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ArribaCanto XXV

El milagroso y victorioso suceso que los españoles tuvieron en lo más estrecho de su lamentable retirada en los campos de Otumpam [Otumba] por el alto valor de Cortés. La sangrienta huida de los mejicanos y amigable acogida que a los españoles hicieron en Tlaxcallán [Tlaxcala]. El razonamiento que hizo Cortés a sus españoles, animándolos, y el que hizo el rey de Méjico a sus ahuyentados escuadrones.




    Principio de salud gozosa, entera,
es el conocimiento del pecado,
de a do nace la enmienda verdadera
y el castigar su culpa el más errado:
éste suspende el golpe que se espera
del brazo omnipotente levantado,
con que el justo castigo se convierte
en apacible estado y diestra fuerte.

   Culpando va el Ibero miserable
su errada vida, de imprudencias llena,
codiciosa, imperfecta, varïable,
con que humillado ya su error condena
de haber a su Hacedor incomparable
así ofendido con ansiosa pena:
llora, gime, suspira, ruega, clama
y a la Virgen con pecho hirviente llama.

   De esta suerte, con paso fatigoso,
del victorioso Antípoda seguido,
llegó a un corto cerrillo pedregoso
cuando había nueva luz Delio ofrecido,
habiendo del contrario sanguinoso
gran daño con oprobios recibido:
que siempre el miedo y el vivir culpado,
es del ufano vencedor juzgado.

   Aquí un antiguo templo y torre había
do las perdidas vidas restauraron,
y de la espesa turba, que ocurría
con sangriento furor, se repararon,
de a do, con varios tiros, la osadía
del orgulloso Bárbaro templaron:
plantan de Carlos la señal enhiesta,
guardando el fuerte y pedregosa cuesta.

   Sucedió al claro día el ciego velo
nocturno, envuelto en confusión y espanto,
mas no mejora del Ungido el duelo,
que está hambriento y de morir a canto.
El general de Cristo, el desconsuelo
viendo y la confusión, destrozo y llanto,
a la oración postrado se dispuso,
de él frecuentada por costumbre y uso.

   «Perfecto, Hacedor de toda cosa,
dice, en cuya copiosa confïanza
contra esta turba idólatra, orgullosa,
alcé estandarte y empuñé la lanza,
mira con faz benigna y piadosa
cómo del bautizado pueblo alcanza
el monstruo estigio próspera victoria,
de que atribuye a su poder la gloria.

   «Suspende del castigo el justo efecto
contra este pueblo mísero y errado,
que con amargo llanto y tierno afecto
su proceder condena mal mirado.»
No llegó tarde arriba el ruego acepto
que, cual volante pájaro alentado,
las nubes penetró e hirió el oído
del padre omnipotente enternecido.

   Vuelve al Ibero los piadosos ojos
y, condolido de su triste suerte,
dice: «Acábense ya tantos enojos,
pues el amado pueblo se convierte.
Deje Satán del Indio los despojos;
deshágase, que es tiempo, el lazo fuerte
y la ciega tiniebla que ocupada
tiene la vista de esta gente errada.

   «Suban a los asientos eternales
que perdió la ambiciosa inobediencia,
y en las partes se extienda occidentales
mi inexplicable ser y providencia.»
Dijo, y las bellas luces celestiales,
varios visos haciendo y diferencia,
al mover la cabeza el Padre eterno
temblaron, y el profundo, oscuro Averno.

   Sella las luces del cristiano Marte
un blando, breve sueño al improviso
en el cual ve a Miguel, que a toda parte
borda el templo con luz del paraíso:
«Esfuerza, oh gran varón (dice), que a darte
vengo esperanzas del Señor, y aviso
para que tus intentos se consigan,
a quien tus tiernas lágrimas obligan.

   «Aunque no has procedido cual debieras
(ni tus inadvertidos militantes),
si los ciegos discursos consideras,
de lo que Dios dispone tan distantes.
Mas pues conocimiento tan de veras
de vuestras vidas alcanzáis, errantes,
a los jüeces por el Cielo electos
manifestad contritos sus defectos:

   «Poniendo a la ambición y a la codicia
de hoy más (con gran constancia) un freno duro,
dando al Cielo postrados su primicia,
camino de salud cierto y seguro.
Desterrarás con esto la malicia
armada contra ti del reino oscuro,
y procediendo, capitán, de esta arte
quiere el Señor que sigas su estandarte.

   «Que en lo pasada edad, y en la presente,
y en la futura, a muchos dar pudiera
este cargo el Señor, tan eminente,
que en su nombre arbolaron su bandera.
Esto debe obligarte sumamente,
si su grandeza bien se considera:
que a ti solo en el mundo te eligiese
para que a éste sin ley la suya diese.

   «Con tu compaña a Tlaxcallán camina,
bien que en Otumpam el Señor ordena
(por sana y conveniente medicina)
llevéis de graves culpas leve pena:
que en esto el justo azote y la ruina
quiere que se convierta, [a] que os condena;
pero saldrás al cabo victorioso
para dar a tu intento fin glorioso.»

   Despareció con esto el joven santo
y, por el aire, puro se levanta.
Cortés despierta, con alivio tanto
que, en contrición humilde, se adelanta
y (con nueva esperanza) del quebranto
con que el monstruo infernal su mente espanta
sale, turbado ya con mil temores,
de que al Cielo Cortés da nuevos loores.

   Luego, con prevenida y pronta mente,
a los pies se arrojó de un religioso,
y con faz vergonzosa y pecho hirviente
sus culpas descubrió contrito, ansioso.
El celestial ministro sabiamente
le reprehende, y, con rigor piadoso,
y le absuelve con fácil penitencia,
aplicando el remedio a la dolencia.

   Al punto le imitó la fiel compaña
y todos de sus culpas se limpiaron;
con humildad y contrición extraña
la enmienda de la vida protestaron.
Mas huyendo del Bárbaro y su saña,
del templo a media noche se ausentaron,
al cual (ya libres del temido asedio)
la Virgen, le llamaron, del Remedio.

   Después de mil reencuentros sanguinosos,
del orgulloso Bárbaro seguidos,
a los campos llegaron espaciosos
de Otumpam destrozados y heridos.
Querer contar los trances peligrosos
en este breve espacio sucedidos,
la hambre, sed, fatiga fuera cosa
no para deleitar, más enfadosa.

   Pues de mí os sé decir que ya me siento
de rigor enfadado y de aspereza
y que me faltan términos y aliento
para decir de tantos la fiereza:
que pensar de escribir es vano intento
de tantas manos juntas la destreza,
la variedad de suertes, las heridas
dadas en un instante y recibidas.

   Bien quisiera algún tanto recrearme
cogiendo algunas flores deleitosas,
sin al rigor furioso siempre darme
de las veras marciales sanguinosas:
mas el sujeto no es para dejarme
con mente y pluma ni un momento ociosas,
que en mis ocupaciones me vocea
a que su obligación no sobresea.

   Y aunque de mil precisas rodeado,
entre papeles a mi rey sirviendo,
de una y otra jamás desocupado,
con ésta, aunque a mi costa, voy cumpliendo,
aun del común reposo no escudado
(que la vida conserva) desistiendo,
bien arrepiso ya de esta promesa,
no viendo, como joven, cuánto pesa.

   Digo que el nuevo rey, bravo, orgulloso,
habiendo la victoria ya cantado,
despreciando al Ibero temeroso,
por su postrero día aquél juzgado,
dejando el duro alcance sanguinoso,
a la fuerte ciudad se había tornado
pareciéndole ya ser imposible
ni uno escapar de trance tan terrible.

   Fue tal la multitud de armada gente
que se juntó en los campos otumpanos,
el alcance siguiendo diligente,
con pies fogosos y sangrientas manos,
tal la hambre, fatiga y sed ardiente
en que estaban los míseros cristianos,
que fue aquél por el término tenido,
por su perfecto Autor constituído.

   Cercados por aquella y esta parte,
los pasos y caminos ya atajados,
faltos de fuerza, sin industria ni arte,
errando aquí y allí desalentados
por el duro fervor del fiero Marte:
discurrían confusos, desmandados,
sin poder ya mover la débil diestra
para impedir su suerte cruel, siniestra.

   Rotas de los caballos las ijadas,
sangre y sudor destilan anhelantes,
del hierro ardiente con fervor labradas,
que no el correr y huir son semejantes:
la yerta crin y orejas levantadas,
las hinchadas narices resonantes,
el bufido, relincho y salto fuerte,
en no se hartar de aliento se convierte.

   Mas el fuerte Cortés el daño viendo
(con firmes esperanzas de victoria
por lo que el ángel dijo discurriendo,
cuando alivió en el sueño su memoria),
rienda, estribos y lanza previniendo,
parte a ganar de un golpe eterna gloria:
rompe por los espesos escuadrones
con diestra fuerte y ágiles talones.

   Aquí hiere, destroza, allí derriba,
acullá descompone y desbarata,
mata a Tlaxgón, que con soberbia altiva
de haber muerto españoles seis se jacta:
tras éste sobre Ataxio y Mixto arriba,
a quien con tal rigor de paso trata
que, en su caliente sangre resbalando,
con Atropos los deja peleando.

   Por una y otra banda el campo deja
de cuerpos sin alientos ocupado,
y a los más resistentes más aqueja,
rompiendo senda por lo más cerrado.
Penetra el pecho del ufano Ixtlexa,
de los del duro alcance el más loado;
también el tuyo rompe, Axtaro fuerte,
haciéndote con Tadio igual en suerte.

   Firme en la silla cual robusta encina
en el inculto monte levantada,
a quien el Bóreas cuando más se indina,
ni del cielo la injuria ofende en nada,
iba el cristiano Marte haciendo dina
de fama sin igual su diestra airada:
no los tiros le espantan ni la muerte,
que triunfa de ella con propicia suerte.

   Rompiendo cual el Noto impetüoso
cuando las plantas con rigor combate,
el capitán ibero corajoso
montones de hombres a sus pies abate:
pasa adelante y, con vigor brïoso,
del cansado andaluz la ijada bate,
hasta que dio en la seña deseada,
por el real alférez arbolada.

   En cuyo pecho, con pujanza entera,
abrió dos anchas puertas sanguinosas
por donde a la región estigia fiera
huyó el alma entre sombras espantosas:
rueda por tierra la imperial bandera
entre mil esperanzas jactanciosas,
y en medio de la ya cantada gloria,
su ruïna lamentan cual notoria.

   Aquí se vio en su punto en un instante
el temor en coraje convertido,
y el coraje y orgullo del triunfante
al vil temor del todo sometido:
¡Oh humano discurrir, vano, errante,
con vana presunción desvanecido,
cuán sin fruto en tus cosas te previenes
si grato a tu perfecto Autor no tienes!

   ¡Quién vio al gallardo Antípoda alentado
felizmente seguir esta victoria,
y al oprimido pueblo bautizado
llorar su suerte mísera, notoria!:
el uno y otro en suertes tan trocado,
vuelta en oprobios la adquirida gloria,
y en gloria ya el oprobio convertido,
y jüez del triunfante el ya vencido.

   Deja el sangriento Antípoda el alcance
y la temida faz vuelve al medroso:
admirado el Ungido en este trance,
vuelve sobre él con paso fatigoso,
cuyo coraje a ser (de lance en lance)
vino, de honor forzado, tan fogoso,
que el aliento más flaco y flaca diestra
daba ya victoriosa, ufana muestra.

   La tierra, de la ibera sangre roja
húmeda, por aquella y esta parte,
con nuevo humor sanguino se remoja
del que ofrece del Indio el crudo Marte:
que ya confuso y con mortal congoja,
entregado al temor por toda parte,
mide con sueltos pies el ancho llano,
do poco antes cantó victoria ufano.

   Hiere los aires el metal sonoro,
del ibérico aliento compelido;
victoria suena el miserable lloro,
en voz triunfante, alegre convertido:
ya el suelo ocupan las estatuas de oro
de aquel monstruo infernal desvanecido;
ya su efigie y banderas tremolantes
se ven holladas de los ya triunfantes.

   Ya el suelo ocupan con mortal lamento,
en bautizada sangre resbalando,
los bárbaros sin luz de ciento en ciento,
en los muertos iberos tropezando:
causa en el Español de más aliento,
con que iba su fiereza ejecutando,
provocado a venganza con gemidos
de los que mueren de los pies batidos.

   El general de Cristo, que siguiendo
iba el sangriento alcance fervoroso,
del bautizado pueblo conociendo
la sed, la hambre y falta de reposo,
hecho gran daño en el contrario habiendo,
de restaurar el suyo cuidadoso,
el alcance mandó se suspendiese
y que de recoger señal se diese.

   Luego que la trompeta obedecida
sembró el decreto por el aire puro,
cesó el alcance y la veloz corrida,
las crudas muertes y el estrago duro:
y ya a naturaleza socorrida,
débil y puesta en punto mal seguro,
junta el pío Cortés su poca gente
y así la anima con amor ferviente:

   «Caros amigos, ya el pasado trance
nos muestra que lo más tenemos hecho,
ya la ruina veis y el duro alcance
que ha puesto al Mejicano en tal estrecho.
Resta que cada cual el temor lance
(si temor puede haber en vuestro pecho),
y que victorias tal en mucho estime,
con que otros tales su valor le anime.

   «Ya la seña imperial veis abatida
de este monarca bárbaro pujante,
(presagia suerte entre ellos, y temida)
su alférez muerto, de valor constante,
por esta diestra del Señor regida,
parte a mi parecer harto importante
para que fácilmente consigamos
el fructüosa fin a que aspiramos.

   «Las armas prevenid y fuertes pechos
(con firmes esperanzas de victoria)
para otros trances no cual éste estrechos,
que otro no queda do adquirir la gloria.
Y ahora, pues estamos satisfechos
del Tlaxcallano y su amistad notoria,
a su ciudad, amigos, caminemos,
do el cansancio y heridas reparemos.

   «Pero primero, cual el tiempo ordena,
demos a los amigos sepultura,
cuyas almas ocupan la serena
región celeste, donde no hay tristura,
pues hoy con sangre ilustre y suerte buena
esta patria y aquélla de holgura
con justo celo y con valor compraron
y a la inmortalidad se consagraron.»

   Así dice, los ojos de agua llenos,
y luego, con ferviente diligencia,
hace en la tierra abrir profundos senos,
dando el postrer honor, con reverencia,
en los campos otumpanos amenos,
a los amigos cuerpos, la decencia
guardando en todo que le fue posible,
con afecto amoroso y compasible.

   Mil gracias dando a la potencia trina
en todo, y por tan alta y gran victoria,
con paso largo a Tlaxcallán camina:
do la antigua nobleza senatoria,
su destrozo sabido y su ruïna,
(por alta inspiración obligatoria),
con cincuenta mil hombres en campaña,
iba al socorro con presteza extraña.

    El tlaxcalteca general gozoso
en su ciudad al Español admite.
Los heridos curando caricioso,
hace el recelo de Cortés se quite
que al fin, cual retirado temeroso,
no piensa hallar quien su destrozo evite,
pues contra el tal en semejante prueba,
no hay cosa que a dañarle no se atreva.

   Pero, ¿de qué, varón por Dios eleto
para tan alta y singular jornada,
temes, me di, si el celestial decreto
rompe por ti la vía más cerrada?
¿No ves que el Tlaxcallano, al Cielo aceto,
tiene la ciega mente ya alumbrada,
y que por el Autor de toda cosa
contigo es su fiereza cariciosa?

   ¿No ves que el fuerte joven refulgente,
a quien fue la ruïna cometida
del ángel comunero inobediente
en aquella batalla tan reñida,
sigue tu justa causa prontamente,
y esta provincia bélica, temida,
reduce a tu amistad (tan sin fatigas)
para que desde allí tu fin consigas?

   ¿Quién os sabrá decir con el despecho
que el mejicano rey la nueva escucha
del siniestro suceso y duro estrecho,
el fiero estrago y la matanza mucha?
Hierve la ira en el gallardo pecho,
trabando, por mostrarse, ardiente lucha:
brama fogoso por crüel venganza,
del hado blasfemando y su mudanza.

   Mas ya pasado el ímpetu primero,
como varón prudente se reporta
para mejor trazar lo venidero,
como quien no ignoraba cuánto importa;
y, serenando el rostro airado, fiero,
sin color (de coraje) al Indio exhorta
diciendo con voz grave estas razones
a los ahuyentados escuadrones:

   -«Oh amigos, sin por qué del hado vario
con este duro golpe lastimados
(más fuerte que la diestra del contrario
y que sus duros filos acerados):
no sin misterio el Cielo, aunque adversario
parezca a vuestros fines levantados,
hoy perturbó la ya cantada gloria,
sacándoos de las manos la victoria,

   «Para que de una vez triunféis de todos
y de la unión rebelde a mi corona,
que con débiles fuerzas, por mil modos,
abierta guerra contra mí pregona.
Si esta reliquia mísera de godos
(de que jachaste voz gloriosa entona)
en este duro trance se acabara,
en mucho la Fortuna os agraviara.

   «Porque la Liga, su destrozo viendo
como fin principal de su esperanza,
fuera las libres armas abatiendo
con humildes excusas y alianza:
así que, su malicia conociendo,
quedaba nuestra injuria sin venganza,
la cual ahora tomaréis entera,
los modos eligiendo y la manera.

    «No culpo ya el haber desamparado
los otumpanos campos victoriosos,
pues fuera el no hacerlo haber errado,
según nuestros decretos rigurosos:
que habiendo mi estandarte el duro hado,
(con señales y agüeros prodigiosos)
abatido a los pies de mi contrario,
fue el dejar la batalla necesario:

   «Que de otra suerte, si a mi real presencia
viniérades con faz ahuyentada,
dudo en si hacer pudiera resistencia
a los agudos filos de esta espada,
que en vuestro daño, con mortal sentencia,
hiciera su deber como agraviada,
que aquél no estima la afrentosa vida
que al ojo ve la honra oscurecida.»

   Dijo, y al punto, con loable traza,
la ciudad y calzadas reedifica,
mientras de Cristo el general enlaza
contra ella la celada, cual publica.
El golpe con que el hado la amenaza,
por más que el nuevo rey la fortifica,
diré, insigne marqués, en la otra parte,
que ya me falta en ésta ingenio y arte.




 
 
FIN DE LA MEXICANA DE GABRIEL LASSO DE LA VEGA