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Miguel Calatayud, un poliedro de muchas caras

Antonio Ventura





Escribe Rafael Alberti en su poema «Picasso» contenido en el libro A la pintura:


¿Quién sabrá de la suerte de la línea,
de la aventura del color?
Una mañana,
vaciados los ojos de receta,
se arrojan a la mar: una paleta.
Y se descubre esa ventana
que se entreabre al mediodía
de otro nuevo planeta
desnudo y con rigor de geometría.

Bien podrían estar dedicadas estas palabras a la obra de Miguel Calatayud, creador y ciudadano de ese planeta geométrico, riguroso, surrealista, concreto, mediterráneo, expresionista, narrativo y meridional.

Muchos adjetivos son, pero, verán ustedes que no sobra, a mi juicio, ninguno.

Miguel Calatayud nació en Aspe, Alicante, en 1942; estudió en la Escuela de Artes Aplicadas de Murcia y en 1966 terminó su licenciatura en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia. Desde entonces a hoy son más de cincuenta los libros -incluidos álbumes y cómics- que ha ilustrado, más de una docena los premios cosechados por su trabajo en ilustración, dibujo o grabado, y no habría espacio en estas breves líneas para reseñar sus exposiciones, su actividad como grafista, cartelista y sus colaboraciones en revistas.

Más allá de esta apretada reseña biobibliográfica, la obra de Miguel Calatayud constituye uno de los universos estético plásticos más sugerentes y originales de la ilustración española y europea actuales.

El presente comentario se circunscribe a su trabajo como ilustrador de libros infantiles; por ello, y por razones de método, cabrá hacer dos comentarios sucesivos, referidos a los dos elementos que en la realidad se producen en paralelo, y que entrecruzándose, definen el trabajo de este creador como ilustrador. Me refiero al componente narrativo -libros de literatura infantil, álbumes ilustrados y cómics-, y al componente formal o plástico.

Aun siendo a su trabajo como ilustrador al que se refieren estas líneas, considero, de igual manera, que las cualidades plásticas que se dan en sus ilustraciones, son extensivas a su tarea como dibujante, cartelista o pintor. De ahí que los comentarios que atiendan a los aspectos estéticos puedan hacerse extensivos a toda su producción plástica.

El primer componente del binomio, el narrativo, es fundamental, ya que estamos hablando de un ilustrador, no de un pintor. Bien es cierto que ambos procesos caminan muy en paralelo y que, no pocas veces, algunos artistas plásticos han tratado de contar una historia en sus cuadros, incluso utilizando más de uno como si de viñetas de una historieta se tratase; ahí está, por ejemplo, La historia de Nastagio degli Onesti, cuento de Bocaccio que Botticelli escenifica en cuatro tablas que se encuentran en el Museo del Prado. Pero el elemento narrativo, pudiéndo formar parte de las motivaciones o condicionamientos del pintor, no es un elemento definitorio ni necesario de su trabajo, sí, en cambio, es fundamental en la tarea del ilustrador. ¿Cuántas veces encontramos álbumes de gran belleza plástica, en los que el ilustrador parece haber olvidado que está contando una historia o no haber leído el texto que recrea? Esto nunca ocurre en las secuencias de ilustración que realiza Calatayud. El conjunto de imágenes que Miguel crea para ilustrar un texto, definen un discurso plástico paralelo al texto, recreándolo, iluminándolo desde esa mirada privilegiada que es la del ilustrador, ofreciendo su particular lectura de la peripecia, trascendiendo el universo literario del escritor y, a veces, «salvando» un texto plano.

Da igual que nos detengamos en un libro para primeros lectores como El món inventat, de Joles Senell (Llibres del Sol i de la Lluna, Publicacions de L'Abadia de Montserrat, Barcelona, 1990) o en un álbum ilustrado para lectores de todas las edades como Libro de las M'Alicias, de Miquel Obiols (Los Ilustrados del Barco de Vapor, Editorial S.M. Madrid, 1990). Las imágenes describen un itinerario narrativo nítido y eficaz, estableciendo con el texto ese diálogo necesario para que la obra se nos aparezca como un todo en el que ambos componentes se complementan, haciéndose inseparables y creando una nueva obra, más allá de las que ya son el texto o la ilustración independientes el uno de la otra. Un ejemplo excelente en el que podemos apreciar la capacidad narrativa de Calatayud, a mi juicio, es su trabajo en El cuaderno de Luismi (Sopa de libros, Editorial Anaya, Madrid, 1999). Me estoy refiriendo a un texto literario con sentido propio que bien podría haber sido editado sin ilustraciones. El trabajo plástico de nuestro ilustrador crea un discurso paralelo plástico narrativo con las ilustraciones e incluso interviniendo en la propia maqueta del libro, componiendo un capítulo en negro con el texto calado en blanco, aumentando de esta manera la intensidad dramática de la aventura del protagonista (págs. 88-92).

En cuanto a las características plásticas de la obra de Miguel deberemos hacer un recorrido que va desde sus primeras obras de los años setenta, entre las que señalaría La máquina excavadora, sobre texto de José Luis García Sánchez y Miguel Ángel Pacheco (Segunda Biblioteca, Ed. Altea, Madrid, 1976) o Escenarios fantásticos, de Joan Manuel Gisbert (Labor Bolsillo Juvenil, Barcelona, 1979), hasta su reciente producción en la que sobresale, a mi juicio, Columbeta, la isla libro, con Carles Cano como autor del texto (Ed. Anaya, Madrid, 1999).

Ese viaje nos conducirá desde una escenografía pop con imágenes sobrias, esquemáticas y sintéticas, construidas con un gran rigor compositivo, definidas por una grafía nítida que acota superficies coloreadas con tintas planas y en las que la vibración del color -una de las características que definirá posteriormente la obra de Calatayud- casi es inexistente. Estamos ante una obra que, de alguna manera, anticipa ya la fragmentación de las figuras y la descomposición de los planos que va singularizar la obra de nuestro ilustrador. Las tramas, la repetición pautada de objetos y personajes, las composiciones emblemáticas y los fondos geométricamente constructivos son las características que definen esta primera época de Miguel Calatayud.

El libro de las M'Alicias con texto de Miquel Obiols, libro citado anteriormente, supone, desde mi punto de vista, un referente en la evolución de Calatayud. Por un lado, sintetiza todos los hallazgos que hasta el momento ha realizado el ilustrador y, por otro, aparecen insinuadas o definidas muchas de las constantes que, luego desarrolladas, vamos a ir encontrando en lo que podríamos llamar su época clásica.

A lo largo de estos años, las ilustraciones de Miguel reflejan una cuidada composición formal en la que todos los elementos se integran como si de un mecanismo de relojería se tratase, en el que cada pieza debe estar perfectamente ajustada al resto para que la maquinaria funcione. Con el mismo rigor que Lyonel Feininger, el dibujo traza líneas de tensión que definen la composición produciendo una sensación de armonía y equilibrio. Los planos se quiebran y se yustaponen a modo de biombos, generando unas estructuras quebradas que, al tiempo, integran todo el conjunto. Simultáneamente, el color desborda los planos definidos por el dibujo y se extiende por toda la ilustración produciendo gamas de un mismo color que se grada en distintos tonos. A veces, el propio color es utilizado para diferenciar planos en el dibujo y la sensación de proximidad o lejanía se acentúa por el contrate brusco entre dos colores. Otras, son las veladuras, la superposición de colores que permiten la trasparencia de los ya aplicados, las que crean una atmósfera que tiñe la imagen creando una sensación de riqueza tonal aparentemente monócroma.

Es en esta época en la que, a mi juicio, encontramos al Calatayud más colorista, más festivo, más sensual. La transparencia de su color nos evoca la trasparencia de la luz del Mediterráneo, esa luz meridional que podemos encontrar en los primeros paisajes de Miró o en las leves composiciones de Mompó. Una de las grandezas de este artista es aunar la rotundidad en el dibujo y la composición, y la trasparencia y el matiz en el color; podríamos imaginar el Desnudo bajando una escalera de Marcel Duchamp, tratado con la luz más trasparente de ese otro gran artista alicantino que fue Eusebio Sempere.

De entre sus últimas obras señalaría Columbeta, la isla libro, sobre texto de Carles Cano, libro ya mencionado. En él podemos encontrar todo un mural sobre trabajo de Calatayud, casi como si estuviéramos en una exposición de cuadros. Dada la fragmentación del texto, las imágenes se nos aparecen independientes unas de las otras, representando en ese bestiario absurdo y surrealista todas y cada una de las caras que componen este rico poliedro que se llama Miguel Calatayud.





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