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Miguel Delibes: vida y obra al unísono

Ramón García Domínguez





Miguel Delibes Setién, novelista castellano que cubre con su literatura la segunda mitad del siglo XX, es un escritor en el que vida y obra discurren estrechamente vinculadas e indisociables. Conocer, pues, si bien sea en sus aconteceres más sobresalientes, su biografía, resulta imprescindible para comprender su literatura y las constantes que la configuran. La coherencia entre la obra y la trayectoria vital de Delibes nos revelará, además, el porqué del incuestionable valor y perennidad de su narrativa dentro del panorama de las letras españolas contemporáneas.


Novelista casi por azar

Es curioso constatar cómo el arranque narrativo de El camino (1950), tercera novela de Miguel Delibes, podría servir igualmente de pórtico biográfico del propio escritor. Pues al igual que para Daniel el Mochuelo «las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera, y sin embargo sucedieron así», también para Delibes las primeras andanzas vitales y hasta profesionales discurren de una cierta manera, si bien todo estaba predispuesto para que lo hicieran por sendas muy diferentes. Y ello por una serie de azares o contingencias que, como digo, nadie había previsto para el niño y joven Miguel.

Nace Delibes el 17 de octubre de 1920, en Valladolid, y a Valladolid estará vinculada toda su vida. Él mismo gusta de aplicarse a sí mismo la reflexión de un personaje de su primera novela, La sombra del ciprés es alargada: «Soy como un árbol que nace y crece donde lo plantan». En Valladolid y en Castilla nace Miguel Delibes, y en Valladolid y Castilla vive y desarrolla por entero su labor literaria. Valladolid y Castilla serán, pues, indefectiblemente, los paisajes vitales y narrativos de nuestro escritor.

No obstante, el apellido Delibes proviene de Toulouse, Francia, ya que su abuelo paterno, Fréderic Delibes Roux -emparentado lejanamente con el compositor Leo Delibes- se instala en España en 1860, a donde llega para participar en el trazado de una línea ferroviaria en la provincia norteña de Santander. En uno de sus pueblos, Molledo Portolín -escenario precisamente de la aludida novela El camino- se casa con Saturnina Cortés y fruto del matrimonio -que traslada en un momento dado su residencia a Valladolid-, serán tres hijos: Luis, Enriqueta y Adolfo, padre de nuestro novelista. Miguel Delibes, en efecto, es el tercero de los ocho vástagos del matrimonio de Adolfo Delibes, catedrático y director de la Escuela de Comercio de Valladolid, y María Setién, burgalesa de nacimiento.

El niño Miguel estudia el bachillerato en el colegio La Salle de Valladolid, que culmina precisamente el mismo año en que estalla la guerra civil española de 1936. Cerrada por esta causa la universidad, y por seguir además las huellas de su padre, se matricula en la Escuela de Comercio y también en la de Artes y Oficios, pues manifiesta una clara predisposición y maña para el dibujo. Sin embargo, en 1938, constatando que la guerra se prolonga y que pueden movilizarlo de un momento a otro, el joven Delibes, que sospecha y teme que le llamen a infantería y le aterra el combate cuerpo a cuerpo, decide enrolarse voluntariamente en la marina. «La guerra en el mar -comenta el propio escritor- era más despersonalizada, el blanco era un buque, un avión, nunca un hombre. Yo lo veía como un mal menor». No obstante, Miguel Delibes queda profundamente marcado por el conflicto bélico. «Si fuera posible -ha escrito- hacer un estudio médico de las personas que participaron en aquella terrible guerra, resultaría que los mutilados psíquicos seríamos bastantes más que los mutilados físicos que airean sus muñones»1.

Embarca, pues, en el crucero «Canarias» y en él permanece el año que dura aún la guerra. En su novela Madera de héroe (1987) reflejará literariamente Delibes este episodio de su vida. De regreso a Valladolid, continúa sus estudios de Comercio y se matricula además en Derecho. Pero lo cierto es que «estas carreras -son palabras textuales del escritor- eran completamente ajenas a mi vocación. Yo no tenía ninguna vocación de abogado y mucho menos de profesor mercantil. Fue algo que tenía a mano y lo hice por conseguir una cátedra como mi padre»2.

Y es justo en este punto de la biografía delibeana cuando se dan cita una serie de contingencias o casualidades -a las que he aludido unas líneas más arriba-, que hacen que el joven Delibes desemboque en la literatura, dedicación o vocación en la que ni él ni los suyos habían nunca pensado. Su afición y habilidad para el dibujo, y más en concreto para la caricatura, le llevan, un 10 de octubre de 1941 -casi a punto de cumplir los 21 años- a presentarse en el periódico de su ciudad, El Norte de Castilla, con una carpeta de bocetos sobre personajes vallisoletanos. Le gustan al director y le contrata como caricaturista. Cómo iba a pensar entonces el joven Delibes -que sólo buscaba ganarse unas pesetas mientras seguía estudiando y preparando oposiciones para la Escuela de Comercio- que aquella casi casual incorporación al periódico de su ciudad iba a ser el inicio de su larga profesión periodística, tan decisiva, al mismo tiempo, en su vocación literaria. Porque pronto compagina sus dibujos con los primeros escarceos periodísticos -principalmente pequeñas críticas cinematográficas, ilustradas con caricaturas de los actores- y en 1944 se incorpora a la plantilla del diario como redactor, tras un cursillo acelerado en Madrid. «Casualmente por entonces -ha escrito Delibes- había comenzado yo a hacer caricaturas para El Norte de Castilla, y de hacer caricaturas pasé a la redacción por una serie de circunstancias muy curiosas y muy propias de los años de posguerra. Resulta que se hizo una "limpia" en "El Norte", un viejo periódico liberal, y en una redacción que era de seis o siete eliminaron a tres de sus miembros. Y fue entonces cuando me aconsejaron que fuera a un cursillo intensivo que se impartía en Madrid para obtener el carnet de prensa. Podría hacer de redactor además de dibujante. Y en efecto, fui a Madrid y comencé a hacer críticas de libros, de cine, y empecé a soltarme con la pluma, cosa que nunca había sospechado que pudiera hacer»3. El ingreso en El Norte de Castilla es, pues, la primera causa fortuita que lleva al estudiante de Comercio y de Derecho hacia las letras. Pero también los mencionados estudios tienen que ver con este encarrilamiento: el manual titulado Curso de Derecho Mercantil, de Joaquín Garrigues, le hace descubrir la belleza de la palabra. «Garrigues -volvemos a escuchar al propio Delibes- consiguió interesarme por la palabra escrita, seducirme con sus múltiples combinaciones y, en consecuencia, ganarme para un mundo, el de las letras, en el que yo no hubiera soñado entrar»4.




Ángeles de Castro y el premio Nadal

Además de estos dos acontecimientos casuales, serán decisivos otros dos más para determinar la vocación literaria de Miguel Delibes: en 1945 gana las oposiciones a la cátedra de Derecho Mercantil de la Escuela de Comercio de Valladolid, y un año más tarde, el 23 de abril de 1946, se casa el futuro escritor con Ángeles de Castro. Se habían hecho novios en uno de los permisos militares de Miguel y Ángeles se convertirá, ya desde ese momento, en la otra mitad de sí mismo, como tantas veces habrá de calificarla el novelista. Las caricaturas que comienza a publicar en El Norte de Castilla las firma con el seudónimo de MAX, siendo la M la inicial de Miguel; la A, la de Ángeles; y la X, el símbolo de la incógnita del futuro de ambos. Futuro que será la propia Ángeles quien ayude a ir desvelando, al convertirse en el apoyo y la fuerza impulsora de los primeros pruritos literarios de su novio y marido. «Una vez aprobadas las oposiciones -recuerda Delibes-, a las que había dedicado diez y doce horas diarias, y a pesar de mi trabajo compartido en el periódico y la Escuela de Comercio como profesor, me veo con mucho tiempo libre y es cuando decido escribir una novela, dando forma a una idea obsesiva que tenía en mi cabeza en torno a la muerte; una idea obsesiva y prematura, puesto que me venía acompañando desde la infancia»5. Novela cuyo original, leído únicamente por su esposa, decide enviar al Premio Nadal, galardón literario creado en Barcelona cuatro años atrás, y que había ya conseguido un notable prestigio de calidad en el contexto de aridez literaria de la posguerra española:

Yo escribo la novela pensando en el Nadal -ha confesado Delibes-. Me había emocionado mucho el premio a Carmen Laforet, una chica veinteañera, sin influencias, desconocida. Y yo concurrí igual, a cuerpo limpio, como había ido a las oposiciones de Derecho Mercantil, a ver si había suerte6.



Y la hubo. Miguel Delibes gana el premio Nadal en su tercera edición (1947) con su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, y comienza, con 27 años, su carrera literaria; una carrera literaria que nadie se hubiera atrevido a vaticinar dos lustros atrás. Como acabamos de ver, cuatro fueron las circunstancias que hicieron que «las cosas que podían haber sucedido de cualquier otra manera, sucedieran así»: el ingreso de Miguel Delibes en El Norte de Castilla, el manual de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues, el apoyo de su esposa Ángeles de Castro y el espaldarazo del premio Nadal. De haber faltado cualquiera de ellas, casi seguro que la novelística española contemporánea hubiera perdido a uno de sus más prestigiosos nombres.




Tres fechas en la vida y obra delibeanas

El año 1947 es, pues, la primera referencia cronológica clave en la vida y obra de Miguel Delibes (si bien la proclamación del Premio Nadal tendría lugar en la noche de Reyes, 6 de enero, de 1948). Pero hay otras dos fechas que, a mi entender, marcan un antes y un después decisivos en el acontecer humano y literario del novelista castellano: 1974, año en el que muere su esposa Ángeles; y 1990, año en que Miguel Delibes cumple los setenta. Trataré de compendiar estos tres periodos y de desvelar por qué he señalado sendas fechas como quicios biográficos y literarios delibeanos.

La primera etapa discurre de 1948 a 1974, y en ella alterna Miguel Delibes, intensamente, sus dos vocaciones fundamentales, el periodismo y la literatura, sin olvidar su dedicación a la docencia, pues desde 1945 imparte clases en la Escuela de Comercio de su ciudad, primero de Derecho Mercantil y luego de Historia. Y hasta tal punto se involucra en su tarea docente, que él mismo redacta y edita sendos manuales sobre Historia española y universal, obras que sólo duran un curso, sin embargo: el laconismo y poco énfasis con que Delibes comenta la victoria de Franco en la guerra y la nueva etapa que se inicia tras ella, lleva a las autoridades académicas del régimen a retirarlos como libros de texto.

Este incidente nos da pie para comentar, siquiera sea someramente, el contexto histórico y cultural en que van a desenvolverse las mencionadas actividades de Miguel Delibes. España acababa de salir de una guerra civil (1936-1939) y estaba sometida al régimen dictatorial de Francisco Franco, vencedor y derrocador de la República. Casi de inmediato, con la caída de los fascismos europeos tras la segunda guerra mundial (1939-1945), el régimen español sufre un riguroso aislamiento internacional que somete al país a una dura penuria, al exilio por razones políticas o a la emigración por motivos económicos, así como a una rígida censura en todos los ámbitos y a una pobreza y esterilidad cultural sin precedentes. El 4 de noviembre de 1941, un mes después de ingresar Delibes en el periódico, a El Norte de Castilla se le suprime de la cabecera el calificativo de «diario independiente» que venía ostentando desde su fundación.

En la década de los cincuenta se produce una relativa liberalización que permite el reconocimiento internacional del régimen franquista y las primeras ayudas económicas exteriores. España es aceptada en la ONU (1955) pero comienzan en el interior las primeras y tímidas reacciones estudiantiles y laborales, consecuencia del paro, la emigración que no cesa, la prohibición del sindicalismo libre y la todavía reinante represión en los ámbitos docentes y periodísticos.

En este contexto es en el que Miguel Delibes publica sus primeras novelas y comienza su actividad periodística en El Norte de Castilla, periódico vallisoletano en el que irá ocupando puestos cada vez más relevantes. En 1952 es nombrado subdirector y director en 1958. Emprende una serie de campañas denunciando la postración del medio rural castellano, se rodea de un equipo de periodistas de pensamiento progresista (Jiménez Lozano, Francisco Umbral, Leguineche, Alonso de los Ríos); crea páginas y suplementos de opinión rozando siempre la permisividad de las autoridades de prensa; elude en lo posible sus consignas y directrices; se enfrenta al entonces ministro de Información y Turismo, Fraga Iribarne, y a su Ley de Prensa e Imprenta; y, cuando la censura le impide seguir adelante en su actitud crítica desde el periodismo, se pasa paladinamente a la novela y publica, por ejemplo, Las ratas (1962), descarnada epopeya novelada de la tragedia del campo castellano. «Las ratas y también Viejas historias de Castilla la Vieja -ha comentado el propio Delibes- son la consecuencia inmediata de mi amordazamiento como periodista. Es decir, que cuando a mí no me dejan hablar en los periódicos, hablo en las novelas»7.

Miguel Delibes, con su clara concepción ética del periodismo y de la novela, ha discurrido por ambas con absoluta independencia de pensamiento, sin someterse ni a directrices, ni a modas ni a consignas. Y, cuando su imparcialidad y libertad de acción han sido coartadas sin evasivas posibles, ha optado por dimitir, como lo hiciera de su cargo de director del periódico en 1963.




Antes y después de Ángeles

Ha salido a colación la novela Las ratas, publicada en 1962 y distinguida con el prestigioso premio de la Crítica. Pero antes había ya publicado Delibes otras siete novelas, destacando entre ellas El camino (1950), arranque y definición de lo que habrá de ser su auténtico estilo narrativo; Mi idolatrado hijo Sisí (1953); Diario de un cazador (1955), con la que consigue el Premio Nacional de Literatura, o La hoja roja (1959). Luego vendrán Cinco horas con Mario (1966); Parábola del náufrago (1969); El príncipe destronado (1973); Las guerras de nuestros antepasados (1975); o los primeros libros de cuentos, de caza y crónicas viajeras: La partida; Viejas historias de Castilla la Vieja; Siestas con viento sur (premio Fastenrath de la Real Academia); La caza de la perdiz roja; El libro de la caza menor; Con la escopeta al hombro; Un novelista descubre América; Europa, parada y fonda; USA y yo; o La primavera de Praga, crónica de su viaje a Checoslovaquia, en 1968, sólo unos meses antes de que la URSS abortara el experimento liberalizador del socialismo checo.

Sin embargo, esta fecunda vida literaria del escritor Miguel Delibes sufre, de pronto, un grave percance. Lo sufre la creación literaria pero es consecuencia de sufrirlo, en sus propias carnes, el novelista: la muerte de su esposa Ángeles, el 22 de noviembre de 1974. Fecha que se convierte, así, en el segundo de los hitos señeros y determinantes -el primero lo fue el Premio Nadal- en la biografía del escritor. Precisamente al año siguiente de la muerte de su esposa, en 1975, Miguel Delibes ingresa en la Real Academia de la Lengua, para ocupar el sillón «e» minúscula; y escoge intencionadamente, para pronunciar su discurso de ingreso -titulado El sentido del progreso desde mi obra-, la fecha del 25 de mayo, cumpleaños de su mujer, desaparecida seis meses antes. «Vais a permitirme -se arranca diciendo al resto de los académicos- un inciso sentimental e íntimo. Desde la fecha de mi elección a la de ingreso, hoy, en esta Academia, me ha ocurrido algo importante, seguramente lo más importante que podía haberme ocurrido en la vida: la muerte de Ángeles, mi mujer, a la que un día, hace ya casi veinte años, califiqué de "mi equilibrio". He necesitado perderla para advertir que ella significaba para mí mucho más que eso: ella fue también el eje de mi vida y el estímulo de mi obra pero, sobre todas las demás cosas, el punto de referencia de mis pensamientos y actividades»8.

La muerte de su esposa -con la que el escritor había tenido siete hijos- trunca por un tiempo la creación literaria de Delibes; e, incluso, le lleva a declinar la oferta que recibe de dirigir el periódico El País, primer diario español aparecido tras la muerte del dictador Franco. «Pasé unos años -evoca el propio escritor- sin hacer apenas nada, ni por supuesto, novelas. Planear y escribir una novela requiere una mente en blanco, una profunda concentración, y yo, en aquellos años, era incapaz de concentrarme. Sin embargo, con el tiempo advertí que inventarme y madurar una historia me servía para evadirme de mi propia historia, para escaparme de mí mismo. Y así, de las elecciones del 77 -primeras elecciones democráticas en España-, fruto de la actividad bullanguera de la ciudad y la agónica indiferencia de un pueblo semiabandonado, surgió El disputado voto del señor Cayo. Lo demás vino rodado»9.

El disputado voto del señor Cayo (1978) es, pues, el nuevo comienzo o la vuelta de Miguel Delibes a la literatura. Poco a poco va acostumbrándose a «vivir con la desgracia a cuestas», como él mismo definirá su nueva actitud ante la vida, y de su pluma surgen títulos tan señeros como Los santos inocentes (1981), Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983) o Madera de héroe (1987). Novelas y también libros cinegéticos, pues no hay que olvidar que para Miguel Delibes -que se define a sí mismo como «un cazador que escribe»- la caza y el contacto con la naturaleza que aquella le procura son algo sustantivo e irrenunciable en su biografía: Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo, Mis amigas las truchas, o Las perdices del domingo son algunos de los libros del género en este periodo.




Antes y después de los setenta

Llegamos a 1990. ¿Y por qué he planteado este año como la tercera fecha clave en la vida y obra del escritor castellano? Porque el 17 de octubre cumple Delibes 70 años y él mismo se había fijado, ya tiempo atrás, la meta o frontera de los setenta como término o clausura de algunas de sus actividades. Una, la caza. Otra, escribir novelas. Por suerte, y para satisfacción de sus amigos y lectores, no cumplió sus vaticinios -aplicó, más bien, lo que en su libro El último coto denomina «la media ración», ir dejando los hábitos satisfactorios poco a poco-, y ha seguido cazando -al menos saliendo al campo «con la escopeta al hombro»-, y ha seguido escribiendo. En septiembre de 1991, al año escaso de su septuagésimo aniversario, Miguel Delibes publica su novela Señora de rojo sobre fondo gris, que no es otra cosa que un homenaje, en forma novelada, a su mujer, muerta 17 años atrás. Y en 1995 vuelve a retomar a su viejo y entrañable personaje de Diario de un cazador y Diario de un emigrante, Lorenzo, y completa la trilogía haciéndole protagonista, casi cuarenta años después, de Diario de un jubilado, título llevado al cine, por cierto, junto con nueve novelas más, que convierten a Delibes en el novelista más «cinematográfico» de las letras españolas. También el teatro se ha ocupado de tres de sus títulos: Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados y La hoja roja han sido adaptados para la escena con extraordinario éxito de crítica y público.

Igualmente en esta etapa se concentran los premios y reconocimientos más sobresalientes otorgados al novelista de Valladolid: si bien en 1982 y 84 había sido ya distinguido respectivamente con el Príncipe de Asturias de las Letras y el de Castilla y León de la misma modalidad, es en 1991 cuando recibe el Premio de las Letras Españolas, y dos años más tarde, en 1993, el Cervantes, máximo galardón para escritores en lengua castellana. Su discurso con tal motivo, en la Universidad de Alcalá de Henares, fue considerado por la prensa y los comentaristas como uno de los más bellos y profundos de los pronunciados en similares ocasiones. Y aún cuando en él vuelve a dar entender Delibes que da por clausurada su creación literaria -«no quiero que mi incapacidad para narrar me sorprenda narrando», dijo en la alocución- cinco años más tarde, en 1998, publica su vigésima novela, El hereje, considerada por él mismo su obra más compleja y más ambiciosa.




El hereje

Casi tres años empleó Miguel Delibes en elaborar esta novela de trasfondo histórico, ya que transcurre en el Valladolid del siglo XVI. Comienza a escribirla en otoño de 1995 y la concluye en mayo de 1998, justo unos días antes de diagnosticarle los médicos un cáncer de colon. «Fue providencial -ha comentado el novelista a este respecto-: poner punto y final a mi novela y anunciarme los médicos que tenía cáncer. Si llega a declarárseme unos meses antes, no termino El hereje».

La terminó, fue intervenido quirúrgicamente el 20 de mayo, y la novela sale a las librerías el 29 de septiembre, fiesta de San Miguel. En sólo tres días se vendieron 90.000 ejemplares, y al mes, doscientos mil. Lectores y críticos la han calificado de obra maestra. Miguel Delibes había dedicado la novela a «Valladolid, mi ciudad», y Valladolid, su ciudad, dos años después, el 17 de octubre del 2000, octogésimo cumpleaños del escritor, le dedicaba una placa de bronce en la céntrica calle Santiago con esta leyenda: «Valladolid a Miguel Delibes, por su novela El hereje».

En Valladolid han transcurrido los 82 años que Delibes cuenta cuando cierro estas líneas, y muy en particular los cincuenta exactos que median entre su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, de 1948, y su última, El hereje, de 1998. Medio siglo cubierto por sus novelas, cuentos, libros de caza o crónicas viajeras, con más de cincuenta títulos en su haber; y una larga galería de personajes. Personajes en los que el propio Delibes ha ido desdoblándose y trasfundiéndose hasta hacerlos parte de su propia vida. El mismo lo dejó meridianamente explicado en el discurso del Premio Cervantes: «Pasé la vida disfrazándome de otros. Veía crecer a mi alrededor seres como el Mochuelo, Lorenzo el cazador, el viejo Eloy, el Nini, el señor Cayo, Azarías, Pacífico Pérez, seres que eran yo en diferentes coyunturas. Ellos iban redondeando sus vidas a costa de la mía. Ellos son, pues, en buena parte, mi biografía»10.







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