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A. DOMÍNGUEZ ORTIZ, «Don Leandro Fernández de Moratín y la sociedad de su tiempo», recogido en Hechos y figuras del siglo XVIII español, Madrid, Siglo XXI de España, 1973, pp. 230-231.

 

62

Op. cit., pp. 498-499.

 

63

Est. cit. (Castalia), p. 155.

 

64

Ibid., p. 154. Sin embargo, Andioc es consciente de que este mensaje no fue recibido como Moratín pretendía, sino que fue interpretado por los receptores en función de su óptica o sus intereses: «Por ello la juzgaron subversiva ciertos conservadores, así como consideraban moralmente pésimas las comedias sentimentales, cuyo público tenía un comportamiento idéntico al de las distintas categorías de espectadores de la comedia moratiniana; y desde luego es perfectamente posible que tal interpretación explique en parte el entusiasmo de no pocas mujeres de la cazuela». Pero, para él, «el sentido exacto [...] de El sí es finalmente casi opuesto al de las comedias sentimentales [...], si bien aprovecha Moratín, como los autores de ellas, el ansia indudable que animaba a las compañeras del hombre» (op. cit., pp. 499-500). Sin duda, una persona que tanto había reflexionado sobre el teatro como don Leandro pudo valerse de este «oportunismo formal», utilizando unos códigos conocidos para transmitir un mensaje opuesto.

 

65

Ya lo insinuaba en El viejo y la niña y La mojigata (en Obras, pp. 337-355 y 392-417, respectivamente).

 

66

Est. cit. (Castalia), p. 152 y pp. 156-157.

 

67

KATHLEEN KISH, «A School for Wives. Women in Eighteenth-Century Spanish Theater» en BETH MILLER (ed.), Women in Hispanic Literature: Icons and Fallen Idols, Los Ángeles, University of California Press, 1983, p. 187.

 

68

Est. cit. (Castalia), pp. 147-151 y op. cit., pp. 454-460. Este personaje fue el que peor comprendió la mayoría del público y es en él donde se encuentra una de las principales claves de lectura de la obra: es paradigmática la reacción de Larra al respecto («Representación de El sí de las niñas», La Revista Española, 9 de febrero de 1834, repr. en Artículos, ed. Enrique Rubio, Madrid, Cátedra, 199110, pp. 257-261).

 

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Este respeto por la autoridad propio de la ideología moratiniana también se desprende del retrato que del escritor hiciera Antonio Alcalá Galiano, quien lo apreciaba bastante poco: «La una hueste era patrocinada por el Gobierno, o digamos por el Príncipe de la Paz, al cual eran los hombres principales o cabos personalmente adictos. Era el principal de éstos Leandro Fernández Moratín, poeta cómico aventajado, si bien falto de imaginación creadora, y de pasión viva o intensa; rico en ingenio y doctrina: clásico en su gusto, esto es, a la latina o a la francesa; nada amante de la libertad política, y muy bien avenido con la autoridad, aun la de entonces, a cuya sombra medraba, y también dominaba; en punto a ideas religiosas, laxo por demás, si hemos de tomar por testimonio sus obras, donde se complace en satirizar, no solo la superstición, sino la devoción, como dejando traslucir lo que calla; de condición desabrida e imperiosa, aunque burlón; de vanidad no encubierta, y con todo esto, no careciendo de algunas buenas dotes privadas que le granjeaban amigos, aunque buenos, en número escaso» (Recuerdos de un anciano, selección y pról. de Julián Marías, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1951, p.59).

 

70

RENÉ ANDIOC, op. cit., p. 173. Remitimos a sus reflexiones acerca de la pragmática real de 21 de marzo de 1776, que pretendía justamente regular los matrimonios y evitar la desobediencia filial (Ibid., pp. 426-427).