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Algunos aspectos de la vida cotidiana. Elección de una prelada: intrigas, presiones humanas y la intervención divina

Agosto (fols. 115-137).

...(Una interlocutora, cuya identidad ha sido tachada por el censor) me consoló y me dijo (fol. 121v) [: «] Mira, él Padre piensa que el gobierno de los hombres es el mismo nuestro»...[.] (fol. 122) Diome noticia de que había muchos empeños[.] Díjele[: «] Consuélate, que no es otra la Madre Souza no, ni la Madre Lucía porque ya no hay más que hacer sino conformarnos y si no vamos llegará el caso y lo verás así, porque entre las otras prelacías hubo causas naturales, y éstas dejó correr el Señor[.] En la presente es el Señor quien le pone la cruz al hombro, valiéndose como padre de este medio para remedio de su alma, y satisfacerla en lo mismo que la ofendió en las antecedentes en la presente[».]

(Fol. 122-122v) «...Lo que hemos de pedir a Dios, con ser de confianza, es el que se haga su voluntad, que de esta suerte quedamos seguras en lo restante de su gobierno por ser del agrado de su Majestad... Pero como entre las comunicaciones que tenía veía que no había resolución en el negocio por los varios pareceres todos encontrados y el mayordomo que era del prelado repugnante; a la que yo decía no dudaba de la verdad sino que temía no las mismas que estaban revueltas permitiera el Señor negarles la luz, y por ahí molestado el Prelado pusiera alguna que no fuera para dicho gobierno aunque así, al parecer, le agradara y me ponía delante a la Vicaria diciéndome no se engañara cualquier persona con esta Sra. pensando que es muy apta para el oficio; a este tono hay otras con que yo no tengo gusto hasta salir de ello[.] Díjele también que la Madre Souza no había de ser, ni la Madre Lucía porque aunque tenían todos los cabales y fuera muy linda prelada habían de querer otras[.]

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...Me ponía pena para que no dejara de pedir por la elección y su asiento[.] Como en un espejo veía estos secretos, y tan de antemano se lo dije a su Reverenda, que fue el día mismo que hizo el año que señaló el prelado la elección, diciéndome que la encomendara a Dios[.] Le dije sí, lo hago, y más cuando falta un año para que Vuestra Reverencia vuelva a cargar en sus hombros[.] La respuesta que me dio fue[: «] No lo permita Dios muchacha, que ya no tengo fuerzas ni salud»[.] «Dios lo dará todo mi Sra»[.]

...No dejé de comulgar en todo ese tiempo; así también espiritualmente se iban las potencias al sagrario y cogiendo por patrones a todos lo santos, conforme se iban celebrando sus fiestas para que intercedieran así por la prelada como por las electoras; que fueran despojadas de todo pensamiento contrario a la voluntad del señor[.]... Todo cuanto oía de novedades me decía y se desahogaba conmigo, y me parece que estaba temerosa de que fuera Nuestra Madre San Bernardino[.] Se inclinaba a la Madre Teresa y yo también le concedía razón porque esta Sra. tiene sus méritos cabales[.]

...Procuré entenderme sola y con mi esposo, y en nombre de toda la comunidad le pedía hiciera su voluntad y que desterrara al demonio[.] Me metía en mayor [?] conocimiento de su amor para conmigo[.] Me dijo el día trece, después de comulgar, que me dio otro superior recogimiento de amor, pareciéndome que me abrazaba como un padre a su hijo pequeñuelo[: «] Hija, me dijo, si pides según te manifiesto lo que es de mi agrado, no fuera razón que dándote amor para todas las almas te negara mi amor el derecho que tienes, y más de éstas de tu casa, pues como que solicitas darme gusto, así te correspondo[.] Mi luz no te engaña, y como lo has conocido así es mi voluntad que sea la prelada, porque veas que soy amigo de cumplir y dar [?] a los deseos de las almas como la tuya, que ha puesto sus esmeros en padecer por sus hijas y satisfacer por ella[.] Esto vengo confirmando en la elección de la prelada con haberle puesto el conocimiento de sus faltas [?] y las   —149→   que por su cuenta se cometieron en las anteriores, pero al presente yo mismo le ayudaré a cargar el peso de la prelacía porque ella merezca lo que perdonen las otras, y esto a quien se lo debe [es] a ti que como pequeñita entre todas eres consentida de mi amor[.]

...El día lunes que empezó la visita, me quitaron de la obra para que cuidara de lo necesario en el coro[.] Harto lo sentí porque allí no oía novedades, ni mentiras que en estos actos no faltan inquietudes... me fui al Coro en donde las coristas, como si en mi mano estuviera se afijaron conmigo a que le pidiera a Dios fuera mi Madre la Vicaria y que de no conseguirlo se las había de pagar[.] Yo me reía y me decían que no tuviera de chanza, que ellas hacían petición, que a Dios rogando y con el mazo dando; que a mí me tocaba el pedírselo a Dios y a ellas hacer su diligencia[.]

Mostráronme de todas las que mentaban, según las Abadesas que habían, y me decían los derechos que hallaban: unas demasiado de mocitas y otras muy apretadas en extremo, y sobre todo imprudentes; que sólo mi Madre era la que querían[.] A eso les dije[: «] Pues mis vidas, ustedes son negros; ellos se entienden Yo no tengo más que pedir en mis tibias oraciones mas que se haga su voluntad en todas, y no más porque yo no soy nada y la nada no tiene que hacer nada[».] Esto lo hacía así porque no tuviera coyuntura el demonio de donde armarme algún chisme, pero ellas no dejaban, hasta que un día me cogió una descuidada y me dijo como yo consiga a la Maestra de Vicaria más que sea Abadesa Francisca Dorotea[.] Volví y le dije, [«]No me estés moliendo, Angelito, que cierto es Vicaria y la Madre San Bernardino, abadesa[»], pero esto se me salió sin sentir[.] La tal se quedó mortal de oírme la prelada y me dijo[: «] No lo permita Dios porque me ahorca[.] Nunca me ha llevado, o me he de morir en su gobierno[.] Díjele[: «] Pues no porque lo digo lo ha de ser[».] Dios me libre de tu boca, que cuanto tú me has dicho de antemano ha salido cierto; pero como sea la Vicaria la Maestra, más que sea la otra prelada si en satisfacción pues tú me exhibes los votos, te digo que no lo será   —150→   con el mío; Eso sí te aseguro[».] Y quedó ya consolada con mi Vicaria[.] Después de toda esta plática empecé a velar sobre lo mismo, y me iba afligiendo porque no fuera que todo esto me naciera de afecto natural, y que fuera al contra para quien para batallar; pero no me enmendé en aconsejar a Rosa el modo de como había de proceder en su visita dándole el consejo de que no dijera nada de cuentos, sino que si el prelado la examinara, como lo hacen, de los defectos y faltas que hubiera visto, así en el coro como en el convento, que le cerrara la puerta con decirle que, como recién profesa, no entendía de nada más que de aprender las virtudes de todas; que no ha visto nada en contra de la Regla y Constituciones y que le pidiera para su consuelo a su Nana de Vicaria, porque las demás la había de pedir[.] Así esto le advertí, porque como no sabía y me preguntó, le dije[: «] Ten Regla ahora y siempre, de que en estas visitas no te canses en cosa de poca monta, sino que cortes, porque así conocen los prelados quienes son, cuenteras y quienes no[.] Sólo, lo que Dios no quiera, si vieras algún escándalo o cosa[s] que se quiebran para la Regla; entonces más por caridad y temor de las faltas, debes declararlo con verdad, sencillez, y caridad[.] Pero no habiendo eso, siempre ponle al Prelado más bien tus faltas y deseos, que las ligeras del prójimo, porque esta visita en muy delicada, y para decir de otros es menester que primero nos veamos con refleja y midamos nuestras obras por el desengaño, y no por el engaño del amor propio[.] Y así para no errar no hay más sino juzgarnos ante Dios, y con el mismo peso que queremos que nos midan medir nosotros con el amor fraternal[».] La criatura me admitió mi consejo y salió muy contenta, dándome los agradecimientos, pues aun de estos consejos me resultaron muy grandes contradicciones y pensamientos muy impertinentes[.]

...Ya digo que, como estaba de esta suerte me temía, y así no creía nada, ni por parte de la divina providencia sino de mi parte porque mi maldad misma me podía hacer tal estrago que todo fuese engaño no obstante díjele: [tachado] «Dices que de tantas   —151→   Abadesas que hay, no hay ninguna; pues si Yo pudiera meterme con todas al primer escrutinio salía la que es electa del Divino poder que no importa, lo que aseguro es que aunque que batallara hasta las ocho de la noche, sale la Madre San Bernardino[.] [tachado] me decía[: «] Yo no puedo mudarme porque ya sabes que la que postuló ha de ser la que voto conque, así, ¿qué puedo hacer?[»] Dije[: «] Tú te mudarás; ahí veremos lo que Dios hace[».]

...Mi alma fue mirando, como dije, en ella resplandecer al mismo Dios, quien me puso a la vista de todo lo que se iba ejecutando, y como estaban las religiosas en forma de ovejas, y su majestad, como pastor, las tenía sujetas y pendientes de las corrientes de su corazón... Andaban algunas fuera de aquel gremio, y al primer escrutinio me mostró a la prelada con una cruz muy pequeñita en el hombro... Fueron al cuarto escrutinio y vide agregaron otras tres, y entonces me dio el Señor a conocer a mi Madre. Con su cruz muy reluciente de finísimo oro bruñida y con piedras preciosas adornada que en la variedad de los colores se mudaban a entender las virtudes, y que parecía las dos estaban pendientes de aquel corazón amante y pastor... y... sentía un júbilo grande...

...Saliendo del último escrutinio me fue a ver [tachado] y me dijo que era la misma señora[.] Díjele[: «] Pues no hay más que dar gracias a Dios, que podemos decir que la sacamos venciendo su poder solo el imposible, y lo más es que sea esta elección hecha por Dios, y que no quiso dejar a las criaturas porque si así as [?] do a logrado el infierno su triunfo y del todo perdía el convento[.] Lo quiere mucho Nuestro Señor y así nos mira con tanta misericordia[.] Estuvimos platicando un rato y me dijo que al primer escrutinio hubiera salido, pero que el prelado porque no quería si no que fuera la Madre Vicaria o la Me [?cio] había dicho que no había Abadesa y mentado a las tres para que se mudaran a una de las dos que quería, viendo que conforme seguía en lugar de desviarse se agregaban más, se aburrió y la sacó en contra de su gusto[.]

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...Yo estaba regalando las potencias en sus virtudes y hermosura cuando oigo llegar a la Sra. que acabó la prelacía con el Recado de N. M. San Bernardino suplicándola el que fuera su vicaria[.] Mi Madre conturbada no se hallaba digna y representaba sus pocos años y deméritos hasta que fue su Reverenda con la Sra. quien no le admitía disculpa, y lo que más cautivó a las que estábamos presentes fue el que la misma prelada se le postrara a mi Madre rogándole que lo fuera[.] Todas estas cosas me servían de dar a Dios gracias y que ya en mi interior lo tenía muy impreso todo y mirándolo a mejor luz no quiso mi Sra. le acabara la hora porque me llamó mi Madre [y] salimos a buscar a su hermana, otra que luego que se le dijo que fuera Maestra de Novicia y nos iba armando y de verme entre las dos hermanas llorando las pobrecitas, acongojadas a las dos, les dije no se apuraran tanto que Dios lo disponía todo y movía los corazones de los prelados que supuesto que ni una ni otra lo pedían que lo admitieran con buena voluntad[.]




Incidentes y burlas en el Convento

Abril (fols. 47v, 48).

...Como tenía dispuesto que se bañara (tachado) fui luego que me avisaron que ya había bajado, muy ajena de lo que me había de suceder[.] [«]Entre[»], díjome, «mira cómo es dable que me meta en esa batea; mira lo que tiene[».] Yo, pensando ser alguna falta de cuidado en fregarla, metí la mano[.] Viendo que no sentía nada, le dije [: «] Mira que no tiene nada [».] Volvió segunda vez a decirme[; «] Mira bien y verás mi verdad[».] Como yo no puedo dejar de ser eficaz, metí la mano segunda vez y me avivó el Señor la vista para que no llegara a topar con una tortuga que tenía[.] Al tiempo que la vi sentí el espanto que Dios sólo contuvo mi mal   —153→   natural para que no viendo respeto ninguno les dijera algún pesar. Sólo dije[: «¿] Para esto me llamaron para espantarme[?] No hagan esas boberas, que de una cosa así puede sobrevenir un accidente grave[».] Me salí, pedí agua, y me vine con ánimo de quitar la ocasión, porque me sentía violenta y toda trastornada[.] Porque según lo que dejo dicho, se valió el demonio de este juego para tener paso [a] afligirme, picado de que había comulgado, y conociendo esto me pareció lo mejor quitar la ocasión[.] Pero como por la bondad de Dios tengo el natural dócil vino Rosa, y con su satisfacción humilde, concediéndome la razón que había tenido, me hizo volver a presencia [tachado pero legible] de su madre y mi madre, que me recibió airada[.] Con esto si yo mal dispuesta le respondí en el mismo tenor que haría bien de no hacerme otra burla; que con eso ni yo le faltaría el respeto ni [tachado] [Madre ?] a mí tampoco; que no estaba para eso y, además, que yo me había quitado de por medio para ni dar que sentir, ni sentir yo; que después de la burla tan imprudente me recibía con esos modos, cuando su prudencia había de disculpar cualquier desorden que hubiera tenido, viendo mi inocencia, y que de su Reverencia no había experimentado nunca acción semejante, por lo mismo que sabía el horror que tenía a todos los animales, pues sólo por investigación [instigación?] del demonio no más podía haberme puesto al precipicio de una alferecía o gota coral o mal de corazón, sabiendo lo enferma que era; y como todas las enfermedades que había padecido habían sido del corazón; y que tenía sentencia de que de cualquier espanto o susto me podía dar cualquier accidente de éstos[.] Que por eso me hacía fuerza y [tachado] más esto le repetía como dándole a entender su oficio y superioridad[.] Callé, y no le volví [a] hablar más. Me estuve, mientras se bañó, al cuidado de lo necesario como siempre[.] Se fue, y me quedé sola[.] Así que quité los trastes, me vine a éste mi albergue, pero estaba tan contristada y azorado el corazón, que sin sentir, se me caían las lágrimas y se me juntaba para más tormento la opresión de no   —154→   poder dejar de comulgar porque me avivó el demonio la imaginación con unas especies de pecados, que me parecía cierto los había cometido, pero no los había confesado[.] Ya aquí me resolvía a no comulgar, pero hacía refleja sobre aquello para confesarlo, y no ataba ni atinaba porque se hacía un enredo que no lo entendía...




Rencillas personales en el Claustro

Diciembre (fols. 222-223v).

«...Me sucedió con una de las porteras encomendarle el que me enviaran por el pan[.] Me trajeron una torta que no me cuadró porque ya le había dicho que como no fuera así que lo trajeran como quisieran[.] Fui a la que le había hecho la súplica le reconvine[.] Saltó la compañera diciéndome con mucha cólera que ella [lo] había enviado; que harta gracia había sido[.] Dije [: «] Pues no lo quiero; véndalo a otra que se acomodara con este pan y [de]vuelvan el medio[».] Me arrebató el pan y lo tiró con más violencia provocándome con decirme que ni a mí ni a Ignacia volvería a enviar por nada[.] Así tirar el pan como esta razón me violentó, porque aunque soy la tierra que todos pisan[.] No tenía por ser Sra. Religiosa hacer esa acción de mentar a mi Madre, siendo su prelada, con el desprecio que lo hizo[.] Pero sólo le dije[: «] que no nos haces ningún favor en diligenciar lo que se encarga cuando ésta es tu obligación, y para eso te pusieron, pero fía de mí, que no te encargaré nada como has visto», y me fui[.]

Díjele a mi Madre lo que me había pasado y que si porque era por ser la Madre Ana Rita ya salía de su jurisdicción[.] Mi Madre me dijo que no me apurara, que todas estas cositas las tenía bien guardadas en el [?] stado[?] No paró en esto sino que le contó al con [? doblez de la hoja] la dicha, todo a la Madre portera mayor[.]   —155→   Yo como no sabía esto, envié como siempre con la que me hace mi diligencia[.] Esta me volvió el medio que hasta que viniera el panadero en[tra?] por el gane para la puerta, y le dije[: «] Su novedad es ésta[.] Usted sabe muy bien el motivo porque no quiero ese pan[.] Con usted no tuve nada ni con Ana Rita tampoco[».] Ahí saltó la Madre portera mayor diciéndome[: «] Pues no le dijiste que era fuerza, cuando ni a las religiosas aquí si dije la verdad desnuda[».] Díjele[: «] Sra. lo que pasó fue así; razones llaman razón; hay acciones malas y más en Vuestra Reverendas, que deben dar ejemplo y más a mí, que soy tan soberbia[.] Tírame el pan sólo por esto que dije y decir esto, respondí, que era fuerza es verdad, y dígame Vuestra Reverenda que no a esto: [«¿]Es verdad; que el oficio de estas Señoras es el diligenciar los encargos del resto del convento[?».] Díjome[: «] Es verdad[»,] y «dígame Vuestra Reverencia, la honra es de quien la da». También me dijo «es verdad»[.] «Pues por quien es, Ana Rita no me debía de haber tirado el pan a la cara[».]

[«]Pues que, me dijo, [?] tú no se lo tirastes[.] Dije[: «] No, en su presencia lo digo; me lo cogió de la mano y lo tiró afuera Señora mía[.] El que me atiendan a mí es fuerza porque sirvo a la comunidad[.] Es mentira esto[.] Pido razón[.] A todo concedió la Sra. y empezó a decirme que mirara que no era tiempo de sentir, que estaba para nacer un niño tan lindo; que todo se acabara[.] Dije[: «] Yo por mí, por acabado y del mal ejemplo que en esto hubiera dado le pido a Vuestra Reverenda y demás Señoras me perdonen[».] Y me vine muy consolada de ver que estando la Sra. tan en su trono de seriedad la rendí con la misma verdad, y que no tuvo disculpa la otra, ni lugar afianzar su siniestro informe[.] Tuve éxito, y como mala que soy, me alegré[.]

Pongo todo esto tan individualmente porque vea Vuestra Reverencia como le muestro todo lo que hago, y como el Señor desvanece las ocasiones con que el enemigo mueve estas cosas, que son para un natural ardiente y luciferino como el mío, muy al tanto de su malicia tirando a que yo pierda paciencia y descargue   —156→   lo que mi natural pide derecho[.] Y no consiguió nada porque todo se compuso con que yo dijera la verdad[.]




Aún recibiendo consuelos espirituales, las rencillas del convento inyectan pasiones humanas

Diciembre (fol. 225v).

...Repentinamente me hallaba en aquel recreado sitio en donde se me daba respuestas, diciéndome mis custodias[: «] No tenéis ni más que desear ni pedir, hermana, cuando tenéis en posesión el rico tesoro de los cielos y tierra que os engrandece y comunica a pesar del infierno grandes cosas[.] Ahora los pobres son ricos y los pecadores tienen la túnica de Dios hecho hombre, en donde hayan recurso, amparo, y resguardo[.] En estos sois comprendida[.] Esto os obliga[.] Ya tenéis el adorno de bodas[.] No os juzga como juez sino como a esposa regalada os entrega sus dones, y así tenéis el descargo seguro[».]

Cuando me decían esto me parecía que conforme me hablaban me adornaban el alma de una túnica muy lucida y me ceñían con una cinta blanca toda llena de piedras preciosas que daban mucha luz, y conocimiento del misterio, quedando impreso en mi corazón, y sintiendo en este favor muchos afectos de amor y agradecimiento, humillación y peticiones que hacia por las almas, así de vivos como difuntos[.] Me pasé [en] estas mercedes la Pascua, y en el primero hizo el enemigo impedirme tantos bienes, pero no pudo gracias a Dios[.] Porque siendo enviada de la Madre Vicaria mi Madre a que le dijera a una Religiosa el motivo por que había hecho leer de cantora, ésta, a las primeras razones empezó a darme de gritos y palmadas, alegando el que tenía oficio que la ejecutaba[.] De eso yo le dije que no, que a la Maestra de novicias aunque era menor [V] Reverenda por el oficio, pero que el suyo no, porque no   —157→   era Madre de Consejo[.] Esto se lo dije sin mala acción, sino con una sonsera, que no me pude contener viéndola tan violenta y desfigurada de cólera[.] Le dije con la misma sonsera[: «] Je[sús] niña, me admiro que en las pulcritudes de usted habla así de las preladas[.] Sosiéguese [?] usted y mire por sí misma. ¿No ve usted que eso es manifiesta soberbia, pues que tenemos con que fuera usted a ser cantora cuando la solemnidad de la pascua lo pide [?] Así, la verdad, usted tiene mucha soberbia, y así lo [?] cuando saltó conmigo diciéndome que [no?] la fuera a reprender[.] Así que la vide le dije[: «] Pues, mi Sra., el decir esto es por la amistad que hay de por medio, que en lo demás no me meto; más que se lleva a usted el Diablo y le digo que no quiere usted hacer la confusión[.] Así lo he de decir[.] Díjome que sí, y me fui [a decir]le a mi Madre lo que me había pasado, y el consuelo que llevaba de haberle dicho la verdad de mi sentir[.] Yo, por otro lado, mientras los maitines, me procuré sosegar y no perder tiempo, sino atender a lo que en mi interior tenía tan claro, acudiendo a pedir por todas las necesidades de las almas y en especial por la de esta religiosa, porque me causa grande temor el ver que siendo como es detestada, estuviera tan apoderada del señor[ío] y mando[.] Me afligí por mí misma y por [mi?] mucha soberbia me parecía que el daño que yo tenía se lo aplicaba a la otra...».




Enfermedad de otra religiosa y la intuición de su curación

Julio (fols. 95-96v).

J. M. y J. Sr. y Padre mío:

Me cogió repentinamente el accidente de una religiosa a quien he querido mucho y le he debido satisfacción[.] Fui a verla para darle razón a mi Madre que como se lo dijeron acabada de desayunar. Me significó se sentía con el susto transmutada[.]

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Consolela y púsela en el extremo a que podía llegar y le puse delante el mayor susto que Dios nos había dado con mi Madre María Theresa[.] Así se fue sosegando y me fui con la enferma, la que hallé según el modo y ansias de mi difunta[.] Al verla de esta suerte, en lugar de confundirme sentí en mi interior un conocimiento claro de que no moriría, y según lo sentí lo dije a todas las presentes y a la paciente con un júbilo que no me podía contener[.] [«]Claro, dije, no se muere aunque lo parece[.] Que padecer tiene, pero de esto no muere[»] La religiosa me decía[: «] Me muero según me siento[»], y yo[: «] No te mueres[».] Todo esto lo decía inadvertidamente, que cuando el médico entró que la mando disponer, caí en la cuenta de lo que les había dicho[.]

Quería escaparme y no volver más, porque tenía vergüenza y sentí otra fuerza que me estimulaba a quedarme[.] Fui con mi Madre y le di razón de cómo estaba, mas no de lo que me había sucedido, ni de la esperanza secreta, sino sólo de lo malo que se hallaba, y que si gustaba de que me fuera a acompañar, así a la enferma como a sus gentes porque estaban solas[.] Me envió libre, y con mandato suyo de que me estuviera, que ni al sacramento fuera, y así me volví y hallé más aflicción porque con los medicamentos se agravaba más, y ya como estaba advertida de lo que les había dicho, no osaba hablar palabra, aunque más crecía las seguridad de su vida[.] Pero ya no les decía nada sino que confiara en Dios, puesto que tenía el alma en el cuerpo; que aunque se hubiera muerto a su poder no había límite[.] Esto les decía por componer lo dicho, pero lo primero les hizo asiento, especialmente a una de sus niñas54; que ésta me decía: [«]que has consolado mi corazón [con lo] que dices». A todo le respondía que Dios es poderoso y a eso me arrimo.

Así se fue agravando, pero se le conocía un poco de alivio a la convulsión que le acometió, y ésta secretamente fue haciendo su ruina... El tercer día se vio bien fatigada y todas temerosas[.] Yo no podía afligirme; antes, mientras más grave, más se me asentaba   —159→   el que había de levantarse[.] Su hermana de mi Madre me decía lo grave del accidente, como que ha sido enfermera, [su] experiencia le servía de [cuello?] agudo[.] Estando llorando le dije, sin poderme contener[: «] No te apures que con todo esto no me doy[.] Le hizo fuerza, y me dijo[: «] Con todo lo que estás mirando te afirmas[»?].

Díjele[: «] Sí, porque al poder de Dios no hay resistencia; llegará el término de lo que es su agrado y veremos cómo es mío el librito[».] Se venció con esto, de manera que no volvió a llorar ni a repugnar mi propuesta; se quedó como un corderito y notando mucho el consuelo, porque a las tres se sentó la enferma por sí sola diciendo que reconocía alivio[.] No fue milagrosamente porque fue a la diligencia de los medicamentos que cooperaron según los médicos los ordenaban, pero ya se vio en eso mismo resplandecer aquel poder, dándoles la inteligencia necesaria para el acierto en el efecto que hizo siguiendo sus altos y bajos del mismo accidente convulsivo, pero sin novedad en lo mismo que podía acaecer[.] Ya en este estado de lo que pasó en lo visible dejo expresado, según me parece lo conveniente[.]

Ahora sigo lo que en mi interior pasó desde que dije que no se moría[.] Ya dije la vergüenza que me sobrevino, cuando caí en la cuenta, y como quería huir de todas, no porque lo mandaban disponer los médicos, sino por lo que podía sobrevenir después, cuando vieran la verdad que yo afirmé y tenía cierta, aunque después se me ofuscó un poco por lo mismo que veía de novedades en la paciente, más indicantes a morir que a vivir[.] Pero luego, sin saber cómo se me aumentaba la fuerza de su vida, y para que las suyas y la paciente tuvieran fe en el Señor, y se desvanecieran de lo que había yo dicho les dije[: «] Imposible es que si ustedes presentan con fe el Santísimo Rostro a la Santísima Trinidad, y por él le piden la vida que tanto desean no lo consigan; a mí, siendo la que soy, me dio a mi Padre; si asusta es verdad que a los ojos humanos parece no hay remedio, pero de repente se mira claro este favor[»], y así lo hicieron[.] Pero no sé cómo permitía el Señor   —160→   que lo que componía por un lado, echaba a perder por otro, porque como en viendo tantita demasía en el accidente se apuraban tanto [que] les aseguraba no moría por quitarles la pesadumbre y que no se traspasaran; volviéndome la vergüenza y apuración, y sobre todo que se me ponía que V. R. me había de dar una buena reprensión por habladora[.] Pero aunque quería contenerme no podía, porque me abobaba la misma compasión que me daba verlas a todas tan inconsolables, y de esta manera decía mi sentir, y después me servía de aflicción, hasta que viendo que no estaba en mi mano, clamé interiormente a mi esposo pidiéndole les olvidara lo mismo que les había afianzado y que, supuesto me había salido a fuera su secreto le diera la vida, y se la prestara, más que fuera padeciendo lo que fuera de su agrado, puesto que en las enfermedades tenía sus delicias con sus esposas...





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ArribaAbajo Josefa de San Luis Beltrán, la cordera de Dios: escritura, oralidad y gestualidad en una visionaria del siglo XVII novohispano (1654)

Antonio Rubial García


Facultad de Filosofía y Letras. UNAM.

Se ofrecía en el rapto hablar como el Señor, o como su Santísima Madre, como un santo o como un alma en pena. Hablaba por todos los personajes sin confundirse la inteligencia de los unos con los de los otros. Como cuando uno lee una comedia que habla por todos los personajes de manera que se entiende cuando uno deja de hablar y comienza otro. No faltaba en esto mudanza en el tono, más recio o más bajo, más blando o más severo55.

A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII alrededor de cuarenta y cinco mujeres laicas fueron juzgadas por el tribunal del Santo Oficio de México acusadas de fingimiento místico o de la herejía denominada alumbradismo. Ellas fueron sólo algunas de las numerosas personas no eclesiásticas que encontraron en la religión una vía de acceso al prestigio social o a la obtención de recursos económicos. Aunque el modelo de vida perfecto para la mujer española era el de la religiosa o el de la terciaria, sorprende que muchas de ellas pretendieron llegar a la santidad (o mostrarla) permaneciendo en el mundo, aunque sus actos estaban de continuo bajo sospecha de heterodoxia por parte de la Inquisición. Muchas de esas mujeres laicas, para evitar la desconfianza sobre sus actividades espirituales, se dedicaban a labores relacionadas con la costura o la fabricación de textiles, portaban hábitos franciscanos o carmelitas y se cambiaban de nombre, agregando al propio, el apelativo de un santo o de un dogma cristiano, tal y como lo hacían las religiosas a su ingreso a los monasterios.

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Sin embargo, muy pocas de estas mujeres dejaron constancia escrita de sus visiones y enseñanzas, algunas por ser analfabetas, otras porque, a diferencia de las monjas, no fueron tomadas en serio por sus confesores. Un caso excepcional fue el de Josefa Romero, conocida como Josefa de San Luis Beltrán, mujer criolla que a una extraordinaria capacidad histriónica (como nos la describe el testigo del epígrafe), unió una prodigiosa memoria, una excepcional percepción de los mecanismos psicológicos de sus seguidores y un sólido conocimiento del lenguaje teológico y místico ortodoxo. Josefa y su gemela María (la única casada) eran las hermanas mayores de una familia de nueve miembros natural de Puebla56. Su madre, Leonor Marqués de Amarillas, pertenecía a una prestigiosa familia poblana venida a menos; su padre Juan Romero, barbero de oficio y con escasos recursos, se vio forzado a trasladarse con su esposa y sus hijos, primero a Cholula y luego al pueblo indígena de Tepetlaoztoc a servir al convento de los dominicos, donde tenía un pariente. Ahí vivieron los Romero cerca de cinco años, pero los abusos que cometió don Juan contra la comunidad indígena los obligaron a salir huyendo hacia la ciudad de México. Una vez instalados en la capital (por el año de 1646), y con la ayuda de un tío, otro dominico de nombre fray Cristóbal de Pocasangre, Josefa y su hermana menor Teresa empezaron a desarrollar una impresionante actividad visionaria. Junto a los raptos de simpleza (en los que se mostraban como criaturas balbucientes y caprichosas), decían tener raptos vocales, con comunicación con las almas del Purgatorio, con personas que vivían en lugares alejados o con Cristo, la Virgen, los ángeles, los santos o los demonios. Ellas fingían ser receptoras de los mensajes celestiales e intercesoras de las limosnas que librarían a las almas de los tormentos purgativos. Gracias al manejo de la información que recibían de sus vecinos, las hermanas daban noticias tan fidedignas de personas lejanas o muertas (aparentemente sólo conocidas por sus parientes cercanos), que sus coloquios y soliloquios adquirían   —163→   rasgos de una veracidad incuestionable ante un público que pronto comenzó a llamarlas las santitas.

A esta aceptación popular se unía el apoyo y el aval de varios sacerdotes (dominicos, dieguinos, carmelitas y seculares de la parroquia de santa Catarina donde estaba su casa), que las visitaban y exaltaban, con lo cual las hermanas Romero comenzaron a introducirse en la sociedad capitalina y a recibir gente de los más variados sectores sociales; de ellos obtenían regalos, joyas, vestidos y algo que las mujeres no poseían comúnmente: atención. Entre los numerosos visitantes llegó un día un joven clérigo de Navarra, que aún no tenía la ordenación sacerdotal, llamado Joseph Bruñón de Vértiz, ex combatiente en las guerras españolas y en busca de pasar a Oriente a morir martirizado.

La capacidad que tenía Josefa para intuir los conflictos íntimos, y ciertos informes obtenidos con los amigos de Bruñón, le permitieron convencer al joven para que desistiera de sus proyectos misioneros por el momento y se quedara en México. Poco a poco, su curiosidad ante el hombre enigmático se convirtió en una pasión incontenible. Para mantenerlo cerca de ella, Josefa le pidió (con la voz de Cristo) que fuera su secretario y que transcribiera todos los coloquios sostenidos entre la divinidad y su sierva. José Bruñón encontró en esta elección una razón para vivir y se entregó a su trabajo con una devoción absoluta y con una obsesión propia de un neurótico. El producto de esa relación fue un voluminoso legajo manuscrito que se encuentra con el número 1503 en el ramo Inquisición del Archivo General de la Nación. Ahí, con una caligrafía impecable, José Bruñón de Vértiz pasó en limpio las notas que tomó a lo largo de dos años y medio durante las sesiones visionarias de Josefa, quien no sólo ordenó la recopilación, sino incluso la revisó minuciosamente (bajo la mirada de su ángel Mansedumbre) y mandó hacer este traslado en limpio para sí misma después de haber corregido aquello que le parecía incorrecto o insuficiente. El volumen de 573 folios, (del que incluimos aquí   —164→   una selección) distribuido en cuarenta y cinco estaciones (palabra que recuerda la práctica del via crucis), es un documento excepcional para incursionar en el terreno de la religiosidad de los laicos, además de mostrarnos los anhelos y sentimientos de una mujer con grandes dotes literarias y artísticas. Bruñón pensaba publicar esta obra, pues además de un prefacio al cristiano lector en los papeles sueltos del legajo aparece el título tentativo que llevaría el libro: Favores de Dios recibidos por su sierva Josefa de san Luis Beltrán.

Todas las estaciones presentan una estructura narrativa similar: se inician con una alabanza en latín y con un diálogo lleno de expresiones amorosas entre Cristo y su sierva, lenguaje que se justifica alegando la autoridad del Cantar de los Cantares; a continuación aparecen narradas con la voz de Josefa numerosas visiones representadas con colores muy vívidos. Por los testimonios del juicio sabemos que todas iban acompañadas con actuaciones, gestos, tullimientos y movimientos corporales. En los raptos de simpleza hablaba como criatura, tiraba la comida y pedía tabaco y chocolate. A veces incluso se materializaban objetos (piedras, pequeñas cruces, cuentas de rosario) que eran considerados como reliquias y cuyas gracias y cualidades curativas se describían con toda minucia. Una vez concluida la narración de la visión, de la boca de Josefa salía la voz ronca de Cristo que explicaba las imágenes contenidas en ella y daba la enseñanza moral pertinente. A menudo esas moralejas estaban relacionadas con las ofensas que los pecadores cometían contra Dios, la irreverencia en las iglesias, la frialdad de los ministros, la fe débil y la moral ambigua. A veces Cristo le mandaba preguntar algo a los oyentes, quienes también participaban con sus dudas y peticiones en el coloquio. Su padre fungía a menudo como intérprete de algunas de sus razones y acciones, pues había raptos en los que su voz era apenas audible; él aproximaba su oído a la boca de la vidente, y con ostentación ponderaba lo que escuchaba.

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En sus visiones Josefa utilizaba a menudo metáforas llenas de imágenes que parecían sacadas de las pinturas o de los libros de emblemática: pilas de plata, columnas de cristal, elefantes, jardines con pájaros, leones, tunales y águilas coronadas. Hablaba también con metáforas laborales (el herrero, el afilador y el campesino), que ilustraban con sus trabajos los procesos que sufría el alma en su elevación hacia el cielo. Con un lenguaje elocuente describía lugares y situaciones y hacía aparecer ante sus oyentes ángeles, santos y querubines junto con escenas de la pasión o de la ascensión del Señor.

En todas sus visiones estaba presente un absoluto respeto por las jerarquías civiles, eclesiásticas y militares y un discurso mantenido dentro del esquema más ortodoxo. En una ocasión, su hermana Teresa dijo haber visto un alma saliendo del infierno y Josefa corrigió tal error teológico diciendo en latín: en el infierno no había redención. Incluso en la mención del penaculario (ese lugar del purgatorio «en el que se padece más que en ningún otro») no podemos encontrar herejía pues ésta era una creencia muy difundida en el mundo católico.

A lo largo de las primeras diez estaciones, estos temas se entrelazan con algunas disquisiciones místicas (diferencia entre raptos de unión y .silencio, raptos vocales y raptos de simpleza), anuncios de futuras visiones y razones por las que el Señor manda unos u otros (primera y segunda estaciones), la variedad de sendas por las que los hombres van camino de la perfección, que termina siendo una justificación de la vía seguida por los laicos (tercera estación).

Frente a esa exaltación de la vida mística, la cuarta estación presenta una acerba crítica a dos grupos eclesiásticos: los predicadores y las monjas. La principal diatriba contra los primeros es que hacen vanidad de su oficio. En la visión introductoria a la estación, se muestra a un filisteo que tiene en la mano un panal de miel, figura tomada de los tratados de retórica y utilizada a menudo en los sermones; la imagen es explicada por la voz de Cristo en tono de crítica contra los oradores sagrados que ponen mayor cuidado en la erudición y floritura que en el mensaje moral.

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A continuación se enfila contra las religiosas que reciben devotos en las rejas del convento y que tienen con ellos coloquios cortesanos. En su visión describe un edificio muy grande y de mucha ostentación (el 7 de marzo de 1648 se inauguraba con gran boato el monasterio de la Encarnación), al que llama «convento de monjas de la advocación de Dionisio» (alusión al dios pagano) pues en él varias de sus esposas se entregaban a tratos mundanos. Josefa, después de volar al convento y de representar una pelea con Satán (al que envió después, según dijo, a Armenia la Baja), lanza una filípica contra las mujeres que engañaban a sus esposos, insistiendo en la gravedad del pecado cometido (digno de pena de muerte) sobre todo cuando el marido afrentado era el mismo Dios.

En contraste con esas diatribas, desde la primera estación las menciones a «tu amigo» referidas siempre a José de Vértiz, son constantes. Sus peticiones, sus inquietudes y sus anhelos, recibían respuesta rápida; eran continuas las alabanzas de las virtudes de su alma y la belleza de su ángel, así como la preocupación por sus pesares y angustias. En la quinta estación la descripción que de él hizo Cristo es de una gran belleza poética que recuerda los modelos de la novela de caballería. A lo largo de este fragmento se narra la elección de celador que hizo el Señor en el amigo dilecto de Josefa. De estos celadores el mismo José de Vértiz, declara al principio del texto en una hoja suelta que pare ce introducirlo: «Viendo el Señor que la incredulidad había de oscurecer este portento de sus grandezas y este cenáculo de sus maravillas, eligió doce hombres para que le asistan, le atiendan, y noten lo que pasa en los raptos»57. De tres en tres días Josefa había ido eligiendo a cada uno de ellos mandando que les fuese avisado tan honorífico cargo. Por los documentos del proceso sabemos que entre ellos había seis clérigos y seis laicos. Pero no le bastó con hacer tales analogías con Cristo y sus apóstoles; en una ocasión que los reunió a todos, fingiendo que cogía un jarro de agua, se puso una estola sobre los hombros como lo hacían los sacerdotes y lavó los pies de los presentes, los secó y los besó, después   —167→   de levantar los ojos al cielo frente a cada uno, como preguntando si con la persona que tenía enfrente debía o no hacer tales acciones. A pesar de lo atrevido de las analogías, Josefa seguía teniendo una gran aceptación entre sus seguidores. Sin embargo, a partir de la undécima estación se comienza a notar un giro en el discurso que corresponde a un cambio de actitud por parte de algunos de sus confesores y seguidores. La estación describe una lucha entre Josefa y el Demonio, lucha que había sido anunciada con antelación para que los sacerdotes fueran preparados con sus libros de exorcismos, agua bendita y estolas. Con sus grandes recursos narrativos e histriónicos, y gracias a la conjunción mágica de la palabra y la imaginación, Josefa hizo aparecer ante su atónito público dragones y negros demonios con mazas en las manos, se arrastró por el suelo, mostró sus manos llenas de polvo quemado de azufre, se exhibió aporreada y desgreñada, acudió a la intercesión de san Francisco y de santa Catarina, utilizó cordones y reliquias y se levantó en vilo con los pies hacia arriba. El prestigio que había adquirido y las exigencias de su auditorio le impedían detenerse; acicateada por las muestras de pavor y arrepentimiento de su público. Josefa llevó la dramatización a un extremo cuyas consecuencias jamás midió.

El acto, que rebasó todo lo imaginable, movió a sus confesores a pensar que se trataba de una verdadera posesión demoníaca. Se le hicieron exorcismos y se le obligó a dejar sus visiones. En adelante el tema central de las estaciones estaría marcado por esa tensión entre Josefa y sus directores espirituales. Ante su desobediencia, los confesores la abandonarán, aunque serán sustituidos por otros nuevos, atraídos por tan insólita actuación.

En un primer momento el discurso se centra en impugnar la posesión demoniaca y en atacar el descreimiento de aquéllos que dudan de la procedencia divina de los mensajes de Josefa (estaciones doce, trece y catorce). Después introduce el controvertido   —168→   tema que enfrenta el conocimiento adquirido por el estudio de la teología dogmática, con aquél que procede de la experiencia mística. Sobre la teología, insiste en la dificultad de llegar a abarcarla por completo y de tener por medio de ella un conocimiento cabal de Dios. El viejo tema de la superioridad de la vía mística sobre la vía teológica resumido en la frase «hablar con Dios es mejor que hablar de Dios». Es un asunto que a Josefa le fascina tocar pues con él justifica su saber como mujer inculta, saber que la coloca sobre los mismos teólogos. A lo largo de las estaciones siguientes se insiste en el tema de lo soberano de la ciencia del alma y del conocimiento místico, que se compara con una botica divina (estación dieciséis). En ese momento Cristo declara en metáforas los trabajos que le esperan a Josefa y la sequedad por la que había de pasar.

Desde entonces se inicia un fuerte conflicto con la autoridad que la lleva incluso a declarar, siempre con la voz de Cristo, la necesidad de liberarse del yugo de sus confesores (ciegos y sordos), sobre todo a raíz de una serie de pruebas que le hicieron. Un buen confesor era un guía que azuzaba al alma para la perfección, no el que se la impedía, sobre todo cuando esa intervención contravenía los deseos explícitos del mismo Cristo, manifestados a través de su dilecta sierva. En el fondo del discurso existe un anhelo de libertad (el viejo tema de la libertad mística) y los confesores aparecen como hombres ignorantes y poco comprensivos. Lectora de las obras de santa Teresa, Josefa conoce las quejas de la autora sobre los malos confesores, lo que le permite hacer tales aseveraciones contra la autoridad. Pero su atrevimiento llega más allá, pues la vidente novohispana declara su independencia de sus confesores aduciendo que su dirección espiritual la recibe directamente de Cristo. Con esta autoridad, y siempre utilizando la voz de Jesús, Josefa los reprende, los dirige y los cuestiona. En el colmo del cinismo, Josefa llega a tachar a sus confesores de embaucadores y los compara con el hombre que se ponía un ojo de vidrio, pensando que con eso podía engañar a sus prójimos, sin darse cuenta que el   —169→   engañado era él mismo. La enseñanza iba dirigida a los confesores que no creían en ella y pretendían engañarla fingiendo que lo hacían, tan sólo para poder descubrir sus pretendidas mentiras.

Con todo, la relación con sus confesores no fue siempre tan conflictiva, quizás por el cambio continuo que Josefa hacía de director espiritual. Incluso varios de ellos, al principio, recibían de buen grado las limosnas que se les daban para decir misas por las almas del purgatorio que llegaban a pedirlas. Hubo también algún misionero que pasaba a Filipinas que le pidió consejo y ayuda espiritual convencido por la virtud de su vida y la ortodoxia de su mensaje. Aunque como interlocutora ella era siempre exaltada, no faltó tampoco el recurso retórico de la humillación propia. Cristo a menudo la sitúa en el plano inferior que le corresponde como mujer y como ser humano.

En medio de sus pugnas con los confesores, la necesidad de Josefa de tener un apoyo y un consuelo la llevó a exacerbar las menciones a su amigo. En la estación diecinueve Cristo descubre en el pecho de Bruñón una gran bondad y la luz de la verdadera fe, que contrasta con la de sus confesores que ofenden al Señor con su incredulidad. San Jerónimo, el gran doctor de la Iglesia, se muestra en una visión entre ella y su amigo. Josefa utilizó incluso una cicatriz que Bruñón había recibido por una herida en la guerra como señal de la elección divina. En la estación veintiuno, Cristo manda a su amigo se deje gobernar de la iluminación de su ángel al escribir los raptos y en la siguiente, Josefa pide a Cristo la retención de su amigo y se le concede verlo cada quince días.

Con el paso del tiempo la situación se volvió más tensa a causa de un nuevo conflicto, ahora con su hermana menor, Teresa; la joven imitaba lo que su hermana hacía con una actitud altanera y retadora; había pedido a uno de sus hermanos que escribiera sus visiones como lo hacía José con las de Josefa; emulaba, aunque con mayor violencia, sus luchas con los demonios y hasta llegó a vomitar sangre después de que su hermana Josefa recibiera varias   —170→   heridas de espinas en su frente. Esa competencia y los celos, llevaron a la hermana mayor a golpear a la menor en la cara con unas varas, lo que provocó la ruptura final entre ambas. Teresa se fue a vivir a la casa de Francisco Antonio de Loaysa, un fabricante de cera que fungía como celador de Josefa y a quien Teresa confesó que su hermana fingía todos sus raptos. Loaysa dejó de frecuentar la casa de las hermanas Romero y difundió las noticias que Teresa le había comunicado. Josefa comenzó a decir en sus visiones que entre los seglares había un judas: Francisco Antonio.

En la estación veinte aparece un nuevo conflicto, ahora con una monja, sor Isabel de Jesús del monasterio de santa Clara. Josefa había convencido a uno de sus celadores, Pedro López de Covarrubias, aplicar a las almas del purgatorio ciertos fondos que sor Isabel le había solicitado para las obras de su convento recién dañado por un temblor. La monja se enteró y mandó llamar a la beata para reprenderla, reclamándole por el daño que hacía con sus engaños a las almas del purgatorio y ordenándole que cambiara sus vestidos lujosos por un pobre sayal y que ingresara como terciaria franciscana. Ambos temas se convertirán en materia para sus visiones durante las estaciones veinte y veintidós.

En la primera, Cristo se manifiesta contrario al cambio de hábitos y en una visión posterior las candelas de los seglares se encienden y las de los terciarios no, clara alusión a la preferencia de Josefa por mantenerse libre de toda atadura institucional. En la estación veintidós, se dirige a los que le prohíben tener visiones del purgatorio; Cristo les responde que hacen mal, pues él mismo es quien envía a esas almas a pedir sufragios por mediación de Josefa. A ella le promete que en adelante verá salir de las penas a las almas que por su intermediación han sido liberadas. En ese momento dice estar contemplando a 660. En la visión la acompañan santos y ángeles como Alegría, Misericordia, Rafael y Saltiel. Don Pedro calculó en 24000 las almas que habían salido del purgatorio por su intercesión. Desde entonces, Josefa comenzó a preciarse de   —171→   haber sacado del purgatorio almas de hombres ilustres como Richelieu, el conde duque de Olivares y hasta Moctezuma.

Desde entonces, la presencia de la Inquisición se vuelve también una constante en las visiones, lo mismo que las respuestas que Josefa debía dar a los inquisidores (estaciones veinte y cuarenta y uno). En esos momentos la vidente comenzó a presumir que era asistida, regalada y examinada por los miembros del tribunal, quizás para evitar que sus devotos comenzaran a abandonarla al escuchar los ecos del Santo Oficio. En ese periodo apareció en las visiones la imagen de una tierra de promisión (la cruz) y de unos escalones para subir a ella (sus émulos). Las calumnias se convertían en peldaños para alcanzar los grados de perfección cuya culminación era la promesa de que moriría mártir en tierras lejanas (veinticuatro). Entre esta estación y la número cuarenta, se había desarrollado tal despliegue de autoafirmación, que al llegar a esta última el discurso de Josefa se desborda fuera de los límites de la cordura, llegando a equipararse a sí misma con las más grandes místicas de la cristiandad. En esa última estación aseguró, por boca de Cristo, que Él había privilegiado más a ésta su sierva que a santa Teresa y a san Juan de la Cruz.

Conforme se aproxima el final del volumen, Bruñón, «el amigo», se convierte en un tema cada vez más obsesivo, hasta que el texto termina abruptamente. Por otros testimonios sabemos lo que pasó. En uno de sus raptos Josefa tomó a Bruñón de la ropa «por los pechos» con tanta pasión, que el joven clérigo se asustó y se marchó. Poco después Josefa supo que su amigo se había ido a refugiar con su hermana gemela María, que desde hacía unos meses también estaba teniendo visiones. Los celos y la desesperación la llevaron a denunciarlos a un jesuita, el padre Castaño, que llevó el caso ante el tribunal del Santo Oficio. Por esas épocas, los inquisidores estaban muy atareados con los procesos de numerosos judíos portugueses y no tomaron cartas inmediatas en el asunto, hasta el 9 de septiembre de 1649 en que las hermanas Romero y José Bruñón fueron capturados por los alguaciles del tribunal.

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Josefa tenía entonces veintinueve años y murió en las cárceles inquisitoriales en 1655, seis años después. A lo largo del juicio, la joven se nos muestra con una personalidad contrastante; dominante, arrolladora y marcada por un defecto físico (tiene el brazo derecho seco) a esto se añadió una secuencia de enfermedades y de arrobos anunciados por Dios e ininterrumpidos a lo largo de más de cinco años, que le han dado la posibilidad de manipular su entorno. Los sufrimientos aparecen como una parte central de su crecimiento espiritual y como prueba que demostraba la elección divina sobre su persona. Los paralelismos con la vida de Cristo son constantes: la elección de doce apóstoles, la traición de judas, la negación de Pedro, la persecución por sus enemigos. Con respuestas precisas, Josefa hizo gala de poseer conocimientos místicos básicos, aprendidos por sus contactos con los clérigos, adquiridos en los sermones y en las lecturas proporcionadas por su padre y por sus directores espirituales. Libros prestados y devorados en la intimidad o leídos en el ámbito familiar en voz alta, como Los Suspiros de San Agustín, Las Moradas de santa Teresa o Las Peñas de fray Enrique Suzón. En su juicio Josefa, como la mayoría de las beatas juzgadas por la Inquisición, declara su inocencia y se muestra sumisa; dice haber sido engañada por el Demonio, pero se disculpa asegurando que obró de buena fe y que dio enseñanzas espirituales acordes con los dictados de la Iglesia. Con la confesión de la inculpada se cerraba el círculo de la ortodoxia y se restauraba el orden que triunfaba sobre el error.

Pero para mediados del siglo XVII ese orden ya no estaba tan claramente definido. Las mujeres se encontraban en una ambigua posición pues por un lado se les consideraba como seres que debían estar subordinados a los varones, pero por el otro gozaban de la elección divina y tenían muy claro su papel de intermediarias. Manejaban además de tal modo sus espacios emotivos que entablaban vínculos permanentes con la comunidad y sobre todo con sus seguidores. Su personalidad carismática   —173→   rebasaba la norma eclesiástica que veía con malos ojos las relaciones entre laicas y clérigos, para no mencionar los prejuicios que existían contra las mujeres solas y los estrictos códigos que regulaban la aprobación de los auténticos místicos que había institucionalizado la iglesia de la Contrarreforma58.

En las visiones de Josefa se ven muy claramente las novedades en la escritura mística femenina introducidas por santa Teresa de Jesús: 1. Una estructura narrativa que tiene como centro la llamada de Dios; 2. Un contenido temático que explora la lucha que se siguió en el camino de la perfección y los favores recibidos por Dios a lo largo de él; 3. Un lenguaje que hace uso de la retórica de la obediencia y la humildad59. Pero el lenguaje de esta beata es más coloquial, en él las cosas mundanas están más presentes y no existe una seria disquisición teológica o mística, sólo una gran emotividad, acompañada y reforzada con un aparato gestual y teatral mucho mayor que en las religiosas, dado el carácter público de sus raptos. Además, el mandato del silencio, considerado como una de las virtudes para las mujeres y en especial para las monjas, no es respetado por esta mujer bullanguera y necesitada de atención. Incluso la búsqueda de la escritura como un medio de comunicar sus experiencias no trae consigo, como en las monjas, ansiedad e imposibilidad, muy por el contrario existe una clara vocación de comunicar lo más posible. Por último, a diferencia de las monjas, cuyos confesores ejercen una enorme influencia sobre su escritura, convirtiéndose no sólo en iniciadores del proceso sino también en receptores, custodios y editores, la escritura de esta beata, es autónoma, ella la produce y de ella sale la necesidad de fijarla por escrito60. Los confesores no tienen nada que ver con ella, incluso la llegan a cuestionar y a limitar o, como sucedió con su hermana Teresa, a prohibir. Su ruptura con la norma está en el hecho de que ha integrado sus propias experiencias personal es en su comprensión y explicación de la ortodoxia. Pero hay algo más, Josefa como un yo, le presta su voz a un otro que es Cristo, cuya   —174→   presencia legítima sus palabras. Dios es así no sólo el objeto de su discurso místico, es también el sujeto, su emisor.

El caso de Josefa de San Luis Beltrán es una puerta que nos permite vislumbrar la relación que había en el siglo XVII entre oralidad y escritura, entre recepción y emisión de los mensajes religiosos, entre los discursos del poder y los mecanismos de adaptación a ellos por parte de los marginados. En su proceso se pueden observar tres instancias que enuncian discursos: la primera, ella misma, la segunda, Bruñón de Vértiz, su secretario y la tercera, los confesores e inquisidores.

De Josefa, la autora no tenemos más que referentes de segunda mano. Poco podemos saber de su intencionalidad al mandar fijar por escrito su voz, salvo la de atraer la atención de su amado Bruñón y darle un papel en su puesta en escena. La escritura es para ella un apoyo, una herramienta más para convencer a los demás que es una intermediaria entre el cielo y la tierra. La necesidad de dejar constancia de sus estaciones, así como de convertir a su amado en su secretario, la llevan a crear una ficción en la que el tránsito de la oralidad a la escritura se convierte en el mecanismo de una cierta permanencia. En ella hay, por otro lado, una clara conciencia del peligro de haber fijado sobre papel sus raptos. Durante el juicio se menciona que Josefa acudió a buscar a Vértiz a la casa de su hermana María para recuperar los apuntes originales que éste había conservado. Sabía, sin duda, que esos papeles podían ser una prueba en su contra cuando llegara a buscarla la Inquisición.

Según Michel de Certeau: «Escribir significa para ella [se refiere a Juana de los Ángeles, la posesa de Laudun] mantenerse dentro de un lenguaje que puede dominar. Escribir es poseer. Por el contrario, ser poseída es una situación compatible solamente con la oralidad: uno no puede ser poseído al escribir»61. Josefa, en principio, funciona como una posesa, pero a diferencia de la de Laudun que es demoniaca, ella esta poseída de Dios; Él habla por su boca y le da, como figura de poder y masculina, su posibilidad de predicar y de ser escuchada. Pero al   —175→   idear un mandato de fijar por escrito lo que ha dicho, Josefa busca aproximarse al control y a la seguridad que otorga la letra sobre papel.

El segundo enunciador es José Bruñón de Vértiz, a quien pertenece la letra que ha enunciado, y por tanto tamizado, el discurso de Josefa. Sin embargo, este personaje no es un confesor, ni siquiera es aún sacerdote cuando fue nombrado secretario. A diferencia de los censores oficiales, él ha recibido la misión de fijar las palabras de Josefa con la mayor fidelidad posible. Con todo, no queda excluida la intervención de su subjetividad en el producto final que son las Estaciones, donde pueden estar presentes, tanto su obsesiva inclinación por las explicaciones místicas, como su devoción por san Pablo.

El tercer enunciador es el representante de la cultura oficial: el sacerdote, el confesor, el inquisidor, cuyas posiciones quedaron plasmadas en los testimonios del juicio. Ellos realizan lo que llama De Certau el trabajo de nominación e identificación, discurso que construye el deber ser del otro a partir de una posición del saber sacralizado e incuestionable de la ortodoxia. Esta posición no sólo funciona como emisora, sino también como censora, como traductora o comentadora de lo que se dijo. En los testimonios se cita aquello que se escuchó de labios de la visionaria, pero esa cita está tamizada por una posición de poder: «Yo sé mejor que tú, lo que tú dices»62.

Por parte de esta cultura oficial existe, por un lado, una aceptación a priori sobre la posibilidad de ese tipo de manifestaciones, lo que nos muestra a una sociedad aún muy crédula, que considera el prodigio como algo factible. Además de que en muchos casos los clérigos desempeñaban el oficio de confesores de las beatas, lo que constituía un signo de prestigio social.

Pero dentro de esa visión oficial hay una segunda opción: el prodigio podía ser obra del Demonio o de Dios, por lo que era necesario hacer pruebas, como el exorcismo, el uso de reliquias o de agua bendita para discernir si el espíritu que la arrobaba era celestial o infernal. La respuesta de la vidente inclinaba a pensar   —176→   que lo que decía eran cosas de Dios, pues no sólo tomaba una actitud reverente y humilde y su vida era intachable, sino además argumentaba teológicamente la imposibilidad de una posesión demoniaca en ella.

Al final existía una tercera opción: el engaño calificado como extrema insolencia. Con todo, aquí también se presentaban dificultades en el juicio pues, por un lado, las materias expuestas eran santas y podían servir a la meditación, además de que la vidente terminaba siempre con una larga oración en la que pedía por la iglesia, los prelados, tribunales (en especial por el Santo Oficio) por sus padres espirituales y temporales, por sus amigos y sus enemigos. Pero lo más sorprendente (lo que constituía una prueba fehaciente de la credibilidad de su discurso) era que una simple mujer, ignorante y laica, no podía por sus propios medios naturales llegar a tales sutilezas teológicas ni hablar con tanta soltura de las materias sagradas.

El testimonio del padre fray Rodrigo de Medinilla, uno de los más renuentes a aceptar los hechos, asiduo a los raptos y que había hecho continuas pruebas con exorcismos, es una clara muestra de las ambiguas opiniones que Josefa despertaba en sus oyentes. «Y noté con singularidad -dice- admirado del orden, memoria y tesón que llevaba, no imaginable con la astucia de una mujer. Aunque había misceladas muchas ilusiones, había mucho bueno en ellas, había virtud y propósito de enmienda el modo de satisfacer a las dudas me pareció exceder siempre el caudal de una mujercilla y me vine a persuadir en que era espíritu el que en ella hablaba sin dar lugar a la duda, aunque entonces no acababa de discernir si era bueno o malo. [...] Mostraba a la imaginación los preciosos atributos con que solemniza la Iglesia a la Virgen y de una imagen que tengo de Cristo dijo que le parecía mucho, pero con gran diferencia en los ojos por ser los del Señor de extraña variedad, hermosura y resplandor. No hallé este estilo en su hermana Teresa cuyas palabras eran menos devotas y a veces usaba como glosa a lo divino el pie de una canción profana»63.

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El dictamen final del tribunal, que las condenó como ilusas, falsarias y engañadoras, muestra a una sociedad que, sin haber desechado la posibilidad de lo prodigioso divino o demoniaco, ha optado por una explicación humana para los raptos. En ese tiempo, la cultura occidental estaba viviendo un profundo cambio: «el problema de la verdad -dice De Certeau- (o de la adecuación de una palabra y una cosa) toma la forma de un lugar inestable. Una verdad se vuelve dudosa. En el campo donde se combinan los significantes, ya no sabemos si entran en la categoría de verdad o en su contraria, mentira, si se refieren a la realidad o a la imaginación»64.



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ArribaAbajoLas 45 estaciones sacadas en limpio por don Joseph Bruñón de Vértiz de los borradores que escribió de lo que en raptos oyó a Josepha de S. Luis Beltrán

AGN, Inquisición, vol. 1503

Selección y transcripción:
Antonio Rubial García


Estación 1.ª

[1r] -In nomine Jesu omne genuflectatur etc.

-Pax vobis.

-Agimus tibi gratias omnipotens Deus pro universis etc.

-Pax tibi columba mea.

-Sit semper dilectissime sponse mi.

-Como ha muchos tiempos que no te comunico el rapto vocal extrañarás ahora el tenerle.

-Sed alabado y glorificado por siempre, amantísimo Jesús mío.

-¿Cómo te va de suplicio, que parece que tienes fatigada tu pobre naturaleza con la continuación de él?

-Vos lo sabéis, amabilísima gloria mía, y pues la intentáis aliviar con este nuevo favor sin duda que de este socorro necesitaba, y aunque echaba menos [1v] este regalo mi alma, conociendo que esta era vuestra divina voluntad me conformaba con ella sin apetecer más de lo que vos ordenabais [...].

[2r] -Agrádame, columba mía, la conformidad que muestras y la que yo experimento de tu firmeza, pues no has instado a pedirme los regalos amorosos que con los raptos vocales estabas hecha a tener, y haber carecido de ellos con tan poco sentimiento, por largo espacio de tiempo, no es muy pequeña seña de tu pura resignación.   —179→   Y te digo de verdad que de la humildad que con esto me has mostrado me ha hecho tu pequeñez un oficio que me ha agradado. Quitétele como sabes por la ingratitud de los hombres, y a te privé de este beneficio porque el castigo cuando es universal alcanza a los justos como a los pecadores. Y así perdiste por ellos lo que yo nunca te quitara pues no lo desmereciste, y te lo vuelvo ahora para que tú y los que te señalara le gocéis nomás, que si entonces hubo quien le desmereció, hoy tienes a tu lado por quien te le vuelvo, pues para que le goce le traigo de lejas tierras, y para que ambos me deis gracias por él. [...] [2v] Y pues este beneficio le hago a tu amigo le tendrás mientras él se detuviese en este reino y en yéndose te lo volveré a quitar, tendrás también todas las noches estado de simpleza para consuelo de ambos y en llegando la mañana se te quitará para que solos vosotros y los de tu casa, que me daréis gracias por ello, gocéis de este beneficio, que pues por ingratos le han perdido los hombres de tu mundo no le gozarán más ni le verán [...]

-Gloria Patri et fili et Spiritui Sancto etc. Oh quién, dulcísimo esposo mío, manifestar pudiera el agradecimiento con que se halla pues según es sin comparación el mío, portan admirable grandeza vuestra, si humanas demostraciones [3r] valieran fuera lo menos en esta ocasión el acreditarme de loca por conocer lo que monta este beneficio que me otorgáis; y en medio del contento mayor que puede desear mi alma, salen Señor mis sentimientos a lastimarse de lo mucho que se han perdido los hombres, y a daros eternas alabanzas por lo mucho que queréis a esta criatura vuestra que de tan lejos traéis para que goce sólo lo que a tantos habéis quitado [...]




Estación 4.ª

[27r] -¿En qué entendías esposa mía?

-En esperaros, regaladísimo consuelo de las almas, que como la mía vive presa en la cárcel de la mortalidad y ella, como vos gustáis,   —180→   en la cadena de este humilde lecho cumpliendo el suplicio y servicio pequeño que os hace mi naturaleza, librando el alivio en vos como dulcísima esperanza que sois de las almas, a que os sirviérades de consolarme [27v] con vuestra divina presencia, porque según se sentía fatigada parece que capitulaba de rendirse al pequeño yugo de los dolores de que se compone el suplicio, pero como sois vos la vida por quien todas las vidas vienen, venísteis a tiempo como quien también sabe medirle, que ya apuesta de constante quien poco antes elegía por partido el rendirse. [...]

-¿Qué tan fatigada tenías tu naturaleza, cordera mía?

-Tan fatigada clarísima luz de mi alma, ella se miraba, pero rica el alma de vuestro divino amor con que con este beneficio escuchaba como vanas las quejas de la naturaleza, y sus sentimientos [28r] no ofendían lo constante de mi espíritu porque como él no se aparta de vuestra divina presencia mientras goza de este beneficio absorto con tantos bienes, no le inquietan tan cortos males y así redentor mío os doy las gracias por lo uno como por lo otro.

-Demos también alivio a tu pobre naturaleza que no quiero que te descuides tanto con ella y así mañana descansarás del suplicio hasta ese otro día porque cobre algún aliento.

-Hágase vuestra divina voluntad regalada posesión de las almas así en la tierra como en el cielo. Un filisteo de disforme grandeza veo, amado esposo mío, que levantada la mano derecha parece que con ella toca el cielo y en ella tiene un panal de miel, el brazo izquierdo le tiene en arco afirmando la mano en la cintura y todo él tan proporcionado de miembros que admira más que asombra con ser tan fuera de término, ¿quién es, Señor, este gigante o filisteo?

[28v] -Ese filisteo, esposa mía, es la predicación, el panal de miel mi palabra, y el brazo puesto sobre la cintura el buen medio que se ha de tener en ella. Pero los predicadores de tu mundo, haciendo vanidad de este oficio, desmiembran de su parecer valiente a ese gran filisteo; que sin dar de la miel muestran al mundo la cera, poniendo su mayor estudio en asear el taller de la cera que en exprimir   —181→   su miel, de que es cubierta la cera, y siendo la miel lo sólido de la doctrina, la dejan que se malogre procurando con estudio hermosear el dibujo que ellos forman de la cera y por no dar la miel que en ella puse a las almas aventuran a un tiempo el que se pierda y se pierdan, sin considerar que de esto hay quien les tome la cuenta.

-[...] Veo hacia aquella parte, amabilísima hermosura de los cielos, un edificio muy grande y de mucha ostentación, ¿qué edificio es este, Señor?

-Ése, esposa mía, es un convento de monjas [29r] de la advocación de Dionisio y en él tienes tú que hacer un poco.

-[...] Alaboos y glorificoos, oh inmensa bondad de mi alma, por tan admirable favor de quereros servir de esta humilde criatura en cualquier ministerio vuestro pero como conocéis los ardientes deseos que en mí viven de serviros y de amarlos los queréis premiar con ocuparme en vuestro servicio, cosa que tanto desean vuestros divinos coros angélicos, sed alabado y glorificado por los siglos de los siglos.

-En una reja de ese convento está el enemigo engañando a una esposa mía, anda échalo de allí y mira que te estoy esperando a que vuelvas.

-Fiat voluntas Domini sicut in coelo et in terra. Pax huic domi et omnibus habitantibus in ea. ¿Adónde estás enemigo, pero yo te buscaré, dime inmundo qué haces aquí en esta casa que es de mi gran Señor y mi redentor?

[29v] -Yo no hago nada.

-¿Pues qué haces en esta reja? -Un hombre ha estado esta tarde aquí y tenía un negocio que hacer en este puesto y le estoy esperando porque tengo que ayudarle que me ha menester para él.

Exce foras inmundo!

-¿Pues no quieres que ayude a trabajar?

-Exce foras, per potentiam Patris, per sapientiam Filii, per amorem Spiritus Sancti precipio te inmunde inimice ut vadas in ignem eternum, exce foras maledicte!

-¿Adónde quieres que me vaya? Déjame siquiera que vaya a casa de aquél que a ti te da a merecer.

  —182→  

-No has de ir sino a Armenia la Baja y te has de estar en aquellos desiertos hasta que mi gran Señor otra cosa te mande.

-¿En dónde quieres que esté allí?

-Has de estar entre dos palmares viejos que hay allí por pena del atrevimiento de haber violado la casa de mi Señor y inquietado a su esposa.

[30r] -Voy en fin a donde en el nombre del Señor me mandas, pero tú me la pagarás allá en tu mundo que ahora como estás en espíritu y te envía tu Señor te sales con lo que quieres porque traes el privilegio de su embajador.

- Vade inmundo, vil esclavo, ¿no ves que soy criatura de Dios y que tú no tienes poder en mí sin su licencia? Ya lo eché, amabilísimo esposo mío y lo envié a Armenia la Baja para que en aquellos desiertos no ofenda a nadie.

-A qué más, cordera mía, puede llegar el atrevimiento de los hombres, que no sólo pierden el respeto a mi sagrado pero se atreven también a mis esposas y siendo fruta vedada a ellos por todas leyes y que la guardo para mí, ya que más no pueden la manosean y quitan descomedidos la flor. Cómo ignora ahora el hombre el agravio que me hace si es tan grave delito entre los hombre atreverse uno a ofender la esposa de otro, es menos Dios [30v] que el hombre para que sea menos el agravio hecho a mí que la ofensa contra el hombre; sepa pues el hombre que siempre que toma la mano a cualquiera de mis esposas me azota de nuevo y que me renueva los dolores de mi pasión y que provoca mi indignación para que use del rigor de mi justicia [...] Qué modo de recolección, qué modo de guardar fe y qué modo de observar los votos prometidos es embarazarme con idolillos en las rejas sin considerar la ofensa hecha a mí que soy el mismo Dios que crié los cielos y la tierra; qué bajeza, qué desatino, qué desvarío, qué imprudencia y qué impiedad puede ser mayor, que desestimar al Creador por la vileza de una criatura. [...] [31r] Hay unos en el mundo, cordera mía, que me quieren tener como metido en el puño y hallarme siempre a medida de su deseo, disimulado y paciente para sus   —183→   maldades, benigno y afable a cualquiera de sus voces, sin considerar que ego sum qui sum, soy Dios el criador de los cielos y de la tierra [...] [31v] Hay otros también, columba mía, que son como los demandadores que andan todo el día con una imagen en las manos y no se les cae de la boca el pedir por mi amor, y en llegando la noche arriman a un rincón la imagen sin que una vez tan sola de cuantas el nombre de mi amor anduvo en ella llegase una al corazón. [32r] Así pues son estos otros que con aparato mortificado hacen capa de mi nombre para asegurar su crédito y su corazón sólo piensa en la comodidad de la vida. Yo, esposa mía, no me pago de nada de esto, ni puedo ser engañado como ellos lo piensan, ni con el hombre miro sino la pureza del corazón, y si se valen de este pretexto para conveniencia del crédito y de la vida, ella al fin se acaba y a buena luz verán quién ha sido engañado. [...]




Estación 5.ª

[37r] -No sabes cómo te quiero nombrar un celador, cordera mía.

-Fiat voluntas tua Domine sicut in coelo et in terra. No en balde reparaba mi alma, regaladísimo consuelo mío, aunque ignoraba la causa porque os hallaba sentado en trono tan majestuoso y vuestros divinos cortesanos os atendían con tanto regocijo [37v] y delante de vuestro divino acatamiento veo una mesa en medio de dos escaños y ellos y ella tan ricamente adornados, sed por todo alabado y glorificado y porque de mi humildad cuidáis, con tanto cuidado.

-Llama a tus celadores y poniéndote en la puerta no dejes entrar al que no lo fuere.

-[...] Amigos ungidos, entrad pero no todos, sino los que yo nombrare y fuere llamando [...]

[38r] -Amigos celadores de la cordera, os he mandado juntar para daros un compañero porque esté el número de los doce cabal, llama a ese que está en la puerta y dile que entre.

  —184→  

-Aquí, Señor, está un caballero con un vestido de plata, tahalí y espada de oro con sus botas blancas y espuelas doradas y con una pluma blanca tendida sobre el [38v] sombrero y con él no hay otro alguno, ¿es éste, Señor?

-Ése es, dile que entre.

-Entrad amigo, que os llama mi gran Señor, muy galán señor es el caballero pero mucho más su ángel que armado todo de más armas de oro fino y muchas plumas en la celada de lo mismo, con un estoque desnudo y arbolado en el brazo derecho y puestos dos dedos de la mano izquierda sobre la cabeza del caballero, todo él reluce como un espejo. [...]

[39r] -Este es el amigo que te he traído de esas tierras que tiempos ha te avisé que para tu celador te le había de traer, y así desde ahora te lo doy por amigo y celador.

-[...] Bendito y alabado seáis por siempre, oh redentor de mi alma, por las innumerables misericordias con que favorecéis esta humilde pecadora. [...] [39v] Regalada gloria de mi alma, que de tan lejos trajisteis quien fuera mi celador, muy de los vuestros debe ser. Pero reparo, rey mío, que no apartáis la vista del nuevo electo, mucho sin duda os agrada pues vos tan cuidadoso lo miráis, pero si tanto os agrada un soldado y también os parecen sus galas quiero también ser un soldado. Apártate allá, soldado, que me das ya muchos celos con ver lo mucho que te quiere mi Señor.

-Déjalo estar que tengo qué hacer con él.

-Pues no lo miréis tanto mi bien.

-¿Y tú, cordera mía, quieres ser soldado?

-Soldado quiero ser.

-¿Y sabrás pelear y salir con victoria?

-Vos lo sabéis, esposo mío.

-¿Y si te cautivan?

-Como poderoso me rescataréis; no miréis tanto, Señor, al soldado, que si lo traéis para mi consuelo, según son muchos los celos que con él me dais, más es tormento que alivio el que con él tengo. [...]

  —185→  

[40r] -Basta, que tú te lo que eres todo y sólo en esto te pareces ser mujer, ¿y cómo quieres ser soldado si no olvidas la condición de mujer? -Porque como os amo mucho, no deja ocioso resquicio la fineza de mi amor en que ocuparse no intente por dar a su poquedad valor, y como mis ojos os miran que os inclináis a un soldado, no os admire que quiera serlo también.

-¿Y si te matan en la guerra, dónde buscaré otra cordera?

-Vos sabréis darme la vida.

-¿Y qué has de hacer cuando te tiren puntas?

-Resistir con el fuerte escudo de vuestro amor.

[40v] -¿Y sabrás hacer posta?

-Sabré, dulcísimo esposo mío, hacer posta y aún más también, pues fiada en vuestro socorro me pondré en el fuerte y lo defenderé, destroncando abusiones, resistiendo de la malicia sus tiranos golpes y tantos enemigos venceré con la paciencia, las cautelas y asechanzas, minas con que su cuidado pretende facilitar lo invencible de este fuerte. [...]

-¿Y podrás a tu costa sustentar compañía?

-Con vuestro soberano favor sí sustentaré, Señor, pues hoy a pelear en mi favor salen porque así lo ordenáis vos, la fe, esperanza y caridad, memoria, entendimiento y voluntad, el gozo de vuestro amor, paz, paciencia, liberalidad, bondad, benignidad, mansedumbre, modestia, continencia y castidad. [41r] Por si no bastaran estos, reservo para socorro de alguna necesidad los dones de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de fortaleza, de ciencia y de piedad, y por caudillo de todos el divino temor vuestro, conque a tan fuertes guerreros no hay poder que se resista, ni enemigo que se arme, pues que se dan por vencidos el demonio, mundo y carne. [...]

[42r] -Ya que eres mi soldadillo, es menester darte divisa. ¿Quieres tahalí o crucero?

-Uno y otro, rey mío, siento que habré menester, el tahalí para que cruce el pecho y el crucero para carácter de mi alma, pues parecerán bien en ella impresas vuestras cinco llagas, que como mi corazón   —186→   se alimenta del divino incendio vuestro, hará hermosísima labor lo morado de las llagas en mi abrasado corazón. ¿Pero qué quiere este soldado llegándose tanto a vos? ¡Aparta amigo!

-Déjame divina mujer, que también estoy enamorado.

-¿Cómo tú, de este señor?

-Mira que es tu amigo y tu compañero, soldadillo.

-Y aún por eso mismo, redentor mío.

-Basta, que todo se lo quiere para sí este soldadillo. Anda a tu mundo, amigo.

-[...] ¿Y lo que hacéis de mirarle aún ahora que se va?

[42v] -¡Si tú te quedas sola conmigo! ¿qué le quieres y qué me quieres?

-Que me queráis a mí, amado mío, como me parece que le queréis a él.

-¡Ya no nos podemos entender contigo desde que ha que eres soldadillo! [...]




Estación 6.ª

[...] [46v] -Levanta pues nuevo vuelo, suspire por esta guerra [47r] tu aliento, deja de la vanidad el plumero, pelea revocado el ánimo, asistente la esperanza, vigilante el amor, favoroso el deseo, olvida, atrasados despojos, alimenta el incendio que tu alma siente, blande en vez de lanza tu palma que cuando cautivo te juzgas es en fin cuando la ganas y cuando preso y herido como vencido te lastimas, queda para ti la victoria y por tuya la campaña.

-Sobre no saber lo que siento y oírte lo que no alcanzo de lo poco que es el hombre ahora de conocer acabo. Sed por siempre, oh inmensa bondad de mi Dios, glorificada y por tan infinitas misericordias eternamente alabado. ¿Y tú qué haces aquí, divina mujer armada?

-Estoy de posta porque me rindas la espada. Espérame un poco   —187→   porque me llama mi Dios a quien yo rindo como el alma la vanidad de la espada. Ya se fue aquel hombre, deseadísimo descanso mío. -¿Conocístelo, cordera mía?

[47v] -Y muy bien, Señor, y no me quiso entregar las armas porque dice que sólo las rinde a vos, pero no es mucho que así hable quien se ve favorecido de vos, doy infinitas gracias por las inmensas misericordias que usáis con él, dignas tan sólo de vuestra grandeza, pues según es mucho lo que en sí encierra este secreto que en su poquedad libráis, que ni él entiende ni yo aunque lo toco alcanzo conque no admiro que confunda lo que en él se ve cuando sepan lo que fue.

-Si te lo he traído de lejas tierras como sabes para que sea tu amigo y tu celador, también en ocasión que tú algo afligida y sin tener con quien consolarte estabas librando tu alivio en su venida como su remedio en que te conozca también, y te lo advierto porque ambos me deis las gracias por haberos juntado, tú por el consuelo tuyo y por su remedio él.

[49r] -Veo, dulcísima esperanza mía, un campo todo lleno de mucha claridad, como alumbrado de la luz del sol, y un ojo grande que preside en él, de tan lucido resplandor que no se deja mirar ni penetrar de alguna vista y sin consentir alguna sombra en todo su oriente. Algo más debajo de este ojo, entre unos hermosos celajes, diviso Señor dos pies descalzos y heridos que sin llegar al suelo tienen su asiento algo más debajo de aquella presidente antorcha de aquel ojo, y mucho más arriba del suelo. Más abajo de estos pies descalzos, veo Señor un pie como asentado en el suelo, calzado y su zapato es de terciopelo carmesí con una cruz en su empeine y encima de este pie calzado una tiara pontificia. Inmediato a este pie calzado, veo Señor una corona real puesta lo de arriba abajo. Y al pie de todo esto que es ya el suelo de este campo, veo Señor a un hombre que me parece conozco con un [49v] estandarte real y una cruz en medio de él, a quien acompañan tres arcángeles, y guiando así una procesión. Siguen inmediatamente al estandarte   —188→   en concertada orden los apóstoles, luego los mártires, luego los confesores, luego las vírgenes y tras ellas otros muchos cortesanos vuestros, y muchos coros angélicos que acompañan la procesión cantando dulcísimos himnos, que la música, el orden y variedad de lo que así estoy mirando sin entender lo que es se gloria mi alma de mirarlo, por quien sois, divina posesión de mi alma, que os sirváis de declarármelo.

-¿Conociste al que llevaba el estandarte, cordera mía?

-Sí redentor mío, que es el que me habéis dado por amigo y ningún otro hombre humano en cuanto vi conocí, y así le acompañaban los tres arcángeles de su guarda. Ése pues, esposa mía, porque me des gracias por ello que te le di por amigo, pondrá a la obediencia de la Iglesia (que significa aquella cruz en el [50r] empeine del pie calzado, que la trae como sabes mi vicario) el reino cuya es aquella corona real, y sembrará mi evangelio y plantará el estandarte de la fe y meterá en la jurisdicción de la Iglesia militante esas gentes y ese reino [...].

[53r] -Veo, amantísima hermosura de los cielos, más adelante un cerro y en lo descollado de su cumbre una ciervecita comiendo ramaje, y al pie de este cerro veo también un ojo de agua que brota con violencia para arriba y que sin exceder de su natural asiento vuelve a caer sobre su mismo centro sin esparcirse por ninguna parte, y toda su [53v] circunferencia cubierta espesísimamente de abrojos, sin consentir camino ni vereda para llegar al agua, ni a tocarla ni a aprovecharse de ella, ¿qué cierva y qué ojo de agua es este, amado mío?

-Esa cierva que ves, corderilla mía, en lo descollado de ese cerro, eres tú, que te he subido a la cumbre de la virtud y por eso te tengo ahí y sola porque ninguna otra criatura ha subido por donde tú y estás paciendo sola en el campo de mis misericordias; y pues tú misma no sabes el extraordinario camino por donde has subido, menos alca[nza]rán a saber los hombres de tu mundo por dónde has llegado a paraje tan perfecto. De esto pues les nacen las dudas con que están y el no persuadirse a las maravillas que contigo   —189→   estoy usando aunque las ven por extrañar el modo de ellas y su calidad, por muy fuera de las noticias que tienen de caminos que han llevado otras amigas mías; pace tú sin sobresalto que yo que te he subido aquí, sólo porque lo he querido nadie será poderoso a derribarte. [54r] [...] El ojo de agua es la fuente de mis misericordias que estoy comunicándote a ti retirando de la noticia de los hombres el conocimiento de las muchas grandezas que estoy usando contigo (eso es nacer aquella agua y volverse a incluir en sí misma otra vez); y la circunferencia toda cerrada de abrojos es el consentir yo que alguno alcance lo que estoy haciendo contigo, véante y sepan que hay agua pero les tengo cerrado el paso para que ninguna pueda llegar a beber de ella, ni a probar a lo que sabe [...].

[54v] Dame las gracias, cordera mía, por lo que contigo estoy haciendo; que de que los hombres no crean lo que en ti están mirando, será para ellos el daño. No esperen a que los he de rendir con milagros para que crean lo que tocan con las manos, que si tienen como dormida la fe con el sueño de la comodidad es menester que aparten de la tierra sus pensamientos para llegar a conocer las cosas del cielo y penetrar mis grandezas. [...]




Estación 7.ª

[...] [59v] Anda esposa mía, hacia esa parte de mano derecha, a compaña de Mansedumbre tu ángel porque no vayas sola, y advierte lo que vieres para que lo sepas y me lo refieras. ¡Mansedumbre!

-Sacra y real Majestad.

-Acompaña a la cordera.

-Vamos, cordera, a donde te manda el Señor.

-Vamos, divina guardia mía, a obedecer a mi Dios.

[60r] -Ya estamos aquí, mira lo que te mandó el Señor.

-¡Qué extraordinarias cosas son de la inteligencia del mundo (oh gran poder de mi Dios) las que estoy mirando!

  —190→  

-Puesto que has visto, vamos que nos está esperando nuestro gran Señor y creador.

-¿Qué has visto, columba amiga?

-Vide, amantísima dulzura de mi alma, un sitio todo de horrores lleno, donde se oyen y se miran diversidad de penas y tormentos, y juzgo que debe de ser el purgatorio porque consolaban ángeles vuestros a los afligidos y el padecer con esperanza es sólo permitido a este puesto, oh quién, Señor, pudiera explicar a los mortales lo que allí mis ojos vieron, cómo excusaran muchas ofensas vuestras por el miedo de no verse en tan estrecho y lamentable abismo. En lo ínfimo y centro de este sitio de los hombres mal previsto vide, Señor, un espacio, con qué miedo lo pronuncio, con qué horror lo digo, donde son mucho mayores las penas que en todo lo demás. [60v] De este penosísimo sitio y a no ver consolando a los ángeles en él juzgara (según son los lamentos de los que están allí muchos) que de la pena de daño era el señalado sitio, pero viéndome mi ángel con los desmayos que de su no explicado horror se fatigaba mi espíritu, me dijo: «no temas, que también aquí aunque es mucho se padece con esperanza, y este sitio se llama el penaculario, donde son tan sin explicación las penas que se padecen que sólo las que uno siente pudieran servir por muchas de las que están más arriba». Salí de allí (regalado consuelo mío) dándoos infinitas gracias por el cumplimiento de vuestra divina justicia, tan digna de ser temida como alabada vuestra infinita misericordia, y advirtiendo que mal usan los hombres de las misericordias, en tiempo que pudieran valerse de ellas [...].




Estación 15.ª

[144v] -¿Quieres, esposa mía, que te muestre una botica que tengo que el otro día te dije que te la mostraría?

-Por quien sois, amantísimo redentor mío, que me la mostréis, que   —191→   ya viene deseosa mi alma de saber cómo y qué tal es.

-Pues ven conmigo y mirándola muy despacio dime lo que te parece ella y lo que al fin en ella ves.

-En lugar de botes y redomas, regalado esposo mío, veo unos hermosos cálices de cristal que de sí despiden mucha luz con unos letreros al sesgo, que notifican lo que en sí encierran ellos.

-¿Y no reparas en la hostia que está en medio de todos ellos comunicando virtud a cuanto contienen ellos?

-Sí he reparado, amabilísimo bien mío, y que en su circunferencia tiene un letrero que dice, Señor, así: qui manducat meam carnem, et bibit meum sanguinem, vivet in eternum. Y a la parte superior veo otro que le sirve como de adorno, [145r] por el resplandor que exhalan las letras que le componen, que juntas dicen así, «por milagro»; y otro al pie descubro no menos bello que todos, que dice en él, «un jueves» [...].

-Lee ahora los letreros de los cálices, que en ellos verás los remedios que a esa misma costa entonces os gané yo con la amargura del cáliz.

-[...] [145v] En este dice, Señor, «bebida para quien no tiene amor», qué hermosura, mi bien, despide de sí este cáliz.

-Tan hermosa pues es a mis ojos, cordera mía, el alma si sabe amarme, procura tú que a la tuya adorne resplandor tan grande, pues tienes en la mano ocasión para lograrlo. [...]

[146v] -En este, amado mío, dice «bebida para componer el cuerpo cuando padece sequía».

-Ése, esposa mía, no parece que le has menester ahora que paces el campo de mis misericordias, pero conócele para cuando te ponga en las esterilidades, que en él está el alivio porque entonces aspirará tu sed.

-En este, Señor, sólo dice «bebida de rubíes».

-Ése, amiga mía, es lo que en el mundo llaman bebida de jacintos, y aprovecha su frecuencia cuando el alma padece ciertos desmayos que al fin su quietud violentan y este cáliz como te digo las sosiega y la alienta.

  —192→  

[147r] -En este, Señor mío, dice «agua de la vida».

-A esa llaman en tu mundo agua líquida, que tiene la virtud que yo le comuniqué, conque os restituís al estado de gracia naciendo vasallos de la culpa, y pues en tu infancia bebiste la que te bastó para quedar libre de ella, dame siempre gracias por ello, cordera mía.

-[...] En este dice, Señor mío, «remedio para purgar».

-Ello es lo que vosotros decís para arrancar los malos humores, mira la mucha hermosura que tiene este cáliz. Pues toda la comunica al pecador, que con propósito de enmienda me dice de corazón, tibi soli peccavi; alábame, esposa mía, por lo mucho que te quiero pues que te muestro lo mucho de mis tesoros, y de mis grandezas lo liberal y pródigo.

-[...][147v] En este dice, Señor, «polvos con que se sana la carne carcomida y corrompida, con poca lesión y sentimiento del paciente».

-Ellos son, cordera mía, lo que en tu mundo llaman polvos de juanes, pero con esta diferencia: que estos del mundo carcomen la carne con mucho sentimiento del paciente, y los de este cáliz sanan con modo más blando y fácil y son en fin estos polvos los de la mortificación, y los que sanan con ella se visten de aquella luz que tú en ese cáliz ves. ¿Y tú, hija mía, estás sana?

[148r] -No sé, Señor de mi alma, porque sólo vos lo sabéis.

-Tu confesor te quería aplicar estos polvos, sin duda te halla enferma, ea, veamos tu pulso que también yo soy doctor. Este pulso no está tan malo como él piensa, ¿pues con qué intento quiere aplicarte estos polvos si es tu achaque de tener calor en el corazón? Dile que no quiero que te cure porque no entiende tu enfermedad, y quién le ha enseñado que siendo el achaque en la cabeza aplique remedios a las uñas de los pies, y que de quién ha aprendido que la vía purgativa se alcanza con la perfección. Pasa con él por ahora, pero no te pongas los remedios que él te aplica, que pues que en ti no halla qué corregirte, que no quiero que haga en ti pruebas, conque te descaezca del estado en que   —193→   te tengo, que yo vendré a curarte y decirte lo que has de hacer, por que él no te eche a perder.




Estación 19.ª

[192v] -Mi confesor, Señor, toma ocasión del traje para afligirme. También ordenad lo que vos gustéis que haga.

-Ya te he dicho otras veces que no mudes de traje, porque si lo haces dirán que todo es ficticio y que tienes miedo. Aprende de mi madre, que con ser Madre de Dios se vestía como se usaba en aquella ciudad donde residía, y dile a tu confesor que si imitas a mi madre que qué es lo que te calumnia. Pasa con ese confesor, cordera mía, y dile que te confiese, que quién le ha dicho que no ha de confesar a cuantas criaturas llegaren a sus pies. Desagradome mucho aquella interrogancia que te hizo por ser hija de su imbecilidad y de la poca certidumbre en lo mismo que maneja, y al fin son todas muestras de su poco ánimo [...]

[194r] -De la verdad que reconoce tu alma, esposa mía, quiero darte algo a entender con una moralidad para que por consecuencia infieras qué era lo que de ti fuera si faltara a gobernarte. Si tuvieras tú una navaja y quisieras afilarla en el mollejón, ¿no está claro que por no entender tú ese oficio le echaras a perder los filos, y lo mejor que hicieras fuera desgastarle los aceros sin poderla componer, no lo sientes así?

-Sí, mi rey y todo mi bien.

-Eso mismo pues está haciendo hoy tu confesor contigo, que por no entender tu espíritu con las pruebas que en ti hace y preceptos que te pone, te hace descaecer del estado en que te tengo y por querer gobernar lo que no entiende, no sólo te embota los filos, pero te gasta el acero con que yo tengo tu espíritu.

Infiere de esto [194v] qué fuera lo que hubieran hecho en ti los que con otro celo te hubieran manejado a no haber yo cuidado de ti. [...]



  —194→  
Estación 20.ª

[198v] -[...] Siendo yo la misma sabiduría y los hombres de tu mundo la misma ignorancia, se atreven a calumniar mis secretos juicios, reprobando en mí el haberme agradado de ti y héchote mi esposa, siendo cuanto ellos pueden llegar a saber, juzgar inciertamente lo aparente y cuanto yo obro lo que estaba determinado en la mente de mi eterno Padre. No reparan que este atrevimiento es hijo de la soberbia y esta ofensa es hecha a la esencia divina; dígote de verdad que provocan toda rienda mi justicia y que el ver tan ofendida mi honra ha de obligar a que retire mi misericordia de ellos [...] Así pues las dudas y la escasez de los que te persiguen y la [199v] desconfianza de los que me juzgan es a mis ojos el sacrificio de Caín, y lo que me ofreces de lo poco que vales con tu fe me agrada como la fe y sacrificio de Abel. Y siendo esto tan solamente reservado a mí, ¿por qué quieren los del mundo que como Dios no vea lo que se me sacrifica, y de quien me ama y me ofrece lo mejor de su cosecha, no lo acepte? Qué ciegos que están, cordera mía, con sus propias comodidades, el adorno del alma no consiste en la pureza y su gala no está en el amor, ¿pues de qué se admiran que yo quiera a quien tiene pureza y me tiene amor? Pero como enseñados a ser ingratos, extrañan mucho el que yo sea agradecido y que lo parezca mi criatura. En los Cantares hallarán que en mí son muy antiguas estas enamoradas demostraciones con la que fuere mi esposa, y para que lo sea no está en que ellos la acrediten sino en que yo la escoja, que como he de ser el galán, me he de enamorar de ella pues ni el que ellos la alaben ni la vituperen la adelantará [200r] en mi crédito, porque soy quien sólo juzga los interiores de las almas, y pues la he escogido debo de saber porqué.

[...] -Úsase en tu mundo, esposa mía, entre los enamorados del que en cayendo el uno de ellos en una enfermedad trabajosa, o en algún empeño dificultoso de honra o de hacienda, hacerse neutral   —195→   hasta ver el fin porque no le alcance parte del desaire en que mira arriesgada la honra de su amante. Muy al contrario todo de lo que pasa en esta escuela del amor divino, porque de cualquier manera y en todo tiempo son siempre las finezas unas mismas, porque el alma enamorada siempre [200v] me busca y me ama de amor con sedientas ansias, y yo sin reparar en lo que el mundo repara la estoy asistiendo agradado de mi amante. Y si no, repara, pues por no faltarte en la mayor persecución tuya paso por las calumnias de demonio con que me gradúan, de que verás cuán consistente soy en mis cosas y que yo solo soy el firme, el eterno, y el amante verdadero. [...]




Estación 21.ª

[...] [213r] -Hay en tu mundo, esposa mía, una enfermedad, no para los pobres sino para los ricos, que llaman gota. Y dales en un dedo del pie porque a los ricos les empieza la enfermedad poco a poco y por lo bajo y les procede de que se lavan tanto los pies como la cabeza y les carga ordinariamente a los pies porque les duele aún el [213v] dar con el pie de sus bienes. Por esto este achaque es de los ricos y no acostumbra este accidente comunicarse a los pobres, porque como andan descalzos y destituidos del mundo son sus males por lo alto y son otros.

Hablo en esto, cordera mía, con dos géneros de hombres que son los ricos y los confesores, con los ricos porque den de comer al hambriento, y con los confesores porque maten el hambre a las almas que llegan a sus pies; hame desagradado el haberte mandado tu confesor que no llegues a mi mesa, pero no se te dé nada que aquí estoy yo que soy ego sum qui sum, que cuido de ti y te asistiré. [...] ¿Qué razón hay para que tu confesor te mande que no veas las almas que yo te envío? ¿habrá inquisidor o confesor que te lo pueda impedir queriendo yo? ¿no saben ellos que os tengo en ese destierro   —196→   para que me [214r] pidáis por los presos y deseando su alivio y vuestro bien para cuando padezcáis la misma necesidad? Siendo juez os solicito para que me pidáis por ellos, ¿luego por una ignorancia de quien te lo manda he de atacar mis misericordias? ¿pues no ven que eso es meterse en otra región [?] que no es suya? ¿y no conoce que es necio el que se pone a coartar la voluntad ajena, queriendo poner leyes de escaso a quien nació liberal y rico? Lo que a ti toca pregúntente y perficiónente en la virtud que ese es su oficio; pero juzgarme a mí y mandarme, ¿quién les ha dicho que es su oficio?; y si las almas son mías, ¿por qué quieren que no haga por ellas, si hice lo más que fue redimirlas? Y pudieran conocer lo que las quiero, si repararan en lo que me costaron. [...]

[219v] -Alaben os vuestros divinos cortesanos, oh inmensa hermosura de los cielos, por la admirable benignidad con que os habéis con vuestras criaturas, que parece que libráis vuestro deleite en su parquedad, glorificado seáis por siempre benignísimo consuelo de las almas.

-Si os tengo advertido que mi deleite es estar con los hijos de los hombres y sabes que hice tantas finezas por vosotros, ¿cómo quieres que deje de asistiros y de estarme agradando de las almas que me aman? ¿y no me dirás que hiciste aquella túnica que te dio Francisco de su orden y que Pablo y él te vistieron, cómo te has demudado de ella, qué la has hecho?

-Los del mundo se me han quedado con ella, mi Señor.

-¿No digo yo que tú eres una cordera y que no [220r] sabes sino menear la orejuela cuando te llaman? ¿pues cómo de lo que te envío me das tan mala cuenta?




Estación 23.ª

[238v] -Mira quién es ése que viene ahí y qué es lo que trae.

-Ya le he visto, Señor, y viene vendiendo suplicaciones. Hacia   —197→   aquella parte viene también vendiendo otro pero no sé lo que vende.

-Pues anda y pregúntale.

-Amigo, ¿qué es esa mercaduría que vendes? -Dátiles son los que vendo.

-¡Mira qué tales son las mercadurías del mundo! No compres de ellas, esposa mía, porque la una es astringente y la otra tan vana que es viento lo que en ella se compra; y tú que vendes la mercaduría de sufrir, padecer y perdonar por mi amor, no hallas quien te compre nada.

-Hartos gritos doy, redentor mío, pero no sólo no me compran de ella, pero ni quien me oiga parece que hallo, que olvidados de lo que padecisteis por ellos [239r] no se acuerdan que esta mercaduría es de vuestro divino almacén y pues mis gritos, amantísimo esposo mío, tampoco como veis aprovechan, válgales vuestra infinita misericordia, pues pendiente dedos maderos cruzados benignamente los esperáis y amorosamente los llamáis.

-Como tú dices, esposa mía; los espero y como miras los aguardo, pero son ya los hombres como los papagayos, aves que cuanto escuchan repiten sin retener en su consideración lo que pudiera aprovecharles con ella, afianzando en mi clemencia cuanto ellos miran sin ella. Oh, cuánto mis amados deben desvelarse en amarme por los favores sobrenaturales que les comunico, pues por esta causa solicitan agradarme cuando todos los demás sólo tratan de olvidarme, llevándose en fin de gracia lo que no se consigue por justicia.

[...] Con la seña que te he dado, esposa mía, procura resguardarte de algunos que con pretexto de comunicarte [239v] intentan hacer pruebas en ti, a cuyas palabras hazte sorda porque con embozo suele hacer la adulación presa en los no advertidos. Y para que sepas lo que les sucederá hallándote advertida te lo declaro en esta moralidad:

Había en tierra de Roma un hombre a quien habían sacado un ojo y para disimular su fealdad poníase un ojo de vidrio, y como los   —198→   que le miraban juzgaban que veía con ambos ojos, él pensaba que engañaba a todos y era él con verdad el engañado. Eso mismo pues les sucederá a los que llegaren a verte jurando firmeza a tu fidelidad y coloreando su engaño con mil fingidas promesas; y tú por ocasión de la seña sabrás el crédito que debes darles, no ignorando la verdad, porque no quiero permitir que a tu sencillez se atreva este linaje de engaños. Alábame, cordera mía, porque parece que apuesto a estar de ti agradándome.




Estación 24.ª

[254r] [...] -Haz cuenta, columba mía, que te tengo presa ya que tus confesores quieren que lo estés, y es calidad de los presos por si no lo sabes, el estar mirando por reja y de los que andan libres el negociar por los presos. Yo te di y señalé tus celadores para que hagan [254v] tus negocios del mundo, y ya que tú estás en prisión veré cómo cumplen con su oficio. Hasta ahora no se ha ofrecido en que puedan haberlo mostrado, vendrá el tiempo de los trabajos y se verá si son para ellos; tú como afligida y presa estarás en tu prisión y a ellos les tocará el componer tus negocios y dar alivio a tus desconsuelos; pero adviérteles que yo sólo soy poderoso para sacarte de la prisión. Tú, pobre prisionera mía, aliéntate que saldrás con victoria, porque es tu creador el que te defiende y te dará la libertad que deseas y el premio que por la batalla de tu ultrajada vida has merecido. [...]

[...] [253r] Y pues solicito tu seguridad y tu quietud, déjame gobernar a mí y no excedas de lo que te mando en los raptos, que yo que soy la misma sabiduría dispongo lo que te conviene. No te suceda por desobediente lo que a Luisa de Carrión, que advirtiéndole yo en los raptos lo que había de hacer trastocaba mis órdenes excediendo de ellas. Y aunque se lo reprendí dio en seguir los dictámenes de sus confesores, y por eso la dejé en su gobierno de   —199→   ellos y en manos de su albedrío y de los hombres; y como sabes murió presa y calumniada. No te suceda pues a ti lo mismo cuando hago caso de mi honra tu defensa, porque si aparto de ti mi rostro lo pasarás aun mucho peor que ella, que con dejarme gobernar padecerás lo que yo quisiere nomás y no conseguirán los hombres lo que desean. [...]




Estación 26.ª

[...] [274r] -Lo que aquel ungido y religioso que me enviasteis para dar medio a su satisfacción y en vuestro nombre [274v] me pidió, lo tengo en buen estado, Señor. Por quien sois, amado mío, que salga que yo concluiré con lo de su satisfacción.

-Yo te lo doy enhorabuena y saldrá en habiéndome ido yo, porque de aquí a que me vaya se le doblará toda la pena que había de padecer en el tiempo que se había de detener; mírale ya padeciendo con la pena doblada.

-Jesús mío, hasta el cielo parece que llegan las llamas del incendio en que padecerla veo. Por quien sois, amado mío, que le miráis con ojos de misericordia.

-En cuanto a la satisfacción, cordera mía, no puede ser menos, aunque se dispensa en cuanto al tiempo. Y si esto entendieran los hombres como es, a buen seguro que ellos enmendaran sus yerros; y los que te lo murmuran ¿qué dirán cuando con experiencia noten su yerro? Este ungido, cordera mía, vivió con buena opinión en su convento y él pensó que tenía ajustadas sus cuentas. Y cuando vino a dar las conoció, que ni aun el primer cero tenía puesto, porque aquí se hila mucho más delgado de lo que [275r] lo piensan. Mira que va acabando y si me detienes se detendrá él también, y ha veinticuatro años que está donde le ves.

-Pues ordenad, esposo mío, lo que a vuestra honra y gloria y su   —200→   alivio más conviniere.

-¡Miguel!

-Sacra y real Majestad.

-Dale a esta pordiosera cincuenta números porque no se me venga cada rato, que ya con ésta ha venido hoy aquí tres veces, y entre ellos salga aquel monje que ha treinta años que está ahí, y para que acompañe a ese de los veinticuatro. En el medio de mis misericordias las verás salir y te acompañarán Pablo y los demás señalados; y di a tus hermanos que cumplan lo que Mansedumbre les ordenare tocante a la satisfacción de algunos que os doy que no han acabado de satisfacer. [...] Y tú, niña, ¿tienes hambre?

-Vos lo sabéis, amantísimo esposo mío. [275v] -¿Quieres de este pan?

-Qué lindo es Señor, dadme por quien sois de él.

-Tómale que quien comiere de él vivirá in eternum. [...]




Estación 4.ª

[416v] [...] Cuando quiero que sola tu alma sepa lo que yo te muestro, hago que no lo relate tu cuerpo, y que calles cuando quiero, y hables sólo lo que quiero. Y concurriendo en esta diferencia tres distintos beneficios que yo quiero usar contigo, quieren con filosofía y teología alcanzar su inteligencia, proviniendo de sola divina ciencia que alma de que me agrado simplemente comunico. Y aunque tú, columba mía, no necesitas de saber la distinción de los beneficios, según razón humana, pues te basta el que los goces y registres con el alma negándoselo a su envanecimiento de los que se juzgan maestros, quiero hacer a tu sinceridad capaz de lo que no alcanzarán ellos.

Cuando quiero pues que no hables y que sola tu alma se regale, te llama con rapto de unión, donde no es capaz el espíritu de percibir lo que toca ni de [417r] explicar lo que sabe por mucho, como lo advirtió Saulo, y sólo conoce el alma aquel deleite tan grande de   —201→   la comunicación de mis grandezas, que aunque sabe que es así porque lo registra el espíritu, en su entendimiento no cabe aliño para explicarse; y pues tú sabes por comunicarte este beneficio lo que te pasa mientras te dura, diles a ellos que te expliquen lo que en esta unión goza el alma y lo que conmigo le pasa si piensan que tanto saben.

Cuando quiero que lo que miras relates, concurren dos beneficios, que es ponerte en dos diferentes estados, el uno cuando te llamo y tu espíritu sube a mi presencia y en ella te uno a mí; y cuando así se ha fortalecido tu espíritu, hago que de mí se aparte poniéndote en mi presencia algo distante, para que con esta distancia de por medio desahogado tu espíritu de aquella gloria en que se embebe por la unión, razone lo que dicto a tu espíritu, y le articule tu naturaleza estando sin uso de sentidos y potencias por la enajenación que causé en ella con el rapto. [417v] Y así este unirte, fortalecerte y ponerte en puesto para que pueda razonar lo que así consiento que tu alma lea en mí, se llama rapto unitivo, que para el rapto vocal necesitas de este primero, y así al rapto vocal está vinculado el unitivo. [...]




Estación 45.ª

[473r] [...] -Nace, cordera mía, el no acertar tus confesores en lo que desean, de no hacer lo que Tomás de Aquino, que para ponerse a escribir puesto en oración me pedía que le ayudase con mi gracia, y así a cuanto escribió le asistió el Espíritu Santo, y en acabando de escribir me lo ofrecía y yo se lo aprobaba: y si ellos hicieran esto yo les daría luz para lo que desean saber de ti, pero como se fían tanto de lo que saben y no se acuerdan de mí para ello, los dejo en su misma ignorancia pues se pagan de sus yerros.

[...] -Por quien sois, Señor, que les comuniquéis de vuestra luz para que salgan de ellos.

  —202→  

-Cuando fui a casa de Marta y María, esposa mía, ocupose Marta en el ministerio de mi hospedaje y María vino a ponerse a mis pies donde le comuniqué de mis grandezas, y su espíritu estaba gozando de este celestial deleite. Vino a quejárseme Marta de que ella se lo trabajaba todo [473v] y que su hermana no hacía nada, a fin de que yo la riñera haciéndome juez de aquel caso, y siéndolo me hice su defensor y la dije que había escogido la mejor parte María. Así pues, ahora tus confesores se andan fatigando con discursos para entenderte pareciéndoles que vas errada, y a este tiempo tú como María estás gozando de un celestial sosiego y regalada de mis grandezas. Y siendo el juez soberano de los cielos y la tierra me he hecho tu defensor, porque me amas con lo poquillo que vales como lo hizo María, cuando ellos como su hermana te están fiscalizando y mandando que no tengas raptos vocales. Ya les he dado mi palabra de quitártelos en yéndose tu capitán, y en el ínterin que se detiene aprovechaos de él, que yo te dejaré tan maestra que la naturaleza se admire con lo que te oirán decir cuando te mande que hables. [...]

[474r] [...] Ya que a ellos, esposa mía, les parece tan mal el verte con raptos, te los daré a media noche y en ellos te iré enseñando y leyendo materia por materia las que contiene el libro de los siete sellos que solamente he permitido que los muy amigos míos le hayan visto nomás. Y lo que te enseñaré se te quedará tan impreso en el alma que te acuerdes de ello cuando te mande que lo declares, y antes aunque quieras no permitiré que se te acuerde. Y cuando se haya llegado el tiempo en breve espacio haré que tú lo declares y serás tú quien desate las dificultades de algunas materias de la teología escolástica, y declare el misterio de la Purísima Concepción de mi madre y los misterios que en sí contienen cada palabra del credo, para que pues hoy eres el asilo de la burla, porque te [474v] comunico mis grandezas cuando sea tiempo que las declares seas la admiración de los doctos de tu mundo y sientan haberte desestimado cuando en fin te hayan perdido. [...]

  —203→  

[475r] [...] Anímate corderilla mía, aliéntate soldadillo mío, que yo te sacaré a salvo de la guerra en que te meto, haz empleo de tu mercaduría de sufrir, padecer y perdonar por mi amor, porque me agradas mucho cuando te miro que te ejercitas en esto. [...]

[478v] [...] Dígote de verdad, cordera mía, que morirás en lejas tierras y mientras se llega ese tiempo me huelgo de verte pelear en esta guerra que han intentado tus émulos. Y alábame pues te rodeo el que estándote en tu casa y como dicen a pie quedo, merezcas cuanto se pierden tus émulos. [...]

[480v] [...] -Tres días ha, columba mía, que te di una fianza de esta seguridad cuando me preguntaste que para qué era un anillo que te mostré, y aunque entonces excusé el decírtelo, ahora que has visto tanto te lo doy. Úsase en tu mundo cuando dos se quieren bien y entre ellos se atraviesan demostraciones de amor, darse el uno al otro prendas que acrediten la firmeza y la fe. Y aunque yo sé que tú no tienes que darme, te doy este anillo para que como obligada a fineza semejante sepas lo que debéis amarme, y que en eso sólo me pagues las demostraciones de amante que contigo estoy haciendo por instantes. Tres piedras tiene y todas tres de un color cuya significación no es posible que tú entiendas si no te hago la explicación, y para que no se te olvide escúchame con atención.

La forma del anillo circular indica la [481r] unión que tengo con mis esposas; y pues te pongo el anillo te doy a entender que eres mía. Las tres piedras que ven en él de una igualdad y color significan la una mi eterno Padre, la otra ego sum qui sum, y la tercera el Espíritu Santo que procede de mi Padre y de mí. Esto en cuanto a la igualdad; y la color significa el un amor, una esencia y un querer que vive consistente en todos tres. [...] Daca la mano y te la pondré porque siempre tengas empeño de amarme tan grande. [...]

[folios sueltos, al principio del expediente]

-Y siendo tanta la diferencia que hay de una a otra teología, pues la una es conseguida a fuerza de trabajo humano y la otra gracioso   —204→   beneficio dado del cielo, está puesto en uso que los teólogos hayan de determinar lo que no les he concedido y haya de necesidad callar aquél que quiero que hable y que sabe más en una hora que le comunico mis maravillas que todos ellos juntos con muchos años de estudios. En fin siendo esto no dado a ellos, introducido el uso que callen los teólogos místicos porque no prueban con autoridades lo que saben y valgan los [¿atenuados?] discursos que hacen ellos, sólo porque los apoya el crédito de que saben porque lo dicen así los del mundo. Conque por esta razón se prueba ser de mejor calidad el conocimiento que pueden adquirir los hombres con estudio, que la ciencia que Dios comunica a las almas en respuesta al juicio de los hombres.

Bastará para desengaño de este yerro la confusión en que ha metido a los doctos Teresa de Jesús, que contra el sentir de los de su tiempo afirmaba en la verdad que sentía su alma, y enseñó después el tiempo que supo más una pobre mujer con ciencia del cielo que con todas sus letras los hombres de su mundo, y sin embargo de este desengaño hoy están haciendo contigo lo mismo.





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