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ArribaAbajoSección 5.ª

Tercer período de la Edad Media



ArribaAbajoSiglo XIII

Pronúnciase cada vez más la reforma ya comenzada; rómpense las tradiciones, y se inicia en el traje un nuevo carácter, aquel carácter típico que a impulsos de la severidad, corrección, pureza de líneas y finura de detalles de un estilo colmado de inspiración, tomará vuelo como la arquitectura, y cual ella vendrá desplegando sus ingeniosidades y florescencias, sus prismas y filigranas, sus encantos y su maravillosidad.

Inaugúrale este siglo con buen pie, sobre un delicado sentimiento estético de la proporción, sencillez, armonía, etc. Ropas lisas, ni largas ni cortas; sustitución de las grandes mangas, por manguillas o mangas tendidas, que encuadran el busto sin coartar la acción del brazo; amictos adherentes, en feliz combinación con el resto; cuberturas armónicas; calzado fino; y para el bello sexo, vestidos los más naturales y tocaduras las más coquetas; he ahí bajo que rasgos se destaca la nueva reforma.

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Cualesquiera monumentos de principios del siglo, esculturas, miniaturas, sellos, imágenes, etc., ofrecen esta recomendable sencillez, bastando citar para ejemplo entre muchos nuestros, los capiteles claustrales de la Seo Tarragonesa, estatuas de varias procedencias, una   —108→   Biblia del cabildo de Vich, el libro Feudorum Ceritariæ, y otros de Poblet y Ripoll, guardados en el Archivo de la Corona de Aragón. Una túnica reducida, sayal o gonela, ceñida casi siempre, de manga justa y sin aliños, sirve promiscuamente a señores, labriegos y militares, con calza larga que se enlaza a las bragas, solada muchas veces, sin zapatos. La propia túnica, larga y desceñida, basta para único vestido a mujeres; sin embargo, los ricos   —109→   de uno y otro sexo, suelen sobreponerse cota, ajustada y hendida abajo, o sobregonel a guisa de sotana, sin ceñir, con anchas sobaqueras perfiladas de pieles o galones. Suple las veces de túnica interior, el brial, cisado por ambos flancos o a la espalda, lazada su hendidura con pasadores, y cinto encima. Como abrigos anejos, manto o capapielle asida de fiador, y entre hombres, mantel preso a la hombrera, o capa encapillada, de largas mangas sueltas. Andando en cuerpo, sin abrigo, la capilla adherida a la cota, servía de cubertura ordinaria. Cubre además la cabeza una cofia peculiar de este siglo, verdadero casquete de tela, con ligaduras debajo el mento, orillado acaso o bordado de sedas de colores, que mereció adopción rápida de todas las clases masculinas, y si bien   —110→   poco gracioso, medró por confortable y fácil de avenir con birretes, capirones, morteretes, sombreros, etc. En Castilla particularmente, anduvo muy favorecido un bonete alto, redondo, de cogotera y carrilleras.

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Lo mismo en el interior que en el exterior de España, hombres y mujeres utilizaron la sobrecota, sin mangas, de grandes sangraduras laterales, para lucir el cinturón de las damas, y la rica gona subtánea, a cuyo objeto se llevaba algo recogida. Adornábanla fajas de pieles en orlas, remates y pechera, o galonaduras en el collar, hombrillos, puños, etc. Fue exclusiva de hombres la capilla, y de mancebos el gonel o cota interior, y por cuberturas   —111→   sostuviéronse el capirote, el birrete en forma de concha, de copa, estriado, con bordes, etc.; un bonete algo acampanado, que se distinguía entre judíos por una manga adherida, y servía al clero en unión con la almuza; tocas, griñones y velos mujeriles. Calzado regularmente negro, abotinado, tendiendo a aguzarse, como preludio de una nueva forma de polaina.

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San Luis de Francia fue el primero en echarse manto flordelisado, retenido a los hombros con fiador, sobrepuesta una muceta de pieles. Su mujer la reina Margarita, suele retratarse con un birrete de color oscuro perfilado de oro, y corona también de lises. Usábanse en su corte ropas rozagantes, cuellos anchurosos, y aquellos ceñidores de oro que se hicieron poco dignos de su buena fama.

Al adelantar el siglo, desbordose el lujo, introduciéndose novedades suntuarias como las polainas, la corneta, el   —112→   sombrero alto de copa y de alas levantadas, el frisado descomunal a la griega, entre mujeres, y por último el cerboj o birrete vascuence. Las calzas se ajustaban, corridas hasta la punta del pie; la cota y la sobrecota o chupa (peto, joppa), se acortaron, se ajustaron o bien se ensancharon y festonearon; las mangas volvieron a desplegarse, o al contrario se replegaron, abiertas en pico, o perdidas desde la sangría del brazo, naciendo a la sazón las bibillas; inauguráronse los cuellos, hasta aquella fecha desconocidos, y el puño de la chupa cubrió parte de la mano. Sustituían al manto unos capotillos mangueados, o abiertos y esmochados, para dejar ver el chupetín. Los nobles asistían al rey con bota encarnada y espuela de oro, y los escuderos con bota blanca y la espuela argentada. No menos antojadizo el sexo bello, echó el resto en adornos,   —113→   blasones, telas ricas, corsés desmedidos, velos, tocaduras, dobles túnicas, escotes, botonadas, collares y otras alhajas. Como todos los extremos se tocan, el alto gorro, favorecido de larga fecha, vino entonces cediendo el lugar a un tocado muy bajo, compuesto de vendas rodeadas sobre el anteciput y a los carrillos. En un principio, sólo el ropón de grandes mangas llevaba impresos blasones de familia, pero después las mangas se abrieron, y se acabó por suprimirlas, como en las cotas de armas, y los blasones invadieron la ropa. El origen de la polaina atribúyese a Enrique II de Inglaterra, quien aunque buen mozo, tenía los pies largos (la palabra polaina, equivale a espolón de buque). En la provincia narbonesa, hasta Alfonso, hermano de San Luis, estuvieron en uso unas anchas togas, de donde vino apellidar togada a la misma provincia; mas luego cedieron el puesto a unas vestiduras de largos pliegues y ajustadas, con realces de pieles y otros, andando los hombres afeitados y encapillados. La gausapa, bajo Luis VIII, trocose en graciosa sobrecota de manga justa y abotonada, larga hasta la cadera, descendiendo después en amplio zagalejo blasonado y coleado. Propia de ciudadanas era una cota justa, a veces ceñida, y sobregonel o sayapiel con aforros. A las casadas distinguíalas el manto. Las ancianas llevaban ancho vestido, sobregonel cerrado   —114→   al cuello, y por tocadura, capilla o velo. Hacia el mediodía de Francia estilaban las mujeres unos vestidos acuchillados, de que hay algún parecido en el sarcófago de don Diego López de Haro, en Burgos.

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Durante la regencia de doña Blanca, fue prohibido a las cortesanas todo distintivo propio de mujeres honestas, especialmente el cinturón. Las disipaciones de fines del siglo, obligaron a Felipe el Hermoso a dictar serias medidas, entre ellas prohibición absoluta a la clase media, de armiños, coronas, pedrería, etc. (1294).

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Por igual tiempo, las señoritas alemanas vestían cota angosta de talle y mangas, sobrecota sin ellas, desceñida, con grandiosas sangraduras, y el brazo de color distinto. Las italianas bajo Federico II, apenas se echaban jubón de lana y un faldellín o brial de seda, siendo entonces las costumbres asaz moderadas. A su vez las florentinas, en 1260, desplegado nuevamente el lujo, honrábanse con un estrecho gonel de paño colorado o de batista verde, correado al cinto, abrigo forrado de piel de ardilla, y caperuza.

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Idénticos hábitos que en el resto de Europa durante la primera mitad del siglo, corrían en Inglaterra, según manuscritos reproducidos por el coleccionista Strutt, a saber: cota sencilla para ambos sexos, más o menos justa o larga, sujeta con simple cinta, que sostenía puñal y bolsa, o la espada del guerrero. La sobrecota llevaba capilla y media manga suelta, o perdida en luenga tira. La gente popular   —115→   iba con gonel liso, mangueado, o sayal hasta media pierna. Unos y otros estilaban capa, generalmente tendida, cayendo igual desde las clavículas, o echada a un lado y rebozada, prendida al hombro y rara vez al pecho. Había también un capotillo para cabalgar, hendido sólo por el lado derecho. Las mujeres, a su gonel ajustado, de manga lisa, agregaban manto de hombros para salir, con toca rodeada al busto, velillo breve, diadema, etc. Las cuberturas masculinas variaban entre sombrero bajo, otro alto y romo, de ancha vuelta para viajes, y la cofia del siglo; bonete encasquetado de carrilleras, bonetes esféricos, más o menos puntiagudos, toquillas, capillas, caperuzas. Por calzado, zapato-botín repuntado y apolainado, o abierto, con presilla en su mitad. Distinguía a los obispos la doble túnica propia de su ministerio, con casulla redondeada, de alto collete; el alba tenía ricos bordados en puños, collar y extremos; la dalmática semejaba una cota breve hendida lateralmente, de mangas tiradas. Entre religiosos, siguió el hábito de sus respectivas órdenes, con cuello algo subido.

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Una de las primeras leyes suntuarias o represivas del lujo, en la Corona de Aragón, fue dictada por el rey don Jaime   —116→   el Conquistador en 1234, haciendo terminante prohibición de ropas abiertas, listadas, caladas, adornadas de oro, plata, orifrés, oropel, seda repuntada, pieles de martas, zebellinas, armiños u otras escaladas o recortadas, inclusos los tajeles o aflibales de plata u oro, salvo de pieles cortadas a lo largo, hacia la capilla de la capa, y las brazaleras y bocamangas de manteles, cotas y garnachas. Tampoco quiso que los soldados, juglares y otra gente ruin, llevasen calzas coloradas. Varios fueros y ordenanzas de Castilla, establecían análogos devedamientos, aludiendo a sayas o bragas, almejías, briales, sayas-pieles, capas-pieles, ídem aguaderas, camisas margomes, todas orelladas, zapatos dorados, pennas fermosas, adobos de gran guisa, peñas, aljofares, orifreses, trenzas, cuerdas, bronchas, etc. El oropel y argentpel eran simples filetes de uno y otro metal, que daban al traje delicadísimo realce,   —117→   junto con el orifrés, equivalente a galonadura, y con las antas y perfiles de piel, que formaban tiras delgadillas por las pecheras y orlas del vestido en ambos sexos, constituyendo adornos muy corrientes de pronunciado sabor ojival. Lo mismo cabe decir de las pieles destinadas a franjas y aforros, que se recortaban y sobreponían entre sí, formando vistosos contrastes, mayormente a favor del teñido que algunas recibían, como las gules rojas, aplicadas a golletes, de donde tornaron nombre, dándoselo a uno de los colores de la heráldica. Ofrecían los paños gran variedad de muestras y matices, habiéndolos viados o bastonados, meytadados (partidos de dos colores), sobre-sennados o blasonados, floreados, plodos o lisos; llevando además trepados y entretallados, entalles, ferpaduras (aspas o picados), orifreses, margomaduras, y otra multitud de labores, que de acuerdo con el gusto artístico,   —118→   dieron carácter y cimiento a la fashion de la época.

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Atusábanse el pelo los hombres del siglo XIII, en forma retorcida sobre ambas orejas, y arrollado delante en pequeños rizos, o levantado en copete; las mujeres abollado, desprendido en bucles, retenido con redecillas, y ya sin las largas trenzas del siglo anterior. Legalmente no había distinción entre nobles y pecheros, siendo todos libres de dejarse el pelo a su antojo, salvo las accidentales diferencias de gusto, elegancia y adición de ungüentos y pomadas, según posibilidad de los consumidores. Colirios, mudas y pasta de habas, continuaban surtiendo el tocador de las bellas.

Del clero hay poco que añadir. Inocencio IV en 1244, concedió el capelo a los cardenales. La tiara papal formaba un alto bonete cónico, al que sucesivamente se agregaron las tres coronas del Pontificado. Duraba el fausto entre prelados y dignatarios, y la clerecía en general no desdeñó emular con la gente lega, mayormente siendo comunes muchas prendas del traje. El ritual vino mejorando en corrección y ornato, de tal suerte que mereciera quedar por modelo, y acaso con su reversión ganaría la majestad del culto. Los franciscanos fundados por el apóstol de Asís, traían burdo hábito gris, ceñido con una cuerda o cordón, de donde provino su apodo de cordeleros. Los dominicos vestían sayal blanco y cogulla negra. Los carmelitas, traídos de Palestina por San Luis, usaban hábitos listados de pardo y blanco, por lo que se les llamó barreados; mas el papa, en 1236, prohibió tales hábitos, como poco serios, fijando sayal pardo y cogulla blanca, no sin resistencia de algunas casas de la orden, que pretendían haber recibido su traje de manos de San Elías. La secta de los flagelantes, creada en   —119→   1260, distinguíase por su ropón exornado con una gran cruz, y el capucho que les ocultaba la cabeza.

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Traje de guerra: variedad de mallas; casco cerrado, plano o puntiagudo, a menudo con cimeras hiperbólicas; visera de plancha sobre la malla; casquetes de nasal; camail o almófar; grebas de hierro, rodilleras y codales; cotas y escudos blasonados; sobrevestas mangueadas; espuelas de roseta, o acicates atados con correas y hebillas; ricos tahalíes, y correaje en muchos casos; lanzas de pendoncillo; caballos encubertados; ciertos peones con una especie de toca y manta, etc. A principios del siglo fueron generalizándose las canijeras, la cota de media manga, y el velmez o sobrevesta, recamada y cubierta de blasones. Felipe Augusto de Francia, después de la batalla de Bouvines, en que corrió grave riesgo personal, instituyó una guardia de corps, siendo originarios de su tiempo los sargentos de armas, nobles de origen. En 1240 fue adoptada la banda blanca, distintivo del caballero francés. Éstos, en los combates, solían llevar una espada de repuesto, colgada de un arzón de la silla, y el hidalgo que había asistido a dos torneos, podía ostentar cimera de cuernos. Ya a mediados de este siglo, los alemanes blandían aquellos grandes mandobles que duraron hasta Maximiliano. Para guarecer el casco, estaba en uso el lambrequín, a guisa de mantilla recortada. El cinturón o tahalí solió colocarse diagonalmente encima de los riñones, hasta fines del siglo siguiente.   —120→   La sobrevesta tenía capilla adherida, cuyas dobleces delanteras caían en picos, que insensiblemente se extendieron sobre el pecho. En los últimos años, aumentaron las piezas defensivas, conforme las detalla Endo de Rosellón en su testamento de 1298: yelmo de visera, bacinete, perpunte de cendal, godeberto, gorguerín, broches o rodilleras, gaudichete, trumijeras de acero o canijeras, quijotes, guanteletes, montante o mandoble y espadín.

Según el ordenamiento de Sevilla, el Fuero de las Cabalgadas y otros documentos españoles, las tropas castellanas llevaban arnés compuesto de lorigas, perpuntes y gambajes, añadidos quizotes o velmeces, y sobreseñales divisadas; brafoneras o canijas de rodillera, para guarecer las piernas; brazales, gorgueras, capiellos, cofias, casquete, almófar, casco o yelmo; escudos pequeños o grandes (tauleros, paveses), espada, cuchilla, misericordia, astas, lanzas y azconas, hachas y porras, ballestas, arcos, dardos, etc., marchando bajo sus señeras y pendones. Los caballos defendíanse con lorigas de malla y coberturas blasonadas. En Aragón la loriga se llamó camisol, subsistiendo el alsebergo, con perpuntes o jubones fuertes; espalderas, gaviones, aljubas, y el resto de armamento como en Castilla. Habíase tomado de los árabes la costumbre de montar a la gineta. Los catalanes tenían ballesteros muy preciados, pero su caballería cedía a la francesa. Como artificios y máquinas tormentarias, seguían los fundíbulos y brigolas, almajaneques, algarradas, ballestones, castillos de madera y otros, expresados en la crónica del rey don Jaime y en numerosas escrituras.