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En este año, en el que celebramos el IV centenario del Quijote, son muchas las personas, muy cualificadas algunas, que aseguran no haber conseguido superar el rechazo a su lectura, tras haberlo leído obligatoriamente, durante su escolaridad.

Los profesores de primaria y secundaria del siglo XXI saben perfectamente que, si quieren hacer atractivo nuestro libro emblemático, han de usar mucho tiento y dosificar sus páginas a fin de que los adolescentes no se cierren a una lectura posterior y gozosa.

Mientras cabalga Don Quijote no pretende dramatizar el Quijote, que se escribió para ser degustado párrafo a párrafo y capítulo a capítulo como narración, sino jugar con los personajes secundarios más relacionados con la vida familiar del héroe, y quisiera que ellos tuvieran fuerza para entretener a un público juvenil.

Partiendo de la hoguera en la que se destruyen los libros amados por nuestro Hidalgo, he intentado crear una situación puertas adentro del hogar manchego, donde el Ama y la Sobrina, lo mismo que Teresa y Sanchica, han de afrontar la ausencia de los hombres de la casa. No solamente su ausencia sino también la vergüenza de sentirse señaladas con el dedo por el resto de los habitantes del pueblo, la falta de dinero, el miedo a la Santa Hermandad y sus fantasmas personales. La presencia del Cura, el Barbero y el Bachiller enredarán las cosas para bien y para mal. Y, al final, apoyada en una de las situaciones menos conocidas pero, posiblemente, de las más certeras que escribió Cervantes, un Paje, hermoso “como un pino de oro”, lleva la ilusión fugaz a quienes no la tenían.

Comprendo que ha sido mucha mi osadía al escribir esta pequeña comedia en la que me atrevo a interpretar el alma de aquellas aldeanas del siglo XVII, tratándolas unas veces como creía que podrían ser y otras como me hubiera gustado que fueran.

Me daría por satisfecha si los espectadores salieran de su representación con la intención de comprobar, leyendo el Quijote, cuánto hay de verdad y de fantasía en mi farsa.

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