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La Iglesia, comunidad de fe

27.º Domingo del Tiempo Ordinario
2 de octubre de 1977
                                                                        Habacuc 1,2-3;2,2-4
2 Timoteo 1,6-8. 13-14
Lucas 17,5-10

     La palabra divina, queridos hermanos, debe ser para nosotros que creemos en ella, la luz que alumbra nuestros pasos; la que ilumina, también, de consuelo nuestras aflicciones, la que le da razón a nuestras esperanzas. Por eso, me gusta evocar con todos ustedes, esos hechos que vivimos en la semana para iluminarlos junto con esos hechos públicos, familiares íntimos, que tienen que ser también iluminados con la palabra de Dios, y porque para la Iglesia todo lo humano le interesa. Ella, como dijo el Papa un día, es la vida de la humanidad.

     Por ejemplo, en esta semana hemos lamentado la catástrofe de aviación militar en la cual perecen hermanos nuestros, por los cuales hemos pedido el eterno descanso. También, en cumplimiento de su deber de ganarse la vida, unos obreros quedan soterrados bajo un barranco. Un niño es arrastrado por una corriente, y qué angustia será la de esa madre de no haberlo podido encontrar. Pero, sobre todo, como un agradecimiento a los medios de comunicación social, quiero manifestar el fracaso de nuestro deseo de intervenir en el hallazgo de doña Elena Lima de Chiurato. Hemos visto de cerca la angustia de esta familia. El esposo entre lágrimas me decía: «Yo temo lo peor, veinticinco años de matrimonio que terminen así; pero siquiera que me entreguen su cuerpo [253] muerto». Yo suplico en nombre de Jesucristo nuestro Señor y de su Iglesia, a la que tengo el honor de representar, en nombre de lo más noble de los corazones que estamos en esta reflexión, incluso tal vez los mismos que cometieron este crimen de raptar una persona, que se compadezcan ante el dolor humano y den noticia. Comuníquense, ya sea conmigo, que me he ofrecido a la mediación, o ya sea directamente con la familia de la Señora de Chiurato. Yo les suplico encarecidamente.

     Queridos hermanos, es este dolor de esta familia el que ha repercutido en mi corazón con otros desaparecidos, que a pesar de nuestra súplica siguen en esa tortura espantosa, que no es sólo de ellos sino de las familias que buscan ansiosas a sus seres queridos. El respeto, que sentimos para el hogar de Chiurato, lo sentimos para todos los hogares donde se lamenta esta nueva clase de gente salvadoreña, los desaparecidos.

     Mientras tanto, la Iglesia sigue trabajando su organización, revisando su misión, para ser más eficiente en el servicio a la humanidad. Desde ayer en Roma se inició el Sínodo Mundial de los obispos, donde el Papa preside la gran consulta del mundo sobre la catequesis. Este es el tema que desde el año pasado fue enviado a todos los obispos del mundo para que, en consulta con sus sacerdotes, religiosos y fieles aporten al Papa, maestro responsable del magisterio universal, la manera de evangelizar, de catequizar, de llevar la Buena Nueva a todos los jóvenes, niños y adultos. Allá está, pues, en estos días hasta finales de octubre, la gran consulta por la cual hemos de pedir para que la catequesis, necesidad de la Iglesia, recobre nuevos impulsos, nuevas orientaciones. Por parte del episcopado salvadoreño, ha ido Monseñor Marco René Revelo, Obispo Auxiliar de Santa Ana, encargado de la catequesis en nuestro país.

     También es destacada la noticia eclesial de esta semana, el nombramiento de Monseñor Dr. Arturo Rivera Damas para obispo residencial de Santiago de María. En nuestro periódico Orientación, expreso los sentimientos que en mí han provocado este nombramiento. Por una parte, la impresión de que se nos va un colaborador muy valioso de nuestra curia arquidiocesana; pero por otra parte, es una gran alegría, porque la promoción de un obispo auxiliar a residencial, en primer lugar supone la confianza del Papa en esa persona, y con este gesto quedan desmentidas todas las calumnias, difamaciones, que contra nuestro querido Monseñor Rivera se han atrevido a inferir muchas personas.

     Su figura, pues, se destaca sobre esa maraña de calumnias y de malos entendidos. La voluntad del Papa que lo elige para ir a regir una diócesis joven llena de esperanza, donde sin duda sus grandes lineamientos de pastor, a la medida de la nueva mentalidad de la Iglesia, podrán hacer maravillas. Y me alegro de que la línea de su pastoral sea precisamente la línea que en nuestra Arquidiócesis se lleva, de una promoción inseparable de la evangelización. Alegrémonos pues, y encomendemos mucho al Señor que en su nuevo cargo Monseñor Rivera dé el testimonio de esta Iglesia preocupada de los problemas actuales del mundo. [254]

     En estos días, también, se están llevando a cabo solemnes clausuras de cursos y graduación de bachilleres en los colegios. Hemos tenido la dicha de asistir a algunos. A otros no nos es posible, a pesar de la invitación que mucho agradezco. Pero quiero, desde aquí, dar un voto de felicitación y de confianza a todos los colegios católicos. Este año, junto con el bautismo de dolor de la Iglesia de la Arquidiócesis, nuestros colegios católicos también han reaccionado para colocarse en la línea que la Iglesia quiere en la enseñanza actual. Ha habido reacciones también en contra, queriendo dividir la línea de la Iglesia. Lamentablemente, ha habido eco a esas reacciones, que no pueden tener razón, cuando la Iglesia entera llama a todos sus medios de evangelización, entre los cuales están sus colegios católicos, para llevar adelante una evangelización que sea acorde con nuestros tiempos.

     Ya comienzan las nuevas matrículas, y ojalá no sea cierto que ciertos grupos católicos están tratando de minar la obra de los colegios, llamándolos a otra parte. Si esto sucediera entre católicos, yo denuncio esa deslealtad. Ningún católico, aunque organice un colegio, tiene el derecho de quitarle alumnos a otro colegio con el pretexto de que aquí se le va a enseñar mejor la línea de la Iglesia. Los colegios católicos están todos autorizados por la jerarquía de nuestra Arquidiócesis, y lo que ellos siguen tiene que respetarse, por cualquier grupo, no digamos anticatólico, sino mucho más por los mismos católicos. Que no hagamos la impresión de ser dos Iglesias, sino que somos una sola Iglesia en la línea proclamada por el magisterio de esa Iglesia, sobre todo para los tiempos nuevos en el Concilio Vaticano II y en los documentos de Medellín.

     He visto de cerca en esta semana, las comunidades de Huizúcar y de Nejapa con motivo de sus fiestas patronales; también Monseñor Rivera llevó esta presencia episcopal a Guazapa, donde también se celebraba el día de San Miguel. Y quiero felicitarlos por el fervor y por saber unir con esa historia de sus fiestas patronales, con esa tradición de años y de abuelos, las líneas nuevas de la Iglesia, o sea la Iglesia como un árbol añejo, secular; pero, a pesar de su tronco viejo, retoñando con nuevos retoños y nuevas esperanzas. Es la vida de la Iglesia. Si solamente respetáramos tradiciones y no las quisiéramos cambiar, seríamos como un tronco seco, como un museo de antigüedades, pero no sería la vida de la Iglesia que, llevando los siglos, engarzándolos en su hebra de oro de la vida de Cristo, hace reverdecer, para las necesidades nuevas, las comunidades nuevas alimentadas con el tronco añejo de nuestra fe cristiana, pero reverdeciendo en las nuevas visiones del mundo actual.

     Y, hermanos, no puedo tampoco dejar de recordarles, con una insistencia muy filial para con la Virgen, que desde ayer hemos comenzado el mes del rosario, el mes de octubre; y que ojalá volviera a todos los hogares aquella vieja costumbre de rezar el rosario en familia. Procuren aprenderlo los que no lo sepan; y los que lo han olvidado, recuérdenlo de nuevo; y los que lo practican, sepan que están también en la línea de la Iglesia, que respeta esas costumbres populares, esas tradiciones de amor y de cariño a la Virgen. Solamente les pide [255] que no se hagan costumbres rutinarias, que no sea una maquinaria repetir el padrenuestro y avemarías, sino que sea lo que fue al principio, el mensaje del evangelio. Los misterios del rosario son resumen precioso del evangelio, que los comprende hasta el niño más chiquito, que en su débiles manos va desgranando las cuentas del rosario mientras medita en el niño Jesús, en el Jesús que muere por nosotros, en el Jesús resucitado y en la Virgen que acompaña a este Cristo en su infancia, en sus dolores y en su resurrección. El que reza el rosario con sentido de evangelio se hace cristiano en la mejor escuela, en la escuela de la Virgen, que es la mejor cristiana.

     Por eso, hermanos, yo les encarezco volver a esa costumbre que muchos han creído superada, pasada de moda. Pero sólo pasan de moda aquellas cosas que ya no se aman. Y el que tiene problemas con el rosario, es que tiene problemas con la Virgen; y el que tiene problemas con la Virgen, es que tiene problemas con Cristo; y el que tiene problemas con Cristo, búsquelos en su propia conciencia, son problemas de su propia vida. Enmiéndese, conviértanse, y encontrará alegría en la compañía de la Virgen y de Jesús, en la compañía sencilla de la familia que reza con cariño esas plegarias inmortales. Y cabalmente de esto nos habla la palabra de Dios en esta mañana primorosa del domingo vigésimo séptimo del Tiempo Ordinario. Va avanzando el año hacia el encuentro de un nuevo año, y la Iglesia se preocupa de que sus cristianos, como en una universidad, vayan aprendiendo más y más la mística de su reino, su doctrina y, sobre todo, su vivencia.

     Hoy podríamos calificar nuestra homilía «la Iglesia comunidad de fe». La fe es el tema de las tres lecturas: la fe que ilumina la problemática insoluble en la mente del profeta Habacuc; la fe que Pablo le da como secreto de solución a su discípulo Timoteo, quizá en una crisis de su vocación; y la fe es la que Cristo responde cuando los apóstoles le piden con una súplica, que debía de ser la nuestra en esta mañana: «Señor, auméntanos la fe».



1. LA FE DEL PROFETA HABACUC

     Es hermosa la respuesta de hoy. El profeta Habacuc vivió posiblemente en los tiempos de la invasión de los caldeos y de los asirios a la tierra santa. Él, como los profetas mirando el futuro, como que confunde dos planos: el plano de la injusticia interna de su pueblo y el plano del castigo justiciero de Dios, por medio de un ejército invasor que va a castigar, como azote, los pecados de Israel. Y él comprende que Dios castigue al pueblo por el pecado, pero lo que no comprende es cómo un pueblo más pecador que el de Israel sea escogido por Dios para venir a cometer injusticias mucho mayores que las que va a castigar. Y entonces es cuando, problematizado este pobre hombre, se enfrenta a Dios con un problema parecido al del reino del libro de Job, el problema del mal, que ahora podríamos traducir también nosotros en nuestros problemas nacionales y podíamos como Habacuc preguntar: «¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré violencia sin que me salves? ¿Por qué me [256] haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?» El libro es precioso. Sólo tiene tres capítulos. Si lo pueden leer en esta semana, fíjense sobre todo en el capítulo segundo, donde el profeta explaya esta preocupación y en forma de quejas contra Dios, escribe cinco imprecaciones.

     La primera contra la explotación económica: «Ay de quien amontona lo que no es suyo y se carga de prendas empeñadas». Está denunciando aquí el atropello del pobre, de la pobre mujer que no tiene con qué dar de comer a sus hijos y va a empeñar o a prestar dinero y se lo dan a usura: «Amontonan prendas empeñadas».

     Segundo, se queja contra el pillaje avasallador: «Ay de quien gana ganancia inmoral para su casa, para poner su nido en alto y escapar a la garra del mal». Aquí, dice el profeta que los mismos palacios erigidos con esta usura claman. Sus piedras, sus adornos son testigos de esa sanguijuela humana que es el usurero. ¿De qué sirve tener un bonito palacio si es fruto del pillaje, del robo?

     Se queja en tercer lugar contra el genocidio: viene este ejército invasor y mata a nuestra propia gente. «Ay de quien edifica» -son palabras del profeta que parecen escritas para nuestros días- «Ay de quien edifica una ciudad con sangre y funda un pueblo en la injusticia». Sobre fundamentos de injusticia y de sangre, de atropello y torturas, no puede ser firme una ciudad, una civilización.

     En cuarto lugar, el profeta se queja contra la corrupción de los pueblos oprimidos: «Ay del que da de beber a sus vecinos y les añade su veneno hasta embriagarlos para mirar sus desnudeces». Y describe aquí con pinceladas, diríamos, pornográficas, los vicios de la lujuria de la carne en que se solazan nuestros pueblos. Ay de la corrupción de los pueblos. En esta palabra del evangelio, hermanos, no solo denunciamos la injusticia, sino también las inmoralidades. Surgen los grandes negocios de los moteles que son verdaderas casas de cita, surgen los prostíbulos, se vende la carne. Hay corrupción. Hay corrupción dentro del mismo matrimonio, que se ha convertido también en un prostíbulo cuando se evitan los hijos y se quieren los placeres de la carne. Hay inmoralidad, y Dios no puede tolerar estas cosas. Se nos dan privilegios de derechos humanos, pero a condición de que se consuman los medios anticonceptivos artificiales. Se mutilan las fuentes de la vida, se esteriliza la mujer y se esteriliza al hombre. La carne está imperando. Todo esto ofende a Dios, y el profeta siente como en su propia vida el atropello de su pueblo en todas estas maneras. El aborto, que se legaliza; y a pesar de que los obispos pedíamos al mismo Presidente y en la misma Asamblea respeto a la vida en las entrañas de la mujer, allí están las leyes. Esa es verdadera persecución a la Iglesia, desde las leyes contra la moral que la Iglesia predica y a pesar de haberle prometido al episcopado entero que se respetaría ese derecho a la vida, derecho de nacer, como dice la película, ni siquiera el derecho de nacer. Y se dice que se respetan los derechos humanos en [257] El Salvador y son montones, se cuentan por millares, los abortos en los mismos hospitales, en las mismas clínicas médicas, y se pagan viajes al extranjero incluyendo un aborto. Ya se ve la malicia de esas excursiones. Es terrible, hermanos. Vivimos de veras bajo esta maldición del profeta. Ay de los pueblos sometidos que beben el veneno hasta embriagarse y mirar sus desnudeces.

     Y finalmente, el profeta sanciona la idolatría: «Ay de quien dice al madero: despierta; y a la piedra muda: levántate». Sí, están cubiertas de oro, pero ni un soplo en su interior. Naturalmente que ya nosotros no tenemos aquellas idolatrías de los caldeos y de los asirios, pero el oro sigue siendo un becerro que muchos adoran. Y por adorar ese becerro de oro, sus riquezas, son capaces de atropellar todos los derechos, mandar a matar, destruir y calumniar, decir todos los epítetos contra una Iglesia que no hace otra cosa que reclamar lo del profeta: ay de ustedes los idólatras, que hacen de su oro un dios, pero que no tiene vida por dentro. Es metal que metaliza también del corazón, cuando se postran ante él.

     Ante estos hechos, estos problemas que son la realidad de la historia, el pecado en el mundo, la respuesta de Dios se oye en la primera lectura ya: «El Señor me respondió: escribe la visión. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe».

     Hermanos, este es el mensaje que yo quisiera que se clavara en cada corazón. El justo vive por su fe. La fe es la única que puede darnos una respuesta adecuada a tantas injusticias. Donde parece que reina la injusticia, el atropello, la fuerza bruta, el justo como que se siente inerme. Qué poco podemos, desde la Iglesia, débil, rebatir los atropellos de la dignidad del hombre. Sin embargo, tenemos la fuerza vigorosa de Dios, la fe. El justo vive de fe. Esta es la vida que yo quisiera para todos los corazones.



2. LA FE QUE CRISTO PIDE

     Cuando Cristo, nuestro Señor, en su evangelio también nos invita a la fe: «Ah -dice- si tuvierais fe como un granito de mostaza, haríais prodigios parecidos a esto». -que no es más que una figura retórica en el evangelio, pero que quiere expresar una realidad- «le diríais a una morera, arráncate de raíz y trasládate al mar, y os obedecería».

     No es necesario trasladar un palo al mar, pero hay cosas que parecen más imposibles; por ejemplo, ¿cómo va a cambiar esta situación de El Salvador? por ejemplo, las familias que lloran a los desaparecidos: ¿cómo aparecerá mi hijo, mi esposo, mi hermano? Ante esta potencia de las armas y de la fuerza, qué chiquito se mira el hombre inerme. Sin embargo, si ese pequeñito a las fuerzas del mundo tiene la fe de Dios, es más poderoso que todos los ejércitos. [258]

     ¿Qué es la fe? Hermanos, mi mayor temor en este tiempo es que mucha gente está perdiendo la fe. Y el mayor crimen que los criminales cometen con tantos abusos de violencias es poner en tentación la fe de la gente y poner la confianza en las brutalidades de la violencia. Cuidado, hermanos, hay muchos, sobre todo entre los jóvenes, que ya no creen en las fuerzas espirituales y se lanzan a la guerrilla, y se lanzan al secuestro y se lanzan a la violencia, como si ahí estuviera la solución. Cómo quisiera yo desvirtuar todas esas falsas idolatrías, que al fin y al cabo no son más que debilidades de la carne y que no conducen a nada bueno, para poner en cambio en el corazón de los guerrilleros, de los violentos, de los que atropellan, de los que torturan, de los que ponen su fuerza en el dinero, en la política, que la fuerza solamente viene de Dios; y que sólo la fe es capaz de trasladar montañas y de hacer felices a los pueblos y a la historia.

     ¿Qué es la fe? Yo he querido copiar el pensamiento del Concilio Vaticano II, cuando en el documento sobre la divina revelación después de decirnos cómo Dios se revela no sólo en la naturaleza, de tal manera que aun el que no es cristiano, simplemente es un hombre racional, puede descubrir en las flores, en los frutos, en las estrellas, en la naturaleza, la existencia de un Dios; pero eso se llama revelación natural. Pero además de esa revelación natural, nos dice el Concilio, Dios ha querido revelarse Él mismo y sus designios de misericordia y de amor por medio de su palabra, que es el Hijo de Dios, que se hizo hombre y que dejó, también, esa revelación encomendada a una Iglesia. Entonces, el Concilio pregunta: ¿Qué debe hacer el hombre cuando conoce que Dios ha hablado? He aquí la respuesta: cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe. Por la fe -aquí viene una bonita descripción de la fe- por la fe «el hombre se entrega entera y libremente a Dios. Le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asistiendo libremente a lo que Dios revela». (D V, 5). Miren qué belleza, hermanos. Tal vez habíamos tenido nosotros, de nuestra infancia, un concepto muy intelectual de la fe. Y es que antes del Vaticano II vivíamos la doctrina del Concilio Tridentino, que tuvo que enfrentarse contra los abusos de la fe que predicaron los renovadores de Lutero, el cual, dicen que enseñaba que con tal de tener confianza en Dios nos salvaríamos, aunque pecáramos fuertemente. Se le atribuye a Lutero esa frase que, históricamente, no sé si será cierto, pero que decía: «Peca fuertemente; con tal que creas fuertemente, te salvarás». Contra este error nefasto, que puede llevar a muchos pecadores a una confianza ilusoria, el Concilio de Trento condenó esa confianza temeraria y enseñó que la fe era aceptar las verdades de Dios, las cosas que Dios enseña. Y así tuvimos nosotros un concepto de fe intelectual. Y un rey decía, cuando le preguntaron: «¿Cómo anda tu cristianismo?» - «Pues, en materia de fe, muy bien, porque no es más que creer; pero en materia de moral ando muy mal». Se separaba la fe y la moral.

     Cuando ya se superó ese error protestante, el Concilio Vaticano II -miren la coherencia del magisterio de la Iglesia- enseña otra vez la fe bíblica, la fe que Lutero quiso interpretar, pero que interpretó falsamente, con abuso. La interpreta [259] la Iglesia en esta frase que les he leído: «Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios. Le ofrece el homenaje total de su entendimiento y de su voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela». No es sólo aceptación de verdades, es aceptación de la voluntad de Dios. No es sólo entrega de mi mente a las verdades de Dios; es entrega de mi mente y de mi corazón a lo que Dios quiere.

     ¿Quieren un acto de fe preciosísimo a los ojos de Dios? Oigan a María, cuando Dios le pide el consentimiento de la colaboración en la redención. «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra». Este es un acto de fe, una aceptación del misterio de Dios sin comprenderlo; pero una aceptación del que es omnipotente y todo lo sabe. Yo no lo entiendo, pero lo acepto. En sus manos no soy más que un pequeño instrumento. Por eso, no comprendo el misterio de la historia; por eso, no comprendo que la injusticia se improvise y que otras injusticias mayores sean escogidas por Dios para castigar menores injusticias. No lo entiendo, pero sí entiendo que me entrego a Dios y que Él es el dueño de la historia y que los mismos azotes de Dios serán también echados al fuego cuando ya sean inútiles para sus designios amorosos.

     Después, el Concilio Vaticano II dice que la fe no es una cosa que brote de nosotros solos. Fijémonos mucho en esto, hermanos, porque la fe no depende de ti. Para dar esta respuesta de la fe, dice el Concilio, «es necesaria la gracia de Dios que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón. Lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos el aceptar y creer la verdad». (D V, 5). De ahí que la fe es un don sobrenatural, es un regalo de Dios. Dichoso el que tiene fe. Así se explica la súplica de los apóstoles: «Señor, auméntanos la fe». El que no tenga fe, y yo sé que muchos de los que me escuchan no tiene fe, o por lo menos se glorían fanfarronamente de no tener fe. No es ninguna gracia, querido hermano, que no tiene fe. Pobrecito, eres un mendigo, eres un ciego. Mientras los que tienen fe contemplan los bellos paisajes de la voluntad de Dios, tú miope, ciego, no ves, no tienes fe. Pídele a Dios que te devuelva la vista, pídele al Señor que te saque de esa oscuridad y tinieblas en las que vives. Es un don de Dios, y ese don de Dios no lo niega al que se lo pide. Más aún, dice el Concilio, es una ayuda que se adelanta. Antes de que tú la pidas ya está dentro de tu corazón, deseando que pidas ese don.

     Hermanos, pidamos este don. Que sea la súplica de esta semana: «Señor, auméntanos la fe». Y por último, el Concilio dice cómo esa fe no termina nunca. Para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente la revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones. Hay un trabajo exquisito del Espíritu Santo en el corazón de cada hombre, de cada comunidad. Y yo quiero alegrarme ahora, hermanos, felicitar a los sacerdotes y cristianos, religiosas y catequistas, que están formando esas comunidades de fe, comunidades de base, pequeños grupos de donde la Biblia orienta, se reflexiona, y la fe crece. Estos grupos que precisamente son los llamados subversivos, [260] a los que se persigue, son los que están madurando en la fe. Un grupo legítimamente bíblico, legítimamente convocado por la Iglesia, no debe tenérsele desconfianza. Es la fe de Dios que crece por la iluminación de la gracia y del Espíritu Santo en el corazón de los hombres.

     Ojalá en todas las familias una Biblia: en la hora de comer o antes de acostarse, padre, madre, hermanos, junto al rezo del rosario, la lectura de una página bíblica que alimente la fe de los niños, de los jóvenes, de los ancianos; porque la fe no termina de crecer durante toda la vida. Aquellos que dicen: «Ya hice mi catecismo en la primera comunión» y no se preocuparon más, se han quedado con una fe raquítica. Háganla crecer, hermanos. Que crezca, porque dentro de ustedes está el espíritu del bautismo, de la confirmación, exigiendo un crecimiento en esa fe, para comprender mejor los misterios de la Patria, las injusticias del orden, todo lo que aquí no comprendemos y lo queremos resolver a base de violencia y de fuerza, de represión y de tortura. No se resuelven así las cosas, es desde el fondo de la fe, desde los designios de Dios en la historia, como el hombre tiene que colaborar, no estorbar esos designios del Señor.



3. LA FE DE PABLO Y TIMOTEO

     Y lástima, el tiempo ha transcurrido ya, solamente hago una breve alusión a la segunda lectura, para decirles que esta fe que Dios nos obsequia y crece en nosotros la ha encomendado a la Iglesia. Yo quisiera que leyéramos esa segunda carta de San Pablo a Timoteo, oyendo en la voz de Pablo la voz de la Iglesia, que al fin eso es la voz de un obispo y Pablo era un obispo como el que les está hablando, naturalmente con la diferencia enorme de la santidad suya y mi mediocridad; pero San Pablo como obispo y yo como obispo, somos la voz de la Iglesia. Y cuando Pablo escribe, es la Iglesia que habla, con estos términos: «Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos». Son los gestos de la Iglesia: cuando se ordena un sacerdote se le imponen las manos y el Obispo tiene el poder de transmitir el poder sacerdotal; cuando se afirma a un joven se imponen las manos para invocar el Espíritu Santo. Dentro de poco, con un pan en mis manos voy a decir: «Esto es mi cuerpo»; y cuando me acerque a darles la comunión, les voy a decir. «El cuerpo de Cristo». Todos estos son gestos humanos de la Iglesia, pero son acciones de Cristo; es Cristo el que sigue hablando. Por la fe la Iglesia sigue transmitiendo el mensaje de Cristo y dando la vida de Cristo a las almas.

     Los sacramentos no son otra cosa que el contacto, la presencia, el encuentro de un hombre con Cristo mismo, a través de su ministro.

     Y luego la Iglesia, hermanos, a los salvadoreños nos está diciendo esta palabra; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, de amor, de buen juicio. «No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí» -la iglesia- «Por mí, su prisionero». Pablo estaba prisionero entre cadenas y se sentía que era la Iglesia perseguida, prisionera; pero desde las cadenas puede decir a todos sus hijos: [261] «Yo, Iglesia perseguida, soy el rostro de Cristo. No te avergüences de ser mi hijo». Ay de los que se avergüenzan de la Iglesia y de los que continúan la campaña difamatoria contra la Iglesia. Se ríen de su propia madre.

     «Toma parte en los duros trabajos del evangelio según la fuerza que Dios te dé. Ten delante la visión» -Miren otra vez la palabra que Dios le dice a Habacuc: «La visión escríbela, y a tu tiempo verás que cumplo. Dichoso el justo que vive de fe».

     Así Pablo, Iglesia, les dice también a los católicos: «Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor cristiano». Amor, el amor verdadero que se inspira en la fe, el amor sereno que no teme a las violencias, ni echa mano de las violencias, porque no le hacen falta. Le basta creer, entregarse a Dios, no comprender sus horas, los martirios que él nos prueba en la vida, saber que llegará su hora. Tardará pero llegará. Esta es la esperanza que la Iglesia quiere conservar, y por eso San Pablo, hablando por la Iglesia, dice: «Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros».

     Hermanos, guarden este tesoro. No es mi pobre palabra la que siembra esperanza y fe. Es que yo no soy más que el humilde resonar de Dios en este pueblo, diciendo a los que han sido escogidos por azotes de Dios y usan la violencia en formas tan diversas, que tengan cuidado, que cuando Dios ya no los ocupe, los va a tirar al fuego, que se conviertan mejor a tiempo; y a los que sufren los azotes y no comprenden el por qué de las injusticias y de los desórdenes, tengan fe, entréguense, voluntad y cerebro, corazón, todo entero; que Dios tiene su hora, que nuestros desaparecidos no están desaparecidos a los ojos de Dios y los que los han hecho desaparecer, también, están muy presentes ante la justicia de Dios. Pidamos para unos y para otros y para el mundo que sufre las incertidumbres, la seguridad de la fe. Guarda este tesoro que ahora vamos a proclamar en nuestro credo. [262]



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La Iglesia de la promoción integral

28.º Domingo del Tiempo Ordinario
9 de octubre de 1977
                                                                        2 Reyes 5, 14-17
2 Timoteo 2, 8-3
Lucas 17, 11-19

     Queremos agradecer, ante todo, la presencia activa de la juventud de Santa Tecla con su conjunto musical. Se siente, de veras, la alegría y la esperanza que la juventud pone en Cristo. Todos los domingos tenemos aquí la oportunidad de ir conociendo estos conjuntos musicales, parte viva de la liturgia de la Iglesia, y queremos agradecer ahora, pues, a todos los que han venido participando e invitar a todas las comunidades que tengan sus coros a que se anuncien para irlos organizando y tomar parte de esta misa, que es la misa principal de la Arquidiócesis; y la Catedral, que es el signo de la unidad, recoja esas voces, que a lo largo de toda la Arquidiócesis cantan la gloria del Señor.

     Y a propósito de Santa Tecla, quiero recordarles que esta tarde nos reunimos con todas las fuerzas vivas, para planear una pastoral de conjunto con tantas fuerzas que allá existen de parte de la Iglesia: sacerdotes, religiosas, colegios; una maravilla de vida de Iglesia, que podía no solamente hacer mucho bien en labor urbana, sino también en toda la Arquidiócesis. Por favor, pues, todos aquellos que asistieron a la junta pasada y todos aquellos que tengan interés por trabajar en la vida de la Iglesia son invitados esta tarde a la Escuela Masarello en Santa Tecla, a las 3. [263]

     Siguiendo esta noticia de las comunidades, quiero alegrarme con las parroquias de San Francisco y Concepción, donde tuve la dicha de celebrar el día de San Francisco, fiesta patronal, y darme cuenta del fervor que los sacerdotes y fieles están viviendo en esas comunidades; como espero ver hoy, a continuación de esta misa, en Soyapango, donde se celebra la Virgen del Rosario.

     El padre Samuel Orellana ha sido nombrado párroco de Ayutuxtepeque; próximamente iremos a compartir con él sus primeras impresiones. Así como el domingo próximo, a las 7 de la noche, daremos posesión al nuevo párroco de Candelaria, padre Próspero Díaz. La comunidad de la Arquidiócesis también va a sentir muy suya la toma de posesión de Monseñor Rivera el 5 de noviembre a las 10 de la mañana en Santiago de María. Yo invito a las personas que puedan participar, porque creo que, así como en los primeros tiempos del cristianismo, cuando un miembro de una comunidad era escogido por Dios para llevar el mensaje a otra comunidad, toda la comunidad se sentía unida con él; y así sentimos, pues, que con Monseñor Rivera, que ha pertenecido en forma tan activa a esta comunidad de la Arquidiócesis, es toda la Arquidiócesis, la que participará en su nueva responsabilidad.

     La comunidad de la iglesia de la Merced está sufriendo la enfermedad de su párroco, el padre Torruella, que, como ustedes saben, sufrió un accidente la semana pasada y está en la Policlínica, junto con su mamá. Esperamos que pronto se recupere muy bien.

     En el orden también de comunidades, quiero alegrarme con las comunidades de San Antonio, Colonia América; la comunidad de Santuario de Fátima, en los Planes; de María Auxiliadora y del Corazón de María; donde se ha tenido, estos días, el movimiento del nuevo Catecumenado. Tres apóstoles del Catecumenado, padre José Ángel, español; y los Hermanos Tino y Lucía, italianos, formando un equipo, han promovido esta forma nueva de instrucción religiosa. Antiguamente, antes del bautismo, se sometían los candidatos al bautismo a una escuela que se llamaba el Catecumenado. Ahora, lamentablemente, no lo tenemos, y por eso tenemos tantos bautizados que no viven la responsabilidad y la gloria de su bautismo. A esto responde un deseo del Concilio de que se establecieran los Catecumenados para que los bautizados o los adultos que se preparan al bautismo tomen más conciencia de esta incorporación a Cristo y a su Iglesia. En estas semanas, el Catecumenado celebra la entrega de las Biblias. Yo ya participé en alguna de éstas, y de veras que es algo emocionante la solemnidad con que la palabra de Dios se entrega al cristiano, para que la haga como el código de su vida, la norma de su existencia. Esto se llevará a cabo esta semana también en Corazón de María y en María Auxiliadora. Yo felicito a todos los que están participando, y hago un voto para que los que van a quedar promovidos sigan creando comunidades catecumenales en todas las parroquias de la Arquidiócesis y que los bautizados que quieran ser fieles, coherentes con su bautismo, traten de formar parte de estas comunidades, donde aprenderán esta gran misión del cristiano en el mundo. [264]

     En esta semana también ha habido dos participaciones de salvadoreños en asambleas internacionales. El canciller de El Salvador, en las Naciones Unidas se refirió a los derechos humanos, diciendo que se respetan en El Salvador y llamando como una intromisión la vigilancia de otro país acerca de este aspecto. Yo sólo quiero aclarar, queridos hermanos, que la perspectiva política es muy distinta de la perspectiva de la Iglesia. Políticamente, nosotros, como católicos, como Iglesia, no compartimos muchos puntos de vista, ni nos extrañaría que los mismos Estados Unidos, por razones políticas, mañana ya no mencionaran para nada los derechos humanos. No nos apoyamos nosotros en las conveniencias políticas. Nosotros queremos decir, y que quede bien claro para cada católico, que el respeto, el reclamo, la defensa de la libertad, de la dignidad, de los derechos del hombre, para la Iglesia son una misión que está por encima de toda política. Es su deber, como enviada de Dios, como profeta del mundo, a defender la imagen de Dios que es cada hombre. Por eso, pues, prescindamos siempre de las apreciaciones de presidentes, de ministros, de políticos; inculquemos profundamente en nuestro corazón la ley de Dios, la visión evangélica. Jamás, hermanos -y esto lo digo por muchas cosas- nos valgamos del momento religioso para nuestras conveniencias políticas; y al revés, que la política no se valga de los momentos religiosos para sus conveniencias políticas. Y lo religioso, pues, va por encima de todo esto. Sus criterios son muy elevados; y cuando la Iglesia defiende estas causas, no se está metiendo en política de partidos, sino que está, desde la ley de Dios, defendiendo claramente lo que Dios le manda defender.

     En este mismo sentido, también, quisiera aclarar la preocupación de muchos ante la intervención del delegado del episcopado salvadoreño, Monseñor Revelo, en el Sínodo de los obispos, donde el periódico El Mundo destaca, como siempre se destaca lo que conviene, algo que a la Iglesia no le puede convenir. Yo les invito a que esperemos las aclaraciones personales y no juzguemos por adelantado. Pero una cosa sí podemos anticipar. Como prelado de la Arquidiócesis, yo quiero decir a los queridos sacerdotes y a todo el pueblo fiel, lo mismo a los catequistas que colaboran con nosotros en los cantones, que todo sacerdote y todo catequista que está trabajando por la difusión del Reino de Dios, en comunión con el Arzobispo, cuenta con el pleno respaldo del Arzobispo y que no hay para qué dudar, a pesar de las campañas difamatorias, de la ortodoxia, de la fidelidad a la Iglesia, de los sacerdotes y de los catequistas que trabajan en comunión con el Obispo. No somos tan ingenuos de creer que los sacerdotes se han hecho comunistas. Cuánto le costó a Monseñor Chávez esta declaración -una calumnia, una burla. Pues, aunque yo me exponga a lo mismo, quiero decir a los queridos sacerdotes que procuren mantener su fidelidad al magisterio de la Iglesia, a la comunión de su obispo, y no teman las malas interpretaciones que se puedan hacer de su misión, mientras sea netamente en la línea recta donde va el Concilio Vaticano II y los documentos de Medellín. Ya estamos aburridos de que se nos llame comunistas, cuando defendemos estos derechos que el Concilio y Medellín llaman verdadera labor cristiana de los pastores de la Iglesia. [265]

     Radio Vaticano manifestó su sorpresa ante las declaraciones de Monseñor Revelo y declaró, sí, ingenuamente, que se extraña de que el obispo de El Salvador desconozca el heroísmo, la autenticidad con que la catequesis en el campo no es tan fácil como ha dicho, porque ahí precisamente, en el campo, es donde están nuestras víctimas, hasta sacerdotes matados, precisamente por la catequesis en los campos. Es admirable la labor de nuestros catequistas rurales. Yo los felicito. Aprovecho esta oportunidad, lo mismo a las comunidades cantonales, para que no se dejen vencer del miedo, para que sepan que mientras estudien la palabra de Dios, que crea precisamente conciencia crítica cristiana en el hombre, se formen, maduren esa fe. Y si por esa madurez y ese criterio, que no se traga todo, sino que sabe discernir a la luz del evangelio la justicia de la injusticia y reclamar precisamente por un mundo mejor, si es necesario morir en esa causa, pues será la muerte de los mártires que murieron precisamente defendiendo esa fe. No se dejen vencer por el miedo. Y si es necesario, como dicen en cierta comunidad, vivir una vida de catacumbas, vivan esa vida de catacumbas. No es clandestinidad; es simplemente la Iglesia del silencio, que sigue trabajando su conciencia, pero que no se dejará vencer, como dije antes, por las conveniencias políticas o económicas del momento. Sean fieles a Cristo, como nos dice hoy San Pablo.

     Quiero decir, también, que esta semana hemos visto una manifestación de la masonería y recordar a nuestros católicos el canon 2335, las leyes de la Iglesia todavía vigentes dicen esto: «Los que dan su nombre a la secta masónica o a otras asociaciones del mismo género que maquinan contra la Iglesia o contra las potestades civiles legítimas, incurren ipso facto» -si por el mismo hecho de inscribirse, ipso facto eso quiere decir- «incurren en excomunión simplemente reservada a la Sede Apostólica». Sepan pues que los masones, los que han dado su nombre, están inscritos en esa secta, están excomulgados; y ojalá que la euforia de esos momentos triunfales de la masonería no engañen a nuestros católicos, que sepan mantenerse fieles a la Iglesia, la cual los desconocerá como hijos de la Iglesia, ipso facto que den su nombre a esa secta.

     También, hermanos, lamento que todavía la desaparición de la Señora de Chiurato no da señales de clarificarse. Se han recibido muchas comunicaciones, pero ninguna se identifica. De acuerdo con la familia, quiero comunicar a los que tienen en su poder a la señora que se identifiquen, que podamos estar seguros que son ellos los que la tienen y la familia está dispuesta a cualquier negociación. Ya es demasiado tiempo, y esperamos, pues, que la tranquilidad vuelva a este hogar; pero con las legítimas demostraciones de que no se trata de un engaño, sino de una verdad.

     Finalmente, quiero agradecer y recomendar a todos la lectura de un artículo publicado en la revista de la UCA, en que comenta la actitud del Arzobispo, la cual, pues, no tiene ningún intento de presentar conflictos, sino que es el cumplimiento de su deber, que con toda sinceridad trato de vivir, para que todos comprendan, pues, la actuación. Y lejos de dar crédito a esa campaña difamatoria [266] que sigue adelante (estoy recibiendo muchos anónimos, verdaderamente groseros), sepan, hermanos, que la posición que se ha tomado está a base de conciencia. No es sólo de presiones, como se dice, sino simplemente el deber de un pastor que siente la alegría, al mismo tiempo que la angustia, de vivir con su pueblo y desde el pueblo, fiel a la voluntad de Dios, caminar por un camino que sea verdaderamente los caminos del Señor. Manténganse fieles, hermanos, mantengámonos unidos. Y esto nos dará, no una victoria efímera de la tierra, (no la pretendemos) sino el triunfo del Reino de Dios. Y en este contexto, para vivir precisamente estas realidades de la semana y que se sigue vertiginosamente en las semanas siguientes, malas interpretaciones, realidades crueles, todo esto, si no hay criterio muy fino, muy claro en la conciencia, se vive de conveniencias. Y cuando las conveniencias ya no son conveniencias, tenemos católicos que le dan la espalda a la Iglesia, que se avergüenzan de esta Iglesia. Por eso, mi afán de predicar no es porque me guste hablar por radio, como me dice un anónimo, ni es porque quiera aburrir a la gente. El que esté aburrido de oírme, pues, es muy fácil; no viene a misa a Catedral o apaga su radio. Pero yo siento el deber de estar predicando lo que se debe predicar.

     Por ejemplo, hoy, y yo no parto de criterios míos, sino de la palabra de Dios, titularía la homilía de hoy como: la Iglesia de la promoción integral. ¿Qué quiere decir? Yo he tomado un texto del padre Pablo VI, precisamente en encíclica Populorum Progressio, El Desarrollo de los Pueblos. El Papa dice que no basta el desarrollo económico, que el desarrollo, la promoción que la Iglesia propicia, es teniendo en cuenta ante todo al hombre. Y allí suena la palabra famosa de Pablo VI: «Todo el hombre y todos los hombres». Por eso titulo esta homilía de hoy: la Iglesia de la Promoción Integral, la promoción de todo el hombre y de todos los hombres; porque así le doy unidad a las bellas lecturas de hoy.



LA MARGINACIÓN

     La primera lectura y el evangelio nos introducen en el mundo triste de la enfermedad, en una de sus expresiones más dolorosas, la lepra; y desde la lepra, la enfermedad, consecuencia del pecado, el profeta Eliseo y el mismo Cristo toman actitudes de liberación. Si la enfermedad es una triste consecuencia del pecado, hay que librar al hombre del pecado y de su consecuencia. He allí la norma de la Iglesia en la promoción humana. Las masas de miseria, dijeron los obispos en Medellín, son un pecado, una injusticia que clama al cielo. La marginación, el hambre, el analfabetismo, la desnutrición y tantas otras cosas miserables que se entran por todos los poros de nuestro ser, son consecuencias del pecado, del pecado de aquellos que lo acumulan todo y no tienen para los demás; y también, del pecado de los que no teniendo nada, no luchan por su promoción. Son conformistas, haraganes, no luchan por promoverse. Pero muchas veces no luchan, no por su culpa; es que hay una serie de condicionamientos, de estructuras, que no lo dejan progresar. Es un conjunto, pues, de pecado mutuo. Y de ese pecado, que Medellín llama injusticia institucionalizada, injusticia hecha ambiente, de allí derivan estas situaciones que [267] las lecturas de hoy nos las plastifican en la figura del leproso de Siria que llega a buscar redención junto a un profeta de Dios y en la angustia de diez leprosos que gritan a Cristo: «Señor, ten piedad de nosotros».

     En estos enfermos cabe mirar hoy esta muchedumbre lánguida que grita, desde su marginación, una liberación que no les llega de ninguna parte, dicen los Documentos de Medellín. Y la Iglesia fiel a Jesucristo sería cruel, si como los sacerdotes del evangelio, dan media vuelta, se van de largo y no se fijan en el pobre herido del camino. Cristo se enfrenta, y el profeta Eliseo también, a la situación. La lepra había inspirado unas leyes terribles en el pueblo de Dios. Lean en el Levítico: el que se encuentra marcado con esa enfermedad espantosa, tiene que salir de la comunidad humana y tiene que irse a vivir a los montes y cada vez que se acerca a una persona tiene que gritar: «Inmundo, inmundo». Sonaba como un grito de sepulcro esa voz de los pobres leprosos que desde los caminos gritaban al que se acercaba para que se apartara de ahí: «Inmundo, sucio, no te acerques, te vamos a contaminar». Esta angustia los obligaba a reunirse, sociedad en el dolor. El hombre tiene derecho a asociarse, aunque sea un leproso, un campesino, un obrero. Un hombre que necesita surgir de su postración se apoya en otros. ¿Por qué se va a condenar, pues, la organización? Cristo ve acercarse una organización de leprosos. Por cierto, uno de ellos era samaritano, y los samaritanos y los judíos no se entendían. Usemos una comparación, tal vez no tan exacta, pero como si hondureños y salvadoreños, que políticamente están distanciados, pero en el dolor sienten la necesidad de unirse; desaparecen las fronteras, solamente se siente el dolor. Este samaritano no se sentía mal, sino al contrario, se sentía hermano de sus enemigos políticos, los judíos, y con ellos va al encuentro del Señor.

     Naamán era un extranjero y por una noticia de una muchachita, una sirvienta de su casa que era judía, que le dice: «En mi tierra hay un profeta, él te podría curar», aquel hombre con todo el orgullo de su casta, su situación social, al fin atiende la vocecita de aquella sirvienta. Y va y sucede lo que hoy se ha leído. Cuando llega al profeta Eliseo, Eliseo le dice: «Vete a bañarte siete veces en el Río Jordán». La primera reacción de Naamán es de soberbia: «¿Para esto he hecho un viaje tan largo? ¿Qué acaso no hay ríos más buenos en mi tierra? Y hoy el profeta me manda simplemente una cosa; ni siquiera se ha dignado venir él». Y el criado de Naamán le dice: «Si te hubiera mandado una cosa más difícil, la harías por tu salud. Cuándo más que es simplemente meterte al río siete veces. Obedece». Y obedece; y cuando se sale del río ya purificado de su lepra, este hombre corre al profeta Eliseo para decirle la palabra de la fe: «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, más que el de Israel. Recibe este presente». Y Eliseo no quiso recibir nada.

     Figura simpática la de Eliseo. Pertenece al libro de los Reyes. Todavía no son los profetas los protagonistas de la historia de Israel. Los reyes son, entre los cuales se destaca Salomón y David, que le han dado la constitución política al Reino de Israel. Pero siempre junto a esos reyes había hombres como los [268] confesores, como los predicadores que actualmente tenían los reyes católicos. Uno de éstos era Eliseo, una especie de confesor del rey, que el soplo de la palabra divina llegaba a la política de los reyes a través de sus profetas. Y dichosos los gobernantes que atendían la voz de sus profetas y pobres los gobernantes que despreciaban las voces de los profetas. De esto están llenas estas páginas del libro de los Reyes. Uno de esos profetas que compartían su vida entre el Consejo de la Corte, donde iba a aconsejar al rey Jeroboán, y su vida común de los hermanos profetas (se llamaban esas comunidades donde los profetas en oración, en meditación, escuchaban la palabra de Dios para llevarla luego al mundo), Eliseo, que comprendió en su meditación y en su misma actuación frente a la Corte que él no era más que un instrumento de Dios, tenía de sí un concepto tan humilde, que cuando este sujeto del milagro le quiere ofrecer grandes cantidades de dinero que traía para recompensar al que le hiciera el favor de limpiarlo, no le recibe nada. Le dice el profeta: «juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada». Qué hermoso gesto. Hermanos, si la Iglesia ha tenido sus deficiencias y sus pecados enormes, porque ha convertido a su instrumentalidad de Dios en un negocio muchas veces, es reprochable; y el sacerdote que usa su poder sacerdotal para ganar dinero está abusando. Desde esta cátedra, desde donde se denuncian las injusticias y los desórdenes, también estamos dispuestos a ser criticados en todo aquello que no es correcto. El sacerdote como Eliseo tenía que sentir: todo lo que doy es de Dios. La palabra que hoy estoy dando es de Dios. Si por ella me alaban, me aplauden y yo me quedo con esos aplausos, yo le robo a Dios. Yo, hermanos, le ofrezco al Señor toda esta acogida que ustedes le dan a la palabra mía; porque no es mía, es de Dios. Y si nosotros necesitamos dinero, porque somos hombres y tenemos que comer y vestir, y tenemos que atender también las oficinas, los templos desde donde les atendemos a ustedes, eso es distinto. Pero si alguien se quisiera enriquecer egoísticamente, valiéndose de su ministerio sacerdotal, estaría cometiendo un sacrilegio. «Lo que recibisteis gratuitamente -nos dice la Biblia- dadlo gratuitamente». Y el pueblo sabe responder, y lo digo por experiencia, la generosidad de ustedes ayudándonos en nuestras obras, en nuestras súplicas y también en nuestras necesidades personales. No nos podemos quejar. Y como San Pablo, decimos, con tal de tener con qué comer, con qué vestirnos, dónde vivir, es suficiente.

     Entonces el profeta oye una confesión más humilde de aquel que es asirio. Entonces -le dice- permite que entreguen a tu servidor una carga de tierra de este reino que puede llevar un par de mulas, porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro Dios que no sea el Señor. He aquí un convertido, un pagano que no conocía al Dios de Israel, y por la actitud de un profeta lo conoce y se convierte en un adorador del verdadero Dios. Esta es una de mis satisfacciones más grandes de estos tiempos, hermanos. Cuántos corazones se han convertido, cuántos, y no sólo de la clase humilde. Yo oigo confesiones que me llenan de profunda satisfacción, de gente adinerada que me dice: «Sí, usted tiene razón. Sí, los que no quieren comprender esto es porque son muy egoístas. Estamos dispuestos a hacer lo que se pueda». [269] Y yo tengo una gran esperanza, hermanos, de que la Iglesia, que ha ofrecido el diálogo de su sinceridad, sin traicionar esta verdad del evangelio, encontrará eco no sólo en el pueblo humilde, sino también en la clase poderosa; porque el que escucha la verdad es muy ciego si no la quiere seguir.



CRISTO SANA A LOS LEPROSOS

     En este mundo de la enfermedad y de la conversión nos encontramos a los diez leprosos del evangelio. ¡Qué triste figura! Y yo quiero pensar, en este encuentro que este domingo nos ha hecho a todos nosotros con el dolor humano, que pensemos, hermanos, en la desgracia de la humanidad, que nuestro corazón este día vuelve a los hospitales. Yo vivo en un hospital y siento de veras de cerca el dolor, los quejidos del sufrimiento en la noche, la tristeza del que llega teniendo que dejar su familia para internarse en un hospital. Pensemos en las largas colas de enfermos esperando en nuestros hospitales para buscar un poco de salud que no lo llegan a encontrar. Y pensemos, también, en el enfermo de familia, aquel que me está escuchando tal vez junto a su aparato de radio. Ojalá que esta palabra le lleve un consuelo. Estamos pensando en usted, querido hermano enfermo.

     El Papa en una de sus últimas catequesis, cuando dice que la sociedad civil se organiza y puede desplazar a la Iglesia en su obra de beneficencia, no importa; la Iglesia siempre tendrá una mística muy especial para el sufrimiento, que no la pueden dar todas las técnicas de médicos y de enfermos y de hospitales bien equipados. Esos centros, esas técnicas, muchas veces cosifican, es decir, hacen del enfermo una cosa. Ya casi ni se le llama por su nombre, sólo el número, el enfermo número tal, como si fuera algo irracional. Se olvida que el enfermo es ante todo una persona, que necesita cariño, que necesita caridad, que necesita la ternura de un corazón, que no basta una enfermera muy técnica en poner inyecciones y transfusiones, pero que trata al enfermo de cualquier manera. Esta hora de compasión para el enfermo lleve un llamamiento al médico, a la enfermera, al hospital, para que humanicen cada vez con más delicadeza esa misión de quien trata no a un animal ni a una cosa, sino a un ser humano, que tiene su corazón compartido con una familia con la que no está, que le hace falta el cariño de aquellas manos que lo saben tratar bien en su casa. He aquí el ambiente del enfermo. También el tiene que elevarse a la comprensión de que su dolor no es inútil, de que aunque lo tratemos como un ser inútil -y, hermanos, ya va llegando la teoría que ya usó Hitler y su sistema en Alemania, de eliminar todo ser inútil. Un viejo, un enfermo que ya no sirve, se le elimina. ¡Qué inhumano!

     A esto se puede llegar cuando no se ha tenido cuidado también de la vida que comienza. Si se trata así el germen del hombre que está en la entraña de una mujer embarazada y se provoca el aborto, es un asesinato; y, lo peor, la madre asesina de su propio hijo. De ese paso, de la falta de amor a un ser ya concebido, no hay más que un pequeño paso al viejo, al enfermo, al inútil. [270] Si estorba un feto, que ya es vida humana en la entraña de una mujer, también estorba un viejo cuando no hay sentido de caridad en un hogar, y no hay más que un proceso lógico. Si es lógico el aborto, es lógico también este proceso de eliminación.

     Es necesario humanizar las relaciones con los que sufren, con los que parecen inútiles. El gran misterio nos lo deja Cristo: en el día del juicio nos va a juzgar en la medida en que tratamos al necesitado, porque «todo lo que hiciste con uno de ellos, conmigo lo hiciste». Por eso les decía al principio que los considerando políticos, higiénicos, técnicos de los hombres que ese quedan muy por abajo de los considerados cristianos de un cristiano que sabe que lo que hace a un enfermo, a un pobre, a un miserable, Cristo lo está recibiendo como en su propia persona.

     Desde el mundo de la enfermedad, hermanos, quiero sacar esta conclusión. Decía que Pablo VI decía: es necesario promover todo el hombre. Y aquí tenemos, cuando Cristo se preocupa del enfermo del cuerpo, lo está salvando no sólo en su alma. Hay una espiritualidad peligrosa en nuestro tiempo, como una reacción contra el lenguaje nuevo de la Iglesia, que habla de liberación, de derechos humanos, que protesta por los ultrajes de la persona, que reclama los abusos del poder político. Contra esa actitud leal de la Iglesia se reacciona, diciendo que la Iglesia tiene que predicar sólo la espiritualidad, sólo de un Dios, de un reino de los cielos, y que no nos preocupemos de la tierra. No se dan cuenta que están descoyuntando el evangelio, que Cristo que vino a salvar a los hombres tuvo cuidado, también, de sus cuerpos; y a los diez leprosos, como Eliseo a Naamán, los cura, usando el ministerio de los sacerdotes: «Vayan a mostrarse a los sacerdotes».

     Lean en el Levítico la hermosa ceremonia del sacerdote que incorpora de nuevo a un leproso ya curado; todo una consagración para incorporarse al pueblo de Dios. Cristo respeta las leyes eclesiásticas de su tiempo, como las debemos de respetar todos. Si los sacerdotes de hoy hubiéramos caído en las tremendas deficiencias del sacerdocio en tiempo de Cristo, allí está Cristo dándonos el ejemplo, respeto a las leyes que están en manos de los sacerdotes: «Vete a mostrar a los sacerdotes». Y cuando iban de camino quedaron curados por su obediencia. De seguro que continuaron llegando al sacerdote para que impusiera las manos y los incorporara, ya sanos, al pueblo de Dios.

     Pero este samaritano, precisamente el enemigo político del pueblo de Jesús, vuelve ante Jesús el judío, pero que es Dios, y de rodillas, de bruces, cantando gloria a Dios, le da gracias porque lo ha curado. He aquí el hombre que siente que la promoción de la Iglesia no solamente es el perdón de su pecado, sino que también le ha dado salud a su cuerpo. La Iglesia está empeñada hoy -acaba de salir un documento de la Santa Sede, que lo voy a dar a conocer en Orientación- de cómo hoy no se puede separar la promoción humana, el cuidado de los cuerpos, de los derechos humanos de la tierra, de esta obra de evangelización [271] de la Iglesia; de tal manera que no hay por qué poner una dicotomía entre los derechos de Dios y los derechos del hombre, como si el que habla de los derechos de Dios se olvidara de los derechos del hombre o viceversa. Cuando hablamos de los derechos del hombre, estamos pensando en el hombre imagen de Dios, estamos defendiendo a Dios.

     Por eso, les repito que la perspectiva de la Iglesia es religiosa, es hacia Dios, no es de conveniencia política. Esto quiere decir, pues la frase de Pablo VI, «la promoción de todo el hombre», alma y cuerpo, corazón e inteligencia, relaciones sociales; que sintamos la igualdad que Dios ha querido de todos sus hijos, que organicemos un mundo más conforme a esta promoción integral de todo el hombre, que todo el hombre sienta la capacidad de desarrollar toda su capacidad, de salir de la enfermedad, de encontrar hospitales donde curarse, de encontrar escuelas para todos sus niños, que no se queden analfabetos, de promover, pues, en todos los sentidos el desarrollo humano integral de todo el hombre.

     Y en segundo lugar, «la promoción de todos los hombres». Quiero fijarme, y estamos en el mes de las misiones, que este leproso que curó el profeta Eliseo, venía de un país extranjero. Cristo lo hace notar una vez en su evangelio, cuando dice: «Había muchos leprosos en Israel en tiempos de Eliseo; sin embargo, a ninguno de ellos fue enviado, sino a Naamán, el Sirio». Un Sirio, un pagano, uno que vivía más allá de las fronteras, y en aquel tiempo no ser judío era ser considerado como perro, como extraño. Si un perro, un extraño, viene al profeta inspirado por Dios, sabe que Dios es padre de todos los hombres, que para Dios no hay quienes se sientan a la mesa y quienes se quedan como perros a recibir las migajas, que para Dios todos son comensales del gran banquete de la vida que él nos ha servido; y por eso, para todos los que piensan en la promoción, para todos los hombres; este es el sentido misionero. La Iglesia desde todos los tiempos, dice la encíclica Populorum Progressio, se ha preocupado por llevar la promoción a todos los pueblos de la tierra -no para apoderarse del poder de nadie. Ténganlo bien claro los políticos: la Iglesia no pretende el poder de la tierra, pero sí pretende implantar en el poder de la tierra el reino de Dios, que hará más justo el poder de la tierra y hará más comprensivo al pueblo gobernado cuando lo ilumine un sentido de justicia y de verdadera promoción, cuando se sienta que la participación en política es un derecho que se respeta en todos los ciudadanos; porque a todos los hombres la Iglesia les predica su participación como hijos de Dios, con los talentos que cada uno ha recibido para el bienestar de todos. Todos tenemos derecho a construir el bien común de todo el país.

     Y así la Iglesia va promoviendo por todas partes. Si esto es subversión, la Iglesia sabe que no lo es; sino que es promoción, desde todos los pueblos, respetando la idiosincrasia de cada país. Y si alguna vez, dice la encíclica Populorum Progressio, los misioneros embuidos en una cultura de su país sintieron que se traslucía algo del mensaje de Cristo, de su propio modo de pensar como europeo [272], ahora la Iglesia está tratando de corregir y sabe que eso fue un error, y trata de identificarse tanto con el pueblo misionado, que no le interesan ya tanto los intereses de su país, sino del pueblo cuyo arte, ciencia, idiosincrasia, raza, modo de ser, lo promueve, lo diviniza. Eso estamos haciendo en El Salvador. No somos un poder extranjero; somos el alma del pueblo, somos la vida de la nación. Por eso la Iglesia predica y siente que tiene el derecho de predicar un evangelio que no trae un poder extranjero, sino que viene a inyectar vida a nuestra propia vida, para que el salvadoreño sea más salvadoreño y ame más a su patria y trabaje por promoverla mejor. Esto hace la Iglesia en el pueblo; por eso no se le quiere comprender, a pesar de lo claro que es su misión.



PROMOCIÓN DEL ESPÍRITU

     Y finalmente, queridos hermanos -un tercer pensamiento-, voy a terminar con que toda esta promoción de todo el hombre y de todos los hombres, no es a ras de tierra, no es sólo para hacer sano en sus carnes a Naamán el sirio, no es sólo para dar una alegría de salud corporal a diez leprosos. Lo más grande de todo es que, a través de esa promoción del cuerpo, Cristo ha logrado la promoción del espíritu. Se han fijado cómo terminaron los dos milagros, el milagro de Naamán, con esta palabra hermosísima: «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel, y permíteme llevar tierra de este reino, para no adorar de aquí en adelante más que al Dios verdadero». Allá termina la promoción, en unir al hombre con Dios. Y se han fijado cómo termina la promoción del leproso agradecido: volvió, dando gloria a Dios, a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Así termina la promoción de la Iglesia, postrando los hombres ante Cristo...

     Para estos momentos de prueba en la historia del país y en la historia de la familia, San Pablo, escribiéndole a Timoteo, ya está prisionero, está encadenado, pero desde sus cadenas puede decir San Pablo esta mañana: «La palabra de Dios no está encadenada». Qué libertad la que produce esta fe cristiana. Una Iglesia perseguida, torturada, asesinada, puede decir como San Pablo: «Pero la palabra de Dios no está apagada»... El hecho es que cuando quisieron apagar la voz del padre Grande para que los curas tuvieran miedo y no siguieran hablando, han despertado el sentido profético de nuestra Iglesia, la cual se desencadena, porque sabe que no le pueden matar la palabra en los labios, que seguirá vibrando a través de una Iglesia que lleva la promesa de Cristo hasta la consumación de los siglos. ¿Y qué tiene que predicar el predicador de esa palabra, que no se deja amarrar? La fidelidad a Dios, dice San Pablo. Esta es la doctrina segura: que Cristo es nacido del linaje de David; en cuanto hombre, pertenece a raza de reyes; pero no es eso lo más grande. Lo más grande es que éste ha resucitado de entre los muertos.

     Hermanos, ¿qué miedo puede tener un hombre que cree en aquel que cuando lo mataron resucitará para siempre? Se ha perdido la esperanza de muchos en esta resurrección, y por eso tienen miedo. Pero ha despertado la esperanza de [273] muchos que quisieran ser matados para participar con Cristo en su martirio y resucitar con Cristo en una gloria que no tendrá fin. Y por eso la consigna de San Pablo, para terminar. «Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él». Y fíjense bien, «Si lo negamos, también él nos negará». Qué terrible será la negación de Cristo a la hora en que las cosas son definitivas: «Tuve miedo de ti Señor, por eso me hice masón, por eso me hice de ORDEN, por eso me metí en tal situación política». «Me negaste: pues; aquí está la sentencia». «Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles» -esta es otra cosa- «si somos infieles, él permanece fiel». Qué consuelo. Aun cuando lo hayamos traicionado, si lo venimos a buscar, lo encontramos con los brazos abiertos. No ha pasado nada. Como Pedro en la mañana de la resurrección, Cristo, que ha salido testigo de las negociaciones cobardes del Jueves Santo en la noche, ahora solamente le pregunta: «¿Me amas?» Y Pedro, avergonzado y arrepentido, le dice: «Sí, te amo Señor. Si lo que pasó aquella noche fue pura debilidad. Soy digno de castigo». Y Cristo no le reprocha el pecado. Lo encuentra fiel. Todo pecador, todo traidor que se haya alejado de Cristo, sepa esto: «Si le hemos sido infieles, él permanece fiel». Qué consuelo, hermanos, para mí pecador y para cada uno de ustedes pecadores, que después de nuestras debilidades y deficiencias lo hemos encontrado, nos ha perdonado, nos ama, no ha pasado nada; «porque no puede negarse a sí mismo». Qué razón más profunda. Dejaría de ser Dios, dejaría de ser redentor.

     Por eso, hermanos, con esto terminamos, pues, nuestra explicación humilde sobre la Iglesia de la promoción integral, una Iglesia que se preocupa de salvar las almas, pero que también se preocupa de salvar los cuerpos, de defender los derechos históricos de los hombres; pero que no se termina sólo en aspectos políticos terrenales, sino que hace prevalecer con primacía absoluta, la relación del hombre con Dios. Busca la conversión de cada corazón, porque de nada serviría una liberación económica en que todos los pobres tuvieran su casa, su dinero, pero todos ellos fueran pecadores, el corazón apartado de Dios. ¿De qué sirve? Hay naciones que actualmente económicamente, socialmente están bien promovidas, aquellas, por ejemplo, del Norte de Europa. Y sin embargo, cuánto vicio, cuánto desorden. La Iglesia siempre tiene la palabra que decir: la conversión. La promoción no está terminada aunque organizáramos idealmente la economía, la política, la sociología de nuestro pueblo. No está terminada. Sería la base para que culminara en esto que la Iglesia busca y predica, el Dios adorado por todos los hombres, el Cristo reconocido como único salvador, la alegría profunda del espíritu de estar en paz con Dios y con nuestros hermanos. [274]



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Iglesia en oración, Iglesia misionera

29.º Domingo del Tiempo Ordinario
16 de octubre de 1977
                                                                        Éxodo 17, 8-13
II Timoteo 3, 14-4, 2
Lucas 18, 1-8

     Es como una reunión de familia, con no sólo los que asisten y llenan la Catedral (me da mucho gusto ver la asistencia, que es cada vez más consoladora para el pastor), sino también a través de las comunidades que allá en las parroquias, en los cantones, unidos a esta transmisión de nuestra radio católica, nos congregamos para ver la realidad por donde va peregrinando nuestra Iglesia particular, que tiene que ser como Cristo le ha mandado, sal de la tierra y luz del mundo. Y desde allí, nosotros, pues, orientamos nuestra historia personal, nuestros problemas de familia y nuestros problemas sociales. Debemos de aprender a iluminarlos con la palabra del Señor. Por eso me gusta recordar aquí, no todos los acontecimientos que en esta época se suceden con una velocidad tan vertiginosa, que un día para otro ya le quitan importancia a lo que de veras es importante.

     Por ejemplo, en esta semana, destacando hechos principales, todos hemos sido testigos de conflictos laborales en fábricas entre patronos y obreros, huelgas donde ha corrido hasta la sangre, donde se han atropellado dignidades humanas, donde tal vez no se ha dado pleno crédito al diálogo, que es la manera racional de resolver conflictos. Con este Arzobispado, pues, ha tenido el honor [275] siempre de recibir informaciones, de pedir intervenciones. Y comprende la Iglesia que su competencia no es de carácter sociológico, no es ella técnica en materias laborales; pero sabe que hay un ministerio de Trabajo y que existe también voluntad de concordia en los hombres que puede ser explotada. Y únicamente pudo afirmar, como pastor, que hemos de cuidar que la justicia, el respeto a la dignidad de los hombres, aunque sean los más humildes trabajadores, sea respetado, porque así es la voluntad del Señor.

     En este sentido, también, me alegro de estar en sintonía con algunas confesiones fuera de la Iglesia. Han llegado algunos protestantes, pastores, a mostrar su solidaridad con la Iglesia en su afán de predicar la justicia y de trabajar también en colaboración cuando se trate de estas materias. La Iglesia acepta plenamente este trabajo, porque no se trata de una cosa de confesión católica, sino de lo humano, de la justicia. Y en este sentido pueden estar siempre seguros que la Iglesia estará con el derecho, con el pobre, con el que sufre; pero al mismo tiempo reclamará aquellas cosas en las cuales puede haber abusos. Desde la perspectiva de Dios, pues, la Iglesia ilumina estas realidades y hace un llamamiento a los hombres a la cordura, al entendimiento, a no querer arreglar las cosas por las fuerzas irracionales del más fuerte, sino por la fuerza de la razón, que es la fuerza de Dios.

     También, sepan que la Iglesia apoya plenamente las justas exigencias de los campesinos. Ya se acercan las temporadas de las cortas de café, de caña, de algodón; y hemos visto en los periódicos también el deseo de aquella gente que solamente en esos días de trabajo encuentra sus fuentes de ingresos. Quien vive de cerca estas tremendas realidades sabe que el sueldo del cortador de café o de caña o de algodón muchas veces ya tiene comprometido todo lo que ha ganado o lo que va a ganar, porque ha tenido que vivir fiando durante todo el año para comer. Y ahora pues, que estos productos que nuestra tierra, bendecida por Dios, han alcanzado altos precios, es justo que participen también aquellos que colaboran en este enriquecimiento. Y esto es simplemente justicia cristiana. Que se comparta, que se sepa agradecer a Dios el don recibido, los precios elevados de las cosas, para que justamente todos los hombres nos sintamos, no solo de sentimientos, sino de verdad, hermanos. También aquí diré: la Iglesia no es técnica en señalar precios; no es su competencia. Pero sí sabemos que hay un misterio en el gobierno, el cual tiene que ser justo y no imitar el juez de la parábola de hoy, que no tenía respeto ni a Dios ni a los hombres, sino únicamente el respeto muchas veces a los poderosos de la tierra, y por ellos no hace caso a la viuda necesitada, a la que le pide que le haga justicia.

     Que ya haya más diálogo, pues, no sólo entre patronos y obreros, sino también entre los intereses del pueblo y aquellos del gobierno encargados de esos diversos aspectos.

     Somos testigos, yo creo que todos, de los espectáculos tan tristes, tan deprimentes, que ya se van a comenzar a ver otra vez en aquellas tierras donde se [276] produce el café y los otros productos de nuestra tierra; donde el pobre trabajador, pues, tiene que reponer sus fuerzas de su día durmiendo a la intemperie, bajo el frío, a veces en las cosas de un parque público. Es espectáculo que no dice bien. Si de veras queremos tener una patria de rostro hermoso, tiene que haber más justicia, más comprensión.

     Yo suplico pues, si a la Iglesia no se le quiere hacer caso, como lo dije en el funeral del padre Navarro, hay instituciones que se glorían de la filantropía. Si quiera por amor al hombre, esas instituciones muéstrense ahora activas y procuren apoyar los justos reclamos de quienes que pedir no de limosna, sino como fruto de su trabajo, un poquito de bienestar.

     Por nuestras comunidades católicas, hermanos, compartamos también alegrías: el 12 de octubre, día de nuestra Señora del Pilar, como ustedes saben, el día en que se descubrió nuestra América. Y según la historia, como no venía un sacerdote en la primera tripulación de Cristóbal Colón, fueron los laicos los que plantaron una cruz en la playa y cantaron a la Virgen la salve. Una plegaria a la Virgen fue el primer saludo cristiano que oyeron nuestras tierras. Sin duda la Virgen, que precisamente reservaba un día tan celebrado en España, para descubrir estas tierras de América, quiso presentarse desde el primer día como la madre de todo este continente. Y aquí en la Arquidiócesis celebramos este acontecimiento en una población que lleva el nombre de aquella ciudad española donde se guarda la patrona del Pilar, Zaragoza. Y en Zaragoza tuve también la dicha de predicarles cómo esta fe cristiana que nos congrega ahora aquí, en el domingo, y que nos hace esperar en Dios y rezar con confianza es una fe apostólica; a través de la vocación del Pilar se remonta hasta el apóstol Santiago -es decir, apostólica porque es la misma fe que nos dejó Cristo a través de los apóstoles-. Y les decía también que es una fe misionera, porque así fue como vinieron los españoles a descubrir América. En el corazón de los reyes católicos era un sentido misionero de poner a los pies de Cristo las nuevas tierras; aunque después, como suele suceder, los súbditos de esas leyes abusaron y cometieron tantos atropellos contra nuestros pobres indios. Pero la idea central era una idea misionera, de modo que nosotros cristianos del continente, nacimos a la luz de este gran mensaje y de esta empresa de las misiones; de las misiones; de las cuales quiero también hablarles ahora. Pero antes quiero recordarles que esa fe, pues, apostólica y misionera es una fe mariana -una fe mariana- que ha hecho, como dijo el Papa Pío XII, de las tierras latinoamericanas como un cielo tachonado de astros, donde cada santuario dedicado a María es una estrella y forman constelaciones los santuarios, no sólo de las Vírgenes patronales de todos los países latinoamericanos, sino en humildes ermitas, en hermosas Iglesias, el nombre de María le ha dado un tinte tan material, tan tierno a nuestra fe, que vale la pena revisar en este mes del rosario nuestra fe a la Virgen. No dejemos de agradecérselo al Señor que nos la haya dado con la ternura de su propia madre, de María, y que desde la cumbre del Tepeyac le dice al indito Juan Diego, representante de todas nuestras razas: «¿Que no estoy yo aquí, que soy tu madre?». Qué hermoso sentirse hermanos, hermanos no sólo por ser hijos de Dios, [277] sino por llevar en el corazón el cariño y la ternura de la madre de Cristo, que es la madre de nuestra Iglesia.

     El párroco de la comunidad parroquial de San José Las Flores me escribe un telegrama muy triste. Le han matado a su mejor catequista. «Estoy tristísimo», dice el padre Cofragua, porque era como su brazo derecho en la obra de catequesis de su parroquia. Queremos expresarles a aquel querido párroco nuestra condolencia y pedir a todos los que estamos en este momento de oración sus plegarias por el eterno descanso de esta nueva víctima de nuestra violencia criminal, y pedir también la conversión de los pecadores.

     Ayer fuimos a dejar a San Martín a su párroco, el padre Rutilio Sánchez. Ha sido la decisión fruto de grandes deliberaciones, y me ha dado mucho gusto ver que aquellas población ha ratificado con un encuentro -que yo califiqué ayer de Domingo de Ramos- la decisión del Obispo. Alguien quiere interpretarlo como una provocación; pero yo les digo que no es otra cosa que una medida pastoral. La labor que el padre ha realizado en aquella población es grande y se conoce por cierta madurez en la fe. Y ya que este trabajo no se ha concluido y se va llevando bastante bien, hemos querido, pues, respaldar con nuestra misma presencia, y la presencia de muchos sacerdotes, religiosas y fieles de otras parroquias, esa entrega -como el padre dijo- «una nueva entrega a mi pueblo», que ha de redundar en mucha gloria. Y yo le recomiendo a todos ustedes en sus oraciones, para que esta nueva etapa de la parroquia de San Martín sea de mucha gloria a Dios y de mucho bien para las almas, para la Iglesia; que no es otra cosa la que buscamos en nuestros trabajos pastorales que la implantación del Reino de Dios en la tierra.

     El último domingo de octubre, Cojutepeque va a convocar a todos los caballeros de Cristo Rey organizados en la Arquidiócesis, hacia las 3 de la tarde. Desde ahora se hace un llamamiento, pues, a todos los hombres que integren esta agrupación para celebrar una especie de revista del ejército de Cristo Rey allá en Cojutepeque, el domingo último de octubre, dentro de quince días.

     Y esta mañana, a las 10, daremos posesión al nuevo párroco de Ayutuxtepeque, padre Samuel Orellana; así como hoy, a las 7 de la noche, en la iglesia de Candelaria entregaremos el nuevo párroco, al padre Díaz.

     Hermanos, y estos hechos de nuestra historia y de nuestra Iglesia queremos iluminarlos con dos pensamientos sacados de las lecturas de hoy. Esta homilía la podíamos titular: Iglesia en oración y segundo: Iglesia misionera.



1. IGLESIA EN ORACIÓN

     En la primera lectura se destaca hoy una figura que yo quisiera que la interpretáramos como la figura de la Iglesia en oración. Allá en la llanura estaba trabada una lucha que capitaneaba Josué, jefe del pueblo de Israel, frente a los [278] amalecitas, que se oponían al paso de los israelitas en su peregrinar hacia la tierra prometida; porque ellos dominaban la situación de los que peregrinaban hacia el sur y tenían que ser vencidos para que pasara el pueblo de Dios. Era pues, una de esas guerras justas, cuando se agotan los medios humanos, naturales. Es como la huelga. La guerra es el último recurso. Cuando se ha tratado de dialogar y no se pueden entender por las buenas la guerra justa es precisamente el reclamo de un derecho que no se quiso dar las buenas. Así el pueblo de Israel tiene que pasar bajo las órdenes de Dios hacia la Tierra Prometida; pero hay un obstáculo, los amalecitas. Y con toda la santidad de Moisés y de Josué se declara la guerra. Pero es lo hermoso del momento: mientras Josué capitanea los ejércitos, Moisés en la montaña está en oración con el bastón que Dios le ha dado como señal del poder divino, con el cual ha hecho tantos prodigios, levantando en alto con sus manos. Mientras levantaba sus brazos el ejército de Israel vencía y cuando, cansado, se le caían abajo los brazos, retrocedía. Entonces, dos ayudantes de Moisés, Aarón y Jur, le sostenían los brazos para que no decayera.

     Y esta es la figura que yo quisiera que grabáramos en nuestra alma, hermanos. El pastor de la Iglesia, los dirigentes de este pueblo de Dios, necesitamos mantener continuamente los brazos en alto, en oración. Y he aquí la necesidad de que todo el pueblo convertido en estos ayudantes, Aarón, Jur, con un sentido de plegaria oren y estemos en oración. No hay cosa más bella que una Iglesia en oración. Y yo creo que nunca como ahora nuestra diócesis había sido esta figura, la Iglesia en oración. A mi me llena el corazón saber tanta gente que me dice: «Lo encomendamos a Dios; rezamos por usted». Ayer nada menos, cuando una broma de mala ley riega la noticia de que me habían secuestrado, llegaron muchas llamadas telefónicas asegurando esa plegaria. No sé qué se pretende con esas amenazas, con esas noticias echadas al aire. Yo quiero denunciar a tiempo, hermanos, que la Iglesia vive el peligro, de una batalla contra las fuerzas del mal y que las fuerzas del infierno, el diablo no es una ilusión, y en la tierra tiene muchos ministros, muchos que le sirven, colaboradores. Entonces Dios tiene que tener también las fuerzas del pueblo de Dios que claman en oración.

     Dentro de poco en la misa hay una frase que me emociona profundamente, cuando le digo al Señor: «No te fijes en mis pecados. Fíjate en la fe de tu Iglesia». Y yo pienso precisamente en esta Iglesia que son ustedes, almas en oración. Pienso yo en ese momento, cómo se hacen presentes en el altar junto a Cristo, divino Moisés, las plegarias de tantos sacerdotes, de tantas religiosas. Y es hermoso saber que en ciertos noviciados, en ciertas congregaciones, hay otras explícitas de oración, el Santísimo expuesto y la expuesto y la religiosa como un ángel de rodillas ante Dios. Y es hermoso pensar que una capillita, por ejemplo, la del Hospital de la Divina Providencia todo el día con el Santísimo expuesto, desfilan los enfermitos, las religiosas, los bienhechores a rezar por la Iglesia, por sus necesidades. Y es hermoso pensar que aun sin la mística de un templo hay miles de almas en oración. Son ustedes, queridos enfermos, que no [279] han podido venir a misa y que junto a sus aparatos de radio están unidos en oración con esta plegaria de la catedral. Son las comunidades de campesinos o familias que en este momento dejan sus quehaceres y se reúnen en torno de su radio para estar en comunión de plegaria con la Iglesia Catedral, madre de todas las iglesias de la diócesis. Y es oración la de los niños que en el catecismo y en su primera comunión levantan sus manitas limpias, inocentes, ¿cómo no las va a acoger el Señor? Esta es Iglesia en oración. Iglesia en oración también la del padre de familia que no le queda tiempo de ponerse de rodillas y orar, pero está trabajando, por encontrar trabajo, por encontrar cómo dar de comer honradamente a su familia, buscando trabajo, confiando en Dios. Es pueblo de Dios en oración. Y sería interminable describir este espectáculo que solamente se puede apreciar con la fuerza de la vista de Dios, con la fe.

     Pero hermanos, yo les invito a que todos seamos almas en oración. Se necesita hoy integrar en este movimiento de promoción, que la Iglesia está llevando adelante como una fuerza principal, este sentido trascendente de la promoción. Si una persona quiere promover la sociedad económicamente, socialmente, políticamente y no ora, solamente busca cosas de la tierra; es una promoción inmanente, una promoción de tierra, una promoción que solamente durará mientras vayan bien las cosas pero que luego se cansará, porque no ha puesto su confianza en esa trascendencia que es la fuerza del cristiano. La trascendencia, es decir que a pesar de que nosotros trabajemos todo lo que es posible al alcance de la tierra, no logramos nada si Dios no construye un nuevo orden de cosas, que es Dios el que se ha ofrecido como salvador, que es Dios el único que puede redimir nuestra situación, que nos pide, sí, la colaboración y que tenemos que poner de nuestra parte toda la colaboración, como Josué en el valle, sangrando, luchando, enfrentándose al peligro; pero al mismo tiempo, Moisés orando y pidiendo a Dios. Una sola causa: la inmanente, la que lucha en esta tierra; y la trascendente, la que con manos elevadas pide a Dios: «Sólo tú, Señor, puedes traer la victoria de la justicia, de la paz, del amor a este mundo tan necesitado».

     Así como debemos de construir, con oración y trabajo. «Ora et labora», como es el hermoso lema de los benedictinos, que todo el día se pasan trabajando; pero haciendo de su trabajo una continua oración al Padre: Iglesia en oración. Hemos de incorporar este valor de la oración a la promoción Humana, porque si no hacemos oración, miramos las cosas con mucha miopía, con resentimientos, con odios, con violencias; y es solo hundiéndose en el corazón de Dios, desde donde se comprenden los planes de Dios sobre la historia, solo hundiéndose en momentos de oración íntima con el Señor es cuando aprendemos a ver en el rostro del hombre, sobre todo el más sufrido, el más pobre, el más harapiento, la imagen de Dios y trabajamos por él. Sólo desde la contemplación de la plegaria podemos percibir una fuerza del Espíritu, que es la que va entretejiendo la historia, y que los hombres pueden abusar como azotes de Dios, pero hasta cierto punto Dios nos dice: basta. Y es la hora en que nosotros, tal vez impacientes, nos parece que no llega, pero va a llegar. [280]

     Y desde la oración comprendemos que es necesario perseverar, como la viuda del evangelio, aun frente a los jueces inicuos, aun frente a los que debiendo regir con justicias las cosas de la tierra, únicamente tienen miedo al poder del dinero, al poder de las armas, al poder político, y se olvidan de que esas son fuerzas muy relativas, que todo viene de Dios. Como la viuda del evangelio de hoy, no temamos ni la iniquidad de los jueces únicamente a favor de ciertas clases que pueden influir y no dialogan con el pobre que, como la viuda, se acerca para pedir un mejor salario para poder comer, una vivienda siquiera para dormir en las horas intemperies. Para acercarse ya al fin, esa perseverancia trae la victoria, dice el evangelio de hoy, no por la violencia sino por la oración, por la confianza en Dios. Yo les invito, hermanos, a ustedes a que hagamos de nuestra Iglesia una Iglesia en oración; esta es la fuerza más grande de la Arquidiócesis.

     Esta semana he oído una frase que me ha llenado mucho el corazón, una persona que no es de nuestro país, me dijo: «¿Quiere que le dé un título a su diócesis?». Me dice: «Yo la he llamado la Iglesia soñada». «¿Y por qué -le digo- Iglesia soñada?» «Porque he venido a encontrar aquí en esta Arquidiócesis, una Iglesia que ha puesto su fuerza en el poder de Dios, en el deseo de ser auténtica Iglesia, en el valor de desprenderse de aquellas cosas que antes tal vez la hacían poderosa, pero que no era la fuerza de Dios». Me ha hecho reflexionar mucho esa frase; y no por vanidad se lo digo, sino para comunicarles a todos ustedes, mis queridos hermanos, en esta meditación de familia, que sigamos haciendo de nuestra diócesis, la Iglesia soñada, la que soñó Cristo al ponerla toda ella amparada en su propia debilidad, amparada en la fuerza de Dios que le viene de la oración. San Agustín decía una frase muy bonita que yo quisiera que se le grabara todos: «La oración es la fuerza del hombre, porque es la debilidad de Dios». Es como un papá ante la debilidad de un niño, se siente débil y se acerca a él y le ayuda en su debilidad. Esta es nuestra Iglesia: débil, pero con la fuerza de Dios. Oremos mucho, porque así atraeremos hacia nosotros ese Dios que se hace débil cuando los débiles le piden su protección. «En ti, Señor, he puesto mi esperanza, y no quedaré confundido».



2. IGLESIA MISIONERA

     Y el otro pensamiento, hermanos, la Iglesia misionera, lo que quiero presentar brevemente como un anuncio del próximo domingo. El domingo penúltimo de octubre, que hoy será el 23, se celebra el Domingo Mundial de las Misiones. Pero no es sólo ese domingo tenemos que ser misioneros. El próximo domingo es como un aldabonazo en el corazón de cada cristiano para decirle: «¿Cómo anda tu espíritu misionero? Toda tu vida tiene que ser misionera». Y el fundamento de todo esto lo encuentro en la carta de San Pablo a Timoteo que se ha leído hoy: «Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que de niño conoces la Sagrada Escritura». Timoteo pertenecía a una familia conversa y había aprendido de su abuela y de su madre la religión que profesaba y que Pablo cultivaba más. Era pues una familia misionera. [281] Toda familia que catequiza a sus niños está cumpliendo la misión, trasmitiendo el gran mensaje de la salvación. Y hablando de esa revelación, le dice San Pablo: «Esta Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo conduce a la salvación». Esto es lo grande de nuestra fe. No es una filosofía para ser feliz en esta tierra. No es una psicología de esos cursos que ahora abundan para hacer buenos vendedores. No es una psicología únicamente para hacer feliz al hombre y quitarle preocupaciones de la tierra. Es una sabiduría que viene de Dios. He aquí otra vez la trascendencia. Sólo lo que viene de Dios puede dar salvación, porque la salvación viene del Señor. Y por eso San Pablo le dice: «Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud».

     Hermanos, si la Iglesia se preocupa de llevar su evangelio a todos los horizontes, no es con un afán de intromisión en los Estados, como si un país quisiera entrometerse en nuestro país. Aquellos que hablan de una Iglesia que es un poder extranjero no han comprendido nada lo que es la Iglesia. La Iglesia es como aquella estrofa que se canta el día de los magos que van a adorar al niño Jesús, y que el rey Herodes tiene envidia porque ha nacido otro rey, y la Iglesia le canta: «No tengas miedo Herodes. No viene a quitar poderes temporales el que viene a dar el Reino del cielo». Esto viene a dar la Iglesia a los reinos y a los poderes de la tierra, espíritu del cielo. Esto que ha dicho San Pablo hoy: «La Escritura es útil para reprender, para corregir, para educar en la virtud». La Iglesia llevando su evangelio respeta la historia, la índole, el modo de ser de cada pueblo; pero lo corrige, lo eleva, lo llena de virtud, para que el salvadoreño sea mejor salvadoreño, para que el africano sea mejor africano. Es un Reino de Dios que se inyecta como un injerto en todas las razas, en todas las culturas; y sin quitarle su propia originalidad a cada cultura, a cada hombre lo eleva haciéndolo siempre el mismo. De modo que yo, cada uno de ustedes, ante una religión bien vivida, sus defectos, van desapareciendo y se ve destacando más el cristiano. El cristiano no es otra cosa que el hombre perfecto. Las virtudes humanas se necesitan, porque el cristianismo no destruye las virtudes humanas de ningún hombre, de ningún pueblo; respeta, y esta es la misión.

     La misión es llevar, como le recomienda San Pablo a Timoteo, esta revelación que eleva, que santifica, que dignifica, que fortalece los modos de ser de todos los pueblos. Por eso le dice: «Ante Dios y ante Cristo, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro -miren qué forma solemne; es un imperativo- que proclames la horta, con toda comprensión y pedagogía». Cuando yo de esta cátedra denuncio injusticias, reprocho atropellos, no estoy de acuerdo con ciertas actitudes: no soy yo el que hablo. No soy más que el mensajero de esa palabra mandada a todos los pueblos a reprender, a reprochar, a exhortar. El que me atiende no me atiende a mí, atiende a Dios, que nos quiere salvadoreños más honrados, que quiere más justicia, que quiere más respeto. La palabra de Dios tienen que oírla todos los pueblos con esa actitud que me emociona tanto aquí en Catedral. Es la voz de Dios que, a través de mi tosca palabra humana, está llegando a cada corazón de ustedes. Y ustedes escuchando y yo mismo [282] también aprendiendo, tratamos de ser mejores, cada uno en su propia vocación; yo como pastor; los sacerdotes que me escuchan, como sacerdotes; las religiosas, que yo les agradezco su presencia también en Catedral, y las que allá también, en sus aparatos de radio sintonizan esta meditación; los jóvenes; los matrimonios; los profesionales; los ricos, que no están excluidos, los quiero mucho, pero los quiero convertidos a esta verdad que salva; porque no quiero que, después de ser felices en la tierra, se vayan a condenar por no ser mejores administradores de los bienes que Dios les ha dado; los pobres marginados, con los cuales también me solidarizo, pero no con vicios, no con sus órdenes, sino para decirles también: «Corríjanse, promuévanse, trabajen, dejen los vicios», para que puedan ser hombres de verdad. Esto predica la Iglesia.

     Por eso me duele esa calumnia cuando dicen que yo quiero ser obispo sólo de una clase y desprecio a otra clase. No hermanos, trato de tener un corazón ancho como el de Cristo, imitarlo en algo para llamar a todos a esta palabra que salva, para que todos nos convirtamos, yo el primero, nos convirtamos a esta palabra que exhorta, que anima, que eleva; y esta es la misión de la Iglesia.

     Hermanos, ayudar a las misiones es ayudar a aquellos hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, que en aquellas tierras donde todavía Cristo no es conocido, tal vez donde la religión natural, donde se adora a los falsos dioses, tal vez con un sentido más honesto que nuestros cristianos, eleven esas creencias al único Dios verdadero para que sean más fieles, más felices, porque «las misiones» no quiere decir que solamente los que estamos en la Iglesia nos vamos a salvar y que hay que traerlos a todos a la Iglesia. La misión proclama, también, que hay muchas luces de Cristo, también, en tierras paganas, mucha verdad y mucha gracia, que Cristo y el Espíritu Santo están llevando, también, a los pueblos que no conocen a Dios y se salvarán en la fidelidad a sus leyes paganas; pero la Iglesia siente que ella, depositaria de una redención íntegra por Cristo, todos esos valores religiosos que se encuentran en el judaísmo, en el mahometismo, en las falsas religiones, son como reclamos hacia la verdad íntegra, hacia la Iglesia única que Cristo quiere. Y esta es la misión, ir a aprovechar esos valores humanos, estimarlos pero elevarlos hacia Dios; esta es la misión. De modo que la obra misionera de la Iglesia es una obra de promoción humana a nivel mundial, para hacer el gran proyecto de Dios: que todos los hombres seamos una sola familia, Cristo sea la única cabeza y un día ese Cristo pueda colocar a los pies de Dios la humanidad entera formada de diversas razas, de diversos modos de pensar, pero todos aceptando la verdadera fe en Cristo.

     Para esto nos llama la Iglesia el próximo domingo, y yo he querido adelantar este concepto porque lo reclamaba la palabra de San Pablo hoy y porque yo quisiera suplicarles, queridos hermanos, que durante toda esta semana piensen mucho en las misiones, en los misioneros y, si es posible, aquilaten a los niños, a los jóvenes, a las jóvenes de sus propios hogares; porque Dios tiene designio sobre esa juventud de El Salvador. Cuántos misioneros podrían salir de nuestras familias si se viviera este espíritu, de esta gran empresa misionera. No le podemos [283] proponer al joven una obra heroica, una aventura tan maravillosa como la de ser misionero, aun cuando no sea sacerdote. Allá se reciben también médicos, enfermeros, profesionales, ingenieros, catequistas, por poco tiempo, por unos años. ¡Cuántos están trabajando en aquellas tierras! Pero, si no tenemos gente con este temple heroico de ser misionero, al menos, hermanos, seamos misioneros de retaguardia, desde nuestro hogar cumplamos nuestros deberes; la fidelidad del matrimonio, la santidad de la familia, el sufrimiento de la enfermedad, ofrecerlo todo por las misiones, porque cuando en el credo decimos: «Creo en la comunión de los santos», estamos expresando esta verdad. Lo bueno que tú hagas en tu casa se convierte en bienestar de todo el organismo. Es oración por los misioneros.

     Y también, hermanos, recuerden que en las misiones se necesita dinero. El próximo domingo en todas las parroquias se hace una colecta especial para mandarlo por medio del sagrado dicasterio, la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que administra esos inmensos territorios de misiones donde hay tantas obras que sostener. No digamos que somos pueblo pobre y que aquí necesitamos todo nuestro dinero, porque además de esa injusticia de que mucho dinero de El Salvador se va para bancos extranjeros, el mejor banco extranjero será éste, ayudar con nuestras pobrezas, con un sentido de solidaridad, a la obra de nuestra fe, para agradecerle al Señor la fe que ya hemos recibido, haciendo posible que otros también la reciban. Y a cambio de unos poquitos centavos que nosotros podemos mandar, yo quisiera recordarles, hermanos, que el catolicismo en El Salvador está recibiendo inmensamente más de otros países. Alemania, por ejemplo, nos manda subsidios de miles y miles para nuestras obras católicas. Estados Unidos y varios países que tiene obras de ayuda internacional han comprendido esta solidaridad con los pueblos pobres. Y nosotros los pueblos expresamos, también, la solidaridad de compartir nuestra pobreza. No vamos a enriquecer a las misiones con nuestros centavitos; pero sí les vamos a demostrar, que en El Salvador se comprende la misión y que aunque sea con una pequeña cosa podemos ayudar a las misiones.

     Hermanos, hemos hablado de la Iglesia en oración y de la Iglesia misionera. Son dos grandes aspectos que no podemos prescindir si queremos ser Iglesia auténtica. Y vamos a ponernos ya en la oración sublime de nuestra eucaristía para ofrecerle a Dios junto con Cristo, el divino Moisés que en la cumbre del altar levanta sus brazos al Padre, para pedir misericordia por esta patria que tanto lo necesita. [284]



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Las Misiones

Domingo de las Misiones
23 de octubre de 1977
                                                                        Isaías 60, 1-6
Romanos 10, 9-18
Mateo 28, 16-20


MARCO DE LA HOMILÍA

     Hoy celebramos, queridos hermanos y estimados radioyentes, el Día Mundial de las Misiones. Vamos a sentirnos todos, pues, miembros vivos de un pueblo que ha recibido de Dios el encargo de llevar su luz a todos los hombres de la tierra. Pero, este pueblo de Dios se concreta en cada comunidad y vive en la historia concreta, su ambiente, y desde allí tiene que ser misionero. Por eso, aunque sea un poco prolijo, hago siempre un poco de la historia nuestra, del ambiente en que este pueblo de Dios que se llama la Arquidiócesis de San Salvador se mueve con sus preocupaciones, con sus problemas concretos.

     Todos, por ejemplo, saben que mañana es el Día del Hospital. El arcángel San Rafael, que se celebra el 24 de octubre su nombre significa «medicina de Dios» ha dado origen a esta hermosa tradición en El Salvador, de celebrar en su día el Día del Hospital. Va pues, todo nuestro cariño, nuestra comprensión, para los queridos enfermos de todos los hospitales y también para los médicos, enfermeros y demás colaboradores, que deben de tener como centro de su vida el dolor humano en esos seres concretos de quienes Cristo dice: «Todo lo que hagan con ellos, conmigo lo hacen». [285]

     También tenemos que lamentar que las huelgas, las manifestaciones en reclamos de derechos, no terminan. Son índice de un malestar profundo que la Iglesia viene denunciando y que los encargados del bien común tienen que apresurarse a buscar las causas en mutuo diálogo con los interesados. La Iglesia también ofrece generosamente sus luces, de una doctrina que arranca del evangelio y sin la cual tendremos siempre estos brotes de descontento. El mal es muy profundo en El Salvador; y si no se toma de lleno su curación, siempre estaremos, como hemos dicho, cambiando de nombres, pero siempre el mismo mal. En este sentido, también me han sentido, también me han pedido informar que la ocupación de tierras en Asacualpa no se puede arreglar, porque ha habido varios diálogos, desde julio, agosto, septiembre y todavía hoy en octubre; y a pesar de las promesas esperanzadoras con que terminan todos los diálogos, siempre hay una retracción, hay un... un consejo que impide llegar a un arreglo pacífico. No quisiéramos que en Asacualpa se vaya a repetir la triste historia de Aguilares. Por eso, toca también a las autoridades, a los competentes en la materia, resolver con justicia estas situaciones. Sé positivamente que los ocupan las tierras no son usurpadores. No quieren robarlas. Están respetando la propiedad privada. Solamente quieren un entendimiento para poder tener dónde sembrar y dar comida y alimento a sus familias. Yo no soy perito en la materia, lo he repetido, ni la Iglesia tiene como competencia decir qué es lo que se debe hacer. Pero sí, desde la luz del evangelio reclama a los competentes, a los que tienen la autoridad para urgir en los diálogos, que sean justos y que resuelvan con justicia estos problemas que son tumores de malestar en nuestra patria.

     Varias madres y esposas y familiares, se han acercado al Arzobispado preguntando si es cierto que viene una comisión investigadora de derechos humanos, y que cómo pueden hablar directamente con ellos. También aquí, pues, esperamos que si es cierto que viene una investigación, sea justa y que entre en diálogo directo con las personas interesadas. Hay tantos hogares que tienen tanto que decir.

     Quiero denunciar, también, una encuesta tendenciosa de la Universidad; en nuestro semanario Orientación pueden ver un botón de muestra de cómo hay una filosofía -entre comillas- que no es tal amor a la ciencia, como es su etimología, sino una tendencia perversa a desacreditar la Iglesia, una encuesta que está orientando hacia un mayor odio y difamación contra nuestra Iglesia. Yo llamo tiempo la atención para que no se dejen guiar de esos pseudo científicos, ciegos que conducen a otros ciegos.

     También, los días finales de septiembre (había olvidado informarles, porque no había recibido yo la información autorizada) se llevó a cabo una reunión de parte de la Iglesia, para analizar la Ley de FOCCO. Cuarenta y cuatro organizaciones de inspiración cristiana trabajan, ya sea en el campo católico o en el campo protestante, para promover a nuestro pueblo, principalmente al campesinado, y ven en la Ley de FOCCO un peligro de monopolio, una supresión de inspiración, para dar una sola ideología política a estas organizaciones a las [286] que la Iglesia, como cualquier entidad e individuo, tiene derecho a organizarse (el derecho de organización, pues, es uno de los derechos humanos) sobre todo cuando ha recibido de Cristo el encargo de llevar su promoción evangélica a los sectores de nuestro pueblo. No quisiéramos lamentar, pues, una intromisión en los derechos de la santa Iglesia. Ya bastantes hemos lamentado. Por su parte, nuestra Iglesia, esta que lleva el mensaje misionero a todas partes del mundo, trata de vivir y de organizarse mejor cada vez en nuestra Arquidiócesis.

     Ante la despedida de Monseñor Rivera (el 5 de noviembre irá a tomar posesión de Santiago de María, a las 10 de la mañana) ha habido que nombrar un vicario general, el que, junto con el Obispo llevan el timón de la diócesis en sus aspectos más responsables. Ha sido nombrado por ahora Monseñor Ricardo Urioste, a quien los sacerdotes ya han reconocido, en todos aquellos problemas de jurisdicción de toda la diócesis.

     Haciendo un recorrido por nuestras vicarías, nos alegramos con la vicaría de la Asunción (se llama así todo aquel sector poniente de la capital) los párrocos, siguiendo consignas de la pastoral de la Arquidiócesis, han reunido, están reuniendo las fuerzas vivas de toda la vicaría, que en ese sector son admirables; muchos colegios, muchas instituciones que están trabajando sin conexión, con una pastoral conjunta. Gracias a Dios han sabido responder todos esos sectores; y esperamos que esas parroquias, donde la Iglesia tiene que llevar su mensaje auténtico de evangelio, encontrará muchos agentes de pastoral, en los sacerdotes, en los religiosos, religiosas y fieles, que tiene que ver que no son párrocos ni instituciones de un sector social, sino de la Iglesia y que tienen que estar en coordinación de ideología con el pastor y con toda la línea pastoral de la Arquidiócesis. Yo me alegro mucho y los felicito. Ojalá que estos encuentros vayan dando, pues, esa unidad de criterios en nuestra diócesis y no presentemos el espectáculo de dos Iglesias, porque no hay más que una Iglesia, la del evangelio de Cristo.

     Por la vicaría de Cuscatlán tuvimos la dicha de escuchar la voz de Monseñor Chávez, como ustedes saben, arzobispo durante 38 años, que con un gesto de servicio y de humildad está llevando la parroquia de Suchitoto. Los párrocos de aquella vicaría se reunieron con él y compartieron ratos muy fervorosos que se escucharon también por la radio. Quiero aprovechar esta oportunidad para presentar un nuevo testimonio de admiración y cariño a este querido antecesor. También en Cuscatlán, se prepara en Cojutepeque una convención de Cristo Rey el próximo domingo a las 3 de la tarde.

     Por la vicaría de Chalatenango, también tenemos noticias muy interesantes de cómo va progresando, bajo la dirección de una vicaría episcopal, la pastoral de aquel departamento tan interesante. Unas de las cosas más bonitas de la vicaría en esta semana, ha sido su festival del maíz. Ayer y hoy se celebra al maíz. Y se ha promovido allá una industria muy interesante de productos del maíz, de tusas, de olotes, etc. Hemos visto ejemplares muy bellos, y vale la pena [287] conocer y acuerpar esta industria, precisamente en San Antonio Los Ranchos de la vicaría de Chalatenango.

     En mis visitas con motivo de la instalación de nuevos párrocos o de otros motivos pastorales, he tenido la felicidad de compartir momentos muy fraternales con las comunidades de Ayutuxtepeque, de Candelaria, de la Colonia Dolores, de la Colonia Luz; también con una comunidad muy interesante de señoras del mercado que en estos momentos están llevando a cabo un curso de promoción. Yo me alegro mucho que este sector de las señoras del mercado hayan encontrado apóstoles específicos para darles el verdadero valor divino de ese trabajo arduo, expuesto a tantas cosas, pero que es de tanto valor para nuestra sociedad: el mercado.

     Quiero felicitar también, y alegrarme mucho con el seminario. Esta semana los seminaristas de la Arquidiócesis, de la Arquidiócesis que estudian Filosofía y Teología, unidos con su obispo, evaluaron su formación espiritual, intelectual, pastoral. Fue una tarde muy llena de esperanzas y les digo, queridos hermanos, como pueblo de Dios, que vale la pena impulsar la formación de estos jóvenes que serán los sucesores de los actuales sacerdotes que con tanto trabajo llevan en esta hora difícil la pastoral de nuestra Arquidiócesis. El seminario es una esperanza; porque, también, quiero anunciarles con alegría, que la campaña vocacional que va llevando el padre Segura es todo un éxito, y él mismo me lo ha dicho, no es mérito humano, aquí está una bendición de Dios a la hora actual de nuestra Arquidiócesis. Ya tenemos apuntados nueve bachilleres, además de muchos que van a estudiar el bachillerato en el seminario menor. Se ha tenido que rechazar o posponer la aceptación de muchos jóvenes que, ante esta situación de la Iglesia, han dado una vez más el testimonio de aquella frase inmortal de Tertuliano, la sangre de los mártires es semilla de vocaciones, semilla de cristianismo, semilla de un florecimiento en la Iglesia. Los perseguidores de la Iglesia no saben el gran bien que le han hecho, regándola y haciendo florecer enormemente este despertar de nuestra Iglesia que se va a manifestar, especialmente, en vocaciones muy prometedoras.

     Quiero agradecer también a los seglares que están trabajando para ayudar a la jerarquía a una organización más actual, más funcional del gobierno eclesiástico.



UN EVANGELIO CONCRETO

     Hermanos, perdonen la prolongación de este noticiero, pero es que la Iglesia, al anunciar su palabra, no puede prescindir de este ambiente concreto. Si no, corremos el peligro de anunciar un evangelio etéreo, sin proyecciones a la historia y a la tierra. Y ahora, sí comprendemos en este ambiente difícil de la Arquidiócesis, lo que quiere decir el Domingo Mundial de las Misiones. [288]

     En las tres lecturas de hoy a encontrar los tres pensamientos que van a perfilar, ante nuestra mente, una vez más esa figura que ya la he presentado varias veces, la Iglesia misionera.



LAS MISIONES

     En primer lugar, ¿qué son las misiones? En el documento del Concilio Vaticano sobre las misiones, lo acaba de recordar el Papa en su mensaje al Domingo Mundial que estamos celebrando, se nos explica que las misiones propiamente son esa empresa por ir a evangelizar y a plantar la Iglesia de Cristo en aquellas comunidades y pueblos donde todavía no ha llegado esta Iglesia a implantarse. Les repito, este es el concepto de misiones, llevar la palabra del evangelio y organizar la Iglesia en aquellos países o comunidades que todavía no tienen una Iglesia organizada.

     Por eso, la Iglesia, en su gran trabajo de evangelización se divide en dos porciones: la Iglesia ya organizada; por ejemplo, El Salvador ya tiene sus cinco diócesis, es una evangelización que ya ha logrado una organización. La institución Iglesia ya se ve, se vive. Son cinco diócesis. No hay territorios misionales en El Salvador. En cambio, aquellos territorios donde todavía no se han organizado diócesis, allí se llaman territorios de misiones. En Centro América, por ejemplo, tenemos, en Nicaragua y en Costa Rica, dos territorios que todavía no tiene diócesis; y en países lejanos, inmensos territorios donde los misioneros dependientes directamente de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Así se llama ese ministerio del Papa que le ayuda en esta tarea de llevar el evangelio a todo el mundo; se llama la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Un cardenal como perfecto y un conjunto de personal, misioneros, tanto en la Santa Sede como en los territorios de misiones, trabajan para organizar la Iglesia en esos países. Y hacia allá se dirige nuestro pensamiento en esta mañana, a esos territorios de misiones, donde hombres, mujeres, sacerdotes, religiosos, laicos están tratando de llevar la noticia del evangelio y de organizar con una jerarquía propia, obispos propios, sacerdotes propios, una Iglesia, una institución que continúe anunciando el evangelio, como continúa en el Salvador, a través de sus obispos ya organizados y sus parroquias, este mensaje de Cristo.

     Esto son las misiones. Pero no es un invento de nuestro tiempo; la palabra de Dios hoy nos ilumina en sus tres lecturas; Isaías, siete siglos antes de Cristo, esa visión universalista del Reino de Dios; San Pablo a los Romanos, diciéndonos que de nada sirve organizar la Iglesia en institución si no hay conversión de corazón en los que se llaman cristianos; y el evangelio de Cristo, San Mateo, que se acaba de leer, diciéndonos que existe un instrumento por él mismo que se llama la Iglesia para llevar a cabo tanto ese panorama universal del Reino de Dios, como la conversión íntima de cada corazón. Y estos son los tres aspectos de este domingo misionero que yo descubro a través de las lecturas de hoy. [289]



1. VISIÓN UNIVERSALISTA DEL REINO DE DIOS

     Isaías, en primer lugar, nos presenta el bello panorama que hemos escuchado: las tinieblas cubren la tierra, la confusión reina en el mundo cuando Dios no ha brillado. Y así mira desde Jerusalén, no una luz que le viene de afuera, sino un Dios que se encarna en Jerusalén, hace de Jerusalén una luz que ilumina los senderos de la historia y del mundo. Y por esos caminos iluminados de Dios van llegando todos los pueblos, trayendo sus tributos para formar un solo reino, el Reino de Dios. Qué preciso poema, no inventando por un poeta, sino por la mente de Dios, que el crear hombres, razas, pueblos, no es para que se confundan en diversidad de idiomas que no se pueden entender, en diversidad social que margina a unos mientras otras están bien. Lo que Dios ha querido es hacer del mundo una gran fraternidad.

     Pero, el mundo solo no lo alcanzará. En el mundo no hay más que tinieblas y confusión. Basta mirar el ambiente de nuestra patria cuando se apaga la luz de Dios. ¿Qué queda? Secuestros, odios, torturas, violencias y el panorama triste, cuando Dios no ha visitado a Jerusalén. Se puede decir de todos los pueblos cuando Dios también los deja, porque los hombres no han sido dignos de él: todo se torna confusión, tinieblas, miedo, terror. Es necesario que Dios venga a iluminar. Y esta es la misión. Por eso se llama misión. Misión, palabra de origen latino, quiere decir envío (mittere, enviar) porque es el envío de Dios a su Hijo. Y cuando su hijo enviado ha redimido al mundo y le ha enseñado su doctrina y regresa al Padre, desde el Padre, Padre e Hijo envían al Espíritu Santo.

     De modo que la Iglesia es el producto de un doble envío, una doble misión que se origina en el corazón de Dios, el envío de su verbo hecho carne, Cristo nuestro redentor, que Dios lo ha querido cabeza de todo el género humano. «Cuando yo sea levantando en alto, la atraeré todo hacía mí» -dijo Cristo. Y cuando Cristo ha terminado su labor con un pequeño grupo en la tierra santa, se va; pero les dice: «Os enviaré el Espíritu, que os enseñará la verdad y os conducirá por todos los caminos del mundo. Así como mi Padre me envió, así yo os envío con la fuerza de mi Espíritu. Id pues, por todo el mundo, por todos los caminos, por todos los tiempos y enseñad a todos los hombres lo que yo os he enseñado, y enseñadlos a guardar también los preceptos que yo os he enseñado. El que los acepte se salvará, y el que no los acepte se condenará». He aquí la gran misión: el enviado del Padre, el Hijo; el enviado del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo; y la Iglesia, la enviada de Cristo. «Así como mi Padre me envió, yo os envío misioneros, enviados».

     ¿Qué hace entonces el mundo? Comienza a sentir una luz como la que profetizó Isaías. Ya no hay tinieblas. Aquellos pueblos que van aceptando esta luz de Cristo se van sintiendo hermanos. En el hermoso mensaje de Pablo VI sobre la evangelización de los pueblos en el mundo actual dice: unos hombres aceptan ese mensaje de Cristo, se unen en comunidad para vivirlo y desde su [290] comunidad se sienten inquietos por llevar ese mismo mensaje a todos los demás. Esta es la misión que estamos haciendo aquí en la Catedral, que se siente verdaderamente emocionante en esta hora llena de fieles venidos de tantas partes, de tantas comunidades parroquiales. Estamos evangelizándonos. En este momento, yo tengo la dicha de ser el misionero de esta comunidad; pero ustedes al recibir mi mensaje, no lo van a guardar egoísticamente en su corazón, en su familia, en su comunidad. Yo sé que de aquí surgen; y allá están oyendo por radio mi mensaje, muchas comunidades. Cuando yo termine de hablar, esas comunidades se ponen a analizar lo que yo he dicho, evangelizándose, profundizando el mensaje y tomando consignas para llevar esta misma luz a su cantón, a sus hermanos.

     Por eso duele a la Iglesia, hermanos, cuando encuentra obstáculos a esta luz, cuando se sospecha de su misión, cuando se la quiere confundir con misiones subversivas, revolucionarias. Lo que predicamos es la luz de Dios que los hombres necesitan. Lo subversivo, lo revolucionario, es apagar la luz de Dios, no dejar circular el mensaje de Cristo, el amor, y sembrar en cambio el odio, la violencia. Pero yo siento la alegría íntima de que la comunidad de la Arquidiócesis de evangeliza, recibe el envío del Hijo, del Espíritu Santo a través de su Iglesia que le sigue hablando.

     Y entonces, hermanos, esta Iglesia que recibe esta luz de Dios no es sólo pasiva. Fíjense, qué hermosa la descripción que hace Isaías: «Y vendrán: mira a tu alrededor, todos han venido, tus hijas traídas en brazos, otras multitudes traídas en dromedarios». Los antiguos medios de comunicación, los que usó San Pablo, los primeros cristianos, se han convertido hoy en los modernos medios de comunicación. La radio, los aviones, los automóviles, donde van los misioneros y de donde vienen de las misiones trayendo los dones de Madián y de Efá, no solamente del Oriente como los magos adorando al niño Jesús, sino de todos los pueblos de la tierra. Porque, hermanos, la Iglesia es bella, la Iglesia es el conjunto de sus diócesis organizadas, y cada diócesis aporta su valor individual, su valor autóctono. La Iglesia no mata iniciativas.

     Les acabo de mencionar la fiesta del maíz en San Antonio de Los Ranchos. Es una escena misionera, es la Iglesia que le dice a los sembradores de maíz cómo pueden aprovecharlo desde la luz del evangelio, cómo pueden iluminar sus caminos de tristeza con la alegría de una fiesta que dan las tusas y los olotes de nuestra tierra. Y así en el África y en el Asia descubre los valores, a las culturas, y no las mata, como si fuera una colonización de esas que en la historia han acabado con los valores de los pueblos. La Iglesia no es una colonizadora. La Iglesia es una inspiradora de los valores que hay en todas las latitudes de la tierra. Y traen entonces, aportando en la ofrenda de la misa: «Recibe, Señor, este pan y este vino, fruto de la tierra y del trabajo del hombre». He aquí que se valora, entonces, la mano que trabaja para ganarse la vida. Cuántas industrias, cuántos valores veo yo en vuestras manos, queridos católicos, unos que trabajan la plata, otros que trabajan la madera, otros que labran la tierra, [291] otros que amasan la harina para darnos de comer, otros que manejan las cosas que se venden en el mercado. Qué hermosa es la humanidad. Esto quiere el Señor, que todas esas cosas sean traídas en dromedarios, en los medios de comunicación que tengan, para que en el altar el sacerdote los eleve a Dios en el signo del pan y el vino que, convertidos en cuerpo del Señor, se hace divino el trabajo de la tierra. Esto hace la Iglesia: darle valor divino a los valores humanos, hacer traer del conjunto de diócesis una armonía que no la ha inventado ningún otro imperio, sólo el imperio de Dios.

     Por eso, hermanos, es ridículo que se sospeche de la Iglesia. Les repito aquella frase que les recordé el domingo pasado, que canta la Iglesia el día de la adoración de los magos cuando Herodes, envidioso de que hubiera nacido otro rey, temeroso de que le iba a quitar su poder político, la Iglesia le canta: «No temas, Herodes, que no viene a quitarte poderes temporales el que viene a darte reinos eternos». Ah, si comprendieran los gobiernos que la Iglesia no viene en una especie de competencia política a quitarles sus campesinos, a quitarle su gente. De ninguna manera. Viene a inyectarle a su gente, a su poder político, a su poder sociológico, a todas sus técnicas, no a quitarle sus competencias, sino darles un sentido cristiano para que sean más justos, para que sean más leales, para que sean más nobles, para que sean mejores, tanto los gobernantes como los gobernados. Porque desde las entrañas del evangelio, la Iglesia predica la verdadera paz, la verdadera justicia, la que no se quiere oír; y se calumnia a la Iglesia -como se calumnió a Cristo- no porque predicara la subversión, sino porque quería un orden más justo, más bueno. La Iglesia no hace otra cosa, pues, en sus misiones, que llevar el valor divino a todo lo humano.



2. CONVERSIÓN DE CORAZÓN

     Pero en la segunda lectura, San Pablo a los romanos les dice que de nada serviría que predicaran si no se convierten los corazones. San Pablo escribe en el contexto en que se ha oído la predicación. Diríamos, predica a la nación salvadoreña donde todos han oído predicar. «Si acaso no han oído» -dice San Pablo- «sí que han oído, si en todo el ámbito se escucha la palabra del evangelio». Pero lo que pasa es que no quieren creer en su corazón. De ahí que no basta la organización de estructuras exteriores, dice el documento de Medellín. Mientras este continente no cuente con hombres nuevos no tendremos un orden nuevo. La necesidad de creer -dice San Pablo- porque sólo la fe en Dios es la que salva. La liberación que la Iglesia predica es a base de ese creer en Dios. La liberación no la van a traer los hombres. Desengañémonos. La liberación solamente tiene que venir de Dios, pero contando con la conversión del corazón del hombre; y de nada sirve que Dios nos esté ofreciendo su redención, su liberación, un mundo mejor, si los encargados de construir este mundo en la tierra no quieren colaborar con ese Dios.

     Y aquí la necesidad del misionero. San Pablo la concluye en un argumento tan bello; «¿Cómo van a creer si no hay quien les predique y cómo van a [292] predicar si no hay quien les envíe?» La misión. La Iglesia cuenta con una constitución mucho más sólida que todas las constituciones de los estados. Las constituciones que rigen la vida de los pueblos han sido hechas por legisladores. Una asamblea constitutiva nos dio unas leyes, que muchas veces se cambian al antojo de los gobernantes. En cambio, esta constitución que Cristo dejó, en el momento solemne de despedirse de los hombres, visiblemente arranca de Dios: «Toda potestad se me ha dado en el cielo y en la tierra, y en nombre de esta potestad, vayan y prediquen esta conversión».

     Hermanos, queridos hermanos protestantes, esta es la falla de ustedes. Los estimo mucho, porque se han acercado y me han expresado sentimientos de solidaridad; pero siento que ustedes no cuentan con esta misión que los católicos desde nuestros pastores sabemos que llevamos. Admiramos sí su evangelio. El evangelio que ustedes predican es el mismo evangelio nuestro y por esto nos sentimos hermanos; pero quisiéramos, hermanos protestantes, que en vez de tanta sectas en nuestro ambiente predicando el verdadero cristianismo, hiciéramos un esfuerzo por unirnos en la única misión que Cristo dejó, un solo rebaño y un solo pastor. No es que pretenda someter tantas sectas al dominio del catolicismo. Ya he dicho que la Iglesia no es un imperialismo. Pero sí, es una verdad que va a difundir su verdad en el mundo cuando el mundo vea que los cristianos somos una sola cosa; y si hay estorbos para la evangelización del mundo, uno de los estorbos más grandes lo estamos dando nosotros, queridos hermanos protestantes y ustedes católicos, que tienen también divisiones. La división en la Iglesia, la división de las sectas protestantes, eso es lo que estorba a ese reinado de Cristo. Y por eso pedimos, y yo sé que ustedes también, queridos hermanos protestantes, piden aquella sublime oración de Cristo: «Padre, que los que creen en mí sean una sola cosa, para que el mundo crea que tú me has enviado».

     Y es entonces cuando habrá conversión en la intimidad de cada corazón, cuando no profesemos un cristianismo interesado, y porque me interesa me mantengo en esta secta, y porque me interesa este modo de creer yo no acepto el auténtico evangelio, me parece que es marxismo y lo que está predicando es justicia social, pero como no me conviene -yo digo- «El Obispo no tiene razón, los padres tales son revolucionarios», y así estamos sembrando la división en vez de unirnos en la auténtica y humilde conversión de corazón. Todos necesitamos convertirnos, yo que les estoy predicando el primero que necesito conversión, y le pido a Dios que me ilumine mis caminos para no decir ni hacer cosas que no sean de su voluntad, que debo de convertirme a lo que él quiere, que debo de decir lo que él quiere, no lo que conviene a ciertos sectores o me conviene a mí si es contra la voluntad del Señor; convertirnos a esa misión de Cristo: «Vayan por el mundo entero y prediquen esto que yo les he predicado; el que creyere esto se salvará y el que no creyere esto no se salvará». No hay más salvación que la que Cristo trajo; de ahí la necesidad de convertirnos todos: católicos, protestantes, también los ateos. Todos los que buscan salvación no la encontrarán fuera de Dios. [293]



3. MISIÓN DE LA IGLESIA

     Y finalmente, queridos hermanos -ya con todo el respeto que se merece la última lectura, el evangelio Cristo nuestro Señor no ha hecho más que poner el sello a esto que les estoy diciendo, constituir una Iglesia. La misión que Cristo trajo y después trajo el Espíritu Santo, vive hoy, en 1977, a pesar de que han pasado veinte siglos, gracias a la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo en la historia, como titulé mi segunda carta pastoral. La Iglesia es el cuerpo de Cristo en la historia. La Iglesia es el envío de Cristo y del Espíritu Santo a los hombres de cada tiempo. Y hoy queremos saber qué diría Cristo a los salvadoreños, ricos y pobres, gobernantes y gobernados. No tenemos que traer el evangelio literal de hace veinte siglos, sino el evangelio que la Iglesia, arrancando de aquel evangelio de Cristo, va aplicando a las circunstancias de cada tiempo. Fidelidad a ese evangelio, a esa misión, es la que constituye el continuo quehacer de la misión de la Iglesia. La Iglesia es misionera. Como acaba de decir el Papa, no se trata de llevar el mensaje de Cristo a regiones cada vez más extensas geográficamente, sino de empapar de evangelio de Cristo las culturas modernas, las industrias modernas, los hombres de hoy.

     Anoche, en una bellísima ceremonia, la graduación de los bachilleres del tecnológico de los salesianos, llena la iglesia de María Auxiliadora, yo les decía a los jóvenes: «Jóvenes, la Iglesia no les va a arrebatar su cultura y su técnica. Es la primera en respetar la autonomía de todas las culturas y de todas las técnicas. Pero sí quisiera decirles, como mensaje de la Iglesia, que se gloríen no sólo de su técnica; que se gloríen de haberse educado en un colegio católico, y que le den inspiración cristiana a todo lo que ustedes van a hacer y valer en el mundo. Que no sean ya la vieja civilización del tanto vales cuanto tiene. El hombre hoy no vale por lo que tiene sino por lo que es. Y el hombre es en la medida que es cristiano, porque todo hombre se realiza en la medida en que se realiza según el modelo del Hijo del hombre, Cristo nuestro Señor. Y él dejó esta Iglesia para que los hombres de todos los tiempos nos modeláramos con él. Oyendo a la Iglesia, oigo a Cristo. Recibiendo la eucaristía de un sacerdote, recibo a Cristo. Llevando el niño recién nacido a un bautisterio para que me lo bautice un sacerdote, es Cristo que me lo bautiza. Escuchando la palabra de Dios transmitida hoy por los medios modernos de la radio, es Cristo el que sigue predicando.

     Hermanos, qué hermosa es la Iglesia. Sigue llevando la misión que trajo la verdad y la vida de Dios a los hombres. Dichosos pues los que, como San Pablo ha dicho, creen de corazón; si crees, serás salvado. Queridos hermanos, esta es la reflexión que se me ocurre en el Día Mundial de las Misiones.

     Ahora bien, formando esta Iglesia concreta; yo, su obispo; mis queridos colaboradores, los párrocos de hoy en cada parroquia, ustedes, hombres y mujeres concretos que han venido a la misa de Catedral o que están reflexionando allá por la radio; nosotros somos la Iglesia de hoy. A nosotros se nos ha confiado [294] llevar esta verdad y esta vida a los que no creen. Cuántos tal vez en nuestra propia familia, en nuestra propio barrio, necesitan que seamos sus misioneros. Y aun allá en la vanguardia de las misiones, donde la Iglesia no está organizada, se necesita la colaboración de nosotros. Por eso el Día Mundial de las Misiones viene a decirles a los que ya tenemos la dicha de creer, que le demos gracias a Dios por tener ya esta luz, pero que tratemos de traducirla en nuestra vida, y que desde nuestra vida iluminemos con nuestra colaboración a los pobres pueblos que todavía no la han conocido. De allí la necesidad de tener la mano como un mendigo.

     Yo voy a tener el gusto de ser hoy un mendigo de las misiones para pedirles, sobre todo, oración; porque es una empresa que consiste en convertir a los hombres a la fe en Cristo, es una empresa en que hay que pedir perseverancia para tantos héroes misioneros que deben de sentir desaliento en aquellos ambientes no cristianos. Ante todo, pues, oración, sacrificio, que no se cansen de hacer oración por los misioneros, por los infieles que todavía no conocen a Cristo; y también, hermanos, la mano tendida para pedir dinero. Sería un ultraje tender la mano para pedir limosna a un pueblo tan pobre como es el nuestro, pero yo no les pido los millones que podrá dar Estados Unidos, les pido el centavito de la viuda, no tanto para que con ese dinero vayamos a resolver el problema, sino para expresar la solidaridad, para expresar el cariño, mi gratitud que yo siento con Dios, que me ha dado la fe, y que quiero compartir mis pequeñas ganancias con los misioneros que dan no un real, un medio, sino que dan su vida entera. Yo, que no puedo ir a las misiones -tal vez un hijo de la casa, tal vez un joven, una joven de la familia tiene vocación misionera, aunque no sea para todo el tiempo, ofrecerse a un servicio de unos cinco o diez años: vocaciones. Tal vez ni eso puedo, entonces; pero sí puedo desprenderme un poquito de la golosina de este día o de la necesidad tal vez. Si tanto lo necesitas que te quedarías sin comer, no des; ofrece al Señor tu buena voluntad. Pero si puedes, da algo.

     Hermanos de la Catedral y de las comunidades que a través de la radio están escuchando, es la hora de la colecta mundial. Nuestra Arquidiócesis así como aporta sus valores autóctonos a la universal Iglesia, aporta hoy también su dinero, su oración, su sacrificio, para que esta empresa de implantar el Reino de Dios en otros países que todavía no lo tienen sea una realidad. Ayudemos pues a las misiones. [295]



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Signos de los tiempos

31.º Domingo del Tiempo Ordinario
30 de octubre de 1977
                                                                        Sabiduría 11, 23-12, 2
2 Tesalonicenses 1, 11-2, 2
Lucas 19, 1-10

     Además de la lectura de la Biblia, que es la palabra de Dios, un cristiano fiel a esa palabra tiene que leer también los signos de los tiempos, los acontecimientos, para iluminarlos con esa palabra. Yo voy a señalarles unos cuantos signos y luego he suplicado a Monseñor Rivera, que él nos dé la interpretación bíblica, la homilía propiamente. Y en primer lugar, quiero que analicemos y veamos a la luz de la fe este espectáculo de dos obispos celebrando la eucaristía. Somos los sucesores de los apóstoles, que a través de los tiempos vamos llevando al pueblo, a la historia, la revelación de Dios. Los obispos somos los encargados, los maestros autorizados para cuidar el depósito de la fe y transmitirlo y, al mismo tiempo, hacer vida presente la redención de Jesucristo.

     Por eso, al ser designado nuestro querido hermano, Monseñor Rivera Damas, obispo residencial de Santiago de María, miremos con fe a este sucesor de los apóstoles, que va a dirigir esa porción de la Iglesia. Y ya que aquí en la Arquidiócesis ha dado diecisiete años de servicio episcopal, es justo que expresemos para él, no sólo los sentimientos humanos de gratitud, aprecio, admiración, solidaridad; sino que con visión de fe, sea toda la comunidad, como cuando Pablo, cuando uno de los apóstoles, partía de una comunidad a otra comunidad, [296] llevaba el corazón de toda aquella Iglesia que seguía rogando y seguir acompañándolo; así siento que iremos, pues, con Monseñor Rivera, que es toda la Arquidiócesis, que ya se expresó en una manifestación muy bella de cariño, el miércoles de esta semana, en un homenaje de todos los sacerdotes en Domus Mariae, y que ahora esta misa de la Arquidiócesis quiere ser para él también un homenaje cariñoso de solidaridad, para decirle que no va solo, que con él van todos sus hermanos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, a trabajar en ese trabajo duro y difícil, incomprendido, de proclamar una palabra para el mundo que no quisiera oírla. Y como signo de esa comunión, pues, celebramos hoy juntos esta eucaristía.

     Otro signo de nuestro tiempo, esta semana, que alguien llamó, ha sido una semana trágica; y la Catedral donde nos encontramos, ha sido escenario de sangre. Aquí vino a morir baleado José Roberto Valdez. Aquí lo tuvimos en velación, y aquí también, hermanos, yo quise celebrar personalmente la misa de cuerpo presente antes de su entierro. Desde entonces anuncie lo que ya está sucediendo, la crítica contra el que quiso solidarizarse con el dolor; y dijeron que he hecho un acto poco político. No me importa la política. Lo que me importa es que el pastor tiene que estar donde está el sufrimiento; y yo he venido, como he ido a todos los lugares donde hay dolor y muerte, a llevar la palabra de consuelo para los que sufren, expresar la condolencia a la familia doliente, como la expresé también a la familia de la vendedora que fue también muerta en ese hecho de sangre, como también lo estoy enviando hoy a los familiares de los policías muertos. Para la Iglesia no hay categorías distintas. Sólo hay el sufrimiento, y tiene que expresarse en el dolor donde quiera que se encuentre. Como estuve junto a la muerte del Canciller Borgonovo, como he estado junto al dolor de los campesinos, pienso que es la voz de la Iglesia, una palabra de condolencia en el dolor. También quise que fuera una palabra de repudio al crimen, repudio a la violencia. ¿Cuándo vamos a terminar esta ola de sangre y de tormento para nuestra patria?

     También quise que fuera mi palabra, en ese funeral, una palabra de apoyo a los reclamos justos de nuestro pueblo. Los reclamos justos, les decía yo. ¿Qué pecado hay en que un pobre cortador de café, o de caña, o de algodón, con hambre pida ocho cucharadas de sopa, un huevo, una comida que apenas le reponga las energías que gasta para ayudar a levantar esas cosechas que hacen feliz al país y debe ser una obra de Dios, para felicidad de todos?

     Me dio mucho gusto, al terminar la homilía, una señora que se acerca para decirme: «Yo soy una pequeña cafetalera, y le vengo a decir que yo siempre lo he estado escuchando y estoy de acuerdo en estos reclamos, que todos tenemos que participar en la felicidad del país». Le di las gracias, y le dije: «Su palabra me estimula, me da la esperanza de que hay eco en el corazón de los salvadoreños».

     Así como también me dolió un telegrama de un sembrador de caña, que [297] dice: «El Arzobispo no sabe lo que se gasta. Por eso está reclamando para los trabajadores». Yo he aclarado que no es como técnico que estoy hablando, que yo no sé cuánto se gasta, ni cuánto se debe de pagar. Pero sí sé que Dios da el fruto de la tierra para todos, y como pastor, en nombre de Dios que crea las cosas, digo a los que tienen y a los que trabajan y a los gobernantes: que sean justos, que escuchen el clamor del pueblo, que con sangre y con violencia no se van a arreglar las situaciones económicas, sociales y políticas, que tiene que profundizarse, para que no haya más semanas trágicas ni más dolores. Es necesario que se oiga a tiempo.

     Ya es demasiado tiempo que está esperando el pueblo. Y yo creo que es justo que se estudie a fondo, con técnicos, no malbaratando los fondos del Estado, ni dando otros destinos a los productos de nuestra tierra, sino dándolos para lo que Dios los ha creado, para el bienestar de toda la comunidad, con la justicia, el respeto a la propiedad privada y todo lo que la Iglesia defiende también. Pero que sea siempre con aquello que San Pablo dice: de salvar de la opresión del pecado a la creación, que está gimiendo, esperando la liberación de los hijos de Dios.

     También, en ese contexto, quiero agradecer y felicitar la carta de una profesora, que llega con un cheque de 1407 colones. Dice: «Esto supone tres meses de mi jubilación. Yo los quiero dar con gusto, para ayuda de aquellos necesitados que dicen que tienen deudas por las circunstancias actuales». Y en la curia diocesana tenemos un fondo de beneficencia que se ve engrosando con estas limosnas y dádivas, que son más bien ayuda de hermano a hermano; y cuánto bien está haciendo este dinero. Que Dios bendiga a esta maestra con sentimientos cristianos.

     Y, finalmente, yo dije frente al cadáver de José Roberto: «La Iglesia no puede callar aquí: una palabra de esperanza, una palabra del más allá. La lucha reivindicadora de los derechos en la tierra no debe olvidar que hay un Dios que juzga y que hay una muerte que nos coloca más allá de la historia; que existe un cielo y existe un infierno; que existe una justicia de Dios, lo que se llama la visión escatológica de la Iglesia». Yo quisiera sembrar en estas horas de tragedia, de sangre, de dolor, esta visión de esperanza, de más allá, no como opio del pueblo, como dice el comunismo, criticando a la Iglesia, sino como estímulo para que en esta tierra seamos más justos, saber que hay un juez que nos va a pedir cuenta a unos y a otros; y de esta esperanza quisiera llenar el corazón de los que han sido víctimas de la violencia en estos días.

     Y esta es mi tercera visión de la realidad; una víctima de la violencia se solidariza con esta semana de tragedia; se acerca entre lágrimas don Luis Chiurato. Toda su familia llora, como ustedes saben, una desaparición misteriosa de su esposa y de su madre. «Casi estoy seguro -me dice- que ya está muerta; le dejo esta limosna para que ofrezca una misa por ella y por los que murieron en esta semana, y por tantos que han muerto, víctimas de esta tragedia interminable». [298]

     Cómo le agradezco, don Luis, y cómo siento con su familia, usted lo sabe, la angustia de una desaparición en forma tan misteriosa. Junto a usted hay muchas familias que lloran desaparecidos, sin aparecer. Por todos ellos, los que no se sabe si están muertos o están vivos, y por aquellos que se sabe ciertamente que han sido muertos por la violencia, elevamos nuestras plegarias. La oración de la Arquidiócesis en esta mañana es así, una oración votiva al Señor, para que traiga consuelo, esperanza, a tantas familias angustiadas y de también consuelo eterno a tantos que ya traspusieron los umbrales de la vida.

     Y finalmente, hermanos, tenía otras noticias de la vida de nuestra Iglesia: como los veinticinco años de sacerdocio de varios hermanos nuestros; también mi felicitación a la ceremonia de confirmación en la comunidad de Lourdes, donde se ha preparado a la juventud para recibir un sacramento tan importante, como es la confirmación; y agradecer las múltiples felicitaciones que han llegado con motivo del nombramiento de Monseñor Urioste para suceder a Monseñor Rivera en la Vicaría General.

     Esta semana, frente a dos días de esperanza: el martes, 1.º, y el miércoles, 2.º Día de Todos los Santos y Día de los Difuntos, el cristiano mira esta tierra con esa perspectiva del más allá; la muerte que no termina en unas tumbas que vamos a ir a enflorar. Las enfloramos porque son dormitorios, esperando una resurrección y un Día de Todos los Santos, en que contamos tantos santos sin haber sido elevados al honor de los altares: familiares, amigos nuestros, compañeros nuestros. Unámonos a este ejército de bienaventurados, y a toda esa penumbra de la muerte, para que pensemos que la vida peregrina del cristianismo no termina, que hay un Dios con los brazos abiertos que nos está esperando para darle el verdadero sentido a esta vida que, mientras la vivimos, no la comprendemos en toda su grandeza.

     Después de escuchar estos signos de los tiempos nuestro querido hermano, Monseñor Rivera, va a interpretarlos a la luz del evangelio. [299]



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Los caminos de las Bienaventuranzas

Todos los Santos
1.º de noviembre de 1977
El Paisnal
                                                                        Apocalipsis 7, 2-4. 9-14
I Juan 3, 1-3
Mateo 5, 1-12a.

     Yo he querido venir con mucha devoción, con mucho cariño, a esta celebración que se está realizando en la iglesia de El Paisnal. Fue una invitación, una invitación, una iniciativa, de las queridas religiosas oblatas al Sagrado Corazón que, en colaboración con valientes catequistas y asesoradas por la pastoral de la Arquidiócesis, están manteniendo esta llama de la fe, en este difícil ambiente de Aguilares, de El Paisnal y de todos los cantones.

     Mi presencia aquí, quiere ser entonces, un apoyo a esta pastoral, a esta hora heroica, de quienes no se avergüenzan de la Iglesia en estas horas de prueba, como acaba de decir al Apocalipsis, «la gran tribulación».



PALABRA DE ÁNIMO

     Quiero ser mi presencia de pastor, junto a las religiosas y a ustedes, queridos catequistas, casi como la presencia del padre Grande aquí muerto entre dos campesinos: Manuel y Telson Rutilio. Aunque el padre Grande, don Manuel y Telson ya terminaron su faena, y ahora se unen a esa turba de los santos en el cielo, para que nosotros contemplemos -pastor y fieles miremos a través de estas tumbas, no sólo el Día de Difuntos, que se celebrará mañana, sino a los [300] santos del cielo, la gran muchedumbre venida de la gran tribulación por los caminos de las Bienaventuranzas, que se acaban de proclamar en el evangelio. Para decirles, también, no sólo a las hermanas y a los catequistas, sino a los fieles, sobre todo aquellos que se encuentran un poco acobardados, miedosos, huyendo: que no tengan miedo, que vale la pena seguir estos caminos que no terminan en una tumba sino que se abren al horizonte del cielo.

     Y vengo, queridos hermanos, para decirles en este ambiente donde la persecución, el atropello, la grosería de unos hombres contra otros hombres ha marcado de sangre y de humillación, a decirles el lenguaje claro de la Iglesia. Que no se confunda este lenguaje, este mensaje de esperanza y de fe de la Iglesia, con el lenguaje subversivo, con el lenguaje político de la mala ley, de los que pelean por el poder, de los que disputan las riquezas de la tierra, de los que hablan de liberaciones únicamente a ras de tierra, olvidando las esperanzas del cielo, de los que han puesto sus ilusiones en sus haciendas, en sus haberes, en sus capitales, en su poder; para decirles a todos, hermanos, que el lenguaje de la Iglesia no hay que confundirlo con esas idolatrías; y que los idólatras y los que le sirven a los idólatras no tienen por qué temer este lenguaje nítido, limpio de corazón, claro que la Iglesia predica.

     Y ningún día me parece tan hermoso para decirles el lenguaje claro de la Iglesia que este día 1.º de noviembre, Día de Todos los Santos, y en vísperas del Día de los Difuntos también recordarles el fin de la vida humana: todo se acaba -y solamente queda la alegría de haber sido leal a la ley del Señor, de haber amado al prójimo, de haberse dado por el prójimo, dado en generosidad, en amor, en servicio- y no haber aprovechado la vida para atropellar la dignidad y los derechos del hombre, sino para que a la hora en que nuestra muerte nos presente ante el tribunal, sepamos recibir de aquellos labios infalibles divinos un: «¡Pase adelante! Venia, benditos de mi Padre a poseer el reino de los cielos, porque fuiste caritativo, porque no fuisteis groseros, porque todo lo que hiciste con uno de mis hermanos chiquitos a mí me lo hiciste. A mí me golpeaste cuando torturaste, a mí me mataste cuando hiciste aquel crimen, a mí también me serviste con amor cuando me defendían cuando dabas tu cara por mí, cuando enseñabas el catecismo a los niños, cuando atendías a los enfermos, cuando dabas al necesitado por amor. ¡Y te confundías pensando que hacías otra cosa! ¡A mí me servías!»

     Este es el lenguaje nítido de la Iglesia; no lo confundamos, por favor. Quisiera decirles pues, hermanos, en este Día de los Difuntos, el sublime lenguaje que nos está hablando hoy en esta tumba el padre Grande, don Manuel Solórzano y el niño Telson Rutilio Lemus. ¿Qué lenguaje nos están hablando? El lenguaje de que todo termina, lo temporal termina en la tumba: lo temporal... pero es cuando comienza lo eterno; y que ya lo eterno se ha recogido también en lo temporal cuando en lo temporal, es decir en las cosas de la tierra, se tuvo presente que ya aquí en la tierra comienza un reino de los cielos.

     Y por eso este Día de Todos los Santos yo incorporo en esta tumba de [301] bienaventurados del cielo a estos tres muertos, y a nuestros queridos difuntos también, que en esta ola de persecución han muerto. Yo quiero recordar aquí al querido hermano, el padre Alfonso Navarro, a nuestros queridos hermanos catequistas -sería imposible enumerarlos-, pero recordemos, por ejemplo a Filomena Puertas, a Miguel Martínez, a tantos otros, queridos hermanos, que han trabajado, que han muerto, y que en la hora de su dolor, de su agonía dolorosa, mientras los despellejaban, mientras los torturaban y daban su vida, mientras eran ametrallados, subieron al cielo. ¡Y están allá victoriosos! ¿Quién ha vencido? Como la Biblia, podemos preguntar desde el cielo a nuestros mártires, a los que los mataron y los siguen persiguiendo, a los cristianos: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?» La victoria es la de la fe. Han salido victoriosos los matados por la justicia.

     Y los vencidos, los humillados, los que ahora no dan su cara, son los que mataron. No los odiamos. Desde el altar pedimos a Dios: dales Señor el arrepentimiento, que vuelvan por los caminos de la piedad, que se den cuenta del horrendo crimen que cometen, para que sean un día también santos como bienaventurados del cielo. Porque, hermanos, el cristiano no odia. Yo me imagino al padre Grande y a los mártires de nuestra persecución, en el cielo pidiendo mucho al Señor por sus verdugos para que se conviertan y vengan un día a gozar esta alegría que da el haber sido fieles al Señor. No podemos imaginar al padre Grande -yo lo dije allá en su funeral en la Catedral- un padre Grande odiando, pidiendo venganza, azuzando a la violencia, como se le calumnió. El que lo conoció sabe que aquel corazón era imposible para estos sentimientos de odio, que los vulgares asesinos se pueden imaginar y lo imaginan, en su corazón de sacerdotes y de apóstol.

     Yo los incorporo a nuestros muertos, no sólo para que recemos por ellos pidiendo su eterno descanso, sino que en el Día de los santos yo he dicho, también, pensando en ellos, la plegaria que acaba de decir aquí en el altar: «Señor, tú has juntado en una sola fiesta los méritos de todos los santos», es decir, de todos los sacerdotes, cristianos, catequistas martirizados, sufrientes del dolor y de la persecución, para darnos la alegría de celebrarlos en una turba innumerable allá en el cielo.



LAS BIENAVENTURANZAS

     Y hermanos, en esta reflexión que estamos haciendo aquí en la querida iglesia de El Paisnal, convertida en una tumba muy querida, esta meditación nos lleva a pensar en el evangelio que les acabo de leer: Bienaventuranzas. Son los caminos por donde caminan los verdaderos cristianos. Les he prometido hablarles aquí hoy, en este ambiente de confusión de Aguilares y de El Paisnal, en este ambiente de espionaje, de orejas, de informadores falsos, que comprendan el lenguaje nítido de la Iglesia. Se están dando cuenta que aquí no estoy yo azuzando a nadie a una revancha, a un odio, a una violencia. Han escuchado la lectura que con voz clara acabo de hacerles de los caminos que yo quisiera para todos los que caminan en esta tierra, en El Paisnal, en Aguilares: los caminos [302] de las Bienaventuranzas. Estos son los caminos que predico estos son los senderos por donde la Iglesia lleva a sus hijos, esto es lo que se enseña en nuestros grupos de reflexión, esto es lo que enseñan los catequistas en la celebración de la palabra, en la enseñanza del catecismo a los niños: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Si predicaron otra cosa que no son los caminos de la Bienaventuranza, no serían católicos, no serían reuniones católicas. Pero que se den cuenta, hermanos, de los caminos por donde la Iglesia va enseñando a sus hijos, cuando en sus opciones personales son libres de incorporarse a las agrupaciones que quieran; pero si quieren llevar su nombre cristiano a esas agrupaciones tiene que llevar muy hondo en su corazón estos sentimientos de las bienaventuranzas.

     Y esto es lo que hicieron el padre Grande y los compañeros que trabajaron en estas tierras. Enseñaron lo que acaba de decir el Papa en el sínodo de la catequesis y muchos obispos de Latinoamérica, que el catecismo que hay que enseñar hoy a nuestro pueblo no tiene que ser un catecismo que se olvida de los grandes problemas sociales en que viven los cristianos, que tiene que ser una catequesis que recuerde las dimensiones históricas, es decir, los compromisos de un cristiano que vive hoy y aquí en estas tierras tan problematizadas, y que verdaderos catequistas, como fueron estos jesuitas que pasaron por Aguilares, tienen que enseñar ese lenguaje del compromiso de la fe tomando opciones también en la vida concreta de su pueblo, pero siempre como cristianos, nunca la violencia, nunca el odio, nunca otra cosa más que el evangelio que se acaba de decir por dónde caminan los santos.



LA LIBERACIÓN QUE PREDICA LA IGLESIA

     Y santos los hay también en los grupos donde se lucha la liberación de nuestro pueblo. No todos, naturalmente, son santos. Hay muchos que predican el odio y predican la violencia y no creen en el camino del amor. Yo quisiera, si alguno de ellos me está oyendo, decirle que se convierta a los caminos cristianos. Recuerdo muy bien en el funeral del padre Grande, citando yo los pensamientos de Pablo VI en su exhortación Evangelii Nuntiandi, decir que estos, como el padre Grande, son los hombres que la Iglesia ofrece en colaboración con la liberación del mundo actual, que la Iglesia tiene que luchar por esta liberación de las esclavitudes y sobre del pecado, pero que esa liberación que la Iglesia predica lleva tres características que yo encontré en el padre Grande y en los liberadores también que, como el padre Grande, se incorporan a la lucha liberadora de nuestro pueblo:

     primero, una inspiración de fe;

     segundo, una inspiración de amor;

     tercero, una doctrina social de la Iglesia puesta a la base de su prudencia y de su acción.



1. INSPIRACIÓN DE FE

     Estas tres cosas hacen al hombre cristiano de hoy, el verdadero liberador de [303] su pueblo. Que su lucha se ilumina en una fe. ¿Y qué otra cosa es el Día de Todos los Santos? Una fe que nos abre el horizonte donde irán a dar los que luchan limpiamente, iluminados en la fe, para hacer un pueblo más digno, para liberar al hombre de las esclavitudes, del analfabetismo, del hambre, de la miseria en que vive la mayoría de nuestro pueblo. La Iglesia no puede ser indiferente a tanto dolor, a tanta injusticia; y ella lucha, pero con sus ojos puestos en la fe. Sólo desde la Bienaventuranza, desde la esperanza de ese cielo iluminado por la fe, los verdaderos liberadores cristianos colaborarán con el verdadero lenguaje de la Iglesia. Ojalá, hermanos, no se dejen confundir con otras ideologías, con el ateísmo, con una lucha solamente de tierra, de adquirir poderes políticos, sino con una lucha que pone sobre todo su esperanza en la gran recompensa que Cristo ha dicho hoy: Bienaventurados los que sufren por la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los que ahora lloran el hambre, la pobreza, la miseria, la marginación, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los liberadores que ponen su fuerza no en las armas, no en el secuestro, no en la violencia ni en el dinero, sino que saben que la liberación tiene que venir de Dios, que será la conjugación maravillosa del poder liberador de Dios y del esfuerzo cristiano de los hombres. Que se conviertan, que no adoren el ídolo de la riqueza, ni del poder político, y por mantenerlo son capaces de hacer cualquier atropello. Que se conviertan para que unidos al trabajador, al pobre, pobres y ricos, patronos y obreros, dueños de fincas y trabajadores, todos construyamos ese mundo nuevo, ese cielo nuevo de esperanza cristianas.



2. INSPIRACIÓN DE AMOR

     Y luego, hermanos, no solamente una luz de fe, sino una inspiración de amor. El verdadero liberador cristiano, el que gozará un día la Patria del cielo, será aquel que lucha en la tierra con la potencia de la justicia, pero con inspiración del amor. No odia, no mata, no hace el mal, sino que ama y espera en el Dios que es Dios de amor y que oye el clamor de su pueblo y a su hora también vendrá a dar ese amor que hace falta en el mundo. Suspiremos por ese amor, hermanos. Desde la tumba del padre Grande elevemos al cielo una plegaria: Señor, envía amor a esta tierra. Tú que trajiste fuego para que ardiera en el corazón de los hombres, mira cuánto odio, mira cuánta frialdad, mira cuánto materialismo, cuánto egoísmo, cuánta envidia. Señor, que tu amor queme tanta basura en el corazón de los hombres y no hagamos santos, porque la santidad que ahora celebramos, Día de Todos los Santos, es aquella que hizo el trabajo cada uno en su propio deber, cada uno en su propia vocación: yo como obispo, otros como sacerdotes, como religiosas, como catequistas, como jornaleros, como trabajadores cada uno, pero realizando su tarea con amor: servir al prójimo por amor a Dios.



3. LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

     Y también, además de esa inspiración de fe y esa inspiración de amor, conocer la doctrina social de la Iglesia. La Arquidiócesis ha editado un folletito [304] en el cual están contenidas las orientaciones sociales a la luz del magisterio de los pontífices, del evangelio. Yo les encarezco, hermanos, sobre todo aquellos que se preocupan de los problemas sociales, estudien la doctrina social de la Iglesia, cómo la Iglesia sabe conjugar el respeto de los derechos y las exigencias también de los deberes. He aquí, pues, la pauta, para que en esta reflexión, nosotros salgamos de esta peregrinación que hemos hecho a la tumba del padre Grande y de los compañeros en el martirio, a celebrar el Día de los Muertos y el Día de los Santos. Porque desde esta tumba del padre Grande vamos a rezar, hermanos, por todos los sacerdotes muertos, por todos los religiosos y religiosas muertas, por todos los catequistas, por todos los cristianos, por todas nuestras familias que ya duermen el sueño de la paz. No vamos a visitar cementerios, pero desde la tumba de este símbolo de los muertos, el padre Grande y sus dos compañeros de asesinato, vamos a rezar por todos los muertos. Lo estamos haciendo ya. Y pensando en nuestros muertos, los pensamos santos. Y mientras tanto, nosotros queremos también ser santos con la santa inquietud de la liberación cristiana. ¡Santifiquémonos!

     Ahora, hermanos, no se santifica nadie, si no entra en estas exigencias del evangelio a la hora actual. Por eso no teman los conservadores, sobre todo aquellos que no quisieran que se hablara de la cuestión social, de los temas espinosos, que hoy necesita el mundo. No teman que los que hablamos de estas cosas nos hayamos hecho comunistas o subversivos. No somos más que cristianos, sacándole al evangelio las consecuencias que hoy, en esta hora, necesita la humanidad, nuestro pueblo. Y por aquí se camina, por la pobreza de espíritu, por la lucha por la justicia, por los sembradores de paz. Los caminos de la Bienaventuranza están hoy en caminos muy peligrosos, y por eso son pocos los que los quieren caminar. No tengamos miedo. Sigamos este caminar que nos llevará a ser un día difuntos, para que recen por nosotros, pero también santos en el cielo, participantes de la gloria de Cristo resucitado.

     Celebremos esta eucaristía, hermanos. La iglesia de El Paisnal está convertida esta mañana en una catedral, porque la catedral es donde el Obispo, centro de la unidad de toda la diócesis, eleva la hostia y el cáliz, que es Cristo, en señal de unidad de todo un pueblo, toda la Arquidiócesis, al Señor, para pedirle a Dios que a cambio de este sacrificio de Cristo en el altar, al que se unen los sacrificios de todos los que trabajan por el Reino de Dios, nos bendiga, nos haga santos, con esa santidad moderna de los cristianos comprometidos con la hora actual. Que de aquí salgamos pues, hermanos, más animosos y que aquellos que todavía no se han acercado (tal vez a través de la radio les llega esta voz) sepan que desde la tumba del padre Grande ha salido un grito de la Arquidiócesis: Cristianos, ¡valor! No importan las horas difíciles, porque también para nosotros, si somos fieles, se oirá la voz del Apocalipsis, que se acaba de cantar como liturgia de la palabra: «Estos son los que vinieron de la gran tribulación y ahora gozan la alegría de los elegidos del Padre». Así sea. [305]



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La Iglesia escatológica

32.º Domingo del Tiempo Ordinario
6 de noviembre de 1977
                                                                        2 Macabeos 7, 1-2. 9-14
2 Tesalonicenses 2, 15-3, 5
Lucas 20, 27-38


MARCO DE LA HOMILÍA

     Esta misa, queridos hermanos, cada vez me parece más la reunión de familia, la familia de la comunidad Arquidiocesana que, reunida en la Catedral, templo de la comunidad, y a través de la radio presente también el pastor con muchas comunidades parroquiales, comunidades de base, en ermitas o en hogares, comparte las alegrías, las esperanzas, las angustias, los ideales, que deben ser común para todos nosotros. Y por eso, esta especie de noticiero o de avisos que inicia la homilía no es simplemente por informar. Es para compartir, para los que simpatizan con la Iglesia sientan la unidad de estos ideales, o de estas esperanzas o tristezas, y los que no comparten con nosotros al menos conozcan el camino por donde marcha nuestro pueblo de Dios. Pero me da gusto saber que cada día van aumentando más los que simpatizan con la vida de la Iglesia -no conmigo, yo soy muy secundario como persona, sino con la Iglesia, a la que indignamente yo represento, sabiendo que todo aquel que me aprecia, a Jesucristo, a quien represento, y todos aquellos que me calumnian, que me desprecian, que me persiguen, no es en mi [306] persona donde termina esa actitud de rechazo, sino que rechazan al mismo que me envía-. Yo me alegro, pues, con todos aquellos que cada día se convierten más al Señor. Y ojalá, el fruto de mi palabra, fuera ese acercar los hombres a Dios. Como decía Juan Bautista, este es mi ideal, que él, Jesucristo, crezca y yo disminuya, desaparezca. En este sentido les cuento, hermanos, casi mi diario de esta semana.

     El domingo recién pasado, la gran satisfacción de compartir con la feligresía de Cojutepeque su tradicional fiesta de Cristo Rey, a pesar del impedimento que se puso a algunas peregrinaciones. Yo soy testigo, porque llegando a Cojutepeque, vi unas armas deteniendo una peregrinación. Después llegaron, pero no hay necesidad de que se sospeche de gente piadosa que va a tomar parte en estas agrupaciones. Ojalá evitáramos esas provocaciones y que nuestra religión, pues, sea libre en sus reuniones, que las manifieste claramente, son fines piadosos, evangélicos. No hay por qué detenerlas con esa amenaza. Pero la fiesta resultó espléndida. Yo quiero felicitar a los caballeros de Cristo Rey de Cojutepeque y a todos sus peregrinos, a su párroco, por este amor y este entusiasmo por el Cristo Rey de nuestra Iglesia.

     Una inesperada visita el lunes a la colonia de Amatepec y sus adyacentes me llenó el alma de mucho gozo. A pesar de ser una cosa improvisada, sentí el calor acogedor de esa gente que cultiva con tanto celo el padre dominico, Luis Bouguet. Yo les aseguro que allí van a hacer una comunidad, entre zonas muy pobres pero con corazones muy ricos.

     También me llenó de gran satisfacción mi espíritu la misa que organizaron las hermanas oblatas al Sagrado Corazón, allá en la tumba del padre Grande, en El Paisnal, el Día de Todos los Santos y como un preludio del Día de Difuntos. Desde el símbolo de esa tumba del padre Grande y sus dos compañeros que perecieron con él en aquel asesinato de marzo, tuve la intención de rezar por todos los difuntos feligreses de la Arquidiócesis, y desde allí también elevar la vista a la perspectiva de tantos santos que forman parte en aquel cortejo internacional de que nos habla el Apocalipsis de toda raza y pueblo y nación. Y veía, junto al padre Grande y los que han muerto dando su vida por su fe, por su evangelio, una innumerable cantidad de toda clase de gente nuestra, que rodea allá, entre la muchedumbre cosmopolita del cielo, al Cordero Redentor de los hombres.

     Esa misma tarde, Día de Todos los Santos, organizado por las hermanas del Buen Pastor, en la rehabilitación de jóvenes, una ceremonia muy bella de confirmación. Y me confirmo yo mismo en que este sacramento de fortaleza del Espíritu Santo, que es la confirmación debe ser mejor preparado, como lo prepararon las hermanas del Buen Pastor esa tarde. Qué impresionante ver aquel grupo de jóvenes, precedidos por el cirio pascual, que representa a Cristo resucitado, y en torno de ese cirio, renovador los compromisos bautismales, y recibir el nuevo don del Espíritu Santo que es la confirmación. Esta mañana vamos a hacer una ceremonia igual en la parroquia de Colón, y desde aquí quisiera llamar a todos los padres de familia, que preparen mejor a sus niños para la confirmación. Les digo con franqueza, esa muchedumbre de confirmaciones en [307] la cripta de la Catedral no me gusta. No me gusta porque muchos no saben lo que reciben y los niños chiquitos no necesitan esa fortaleza que la van a necesitar, sí, cuando estén grandes. Pero es mejor que se preparen, y los párrocos están colaborando ya con esto, a preparar mejor esos grupos de confirmación, que sea verdaderamente lo que la palabra dice, la confirmación de su fe bautismal. La robustece en el Espíritu Santo, sacramento de jóvenes.

     En la parroquia de Lourdes, en la escuela de las hermanas de la Asunción, tuvimos también, el miércoles, una reunión muy interesante, en la que se trata ya de planificar la pastoral de esa parroquia. Va a ser de mucha esperanza este trabajo que ya hace mucho tiempo están llevando allí esta comunidad de religiosas.

     En Quezaltepeque, también, tuve la felicidad de celebrar el santo humilde y bueno, San Martín de Porres, el 3 de noviembre por la tarde: una comunidad representando en muchos niños y niñas vestidos de San Martín, con su escobita, el llamamiento, el mensaje de San Martín, que no son las posiciones altas, privilegiadas, las que atraen las bendiciones mejores del Señor, sino las almas humildes que, como Martín de Porres, saben hacer de su escoba, de sus quehaceres más humildes o grandes, el instrumento de su santificación. Pero, que el destino del hombre no es tener mucho dinero, tener mucho poder, ser muy vistoso, sino saber cumplir la voluntad de Dios. Este es el mensaje que dejamos en Quezaltepeque, junto al santo negrito, San Martín de Porres.

     También quiero alegrarme hermanos, y compartir con ustedes, la profundidad de reflexión que tuvimos con el equipo dirigente del seminario, sacerdotes jóvenes, preparados para formar nuestro futuro clero. Me he dado cuenta de la seriedad, de la profundidad con que han tomado en su ministerio. Yo les pido a todos que tengamos confianza en nuestro seminario y que oremos mucho para que sea verdadero forjador de los apóstoles que necesita hoy la Arquidiócesis, nuestra Iglesia.

     Y finalmente, punto de oro de nuestra semana fue la mañana de ayer, en Santiago de María, en comunión con toda la jerarquía, en la presencia de muchas comunidades religiosas, parroquiales; la toma de posesión de nuestro querido hermano, Monseñor Arturo Rivera Damas, de la diócesis de Santiago de María. Valiéndome de sus palabras en su homilía, en aquella muchedumbre que rodeaba el kiosco del parque central, puedo decirles que pocas veces se ha visto en Santiago de María una presencia, un rostro de Iglesia tan elocuente, como el de ayer. Además de toda la jerarquía en pleno y muchos sacerdotes de todas las diócesis y muchos laicos, ese aspecto de muchos religiosos y religiosas daba, pues, una fisonomía de que la Iglesia está muy viva y muy presente en nuestro país, y ayer concretamente en Santiago de María. Quiero reiterar a Monseñor Rivera todos los augurios que se le expresaron ayer y que el domingo pasado, aquí en esta misma cátedra, le manifestamos, de permanecer unidos en la oración y en el trabajo. [308]

     Hermanos, también quiero comunicarles dos cartas, entre las numerosas han llegado esta semana. Una del cardenal Bernardo Alfrink, presidente internacional de Pax Christi. Desde Holanda escribe que está informado de la situación de la Iglesia y dice: «Le suplico manifestar a sus colaboradores y al pueblo de su país nuestros sentimientos de simpatía y solidaridad. Estamos unidos en la oración por la justicia y en su lucha por establecer el respeto a los derechos humanos».

     También otra carta importante. Ustedes han oído hablar del Hermano Roger, el famoso monasterio de Taizé. No es un monasterio católico. No es un monasterio tampoco protestante. Es de la comunión cristiana en general. Allá en Francia las puertas amplias para todos los que aman a Cristo en cualquier confesión, católica o protestante. Ha prometido hacer una visita a El Salvador. Ustedes vieron publicada en Orientación una carta abierta que el Hermano Roger escribió al Presidente de la República, pidiéndole, pues su colaboración eficaz en el respeto de los derechos humanos, y su venida será posiblemente, dice su carta, «para que recemos juntos, para escuchar y también para obtener del Señor Presidente la certeza de que cesarán los actos de persecución».

     Porque, esto es triste, hermanos, la persecución continúa. En esta semana hemos tenido cosas, noticias muy tristes del departamento de Chalatenango. Pero la más triste, que nos llegaba al fin de semana, es el atropello contra el párroco de Osicala, padre Miguel Ventura. Ciertamente, no pertenece a nuestra diócesis (es de la diócesis de San Miguel), pero un sentido de solidaridad me lleva a protestar contra este atropello de un hermano sacerdote. Tengo detalles muy crudos de cómo lo amarraron, como a un vil asesino, lo atropellaron, lo tuvieron preso en la policía de Gotera. Junto con él, otros, catequistas también han sufrido y se han desaparecido. No hay tiempo de entrar en detalles, pero sí, ciertamente, para decir que esto no fomenta la opinión de que las relaciones con la Iglesia están mejorando. Y sí quiero recordar que el canon 119 de nuestras leyes eclesiásticas dispone: «Todos los fieles deben a los clérigos reverencia, según sus grados y oficios, y cometen delito de sacrilegio, si infieren a los mismos injuria real». Todo aquel que toca a un sacerdote, mucho más con el espíritu con que tocaron al padre Miguel Ventura, son reos de sacrilegio, y también sanciona en el canon 2343: «El que impusiere manos violentas en la persona de los clérigos o de religiosos de uno u otro sexo, cae de ipso facto en excomunión, reservada a su ordinario propio, el cual, si el caso lo exige, debe además castigarlo con otras penas, según su prudente arbitrio». Quiero decir, pues, que todos los que amarraron al padre Miguel o atropellan a cualquier sacerdote quedan excomulgados por el mismo hecho de hacerlo, y sólo el obispo propio les puede levantar esa sanción. En este caso le toca a Monseñor Álvarez levantar esa pena de excomunión cometida contra uno de sus sacerdotes, o castigar a los reos de sacrilegio con penas mayores.



LA IGLESIA ESCATOLÓGICA

     Creo que basta cuando se ha dicho, hermanos, para comprender, pues, por [309] dónde marchamos en este momento de nuestra Iglesia. Y desde este momento histórico levantamos nuestra mirada, para contemplar en la homilía de hoy, a la luz de las palabras tan bellas que nos han leído la Iglesia y podíamos titular esta homilía: La Iglesia Escatológica. La palabra «escatológico» -ciencia de las cosas últimas- nos evoca que la Iglesia señala al hombre, al pueblo, las cosas últimas, su destino hacia dónde camina, como hombre, como patria, como comunidad; lo escatológico constituye en la teología actual uno de los temas más importantes. Y diría, hermanos, que la escatología, esa ciencia, ese saber, esa experiencia, esa esperanza que el cristiano lleva de las cosas últimas, da a nuestra Iglesia una dinámica muy original, la dinámica de la esperanza, que sólo puede nacer de una fe muy grande. Y San Pablo nos ha dicho hoy tristemente: «La fe no es de todos».

     La fe no es de todos; qué lástima me diera pensar que alguno de mis oyentes perteneciera a esta marginación, que la fe no fuera para él, no por culpa de Dios, sino por la mala voluntad, por el corazón que rechaza la predicación o al predicador. No se fijen en mi persona, repugnante para muchos; fíjense en lo que les digo en nombre de aquél que habla con un conocimiento profundo de la escatología. Porque, queridos hermanos, queridos sacerdotes, si acaso me están escuchando algunos -religiosas, religiosos, catequistas, colaboradores del Reino de Dios- el día en que como católicos comprendamos la escatología, desaparecerían de nosotros muchas pequeñeces y divisiones.

     Así como decíamos hace dos domingos, de las misiones, el día en que comprendamos este trabajo universal de la Iglesia, esta misión que Dios ha confiado a nuestro pueblo de llevar a todo el mundo el mensaje salvador, desaparecerían, por las exigencias universales, las divisiones. Les hacía un llamamiento a mis hermanos protestantes a luchar, no por sembrar más sectas, no por hacer más picadillo el cristianismo, sino por unir; que nosotros protestantes y católicos, por estar divididos, y más ustedes protestantes, por dividirse en tantas sectas, llamándose todas cristianas profesando todas la Biblia, estamos dando un testimonio espantoso, como si Cristo estuviera partido, decía San Pablo. Si no hay más que un Cristo, y tenemos la obligación de unificarnos en su mensaje, matando en nosotros egoísmos, modos personales de pensar, para presentar la única fe, en el único Cristo, formando el único rebaño que salvará al mundo entero. Pues así también, si esa perspectiva universal no es necesaria para unirnos más, creo que otra dinámica, otra fuerza que nos uniría tremendamente sería esta perspectiva escatológica, el saber que caminamos hacia el mismo rumbo, el saber que somos tripulantes de la misma nave, el saber que es un mismo faro que está iluminado con su misma luz, para atraer la nave en medio de las borrascas del tiempo y de la vida.

     ¿Qué nos enseña acerca de la escatología este domingo? Y quisiera que se fijaran en esta circunstancia: prácticamente es el último domingo del año eclesiástico; el otro domingo es propiamente el último, pero la Iglesia ha querido coronar el año eclesiástico con la fiesta de Cristo Rey, el otro domingo estaremos [310] celebrando el domingo de Cristo Rey, como corona de todo el año litúrgico, el Rey del tiempo, el Rey de todos los años, corona y principia los años de la vida, por eso hoy, domingo 32 del tiempo ordinario, prácticamente es el fin de año, el último de nuestras reflexiones sobre la Iglesia. Qué oportuno es este fin de año eclesiástico para que la Iglesia, así como nosotros el 31 de diciembre, analicemos qué hemos hecho en el año, hacia dónde están orientados nuestros pensamientos en el año nuevo, la escatología, pues, es como una brújula puesta en nuestra nave para mirar si caminamos bien; y por eso, las lecturas nos hablan de ese más allá: la resurrección.



LA RESURRECCIÓN

     La primera lectura es uno de los pasajes más heroicos, una epopeya preciosa de la Biblia. A partir de Alejandro Magno, en sus conquistas por el oriente, comenzó para la Tierra Santa un período muy peligroso, que lo continuaron los reyes, los Eléucidas; y en el caso de la lectura de hoy, un rey llamado Antíoco. Era el proceso de helenización; se llama así el querer introducir en Palestina costumbres griegas. Eso quiere decir helenización. Helénico es lo mismo que griego, las costumbres griegas, paganas: gimnasios, estadios. Todo esto iba en muchas cosas contra la ley sagrada de Moisés, y había choque. Siempre que se quieren imponer otros criterios o los sentimientos auténticos del pueblo, hay choque, no hay bienestar. La imposición helénica de Antíoco despertó la sublevación en el pueblo. Una familia Matías con sus siete hijos, el más famoso fue -Judas el Macabeo- lograron organizar el ejército contra esta invasión pagana en la Tierra Santa, y a la luz de ese heroísmo surgían en Palestina hechos muy hermosos.

     El que nos ha leído la primera página de hoy nos cuenta el caso de una madre que tenía siete hijos. Madre fiel a la ley del Señor, no quería sacrificar carnes de puerco a los falsos dioses helénicos; y, por no obedecer, fueron martirizados uno por uno sus siete hijos. Y en esa página del libro segundo de los Macabeos -lean el capítulo 7 del segundo libro de los Macabeos, allí tienen una teología del martirio, una teología que hoy necesita mucho nuestro pueblo, la teología del testimonio de fidelidad a la Ley de Dios antes que obedecer a los que profanan la ley del Señor, los derechos del Señor. Sacando el conjunto de las respuestas de los siete niños -o hijos, unos eran más grandes, se concluye que el pensamiento de Israel, privaban estas ideas: hay que obedecer la Ley de Dios, aun cuando suponga el riesgo de morir.

     Qué principio más valiente. Pero esto se afianzaba en una gran esperanza, segundo principio: porque aquel a quien lo mutilan, le cortan la lengua, los brazos, lo despedazan, por la Ley de Dios, resucitará con sus miembros íntegros, y esa vida que le quitaron los poderes de la tierra, se la devolverá glorificada el Señor. También resucitarán los verdugos, dice la Biblia, pero no para recibir gloria, sino el castigo merecido, la ignominia si no se arrepintieron de su pecado. [311]

     Esta teología también nos lleva a este pensamiento: no es que los martirizados sean los santos y los otros sean los malos. También dicen los Macabeos: Dios castiga los pecados de sus hijos por medio del azote de los injustos. Pero mientras que sus hijos castigados por la providencia de Dios van a recibir premio y galardón por su enmienda, los que sirvieron de azote a los hijos de Dios, si no se arrepintieron de sus crímenes, serán echados a la ignominia eterna.



CRISTO Y LA RESURRECCIÓN

     Qué teología más bella. Es la que luego vemos aplicarse en el evangelio, que nos ha presentado el caso curioso de los siete maridos. Eran hermanos que se fueron casando sucesivamente con una sola mujer. Moría uno, se casaba con el otro. Y preguntan -es ridículo, porque los saduceos no creían en la resurrección, y para burlarse de la resurrección le propusieron a Cristo este pasaje, este caso de conciencia: ¿de cuál de los siete, si es verdad que resucitan todos, de cuál de los siete va a ser la mujer allá en esa resurrección? El caso parece bien planteado; sin embargo, Cristo toma la oportunidad para predicar aquí la relatividad de las cosas temporales. «Se equivocan». -les dice- «No saben ustedes cómo será esa vida de la resurrección». Si es cierto que en esta vida, por una ley de Moisés que se llamaba la Ley del Levirato -la Ley del Levirato ordenaba que si moría un hombre sin dejar hijos, su hermano soltero tenía obligación de casarse con la viuda para dar el nombre de su hermano a un hijo de esa viuda-. El caso es legítimo de los siete que murieron sin tener hijos, pero la resolución es esta: todas esas leyes del matrimonio, el mismo matrimonio, tiene un sentido relativo, histórico, temporal; solamente es necesario que el hombre y la mujer tengan hijos en esta tierra donde es necesario conservar el género humano, pero en la resurrección donde serán inmortales, no se tendrá en consideración esa relación sexual. No existe el matrimonio. Todos serán como ángeles de Dios. Existirán naturalmente los cuerpos resucitados con todos sus miembros, pero la razón de las funciones de los miembros corporales se transformará. Lean ustedes aquellos capítulos de San Pablo a los Corintios donde les habla que una cosa es el cuerpo que se muere y se entierra, y otra categoría el cuerpo que resucita para la vida eterna, cuerpo espiritual. No se da en el cielo la necesidad sexual de la carne que exige por esas leyes la procreación. No hay necesidad.

     Aquí vamos a sacar una hermosa consecuencia, hermanos. Esta homilía nos da la oportunidad para ver las aberraciones de aquellos que abusan de los placeres sexuales: el evitar los hijos, la homosexualidad, las relaciones prematrimoniales, el aborto, la prostitución es únicamente poner un uso de funciones corporales al servicio del placer, del egoísmo; y esas cosas las ha dado Dios para fines muy grandes. He aquí lo escatológico la finalidad de lo último. Si frente a las relaciones humanas pensáramos siempre la finalidad de mi vida, no existiría ese desorden que llamamos aquí la explosión demográfica, que no es en el matrimonio precisamente, sino fuera del matrimonio -el machismo, el hombre que va dejando hijos por todas partes, ese es el culpable de la explosión en El Salvador-. Un matrimonio ordenado, todo El Salvador con matrimonios [312] ordenados, no tuviéramos este fenómeno espantoso de tantos hijos sin padre, frutos nada más del placer de un momento de la relación sexual.



LO TEMPORAL Y LO ETERNO

     Y así de lo demás. Si se tuviera en cuenta lo relativo de lo temporal, los que están en el poder no lo absolutizarían, sino que lo usarían para el bien común. Tuvieran en cuenta que hay un juicio de Dios que va a pedir cuenta, a gobernantes y gobernados, del ejercicio de sus facultades. Y las riquezas: si se tuviera en cuenta que el becerro de oro no es más que un ídolo, que va a desaparecer, que cuando uno muere se va con las manos vacías de todas las cosas temporales. Lo escatológico: si se tuviera la idea escatológica en el uso del dinero, en las relaciones de patronos y obreros, en el trato de los cortadores, si la escatología iluminara esa relaciones, qué relativo parecería todo lo temporal. El dinero, los placeres, el poder es relativo. El mismo matrimonio, que parece tan estable, es relativo. El celibato sacerdotal y religioso es relativo. Si nosotros sacerdotes hemos aceptado una renuncia al matrimonio, tenemos que ser fieles precisamente porque hay que dar testimonio en medio de los casados que las relaciones sexuales sólo tienen un valor relativo, y que los hombres y las mujeres célibes, o que no se casan, los solteros que viven en castidad su soltería, ya están dando testimonio de lo que será la otra vida. Serán como los ángeles, dice Cristo en el evangelio de hoy. No morirán, serán inmortales. No necesitarán las cosas de la carne.

     Ojalá, hermanos, que me haga comprender, para que un soplo de espiritualidad sea la mejor respuesta a tantos problemas que han hecho como del sexo el centro de la vida, el centro de las preocupaciones. No es lo sexual lo principal del matrimonio. Es la formación mutua, preparándose para ser un día ángeles en el cielo, santificarse esposa y esposo e hijos en el uso casto y honesto, según la Ley de Dios, de esa institución que se llama el matrimonio. Y por eso, hermanos, como centro de esta escatología, San Pablo en su carta a los Tesalonicenses propone a Cristo, nuestro Señor. Cristo es la explicación del cristiano.



LA PERSONA DE CRISTO

     Hermanos, cómo quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una persona, que me amó tanto, que me reclama mi amor. El cristianismo es Cristo. Ah, a la luz de Cristo, como se lleva castamente el matrimonio. A la luz de Cristo, como se comprende lo escatológico, un hermano mayor que me está esperando, más aún, que ya va conmigo. Porque cuando hablamos de escatología, quisiera grabar esta otra idea: lo escatológico no es sólo lo que se espera; lo escatológico es lo que ya se tiene, cuando se tiene fe a Cristo en el corazón. No esperamos morir para ser felices; ya somos felices cuando tenemos el Reino de Dios, como decía Cristo: «en vuestros corazones». Cuando Cristo vino hace veinte siglos, comenzó la escatología. Es el último acto de Dios para [313] darle a la historia su sentido final. El sentido final de la historia, el sentido relativo de todas las cosas, lo da Cristo; instaurar todas las cosas en Cristo. Solo aquello que se va apegando a Cristo ya está siendo escatológico. El joven, el matrimonio, el anciano, el enfermo, el que cumple el deber o sufre una pena, si ya la sufre unida íntimamente con Cristo, Rey de los siglos, ya está en la escatología. Por eso, en la Iglesia es clásico este movimiento que se expresa con estas palabras: «Ya, todavía no», como un péndulo de un reloj; «ya, todavía no», «ya todavía no». Ese es el cristianismo: ya, ya debo de vivir como si viviera en el cielo; todavía no, porque no se ha manifestado lo que soy; ya, siento mi compromiso con este Cristo, encarnándose en este pueblo al cual debo servir y dar mi vida, aunque no veo el esplendor de la gloria que llevo escondido en mí mismo. Todo aquel que ahora está en gracia de Dios y que se va a acercar a la comunión, ya vive el Reino de Dios, pero todavía, no se le ve lo que es, pero ya lo lleva escondido en su corazón. Eso se llama la escatología presente, o sea que la escatología tiene dos momentos: un presente y un futuro; el presente lo vive la gente de fe, de esperanza. En la marginación, en la pobreza, en la humillación, en la tortura, el hombre ya está viviendo ese cielo, esa esperanza. Y si ahí muere, no ha sido más que el vaso de barro que se quiebra y la luz esplendorosa que ilumina toda su vida.

     Vivamos, hermanos, esta escatología. Vivamos ya en reino de los cielos. Y esta será pues, la gran esperanza del evangelio, la que yo quiero predicar con todas mis fuerzas y quisiera imprimir profundo en el corazón de todos. No desesperemos, no busquemos soluciones de violencia, no odiemos, no matemos. Y repito esto así claramente, porque ayer supe allá por Santiago de María, que ya, según algunos amigos míos, yo he cambiado, que yo ahora he predicado la revolución, el odio, la lucha de clases, que soy comunista. A ustedes les consta cuál es el lenguaje de mi predicación. Un lenguaje que quiere sembrar esperanza, que denuncia sí, la injusticias de la tierra, los abusos del poder, pero no con odio, sino con amor, llamado a conversión, para que todos vivan ya este movimiento escatológico, que es alma y esencia de esta Iglesia animada por el Espíritu de Dios que vive y reina por los siglos de los siglos. [314]



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La perspectiva eterna

Domingo 33.º del Tiempo Ordinario,
13 de noviembre de 1977
                                                                        Malaquías 4, 1-2a
2 Tesalonicenses 3, 7-12
Lucas 21, 5-19

     Queridos hermanos:



HECHOS DE LA SEMANA

     Enmarcamos la homilía, que no es otra cosa que la palabra de Dios aplicada a los que estamos reflexionándola en este día, en hechos que nos han conmovido, ya sea en la vida nacional, familiar o privada. En primer lugar, yo quiero unirme a la condolencia de la familia de don Raúl Molina, asesinado ayer en un intento de secuestrarlo, como todos saben. De nuevo el repudio a la violencia, y la Iglesia unida al sufrimiento de las víctimas de la violencia: esta es la posición clara por la cual duele al corazón del pastor, que se tergiversen sus intenciones y se le calumnie hasta el punto de creerlo instigador de asesinatos. Recordarán ustedes que, también, a los policías muertos les enviamos nuestra condolencia a la familia y repudiamos también el crimen que acaba con la vida. Para don Raúl, pues nuestra oración esta mañana pidiendo su eterno descanso, la misericordia del Señor, y para toda la Patria el deseo, pues, de que estas escenas violentas vayan desapareciendo. El otro gran acontecimiento que llena nuestra semana ha sido la manifestación obrero-campesina que sintió el Ministerio de Trabajo. Se pidió la mediación de la Iglesia. Con todo gusto la [315] hemos ofrecido con el mismo espíritu de servicio y de buscar justicia para nuestro pueblo. Al principio se negó. El Señor Presidente nos mandó decir que no negociaría con organizaciones ilegales. A este propósito se comunicó por la radio un comunicado manifestando nuestra buena voluntad, y a pesar del rechazo, invitando al diálogo y a la cordura, que no fuera a haber violencia en esa situación. Gracias a Dios, después fue aceptada la medición y por medio de nuestro estimado Vicario General, Monseñor Urioste, pudo llegarse al arreglo que todos conocen. Esperamos que las promesas hechas ayer sean realizadas con justicia, que las huelgas terminen y que la voz de los campesinos también sea oída.

     A este propósito, hermanos, comentando estos hechos, lamentando también otras notas dolorosas de la semana; por ejemplo la visita de dos madres de familia que buscan a José Julio Ayala Mejía, a Víctor Manuel Rivas Guerra, capturados por cinco policías de hacienda, desde el 24 de abril y el desaparecimiento más reciente, el 9 de noviembre, de José Justo Mejía, originario de La Ceiba en Las Vueltas de Chalatenango, capturado también por policías de hacienda. Su esposa con nueve hijos chiquitos sufre este desamparo, como las madres también su orfandad. Reitero pues, el llamamiento de la justicia, que se haga justicia, que si son criminales, se les juzgue, se les castigue, pero que no se castigue a la familia con esta situación de incertidumbre, en la cual siguió también hasta el fin de la familia Chiurato; porque estas violencias y esos atropellos, vengan de donde vengan, ofenden a Dios, lastiman la convivencia nacional, hacen mal, no hacen ningún bien.



DÍA DE LA PAZ

     En Orientación de esta semana presento, en «La Palabra del Arzobispo», el lema de la próxima Jornada Mundial de la Paz. El Papa cada 1.º de enero quiere que lo celebremos como Día de la Paz y le señala un lema. El lema para 1978 es ete: «No a la violencia. Sí a la paz». Y en el boletín que presenta esta voluntad del Papa hay un análisis que yo quisiera que no sólo lo leyeran, sino que lo reflexionaran, dice: «La violencia puede proceder de personas o de grupos entregados a un frenesí de dominio (el poder) o de un frenesí de consumo (el tener)» -(el afán) de tener, la codicia, la avaricia- «frenesí que tiende indebidamente a limitar o suprimir la vida de otras personas o de sociedades humanas (racismos, genocidios) e incluso imposición, mantenimiento por la fuerza de una estructura política o económica injusta y discriminatoria».

     Son palabras de la Santa Sede. No son palabras demagógicas del obispo de San Salvador. No son palabras subversivas de los obispos del continente en Medellín. Lo que hicieron los obispos en Medellín es darle un nombre a esto que acaba de describir la palabra de la Santa Sede. Los obispos en Medellín dijeron: existe una injusticia, una violencia institucionalizada, un afán, un frenesí vale el poder -como dice el comunicado-, un frenesí de mantener el poder, de mantener la economía, y son capaces, en ese afán de mantenerse, de atropellar [316] vidas y la sociedad entera. Esta es violencia, la violencia institucionalizada. Contra esa violencia no es extraño que surja la violencia reaccionaria, y lo sigue diciendo el comunicado del Vaticano: «La violencia puede caracterizar también la manera de reaccionar de aquellos que están o se creen oprimidos, y cuyo anhelo en la vida y de justicia termina por explotar, violencia de los débiles, de aquellos que están privados de ciertos derechos fundamentales». Existen, pues, dos violencias: la que está oprimiendo de arriba, políticamente, económicamente, y la que reacciona contra esa violencia. «Los dos aspectos -continúa el Vaticano diciendo- los dos aspectos pueden ser difíciles de separar, y la injusticia puede ser recíproca». En las dos puede haber injusticia. «Evidentemente, en el primer caso» -son palabras del Vaticano- «evidentemente, hay injusticia en la primera violencia» -o sea que aquí el documento de la Santa Sede llama injusta a esa situación de opresión, de represión, de querer tener más, de querer ser poderosos, aun reprimiendo a los débiles- «evidentemente, en el primer caso vale pero también con frecuencia en el segundo caso». Nunca voy a defender yo, ni nadie católico puede defender la injusta violencia, aunque proceda del más oprimido. Siempre será una injusticia si traspasa los límites de la Ley de Dios.

     Y termina diciendo el comunicado: «El pecado se introduce y tiende a poner nota diabólica en las relaciones de personas en conflicto: (odio, engaño, crueldad, tortura, negligencia de los inocentes, represalias)». En las dos violencias el demonio mete el pecado y si la Iglesia habla contra una y otra violencia, no es porque esté del lado de los ricos o de los pobres, de los poderosos o de los débiles. Está del lado de Cristo, que lucha contra el pecado, dondequiera que esté el pecado, esté en el poder, en la riqueza o esté también en los pobres y en los oprimidos. El pecado está contra Dios, y la violencia que se mancha de pecado es violencia que la Iglesia no puede tolerar.



NECESIDAD DE DIÁLOGO

     En este sentido, pues, se celebrará: «No a la violencia. Sí a la paz». Todos aquellos que hayan dicho que yo he iniciado a hechos de violencia, hasta llevar a matar gente, son calumniadores. Y tengo el derecho a llevarlos a los tribunales por calumnia; lo cual, si es necesario, lo haré. La posición de la Iglesia es clara, pues. También hermanos, ante las razones que se pueden oponer al diálogo, yo quiero recordar una frase quizá muy graciosa pero eficaz, del Papa Pío XI, hombre que no se puede criticar de débil, hombre que tuvo que enfrentarse a Hitler y a Mussolini. Fue el tiempo de su pontificado. Y decía Pío XI: «El diálogo es el camino de muchas soluciones; y si fuera por el bien de la Iglesia, yo dialogaría hasta con el mismo demonio». No se invoquen razones legalistas, que sí es ilegal tal institución, tal organización. Como dice la Imitación de Cristo. «No te fijes quién lo dice; fíjate lo que dice». Dialoguemos con quien quiera que sea. No quiere decir esto ser solidarios, cómplices de los pecados de una agrupación. Simplemente escuchemos. Puede haber mucho de justicia en sus reclamos, y hasta el más ilegal puede tener una voz que clama también ilegalidad [317] en el interlocutor. Nuestra radio católica ya comentó: ¿por qué no se dijo que son ilegales, también las instituciones de FARO y tantas firmas falsas que aparecieron en publicaciones contra la Iglesia? Cristianos legales con cuántas cosas religiosas auténticas, ¿por qué no se descubre también con cuidado de ilegalidad tantas voces que han insultado y ofendido a la Iglesia?

     La necesidad de un diálogo en que intervenga la Iglesia, hermanos, no es un oportunismo. Desde hace 75 o más años, cuando León XIII escribió la encíclica Rerum Novarum justificó por qué la Iglesia era necesario que hablara en asuntos laborales e interviniera en los conflictos de patrono y de obreros, de patronos y trabajadores. Yo he copiado de la encíclica estas palabras para que las reflexionen. Las reflexionemos todos y miremos en esta presencia de Monseñor Urioste ayer en el Ministerio de Trabajo, entre el Gobierno representado por el Ministro y las partes que reclaman, que representaban las huelgas de la fábrica de León, de la fábrica Inca y los deseos de los campesinos de un salario mejor en las cortas, en esa presencia de los tres elementos -también la parte patronal- gobierno, parte patronal y parte obrera, y la Iglesia presente, yo veo un signo de esperanza; porque coincide con este pensamiento de León XIII. En la Rerum Novarum dice: «¿Por qué habla la Iglesia de estos asuntos, por qué tiene que meterse en estas materias?» Verdad es que, esta tan grave situación demanda la cooperación y el esfuerzo de jefes de Estado, de los patronos y ricos, y hasta de los mismos proletarios de la cuya suerte se trata. Pero sin duda alguna, afirmamos que serán vanos cuantos esfuerzos hagan los hombres si desatienden a la Iglesia; porque cuatro razones, fíjense bien: primera: «la Iglesia es la que saca del evangelio la doctrina que bastan o a dirimir completamente las contiendas o por lo menos a quitarles toda esperanza y hacerlas así más suaves». Esta es la primera razón porque la Iglesia debe estar presente en estas situaciones de conflicto: porque ella es la portadora del evangelio y desde el evangelio saca las razones que puedan dirimir los conflictos o suavizarlos, que no terminen en violencias, ni odios.

     Segunda razón: porque la Iglesia «trabaja no sólo en instruir el entendimiento, sino en regir con sus preceptos la vida y las costumbres de todos y cada uno de los hombres». El señor ministro, los obreros, los campesinos, todos, si de veras somos católicos o creemos en Cristo por lo menos, sabemos que hay una ideología y una moral que tenemos que obedecerla individualmente y colectivamente y la Iglesia es la personera de esa doctrina y de esa moral.

     Tercera: «La Iglesia promueve, con muchas instituciones utilísimas el mejoramiento de la situación de los proletarios». Si hubiera tiempo aquí, haríamos una larga lista de la obra que la Iglesia realiza en los barrios, marginados, entre los pobres, entre los obreros campesinos. Es gloria de la Iglesia estar presente promoviendo. Y precisamente porque promueve, se le critica y se le calumnia y se mal informa. Pero, hermanos, me da mucho gusto pertenecer a esta Iglesia que está despertando la conciencia del campesino, del obrero, no para hacerlo subversivo (ya hemos dicho que la violencia pecadora no es buena) sino para [318] que sepa ser sujeto de su propio destino, que no sea más una masa dormida; que sean hombres que sepan pensar, que sepan exigir. Esta es gloria de la Iglesia, y de ninguna manera se avergüenza cuando se le quiera confundir con otras ideologías, porque ya se ve que es calumnia, que es querer echar humo para confundir y para desprestigiar este papel promotor de la Iglesia.

     Y en cuarto lugar: «La Iglesia está presente porque «ella aúna los pensamientos y los esfuerzos de todas las clases sociales para poner remedio a las necesidades de los obreros y para que se crea que se debe emplear también el peso de la ley y debe aceptarse, aun cuando esa ley tiene que darse con peso y medida»; es decir, con justicia, que las leyes no sean solamente los voceros de una clase pudiente y no se quiere oír al trabajador, sino que la ley escucha a uno y a otro. Y entonces; la Iglesia a las leyes justas les dice: vienen de Dios; obedézcanlas los obreros y los patronos. Pero, tienen que ser, pues, leyes como las definía Santo Tomás de Aquino: la ley -dice- «es una ordenación de la razón por aquel que tiene potestad para el bien común». Mientras no realiza estas condiciones, la ley no es ley. Es parcialidad.

     Y por eso esperamos, queridos hermanos, que las promesas hechas ayer en el Ministerio de Trabajo no se van a quedar simplemente en un recurso para terminar aquella situación. Las citas que se han dado para esta semana de patronos y obreros, presente la Iglesia, y también de campesinos, presente la Iglesia, no significarán una demagogia de la Iglesia sino una presencia, como lo hemos dicho hoy, presencia del Evangelio, presencia de la paz, presencia del llamamiento justo, aunque cueste, pero que se acepte; y que ojalá, como lo dijo el comunicado de ayer, queden terminadas en esas sesiones los conflictos que han surgido.



VIDA DE LA IGLESIA

     Hermanos, en la vida de la Iglesia hemos tenido acontecimientos muy hermosos, pero el tiempo se me ha ido casi por completo.

     Quiero felicitar a las comunidades que tuve la dicha de visitar en esta semana: Comunidad de las Carmelitas del Plan del Pino, la fiesta de confirmación y primera comunión en Colón, la visita a la comunidad de religiosas eucarísticas de San Martín, junto con el párroco, para planear una pastoral de Iglesia en aquella población. Lo mismo que la fiesta del patrón, San Martín, el 11 de noviembre. Y las bodas de Plata del padre Teodoro Alvarenga y bendición de la nueva Iglesia allá en ojos de agua ayer, razón por la cual no pude estar personalmente en el Ministerio de Trabajo, pero fui muy bien representado por nuestro vicario general. Quiero felicitar también al seminario, que está para salir ya a sus vacaciones -el menor ya salió y sobre todo por la promoción vocacional que ha superado nuestras esperanzas. Ha sido también un signo de los tiempos, que me anima mucho el corazón, ver la inmensa cantidad de jóvenes. No se han podido aceptar todos para llenar las filas del seminario, muchos de ellos ya bachilleres. [319]



LA PERSPECTIVA ETERNA

     La Palabra de Dios, hermanos, que ilumina todo esto, nos llena de mucho consuelo. Es el domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. El próximo domingo será ya Cristo Rey, clausura del año litúrgico, ya como terminando este tiempo del año de la Iglesia, la perspectiva de la Iglesia es lo que decíamos el domingo pasado. Y voy a subrayar esa idea, porque es muy importante tenerla en cuenta, el sentido escatológico de la Iglesia (ya les explicaba esa palabra) significa lo último, la finalidad de la historia y del hombre, hacia dónde marcha esta sociedad, esta Iglesia, porque todo hombre, toda organización que no tenga un sentido de finalidad es irracional. ¿Cómo pueden vivir los hombres sin fe?¿Cómo pueden organizarse los hombres sólo para cosas de la tierra, sin una finalidad escatológica? La Iglesia por eso habla en los conflictos, por eso tiene también una palabra eficaz en las situaciones difíciles de la tierra, porque ella no pierde nunca de vista su perspectiva eterna: ¿para qué han sido creados los hombres?, ¿para qué se organizan los países?, ¿para qué se organizan las agrupaciones? Por eso, Pablo VI, hablando de la liberación y de la aportación que la Iglesia está haciendo a la liberación del hombre, llama a los liberadores a que no pierdan de vista este sentido escatológico, porque es el que le da fuerza y originalidad a la participación de la Iglesia en las fuerzas liberadoras.

     Desde esta perspectiva escatológica la Iglesia se define; no se confunde con movimientos liberacionistas de la tierra. Por eso, es ridículo decir que los sacerdotes son comunistas. Es ridículo decir que un catequista que predica la doctrina de la Iglesia se vuelve marxista. En lo que tiene de ateísmo, de materialismo, de lucha de clases sólo para la tierra, es imposible que la Iglesia pueda ser así. Naturalmente, que desde la perspectiva de la tierra, donde reina el pecado y la injusticia, se pueden confundir los reclamos del comunismo, de las organizaciones de obreros, campesinos, y de la Iglesia; pero la Iglesia conserva su mirada siempre en alto para ver el fin hacia donde va esta liberación. ¿De qué serviría que los cortadores ganaran mucho dinero si eso va a terminar a las cantinas, a los burdeles, como tristemente sucede? ¿De qué serviría predicar la promoción del hombre si los hombres se promovieran únicamente para tener más dinero? ¿De qué sirve ir a una universidad, ganar un título, ser un profesional, si solamente se pone la ilusión en ganar, ganar más, el frenesí de tener, como dice el documento que he leído hoy? Muchos para eso estudian, para eso trabajan, para tener dinero. Han perdido la visión escatología.



EL DÍA DEL SEÑOR

     Hoy nos habla la primera lectura, del profeta Malaquías, una palabra que entre los profetas es clásica, el día del Señor. Se presentó antes del exilio de Babilonia, como un día de castigo: este pueblo está abusando, se han olvidado de la alianza con el Señor, hay injusticia, los poderosos abusan de su poder, los ricos explotan al pobre; vendrá el día del Señor. Y cuando vino el día de la exportación de los israelitas a Babilonia, reyes poderosos y pueblos todos fueron [320] llevados. El día del Señor había llegado. Entonces los profetas le dan otro tono al día del Señor. Es la esperanza. Los profetas predican al pueblo en exilio: vendrá el día de la esperanza. Vivamos la esperanza. Vendrá el día del retorno. Y Dios visitaba al pueblo oprimido, sufriente como en Egipto o en Babilonia por medio de sus predicadores, de sus profetas, sembrando esperanzas; y retornó el pueblo a Jerusalén. El templo era como el símbolo de aquel Dios que socorría en las necesidades. El día del Señor se hacía entonces esperanza. Se hacía un día de justicia. Se ha hecho justicia. Y esto significa en el fondo, la expresión bíblica: vendrá el día del Señor, el día del juicio, el día en que juzgará Dios la historia, el día en que cada hombre se presenta en la hora de su muerte para dar cuenta de sus obras. Este es el día del Señor. El día de nuestra muerte no hay que temerlo. Hay que esperarlo, como lo esperaba Francisco de Asís, la muerte, «mi hermana muerte», la gran liberadora, si se ha vivido como Francisco de Asís, si se ha vivido con sentido de escatología, esperando el día de la liberación esperando el retorno de la Babilonia, esperando la liberación de Egipto, esperando la redención eterna de aquel Cristo resucitado que no puede morir. Este es el día del Señor que anuncian las lecturas de hoy.

     Hermanos, sobre todos nosotros está puesto el día del Señor. Es para mí un honor inmenso el repetir aquí las palabras de los profetas anunciando el castigo al pueblo que no se quiere convertir y anunciando la esperanza a los pueblos que, como en Egipto y en Babilonia, viven esperando más justicia, más amor, más paz. Vendrá, esperemos; vendrá, no nos desesperemos. Esta espera, que Jesucristo también menciona en el Evangelio de hoy cuando ante un aparente imposible, imagínense ustedes que alguien les dice: esta Catedral tan hermosa se va a derrumbar, y no quedará piedra sobre piedra. Era la impresión que recibieron los apóstoles cuando Cristo les habla del templo de Jerusalén, mucho más hermoso que nuestra Catedral, templo que era el centro de la teocracia de una nación, templo que era el símbolo no sólo de la religión, sino de la Patria, que un Cristo se presente y les diga: «Miren qué piedras más bellas, miren qué construcción más admirable. Sin embargo, yo les digo, no quedará piedra sobre piedra». Dirían que era un loco. Y así lo tomaron, porque, el evangelio dice, no comprendieron hasta que resucitó de entre los muertos y sucedieron las cosas que sucedieron el año 70. Se cree que San Lucas pudo escribir después del año 70, cuando los ejércitos romanos asediaron Jerusalén, la tomaron y destruyeron el templo; no quedó piedra sobre piedra. Los apóstoles, que no vivieron esa hora, cuando Cristo se las anunciaba, se sorprendían y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser esto? ¿Cuál será la señal de que todo esto va a pasar?» Y entonces Cristo aprovecha, como los profetas, de un hecho histórico, de la prevaricación (1) del pueblo, de la exportación a Babilonia. De esa historia se remontan al final definitivo de los tiempos.



SEGUNDA VENIDA DE CRISTO

     Entonces, es cuando Cristo anuncia el juicio que vendrá a juzgar a vivos y muertos, como dice nuestro Credo. Ve la doble perspectiva del evangelio y de [321] las profecías de la Biblia, hechos históricos que nos tocan vivir a nosotros nos deben remontar a la meta de la historia, a la muerte de cada uno de nosotros, al final de nuestra existencia. Esto se llama la escatología, y esa espera del día del Señor la teología lo llama la Parusía: la esperanza de la segunda venida de Cristo.

     Volverá Cristo. Esta es la dificultad del cristianismo, vivir entre las dos venidas de Cristo: vino humilde, hecho niño para sufrir, para salvar al mundo; resucitó y ahora vive presente en su Iglesia, pero de una forma invisible. Esta Iglesia, como la esposa que tiene lejos a su esposo, suspira por él. La Iglesia vive esta esperanza. Lo van a decir ustedes, voz de la Iglesia, cuando yo levante la hostia, que es Cristo todavía oculto, y les diga: «Este es el misterio de nuestra fe», nuestra esperanza, este Cristo que les enseño y que no lo vemos. Entonces el pueblo grita como la esposa enamorada: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección -es decir, vives- ven, Señor Jesús».

     Ven: este es el grito de que vive la Iglesia. Ven, la esperanza del corazón. Dichosos los que pueden decir que están esperando, como comparó Cristo: el guardián que está en la noche en la casa, esperando a qué hora vendrá de la fiesta el patrón, no duerme; está esperando. Así debe ser la vida cristiana. Se predica tan intensamente esta segunda venida de Cristo en los primeros tiempos que muchos llegaron a pensar que ya era próxima, pero el evangelio de San Lucas, hablando el mismo Cristo, nos desengaña: «Cuando, que nadie os engañe, porque muchos vendrán usando mi nombre y diciendo: yo soy; o bien: el momento está cerca. No vayáis tras ellos. Cuando oigáis todo esto, sabed que primero habrá guerra, revoluciones», y sigue anunciando también la persecución.

     Esto es lo difícil del cristianismo: ¿cuándo vendrá el Señor? ¿Cuándo, esta esposa amada que anhela ya la felicidad de vivir junto a su esposo ha de realizar sus ideales? Mientras no llegue esa hora, hermanos, San Pablo denuncia el mismo error en la comunidad de Tesalónica. La carta, hay dos cartas de San Pablo a los Tesalonicenses y son las dos cartas de la Biblia que contienen la mejor doctrina sobre la escatología, porque el error que San Pablo trata de corregir es que esta espera de la vuelta del Señor no es tan próxima y que muchos engañados por esa proximidad ya no trabajan. ¡Qué error más grave! Y San Pablo llega a decir esa palabra dura: «Trabajen, porque el que no trabaja que no coma».



LOS DEBERES TEMPORALES

     Ven aquí, como la Iglesia, esperando su cielo no se olvida de la tierra. Proclama la necesidad del trabajo y de pagar justo al trabajador, de hacer de esta tierra, que no sabemos cuánto va a durar, una antesala de esa espera, de ese cielo. El que con una esperanza del cielo se descuida de sus deberes temporales, dice el Concilio Vaticano II, ofende a Dios, no hace el bien al prójimo [322] y pone en peligro su propia salvación. Los perezosos no entrarán al cielo. Los que no se promueven y no trabajan no entrarán en este reino de la diligencia del amor, porque la primera caridad es no ser carga de otros. Y San Pablo decía: «Aprendan de mí, yo que como apóstol podría exigirles que me ayudaran a dedicarme únicamente a mi predicación. Miren cómo trabajo». Y San Pablo trabajaba; era tejedor. Y mientras no predicaba, estaba tejiendo, haciendo sus tejidos para luego venderlos, y con eso comer y dar limosna y no ser carga de nadie. Por eso, la Iglesia no predica la subversión. Una manifestación que no tuviera como objeto el reclamo de cosas justas, sino simplemente ir a hacer el mal, la Iglesia la reprobaría.

     Hermanos, la Iglesia, en este tiempo de espera que no sabe si será mañana o será después de muchos años o siglos, lo que hace es tener alerta a sus cristianos, alerta porque el día del Señor vendrá cuando menos lo esperen. El Evangelio está lleno de estas sorpresas, como el ladrón que llega cuando menos lo esperan, como las vírgenes que se durmieron y cuando llegó el esposo tenían sus lámparas apegadas. «Vigilad -les dice Cristo- porque no sabéis el día ni la hora». ¿Qué hacemos mientras tanto?

     Mientras tanto, hermanos, el trabajo, como dice San Pablo; y también el trabajo íntimo de cada uno, que es... Cristo nos predica: vivir fieles al Reino de Dios. Y si por eso ha de venir la persecución, qué hermoso es recordar estas palabras de Cristo a la Arquidiócesis de San Salvador: «Antes de todo esto, antes del día del Señor, os echarán mano; os perseguirán, entregándoos a los tribunales, a la cárcel; y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre. Así tendréis ocasión de dar testimonio».



PERSECUCIÓN

     ¿Por qué se asustan de que la Iglesia diga que es perseguida, si está anunciado por el mismo Cristo que su vida será persecución, que la Iglesia no puede ser halagada cuando predica contra los abusos, los abusivos tienen que perseguirla? Aquí en el comunicado que la Santa Sede hace del lema del Papa, no a la violencia, sí a la paz, yo, presentando esto (lo leyeron en La Prensa Gráfica del viernes, que tuvo la bondad de publicarme también el artículo) les digo: cuando acusan al Arzobispo de sus sermones subversivos, cuando tienen el valor hasta de decir que por su culpa han matado dos policías en el cementerio, cuando acusan a la Iglesia de violenta, ya que conocemos las dos clases de violencia, ¿quiénes son más violentos? Los que tratan de mantener esa violencia institucionalizada y quieren desacreditar la voz de la Iglesia que no está de acuerdo con ella, ¿no están diciendo con esa misma calumnia que pertenecen al grupo de los violentos?

     La Iglesia, hermanos, sabe que tiene que ser perseguido. Pero hay una cosa muy hermosa, cuando Cristo ahora nos dice: «Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría, a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro». Esta es otra alegría de la Iglesia en El Salvador. Lo que hemos predicado ha salido por radio. Lo oye quien [323] quiere y, si son imparciales y justos, jamás podrán criticarme de un crimen, como el que inicuamente quisieron atribuirme. «Al público he predicado -decía Cristo- pregunten a los que me han oído», jamás una palabra de violencia. Gracias a Dios, el Espíritu del Señor me ayuda a decir lo que tengo que decir y siento mi conciencia tranquila de estar diciendo lo que debo decir.

     Pasó esta semana por aquí un alto personero de Estados Unidos y cuando le conté toda la situación y mi posición, hombre santo, esperó mucho largo para dar su juicio. «¿Qué piensa?» vale digo. «Después de todo» -me dice- «veo las cosas más claras, y pienso que ustedes están en lo justo». «Le doy gracias -le dije- porque esa palabra no la oigo ni en mi propia patria» -del pueblo sí, que está solidario cada vez más con esta voz que anuncia la verdad. El Espíritu de Dios pone, de veras, lo que dice el evangelio de hoy, las palabras que se deben de decir. Es natural que la interferencia humana, mis defectos, mis errores, mis limitaciones, pueden inferir con pensamientos falsos, palabras tal vez disonantes; pero entonces, hermanos, háganme la caridad de corregirme, dígame qué no les parece, dialoguémoslo, como lo he hecho muchas veces. Y ojalá pueda ser más fiel al pensamiento que tengo que transmitir, el de nuestro Señor. Y me da más alegría todavía cuando el evangelio termina diciendo: «Hasta vuestros padres y parientes y hermanos y amigos os traicionarán; y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre».



PIEDRA DE TOQUE

     Hermanos, ¿quieren saber si su cristianismo es auténtico? Aquí está la piedra de toque: ¿con quiénes estás bien, quiénes te critican, quiénes no te admiten, quiénes te halagan? Conoce allí que Cristo dijo un día: «No he venido a traer la paz, sino la división; y habrá división hasta en la misma familia», porque unos quieren vivir más cómodamente, según los principios del mundo, del poder y del dinero, y otros en cambio han comprendido el llamamiento de Cristo y tienen que rechazar todo lo que no puede ser justo en el mundo.

     Y termina el evangelio: «Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Que venga el día del Señor cuando quiera, lo que importa es estar perseverante con Cristo, fiel a su doctrina, no traicionarlo. Me da lástima, hermanos: muchos traidores, cristianos que ahora son espías, cristianos que ahora nos persiguen, cristianos que se apartan avergonzados de su obispo y de sus sacerdotes. Pero la confianza de aquellos que permanecen fieles me llena de veras de valor. Y yo les digo, hermanos: no nos asustemos. La palabra no es mía, sino del evangelio en el último domingo del año eclesiástico, como lanzando una perspectiva al futuro. No sabemos cuándo vendrá el Señor que esperamos, y dichosos los que se mantengan fieles a esa espera, porque los recibirá con el cariño con que un esposo abraza a su esposa lejana para vivir ya siempre y no separarse más de ella. Esta es la Iglesia. En el corazón de cada uno de ustedes está la Iglesia. Debe vivir la esperanza, la alegría, el valor, la fortaleza para no traicionar al esposo para que, cuando venga, seamos felices en el abrazo del Señor. Así sea. [324]



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No a la violencia

Funerales de Carlos Molina
14 de noviembre de 1977

     Estimada familia doliente, queridos hermanos:

     Una vez más, la Iglesia cumple su deber de madre... recoger una nueva víctima de la violencia; y con él recogido en sus brazos gritar: «no» a la violencia; y una palabra de consuelo a quienes lloran ese nuevo atropello a la vida.

     La Catedral viene nuevamente a ser el signo de esa madre Iglesia, que tiene esa palabra de amor, de ternura, de consuelo para los que sufren la orfandad, para los que lloran la separación de la muerte, porque su palabra no es palabra humana. Es palabra de aquel por quien fueron hechas todas las cosas. Es la palabra eterna que hoy se repite, como moribundo en la cruz, para dar el cielo a quien se lo pide: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso». No importa, frente a Cristo, quien sea el que vuelve a él para pedirle perdón. Lo que importa es el sentido sincero de convertirse a él. Y ante la grandeza de Dios, ¡qué pequeña aparece la grandeza humana!

     Esta Catedral acostumbrada ya, por desgracia, a recoger víctimas de la sangre y del atropello, ve qué pequeño es el hombre encerrado entre las cuatro tablas de un ataúd; pero desde allí, sea quien sea, tiene ella una mirada llena de fe hacia la eternidad, acompañando al hijo que se va; ella que sigue peregrina en la tierra, y desde esa puerta del cielo que marca el límite entre la vida y la muerte, otra mirada hacia la tierra que se deja, para decir desde allá, desde Dios, el mensaje a los que todavía seguimos peregrinando: «Peregrinos, aquí, junto a la puerta de la eternidad, todos nosotros venimos a decirle adiós a este [325] querido amigo y hermano. Los pañuelos de la despedida se agitan mientras él va ingresando en ese más allá. Y la súplica del pueblo de Dios, peregrino, no puede ser otra: ante ti, Señor, no hay derechos, sino solamente la súplica humilde. Desde la humildad de ataúd, nosotros pensamos en nuestra propia pequeñez. Qué chiquitos somos los hombres, pero qué grandes cuando nos apoyamos en tu misericordia, para decir: Señor, ten piedad. Y la súplica es para algo grande, para que esta vida que termina en la tierra, no obstante sus manchas y pecados, pueda encontrar un lugar en tu cielo. Y sin duda que aquel Padre que envió a su Hijo, no a perder sino a salvar, abre sus brazos bondadosos para recoger a quien el pueblo entero le está encomendando.

     El espectáculo de esta tarde es bello. No pudimos caber dentro de la Catedral y hemos tenido que improvisar el altar aquí frente al parque, en medio de cuya muchedumbre, el cadáver del hombre asesinado, del hombre atropellado en su derecho más sagrado, su vida, es toda la voz de un pueblo que se levanta hacia Dios para decirle: Señor, nuestra presencia aquí, es una presencia ante todo religiosa. Es la presencia de una súplica por el alma de nuestro hermano compañero hasta antier de nuestra peregrinación. Hoy necesita tu misericordia, que todo este pueblo te implora para que les des el descanso eterno, la luz perpetua; y para que descienda de tu trono de misericordia un efluvio de consuelo, para los que sufren la orfandad que deja este querido difunto, para su familia, para sus compañeros de ideales, para sus trabajadores, para todos sus amigos, que ahora es toda esa plaza llena de gente.

     Y ahora, hermanos, la Iglesia después de orar por el difunto, se vuelve hacia los peregrinos que hemos venido hasta la puerta de la eternidad, para decirnos en la palabra de San Pablo, las dos grandes vertientes de donde se deriva todo el bien y todo el mal. Y acaba de mencionar en aquella certera teología de San Pablo: «Por el delito de uno vino la muerte al mundo», y con la muerte, toda esa secuela de las formas en que mueren nuestros muertos. No sólo la muerte natural que es dolorosa sobre todo la muerte con que ha caído esta víctima: la violencia. La violencia es el fruto del crimen. Venga de donde venga, la violencia que mata es pecado. La violencia que mata no es de Dios. La violencia es derivación del pecado, y el pecado fue lo que entró al mundo cuando Adán, y toda su descendencia que somos los hombres, llevamos entonces los malos instintos en el corazón. Ay de aquél que no reprime a tiempo estos instintos. Qué será, hermanos salvadoreños, en esta hora de ese instinto del asesinato, del crimen. Se va levantando como una ola, en la cual ya no hay categoría social que esté segura. Todos estamos expuestos a salir un día con los ideales del trabajo y caer acribillados a tiros. Todos estamos expuestos porque ha crecido la onda de la maldad. Nadie la ha sembrado. Por el primer delito entró el pecado al mundo, pero los hombres podemos... analizamos esos instintos de maldad, que siempre son malos, cualquiera que sean los móviles a la violencia. [326]

     Pero por otro lado, queridos hermanos, San Pablo nos ha presentado el lado positivo de la vida: «Así como por un hombre pecador entró el pecado en el mundo» -el asesinato, la violencia y todo el crimen- por la obediencia del Redentor, por la santidad del Cristo, Hijo de Dios, ha entrado en el mundo la redención y la vida. Y este es el trabajo que ahora nos llama a realizar este episodio trágico de nuestra historia. No más crimen. No más violencia.

     Hermanos -si de verdad lo somos: hermanos- trabajemos por construir un amor y una paz, pero no una paz y un amor superficiales, de sentimientos, de apariencias; un amor y una paz que tiene sus raíces profundas en la justicia. Sin justicia no hay amor verdadero, sin justicia no hay verdadera paz. He aquí pues, que si queremos seguir la vertiente del bien que nos hace solidarios con Cristo, tratemos de matar en el corazón los malos instintos que llevan a estas violencias y a estos crímenes, y quienes compartimos la vida, el amor, la paz, pero una paz y un amor en la base de la justicia. Entonces, hermanos, en esta puerta de la eternidad, mientras mirando hacia allá, vemos a nuestro hermano que parte y le decimos adiós, que vuelve él con esta Iglesia que trae la voz de Cristo para decir: «Hermanos, no más víctimas de la violencia. Que yo sea la última víctima que ha caído así ensangrentada en la calle. Que de aquí surja una lección para todos: "Amaos los unos a los otros"». [327]



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Cristo, Rey mesiánico

Jesucristo Rey
20 de noviembre de 1977
                                                                        2 Samuel 5, 1-3
Colosenses 1, 12-20
Lucas 23, 35-434


UN PUEBLO ENMARCADO EN LA TIERRA

     Queridos hermanos:

     El pueblo peregrino en la tierra que marcha guiado por el Espíritu del Señor y por su divino conductor, Cristo, rey de las naciones, llega al final del año litúrgico. Como que termina, pues, una meta de esta peregrinación. El año litúrgico es el despliegue, a lo largo de los doce meses, de la personalidad de este rey y de su reino, de sus características. De modo que, a esta altura, todos nosotros que gloriamos del título de cristianos, debíamos de estar más conscientes del personaje que seguimos, Cristo rey, y de las características del reino al que él nos ha convocado y nos ha admitido por el bautismo. Este reino, y este rey, está bien encarnado en esta tierra. Su reino es un reino para los hombres concretos de la historia. Y por eso al llegar a este final litúrgico del año 1977, me da gusto que hemos ido pasando con nuestra peregrinación por los hechos concretos de nuestra patria, de nuestra sociedad, de nuestra familia, de nuestras mismas preocupaciones personales. [328]

     Este es el objeto de enmarcar la homilía de cada domingo, aunque tenga que abusar un poco de su tiempo. Yo les agradezco su paciencia en escucharme, pero es necesario para que el evangelio del Reino de Dios se sienta evangelio nuestro, salvadoreño, que tengamos en cuenta estas realidades en las cuales el Reino de Dios se desarrolla y vive aquí en El Salvador de 1977. Por ejemplo, esa semana podríamos caracterizarla por un ambiente de violencia y de miedo. Y sería bueno analizar un poco las características de esta violencia y de este miedo y remontarnos, si es posible, hasta sus orígenes. Los hombres creamos los estorbos del Reino de Cristo en el mundo. Cristo no quiere violencia. Cristo no quiere terror. Cristo no quiere ambientes de desconfianzas mutuas, de acusaciones, de calumnias. Estos son obstáculos al Reino de Cristo.

     En esta semana se ha dado una peligrosa interpretación a un asesinato; ¿Quién mató a don Raúl Molina Cañas? Este es papel de la Corte Suprema de Justicia. Que no se queden esos crímenes así, para que los interpreten echado la culpa y tomando de allí causas para pedir represiones contra tal vez quienes no tienen la culpa. Que se investiguen tantos crímenes cometidos para que no se dé de ahí el origen a ambigüedades muy peligrosas, entre las cuales se quiere hasta involucrar la misión santa de la Iglesia.

     Creo que también en torno de este asesinato ha habido una escandalosa profanación del dolor. La Iglesia, como madre, se solidariza (yo lo dije en su funeral) con la familia doliente, con los que sienten de verdad la separación dolorosa de un miembro querido; pero no puede estar de acuerdo en que de una situación dolorosa se tome causa para excitar a la violencia. Por las señales conozco el grupo que iba azuzando esa manifestación. Se caracteriza por una exageración que podríamos llamar fanatismo, y es peligroso. Pocos días antes, cuando salían aquí del entierro de un campesino también, yo le exhorté que el silencio en el dolor es mucho más conmovedor. Si después no se hace a la voz serena de la Iglesia, no se echa la culpa a la prédica de la Iglesia de lo que sucede cuando se excitan así las pasiones, aun valiéndose de dolor, de la angustia de una familia y de un difunto.

     También quisiera denunciar, pues, esa imprudente provocación a la represión contra el clamor del pueblo. Ya les dije, en una ocasión, hoy más que nunca se necesita ese don del Espíritu Santo que se llama el don del discernimiento. Discernir, distinguir entre lo malo y lo bueno. No te fijes en quien lo hace, sino en quien lo dice, sino en qué es lo que dice. El clamor que clama justicia era el clamor del pueblo en Egipto, y la Biblia dice: «El clamor del pueblo ha llegado hasta mis oídos». Dios escucha: el pueblo clama por más justicia. Era el clamor del pueblo en Egipto, y la Biblia dice: «El clamor del pueblo ha llegado hasta mis oídos». Dios escucha cuando el pueblo clama por más justicia, por más caridad, por más orden, más fraternidad.

     Y no es pues de reprimir todo clamor, sino discernirlo. Los clamores que no merecen ser escuchados, sí reprímanse. Son las voces del crimen, de los secuestros, [329] de las cosas infinitas que se han quedado sin castigo. Esas, sí, reprímanse, dondequiera que se encuentren, aunque sea en el ejército. Los abusos tienen que ser castigados. Por eso, invoca la justicia de nuestra patria para discernir, y no para simplemente reprimir sin distinciones. Y lo que es justo, oígase, oígase el clamor justo que puede ser respondido con justicia, principalmente por quienes tienen en sus manos el poder de la política y del dinero. Pueden oír tantos clamores y hacer felices a tanta gente, si no se aprovechara únicamente para excitar a la represión a toda costa.

     De ahí también ha derivado una injusta campaña de difamación contra la Iglesia. La Iglesia de nuevo protesta, porque su predicación no es odio ni violencia. He repetido mil veces: como Cristo nuestro Señor, mi palabra ha resonado en público, y reto a quien me diga que yo he excitado a la venganza, al odio, a la violencia. La voz de la Iglesia ha sido siempre la voz del evangelio; no puede ser otra. Que ese evangelio toque muchas veces la llaga viva, es natural que arda y que duela; pero es la voz del evangelio, y la respuesta no debe de ser la difamación contra su mensaje, que no puede ser otro que el de Cristo Rey.

     De ahí, queridos hermanos, que este ambiente que nos encuentra ya frente a las temporadas en pleno trabajo de recoger las cosechas, la Iglesia llama, como representante de Dios en la tierra, a alabar al Señor, que nos da lluvia de rubíes en nuestros cafetales; esas nevadas en nuestras tierras tropicales, que son las algodoneras; esas cañas que, como dijo nuestro poeta, cuando las cortan, «por sangre dan miel». ¡Qué cosa más bella nuestra tierra! En vez de ser manzana de discordia todo esto, yo llamo a la comprensión a los que poseen cafetales, algodoneras, cañales y todo lo que la tierra produce, y a los que van a colaborar también a cortarlas, a recogerlas. Unos y otros son hijos de Dios, bendecidos por esta tierra pródiga. Un poco de amor, nada más, no legalidad solamente. Las leyes, (se llaman de salarios mínimos o como se quieran llamar) no son suficientes. Porque aquel dicho tiene una gran verdad: «hecha la ley, hecha la trampa», y hay muchas injusticias cuando se cumple simplemente la ley sin amor. El amor es el alma de la justicia cristiana. El amor es el que le da sentido divino a la ley de los hombres. Si no hay amor, las leyes salen sobrando.

     Por eso, hermanos, aunque no haga leyes, pero que haya diálogo, que haya comprensión, que haya fraternidad. Que no vayamos a lamentar en nuestras fincas en esta temporada, cosas de violencia. La Iglesia está llamando, pues, a la cordura, a la comprensión, al amor. No cree en las soluciones violentas la Iglesia. Cree en una sola violencia, en la de Cristo, que quedó clavado en la cruz, como nos lo presenta el evangelio de hoy. Él quiso recibir en sí todas las violencias del odio, de la incomprensión, para que los hombres nos perdonáramos, nos amáramos, nos sintiéramos hermanos.

     Quiero informar también, a la luz de Cristo rey: el domingo pasado les hablaba del desaparecimiento de José Justo Mejía, allá en Dulce Nombre de María. Y esta semana se me horrorizó el corazón cuando vi a la esposa, con sus [330] nueve niños pequeños, que venían a informarme. Según ella pues, lo encontraron con señales de tortura y muerto. Ahí está esa esposa y esos niños desamparados. Yo creo que el que comete un crimen de esa categoría está obligado a la restitución. Es necesario que tantos hogares que han quedado desamparados como éste reciban la ayuda. El criminal que desampara un hogar tiene obligación en conciencia de ayudar a sostener ese hogar.

     Quiero informar también, en esta fiesta de Cristo rey, con inmensa satisfacción, que la huelga de la fábrica León, quedó solucionada en el primer diálogo. Monseñor Urioste, que llevó la representación de la Iglesia, ha expresado su admiración por la apertura de ambas partes, y quiero agradecerles y felicitarles. En cambio, lamento que todavía está sin solución la huelga de la empresa Inca de Santa Ana. El mediador de la Iglesia denuncia que no hay comprensión, que hay dureza, que hay terquedad. Hermanos, el diálogo no se debe de caracterizar por ir a defender lo que uno lleva. El diálogo se caracteriza por la pobreza: ir pobre para encontrar entre los dos la verdad, la solución. Si las dos partes de un conflicto van a defender sus posiciones, solamente, saldrán como han entrado.

     Quiera el Señor iluminar pues en esta semana los conflictos sociales laborales, para que el Señor le dé esa riqueza que se encuentra en el diálogo sincero. En la lectura de San Pablo de hoy, se nos presenta Cristo Rey, no solamente rey del universo, sino de una manera especial cabeza de la Iglesia. Y desde esta Iglesia, que se llama aquí concretamente la Arquidiócesis de San Salvador, queremos agradecer a Cristo Rey estas noticias, y dárselas como homenaje en el día de su reinado, de esta Iglesia que trabaja por ser cada día más auténtica Iglesia, cuerpo de esa cabeza divina.

     En este sentido, les informo, y les pido oraciones, en primer lugar por los sacerdotes. Por primera vez cada vicaría, o sea cada grupo de párrocos, ha organizado sus ejercicios espirituales, esa semana de intensa reflexión en que el sacerdote revisa, evalúa su trabajo. Y en esta hora de sinceridad, yo les pido a todos, principalmente a aquellos que no están contentos de nuestro clero, que pidan mucho al Señor para que el Espíritu del Señor les ilumine a ser fieles a su verdadera misión. Por mi parte, les digo, que todo sacerdote que está trabajando en comunión, es un auténtico representante del mensaje de Cristo. Tratemos de comprenderlo y de dialogar con él cuando no estemos de acuerdo en sus cosas, pero no a difamar así en forma general los curas «comunistas, tercermundistas». Quisiera casos concretos, quisiera que se denunciara al padre Fulano de Tal, que en tal misa dijo esto que no está de acuerdo con el evangelio. Y yo soy el responsable de llamar la atención y siento que, en esta hora de sinceridad de nuestros queridos sacerdotes, ellos buscan en la luz de la revelación divina, la fuerza y la orientación de su misión en la tierra. Los acompañantes, pues, con nuestras oraciones y yo le pido a todo el pueblo de Dios en estos días mucha oración por nuestros queridos sacerdotes, en días de reflexión.

     Una gran noticia es también sacerdotal, que el 10 de diciembre, a las 10 de la mañana, aquí en Catedral, vamos a ordenar dos nuevos sacerdotes, los [331] diáconos Héctor Figueroa y Jorge Benavides, dos nuevas fuerzas que vienen a nuestro presbiterio. Bendito sea Dios.

     En cambio, doy una noticia triste, también sacerdotal, y es que un sacerdote, que ya no está en el ejercicio, en comunión con el Obispo, ha tratado de usurpar la parroquia de Quezaltepeque, atropellando al verdadero párroco, y al padre Roberto, el cual está en comunión con el Obispo. Desde aquí hago llegar mi voz a Quezaltepeque para decirles que el pastor auténtico es el padre Roberto y los que trabajan con él son los que construyen la Iglesia. El grupito político que acuerpa al padre Quinteros está buscando otros intereses; no constituye la Iglesia. Quiero agradecer al Vicario, al padre Nieto, a las religiosas y a los laicos en comunión con la Iglesia por haber acuerpado con valor y valentía y verdadero sentido jerárquico a la verdadera Iglesia. Dios ha de bendecir esa parroquia, puesta hoy también en esta prueba.

     En el seminario, la esperanza de la Iglesia, esta semana se tuvo un retiro de fin de año. Era hermoso ver a estos jóvenes estudiantes, ya de filosofía y teología, analizando a la luz de la revelación divina, de la espiritualidad sacerdotal, su caminar como jóvenes hacia el sacerdocio. Y ayer una cosa emocionante: la capilla del seminario, después de haber estado en reflexión con las familias, padres de familia de los seminaristas, daba gracias a Dios por terminar el año. Era hermoso también ver salir del seminario, acuerpado a cada seminarista, su grupo familiar. Qué bien se comprende que el primer seminario es la familia y que de familias organizadas cristianamente tenemos la esperanza de nuevas y buenas vocaciones. En el seminario menor está llena la matrícula con 52 alumnos, cosa que nunca se había esperado, muchos ya próximos al bachillerato.

     En Chalatenango se organiza un preseminario para recoger en aquella región a los jovencitos que quieran terminar su bachillerato, ya orientándose al sacerdocio. Lo mismo, va a funcionar una escuela para religiosas y laicos comprometidos en la pastoral de la Arquidiócesis del departamento de Chalatenango.

     Finalmente, hermanos, un recorrido por las comunidades: en Santa Tecla, en la Casa San Vicente, se está celebrando la novena de la Medalla Milagrosa, y quiero agradecer a las hermanas de la caridad la atención que han dado a esta jornada de plegarias por el Obispo y por los sacerdotes. En San Marcos, se tuvo el miércoles la entrega de Biblias al grupo catecumenal. Yo les pido perdón por no haber podido estar con ustedes, como les había prometido. En Panchimalco, también esta tarde, entrega de Biblias a otro grupo de estudios de la sagrada Escritura. En Ilopango una hermosa convivencia juvenil, que sacó como conclusión que la renovación del mundo no se podrá hacer mientras cada joven y cada hombre no trate de ser un hombre renovado por dentro. Es lo que hemos dicho siempre: que la renovación del mundo no es cambio de estructuras, sino el cambio sincero del hombre. También allá lamentamos la muerte del papá del padre Fabián, a cuyo funeral asistimos. En la academia de San Vicente de Paul, [332] una hermosa ceremonia de confirmación de jóvenes y una carta emocionante de las ancianitas que me dicen que ofrecen todos sus achaques de vejez por esta Iglesia que trabaja en El Salvador.

     En la Palma se edita un boletín muy bonito: La Voz del Espíritu y quiero agradecerle al párroco el apoyo que siempre presta allí a la palabra del Obispo, llamándolos a escuchar.

     De Suchitoto también vino una visita del comité de construcción de la fachada de la Iglesia para hacer un llamamiento a la comunidad a ayudarles. Recibí también del cantón Teteytenango una generosa ayuda. Dios se lo pague.

     Quiero anunciarles también, hermanos, que el jueves de esta semana, tercer jueves de noviembre, según una tradición, se celebra el día de la acción de gracias. Aquí en Catedral la misa de las 12 tendrá ese objetivo: dar gracias a Dios por todos los beneficios. Los que no puedan venir a misa, en sus hogares elevan sus corazones a Dios, dándole gracias por todo lo bueno que Dios es con nosotros.

     Finalmente, quiero agradecerles que este año se va a llevar a cabo como siempre el concurso de nacimiento de Navidad. Pueden inscribirse en la Librería Cultural Católica o la Librería Ercilla. Los párrocos de las colonias son invitados a promover este concurso y dar los nombres de sus triunfadores, para que el 6 de enero, día de Epifanía, entreguemos los premios a los mejores nacimientos de San Salvador y de sus colonias.



CRISTO, HIJO DE DAVID

     Hermanos, como ven, es un marco muy denso de realidades históricas y eclesiales, en las cuales hemos leído la palabra de Dios. La primera lectura nos remonta a los orígenes terrenales del Rey Cristo, Hijo de David. Un momento solemne de la historia de Israel reúne al pueblo en Hebrón para ungir en nombre de todo el pueblo y proclamarlo su rey y pastor al que va a ser el principio de una dinastía, David, de la cual nacerá Cristo, verdadero rey. Cuando le aclame el evangelio «Jesús, Hijo de David», le está diciendo «Rey de Israel». La segunda lectura, de San Pablo, a los colosenses, capítulo 1.º 12-20, es una teología preciosa del apóstol San Pablo sobre los orígenes divinos, no terrenales, como David, sino divinos, de este Hijo de Dios que se hace hombre y que por tanto es verdadero principio y subsistencia de todas las cosas, finalidad hacia la cual converge todo el cosmos y del cual deriva toda la fuerza del universo, y de la Iglesia, naturalmente. Y el evangelio, que nos presenta un raro trono de este rey, una Cruz, entre burlas, muere el Rey. Pero al que no descubren las persecuciones de los poderosos de su tiempo, un malhechor arrepentido lo descubre: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino». Y Cristo le ofrece: «Hoy mismo, porque yo, aunque me ves, deshaciéndome los dolores de la Cruz, soy el rey que está conquistando al mundo por el dolor de la expiación de la Cruz. Hoy mismo estarás en mi Reino, en mi paraíso». [333]



REALEZA PROFÉTICA

     Hermanos, si a la luz de estas lecturas recorremos la hermosa perspectiva el año litúrgico, encontremos las características de este reino y de este rey. El año litúrgico comienza el próximo domingo: los domingos de Adviento, preparación para Navidad; Navidad, que se prolonga hasta la Epifanía; Adviento y Epifanía, una temporada el año en que la liturgia nos proclama que este niño que nace en Belén viene a ser como el germen de un reino que ya se inicia en esta tierra. Es la verdad que ha venido a hacerse hombre. Por eso vemos que la característica el reino de Cristo es el Verbo que se hizo hombre, la palabra, la verdad, el profeta; Cristo es profeta. Su realeza es profética. Es un rey que habla la Palabra de Dios y deja un mensaje: «Id por todo el mundo a predicad esto que yo os he enseñado». Esto que yo estoy predicando ahora en la Catedral de San Salvador y, a través de los micrófonos de la Voz Panamericana, está llegando a las diversas comunidades que están reflexionando con nosotros, que es la voz profética del reinado de Cristo.

     Es Cristo rey que está hablando como profeta las verdades del reino de Dios, las bellezas de su verdad y las negruras del pecado; las denuncias para que en la historia se purifiquen los hombres y sean dignos de este reino de la verdad. No quiere hombres de la mentira. Cuando frente a Pilato, que le pregunta: «¿Tú eres rey?» Cristo contesta que sí e inmediatamente declara que es un reino de la verdad; «para eso he venido al mundo, para proclamar la verdad». Y el poderoso Pilato, escéptico, porque no creía en la verdad, como muchos hombres no creen en la verdad, le pregunta con escepticismo, dejándolo ya: «¿Qué es la verdad? Así viven muchos, hermanos, de espaldas a la verdad, dándole un desprecio a la verdad. Y por eso, en este año litúrgico que clausuramos hoy, me da mucha alegría de que el pueblo haya comprendido que el reino de Cristo que predica es el reino de la verdad. Y se ha analizado profundamente la situación y la actuación del Arzobispado y de sus sacerdotes, para decir que la Iglesia ha mantenido la verdad, el reino de Cristo, el reino de la verdad, el reino del profeta.

     Terminada la Epifanía, comenzaron los días que se llaman del Tiempo Ordinario. Son 34 domingos, que se comienzan entre Epifanía y Cuaresma y luego se interrumpen para dar lugar a la Cuaresma y a la Pascua, y se continúan después de Pascua, hasta este domingo en que el domingo 34 coincide con el día de Cristo Rey.

     Todo ese largo período del Tiempo Ordinario, como hemos ido caminando y reflexionando juntos aquí en Catedral, se han dado cuenta que es un continuo enseñar de Cristo: su doctrina, su modo de pensar, cómo quiere a los hombres. Es precioso el Evangelio que se escondió para este año, el de San Lucas; nos presenta este magisterio de Cristo, caminando hacia Jerusalén. Si ahora recordáramos los diversos evangelios que hemos venido siguiendo estos años, todos han sido episodios que el Evangelio de San Lucas nos presenta en un caminar [334] hacia Jerusalén. Y ahora hemos llegado, y la cumbre de Jerusalén es el Calvario. Cristo está crucificado; pero su meta, su recorrido, ha sido una larga enseñanza de maestro, un profeta que ha enseñado a los hombres las bienaventuranzas, el perdón, el amor, la comprensión. El evangelio es el único camino iluminado, hermanos, para encontrar la solución de las cosas. Y la interrupción que se hizo en Cuaresma, en Semana Santa y Pascua, es precisamente para darle la otra característica a este reino de Cristo, reino sacerdotal. Cristo es el Hijo de Dios que se encarna, se hace hombre en las entrañas purísimas de María Virgen, y al unirse la naturaleza de Dios con la naturaleza humana proporcionada por una mujer, resulta ese conjunto que se llama Cristo, Hijo de Dios e Hijo de Hombre. Y como hombre, ungido por la personalidad de Dios, por el Espíritu Santo, es sacerdote eterno.



REINO SACERDOTAL

     María concibe en sus entrañas un Dios que, al hacerse hombre, se hace sacerdote, medianero de las causas humanas. Por eso, María es también Madre de la Iglesia. Y en esta fiesta de Cristo Rey, nuestra mirada se vuelve filial y cariñosa, a la Virgen María, Madre de Cristo, Madre del rey, Madre del profeta, Madre del sacerdote eterno. Y como sacerdote, Cristo sube a Jerusalén callado ya; ya habló, ya enseñó con la boca. Ahora un ejemplo es la entrega absoluta, sacerdotal, silenciosa. En la cruz, Cristo muere, Cristo muere como sacerdote, sacerdote que da su vida por la gloria de Dios y por la salvación de los hombres. El reino de Cristo no lo podemos concebir sin este gran concepto salvífico, mesiánico.

     Cuando los profetas del Antiguo Testamento anunciaban la venida de Cristo, confunden una doble perspectiva: la perspectiva mesiánica-temporal de Cristo y la medida escatológica, la eterna, donde el reino de Cristo va a llegar a su consumación, o sea que Cristo, viniendo al mundo como sacerdote, da un sentido sagrado a la creación, da un sentido de orientación hacia Dios de todo lo creado. Cristo encarnado, naciendo, viviendo entre los hombres, es Dios que le está dando, a la historia y al universo, su sentido divino, su verdadera orientación.

     Cristo, sacerdote y redentor. Su primera fase, es esta que estamos viviendo, desde su primera venida, hace veinte siglos, hasta la hora del fin del mundo, que no sabemos cuándo será. No importa la hora, lo que importa es que ya nos encontramos en esa fase en que las promesas del Antiguo Testamento se hicieron realidad en el rey que nació de María Virgen y que ese rey ya vive eterno, porque murió en la Cruz y resucitó. Resucitó y está lleno de vida y su vida la está ofreciendo a este pueblo que lo va siguiendo. Este reino pues de la verdad y de la vida, reino sacerdotal. Todos los pecadores encontramos en Él, el perdón, porque su sangre derramada en la Cruz es el sacrificio que alcanzó el perdón de todos los crímenes. Por eso, cuando desde allí denunciamos los pecados que manchan nuestra historia, llamamos a los pecadores a conversión. Nunca [335] llamamos a las víctimas a la venganza, eso no es cristiano, sino que llamamos al que cometió el crimen: conviértete que Jesús murió también por ti, te está esperando para perdonarte.

     ¿Quién me diera, hermanos, esta palabra del sacerdote eterno, Cristo rey, llegara hasta esos antros donde están escondidas tantas manos criminales, tantos que han dejado en el misterio hombres muertos y desaparecidos y les tocara la gracia de Cristo: conviértanse, volvamos al reino de este amor donde no caben esas situaciones sangrientas? Cristo, sacerdote, en esta primera fase nos está dando tiempo hasta la hora de nuestra muerte, hasta la hora en que Él venga a juzgar a vivos y muertos. Entonces, cuando termine la historia, Cristo terminará también su misión sacerdotal, mesiánica, temporal, para iniciar entonces con aquel juicio final, que ya lo describe el evangelio de San Mateo, tremendo, apartando a la derecha a los que no quisieron obedecer: «Venid, benditos de mi Padre a poseer el reino; un reino que yo conquistaré en la tierra y que ahora lo entrego al Padre para que Él sea todo en todas las cosas».

     Hermanos, yo auguro a todos ustedes que aquel día nos encontraremos a la derecha del Juez para ser llamados benditos del Padre por el perdón sacerdotal de Cristo. Y en cambio a los réprobos, a los que no aprovecharon su misericordia, a los que, en vez de oír la voz misericordiosa de la Iglesia, la calumnian y la desprestigian, todos aquellos que le ponen murallas al reino de Dios, todos aquellos que pecan contra el Espíritu Santo, todos esos estorbos del reino de Cristo en la tierra, si no se convierten a tiempo, ya está la sentencia, ya están juzgados, dice Cristo: «Apartaos, malditos al fuego eterno, preparado para el demonio, el rebelde y sus seguidores. Porque tuve hambre y no me distéis de comer. Tuve sed y no me distéis de beber. Estuve desnudo y no me cubristeis. Estuve encarcelado, desaparecido asesinado, y no tuvisteis misericordia de mí, y asustados, los réprobos le preguntarán: «¿Cuándo, Señor?» Y Él dirá: «Siempre que atropellaseis a uno de mis hermanos pequeños, a mí me atropellaseis».

     Ah, si se supiere, hermanos, que en esta hora del mesianismo temporal de Cristo, Él está encarnado en cada hombre, cómo nos respetáramos, cómo nos amáramos, cómo desaparecería esa explotación del hombre por el hombre. No hay clases sociales ante Cristo. Él es todo en cada hombre, hasta en el más harapiento, hasta en el más rico. Cristo está en todos y no es justo odiar ni al rico, ni despreciar al pobre, que es la ley del amor que Cristo quiere establecer en la tierra. Este es el reinado temporal de Cristo. Y cuando Él dice ante Poncio Pilato, «Mi reino no es de este mundo», y cuando huye de las turbas que lo quieren hacer rey, no es porque él no tenga potestad en las cosas de la tierra, sino porque eso lo ha dejado para que los hombres los administren según su pensamiento. El gobernante, el legislador, el juez, no es dueño de la Patria, ni de las leyes ni de la justicia. Es un administrador del reinado de Cristo que tiene que administrar la justicia, el gobierno, el bien común, según el pensamiento del rey justo, del rey amor, del fraternal. Y si un gobernante no cumple [336] con esta soberana ley del Rey de Reyes y Señor de Señores, el también será el azote inservible, ya que castigó a un pueblo pero que es echado al fuego eterno.



REINO ESCATOLÓGICO

     Hermanos, esta es la historia bajo la luz de Cristo rey. Y cuando llegue la consumación final, el reino escatológico, que ya lo explicamos en otro domingo, cuando Cristo caminando en esa peregrinación luminosa hacia el reino de los cielos a poseer la felicidad para siempre (y mientras van los réprobos también camino de su castigo eterno), qué feliz será que esta Iglesia que ya inició el reino de Dios en la tierra, toda ella congregada por su pastor divino, se encuentre en ese número de los que se salvan. No digo que sólo los de la Iglesia se salvan. En la misma se dice, muy hermoso: «Oh Dios, que tendiste tu mano misericordiosa para que la encuentres todo el que te busca». Ya les expliqué en una ocasión que hay religiones paganas, que no son cristianas, no han conocido a Cristo, pero sus hombres viven con una moral intachable, mejor que la de muchos cristianos, y ellos se salvarán, y no muchos cristianos, porque no basta estar en el cuerpo de la Iglesia que es el reino de Cristo (pero muchos sólo están en el cuerpo en pecado), sino que hay que estar en el corazón de la Iglesia. Y los que están fuera de los límites geográficos o visibles, jerárquicos, de la Iglesia, pero cumplen la ley de Dios por la iluminación de Cristo que misteriosamente les está llegando, ellos están el corazón de esa Iglesia de Cristo, mejor que muchos que viven en la Iglesia, pero no viven la Iglesia.

     Por eso, hermanos, es necesario que a la luz de Cristo rey, examinemos que esas tres categorías de Cristo, profeta, sacerdote y rey, son características que el bautismo ha dado a cada bautizado, para que colabore con Cristo. Como sacerdote, cada cristiano tiene que colaborar para que el mundo sea consagrado a Dios. El padre de familia, la madre de familia, los jóvenes, los niños, los bautizados todos tienen que sentirse pueblo sacerdotal y hacer que su hogar, su empresa, su hacienda, su finca, su negocio, su trabajo, su taller, todo sea iluminado por esta realeza de Cristo nuestro Señor.

     Qué hermoso será el día en que cada bautizado comprenda que su profesión, su trabajo, es un trabajo sacerdotal, que así como yo voy a celebrar la misa en este altar, cada carpintero celebra su misa en su banco de carpintería, cada hojalatero, cada profesional, cada médico con su bisturí, la señora del mercado en su puesto, están haciendo un oficio sacerdotal. Cuántos motoristas sé que escuchan esta palabra allá en sus taxis; pues tú, querido motorista, junto a tu volante, eres un sacerdote si trabajas con honradez, consagrando a Dios ese tu taxi, llevando un mensaje de paz y de amor a tus clientes que van en tu cuerpo.



UN PUEBLO SACERDOTAL

     Y así, hermanos, cuánto bien haríamos si en vez de difamarnos, desacreditarnos y odiarnos, trabajáramos como un solo pueblo sacerdotal, orientando [337] con Cristo hacia Dios esta naturaleza creada para Dios. Y como profeta, Cristo nos ha hecho también participantes de su misión de llevar la palabra, el mensaje. El padre de familia es sacerdote en su hogar y profeta. Tiene que corregir, tiene que orientar. El patrono, el profesional también tienen, todos, hermanos, aquí no hay nadie en la Catedral, no los que están escuchando por radio, no hay nadie que no tenga una misión profética, la misión profética de anunciar el reino de Cristo, de denunciar los pecados contra este reino y de atraer a todo el mundo hacia Cristo.

     Y finalmente, la función de Cristo rey; su realeza quiere decir un reino social, un reino de justicia cristiana, de amor y de paz. Todos tenemos que colaborar para que los bienes creados por Dios las cosechas que ahora se están levantando, las leyes, las estructura sociales, económicas, políticas, respeten los derechos de los hijos de Dios. Sea el reino de Dios verdaderamente una realidad que abre los caminos a la predicación del evangelio.

     Gracias, hermanos, por escucharme y por reflexionar. Yo les invito a que celebremos esta misa íntimamente unidos, con esa presencia que todavía es invisible. En la hostia y en el cáliz Cristo no se ve, pero está. Y eso basta a un cristiano. Está Cristo aquí en medio de la sociedad cristiana; en medio de esas comunidades de base, donde ahora están reunidos reflexionando, ahí está Cristo. Aquí en Catedral, Cristo es ustedes, hermanos. Este Cristo vive. En Él pongamos nuestra esperanza. No desesperemos. Cierto, les decía que hemos vivido una semana que inicia, parece, una nueva fase de terror, de miedo, de violencias quiera Dios que no. Los cristianos, desde luego, no se dejen llevar por el miedo, vivan en su corazón la certeza de que Cristo vive. Vive ofreciéndonos todas las soluciones de los problemas. Únicamente nos pide que no seamos sordos, mucho menos perseguidores de su mensaje, sino que lo escuchemos y tratemos, sobre todo, de vivirlo. No señalemos en otros las culpas de los males. Veamos a nosotros mismos, si hemos vivido realmente como verdaderos seguidores del Cristo Profeta, del Cristo sacerdote, del Cristo rey. [338]



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Iglesia perseguida

Santa Catalina de Alejandría
25 de noviembre de 1977
Apopa

     ...25 de noviembre de 1977, en esta misma mañana, pues, esta rica tradición de Apopa de ver año con año reunida a su comunidad que tiene fe en Cristo, para honrar a su patrona, Santa Catalina de Alejandría. Es una circunstancia que nos invita a reflexionar en una vida que no se acaba, que vive hasta la consumación de los siglos: la Iglesia. Somos la Iglesia. Y aun cuando no estamos siempre aquí en el templo, cada uno allá en su casa, en su finca, en sus quehaceres, en su cantón, allá llevamos la fe en el corazón. Y llegado este momento u otra circunstancia de la vida de la Iglesia como vida espiritual que está en este mundo, nos reunimos y damos este espectáculo que estamos dando esta mañana. Esto nos invita a reflexionar, y vamos a reflexionar, hermanos, después de haber escuchado la palabra del Señor, que nos habla de una supervivencia sobre la muerte, de un valor que flota por encima de las persecuciones, de un triunfo que cada vez es más grande en la medida en que quieren deshacernos. Es que contra Dios no se puede, y la vida de Dios va animando esta Iglesia santa, que es la esposa bella de nuestro divino Redentor.

     ¿Quién le iba a decir a aquella joven del siglo III, Catalina de Alejandría, que su nombre no se iba a quedar sólo allá, en el cariño de su familia y de sus conocidos, en aquella ciudad de sabiduría, donde se daban cita grandes filósofos, grandes teólogos? La escuela de Alejandría es famosa en la historia. Allí se dieron cita las filosofías más profundas de Grecia. Y al mismo tiempo, los teólogos más grandes del cristianismo trataron de empalmar esta ciencia filosófica [339] de los hombres con la sabiduría revelada de Dios, que es la palabra divina, que se lee en la Iglesia. Y salieron esas bellísimas catequesis de Alejandría, esos tratados teológicos, esos comentarios y trabajos bíblicos, que todavía después de los siglos, siguen siendo la admiración de los estudiosos.

     En esa Alejandría, famosa por la ciencia, por la reflexión, por la filosofía que se bautiza de teología; allí nace esta joven, al principio pagana, pero reflexiva como todas las almas que profundizan en sus pensamientos, sabe que mucho más bello que el pensamiento de los grandes filósofos de la tierra aparecen las sencillas parábolas de Cristo, su vida, su evangelio, sus bienaventuranzas. Descubrió la margarita del evangelio y se aferró a ella y fue cristiana y, un día, la persecución.



POR QUÉ SE PERSIGUE LA IGLESIA

     Hermanos, no nos debe de extrañar cuando se habla de Iglesia perseguida. Muchos se escandalizan y dicen que estamos exagerando, que no hay Iglesia perseguida... pero sí es la nota histórica de la Iglesia; siempre tiene que ser perseguida. Una doctrina que va contra las inmoralidades, que predica contra los abusos, que va siempre predicando el bien y atacando el mal; es una doctrina puesta por Cristo para santificar los corazones, para renovar las sociedades, y naturalmente, cuando en esa sociedad o en ese corazón, hay pecado, hay egoísmo, hay podredumbres, hay envidias, hay avaricias, pues, el pecado salta, como la culebra cuando tratan de apelmazarla, y persigue al que trata de perseguir el mal, el pecado. Por eso, cuando la Iglesia es perseguida, es señal de que está cumpliendo su misión. Está desterrando el pecado del mundo, y naturalmente el mundo se levanta contra la bondad de la Iglesia para desecharla, para calumniarla, para difamarla, para desacreditarla, tal como está pasando en estos días. Ustedes leen los periódicos: campos pagados, en que se insinúa que la Iglesia es la culpable del malestar. La televisión, la radio: ¡qué campaña más infernal contra nuestra Iglesia! Es el pecado que surge contra el reino de Dios que trata de implantarse.

     Así fue en los tiempos de Catalina de Alejandría, cuando esa sencillez del evangelio, de las parábolas, predicaba la bondad de los corazones, reclamaba: «Conviértanse de sus pecados». Naturalmente, el Imperio Romano, el emperador Maximino, que según la teoría de los emperadores eran dioses y querían que se les adoraran, gobernantes, dioses. Los cristianos no pueden adorar a otro Dios más que el único Dios verdadero, y cuando un gobierno, llámase como se llame -en aquel tiempo se llamaba Maximino-, Imperio Romano, quería endiosar sus gobernantes, la Iglesia, el catolicismo decía: «No. Nosotros sólo tenemos un Señor, un Dios, Cristo, nuestro Señor». Y entonces los falsos dioses perseguían a los que no los adoraban. Y así cundían aquellas persecuciones, en las cuales surgieron esa gloriosa muchedumbre de hombres y mujeres que se llaman los mártires. [340]

     Una de esas mujeres mártires es Nuestra Patrona, queridos hermanos de Apopa. Santa Catalina sabia en aquella sabiduría de su ambiente y cristiana, profundamente cristiana, no podía escapar a esta persecución. Y fue llevada a los tribunales. Y fue halagada; porque primero la persecución trata de halagar, de domesticar, y cuando uno se doblega ante estos halagos, pues no hay necesidad de perseguirlo, ya está vencido. Por eso, mucho cuidado, queridos hermanos, no se dejen halagar. Cuando el halago viene del pecado, y cuando se trata de no molestarse, de no sacrificarse, de estar bien, de instalarse cómodamente en la tierra, eso es malo, porque entonces ya uno se hizo también perseguidor.

     Entonces Catalina, que no se dejó domesticar por los halagos. Comenzaron entonces la segunda parte, las amenazas, las amenazas tremendas, y en una forma muy fina, la discusión científica. Miren, así como Dios entra al corazón del hombre por sus caminos: Por la sabiduría entra a los sabios, por la sencillez entra a los sencillos. Catalina, que era sabia, muy inteligente, trató de entrar Dios por la sabiduría. Así conoció a Dios. Pero también el demonio, la persecución entra por los caminos que halagan al hombre, y a Catalina trató de entrarle también por la sabiduría. Y nos cuenta su martirologio, su estudio de su vida, que el emperador le dijo: «Vas a discutir con los sabios del imperio». Y le llevaron los filósofos que eran los consejeros, los sabios de Alejandría. Y Catalina la tenemos ahí en medio de sabios que trataban de poner objeciones contra sus creencias, que le trataban de arrancar de la mente la idea de Dios, que le trataban de poner en ridículo el creer en un Cristo que es Dios y hombre al mismo tiempo, que le trataban de arrancar su fe en una Iglesia que pretende llegar hasta la consumación de los siglos. Y le decían: «No ves que es ridículo todo eso, que no hay más sabiduría que la ciencia humana, y más aún cuando el imperio te ofrece grandes ventajas, si tú renuncias a ese credo ridículo de los cristianos».

     Catalina iba respondiendo una a una de las objeciones de sus adversarios, y los convenció. Y nos cuenta la tradición, que en vez de convencerla a ella para que renegara del cristianismo, convenció a los sabios para que se hicieran cristianos. Miren cómo es la sabiduría de Dios. La ciencia, cuando Dios la ilumina y cuando los hombres la escuchan con la buena voluntad con que ustedes, tan amablemente me están escuchando... espero que todos, espero que no haya quien me esté escuchando únicamente para ver en qué me coge, para ir a dar una mala información después. Mucho cuidado, porque el que viene a escuchar la palabra de Dios con maldad, con malicia de espionaje, ya está pervirtiendo su corazón. Y Dios lo puede castigar rechazándolo y no admitiéndolo a este conocimiento de la ciencia divina.



CRISTO SIGUE PREDICANDO

     Vayamos a escuchar la palabra del Señor, como iba Santa Catalina a los teólogos y sabios cristianos de su tiempo, a aprender la doctrina de Dios, nunca para espiar, nunca para perseguir; siempre para recibir con amor lo que Dios [341] nos ha revelado. Y así, aquellos sabios, pues, que empezaron tal vez, maliciosamente, pero que Dios, con su gracia, les preparaba el corazón, acabaron creyendo en la fe en que Catalina también creía. Esto, hermanos, el ejemplo bello de vuestra patrona, me lleva a recoger una página del Concilio Vaticano II y aplicarla a ustedes, queridos y amables oyentes de esta santa misa de la Iglesia parroquial de Apopa, en honor de Santa Catalina. Oigan este bello pensamiento del Concilio, que es para ustedes esta mañana: «Cristo, el profeta que viene de parte de Dios para predicar el reino de Dios con el testimonio de su vida y la fuerza de su palabra, sigue predicando en el mundo hasta la consumación de los siglos, no sólo por el ministerio de sus obispos y sacerdotes, sino también por el testimonio de la vida de sus cristianos, a los que los consagra testigos de su fe y les da la fuerza también de su palabra».

     Quisiera repetir esto, porque aquí está hermanos, la explicación de la pregunta que les hacía al principio: ¿por qué hoy, el 25 de noviembre de 1977, la comunidad de Apopa se reúne, con cariño y con fe, para honrar a su patrona, Santa Catalina, como lo hicieron los padres y abuelos de esta comunidad? ¿Saben por qué? Porque Cristo sigue predicando, no sólo por su párroco, sino a través de todos los padres de familia, a través de las mujeres piadosas y buenas de esta comunidad, a través de todo aquello que es cristiano. La comunidad, los hombres y mujeres que formamos la Iglesia, hemos sido ungidos por Cristo desde nuestro bautismo para ser profetas; es decir, para conservar en el mundo, (por el testimonio de nuestra vida, con nuestro buen ejemplo y con la fuerza de nuestra palabra) el buen consejo, la iluminación del padre de familia a sus hijos, a su esposa. La comunidad se conserva, no porque Cristo esté hablando sensiblemente, sino porque Cristo se vale de cada uno de nosotros, de cada uno de ustedes, para seguir predicando el reino de Dios. Y por eso hay reino de Dios en Apopa; por eso hay cristianismo y hay fe en las familias y en los corazones de esta población y de sus cantones, porque Cristo sigue haciendo su misión profética a través de su pueblo santo, no sólo de sus ministros, que somos los sacerdotes, el Obispo con quien colaboran los sacerdotes, en comunión con el Obispo, sino también el pueblo bautizado, en comunión con el Obispo. El Obispo es como el maestro autorizado, como la piedra de toque en la cual se confronta si la doctrina que predica un sacerdote o una familia es verdadera doctrina del reino de Dios, o es falsa doctrina.

     Aquí, muy cerca, tienen ustedes el caso. En Quezaltepeque un sacerdote, en rebelión contra el Obispo, ya está confrontando que está fuera de la comunión, que su doctrina no es reino de Dios, que sus actuaciones no construyen la Iglesia. Y pobrecitos los hombres y mujeres que sigan la predicación, la actuación de un sacerdote rebelde que ya rompió en excomunión con el Obispo. Ojalá que esta palabra pudiera llegar también hasta Quezaltepeque, y que ese grupito politiquero que ha tratado de hacer del pobre padre Pineda Quinteros, no un ministro en quien buscan la palabra, sino un pobre instrumento tonto para sus fines políticos de molestar a la Iglesia, se conviertan y no jugaran con el reino santo de Dios. Ojalá que no vayan a caer en el engaño de sentirse apoyados [342] políticamente; porque esto es muy fácil mientras dura la vida, pero cuando llegue la hora del juicio del reino de Dios, los que construyeron con Él, el verdadero auténtico reino, aunque esté perseguido, perseverarán para siempre. En cambio, el que quiso salvar su vida, valiéndose de las ventajas de esta tierra, ése, dice Cristo, perderá su alma para siempre. Entonces, hermanos, esta misión profética tiene que confrontarse. Y aquí es fácil distinguir si mi palabra, si la creencia de mi hogar, si la enseñanza de mi doctrina es verdadera o es falsa. Si estoy en comunión con el Obispo y ese obispo está en comunión con el Papa, no hay duda, esta es la verdad, este es el reino de Dios que Cristo ha traído a la tierra y que lo entregó a la fuerza de la palabra de su Iglesia y a la grandeza del testimonio cristiano.



CADA UNO LLEVA LA PALABRA

     Por eso hermanos, yo les invito, como a Santa Catalina de Alejandría, que cada uno de nosotros nos convirtamos en un trabajador de esa evangelización. ¿Qué otra cosa está haciendo la Iglesia en el mundo? Esa palabra lo dice todo: la evangelización, es decir, llevar el evangelio al hogar, al pueblo, a todas partes. ¿De qué manera? Con la fuerza de la palabra y con el testimonio de vida. Son los dos grandes instrumentos de la evangelización. La fuerza de la palabra. La palabra es fuerza. La palabra, cuando no es mentira, lleva la fuerza de la verdad. Por eso hay tantas palabras que no tienen fuerza ya en nuestra patria, porque son palabras mentiras, porque son palabras que han perdido su razón de ser. Si la palabra no es para llevar la verdad, esa palabra ya no tiene por qué existir. La palabra existe cuando es un vehículo de la verdad: y entonces es fuerza la palabra. Y la palabra es fuerza cuando lleva una doctrina que parte de Dios, que lleva la palabra del reino de Dios.

     Hermanos, espero que en esta oportunidad revisen (queridos padres de familia, queridos catequistas, celebradores de la palabra, los que colaboran con Cristo a difundir su reino por la fuerza de la palabra) el contenido de esta doctrina... Es necesario. Ustedes saben que en Roma se acaban de reunir los representantes de los obispos de todo el mundo, junto con el Papa, para estudiar el problema de la catequización, es decir, cómo transmitir a los niños y a los jóvenes el tesoro de la doctrina verdadera. ¿Y cómo es la doctrina verdadera. Pues, la que trajo Cristo: que existe un Dios, un Dios que nos ha creado; y que ese Dios envió a su Hijo para salvar al mundo; y que no hay salvación fuera de Cristo nuestro Redentor; y que esa redención de Cristo no solamente es una redención que la esperamos después de la muerte, es una redención que ya se opera en esta vida; y la palabra que a muchos molesta, la liberación, es una realidad de la redención de Cristo; que la liberación quiere decir de los hombres, no sólo después de la muerte para decirles; «Confórmese mientras viven». No, una liberación que es una redención que ya comienza en esta tierra; liberación que quiere decir que no existe en el mundo la explotación del hombre por el hombre. Liberación quiere decir redención, que quiere libertad para al hombre, de tantas esclavitudes. Esclavitud es el analfabetismo. Esclavitud es el [343] hambre, por no tener con qué comprar comida. Esclavitud es carencia de techo, no tener dónde vivir. Esclavitud, miseria, todo eso va junto. Y cuando la Iglesia predica que Cristo ha venido a redimir a los hombres, y que en fuerza de esa redención no deben de existir esclavitudes en la tierra, la Iglesia no está predicando subversión, ni política, ni es comunista. La Iglesia está predicando la verdadera redención de Cristo, que no quiere esclavos, que quiere que todos los hombres seamos redimidos, que ricos y pobres nos amemos como hermanos, que la liberación tiene que llegar a todas las situaciones y que no exista en este mundo una esclavitud... ninguna. Ningún hombre tiene que ser esclavo de otro ni de la miseria ni de nada que suponga el pecado en el mundo. Este es el contenido de esta revelación, de esta doctrina, de esta evangelización. Y sigue predicando la Iglesia que este reino de Dios que predica la evangelización, quiere llegar a formar la comunidad.



LA EVANGELIZACIÓN FORMA LA COMUNIDAD

     Hermanos, mientras la evangelización no termine en una comunidad, la evangelización no está completa. La evangelización que termina en comunidad quiere decir que yo, que creo en Cristo y en su redención, que creo en Dios y en mi salvación eterna y temporal, la comparto esta fe con otros hombres que creen lo mismo y entre estos hombres que creemos lo mismo formamos la comunidad: comunidad de fe, comunidad de amor, comunidad de redimidos. Esto es lo que está haciendo la Iglesia en la tierra: creando la Iglesia. Por eso, hermanos, cuando se trata de dispersar las comunidades, cuando se siembra el terror en los que predican la palabra de Dios, y en los que se reúnen para meditarla, se está persiguiendo a la Iglesia. Y tenemos derecho a reunirnos para completarnos unos con otros, para ayudarnos en nuestra reflexión comunitaria, a que nuestra fe vaya creciendo, nuestra adoración a Dios sea más profunda, más unida con otros hombres. Hacer comunidad, es un mandato de Cristo: «Id y predicad el evangelio, reunid a todos aquellos que crean la misma fe». Esta es la Iglesia: la reunión, la convocación de todos los que creemos en un solo Dios y en un Cristo Redentor.

     Y esta comunidad, hermanos, manifiesta que Cristo es su vida y que Cristo realiza en esa comunidad gestos que hacen presente su redención en medio de nosotros; y éstos se llaman los sacramentos. Cuando nace un niño en una familia cristiana, se le lleva al bautisterio de la Iglesia parroquial, donde el gesto del sacerdote echando agua en la cabecita del niño dice: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Es un gesto de Cristo presente en Apopa, que ha recogido ese niño, hijo de la carne, para hacerlo ya hijo del reino de Dios. Cuando uno, abrumado por el pecado, necesita el perdón, va al confesionario, donde arrepentido dice al sacerdote, «Padre, me acuso que he cometido este pecado», y el... sacerdote dice: «Yo te perdono en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Es Cristo que está presente en Apopa, por el ministerio, por el gesto del sacerdote que está perdonando en esa comunidad que se llama la parroquia de Apopa. Y este momento en que yo, como obispo, [344] y mis queridos hermanos sacerdotes rodeando este altar vamos a tomar de ustedes, en nombre de su trabajo y de sus tierras, de sus preocupaciones, de sus esperanzas, de sus alegrías, el pan y el vino y lo vamos a consagrar en Cuerpo y Sangre del Señor -«Esto es mi Cuerpo; esta es mi Sangre»- es Cristo el que a través de nuestros labios humanos realiza su presencia en esta comunidad de Apopa, para alimentar a todos aquellos que quieran acercarse a la santa comunión.



CRISTO CON NOSOTROS

     Queridos hermanos, esto es hermoso, saber que la comunidad Iglesia no va sola. No debe tener miedo, va Cristo con ella. Y en este momento en que el Obispo de la diócesis está explicando la palabra de Dios, no se fijen hermanos, en lo pobre de esta palabra. Fíjense en el mensaje celestial que a través de mi humilde ministerio, Cristo, maestro eterno, está dirigiéndoles a ustedes, que son su pueblo querido. Y dichoso el pueblo, la comunidad, que se reúne para escuchar a su obispo, escuchar a su sacerdote, porque en ese momento se está alimentando, no de una palabra de hombre, sino de una palabra de Dios. Yo siento esta inmensa responsabilidad, hermanos, que cada vez que predico, siento que no soy yo más que el humilde canal, como el micrófono que está transmitiendo, agrandando mi voz. Yo soy el micrófono, nada más de Dios, para hacer llegar a los oídos de ustedes lo que Dios les quiere mandar a decir. Y allá cada uno de ustedes en su corazón, la sinceridad con que está recibiendo esta palabra de Dios para convertirse a Él y agradecerle y entablar con Dios su diálogo personal, o para rechazarlo; porque cuando me critican a mí, cuando me calumnian en los periódicos diciendo que yo predico la subversión, cuando me llaman lo que me han querido llamar, hermanos, me da lástima, no por mí, sino porque sé que eso no termina en mí: «El que a vosotros desprecia» -me manda decir Cristo- «a mí me desprecia». El que paga campos pagados en los periódicos, en la radio, en la televisión, para que insulten a la Iglesia, no están insultando a los hombres, se está volteando hasta a Dios; y con Dios tendrán que entenderse. Esas ofensas, tan de bajo sentido, tan vulgares... ¿cómo no van a ofender a Dios nuestro Señor, las ofensas a sus ministros?

     Hermanos, porque la Iglesia, pues, es Cristo presente en la tierra, y cuando Catalina de Alejandría perteneció a aquella comunidad de Alejandría que dicen que fue fundada por el evangelista San Marcos -asistía, como asistimos hoy nosotros a esta fiesta, a escuchar a sus obispos, a sus sacerdotes-, ella sabía que se estaba alimentando de una doctrina que le da una vida eterna, y su memoria durará para siempre, porque todo aquel que se alimenta de la palabra eterna, también inmortaliza su alma. Y entonces, hermanos, cuando la comunidad...

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