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ArribaAbajoSiglo XIV

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Llegamos al tiempo de las acuminaciones, de las delgadeces, de los mirajes y filigranas por excelencia. El concepto de la forma se ha sutilizado, por decirlo así, sublimado si se quiere, bajo el mismo influjo que guía las conciencias, plantea las instituciones y domina a la sociedad. Este sentimiento, asaz sincero para la inspiración artística, es el que erige bajo fórmulas cada vez más alambicadas, catedrales y castillos, insiguiendo el rigor del sistema en sus masas, detalles y adyacencias. Del estado moral y de costumbres, del mismo lenguaje y de la literatura,   —122→   podría argüirse semejante influencia, que resale sobre todo en las ostensiones materiales, y sobremanera, en el traje, influido a una vez por lo moral y lo material. Nunca como en este siglo fue más puntiagudo, adelgazado, afiligranado y recalado, al igual que los arbotantes y crujías del edificio, los pilares del ajimez y las florescencias por do quiera derramadas. Puntas agudísimas en caperuzas, mangas, calzado, tocados mujeriles y armaduras militares; delgadeces colectivas y parciales, en el talle del vestido y sus anejos; calados y trepados prolijos; delicadezas extremas; minuciosidades primorosas, así en riqueza de materia, como en eximiedad de confección; todo lo cual da a aquella indumentaria un sabor muy especial, asombro   —123→   de factura, bastante a recomendarle como una de las primeras maravillas en su género, y a redimir las transgresiones de sus propias y frecuentes demasías.

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La invención del jaque, jaco o jubón militar, a mediados del siglo, originó en el vestido un cambio trascendental, ya que pasando luego al uso cívico, acabó con el sistema de hábitos lacios, originándolos ajustados, que ya no debían cesar, pues conocida su ventaja, por la ley natural del progreso todas las ropas se hicieron a corte y medida, pasando a la condición de artefactos en manos del honrado gremio de sastres, constituido con anterioridad, pues un serventesio lemosín del siglo XIII, encarece juntamente a los de París y de Lérida. Este adelanto allanó el camino a la caprichosidad de la moda, no obstante varias cohibiciones con que debía luchar, entre ellas la reglamentación sistemática fijada por numerosas ordenanzas suntuarias, imagenque tarifaban los trajes por clases; la semi-vinculación de éstos en las familias, que se los trasmitían de una a otra generación, cuanto más ricos y ceremoniosos, y señaladamente las grandes peripecias físicas y político-sociales que por cierto no escasearon en el siglo de que se trata; hubo sin embargo buenas intermitencias, que deslindaron las sucesivas fases de su indumentaria. La iniciada en 1280, subsistió con poca   —124→   variación hasta las horribles, asolaciones imagende la peste negra. El traje civil sigue rezagadamente las huellas del militar, sirviéndose de finos paños flamencos, terciopelos venecianos y damascos genoveses, constituido ordinariamente, sobre camisa, gona, jubón o corsé interiores, de braga o musleras de tricote, lienzo, paño, franela, etc., sostenida por ceñidor o braguero; calzas (medias) de igual género y color que la braga, a la cual se enlazaban mediante pasador o cordoncillo; zapatos de badana o cordobán, los lisos de marroquí, teñido o dorado, con punta de polaina, reemplazados en verano por estivales o borceguíes de terciopelo, brocado, etc.; gonela o cota, equivalente a la antigua túnica, especie de sayal de que sólo se veían las mangas; sobrecota o cota atrevida, sobregonel, pellote, etc., imagenropa de vestir cerrada, con aberturas abotonadas para cabeza y brazos, mangas también abotonadas hasta el codo, manguillas acabando en punta o en una lengüeta caída (bibilla), y otras sobremangas a guisa de valoncillas; el extremo delantero de la ropa hendido, para facilitar el movimiento, y más adelante para lucir otra ropa interior lujosa; capilla y caperuza adherentes a la sobrecota, o separadas de ella; chapirón o capirote, en francés toca, compuesto de rodete frontero, con una manga caída y   —125→   una cresta levantada, muy enhiesta al principio, y luego encrespada o abanicada artificiosamente según las épocas; sombreros cilíndricos; puntiagudos, hemisféricos, altos, bajos, etc., comunes desde 1320 los deimagen fieltro de varios colores (a los agudos solía adornarles un penacho ladeado de plumas de pavo real). Indispensables para bailes eran unas coronas de rosa o de aciano, que ya en 1300 dieron vida a cierta industria especial. Ayudaban a la elegancia del traje unos riquísimos mantos, ya sostenidos de hombro a hombro por largos fiadores y brochaduras, ya abiertos al lado derecho y replegados sobre el brazo izquierdo, decorados con valona de pieles, dichos mantos a la real, conservados después por los reyes, y transferidos a la magistratura   —126→   con nombre de togas y epitogios. La capa venía a ser un sobretodo de mangas largas, generalmente impermeable, para guarecer de la lluvia, y que los criados llevaban de reserva en pos de sus señores. Entre mujeres, salvo la braga, corrían piezas análogas, señaladamente briales y la cotardía, que era cerrada a la garganta, amplia, rozagante y ajustada de talle sin ceñidor, o bien apabellonada y hendida a los flancos, descubriendo la túnica o el cinturón que calificaba a la persona. Además de sus velos y tocaduras, reemplazaron el anticuado gorro con un cubrichete o morterillo de alma de pergamino, cubierto de ricas telas, izares listados, lentejuelas y chucherías de filigrana, alternándolo desde 1310 con el peinado a trenzas, bucles, rizos, etc., y aliñado con cintas, rapacejos, redecillas, frontalera o cerquillo de argentería, y un pequeño velo   —127→   flotante, dicho en Francia mollequín. Caracterizaban ya a las viudas sus anchas tocas monjiles. No faltaron desde los primeros años, rigorosos moralistas que declamasen contra las incesantes petulancias del traje, mas la verdad es que ellas impulsaron en grande escala las artes y el comercio; mereciendo observarse que en Francia, con especialidad en la desgraciada fecha de 1356, fue cuando se hizo más gasto de oro, pieles, joyería y otras galas.

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Al mediar el siglo, dejose sentir toda la presión del gusto ojival, ya en el traje urbano, ya en el arreo militar. Entonces los ropones cedieron ante vestidos más airosos y ligeros; la caperuza cayó festoneada sobre el busto, y en larguísima punta por la espalda; el jubón se apañó y merloneó sin exceder de los flancos, bajando desde medio brazo hasta besar la tierra, dejando visible la cota solamente en el antebrazo, donde formaba graciosos pliegues   —128→   con abolladura (en francés mufle). Adoptáronse calzas de dos colores; plumas en el sombrero; pelo frisado, y barbas de chivo; ropas rayadas de Ruán, que por abuso de los señores, pronto fueron relegadas a su servidumbre. En algunas miniaturas asoman el redondel y la clocha o campana, mantos orbiculares, que se afianzaban a los hombros, picados por abajo, y en el mediodía de Francia corrían unos forrados de pieles, con nombre de chape, prendidos mediante firmalle como la capa coral eclesiástica (también chape). Particularizose en los decenios 5.º y 6.º el cinturón articulado, atravesado sobre los riñones, sosteniendo escarcela y un largo puñal. Constaba ese cinturón de correa o parche, sobrepuestas unas placas o planchuelas (platones) de metal sobredorado, cincelado, esmaltado, etc. Por igual tiempo alcanzaba sus mayores dimensiones la   —129→   polaina, que medía a veces doble o triple longitud del pie, debiendo las más largas atarse con una cadenita debajo de la rodilla. Condenadas por la iglesia y por algunos soberanos, entre otros Carlos V de Francia, que dio contra ellas una ordenanza en 1368, nuestro Exímeniz sin embargo, las señala cual novedad en Cataluña hacia 1380. Llena de afeminación la nobleza traía el pelo atusado, gruesas cadenas al cuello como las mujeres, aljubas o jubones cortos de abultada pechera, calzas tiradísimas hasta la indecencia, cada pierna de un color, y dijecillos a sus extremos. Sucesivamente nacieron la huca, hussa o diploide suelto, a fuer de dalmática, con pliegues en lo alto del brazo, unidos a favor de corchetes, galones, pasamanos etc., de uso general en 1370; el hoquetón o sobrevesta, entre civil y militar, que solía ser partido a dos colores y blasonado, y por fin la hopa u hopalanda, anchurosa vestidura común a los dos sexos, provista de collete cerrado, y mangas que arrastraban por el suelo, al igual que la cola de esta ropa, prolijamente caladas, guarnecidas y recortadas todas sus orlas. Entonces los ribetes, freses y franjas de oro y plata, cedieron generalmente a las guarniciones de pieles, sin contar los forros de ellas que constituían un lujo exorbitante y ruinoso, pues siendo caras de suyo, entraban por gran número en cada vestidura.

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El duque de Orleans, nieto del rey Juan de Francia, gastó en una sola hopalanda 2800 vientres de nutria; el conde de Empurias, compró 626 veros curados para una hopa, a un pellejero barcelonés, año 1380, etc.

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Obedeciendo al propio influjo, ganó en elegancia el traje mujeril, ampliadas las sobaqueras de su cotardía, para facilitar el braceo y dar vista a la cota, que iba oprimida por rico cinturón. Encima de la doble tira o perfil de pieles que, cogiendo desde los hombros, en figura de M, sostenía el holgado faldellín de ricos colores y blasones,   —131→   a la derecha los de la casa marital, y a la izquierda los de la mujer, tendíase por delante y detrás un mantelete o corsé de armiño, apretado sobre el cuerpo con una especie de ballena, tachonada de oro y pedrería. Siguió en favor el peinado de bucles y rizos, dominando sin embargo el partido en raya, con motas laterales alrededor de las orejas, o con pequeñas trenzas a la castellana. Para calvicies mal disimuladas y ayuda de postizos, hacináronse rapacejos, randas, y consecutivamente unas cofias acolchadas,   —132→   hasta pasar de exceso en exceso a los escofiones rellenos de estopa y salvado, sobrepuestos a las escofietas, que ya en 1385 componían un armatoste de almohadillas. Completaban el ornato femenil toda suerte de collares, brazaletes, sortijas, ceñidores de pedrería y escarcelas, etc.; objetos las más veces peregrinos de ingeniosidad artística, a que algunas pretenciosas agregaban un bastoncito de puño cincelado.

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Acabó el siglo con mayores extremos de picados y recortes, de jubones escuetos, sin llegar aún a la forma de gabardina, de farsetos apechugados y sueltos por detrás hasta las nalgas, de coletos anteados para caballeros, guarnecidos brazos y piernas con un tejido de malla o con un escamado de cuero hervido y teñido; muy oprimida la cintura, entre nobles por el cinturón de lujo, articulado y resaltado, que sostenía entrepiernas su espada o daga. Los lombardos o usureros vestían de dos colores, con agudo bonete de los mismos.

En vestiduras de mujer, su manga justa se prolongó hasta cubrir la mano, y su exquisita sobrecota ensanchó   —133→   las suyas hasta el codo, acompañadas de tirillas colgantes. El cabello partido, descendía en apretadas trenzas a modo de esterilla, por ambos lados de las sienes.

Estas modas bastante generales, causaron especial emulación en Francia e Inglaterra, donde muchas de ellas hubieron de iniciarse. En ninguna parte como en la corte de Ricardo II, hubo hopalandas más dentelladas, cuellos más subidos, polainas más largas, frisados más revueltos y sombreros más preeminentes. Los galeses, afectando despreciar el rigor de su clima, llegaban al extremo de vestir sólo gabardina o jubón ligero, con faldetas de varios colores engalanadas de cintas, que posteriormente hicieron furor. Italia, sin más cordura, siguió explotando esas novedades con su acostumbrado gusto, sacando buen partido hasta de las extravagancias. Sus mujeres, desde 1327, según Musso, estilaban unas vestiduras transparentes dichas ciprianas, muy poco favorables al pudor. Villani en igual fecha, atribuye a las florentinas un adorno de grandes tufos y trenzados, de seda amarilla y blanca, que se colocaban sobre la frente en lugar del pelo natural. De los milaneses en 1340, eran propias unas esclavinas y crosnas de pieles, los cabanni que produjeron el gabán, y la pellarda semejante a nuestra pelliza. En 1388 las matronas placentinas lucían mantos nobles, amplios y sujetos al cuello por medio de botones sobredorados, o presillas de aljófar y piedras, y no llevando capuces, tocábanse con ligeros velos. El traje de las viudas fue igual, pero negro y sin adornos. De magistrados y médicos eran peculiares unos vestidos serios, de grana y pieles, consistentes en ropón talar mangueado, manto abotonado debajo del collete, y capirote. La tosquedad suiza, que en la época de su confederación se reducía   —134→   a simples coletos, hebillados, abotonados y oprimidos al cinto con bolsa y puñal, se comunicó al vulgo de los alemanes, salvo alguna diferencia en calidad de géneros, anchura de mangas etc., manto conforme al vestido entre hidalgos, andando éstos cubiertos con capilla o birrete, y el pueblo con caperuza. En aquel país se inventó a la sazón el aguardiente, y de él parece también originaria la adopción de cascabeles para adorno o realce del vestido.

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Las señoras y aldeanas españolas, ponían a sus camisas cabezones y puñales, colleras o collaradas; atábanse las calzas o medias con ligas; traían corpiños, jubones y guarda-cuerpos,   —135→   sayas, quizás rabigalgas, pellotes, goneles, briales, garnachas y delantales; mantones, cofias, cabezales, frontaleras, guirnaldas y coronas, redecillas, tocas, prendederos, velos, crespinas, el peinado a la castellana en Cataluña, etc. Los hombres vestían jubones y corsés, cotas, sayales, pellotes y transpellotes, gramallas, (ropón que distinguió a los famosos Concelleres catalanes), almejías, sacos, gabanes, hopalandas, manteles, capotes, balandranes, lobas, etc.; chapeles, capillos, chapirones, bonetes, birretes, el cerboj (en francés tripe), especie de gorro flojo y enfundado, echado para adelante. En calzado, además de zapatos, botas, hosas, estivales, borceguíes, gambales, polainas, chancletas, zuecos, y las rústicas esparteñas y corizas; realzó a nuestras paisanas, desde antes de este siglo hasta después del XVI, el chapín, zapato adherido a unas altas suelas de corcho, que las damas principalmente calzaban para crecerse el talle y darse tono. Comunicose también a Portugal e Italia, y algunos   —136→   señores lo usaron a su vez. En este siglo comienzan a formar accesorio de adorno las plumas enhiestas delante del sombrero, o caídas al lado del birrete, unas de avestruz o de águila, otras de pavo real. En calidad de alhajas, y en variedad de géneros y ropas, había ya todo cuanto se puede desear.

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Armaduras y armas. A medida que progresaba la milicia, mejoraba su armamento. En los primeros años del siglo, cambió poco del anterior; alsebergos y dobletes trílices (doubliers treslis en Francia), esto es lorigas o cotas de fina malla para caballeros; otra cota acolchada, hendida por sus extremos y blasonada; yelmo cimerado, pintado y barnizado,   —137→   sujeto a la armadura mediante hebillajes, y su lambrequín flotante por el dorso, o una pieza ornamentaria de fina tela (en francés achement); cadenilla asida al peto, para afianzar espada y daga en los combates; canijeras y brazales de plancha; guanteletes de platas, charneladas, y pies de malla, y un pequeño escudo con blasón de familia. Algunas cotas tenían manicla o manga ancha de malla, a veces unida al guante, otras doblada al puño. El ristre era un hierro injerido en el peto, para afianzar el regatón de la lanza; un jupel o cota holgada hasta los tobillos, empleábase solamente en pasos de armas. Como defensa de los hombros, servían dos piececitas cuadradas y blasonadas, dichas braceras, que iban asidas al yelmo por medio de correas. Los siervos de señorío salían en campaña armados cuando más de un coleto o jubón de cuero (coraza), y rodela o escudo bombeado. A los mercenarios, sargentos o sirvientes, defendíales el alsbergote, ligera cota de malla, cuyas formas variaban; collarín o gorjeta de plancha o escama, oriunda de Italia; una tarja o rodela, o bien escudo, con ballesta, arco, jabalina, espada y guisarma (el antiguo gessum). Entre la soldadesca popularizáronse unos coletos de planchuelas (platas), que se afianzaban con ballenas a tiras sobre tela picada o cuero, terciopelo, etc., objeto de una industria especial que decayó hacia 1370.

La revolución del armamento precedió a la del traje, en armaduras articuladas, originarias de España e Italia, que coincidieron hacia 1340 con el empleo de cañones y bombardas, o sea con la aplicación de la pólvora. Acreditose entonces la ligera armadura caballeresca, adoptada luego por los sargentos, que fue de gran utilidad en aquel turbulento período. El alsbergote de fina malla, convirtiose en jubón o jacerán, equivalencia del antiguo alsebergo, reducido   —138→   y ajustado al cuerpo, sin mangas, y de 1350 a 1370 fue añadiéndose a esta pieza el hoquetón o perpunte, acolchado y ferrado (claveteado), muy combado sobre el pecho, y ceñido sobre los muslos por un cinturón especial, que tenía dos anillos para la cuchilla y la espada; este cinturón duró desde 1350 a 1410. Las planchas interiores de la coraza llamábanse cangrejos; platas o planchas guarnecían a brazos y piernas, manoplas a las manos, y zapatillas articuladas a los pies, afectando también exageradamente la hechura de la polaina. Ayudó a esta reforma, en sustitución del engorroso yelmo, el bacinete, provisto de visera o ventalle levadizo (francés mezail) y adherido a la capellina con sortijas o hebillitas. El escudo barreado, divisado, etc., seguía suspenso al cuello de correa o tiracol, en concurrencia con la tablachina, especie de broquel de medianas proporciones, estrecho arriba y ancho abajo, usado también por la infantería. Las lanzas adquirieron una rodela hacia su empuñadura, para cubrir la mano y ajustarse al ristre, y a las formas de sus largas moharras debieron el nombre de glavios (francés glaives) o machetes. Por fin, las compañías de gendarmes y tiradores aventureros de pie y de a caballo, sobre adoptar este armamento, introdujeron además el pavés romano, la celada española (capacete con una gran plancha que guardaba la nuca), los jaques o perpuntes de cuero, de ante, de picado, etc.; los talabartes de badana, las ballestas de calzapié, las hachas de armas, los antiguos javelotes, las plomadas y porras, etc. Aquellas armaduras compuestas de piezas diversas de hierro, que se ajustaban entre sí y cubrían al guerrero como un estuche, se llamaron de punta en blanco o pleno arnés, usado en Italia desde 1315, según un reglamento de Florencia que fija por armas de   —139→   caballeros en campaña, casco, plastrón, guanteletes, quijotes y canijeras, todo de hierro. En Francia e Inglaterra prevalecían aún cota de malla, bacinete cónico de visera, y planchas sobrepuestas a los miembros extremos. Un inventario de 1316 señala testeras de caballo. El perfeccionamiento de la ballesta, que alcanzaba casi la potencia de una arma de fuego, exigía cada vez mayores reparos defensivos, y de ellos fue saliendo la armadura total. Pero esta necesidad acreció al aplicarse la verdadera pólvora, de que ya, según indicaciones, hacían uso los árabes en el siglo anterior, diferente del fuego griego conocido de los bizantinos en el X, y aunque imperfecta y menos dañosa que ruidosa, durante sus primeros ensayos, bien pronto se conocieron todas sus ventajas, ya para defensa de las plazas, ya para ataque de ellas, y por fin en los combates a campo raso, iniciándose según autores franceses en tiempo de Felipe de Valois, año 1338, si bien hay datos de haberse   —140→   anticipado en nuestra guerra nacional. Con ella cambiaron radicalmente no sólo el sistema de armamento, sino el bélico y el estratégico, en las formas y medidas que de la ilación histórica aparecen.

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El traje doméstico del clero, no prescrito por los cánones, sufrió el contagio de las modas profanas, según convencen numerosas y reiteradas prescripciones conciliares de este siglo y del siguiente, contra prelados ricos, que singularmente abusaban en tal materia. Los beneficiarios o perceptores de rentas canónicas, dábanse el tono de verdaderos príncipes: barbas crecidas; traje corto; calzas de colores; zapatos de polaina; velvetes, brocados, recamos, perlas, forros de pieles, todo lo ostentaban a porfía; y sin embargo, estábanles prescritas las ropas talares, sombrías o negras, y la capa de anchos pliegues, no alada ni de mangas. El bonete comenzó a fines de este siglo, bajo una hechura, alta y aguda que se comunicó a   —141→   los laicos. Tampoco los clérigos españoles pecaban de recatados, mereciéndose frecuentes censuras, a semejanza de la impuesta al clero de Tortosa en 1388, con que se le prohibieron los hábitos ya breves, ya rozagantes, escotados, de colorines, abotonados pecho abajo, etc. Prohibiéronseles asimismo botonaduras en las ropas exteriores, gramalla, sobrecota, tabardo y otras. Su cota no debía llevar alta gorguera, ni manga ancha y flotante a modo de aljuba, pudiendo sujetarse a lo más con seis botones. Los zapatos debían ser justos y no boquiabiertos, acuminados ni repuntados. La vestimenta ritual recomendose en cambio por la gracia del corte y el primor de su ornamentación.

Entre muchísimas pompas cortesanas, ocurrió en la consagración de Carlos VI de Francia, año 1380, la novedad de servirse la mesa por pajes vestidos de brocado y oro, montados en caballos cubiertos de gualdrapas hasta el suelo.