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ArribaAbajoCanto X

Rehusa el Cacique la paz con los españoles, con ejemplar castigo de los que se la propusieron. Junta en Cintla nuevas gentes para proseguir la guerra. Salen tres compañías de la ciudad a reconocer la tierra y a buscar mantenimientos, a las cuales los indios pusieron en grande aprieto y, desbaratándolas con gran daño, las retiran y encierran en la ciudad.




    Del hacer poco caso de las cosas,
viene el remedio a ser dudoso y grave,
las fáciles a ser dificultosas,
que más que aquesto en la arrogancia cabe.
Las trazas del contrario cautelosas
se teman, cuya suerte no se sabe,
y no por ser de fuerza limitada,
nadie desprecie la enemiga espada.

   Tenemos mil ejeniplos en la mano
(que por ser tan notorios no refiero),
de muchos, cuyo intento salió vano,
por poca estima del contrario fiero:
no de su parecer se fíe insano
el que juzga le tiene más entero,
que aun libre y no mezclado con la saña,
vemos que de ordinario nos engaña.

   Si al principio el Cacique de su diestra,
no tan gallarda confïanza hiciera
(de despreciar al mundo dando muestra)
y con sagacidad se previniera,
no le fuera la suerte tan siniestra;
y si tal, no tan presto se perdiera,
que parte tal, con el esfuerzo unida,
dilata, si no impide, la caída.

   Pues tornando a los presos y vencidos,
que en Potonchan quedaron maltratados,
digo que ante Cortés fueron traídos
y por él francamente libertados;
por Aguilar instructos y advertidos
que fuesen donde estaban retirados
Tabasco y los demás, a asegurarlos
y con la paz sabrosa a convidarlos.

   Diciendo que del daño recibido
ellas fueron la cansa, como veían,
pero que del haberlos ofendido
perdón los españoles les pedían
y que, sin ser por ellos defendido,
a su ciudad y casas bien podían
volver, de su palabra asegurados
que de nadie serían disgustados.

   Tabasco, del partido abominando,
a llamar comenzó de nuevo gente,
sus súbditos y amigos convocando
con proceder solícito, impaciente,
de que un copioso ejército formando,
se pretende vengar sangrientamente:
al uno y otro con valor exhorta,
cuánto el morir Cortés, diciendo, importa.

   Mandó por los caminos se hincasen
de trecho a trecho flechas herboladas,
y que copia de perros se matasen
que ocupasen las vías más usadas,
para que a él los indios se llegasen
de todas las comarcas señaladas,
costumbre antigua que, en aquella tierra,
llama las gentes y declara guerra.

   Supo en breve Cortés sus pretensiones
de seis indios, que Nájara y Caycedo,
Escobar, Jaramillo, Ordás, Briones,
Juan Núñez de Mercado, Trejo, Oviedo,
Pedro de Paz, Juan Pérez, y Quiñones,
Cristóbal de Mosquera, Olid, Salcedo,
en la campaña con valor prendieron
de una pequeña escuadra que embistieron.

   A quien libres, sin daño, al campo envía,
habiendo cierta relación tomado.
«De mi parte a Tabasco (les decía)
diréis, y al vario pueblo congregado,
que mejor y más sano les sería,
atajando el intento comenzado,
a la ofrecida paz venir conmigo
que tenerme por áspero enemigo.»

   Derechos al Cacique los seis fueron,
que estaba en Cintla a guerra prevenido,
y con triste semblante refirieron
lo que del general habían oído.
Tal muestra de temor los indios dieron
que, del fuerte Tabasco conocido,
mandó al cuchillo la cerviz bajasen,
porque a miedo los otros no incitasen.

   Díceles: «Pusilánimes, villanos,
canalla torpe, mísera, abatida,
indigna de los nombres soberanos,
de que ha gozado vuestra inútil vida:
duro me es de creer que potonchanos
seáis, y que de gente tan florida,
tan arriscada, fuerte y valerosa,
naciese tan soez y baja cosa.»

   Con esto la fatal y cruel sentencia
fue con rigor al punto ejecutada,
haciendo con efecto en su presencia
les fuese a aquellos seis la muerte dada,
porque de tal castigo y advertencia
quedase la otra gente amedrentada
y el seguirle ninguno rehusase,
ni el bajo y vil temor manifestase.

   Hecho, por cierto, en bárbaro loable,
y digno, con razón, de ser tenido
en lo que pide un caso tan notable,
y de que no le oculte el torpe olvido.
Esto hecho, con rostro y voz afable,
en parte do pudiese ser oído,
Tabasco, de su ejército se puso,
y en breve lo siguiente les propuso:

   «Vuestro valor en trances mil probado,
triunfante siempre con temida diestra,
hace que vaya, amigos, confïado
a abrazar la fortuna que hoy se muestra,
sin temer del contrario el brazo airado,
ni de incierta señal suerte siniestra,
que en confianza vuestra alce la mano
conque hoy mitigaré el vigor cristiano.

   «Este es el día alegre, venturoso,
en que mujeres, hijos, posesiones
os restituye el hado victorioso
a pesar de dañadas intenciones.
Daréis a vuestra empresa un fin glorioso
cantando por las bélicas regiones,
el cual celebrará la Fama dina,
que a victoria tan alta os encamina.

   «Esas armas que ocupan vuestras manos
harán justa o injusta aquesta guerra,
dirán si los contrarios son tiranos
o si poseen con razón la tierra;
y no hay de quien valernos, potonchanos,
si la barbuda gente nos destierra:
mirad que no hay disculpa en el caído,
que al fin es su juez quien le ha vencido.

   «Y no deseo tanto la victoria
por volver a cobrar mi antiguo estado,
cuanto porque cantéis tan alta gloria,
triunfo por Moctezuma deseado,
en vuestra libertad cosa notoria;
que es, cual sabéis, el don más estimado,
pues no hay suerte peor que del contrario
aguardar el decreto temerario.

   «Y la fuerte ciudad enajenada,
ni el veros por tal gente de ella echados,
ningún temor os cause, que cobrada
será por esos ánimos osados:
y en los que así la tienen usurpada
haréis duros castigos nunca usados,
que pues paz con perdón os han pedido,
temerosa ocasión los ha movido.

   «Seguid la suerte que os está llamando,
que si ayer os fue adversa y enemiga,
hoy os está a victoria convidando
con faz benigna, afable, grata, amiga.
Si duda alguno en el seguir mi bando,
que se quede le advierto, y no me siga,
porque al que no lo hiciere desengaño
que, no haciendo el deber, hará en su daño.»

   Todos, con voz conforme interrumpiendo
la plática, al Cacique respondieron
(del silencio los límites rompiendo
que para aquel efecto les pusieron)
que a su mandato estaban atendiendo,
para la ejecución del cual vinieron,
diciendo en altas voces: «¡Vamos luego,
pongamos cielo, tierra y mar a fuego!»

   A la ciudad Tabasco luego envía
veinte expertos soldados, que mirasen
la fortaleza y pretensión que había,
para que por extenso le informasen,
fingiendo que la paz que les pedía
(como la gran ciudad no les quemasen)
deseaba, y que el pueblo proveído
sería, y de viandas bastecido.

   Todo era trato doble y simulado,
que entretener el tiempo procuraba
el cauteloso antípoda indignado,
en tanto que la gente se juntaba.
El general de Cristo, ya enterado
de esta cautela, al Bárbaro enviaba
a sus casas, diciendo que otro día
por la tierra pacífico entraría.

   Las vivas esperanzas victoriosas
con que el celeste joven fulminoso
facilitó en Cortés las arduas cosas
aseguraron su ánimo dudoso:
y así a las más sangrientas y monstruosas
ponía el hombro y pecho generoso,
alentándose al caso más pesado,
de la propicia suerte asegurado.

   Ya la celosa Clicia el rostro ausente
del ofendido amante descubría,
y con húmeda faz vuelta al Oriente,
el doloroso llanto suspendía,
cuando manda Cortés que incontinente
salgan de la ciudad (que convenía)
tres escuadras de a ochenta numeradas,
de tres fuertes mancebos gobernadas.

   Eran aquestos Ávila, Alvarado
y Sandoval, soldados valerosos,
a quien con justa causa había nombrado
(por expertos en trances peligrosos)
para que cada cual, acompañado
de estos ochenta jóvenes briosos,
buscasen que comer por los maizales,
entre los levantados naturales.

   Por tres diversas sendas los envía,
con orden que por fuerza no tomasen
oro ni bastimentos (que cumplía)
sin que su justo precio les pagasen:
y que a más de dos leguas (les pedía)
de la entrada ciudad no se alargasen,
porque pudiesen ser de él socorridos,
viéndose de los indios oprimidos.

   Con esto se partieron, y llegando
Alvarado a una aldea mal poblada,
no lejos de ella vio cómo guardando
estaba sus maizales gente armada:
a quien llegó de paz, por bien rogando,
por señas, que de aquella demasiada
comida que tenían le vendiesen,
que la paga sería cual pidiesen.

   Respóndenle con ira alborotados,
los matizados arcos requiriendo:
«Hoy seréis cual conviene alimentados»,
muchas flechas y dardos despidiendo.
Los ochenta españoles esforzados,
a los indios atienden, resistiendo
el ímpetu y furor desenfrenado
del vengativo Bárbaro indignado.

   El pequeño escuadrón no fue rompido
de aquella rigurosa arremetida,
por estar en buen orden recogido
y ser la gente experta y escogida:
a quien el capitán había advertido
y mandado, so pena de la vida,
que en tanto que orden de él no se tuviese,
ninguno al enemigo arremetiese.

   Púsose en un recuesto (do amparado
de un grueso paredón, no a poca suerte,
por las espaldas se halla) que quedado
por reliquias había de algún fuerte,
a propósito tal acomodado:
de a do manda a Escobar y a Villafuerte,
a Juan Tirado, Orduña y Escalante
sobresalgan al Bárbaro arrogante.

   Tras éstos a Francisco Lasso envía,
a Pedro de Solís, Granado, Ojeda,
a Medina, Cifontes, Chabarría,
a Meneses, Quiñones, Castañeda,
a Olguín, Portocarrero y a Mejía,
Caravajal, Juan Pérez y Salceda,
para que al enemigo detuviesen
y el flechar tan de cerca le impidiesen.

   Estos, al enemigo resistiendo,
algún tanto de tierra les ganaron,
y su fortuna próspera siguiendo,
gran trecho de Alvarado se apartaron;
las valerosas diestras revolviendo,
el ímpetu del indio refrenaron,
haciendo de españoles el oficio
que suelen en el bélico ejercicio.

   Pero tal copia de indios sobrevino,
y con tanto furor los embistieron,
que en un pequeño espacio les convino
el orgullo templar con que partieron:
cuyo peligro viendo tan vecino,
Alvarado y los suyos acudieron
al socorro, con paso apresurado,
en escuadrón pequeño concertado.

   El Ibero y Antípoda orgulloso,
si en número no igual, en esperanza,
se embisten, cual en mar tempestüoso
suelen hacer (turbada su bonanza)
el seco Euro, con ventar furioso,
y el frígido Fabonio, su pujanza
haciendo el uno al otro manifiesta
con turbulenta saña contrapuesta.

   De esta suerte se mezclan, defendiendo
unos la libertad y patria amada,
otros la vida, que el peligro viendo
es nuevo filo a la más bota espada:
sólo un paso de tierra no perdiendo,
el idólatra y gente bautizada
más se estrechan y juntan fervorosos,
de obligar a la Fama deseosos.

   Duró el tesón y pertinaz porfía
(sin declarar Fortuna la victoria),
hasta que con tropel y vocería
cantando asoma la futura gloria:
Gualcayacón, cacique a quien seguía
un escuadrón piquero, que notoria
hizo con su furima arremetida
la ventaja, hasta allí no conocida.

   Un oculto temor no bien formado
(que entero en pecho noble no halla entrada),
discurrió por los huesos de Alvarado,
dejando al punto la incapaz morada.
El espacioso campo ve ocupado
de gente, en daño suyo congregada;
miraba a todas partes, por si a suerte
hallaba algún lugar do hacerse fuerte.

   No lejos una casa de ancha puerta
vio en la campaña, de otras apartada,
de holgura, al parecer, franca y abierta,
y de dos altas torres adornada;
ocúpala, hallándola desierta
de gente, con su escuadra destrozada:
de lo más fuerte de ella se apodera,
dejando a los contrarios por defuera.

   No de pardales importuna banda
así se arroja al grano deseado,
de cuya vigilancia se desmanda
el labrador incauto, descuidado
(que al campestre ejercicio acude y anda
en otros menesteres ocupado),
como a la casa el Bárbaro ofendido
corre con alto y súbito alarido.

   Comienzan con rigor a combatirla
con discordes y varias opiniones:
unos quieren quemarla y destruirla,
mostrando sus sangrientas intenciones;
otros lo contradicen, y el subirla
facilitan y aprueban con razones,
por ser del gran Tabasco fabricada,
sólo para su holgura diputada.

   Unos dicen: «Teniéndolos cercados
morirán, o a las manos los habremos,
que de comida están necesitados
y mal heridos muchos, como vemos.»
Otros gritan: «¡Quemémoslos!», airados,
«que el edificio y casa pagaremos.
No perdamos tan buena coyuntura,
que no hay siempre ocasión que se procura.»

   En esto de Tabasco un indio llega,
del pabellón do estaba retirado,
y a Payaguax Cacique da y entrega
un rollizo bastón, corto y dorado,
diciendo: «El general, señor, te ruega
por esta seña que (cual buen soldado)
sin diferirlo más entregues luego
aquesta casa y gente al vivo fuego.»

   Fue declarado el áspero decreto
por todo el indio campo alharaquiento,
y su fiera intención puesta en efeto
con mil alegres muestras de contento.
El cerco estrechan con mayor aprieto
hasta romper con picos el cimiento,
mas los de arriba dañan y retiran
con la violenta furia con que tiran.

   Deshacen techos y altos torreones,
para defensa suya, los cercados;
gran cantidad arrojan de planchones,
de vigas trozos gruesos y dorados,
almenas, piedras, tejas, maderones
con sutil intención entretallados:
no se tiene respeto al edificio
hecho con tal cuidado y artificio.

   Ponen fuego a la casa y baluartes
y, por más brevedad, echan arriba
breadas ollas, que por todas partes
siembran por los tejados llama viva:
mil invenciones buscan, modos, artes
(con voluntad dañada vengativa)
para que el fiero incendio los consuma
y en ceniza su furia se resuma.

   No la troyana estancia descuidada
del engañado Príamo imprudente
(por la preñada máquina asaltada
con áspero rigor y fuego ardiente)
fue con tal brevedad desbaratada,
pensando resistir la griega gente,
como ésta fue, señor, en este día,
ni fue mayor la dura batería.

   Y murieran sin duda si, al presente,
Ávila y Sandoval, con sus soldados,
no vinieran con paso diligente,
más por suerte y acaso que avisados;
que como por camino diferente,
de la ciudad salieron apartados,
no entendieron que allí correspondían
las dos distintas sendas que traían.

   Mas cuando la española seña vieron
sobre las altas torres arbolada,
y la efigie de Cristo conocieron,
entre varias colores estampada,
con tal furia al contrario arremetieron,
haciendo tal estrago, que apartada
fue la idólatra turba de su intento,
el combate dejando atroz, sangriento.

   Del cerco los retiran, y saliendo
de la casa Alvarado con su gente,
por las espesas astas discurriendo,
procediendo al romper sangrientamente,
con Ávila se junta (que atendiendo
le estaba) y Sandoval, con ira ardiente
al contrario afligiendo y fatigando,
hiriendo a todas partes y dañando.

   Llega en esto Caybai, cacique fiero,
por orden de Tabasco allí enviado,
con un grueso escuadrón suyo flechero
que en aquel menester había juntado.
Quiso en el embestir ser el primero,
a quien sale Cabrera, reparado
de una fuerte rodela, y en un punto
le priva de gobierno y vida junto.

   No el sangriento espectáculo fue parte,
del muerto capitán, a que dejasen
el áspero rigor del fiero Marte,
ni a los arcos las cuerdas aflojasen,
que cada cual pretende por su parte,
los recientes estragos se vengasen:
y así con tal furor arremetieron,
que al Ungido gran trecho retrajeron.

   Bien como cuando de avenida insana
es, y raudal del agua, arrebatada
alguna presa (por la industria humana,
para enfrenar su furia fabricada),
que rompiendo sus límites ufana
la arroja en varias partes quebrantada,
así de aquesta turba la corriente,
de su sitio arrancó [a] la hesperia gente.

   Cortés de un indio amigo había sabido
el estado del trance peligroso,
y ya de la ciudad había salido
al socorro, con paso presuroso.
No anduvo milla entero, cuando vido
al Ibero sangriento y polvoroso,
que del combate y áspera porfía,
retirando hacia el pueblo se venía.

   Mandó la artillería disparase
para apartar la turba embravecida,
y que al pueblo su gente caminase,
por estar mucha de ella mal herida,
diciendo que a su cargo se quedase
vengar la injuria entonces recibida:
esto porque Alvarado, a Cortés viendo,
iba sobre el contrario revolviendo.

    Dan vuelta a la ciudad (de a do salieron)
flechados de los indios orgullosos,
que con espesas cargas los siguieron,
de la victoria próspera gozosos:
hasta que las murallas impidieron,
y la profundidad de antiguos fosos,
el paso y furia insana al enemigo,
del español amparo y grato abrigo.

   Los bárbaros con esto se tornaron
alegres para Cintla, braveando,
y a su señor el caso relataron,
soberbias amenazas derramando.
El próspero suceso celebraron,
el aire alharaquientos asordando:
gocen del emprestado bien, en tanto
que en su daño otra vez la voz levanto.


 
 
FIN DEL CANTO DÉCIMO