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ArribaAbajoCanto XVI

Prosigue Cortés su camino para Méjico, y la Furia infernal en sus trazas para impedirle el efecto de él; la cual, en forma de indio, en sangriento espectáculo se ofrece al general de los tlaxcallanos, cuyos ánimos indigna contra los españoles: de adonde resulta el primer reencuentro que Cortés tuvo con ellos, y el loable y valeroso proceder de los quince mancebos tlaxcaltecas y primera retirada de los indios, con la venida de Maxixca en busca de Cortés a darle la batalla.




    Bien como al corazón tímido y bajo
perturba, en las honrosas ocasiones,
cualquier dificultad, cualquier trabajo,
de sus ya comenzadas pretensiones,
y para las dejar busca el atajo
más fácil y de menos aflicciones,
sólo atendiendo a conservar la vida
(la prenda de este tal en más tenida).

   Así al alto, magnánimo y honroso
alienta (en los peligros más sangrientos)
el arduo inconveniente trabajoso,
crisol que purifica sus intentos,
y para conseguir su fin glorioso
(lleno de levantados pensamientos)
rompe por todo sin temer la suerte,
buscando eterna vida en justa muerte.

   De esta suerte en los trances y ocasiones
vuestro invencible abuelo procedía,
cuyo glorioso intento y pretensiones
el príncipe dañado perseguía
con mil inconvenientes y aflicciones,
pensando de cerrarle aquella vía
que el cielo le tenía descubierta,
a humana espada hasta allí vio abierta.

   Pues viendo (aunque del todo no acabada)
la insigne Villa Rica, de españoles
dejándola y de amigos bien guardada,
con armas, munición, centli y frijoles,
de levantados muros amparada,
de un fuerte defendida y dos peñoles,
con tierra amiga en torno a toda parte,
cuidoso para Méjico se parte.

   Tomó trescientos indios para guerra
llegado a Cempoallán (mozos briosos),
con tres señores, que la alzada tierra
en rehenes le dio los más famosos;
mil tamemes tomó, que por la sierra
allanasen los pasos más fragosos,
para servicio y carga diputados,
fuertes, en ella y en la flecha usados.

   El crespo y rubio hijo de Latona
de los árticos signos se apartaba,
y al Antártico austral por la alta zona,
por Virgo, presuroso caminaba,
cuando (animado de la cruel Belona)
Cortés su quieto campo concertaba:
parte de Cempoallán por el camino
más cierto para Méjico, y vecino.

   Viendo el monstruo infernal el poco efeto
de sus nocivas trazas ponzoñosas,
por los aires levanta el vuelo inquieto,
aumentando las sombras tenebrosas:
digo aquél que en Cortés puso defeto,
sembrando de él mil quejas perniciosas;
veloz las alas con bramido tiende
y así a la oscura noche reprehende:

   «Alada madre, que con negro velo
cubres el mundo y mis rabiosas quejas,
¿por qué (en tan miserable desconsuelo)
de mí el remedio, si hay remedio, alejas?
Tú, que oscureces el sereno cielo
y tanto al caos que te parió semejas,
¿cómo tanto mi fuerza limitaste?,
¿es bien que toda a un hombre no contraste?

   «Tú, que el engaño y el horror pariste,
la queja, envidia, muerte y el mal hado,
la discordia, y a cada cual le diste
poder, no cual el mío limitado.
Tú, que en Orestes potestad me diste,
¿cómo de ella tan presto me has privado?,
¿gustas de que Plutón, madre, me ofenda,
y tu antigua potencia reprehenda?»

   Oyéronse al instante mil aullidos
de monstruos, que duraron pieza larga,
y de nocturnas aves mil graznidos,
respondiendo a la amiga queja amarga:
viéronse espesos montes denegridos
de pez, con que la Noche el aire carga,
y de un confuso, extraordinario velo
se cubre el inundo y se oscurece el cielo.

   La Furia, de estas muestras alentada,
vuela do el Tlaxcalteca belicoso
tenía alguna gente convocada:
el Tlaxcalteca fuerte, valeroso,
que con cerviz altiva, no domada,
resistía al tirano poderoso,
de quien nunca admitió ningún concierto
que con armas no fuese, en campo abierto.

   Este posee una ciudad exenta,
sin señor que la oprima señalado,
cuyo gobierno se concede y cuenta
a un número de nobles limitado:
es fuerte, insigne, rica y opulenta,
y de fértil distrito dilatado;
en cuatro barrios se divide toda,
que treinta mil vecinos acomoda.

   La gente que la habita es impaciente,
brava, indómita, fiera, guerreadora,
feroz, airada, súbita, impaciente
y en trabajosos trances sufridora:
es en la guerra cruda, es inclemente,
carnicera, orgullosa, voceadora,
de cuerpos bien formados, desenvueltos,
diestra en las armas y de miembros sueltos.

   Hay cuatro capitanes señalados,
y en cada barrio el uno siempre asiste
(con cada cinco mil y más soldados)
do el conservar su libertad consiste:
en aquel menester siempre ocupados,
con que de sus contrarios se resiste,
recibiendo en continuos sobresaltos,
de varios enemigos mil asaltos.

   A la orilla de un río está asentada,
que la fértil provincia caudal riega
y en Atlancatepec de vena airada
nace, y al sur su curso entrega;
es por Zacatullán su rauda entrada,
dejando el campo ufano, soto y vega
por do va tortüosas vueltas dando,
diversas plantas siempre alimentando.

   Hay una áspera sierra montüosa,
de la ciudad dos leguas apartada,
difícil de subir, agria, fragosa,
de mil suertes de fieras habitada:
de aquella juvenil turba briosa
con cuidado continuo frecuentada,
para que tras las fieras se alentase
y en las armas así se habilitase.

   Tienen un general continuamente,
sólo por su valor y esfuerzo eleto,
no en calidad ni estados preeminente,
sino del que se tiene más conceto:
que aquél que da señal de más valiente
y en las armas se muestra más perfeto,
en hechos que les consten, elegido
es por tal general y obedecido.

   Estaba a la sazón por tal nombrado
Xicoténcatl, mancebo valeroso,
prudente, experto, grave, reportado,
y aunque de verde edad, de gran reposo;
de noble y clara estirpe derivado,
apacible, tratable, generoso,
amigo de consejo y de pedirle,
y en el mejor, resuelto de seguirle.

   Decía que sin él era imposible
poder hombre ninguno conservarse,
y que era confusión grave y terrible
querer por sólo el suyo gobernarse:
así que el parecer le era apacible
y nunca osó sin él determinarse;
tenía de ordinario seis varones
con quien comunicar sus intenciones.

   Era Maxixcacín (joven valiente,
por segunda persona obedecido)
a quien el General por su teniente
había nombrado, y todos admitido;
en toda suerte de arma, preeminente,
en mil sangrientos trances conocido,
y era tal su valor que, si no hubiera
entonces general, éste lo fuera.

   Mostraba ya su cara plateada
la fresca Aurora, el campo aljofarando,
cuando, dejando la ciudad velada,
sale (la ancha campaña visitando)
el General, la insignia respetada
por el ferrado regatón vibrando:
síguenle ochenta jóvenes briosos,
con plumajes diversos y vistosos.

   Aquí abatió la Furia el vuelo y toma
la forma de indio y traje de soldado,
y de un cerrillo por la altura asoma,
milla del General aun no apartado:
«¿Quién es aquél que pisa aquella loma
(Xicoténcatl pregunta con cuidado)
fuera de la ordinaria y común vía?
¿Si es por ventura cautelosa espía?»

   Creció con esto en todos el deseo
de saber quién aquel soldado fuese,
y así parten seis indios con Ixtleo
para que de esto la razón trajese:
mas el monstruo infernal, de aspecto feo,
bien que con tardo paso se moviese,
en breve ante el caudillo se presenta
con disforme y horrible faz sangrienta.

   Trae la cabeza abierta hasta la frente
y la siniestra oreja derribada,
y de un sangriento nervio trae pendiente
la diestra, de su asiento destroncada.
Atravesado el pecho crudamente
de un asta, a las espadas asomada,
sangre por varias partes destilando,
dice lloroso, con la voz temblando:

   «Si así tratados somos de extranjeros
los mal afortunados naturales,
¿con qué nos obligáis a obedeceros,
con tal descuido en ocasiones tales?
Baste mi sangre, baste a conmoveros,
y ya que no, las ásperas señales
con que vuestra caída el hado traza,
pues con el yugo infame os amenaza.

   «¡Oh General, de todos respetado,
a quien de esta provincia y bravas gentes
dieron los altos dioses el cuidado
por causas a su aumento convenientes,
escucha a un miserable tu soldado,
ya en suertes de ésta triste diferentes,
no para que a mis llagas des remedio,
que a lo que el Cielo impide es vano el medio.

   «Mas para que adelante te prevengas
contra el crüel barbudo, tu contrario,
y su tirano proceder detengas,
a quien hoy favorece el hado vario:
es bien de su intención noticia tengas
y aun para resistirle necesario;
él es quien me trató de aquesta suerte,
y el que procura tu rüina y muerte.

   «Supe de Cempoallán partió dispuesto
a entrar, talando, su temida tierra
y (con deseo de enterarme de esto)
el fuerte dejo que tu gente encierra
para te hacer, cual debo, manifiesto
el contrario designio de la guerra;
de la callada noche al fin me valgo
y por su confusión cuidoso salgo.

   «Mas quiso el Cielo que a pequeño trecho
diese en las españolas centinelas,
y habiendo mi deber con ellas hecho,
en el punto que estoy desamparélas:
a tu insigne ciudad viene derecho,
pertrechado el barbudo de cautelas;
no le dejes entrar, que es mal vecino,
antes con muerte impide su camino.»

   Así le dijo, y su rabioso aliento
en el dispuesto pecho el monstruo imprime,
bate las alas y álzase en el viento,
con cuyo movimiento el suelo gime:
«¡Oh tú, que vas del sol al digno asiento
(le dice el Capitán), quién eres dime!
dichoso cuerpo que acompañas tu alma
para gozar de tan debida palma:

   «Seas ora deidad, ora criatura,
prométote de hacer que de allá veas
blanda con sangre aquesta tierra dura,
los fines consiguiendo que deseas.»
El paso a la ciudad luego apresura:
«Ya voy (diciendo) do servido seas;
haré los cuerpos españoles piezas
y serán las mayores las cabezas.»

   Ya el corvo caracol el aire turba
herido con aliento presuroso;
junta en un punto la arrogante turba,
resuelto por acuerdo provechoso:
no el son horrible al Bárbaro perturba,
antes se muestra de embestir ganoso,
y habiéndole alentado con razones,
concierta sus copiosos escuadrones.

   Cortés en su camino comenzado
prosigue, y con acuerdo nuevo envía
cuatro cempoallaneses al estado,
haciéndoles saber cómo venía
de paz, y por su amigo declarado:
que encarecidamente les pedía
en su fuerte ciudad le recibiesen
y su oferta concordes admitiesen.

   No sólo no escucharon sus razones,
mas luego el General mandó ponerlos
en una oscura torre con prisiones
para a sus vanos dioses ofrecerlos,
que no eran de admitir sus intenciones,
su amistad, sino en campo responderlos;
pero viendo Cortés que se dilata,
camina y del contrario se recata.

   El fuerte Pillarol parte el primero,
mientras que la otra gente se previene
a resistir al enemigo fiero
que pisando sus términos ya viene;
lleva cinco mil indios el guerrero,
de los mejores que Tlaxcallán tiene,
entre los cuales quince escoge fuertes,
acreditados ya en sangrientas suertes.

   Que éstos tomen -mandó- la delantera
y, descubierto el campo del contrario,
traigan aviso con veloz carrera
para ordenar mejor lo necesario,
y en tanto, viendo conveniente le era,
su gente refrescó con lo ordinario:
parten los quince jóvenes gallardos,
de apuestos cuerpos y de pies no tardos.

   De ellos el arco apremian con pujanza,
juntando las distantes empalgueras;
de ellos vibran el dardo y gruesa lanza
hinchiendo el aire de amenazas fieras;
de ellos a sus espadas la venganza
cometen, cortadoras, carniceras,
y a su esfuerzo atribuyen la victoria,
sin que otros participen de tal gloria.

   ¡Oh gallardos mancebos valerosos!
quién pudiera impedir vuestro vïaje,
y ya que no, poneros do famosos
nunca os hiciera el mundo olvido, ultraje:
vais a probaros, jóvenes briosos,
con la fiera nación de más coraje:
rehusad vuestra suerte cruel, siniestra,
que os amenaza de Cortés la diestra.

   Juan Xuárez, Terrazas y Romero,
los revueltos jinetes fatigando,
con ojo alerto y proceder ligero
reconociendo el campo, y de él ganando,
el pequeño escuadrón descubren fiero,
al cercano español la señal dando:
también la suya por el aire envía
Tlayón, de un cuerno que con fuerza hería.

   Repararon los quince y suspendieron,
con varios votos, el llevar la nueva,
que visto al Españiol señales dieron
de serles grata la sangrienta prueba:
mas que el orden se guarde resolvieron,
cual principal designio que los lleva,
y así se parten, aunque en voto acordes,
con los sangrientos ánimos discordes.

   Vuelven los rostros con carrera lenta,
nadie la delantera procurando,
que les parece irreparable afrenta
irse de lo buscado retirando:
con cuya huída el Español se alienta,
bastante rienda a los caballos dando;
pero los quince, que venir los vieron,
del vergonzoso intento desistieron.

   A la señal del Español se habían
Cortés adelantado, Olid, Cermeño,
que aprisa los errados pies batían,
de Zúñiga seguidos, y Burgueño;
ya Romero y Terrazas se ofrecían
al Bárbaro, con término halagüeño:
paz les ofrecen y las lanzas bajan,
mas en vano pidiéndola trabajan.

   Que los briosos jóvenes ufanos,
flechas, lanzas y dardos despidiendo,
la respuesta cometen a las manos,
con alarido el aire ensordeciendo:
no fueron cuatro de sus tiros vanos,
que a los caballos y hombres ofendiendo,
hicieron de su sangre roja muestra,
del Bárbaro tenida a suerte diestra.

    Viéndose el Español del Indio herido,
y que de nueva carga se previene,
habiendo paz con humildad pedido,
gruesas astas blandiendo, sobre él viene:
mas el gallardo Bárbaro atrevido,
que al no visto Español en poco tiene,
no de su furia con temor se alarga,
antes le ofrece la segunda carga.

   Puso la vista en Qualtábac Romero,
mas hizo el golpe en vano, y revolviendo
de pedernal la espada el indio fiero,
del caballo el pescuezo el golpe asiendo,
cercén se le cortó, y del débil cuero
se v[e]ía la cabeza estar pendiendo
(del enfrenado tronco dividida),
rindiendo al golpe el animal la vida.

   Dio un salto el español presto, alentado,
y alta la espada, al indio enderezando,
viene sobre él con ánimo indignado,
que le estaba a batalla provocando:
pero llegó Terrazas por un lado,
presuroso el caballo espoleando,
y en la parte del cuerpo más briosa
le sepultó la punta rigurosa.

   Sácala al punto y tras ella saca
la alma indígena de su estrecho asiento,
y con la misma punta al fuerte Ixtlaca
priva animoso de vital aliento.
Xuárez la furia de Tlayón aplaca
(que a su lanza se opuso alharaquiento),
blandiendo con audacia un liso dardo
de efecto avieso, en despedirle tardo.

   Con los cuatro Cortés en esto llega
(de ver muerto el caballo bien pesante),
intentando aplacar la dura brega,
señas haciendo al bárbaro arrogante
de paz; el cual mejor las armas juega
(que en no querer rendirse está constante),
a quien responde, fiero y orgulloso,
con uno y otro tiro peligroso.

   Visto Cortés cuán poco aprovechaba,
tiende al fuerte Ixtlapán cabe sí muerto,
tras el cual a Otuxllán también dejaba,
con la asta sanguinosa, el pecho abierto.
Tras éste a Ixtlex la punta enderezaba,
y encarnando en el pecho el golpe cierto,
a la espalda salió más de una braza,
sin serle de momento la coraza.

   Mas el herido bárbaro animoso
con ambas manos de la lanza afierra
y, la espada en los dientes, corajoso,
ganan los pechos asta y los pies tierra:
y, por ella metiéndose furioso,
con el caballo en breve espacio cierra,
aplica el freno a la siniestra mano
y a la diestra la espada, bravo, insano.

   Pero Cortés, la suya levantando,
la aferrada siniestra le cercena,
y el escondido corazón buscando,
con penetrante punta le barrena:
iba el valiente joven derribando,
su golpe envuelto ya en ansiosa pena,
mas el mucho esforzarse más le ofende
y en tierra sin ningún vigor se tiende.

   Olid, a Catuxllén herir queriendo,
topa a la diestra al fuerte Tlaxbalano
que (la ancha espada al puño requiriendo)
le acomete con ánimo lozano:
lanza y riendas le corta y, resurtiendo
el golpe del gallardo tlaxcallano
al fornido pescuezo del caballo,
bastó hasta el gaznate a cercenallo.

   Zúñiga a Tluxpayón corre furioso
y de una punta un hombro le atraviesa:
mas el herido bárbaro animoso,
la espada revolviendo con gran priesa,
aunque al soslayo, un golpe peligroso
le alcanza que el arzón y malla espesa
le deshizo y, al muro descendiendo,
lo que tocó la punta fue rompiendo.

   Hiere Otoxbli a Burgueño malamente
en un brazo, y a Xuárez también hiere,
y a Romero Tlaxllán hiere en la frente,
mas a sus manos al instante muere.
Llegan en esto Ayala y San Vicente,
Trejo, Lasso, León, a quien prefiere
(no en lo peor) Fortuna de tal hecho,
que estaba el Español en punto estrecho.

   Llega Oviendo tras ellos, y Cabrera,
y hiere Talbo de una flecha a Oviedo,
que a toda rienda, con veloz carrera,
al Bárbaro embistieron con denuedo:
mas, no por eso la arrogancia fiera
perdió el coraje ni mostró algún miedo,
que aunque dos de los quince en pie quedaron,
hasta morir las armas no soltaron.

   Pillarol al socorro ya llegaba
pero, viendo a los quince alanceados,
con doscientos soldados se arrojaba
furioso a los caballos fatigados,
a quien coger sin sangre bien pensaba:
mas ellos, de tropel y concertados,
por los sobresalientes van rompiendo,
bastante y sanguinosa senda abriendo.

   Cortés con Millarán topó el primero,
que así lo quiso su contraria suerte,
y de tostado palo y seco cuero
le pasa un peto duro, grueso y fuerte;
sólo tuvo lugar de decir: «Muero,
y no es posible ya volver a verte.»
Era un joven gallardo y animoso,
más en amor que en armas venturoso.

   Entra, por toda parte discurriendo,
con proceder furioso y alentado:
golpe de mar las peñas deshaciendo,
del erizado norte levantado,
ni raudal fijas presas impeliendo,
de los húmedos euros esforzado,
a su furioso ímpetu no alcanza[n],
cuando más vehemente[s] se abalanzan.

   No tira golpe que mortal no sea
el indignado capitán valiente,
y con disforme herida a Mixtlo afea,
el joven más hermoso de occidente.
Pasa, rompiendo en desigual pelea,
del grueso campo la primera gente,
fijo en la silia bien cual roble fuerte,
sin que tiros le espanten ni la muerte.

   Síguenle los demás, alanceando
con valeroso esfuerzo a toda parte,
cada cual por su diestra muestras dando
cual las diera de sí el sangriento Marte:
mas Olid y Romero peleando
alcanzan de heridas buena parte
que, como de caballos carecían,
conservarse entre tantos no podían.

   Con polvorosa nube se avecina,
del Español el campo presuroso,
cuyos briosos ánimos indina
el son postrero de embestir fogoso;
retumba el aire con la voz contina
del bárbaro instrumento tortüoso,
y con los atambores mal templados,
de presurosas manos golpeados.

   Llegaba el campo amigo a toda priesa
a embestir al contrario, en orden puesto,
cuando soltó un clamor la turba espesa,
perdiendo mucha parte de su puesto;
desiste con lamento de la empresa,
y voz confusa, haciendo manifiesto
su mísero destino y corta suerte,
el fin temiendo de su golpe fuerte.

   Era el áspero y duro sentimiento
porque el valiente Trejo muerto había
a Pillarol, lloroso acaecimiento
que desastrado fin les prometía,
prodigio recibido por sangriento,
que por tierra el pendón rodar se v[e]ía
y, muerto el capitán, cabe él se muestra,
que es entre ellos la suerte más siniestra.

   Medroso el Tlaxcallano se retira,
dejando el campo a la española gente.
Cortés con los caballos tras él tira,
muchos alanceando crudamente:
de tal rigor el Bárbaro se admira
y, con larga carrera vehemente,
toma de Tlaxcallán la senda usada,
de hirviente y roja sangre rocïada.

   Ya el bárbaro teniente se movía
con un copioso ejército formado,
que detenido hasta allí se había
por conveniente acuerdo y fin tomado:
que embestir al contrario no quería
hasta verle en la tierra dentro entrado,
porque no a la marina se tornase,
si alguno de sus manos se escapase.

   No quiere que el alcance más se siga
Cortés, ni le parece conveniente,
pues ya la turba bárbara enemiga
le deja todo el campo libremente.
Lo que de nuevo inquiere con fatiga
es dónde recoger su poca gente:
y así su campo asienta en un recuesto,
para sus fines conveniente puesto.

   El espacio postrero ya del cielo,
con sus fogosos pies habían tocado
los febeos caballos, y del suelo
su ardiente luz del todo retirado,
cuando roto, afligido y sin consuelo
el bárbaro escuadrón desbaratado
ante Maxixca llega polvoroso,
que en breve supo el trance sanguinoso.

   «¡Yo juro por los dioses inmortales
(dice el caudillo) de hacer de suerte...!
Mas sosegad, amigos especiales,
y hágase el campo en este sitio fuerte,
mientras la muda noche en los mortales
dulce y Pesado sueño esparce y vierte
y venga nueva luz.» Mas entre tanto,
cese el acento ronco de mi canto.


 
 
FIN DEL CANTO DECIMOSEXTO