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Monumento romano de Lloret de Mar, villa de la provincia de Gerona

Joaquím Botet i Sisó





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Á mediados del mes de Junio último (1891), hallándome incidentalmente en Lloret de Mar, algunos amigos me hablaron de restos de construcciones existentes al E. de la villa, y en un lugar de ella poco distante; restos que se suponían de alguna antigua capilla ó iglesia, por haber manifestado esta opinión uno de los rectores ó curas de Lloret del siglo pasado, en nota puesta en los libros parroquiales. Deseoso de visitar estas ruinas, con tanto más motivo cuanto hacía pocos días había publicado un escrito sobre la iglesia de la población1, prestóse á acompañarme el   —219→   estudioso secretario de aquel ayuntamiento, D. José Galcerán, y con él nos dirigimos al sitio en que se levantan, distante de la villa poco más de 2 km. Es este una pequeña explanada de la ladera oriental de un montecillo llamado Esquinsa, colocada entre dos torrentes que llevan las aguas pluviales al riachuelo Pagueras, plantada antes toda ella de viñedo y hoy en parte de alcornoques, con vista al mar y al extremo oriental de la playa de Lloret.

Al ver las ruinas comprendí al momento que no se trataba de restos de ninguna iglesia ni capilla, sino de una Torre sepulcral romana, de forma y disposición muy semejantes á las de la Torre de los Escipiones, de Tarragona, y al sepulcro romano de Vilablareix, de las cercanías de Gerona. Así lo dije al Sr. Galcerán. Notamos que era cuadrada la planta del edificio; que debía éste tener enterrado el basamento, pues á su alrededor, á flor de tierra, se veía un adorno hecho con tejas romanas; recogimos algunos trozos de tejas de entre los escombros; tomé un apunte al lápiz tal como me permitieron mis pocos conocimientos en el arte del dibujo, y como íbamos desprovistos de instrumentos, no pude averiguar sus dimensiones con exactitud.

No permitiéndome el tiempo que podía permanecer en la población practicar entonces trabajo alguno, encargué al Sr. Galcerán que se enterara de quién era el dueño de las ruinas y le pidiera permiso para hacer excavaciones, con el propósito de estudiar más tarde el monumento y dar cuenta del resultado á la Real Academia de la Historia. Entretanto publiqué la noticia del hallazgo en la Revista de Gerona (Julio, pág. 223), de donde la tomaron y reprodujeron muchos periódicos.

Á fines de Agosto pude realizar mis propósitos. Con la venia del propietario D. Juan Durall y Doménech, hice abrir una zanja alrededor de las ruinas y arrancar las hierbas y arbustos que habían crecido pegados á ellas, excepto dos alcornoques, el uno á su lado N. y el otro á su lado O., que no estaba autorizado para cortar. Esta zanja puso al descubierto el basamento ó zócalo de la torre por sus frentes E. y S., hasta la profundidad de 0,70 m., en que se halló la roca del suelo en el ángulo SE., quedando menos despejados los dos frentes restantes por razón de los troncos   —220→   y raíces de los alcornoques de que se ha hablado. La excavación practicada era, sin embargo, suficiente para tomar las medidas exactas del edificio y para que se ofreciera en su integridad al objetivo del fotógrafo.

También hice limpiar el interior del cuerpo principal de la torre, que por hallarse hace muchos años desmoronado y muy destruído, estaba lleno de hierbas y de tierra medio consumida por el tiempo y la humedad. En su parte inferior y el centro, á unos 0,06 m. sobre el nivel superior del basamento, apareció un hueco ó nicho de forma semiovalada, solado de argamasa, de 0,65 m. de diámetro y poca mayor altura: lo hallamos abierto y lleno únicamente de tierra; pero mostraba haber estado herméticamente cerrado por el macizo de la torre antes de la ruina de ésta. Hice practicar en él un agujero con la intención de saber si debajo seguía hueco; pero á la profundidad de unos 0,35 ó 0,40 m. lo suspendí, convencido de que el basamento era todo él relleno ó macizo.

En estos trabajos se invirtieron la tarde del día 20 y los días 21 y 22; y como el 23 debía regresar á Gerona, el Rdo. D. Narciso Doménech, canónigo, residente en Lloret, me hizo el obsequio de encargarse de procurarme fotografías del monumento, valiéndose de su amigo el coronel retirado D. Antonio Palou y Comaserna, aficionado al arte fotográfico, que acostumbra veranear en la villa.

No obstante mis recomendaciones, el celoso concurso de otras personas ilustradas y muy en particular el del señor alcalde de la población, D. Agustín Cabanyas que se apresuró á dictar disposiciones oportunas, no ha podido evitarse que, excitada en alto grado la curiosidad de los lloretenses, una parte del vulgo y en especial los chiquillos, creyendo equivocadamente que allí había y se buscaban tesoros, ó por lo menos objetos de gran valor material, se haya lanzado sobre los restos del monumento y causado en él notables desperfectos, destruyendo entre otras cosas en su casi totalidad el característico adorno de tejas de sobre el zócalo, ya bastante destrozado por las raíces que en sus intersticios habían penetrado.

Tampoco faltó quien tomando la cosa á broma esparciera alrededor   —221→   de las ruinas pedazos de carbones azufrados y fragmentos de cacharros de barniz vidriado de plomo, echando á volar la especie de que unos rapazuelos, escarbando en el agujero cuya excavación suspendimos, habían encontrado la olla y hallándola llena de carbones la habían roto echándola al suelo. Un amigo que acababa de llegar de Lloret, me mostró en Gerona algunos trozos de lo que se supuso urna cineraria y restos humanos carbonizados y pude comprobar la superchería. De ello no hubiera hecho memoria aquí á no haberse ocupado del hallazgo, atribuyéndole importancia un periódico de Barcelona (Correo Catalán, jueves 27 y sábado 29 de Agosto, ediciones de la mañana).

Esto hizo que la curiosidad se despertara más y más, y que mi amigo D. Juan Sala y Fábregas, lloretense entusiasta, se resolviera á continuar la exploración, obteniendo permiso para arrancar los alcornoques que estorbaban, lo que verificó ensanchando y profundizando la zanja ya abierta y haciendo otros trabajos cuyos resultados han sido los siguientes:

l.º Comprobar que la construcción se apoya sobre la roca del suelo; que el zócalo ó basamento era completamente macizo; y que debajo de él tampoco había ninguna cavidad ni hueco, pues profundizando el agujero abierto en el centro de la torre, atravesó el zócalo y halló la roca de la que hizo saltar algunos pedazos.

2.º Hallar en una excavación practicada á la distancia de 1,75 m. y á la profundidad de 0,78 m. de la base del monumento, frente á su fachada meridional, dos fragmentos de vajilla romana de barro rojo barnizado, con dibujos y figuras de relieve en su parte extrema, de la clase conocida con la denominación de barro saguntino, que tanto abunda en Tarragona, Empurias y otros lugares.

3.º Descubrir al lado de poniente de la torre sepulcral á muy poca profundidad y á la distancia de 0,30 m. de la base de ella, un espacio cerrado por tres de sus lados con tejas y ladrillos de 0,75 m. de ancho por 0,80 m. de largo, paralelo al monumento. Dentro de él se hallaron, y fueron recogidos, buen número de huesos humanos reducidos á fragmentos tan pequeños, que el mayor, que corresponde á uno de los huesos que los anatómicos llaman largo, alcanza apenas la longitud de 0,04 m.; un clavo de   —222→   cobre de 0,06 m. de longitud; un vaso lacrimatorio de vidrio de 0,09 m. de altura, y dos platos ó copas rotos de barro negruzco finísimo y de paredes tan delgadas que su espesor llega solo á 0,001 m. Interior y exteriormente están cubiertos de una pátina ó barniz blanco mate.

Este espacio que por sus dimensiones y el estado de los huesos es imposible calificar de sepultura en que se hubiese inhumado un cuerpo humano, era indudablemente un ossarium, que contenía los restos de uno ó más cuerpos ya consumidos, ó las cenizas y pedacitos de huesos de uno ó más cadáveres quemados. Al descubrirse estaba ya muy destruído y lleno en consecuencia de tierra, con la que se hallaron mezclados y revueltos los huesos, formando una masa compacta. Uno ó dos ladrillos, rotos en situación vertical, lo cerraban por el lado más estrecho; verificándolo por las dos mayores tejas rotas, inclinadas como para apoyarse unas á otras, y con el reborde descansando sobre la roca del suelo, que le servía de pavimento. Tanto los ladrillos como las tejas estaban rotos por su parte superior, siendo su altura máxima de 0,20 m. á 0,25 m. Continuada la excavación en el sentido de la longitud nada se encontró; ni huesos, ni objetos, ni trozos de barro cocido, que permitiese suponer mayor extensión al hueco funerario, por lo cual, y á pesar de haberse hallado abierto por uno de sus extremos, soy de opinión que su longitud era la señalada, ó sea 0,80 m.

El Sr. Sala ha regalado al Museo provincial parte de los objetos por él hallados, y ha hecho sacar además de la torre sepulcral dos vistas fotográficas, aprovechando el paso por Lloret de ua fotógrafo de Villanueva y Geltrú.

El monumento sepulcral tiene, como llevo dicho, el aspecto propio de la Torre de los Escipiones y el del sepulcro de Vilablareix; razón por la cual era conocido vulgarmente en el país, con el nombre de Torre dels moros. Está dividido en tres cuerpos: inferior, basamento ó zócalo; central, ó torre propiamente dicha, y superior, terraza ó plataforma.

El basamento, macizo, es próximamente cuadrado (digo próximamente, porque entre sus lados se observa alguna pequeña diferencia) y tiene de lado 2,80 m. Su altura sobre el nivel del suelo   —223→   es de 0,60 m. Encima de él corría un adorno de tejas, cuyo reborde ó escuadra ocupaba la parte más saliente; de modo que siendo tres las hileras de tejas superpuestas y reentrando cada hilera de abajo arriba para ganar el espacio de 0,35 m., que separa el zócalo del cuerpo de la torre, formaban tres pequeños escalones con su reguera correspondiente, cerrada por el resalto vertical de las tejas. Este adorno que vi aún muy completo en los lados NE. y O., está hoy casi del todo destruído. Su altura total es de 0,30 m.

Sobre el basamento y adorno se levanta el cuerpo central hasta la altura de 2,65 m., formando un prisma macizo de 2,10 m. de lado. En su parte central inferior había, la cavidad ó nicho descrito. De él se conserva casi íntegro el frente oriental, casi la mitad del septentrional, muy poco del de mediodía y está derruido lo demás. Remataba este cuerpo una sencilla cornisa formada por tres hileras de ladrillos sobrepuestos y de alta 0,16 m. Esta cornisa era con probabilidad algo saliente; así lo justifican los restos del enlucido que sobresalen algo al acercarse y tocar á ella; pero es imposible hoy determinar su dibujo por estar rotos y desgastados los ladrillos.

Arriba estuvo la terraza ó plataforma, abierta por el frente que mira á mediodía, ó sea al mar, y cerrada por los tres restantes por una pared de 0,44 m. de grueso y 0,94 m. de altura, donde esta es mayor, pero creo que está algo desmochado y que el monumento tenía mayor elevación. El lado oriental y el ángulo NE. de esta pared ó baranda, se conservan perfectamente visibles. La terraza ó espacio libre interior tenía 1,15 m. de frente ó ancho, por 1,55 m. de largo ó fondo, y estaba sin cubrir. La parte exterior de la pared ó barandilla tiene 2,06 m. de lado ó sea 0,04 m. menos que el cuerpo central de la torre.

Todo el edificio está construido con piedra del país careada y algo pulimentada en sus frentes exteriores, dispuestas en hiladas irregulares y unidas con argamasa; observándose que para llenar los huecos resultantes de la desigualdad de las piedras, aprovecharon pedazos de ladrillos y otros trozos de barro cocido. Estuvo enlucido al exterior para darle mejor aspecto; lo demuestran los considerables restos de él que quedan en su frente más conservado   —224→   y los menos importantes que se notan en los más destruídos. El espesor del enlucido aumentaba el acercarse á la cornisa, por lo que creo que, en unión con los ladrillos; contribuía á formar el dibujo de esta.

El frontis del monumento era su lado ó cara meridional, abierta por la parte superior. En él y debajo de la cornisa debió ponerse la inscripción si es que la tuvo el sepulcro. Por desgracia es uno de los lados más destruídos; y nada puede saberse, mayormente no habiendo parecido entre los restos dispersos ningún fragmento de ella.

La historia no proporciona dato alguno para el estudio de este monumento. Los autores antiguos no hablan de Lloret; y está fuera de duda que esta población no puede identificarse con la antigua Iluro ó Ilduro, que sitúan más al S. de Blanes en la costa del mar, puesto que Lloret se halla unos 7 km. más al N. de la misma. Puede no obstante conjeturarse en vista de los restos descritos, de los fragmentos de cerámica romana que halló años atrás D. Fidel Fita junto á la ermita de Santa Cristina (El Gerundense y la España primitiva, Discurso, etc., segunda edición, página 56, nota 1) y de algunas monedas emporitanas que se recogieron en la playa la última vez que el mar se llevó un trozo de ella; que Lloret fué una aldea rural, ó vicus, perteneciente al término de la vecina ciudad de Blanda, municipio de ciudadanos romanos según Plinio (N. H., S. III ), comprendido en la región de los Laetanos ó Laietanos ó, como quieren otros, de los Lartoletas, suponiendo, fundados en un pasaje de Strabón (Geogr., S. III), que estos formaban región aparte con territorio propio, entre los Laietanos y los Indigetes, junto al río Larnum ó Tarnum, nombre que daban los antiguos al río Tordera.

No sirven mas, á este propósito geográfico, los objetos hallados hasta el presente en Lloret (Laureto), que son los que comunmente se encuentran en casi todas las sepulturas romanas.

Teniendo presente que los romanos quemaban ó incineraban los difuntos, y no los inhumaban ó enterraban desde los tiempos florecientes de la República, que fué poco más ó menos cuando conquistaron la España, hasta principios del siglo III de nuestra   —225→   era, puede presumirse que la Torre sepulcral de Lloret es anterior á este siglo.

Efectivamente, la pequeña cámara semiovalada del centro de la torre sepulcral, no podía tener otro objeto que el guardar una ó dos urnas con cenizas; y el ossario descubierto por el Sr. Sala, tampoco pudo haber servido de enterramiento, sino de depósito de huesos y cenizas. Además de sus dimensiones y de su forma casi cuadrada, lo persuaden los huesos recogidos, cuya calcinación y color muestran que han sufrido la acción del fuego. El único reparo que puede hacérsenos es su peso, pero este se explica por haber absorbido y asimiládose sustancias extrañas con el transcurso del tiempo, después de haber perdido con una cremación imperfecta su parte gelatinosa. Los pequeños trozos que se conservan patentizan, asimismo, que fueron de una persona algo crecida en edad; y así era imposible cupiese en la longitud de 0,80 m. que tiene el ossario.

Por lo que hace á mayores noticias me concretaré á recordar lo que escriben los Sres. Albiñana y Bofarull en su Tarragona monumental, al hablar del sepulcro de los Escipiones: «Nada, pues, en este monumento nos dice á qué ilustres personas se dedicó, y en vano acudiríamos á la historia, que también guarda silencio sobre este particular.» Refiriéndose poco después al hallazgo al pie de la torre en el año 1802 de una urna cineraria de vidrio con restos de un esqueleto de párvulo, una medalla de Augusto y dos pomitos ó lacrimatorios de vidrio, añaden: «semejantes restos inmediatos al antiguo monumento, manifiestan la situación de alguna granja romana, cuyos dueños quizá habrian elevado la torre que aún existe2

A algún rico hacendado que residiera en el actual término de Lloret, atribuyo también el sepulcro descubierto, quien, como era entonces frecuente, habría querido que sus cenizas fuesen depositadas en terrenos de su propiedad, fuera de la población como disponían las leyes, pero no tan apartado que no pudiesen ir á él a menudo para depositar ofrendas sus deudos y amigos,   —226→   escondiendo con todo cuidado, conforme la costumbre, el nicho ó cámara funeraria para evitar su profanación, y rodeando el monumento de un recinto sagrado donde pudiesen colocarse los restos de su familia y esclavos. A alguno de ellos debe pertenecer el ossario, y reliquias de algún fúnebre banquete deben ser los dos trozos de vajilla saguntina hallados junto á la torre.

Esto es cuanto tenemos la honra de poner en conocimiento de la Real Academia de la historia, que estimará de seguro, como el correspondiente que suscribe, que el monumento sepulcral romano de Lloret de Mar, es digno de ser conocido, estudiado y conservado; y que merecen aplausos el propietario de las ruinas por las facilidades que ha dado para su estudio; el alcalde de la población por las medidas que ha tomado para evitar el deterioro, y especialmente D. Juan Sala y Fábregas por los trabajos realizados á su costa y por su ilustrada generosidad.





Gerona, 2 de Septiembre de 1861.



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