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ArribaAbajoCanto V

Halla Cortés el navío que había perdido en la borrasca pasada. Prosigue Neptuno en impedirle el paso para la Nueva España. Pónele el Ángel con su armada en salvo, a la boca del río Tabasco, dándole tierra firme, en la cual se le ofrece en hábito de mancebo cazador, y le informa de la tierra y gente. Cuéntale asimismo la sangrienta batalla y retirada del capitán Francisco Fernández de Córdoba. Ofrécesele el príncipe de las tinieblas al cacique Tabasco en sueños, instruyéndole en lo que debe hacer para ruina de los españoles.




    No desconfíe el más necesitado,
el más menesteroso y afligido,
ni el que con más rigor fuere del hado
y de suerte siniestra perseguido;
no se juzgue ni llame desdichado,
que nadie sin trabajos ha vivido:
¿cuál de los puestos en la varia rueda
habrá que sin miserias vivir pueda?

   Que, a nuestro parecer, luego que vemos
que algún suceso adverso nos aflige,
por perdición notoria le tenemos,
contra la ley divina que nos rige;
mas si nuestra malicia conocemos,
antes nos purifica y nos corrige,
que a veces por do asoma el daño y pena
viene la suerte próspera más llena.

   Por Aguilar lo digo, que perdida
tenía de remedio la esperanza,
y por la rota llave que, escondida,
en Campeche se vio sin confianza
de verse a puerto amigo conducida
y libre de la antípoda pujanza,
de sed, hambre, temor y desventura,
suerte aguardando lamentable y dura.

   Perdióse en la borrasca ya pasada
la desmandada nao que habéis oído,
y del rigor del viento fue arrojada
a un puerto que hoy se llama el Escondido,
do estando de favor desconfïada,
oyeron los de dentro un gran rüido
que a ellos, cortando el agua, se acercaba
y con la ciega noche se ocultaba.

   Del repentino caso alborotados,
en confuso montón van discurriendo,
con atentos oídos levantados,
al rumor que por puntos va creciendo.
Ocupan los lugares señalados,
los flacos reforzando y previniendo;
entrañan los cañones con cuidado
de salitrada especie y plomo helado,

   Temiendo si en su daño conjurada,
aquella nueva gente se movía,
con alguna naval, secreta armada,
visto ofender por tierra no podía.
Y estando, cual oís, atribulada
la iberia gente, al apuntar del día
oye de amigas trompas varios sones,
de Carlos descubriendo los pendones.

   Era el pío Cortés, que con su flota
en busca del navío caminaba,
tomando de una isleta la derrota
que hacia Campeche más se avecinaba:
pero torció la vía por ignota
y, por otra que más le aseguraba,
a una cala llegó, do había surgido
el mediano bajel que había perdido.

   Nunca madre cobró el perdido hijo,
ni el hijo recobró a su madre cara,
en quien se viese tanto regocijo,
con tiernos ojos y halagüeña cara:
ni en el amante ausente el amor fijo,
vuelto a lo amado, dio muestra tan clara,
cual vuestro, abuelo dio de haber cobrado
el navichuelo, y él de verse hallado.

   Tienden las anchas velas levantadas,
reciben en sus sellos útil viento,
óyese de las cuerdas estiradas
el rechinar, y airoso movimiento.
Cortan las naos con proas alentadas
el mar tratable, cuanto ya violento;
hacen las ondas señas a la flota
que siga de Tabasco la derrota.

   Estaba de la armada en asechanza
el cerúleo Tritón, con ojo alerto,
por orden de Neptuno, que venganza
pretende, y de su ida aviso cierto.
Despide horrible aliento con pujanza,
por su instrumento cóncavo retuerto,
truena con recio y áspero sonido,
de los Gigantes por su daño oído.

   Como cuando vapor seco y caliente,
en nuble negra y húmeda encerrado,
sale rompiendo por do el rayo ardiente
es con rüido de su seno echado,
así la corva concha reciamente
rebrama desde el sur al norte helado;
todo el húmedo reino se alborota,
y la región del mundo más remota.

   Dejan veloces sus acuosos nidos
de Océano los alados moradores,
do pieles vistosísimas vestidos
y escamas varias, varias en labores:
que como resonase en sus oídos
(más que jamás, con truenos muy mayores)
la superior señal, se alborotaron
y las cabezas sobre el agua alzaron.

   Tú, Ícaro, de Febo aún temeroso,
no enjuto de las lágrimas paternas,
del rayo te recelas fulminoso,
con que ya regaló tus alas tiernas.
Temblaron de tu mar altivo, ondoso,
las aguas, y las cóncavas cavernas
bramaron todas con los recios truenos,
llenos de confusión sus huecos senos.

   Refrenó el frigio Marsias su corriente,
el llorado tributo al mar negando,
su albergue de cristal resplandeciente,
con vuelo velocísimo dejando:
saca del agua su mojada frente,
los azules cabellos ondeando,
al son horrible y áspero movido,
nunca de él con vigor tan grande oído.

   Veloz se cala al espacioso centro
la vigilante y presta centinela,
y por la estancia de Neptuno adentro,
la alegre nueva en altas voces vuela.
Sale el marino dios al grato encuentro,
que el torpe efecto del tardar recela;
los presurosos vientos le acompañan,
que el mar humilde desde el centro ensaña.

   Tenía fresca en la inmortal memoria,
la precedente burla entera y viva;
érale dura y lastimosa historia
ver que, con grato cielo y frente altiva,
el Iberio, cantando la victoria,
a su despecho por sus reinos iba,
y que impedirle el paso salió vano,
con el intento y ruegos de su hermano.

   Pretende de su agravio dura enmienda,
hiere sus monstruos con azote duro,
abren furiosos transparente senda,
rompiendo un cristalino y otro muro;
siguen las ondas con pujanza horrenda
su curso, y el revuelto cieno oscuro
también le sigue en ciegos empellones,
y de confusas ovas mil montones.

   Mas el celeste joven fulminoso,
el vuelo infatigable levantando,
discurre por el aire presuroso,
la que parió al terror de luz bordando:
cuando a su medio curso presuroso
llegaba (el mundo de quietud dotando)
entra en la capitana reforzada,
del vecino peligro descuidada.

   Sepulta en sueño, con pesada carga,
Miguel al timonero, y de la mano
le quita el gobernalle y de él se encarga,
al parecer en forma y voz humano.
La nao con empellón furioso alarga,
de las otras el mar dejando cano;
vienta tras esto un próspero, levante,
para sus altos fines importante.

   Deslízanse las naves presurosas
por el tendido mar con sesgo curso,
y tras la capitana codiciosas
siguen su velocísimo discurso:
que de nubes turbadas y lluviosas,
ven hacia el frío norte gran concurso,
de cuya banda un trueno con rüido
se oyó, con asperísimo estallido.

   El general de Cristo, que oyó el trueno,
sube a popa llamando al timonero
(de que fuese quien era bien ajeno),
a quien dice: «Cuidoso compañero,
¿cómo truena con tiempo tan sereno?,
¿qué barruntas, me di, del venidero?»
El santo protector que le encamina,
de esta suerte soltó la voz divina:

   «Capitán valeroso, mil señales
de temporal siniestro se me ofrecen:
los cuernos de la luna desiguales,
que de niebla ofuscados se oscurecen,
y el que a las partes ves septentrionales,
cuyas sombras, señor, por puntos crecen,
amenaza con Norte descompuesto,
y con lluvioso Ábrego el opuesto.

   «Y estas vagas estrellas, que cortando
vienen el aire con volar fogoso
de la banda del este, denunciando
van a la del oeste tiempo odioso.
Y las que ves también centelleando,
con rutilar más vivo y más lustroso
que acostumbran mostrarse de ordinario,
denuncian tempestad y viento vario.

   «Y aquesta niebla vaporosa, ciega,
que turba la región del aire claro
y en mil partes distinta al mar se entrega,
el don haciendo de la luz avaro;
y aquella nube que al oriente llega,
a quien siguen las otras como amparo,
mil formas ofreciendo, inciertas, varias,
ten por señales, capitán, contrarias.

   «Este color del mar ennegrecido,
es de erizados nortes señal cierta,
y en el fervor del centro embravecido,
de vientos diferencia está cubierta.
Gran daño tiene dentro concebido,
bien tengo su malicia descubierta,
y estas espumas que sembradas vemos,
por siniestra señal también tenemos.

   «Los duros golpes, capitán, escucha,
con que las yertas rocas el mar hiere,
la furia descompuesta con que lucha,
que otra vez anegar el mundo quiere.
Llama tu suerte favorable y mucha,
si el puerto que pretendes hoy te diere
sin recibir tu armada detrimento
del mar furioso y del instable viento.

   «Pero si aqueste próspero no calma,
y, un breve espacio como vienta dura,
de más que piensas te promete palma,
y puerto en tierra firme te asegura.
Que le tenemos cerca me da el alma,
según colijo de una niebla oscura
que al templado occidente se me ofrece,
que sobre alguna tierra estar parece.

   «A quien, si bien adviertes, ya visita
la Aurora con su frente plateada,
ya de sus cumbres la tiniebla quita,
y ciega noche de terror vendada;
ya el continuo trabajo resucita
de la cuidosa gente, reparada
del corto espacio de la noche fría,
alivio del penoso afán del día.»

   Dijo, y con velocísima pujanza
y alentado vaivén la nao impele;
cruje la tablazón con la mudanza,
como cuando en peñascos tocar suele.
El presuroso viento aun no la alcanza,
bien que con alas alentadas vuele:
con tal velocidad la nao camina,
que apenas serlo el ojo determina.

   Del senoso Tabasco a la corriente,
por donde el nombre pierde, en breve llegan,
y con gozo común el corvo diente,
las naos a la distante arena entregan.
Los españoles, con amor ferviente,
de tierra su agradable asiento aprueban:
salta Cortés con Aguilar en ella,
blandiendo de ancho hierro un asta bella.

   Apenas en los hierros se fiaron
y en las amarras retorcidas, gruesas,
apenas el timón desampararon,
de las señales no curando aviesas,
cuando su oculta furia declararon
(montañas de agua levantando espesas)
los vientos, con rigor desenfrenado
juntando el bajo mar con lo estrellado.

   Viendo el señor del húmedo tridente
que tierra el Español tomado había,
y que el alado joven refulgente
en todos sus peligros asistía
(a los altos preceptos obediente),
a su líquido alcázar se volvía,
desengañado ya, como testigo,
de cuánto le era en todo el Cielo amigo.

   Quiere reconocer la tierra ignota
Cortés por su persona, y enterarse
si es cierta de su intento la derrota,
y de sus naturales informarse:
por poder, a la gente de su flota,
con verdadera relación tornarse,
y de sus compañeros belicosos,
asegurar los ánimos dudosos.

   Al cual en medio de aquel llano umbroso,
dejando ya la flota asegurada,
el cortesano celestial lustroso,
visible se ofreció con faz rosada
en hábito de joven bullicioso,
tras la tímida caza levantada,
con fácil arco en la siniestra mano,
y prestas plantas demarcando el llano.

   A quien dijo Cortés: «Joven, refrena
el presto curso de la tierna planta,
no la fatigues con la ardiente arena,
pues que a su cumbre el sol ves se levanta.»
¡Oh venturosa suerte, oh suerte buena,
llena de gozo y de esperanza tanta,
por cuyo medio relación se espera,
no menos que elegante, verdadera.

   «Pero ¿quién pensaré, me di, que seas,
que tu forma parece más que humana,
y la muestra exterior de que te arreas,
más que no de esta tierra es soberana?
Ora seas deidad, ora hombre seas,
por esa bella juventud lozana
do el perfecto Hacedor tal bien encierra,
me informes, te suplico, de esta tierra.

   «Pláceme, dijo el cortesano hermoso,
como quien de ella, amigos, nada ignora
y suspendiendo el paso presuroso,
con nuevos rayos los de Delio dora.
De su aspecto los dos, y hablar gracioso,
cada cual se suspende y enamora:
el cielo, el sol, el aire reserena
la voz divina, de consuelo llena.

   «Aquesta es tierra firme y habitada
(Miguel les dice) de una fiera gente,
del valiente Tabasco gobernada,
a quien está sujeta y obediente;
de sus nobles pasados heredada,
por él guardada valerosamente,
no de las gentes convecinas solas,
pero aún de las remotas españolas.

   «Mira, le dice, el potonchano estado,
y el bello pueblo do el cacique asiste,
de veinte mil vecinos habitado,
fuerte cuanto en su tanto jamás viste,
de distrito hermoso, dilatado,
que mil gruesos ejércitos resiste;
mira de troncos los fosados muros,
rendidos nunca a los asaltos duros.

   «Aquí es adonde, en casa de madera,
tomó tierra una gente así barbuda,
de vuestra lengua, rostros y maneras
aunque arrogante, al parecer, y cruda.
Tomó del corvo río la ribera,
y tomar la ciudad pensó sin duda,
desposeyendo de su antiguo estado
al temido cacique ya nombrado.

   «Fuéles el hado mísero, siniestro,
que en este sitio y dilatados llanos
al paso les salió el cacique diestro
con cantidad de jóvenes lozanos.
Hizo bien su deber el bando vuestro,
mas los altos decretos soberanos
(a cuyo disponer no hay fuerza humana)
ampararon la causa potanchana.

   «Aquestos blancos y curados huesos,
que han las aves y el tiempo descarnado,
son las reliquias miserables de esos
testigos del suceso desastrado:
a quien los hados fueron tan aviesos
que pocos, y el caudillo destrozado,
de la mortal batalla se escaparon
y a sus instables casas se tornaron.

   «De esta rompida gente se decía
Córdoba el capitán, y no me engaño,
que no fue sólo aqueste el postrer día
que señaló la suerte a vuestro daño,
que de algunos deciros bien podría;
mas como es de mi vida trato extraño,
perdonad si enteraras más no puedo,
puesto que corto con vosotros quedo.

   «Lo que os cumple saber es, se publica,
que una gente a vosotros semejante,
aquesta tierra ignota, fértil, rica,
sujetará con ánimo pujante.
Vosotros sois, si sois (Miguel replica)
los de valor y pecho tan constante,
vosotros sois sin duda, extraña gente,
quien pondrá duro yugo al Occidente.»

   Dijo, y volviendo la cerviz rosada
manifestóles nueva luz visible,
con que la frágil vista fue ofuscada,
y se hizo su beldad casi invisible.
Derramó la madeja destrenzada
olor por todas partes apacible,
y al mortal discernir la forma niega,
seguido en vano de la vista ciega.

   De esto y del resplandor los dos turbados,
un rato vacilaron con la mente,
sin moverse, mirándose atajados,
con mil mudos afectos igualmente:
Mas de la alteración ya asegurados,
hacen discurso en el favor presente,
y habiendo rastreado como humanos,
juzgaron ser avisos soberanos.

   Las profundas palabras consideran,
llenas de fruto, y de consuelo llenas,
mas cuanto más las notan, las ponderan
con mil señales de esperanzas buenas.
Ya el diferirlas con fervor condenan,
a las regiones procurando amenas
millones de almas levantar, ya asidas
de los estigios monstruos, y oprimidas.

   Tratando entre los dos más larg o de esto,
a las vecinas naves allegaron,
donde del general el fin propuesto,
con voz conforme todos aprobaron.
Que por el río con secreto y presto,
nueve barcas se armasen ordenaron,
que descubriendo fuesen las riberas
de aquellas gentes belicosas, fieras.

   El príncipe infernal, el poco efecto
visto, por mar, que conseguido había
en su cautela, y que en cualquier aprieto
el Angel al Iberio socorría
y que era al Cielo el general ace[p]to,
con nuevas trazas sus venganzas guía:
de otra suerte en su daño se previene,
como quien en sus tierras ya le tiene.

   Dice entre sí con ánimo indignado:
«A mí sólo me adora aquesta tierra,
no conocen aquí al Crucificado,
ni a los misterios que su muerte encierra;
vio ha dado aquí a entender que fue encarnado
en Virgen madre, que mi ser atierra,
no saben que murió por darles vida
ni del Padre primero la caída.

   «No saben que el antiguo Caos confuso,
dividió los mezclados elementos,
ni cómo en su discordia los compuso,
limitando sus términos y asientos:
ni que en el firmamento estrellas puso,
ni de la luna y sol los movimientos,
ni que crió las aves y animales,
ni el hombre, a quien dotó de bienes tales.

   «Todo aquesto estos bárbaros ignoran,
y de todo la gloria me atribuyen;
mi habladora estatua sólo adoran,
y cosa sin mi acuerdo no concluyen;
mis simulacros por momentos doran,
en cuyo honor su sangre distribuyen:
de mil hombres, hay día, en ocasiones,
me ofrecen los latientes corazones.

   «De este crédito quiere derribarme
un hombre, que sin fuerza y sin él viene;
con seis descalzos quiere contrastarme,
y con buena intención que dice tiene.
Quiero de mis astucias pertrecharme;
no se me escapará, que me conviene,
que pues al Nazareno le di tiento,
tendré para un mortal mayor aliento.»

   Esto diciendo al aposento llega
donde el Cacique, con inquieto pecho,
no al reposo común el cuerpo entrega,
ni le provoca a tal el blando lecho.
Aunque ya la callada noche ciega,
llegaba al medio de su corto trecho,
revuelve en la perpleja fantasía,
cómo su nombre y tierra extendería.

   Discurre por el ser de sus pasados,
cuyos méritos grandes considera,
de la Fortuna no tan amparados,
como el soberbio Antípoda quisiera.
Propone conquistar nuevos estados,
fíngese de gloriosa suerte entera:
ved la facilidad con que juzgamos,
pues al deseo las suertes igualamos.

   Esto tiene a Tabasco sin reposo,
con esto el sueño ni un momento admite,
no le interrumpe amor libidinoso,
no quiere que el sosiego más le quite.
No piensa en Baco inmundo, perezoso,
que su antiguo valor desacredite,
ni en la glotona Ceres, sino en Marte,
del mundo prometiéndose gran parte.

   Pero los miembros frágiles, sujetos
a la mortal miseria, se entorpecen;
del vacilar sintiendo los efectos,
ya del robusto brío desfallecen.
Poco a poco los ojos cierra quietos
y con sabrosa carga se oscurecen;
despide ronco aliento descansado,
ya en profundo reposo sepultado.

   Mas el común sentido discurriendo
(que en la torpeza de los otros vela)
le va diversas formas ofreciendo
y, conforme al humor que cría, vuela.
Parécele le está su dios diciendo:
«¿Quién, Tabasco, en tu costa es centinela,
quién tu antiguo valor desacredita,
y, que cante de ti, a la Fama quita?

   «Deja para ocasión más oportuna
el blando lecho, rico y oloroso,
que no levanta a nadie la Fortuna
por camino tan torpe y perezoso.
Junta tu fuerte gente (si hay alguna
a quien se deba nombre tan dichoso),
tus instrumentos bélicos se toquen,
que a saña cruel los ánimos provoquen.

   «Acude, acude presto a la marina,
verás tu suerte mísera, siniestra:
gente con nueva ley, nueva doctrina
(que quiere oscurecer la antigua muestra)
tomado ha tierra de la mar vecina,
amenazando con pujante diestra
a tus dioses, persona y a tu estado,
y de todo te juzga despojado.

   «Estos son del Oriente los barbudos,
cuya sangre matiza aún hoy tu espada,
bien saben cómo corta en sus escudos,
y aun volverte la frente amedrentada.
Tus dioses temen mil presagios crudos,
guárdalos, y a tu tierra amenazada;
no admitas esta gente, que te importa,
antes (para su fin) la tuya exhorta.

   Parécele al Cacique tras aquesto
que la adorada estatua conocida
(por la sala alargando el paso presto)
se va, con faz ceñuda y ofendida.
Despierta, alzando el pavoroso gesto,
y conoce la forma no fingida,
levántase diciendo: «¡Al arma, guerra
que entran los enemigos por la tierra!»


 
 
FIN DEL CANTO QUINTO