ellos, |
|
|
|
una parte quedara parada, la parte
otra trazara un círculo. |
|
|
|
Dédalo lo envidió, y
del sagrado recinto de Minerva |
250 |
|
|
de cabeza lo envió,
resbalado mintiéndole; mas a él, |
|
|
|
la que alienta los ingenios, lo
acogió Palas y ave |
|
|
|
lo devolvió, y por mitad lo
veló del aire de plumas, |
|
|
|
pero el vigor de su ingenio, un
día veloz, a sus alas |
|
|
|
y a sus pies se marchó. El
nombre, el que también antes, permaneció. |
255 |
|
|
No, aun así, esta ave alto
su cuerpo levanta |
|
|
|
ni hace en las ramas y la alta copa
sus nidos. |
|
|
|
Cerca de la tierra revolotea y pone
en los setos sus huevos, |
|
|
|
y, memoriosa de su antigua
caída, tiene miedo a las alturas. |
|
|
|
Meleagro y el jabalí de
Calidón
|
|
Y ya fatigado la
tierra del Etna había recibido |
260 |
|
|
a Dédalo, y, al coger las
armas a favor de un suplicante, Cócalo |
|
|
|
por compasivo era tenido; ya Atenas
de pagar |
|
|
|
había cesado, por la gloria
de Teseo, su lamentable tributo: |
|
|
|
los templos se coronan, a la
guerreadora Minerva |
|
|
|
con Júpiter invocan, y los
dioses otros, a los que con la sangre prometida |
265 |
|
|
y sus presentes dándoles y
sus acervos de incienso, honoran. |
|
|
|
Había esparcido la errante
fama por las argólicas ciudades el nombre |
|
|
|
de Teseo, y los pueblos que la rica
Acaya cogía, |
|
|
|
de él la ayuda habían
implorado en sus grandes peligros, |
|
|
|
de él la ayuda
Calidón -aunque a Meleagro tuviera- |
270 |
|
|
con angustiado ruego, suplicante,
había pedido. La causa de la petición |
|
|
|
un cerdo era, sirviente y defensor
de la hostil Diana. |
|
|
|
Pues cuentan que Eneo, de un
año de prosperidad pleno, |
|
|
|
las primicias de los frutos a
Ceres, sus vinos a Lieo, |
|
|
|
los Paladios licores a la flava
Minerva había ofrendado. |
275 |
|
|
Empezando por los campestres, a
todos los altísimos arribó |
|
|
|
su ambicionado honor. Solas sin
incienso dejadas, |
|
|
|
preteridas, que cesaron cuentan de
la Latoide las aras. |
|
|
|
Toca también la ira a los
dioses: «Mas no impunemente lo llevaremos, |
|
|
|
y, la que no honorada, no
también se nos dirá no vengada», |
280 |
|
|
dice, y, despreciada, por los
campos Olenios mandó |
|
|
|
un vengador jabalí, cuanto
mayores toros la herbosa |
|
|
|
Epiros no tiene, pero los tienen
los sículos campos menores. |
|
|
|
De sangre y fuego rielan sus ojos,
rígida está su erizada cerviz, |
|
|
|
también sus cerdas
semejantes a rígidos astiles se erizan, |
285 |
|
|
[y se yerguen como una empalizada,
como altos astiles, sus cerdas]. |
|
|
|
Hirviente, junto con su bronco
rugido, por sus anchas espaldillas |
|
|
|
la espuma le fluye, sus dientes se
igualan a los dientes indos, |
|
|
|
un rayo de su boca viene, las
frondas con sus aflatos arden. |
|
|
|
Él, ora los crecientes
sembrados pisotea, aún en hierba, |
290 |
|
|
ahora los maduros votos siega de un
colono que habrá de llorarlos, |
|
|
|
y a Ceres en espigas la intercepta,
la era en vano, |
|
|
|
y en vano aguardan los
hórreos las prometidas mieses. |
|
|
|
Postradas yacen grávidas
junto con su largo sarmiento las crías |
|
|
|
y la baya con las ramas de la
siempre frondosa oliva. |
295 |
|
|
Se encarniza también en los
rebaños: no a ellas el pastor o el perro, |
|
|
|
no a las vacadas, bravos, las
pueden defender los toros. |
|
|
|
Se dispersan los pueblos y no sino
en las murallas de la ciudad |
|
|
|
estar creen a salvo, hasta que
Meleagro y un solo |
|
|
|
selecto puñado de
jóvenes se unieron en su deseo de alabanza: |
300 |
|
|
los Tindárides gemelos,
digno de ver en las cestas el uno, |
|
|
|
el otro a caballo, y de la primera
nave el constructor, Jasón, |
|
|
|
y con Pirítoo -feliz
concordia- Teseo, |
|
|
|
y los dos Testíadas y, prole
de Alfareo, Linceo, |
|
|
|
y el veloz Idas y ya no mujer
Ceneo |
305 |
|
|
y Leucipo el feroz y por su
jabalina insigne Acasto |
|
|
|
e Hipótoo y Dríade y,
descendido de Amíntor, Fénix |
|
|
|
y los Actóridas parejos, y
enviado desde la Élide Fileo. |
|
|
|
Tampoco Telamón faltaba y el
creador del magno Aquiles |
|
|
|
y con el Feretíada y el
hianteo Iolao |
310 |
|
|
el diligente Euritión y en
la carrera invicto Equíon |
|
|
|
y el naricio Lélex y Panopeo
e Hileo y el feroz |
|
|
|
Hípaso y en sus primeros
años tadavía Néstor |
|
|
|
y a los que Hipocoonte mandó
desde la antigua Amiclas |
|
|
|
y de Penélope el suegro con
el parrasio Anceo |
315 |
|
|
y Ampícida el sagaz y
todavía de su esposa a salvo |
|
|
|
el Eclida, y, gracia del bosque
liceo, la Tegeea. |
|
|
|
Un bruñido alfiler a ella le
mordía lo alto del vestido, |
|
|
|
su pelo iba sencillo, recogido en
un nudo solo; |
|
|
|
de su hombro colgando izquierdo
resonaba la marfileña |
320 |
|
|
guardesa de sus flechas, el arco
también su izquierda lo tenía. |
|
|
|
Tal era por su arreglo su belleza,
que decirla verdaderamente |
|
|
|
virgínea en un jovencito,
juvenil en una virgen, pudieras. |
|
|
|
A ella al par que la vio, al par el
calidonio héroe |
|
|
|
la eligió, renuente el dios,
y unas llamas escondidas |
325 |
|
|
apuró y: «Oh feliz
él si a alguno dignara», dice, |
|
|
|
«esta mujer por
esposo», y no más permite el tiempo y el pudor |
|
|
|
decir: la mayor obra del gran
certamen urge. |
|
|
|
Un bosque
concurrido de troncos, que ninguna edad había tumbado, |
|
|
|
empieza desde un plano e inclinados
contempla unos campos; |
330 |
|
|
al cual después que llegaron
esos varones, parte las redes tienden, |
|
|
|
sus ligaduras parte quitan a los
perros, parte impresas siguen |
|
|
|
las señales de los pies y
desean hallar su propio peligro. |
|
|
|
Un cóncavo valle
había, en el que dejarse caer unos arroyos |
|
|
|
solían, de pluvial agua.
Posee lo hondo de la laguna |
335 |
|
|
el flexible sauce y ovas livianas y
juncos palustres |
|
|
|
y mimbres y bajo la larga enea
pequeñas cañas. |
|
|
|
De aquí el jabalí
lanzándose violento en mitad de sus enemigos |
|
|
|
sale, como de las sacudidas nubes
expelidos los fuegos. |
|
|
|
Se postra por su carrera el bosque
y un estruendo propulsada |
340 |
|
|
la espesura hace: gritan los
jóvenes y preparadas en su fuerte |
|
|
|
diestra tienen las armas vibrantes
con su ancho hierro. |
|
|
|
Él se lanza y esparce los
perros según cada uno a él, enloquecido, |
|
|
|
se le opone, y con su oblicuo
golpe, ladrando, los disipa. |
|
|
|
La
cúspide blandida en primer lugar por el brazo de
Equíon |
345 |
|
|
vana fue y en un tronco hizo una
leve herida de arce. |
|
|
|
La próxima, si de las
demasiadas fuerzas de su lanzador uso |
|
|
|
no hubiera ella hecho, en la
espalda buscada pareció que iba a clavarse. |
|
|
|
Más lejos va. El autor del
arma el pagaseo Jasón. |
|
|
|
«Febo», dice el
Ampícida, «si a ti te honré y te
honró |
350 |
|
|
dame, el que es buscado, con
certera arma alcanzar». |
|
|
|
En lo que pudo a estas
súplicas el dios asintió; golpeado por él
fue, |
|
|
|
pero sin herida, el jabalí.
Su hierro Diana de la jabalina |
|
|
|
en vuelo había arrebatado.
Leño sin punta llegó. |
|
|
|
La ira del fiero se excitó y
no que el rayo más lene ardió. |
355 |
|
|
Riela de sus ojos, espira
también por su pecho llama |
|
|
|
y como vuela la mole disparada por
el tensado nervio |
|
|
|
cuando busca o las murallas o
llenas de soldado las torres, |
|
|
|
contra los jóvenes con su
certera así embestida el hiriente cerdo |
|
|
|
váse y a Hipalmo y
Pelagón que los diestros flancos |
360 |
|
|
guadaban postra: sus
compañeros arrebataron a los caídos. |
|
|
|
Mas no de sus mortíferos
golpes escapó Enésimo, |
|
|
|
de Hipocoonte simiente. Temblando y
sus espaldas aprestando |
|
|
|
a volver, segada su corva, le
abandonaron sus nervios. |
|
|
|
Quizás también el
Pilio anteriormente a los troyanos tiempos |
365 |
|
|
hubiera desaparecido, pero tomando
impulso de su lanza puesta en el suelo |
|
|
|
saltó, de un árbol
que se erguía próximo, a sus ramas, |
|
|
|
y abajo miró, seguro en ese
lugar, del que había huido, al enemigo. |
|
|
|
Con sus dientes aquel feroz, en un
tronco de encina estregados, |
|
|
|
se cierne para la
destrucción y confiando en sus recientes armas |
370 |
|
|
del Euritida magno el muslo
apuró con su pico corvo. |
|
|
|
Mas los gemelos hermanos,
todavía no celestes estrellas, |
|
|
|
ambos conspicuos, en caballos que
la nieve más cándidos |
|
|
|
ambos eran portados, ambos,
blandiéndolas por las auras |
|
|
|
de sus astas batían las
guijas con trémulo movimiento. |
375 |
|
|
Heridas hubieran hecho, de no ser
porque el cerdoso animal entre unas opacas |
|
|
|
espesuras se hubiese ido, ni para
las jabalinas ni para el caballo lugares transitables. |
|
|
|
Lo persigue Telamón e
incauto en su afán por ir, |
|
|
|
de bruces por una raíz de un
árbol cayó retenido. |
|
|
|
Mientras lo levanta a éste
Peleo una rápida saeta la Tegeea |
380 |
|
|
impuso a su nervio y la
expelió de su curvado arco. |
|
|
|
Fijada bajo la oreja del fiero
desgarró la caña lo alto |
|
|
|
de su cuerpo y de sangre
enrojeció exigua sus cerdas, |
|
|
|
y no, aun así, ella
más contenta del éxito de su golpe |
|
|
|
que Meleagro estaba: el primero se
cree que lo vio, |
385 |
|
|
y el primero que a sus
compañeros visto mostró el crúor |
|
|
|
y que: «Merecido»,
dijo, «llevarás de tu virtud el honor». |
|
|
|
Enrojecieron los varones y a
sí mismos se exhortan y añaden |
|
|
|
con clamor ánimos y lanzan
sin orden sus armas: |
|
|
|
su multitud perjudica a los
lanzamientos y los impactos que busca impide. |
390 |
|
|
He aquí que enfurecido,
contra sus hados el Arcadio, el de hacha bifronte: |
|
|
|
«Aprended, frente a las
femeninas, cuánto las armas viriles aventajan, |
|
|
|
oh jóvenes, y a la obra
mía ceded», dijo. |
|
|
|
«Aunque la propia Latonia a
él con sus armas lo proteja, |
|
|
|
contra la voluntad, aun así,
de Diana lo destruirá mi diestra». |
395 |
|
|
Tales cosas con grandilocuente
boca, henchido, había remembrado |
|
|
|
y su bicéfala segur
levantando con ambas manos |
|
|
|
se había erguido en sus
dedos, suspendido sobre el principio de sus articulaciones: |
|
|
|
se apodera del que tal osaba y por
donde es la ruta vecina a la muerte, |
|
|
|
a lo alto de las ingles el fiero le
enderezó sus gemelos dientes. |
400 |
|
|
Cae Anceo y hacinadas con mucha
sangre |
|
|
|
sus vísceras
resbalándose fluyen. Humedecida la tierra de crúor
queda. |
|
|
|
Iba contra el adverso enemigo la
prole de Ixíon, |
|
|
|
Pirítoo, con su vigorosa
diestra batiendo unos venablos; |
|
|
|
al cual: «Lejos», el
Egida, «oh que yo para mí más querido»,
dice, |
405 |
|
|
«parte del alma mía,
detente. Pueden fuera de alcance estar |
|
|
|
los fuertes. A Anceo le
dañó su temeraria virtud», |
|
|
|
dijo, y de broncínea
cúspide blandió un pesado cornejo; |
|
|
|
el cual, bien balanceado y que de
su voto apoderado se habría, |
|
|
|
se lo impidió, de su
árbol de encina frondosa, una rama. |
410 |
|
|
Envió también el
Esónida una jabalina que el acaso, desde él, |
|
|
|
volvió hacia el hado de un
perro ladrador que lo desmerecía, y a través |
|
|
|
de sus ijares disparada, en la
tierra, a través de los ijares, clavada quedó. |
|
|
|
Mas la mano del Enida varía
y enviándole dos, |
|
|
|
el asta primera en la tierra, en
mitad de la espalda se irguió la otra, |
415 |
|
|
y sin demora, mientras se
encarniza, mientras su cuerpo hace girar en círculo |
|
|
|
y rugiente espuma con nueva sangre
derrama, |
|
|
|
de la herida el autor acude y a su
enemigo irrita a la ira |
|
|
|
y unos espléndidos venablos
esconde en sus adversas espaldillas. |
|
|
|
Sus gozos atestiguan los socios con
el clamor favorable |
420 |
|
|
y la vencedora diestra buscan a su
diestra juntar, |
|
|
|
y el inabarcable fiero, en mucha
tierra tendido, |
|
|
|
admirados contemplan y
todavía tocarlo seguro |
|
|
|
no creen que sea, pero las armas
suyas aun así cada cual ensangrienta. |
|
|
|
Él, con su pie impuesto, la
cabeza mortífera pisa |
425 |
|
|
y así: «Toma el
botín, Nonacria, de mi jurisdicción», |
|
|
|
dijo, «y que en parte vaya mi
gloria contigo». |
|
|
|
En seguida los despojos, las
erizadas espaldas de rigurosas |
|
|
|
cerdas, le da e insigne por sus
grandes dientes su rostro. |
|
|
|
Para ella alegría es, con el
regalo, del regalo su autor. |
430 |
|
|
Lo envidiaron los otros y en todo
el grupo había un murmullo. |
|
|
|
De los cuales, tendiendo sus brazos
con su ingente voz: |
|
|
|
«Déjalo, va, y no
interceptes, mujer, los títulos nuestros», |
|
|
|
los Testíadas claman,
«y no a ti la confianza de tu hermosura |
|
|
|
te engañe, no esté
lejos de ti, cautivado de amor, |
435 |
|
|
su autor», y a ella arrebatan
el regalo, la jurisdicción del regalo a él. |
|
|
|
No lo soportó, y rechinando
de henchida ira el Mavortio: |
|
|
|
«Aprended, robadores del
ajeno honor», dijo, |
|
|
|
los hechos de las amenazas cuanto
distan», y apuró con nefando |
|
|
|
hierro el pecho de Plexipo, que
nada tal temía. |
440 |
|
|
A Tóxeo, sobre qué
hacer en duda, y al par queriendo |
|
|
|
vengar a su hermano y los fraternos
hados temiendo, |
|
|
|
no sufre que dude mucho tiempo, y
cálido del anterior |
|
|
|
asesinato recalienta de consorte
sangre su arma. |
|
|
|
Altea y Meleagro
|
|
Sus dones al
dios en los templos por su hijo vencedor llevaba, |
445 |
|
|
cuando ve Altea que extinguidos sus
hermanos de vuelta traen. |
|
|
|
La cual, golpe de duelo
dándose, de afligidos gritos la ciudad |
|
|
|
llena y con las vestiduras de oro
mutó unas negras. |
|
|
|
Mas una vez que hubo el autor de la
muerte a la luz salido, desaparece todo |
|
|
|
el luto, y de las lágrimas
éste se vuelve al amor del castigo. |
450 |
|
|
Un tronco
había, el cual, cuando -su parto ya dado a luz- estaba
acostada |
|
|
|
la Testíade, en llamas
pusieron las triples hermanas, |
|
|
|
y sus hebras fatales,
apretándolas con el pulgar, hilando: |
|
|
|
«Los tiempos», dijeron,
«mismos al leño y a ti, |
|
|
|
oh, ora nacido, damos». La
cual canción dicha después que |
455 |
|
|
se retiraron las diosas, la
flagrante rama la madre |
|
|
|
del fuego retiró y la
asperjó con fluidas aguas. |
|
|
|
Ella largo tiempo había
estado en los penetrales escondida más profundos |
|
|
|
y, preservada, joven, había
preservado tus años. |
|
|
|
La sacó a ella la genetriz,
y teas y virutas que se dispongan |
460 |
|
|
impera, y dispuestas enemigos
fuegos les acerca. |
|
|
|
Entonces, intentando cuatro veces a
las llamas imponer la rama, |
|
|
|
su empresa cuatro veces contuvo.
Lucha la madre y la hermana, |
|
|
|
y diversos tiran dos nombres de un
solo pecho. |
|
|
|
Muchas veces del miedo de su crimen
futuro palidecía su rostro, |
465 |
|
|
muchas veces, hirviente, a sus ojos
daba la ira su propio rubor, |
|
|
|
y ora semejante al que amenaza no
sé qué cosa cruel |
|
|
|
su rostro era, ora al que
compadecerse creer podrías; |
|
|
|
y cuando las lágrimas de su
ánimo había secado su fiero ardor, |
|
|
|
se encontraban lágrimas aun
así, y como la quilla, |
470 |
|
|
a la que el viento y, al viento
contrario, arrastra el bullir del mar, |
|
|
|
una fuerza gemela siente y obedece
sin tino a las dos cosas, |
|
|
|
la Testíade no de otra forma
por dudosos afectos va errante |
|
|
|
y por turnos depone y depuesta
resucita su ira. |
|
|
|
Empieza a ser aun así mejor
germana que madre |
475 |
|
|
y como sus consanguíneas
sombras con sangre aplaque, |
|
|
|
por su impiedad pía es; pues
después que el calamitoso fuego |
|
|
|
convaleció: «La pira
esta creme mis entrañas», dijo, |
|
|
|
y como en su mano ominosa el
leño fatal tenía, |
|
|
|
ante esas sepulcrales aras infeliz
se apostó |
480 |
|
|
y: «Diosas triples de los
castigos», dice, «a estos sacrificios |
|
|
|
de furia, Euménides, los
rostros volved vuestros. |
|
|
|
Tomo venganza y hago una
abominación. La muerte con la muerte de expiar se ha, |
|
|
|
a un crimen de añadirse un
crimen ha, a los funerales un funeral. |
|
|
|
Coacervados, perezca esta casa
impía mediante lutos. |
485 |
|
|
¿Acaso feliz Eneo de su
nacido vencedor disfrutará, |
|
|
|
y Testio huérfano
estará? Mejor plañiréis ambos. |
|
|
|
Vosotros ora, fraternos manes y
ánimas recientes, |
|
|
|
el servicio sentid mío y a
lo grande preparados, |
|
|
|
aceptad estos sacrificios de
ultratumba, las malas prendas del útero nuestro. |
490 |
|
|
¡Ay de mí! ¿A
dónde me arrebato? Hermanos, perdonad a una madre. |
|
|
|
Desertan de la empresa mis manos.
Que ha merecido él, confesamos, |
|
|
|
por qué muera. De su muerte
a mí no place la autora. |
|
|
|
¿Así que impunemente
lo llevará y vivo y vencedor y por su mismo |
|
|
|
éxito henchido el reino de
Calidón tendrá, |
495 |
|
|
vosotros, ceniza exigua y heladas
sombras yaceréis? |
|
|
|
No yo ciertamente lo
sufriré. Perezca el criminal y él |
|
|
|
la esperanza de un padre y el reino
arrastre y de la patria la ruina. |
|
|
|
¿La mente dónde
materna está? ¿Dónde están las
pías leyes de los padres |
|
|
|
y los que sostuve una decena de
meses, afanes? |
500 |
|
|
Oh, ojalá en los primeros
fuegos hubieras ardido aún bebé |
|
|
|
y tal yo sufrido hubiera. Viviste
por regalo nuestro, |
|
|
|
ahora por el mérito
morirás tuyo. Coge los premios de lo hecho, |
|
|
|
y dos veces dado, primero por el
parto y luego por el tronco arrebatado, |
|
|
|
devuelve tu aliento, o a mí
me añade a los fraternos sepulcros. |
505 |
|
|
Y lo deseo y no puedo.
¿Qué haga yo? Ora las heridas de mis hermanos |
|
|
|
ante los ojos tengo y de tan gran
sangría la imagen, |
|
|
|
ahora mi ánimo la piedad y
los maternos nombres quiebran. |
|
|
|
Pobre de mí. Mal
venceréis, pero venced, hermanos, |
|
|
|
en tanto que, la que os los
habré de dar, a esos consuelos y a vosotros |
510 |
|
|
yo misma siga». Dijo y con
una diestra, vuelta ella de espaldas, temblorosa, |
|
|
|
el fúnebre tizón
arrojó en medio de los fuegos. |
|
|
|
O dio o pareció que un
gemido aquel tronco |
|
|
|
había dado, y arrebatado por
esos involuntarios fuegos ardió. |
|
|
|
Inconsciente y
ausente, Meleagro por la llama aquella |
515 |
|
|
se quema y por ciegos fuegos
tostarse sus entrañas |
|
|
|
siente y grandes dolores supera por
su virtud. |
|
|
|
Aun así, que por una cobarde
muerte él caiga y sin sangre |
|
|
|
le aflige, y las de Anceo felices
heridas dice |
|
|
|
y a su padre de edad avanzada y
hermanos y pías hermanas |
520 |
|
|
con un gemido, y a la
compañera de su lecho llama con boca postrera; |
|
|
|
quizás también a su
madre. Crecen el fuego y el dolor, |
|
|
|
y languidecen otra vez. Al mismo
tiempo se extinguió uno y otro |
|
|
|
y hacia las leves auras
marchó poco a poco su espíritu, |
|
|
|
poco a poco la brasa cubriendo,
cana, la ceniza. |
525 |
|
|
Las hermanas de Meleagro
|
|
La alta
Calidón yace. Plañen jóvenes y viejos, |
|
|
|
y el vulgo y los nobles gimen, y
rasgándose los cabellos |
|
|
|
golpes de duelo se dan las madres
Calídonides Eveninas. |
|
|
|
De polvo su canicie el genitor y su
rostro senil |
|
|
|
mancha, por el suelo derramado, y
su espaciosa edad increpa, |
530 |
|
|
pues, en cuanto a la madre, la mano
para ella cómplice del siniestro hecho |
|
|
|
le exigió los castigos,
pasando por sus entrañas el hierro. |
|
|
|
No a mí si cien bocas un
dios, sonando con sus lenguas, |
|
|
|
y un ingenio capaz y todo el
Helicón me hubiera dado, |
|
|
|
los tristes votos
conseguiría de sus pobres hermanas. |
535 |
|
|
Olvidadas de su decor sus
lívidos pechos tunden, |
|
|
|
y mientras le queda cuerpo, su
cuerpo reaniman y animan, |
|
|
|
besos le dan a él, dispuesto
dan besos al lecho. |
|
|
|
Después de ceniza, sus
cenizas apuradas a su pecho aprietan |
|
|
|
y derramadas yacen junto al
túmulo, y a sus nombres |
540 |
|
|
inscritos en la roca abrazadas,
lágrimas sobre sus nombres derraman. |
|
|
|
A las cuales finalmente la Latonia,
del desastre de la Pataonia |
|
|
|
casa saciada, excepto a Gorge y a
la nuera |
|
|
|
de la noble Alcmena, nacidas en su
cuerpo plumas, |
|
|
|
las aligera, y largas por sus
brazos les extiende unas alas |
545 |
|
|
y córneas sus bocas hace y
tornadas por el aire las manda. |
|
|
|
Teseo y Aqueloo (I)
|
|
Entre tanto
Teseo, su parte de la obra común |
|
|
|
tras cumplir, a los erecteos
recintos iba de la Tritónide. |
|
|
|
Le cerró el camino y le
causó demoras el Aqueloo al marchar, |
|
|
|
de lluvia henchido:
«Acércate a los techos», le dice,
«míos, ilustre |
550 |
|
|
Cecrópida, y no te
encomiendes a las robadoras ondas. |
|
|
|
Llevar troncos sólidos y
oblicuas rocas hacer rodar |
|
|
|
con su gran murmullo suelen. He
visto, lindando a su ribera, |
|
|
|
con sus greyes establos altos ser
arrastrados, y ni fuertes allí |
|
|
|
les sirvió ser a las vacadas
ni a los caballos veloces. |
555 |
|
|
Muchos también este
torrente, las nieves desde el monte liberadas, |
|
|
|
muchos cuerpos juveniles en su
arremolinado abismo sumergió. |
|
|
|
Más seguro es el descanso,
mientras sus caudales corran por su acostumbrada |
|
|
|
linde, mientras tenues acoja su
seno las ondas. |
|
|
|
Asintió el Egida y:
«Haré uso, Aqueloo, de la casa |
560 |
|
|
y del consejo tuyo»,
respondió; y uso de ambos hizo. |
|
|
|
De pómez multicava y no
lisas tobas a unos atrios |
|
|
|
construidos entra: la tierra estaba
húmeda de blando musgo, |
|
|
|
las alturas artesonaban, con
alterno múrice, conchas. |
|
|
|
Y ya dos partes de la luz
Hiperión habiendo medido, |
565 |
|
|
se recostaron en unos divanes Teseo
y sus compañeros de fatigas, |
|
|
|
por ésta el Ixiónida,
por aquella parte el héroe |
|
|
|
treceno, Lélex, de raras
canas ya asperjadas sus sienes, |
|
|
|
y a los otros que con parejo honor
había dignado |
|
|
|
el caudal de los acarnanes,
contentísimo de huésped tanto. |
570 |
|
|
En seguida unas ninfas desnudas de
plantas instruyeron |
|
|
|
con manjares acercadas las mesas, y
el festín retirado, |
|
|
|
en gema pusieron vino puro. |
|
|
|
Las Equínades; Perimele
|
|
Entonces el más grande
héroe
|
|
|
|
las superficies mirando a sus ojos
sometidas: «Qué lugar», dijo, |
|
|
|
«aquél», y con
el dedo lo muestra, «y la isla nombre cuál |
575 |
|
|
lleva aquella,
enséñanos; aunque no una parece». |
|
|
|
El caudal a esto: «No
es», dice, «lo que divisáis una cosa: |
|
|
|
cinco tierras yacen. El espacio las
distancias burla. |
|
|
|
Y por que menos el hecho te admire,
despreciada, de Diana, |
|
|
|
unas náyades ellas
habían sido, las cuales, una decena de novillos |
580 |
|
|
habiendo sacrificado y del campo a
los dioses a los sacrificios habiendo invitado, |
|
|
|
olvidadas de nos, sus festivos
coros hicieron. |
|
|
|
Me entumecí de ira y cuan
grande fluyo cuando máximo alguna vez, |
|
|
|
tan grande era, y al par por mis
ánimos y ondas inabarcable, |
|
|
|
de las espesuras, espesuras, y de
los campos, campos arrancaba, |
585 |
|
|
y con su lugar a las ninfas,
acordadas entonces al fin de nos, |
|
|
|
a los mares arramblé. El
flujo nuestro y del mar |
|
|
|
esa tierra distrajo continua, y sus
partes desligó |
|
|
|
en otras tantas cuantas
Equínades divisas en medio de las ondas. |
|
|
|
Como aun así tú mismo
ves, lejos, ay, lejos una isla |
590 |
|
|
se apartó, grata a
mí. Perimele el navegante la llama. |
|
|
|
A ella yo su virgíneo
nombre, mi elegida, le quité, |
|
|
|
lo cual su padre Hipodamante
amargamente sufrió y al profundo |
|
|
|
arrojó desde una peña
el cuerpo de su hija, que iba a morir. |
|
|
|
La recogí, y mientras nadaba
sosteniéndola: «Oh, agraciado con los reinos |
595 |
|
|
próximos del cosmos, los de
la vagabunda onda», dije, «portador del tridente, |
|
|
|
[en quien acabamos, al que sagrados
corremos los caudales, |
|
|
|
ven aquí y oye
plácido, Neptuno, a quien te suplica. |
|
|
|
A ésta yo, a la que porto,
he hecho daño. Si tierno y justo, |
|
|
|
si padre Hipodamante, o si menos
impío fuera,]1 |
600 |
|
|
préstale ayuda, y a ella,
ahogada, te lo ruego, por la fiereza paterna, |
|
|
|
dale, Neptuno, un lugar; o que sea
el lugar ella, lícito será: |
|
|
|
[así también la
estrecharé». Movió la cabeza el marino rey |
|
|
|
y sacudió con sus
asentimientos todas las ondas. |
|
|
|
Sintió temor la ninfa:
nadaba aun así; yo mismo el pecho |
605 |
|
|
de ella, que nadaba, rozaba,
latiendo en tembloroso movimiento. |
|
|
|
Y mientras lo toco, todo
endurecerse sentí |
|
|
|
su cuerpo, y que en las tierras que
lo cubrían se escondía su torso. |
|
|
|
Mientras hablo rodeó sus
miembros una nueva tierra, nadando ellos, |
|
|
|
y, pesada, dentro creció una
isla de su mutado cuerpo». |
610 |
|
|
Filemon y Baucis
|
|
El caudal tras
esto calló; el hecho admirable a todos |
|
|
|
había conmovido: se burla de
los que lo creen, y cual de los dioses |
|
|
|
despreciador era y de mente feroz,
de Ixíon el nacido: |
|
|
|
«Mentiras cuentas y demasiado
crees, Aqueloo, poderosos, |
|
|
|
que son los dioses», dijo,
«si dan y quitan las figuras». |
615 |
|
|
Quedaron suspendidos todos y tales
dichos no aprobaron, |
|
|
|
y antes que todos Lélex, de
ánimo maduro y de edad, |
|
|
|
así dice: «Inmenso es,
y límite el poderío del cielo |
|
|
|
no tiene, y cuanto los
altísimos quisieron realizado fue. |
|
|
|
Y para que menos lo dudes, a un
tilo contigua una encina |
620 |
|
|
en las colinas frigias hay,
circundada por un intermedio muro. |
|
|
|
Yo mismo el lugar vi, pues a
mí a los pelopeos campos |
|
|
|
Piteo me envió, un
día reinados por su padre. |
|
|
|
No lejos de aquí un pantano
hay, tierra habitable en otro tiempo, |
|
|
|
ahora, concurridas de mergos y
fochas palustres, ondas. |
625 |
|
|
Júpiter acá, en
aspecto mortal, y con su padre |
|
|
|
vino el Atlantíada, el
portador del caduceo, dejadas sus alas. |
|
|
|
A mil casas acudieron, lugar y
descanso pidiendo, |
|
|
|
mil casas cerraron sus trancas; aun
así una los recibió, |
|
|
|
pequeña, ciertamente, de
varas y caña palustre cubierta, |
630 |
|
|
pero la piadosa anciana Baucis y de
pareja edad Filemon |
|
|
|
en ella se unieron en sus
años juveniles, en aquella |
|
|
|
cabaña envejecieron y su
pobreza confesando |
|
|
|
la hicieron leve, y no con inicua
mente llevándola. |
|
|
|
No hace al caso que señores
allí o fámulos busques: |
635 |
|
|
toda la casa dos son, los mismos
obedecen y mandan. |
|
|
|
Así pues, cuando los
celestiales esos pequeños penates tocaron |
|
|
|
y bajando la cabeza entraron en
esos humildes postes, |
|
|
|
sus cuerpos el anciano,
poniéndoles un asiento, les mandó aliviar, |
|
|
|
al cual sobrepuso un tejido rudo,
diligente, Baucis |
640 |
|
|
y en el fogón la tibia
ceniza retiró y los fuegos |
|
|
|
suscita de la víspera y con
hojas y corteza seca |
|
|
|
lo nutre y las llamas con su
aliento senil alarga |
|
|
|
y muy astilladas antorchas y
ramajos áridos del techo |
|
|
|
bajó y los desmenuzó
y acercó a un pequeño caldero |
645 |
|
|
y, la que su esposo había
recogido del bien regado huerto, |
|
|
|
troncha a esa hortaliza sus hojas;
con una horquilla iza ella, de dos cuernos, |
|
|
|
unas sucias espaldas de cerdo que
colgaban de una negra viga, |
|
|
|
y reservado largo tiempo saja de su
cuero una parte |
|
|
|
exigua, y sajada la doma en las
hirvientes ondas. |
650 |
|
|
Mientras tanto las intermedias
horas burlan con sus conversaciones |
|
|
|
y que sea sentida la demora
prohíben. Había un seno allí |
|
|
|
de haya, por un clavo suspendido de
su dura asa. |
|
|
|
Él de tibias aguas se llena
y unos miembros que entibiar |
|
|
|
acoge. En el medio un diván
de mullidas ovas |
655 |
|
|
ha sido impuesto, en un lecho de
armazón y pies de sauce2. |
|
|
|
Con unas ropas lo velan que no,
sino en tiempos de fiesta, |
|
|
|
a tender acostumbraban, pero
también ella vil y vieja |
|
|
|
ropa era, que a un lecho de sauce
no ofendería: |
|
|
|
se recostaron los dioses. La mesa,
remangada y temblorosa |
660 |
|
|
la anciana, la pone, pero de la
mesa era el pie tercero dispar: |
|
|
|
una teja par lo hizo; la cual,
después que a él sometida su inclinación |
|
|
|
sostuvo, igualada, unas mentas
verdeantes la limpiaron. |
|
|
|
Se pone aquí, bicolor, la
baya de la pura Minerva |
|
|
|
y, guardados en el líquido
poso, unos cornejos de otoño, |
665 |
|
|
y endibia y rábano y masa de
leche cuajada |
|
|
|
y huevos levemente revueltos en no
acre rescoldo, |
|
|
|
todo en lozas; después de
esto, cincelada en la misma plata, |
|
|
|
se coloca una cratera, y,
fabricadas de haya, |
|
|
|
unas copas, por donde
cóncavas son, de flavas ceras untadas. |
670 |
|
|
Pequeña la demora es, y las
viandas los fogones remitieron calientes, |
|
|
|
y, no de larga vejez, de vuelta se
llevan los vinos |
|
|
|
y dan lugar, poco tiempo retirados,
a las mesas segundas. |
|
|
|
Aquí nuez, aquí
mezclados cabrahígos con rugosos dátiles |
|
|
|
y ciruelas y fragantes manzanas en
anchos canastos |
675 |
|
|
y de purpúreas vides
recolectadas uvas, |
|
|
|
cándido, en el medio un
panal hay: sobre todas las cosas unos rostros |
|
|
|
acudieron buenos y una no inerte y
pobre voluntad. |
|
|
|
Entre tanto,
tantas veces apurada, la cratera rellenarse |
|
|
|
por voluntad propia, y por
sí mismos ven recrecerse los vinos: |
680 |
|
|
atónitos por la novedad se
asustan y con las manos hacia arriba |
|
|
|
conciben Baucis plegarias y,
temeroso, Filemon, |
|
|
|
y venia por los festines y los
ningunos aderezos ruegan. |
|
|
|
Un único ganso había,
custodia de la mínima villa, |
|
|
|
el cual, para los dioses sus
huéspedes los dueños a sacrificar se aprestaban. |
685 |
|
|
Él, rápido de ala, a
ellos, lentos por su edad, fatiga, |
|
|
|
y los elude largo tiempo y
finalmente pareció que en los propios |
|
|
|
dioses se había refugiado:
los altísimos vetaron que se le matara |
|
|
|
y: «Dioses somos, y sus
merecidos castigos pagará esta vecindad |
|
|
|
impía», dijeron.
«A vosotros inmunes de este |
690 |
|
|
mal ser se os dará.
Sólo vuestros techos abandonad |
|
|
|
y nuestros pasos acompañad,
y a lo arduo del monte |
|
|
|
marchad a la vez». Obedecen
ambos, y con sus bastones aliviados |
|
|
|
se afanan por sus plantas poner en
la larga cuesta. |
|
|
|
Tanto distaban de lo alto cuanto de
una vez marchar una saeta |
695 |
|
|
enviada puede: volvieron sus ojos y
sumergido en una laguna |
|
|
|
todo lo demás contemplan,
que sólo sus techos quedan; |
|
|
|
y mientras de ello se admiran,
mientras lloran los hados de los suyos, |
|
|
|
aquella vieja, para sus
dueños dos incluso cabaña pequeña, |
|
|
|
se convierte en un templo: las
horquillas las sustituyeron columnas, |
700 |
|
|
las pajas se doran, y cubierta de
mármol la tierra |
|
|
|
y cinceladas las puertas, y de oro
cubiertos los techos parecen. |
|
|
|
Tales cosas entonces de su
plácida boca el Saturnio dejó salir: |
|
|
|
«Decid, justo anciano y mujer
de su esposo justo |
|
|
|
digna, qué
deseáis». Con Baucis tras unas pocas cosas
hablar, |
705 |
|
|
su juicio común a los
altísimos abre Filemon: |
|
|
|
«Ser sus sacerdotes, y los
santuarios vuestros guardar |
|
|
|
solicitamos, y puesto que concordes
hemos pasado los años, |
|
|
|
nos lleve una hora a los dos misma,
y no de la esposa mía |
|
|
|
alguna vez las hogueras yo vea, ni
haya de ser sepultado yo por ella». |
710 |
|
|
A sus deseos la confirmación
sigue: del templo tutela fueron |
|
|
|
mientras vida dada les fue; de sus
años y edad cansados, |
|
|
|
ante los peldaños sagrados
cuando estaban un día y del lugar |
|
|
|
narraban los casos, retoñar
a Filemon vio Baucis, |
|
|
|
a Baucis contempló,
más viejo, retoñar Filemon. |
715 |
|
|
Y ya sobre sus gemelos rostros
creciendo una copa, |
|
|
|
mutuas palabras mientras pudieron
se devolvían y: «Adiós, |
|
|
|
mi cónyuge», dijeron a
la vez, a la vez, escondidas, cubrió |
|
|
|
sus bocas arbusto: muestra
todavía el tineio, de allí |
|
|
|
paisano, de un gemelo cuerpo unos
vecinos troncos. |
720 |
|
|
Esto a mí, no vanos -y no
había por qué burlarme quisieran- |
|
|
|
me narraron unos ancianos; yo
ciertamente colgando vi |
|
|
|
unas guirnaldas sobre sus ramas, y
poniendo unas recientes dije: |
|
|
|
«El cuidado de los dioses,
dioses sean, y los que adoraron, se adoren». |
|
|
|
Erisicton y su hija
|
|
Había
acabado y a todos la cosa había conmovido, y su autor, |
725 |
|
|
a Teseo principalmente; al cual,
pues los hechos oír quería |
|
|
|
milagrosos de los dioses, apoyado
sobre su codo el calidonio caudal, |
|
|
|
con tales cosas se dirige:
«Los hay, oh valerosísimo, |
|
|
|
cuya forma una vez movido se ha, y
en esta renovación ha permanecido; |
|
|
|
los hay que a más figuras el
derecho tienen de pasar, |
730 |
|
|
como tú, del mar que abraza
a la tierra paisano, Proteo. |
|
|
|
Pues ora a ti como un joven, ora te
vieron un león, |
|
|
|
ahora violento jabalí,
ahora, a la que tocar temieran, |
|
|
|
una serpiente eras, ora te
hacían unos cuernos toro. |
|
|
|
Muchas veces piedra podías,
árbol también a menudo, parecer; |
735 |
|
|
a veces, la faz imitando de las
líquidas aguas, |
|
|
|
una corriente eras, a veces, a las
ondas contrario, fuego. |
|
|
|
Y no menos, de
Autólico la esposa, de Erisicton la nacida, |
|
|
|
potestad tiene. Padre de ella era
quien los númenes de los divinos |
|
|
|
despreciara y ningunos olores a las
aras sahumara. |
740 |
|
|
Él, incluso, un bosque de
Ceres, que violó a segur |
|
|
|
se dice, y que sus florestas a
hierro ultrajó, vetustas. |
|
|
|
Se apostaba en ellas, ingente de su
añosa robustez, una encina, |
|
|
|
sola un bosque; bandas en su mitad
y memorativas tabillas |
|
|
|
y guirnaldas la
ceñían, argumentos de un voto poderoso. |
745 |
|
|
A menudo bajo ella las
dríades sus festivos coros condujeron, |
|
|
|
a menudo incluso, sus manos
enlazadas por orden, del tronco |
|
|
|
habían rodeado la medida, y
la dimensión de su robustez una quincena |
|
|
|
de codos completaba; y no menos,
también, la restante espesura, |
|
|
|
en tanto más baja toda que
ella estaba, cuanto la hierba debajo de este todo. |
750 |
|
|
No, aun así, por esto su
hierro el Triopeio de ella |
|
|
|
abstuvo, y a sus sirvientes ordena
talar su sagrada |
|
|
|
robustez y, como a los así
ordenados que dudaban vio, de uno |
|
|
|
arrebatada su segur, emitió,
criminal, estas palabras: |
|
|
|
«No dilecta de la diosa
solamente, sino incluso si ella pudiera |
755 |
|
|
ser la diosa, ya tocará con
su frondosa copa la tierra». |
|
|
|
Dijo y, en oblicuos golpes mientras
el arma balancea, |
|
|
|
toda tembló, y un gemido dio
la Deoia encina, |
|
|
|
y al par sus frondas, al par a
palidecer sus bellotas |
|
|
|
comenzaron, y sus largas ramas esa
palidez a tomar. |
760 |
|
|
En cuyo tronco, cuando hizo su mano
impía una herida, |
|
|
|
no de otro modo fluyó al ser
astillada su corteza la sangre, |
|
|
|
que suele ante las aras, cuando un
ingente toro como víctima |
|
|
|
cae, de su truncada cerviz
crúor derramarse. |
|
|
|
Quedaron atónitos todos, y
alguno de todos ellos osa |
765 |
|
|
disuadirle de la impiedad e
inhibirle su salvaje hacha bifronte. |
|
|
|
Le miró y: «De tu
mente bondadosa coge los premios», dijo |
|
|
|
el tésalo, y contra el
hombre volvió del árbol el hierro |
|
|
|
y destronca su cabeza, y, volviendo
a buscar la robustez, la hiere, |
|
|
|
y emitido de en medio de su
robustez un sonido fue tal: |
770 |
|
|
«Una ninfa bajo este
leño yo soy, gratísima a Ceres, |
|
|
|
quien a ti, que los castigos de
estos hechos tuyos te acechan, |
|
|
|
vaticino al morir, solaces de
nuestra muerte». |
|
|
|
Prosigue la atrocidad él
suya, y oscilando finalmente |
|
|
|
a golpes innúmeros, y
reducido con cuerdas el árbol, |
775 |
|
|
sucumbe y postró con su peso
mucha espesura. |
|
|
|
«Atónitas la dríades por el daño de los
bosques y el suyo, |
|
|
|
todas las germanas ante Ceres, con
vestiduras negras, |
|
|
|
afligidas acuden y un castigo para
Erisicton oran. |
|
|
|
Asiente a ellas y de la cabeza
suya, bellísima, con un movimiento, |
780 |
|
|
sacudió, cargados de
grávidas mieses, los campos |
|
|
|
y le depara un género de
castigo digno de compasión, de no ser |
|
|
|
porque él era para nadie
digno de compasión por sus actos: |
|
|
|
lacerarlo con la calamitosa Hambre.
A la cual, en tanto que ella misma, |
|
|
|
la diosa, no ha de acceder -pues no
a Ceres y Hambre |
785 |
|
|
los hados reunirse permiten-, de
las de numen montano a una, |
|
|
|
con tales palabras, a una agreste
oréade, apela: |
|
|
|
«Hay un lugar en las extremas
orillas de la Escitia glacial, |
|
|
|
triste suelo, estéril -sin
fruto, sin árbol- tierra. |
|
|
|
El frío inerte allí
habitan y la Palidez y el Temblor, |
790 |
|
|
y la ayuna Hambre: que ella a
sí misma en las entrañas se esconda, |
|
|
|
criminales, del sacrílego,
ordénale, y que la abundancia de las cosas |
|
|
|
no la venza a ella, y supere en
certamen a mis fuerzas; |
|
|
|
y para que del camino el espacio no
te aterre, coge mis carros, |
|
|
|
coge, a quienes con sus frenos en
lo alto gobiernes, mis dragones». |
795 |
|
|
Y los dio. Ella, con el dado carro
sostenida por el aire, |
|
|
|
deviene a Escitia, y de un
rígido monte en la cima |
|
|
|
-Cáucaso lo llaman- de las
serpientes los cuellos alivió, |
|
|
|
y a la buscada Hambre vio en un
pedregoso campo: |
|
|
|
con sus uñas, y arrancando
con los dientes unas escasas hierbas, |
800 |
|
|
basto era su pelo, hundidos sus
ojos, palor en la cara, |
|
|
|
labios canos de saburra,
ásperas de asiento sus fauces, |
|
|
|
dura la piel, a través de la
que contemplarse sus vísceras podían, |
|
|
|
sus huesos emergían
áridos bajo sus encorvados lomos. |
|
|
|
Del vientre tenía, en vez
del vientre, el lugar; pender creerías |
805 |
|
|
su pecho y que únicamente
por el armazón del espinazo se tenía. |
|
|
|
Había aumentado sus
articulaciones la escualidez y de las rodillas
henchíase |
|
|
|
el círculo y en desmedida
protuberancia sobresalían los tobillos. |
|
|
|
A ella de lejos cuando la vio -pues
no a acercársele junto |
|
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se atrevió- le refiere los
mandados de la diosa, y poco tiempo demorada, |
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aunque distaba largamente, aunque
ora había llegado allí, |
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parecióle aun así
haber sentido hambre, y para atrás sus dragones |
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llevó a la Hemonia,
tornando, sublime, las riendas. |
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Las palabras el
Hambre de Ceres -aunque contraria siempre |
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de ella es a la obra-
cumplió, y por el aire con el viento |
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a la casa ordenada descendió
y en seguida entra |
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del sacrílego en los
tálamos y a él, en un alto sopor relajado |
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-pues de la noche era el tiempo-,
con sus gemelos codos lo estrecha, |
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y a sí misma en el hombre se
inspira, y sus fauces y pecho y cara |
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sopla y en sus vacías venas
esparce ayunos. |
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Y, cumplido el encargo, desierto
deja, fecundo, ese orbe |
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y a sus casas indigentes, sus
acostumbradas cuevas, regresa. |
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Lene
todavía el Sueño con sus plácidas alas a
Erisicton |
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acariciaba. Busca él
festines bajo la imagen de un sueño |
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y su boca vana mueve y diente en el
diente fatiga, |
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y cansa, por una comida inane
engañada, su garganta, |
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y en vez de banquetes, tenues, para
nada, devora auras. |
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Pero cuando expulsado fue el
descanso, se enfurece su ardor por comer |
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y por sus ávidas fauces y
sus incendiadas entrañas reina. |
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No hay demora, lo que el ponto, lo
que la tierra, lo que produce el aire |
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demanda y se queja de sus ayunos
con las mesas puestas, |
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y entre los banquetes banquetes
pide y lo que para ciudades, |
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y lo que bastante podría ser
para un pueblo, no es suficiente a uno solo, |
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y más desea cuanto
más al vientre abaja suyo, |
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y como el mar recibe de toda la
tierra las corrientes |
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y no se sacia de aguas y peregrinos
caudales bebe, |
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y como robador el fuego ninguna vez
alimentos rehúsa |
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e innumerables troncos crema, y
cuanto provisión mayor |
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le es dada, más quiere y por
su multitud misma más voraz es: |
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así los banquetes todos de
Erisicton la boca, el profano, |
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acoge, y demanda al mismo tiempo:
alimento todo en él |
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causa de alimento es, y el lugar
queda inane, comiendo. |
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Y ya de hambre y
por la vorágine de su alto vientre |
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había atenuado sus riquezas
patrias, pero inatenuada permanecía |
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entonces también su
siniestra hambre y de su inaplacada gola |
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seguía vigente la llama; al
fin, tras abajarse a las entrañas su hacienda, |
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una hija le quedaba, no de ese
padre digna. |
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A ella también la vende
indigente: un dueño, noble ella, rehúsa, |
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y, vecinas, tendiendo sobre las
superficies sus palmas: |
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«Arrebátame a
mí de un dueño, el que los premios tienes de la
virginidad |
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a nos arrebatada», dice; esto
Neptuno tenía, |
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el cual, su súplica no
despreciada, aunque recién vista fuera |
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por su amo que la seguía, su
forma le renueva y un semblante viril |
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le inviste y de atuendos para los
que el pez capturan aptos. |
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A ella su dueño
contemplándola: «Oh quien los suspendidos bronces |
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con un pequeño cebo
escondes, moderador de la caña», dice, |
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«así el mar compuesto,
así te sea el pez en la onda |
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crédulo y ningunos, sino
clavado, sienta los anzuelos: |
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una que ora con pobre vestido,
turbados los cabellos, |
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en el litoral este se apostaba,
pues apostada en el litoral la he visto, |
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dime dónde esté, pues
no sus huellas más lejos emergen». |
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Ella, que del dios el regalo bien
paraba, sintió, y de que por sí misma |
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a sí le inquirieran
gozándose, con esto replicó al que le
preguntaba: |
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«Quien quiera que eres,
disculpa: a ninguna parte mis ojos |
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desde el abismo este he girado, y
con ardor operando, en él estaba prendido. |
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Y por que menos lo dudes,
así estas artes el dios de la superficie |
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ayude, que ninguno ya hace tiempo
en el litoral este, |
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yo exceptuado, ni mujer se ha
apostado alguna». |
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Lo creyó, y vuelto su
dueño el pie, con él hundió la arena, |
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y burlado partió: a ella su
forma devuelta le fue. |
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Mas cuando sintió que la
suya poseía unos transformables cuerpos, |
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muchas veces su padre a
dueños a la Triopeide la entregó, mas ella, |
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ahora yegua, ahora pájaro,
ora vaca, ora ciervo partía, |
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y le aprestaba, ávido, no
justos alimentos a su padre. |
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La fuerza aquella, aun así,
de su mal, después que hubo consumido toda |
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su materia, y había dado
nuevos pastos a su grave enfermedad, |
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él mismo, su organismo, con
lacerante mordisco a desgarrar |
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empezó, e, infeliz,
minorándolo, su cuerpo alimentaba. |
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«¿A
qué demorarme en extraños? También para
mí, la de muchas veces renovar |
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mi cuerpo, oh joven, fue en
número limitada, mi potestad: |
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pues ora el que ahora soy parezco,
ora me giro en sierpe, |
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de la manada ora el dirigente, mis
fuerzas en los cuernos asumo... |
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Cuernos mientras pude. Ahora esta
parte otra carece del arma |
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de la frente, como tú mismo
ves». Gemidos siguieron a esas palabras. |
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