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Motivaciones sociológicas en el cambio lingüístico

Manuel Alvar






Coexistencia de sistemas

El concepto de Sociolingüística no carece de imprecisiones. Tratadistas como Bright o Labov han señalado la vaguedad o inexactitud del término1. Si tuviera que definir mi postura, me encontraría tan lejos de quienes consideran el funcionamiento del sistema por encima de cualquier particularismo, como de los que creen que todo sistema depende de la realización individual. El hablante se encuentra forzando un equilibrio entre dos suertes de tensiones: de una parte recibe una lengua cuyo sistema le viene impuesto, pero -de otra- realiza ese sistema en el acto comunicativo del habla. En efecto, el sistema existe por encima de los problemas individuales, pues sólo así cumple su misión de poder comunicar a los hablantes dentro de una serie de posibilidades de realización, pero el hablante -no como individuo aislado, sino como inductor de un proceso que puede generalizarse- llega a acceder a ese sistema y aun a modificarlo. Resulta entonces que estamos moviéndonos entre dos sirtes que nos amenazan: una lingüística descriptiva que «ignores interpersonal differences, confining its attention to the language as a whole»2 y otra que llevará al puro idealismo. Porque si hacemos abstracción de los hechos interpersonales, estamos atentando contra la propia condición social de la lengua y contra la posibilidad de explicar los cambios lingüísticos; mientras que, si nos atenemos -sólo- al individuo considerado aisladamente, resulta que tiene una libertad frente a su propio sistema lingüístico de la que carece la colectividad3. Pero no debe olvidarse que la lengua es el principio de toda organización social: sin una colectividad con la que comunicarse, la lengua dejaría de cumplir la razón de su propia existencia y, recíprocamente, sólo la función comunicativa de la sociedad aceptará o no las peculiaridades individuales. De este modo resulta que la lengua existe como un todo en el que hay miles de piececitas que lo constituyen, y no como un bloque monolítico, y, por otra parte, sin el todo cada una de esas piececitas carecerían de sentido y se perderían en su propia inanidad.



Al intentar acercarnos a unos problemas teóricos, quiero hacerlo desde las precisiones de unos hechos concretos: la especulación se condiciona entonces por unos datos inmediatos, de los que conocemos tanto su motivación como su realización y los vamos a ver instaurados dentro de un conjunto en el que cobrarán sentido. Nada de esto niega la existencia de un sistema común, que en nuestro caso es el español medio, pero es preciso que partamos de la existencia de varias «normas parciales»4 para la comprensión de los hechos lingüísticos que consideraremos; sólo en un nivel más bajo, en la realización del habla individual, es donde podremos asentar los cimientos con firmeza: desde ellos, buscaremos construir el edificio. Veremos entonces como hay unos principios que hoy son inmutables (los de la lengua común, o de otro modo, el español suprarregional) y otros que pueden condicionarse mutuamente (sin que el condicionamiento sea necesario):



Figura 1



De un sistema del español común, que todavía ejerce -a través de su lengua escrita, por ejemplo- una coordinación comunicativa entre los hablantes de esa lengua, se han desgajado una serie de normas regionales (andaluzas, canaria, rioplatense, antillana, etc.) que coexisten en un momento dado5. Las normas regionales no pueden, individualmente, modificar el español común6, porque -si lo hicieran- dejarían de ser regionales y se habrían convertido en el sistema unificador. Por tanto una norma regional no puede -aislada- acceder al sistema común. Entre las distintas normas regionales puede haber -y las hay en muchos casos- parciales correspondencias que afectan a los hechos lingüísticos (contigüidad geográfica, prestigio en un momento dado, etc.); entonces cada una de esas normas puede influir o ser influida por un proceso de ósmosis; por eso no son reversibles las flechas que parten del rectángulo superior y sí la de los intermedios. Bástenos un breve ejemplo: en el sistema del español común existió la oposición de ll - y que sigue actuando en parcelas -cada vez más limitadas- de nuestra lengua. El hecho de que ll y y sean fonemas para los hispano-hablantes en cuyo sistema funcionan como tales, hace que la oposición subsista como hecho de lengua. Ahora bien, en determinadas áreas, el yeísmo se ha impuesto como norma regional, pero sólo en determinadas áreas y, añado, en ellas no siempre se ha podido generalizar. La comparación del estado actual con otras sincronías7 nos muestra que el proceso de la neutralización está en marcha y es irreversible. El día que todas las normas regionales participen de él, será el momento en que el yeísmo habrá pasado a ser -como en francés- un elemento del sistema, entre tanto, las normas regionales de carácter distinguidor van tomando de las yeístas la igualación, y estas pueden adquirir otros fenómenos de aquellas (por ejemplo, la reaparición de s en ciertos niveles o en ciertos hablantes): por eso las flechas que unen las normas regionales van señaladas con marcas reversibles.

Por otra parte, la norma regional se impone con carácter imperativo sobre las hablas locales que a ella pertenecen (seseo, yeísmo, aspiración o pérdida de s final, etc.), asumiendo para ellas un papel semejante al que el sistema común desempeña con respecto a las normas regionales. En el esquema, el funcionamiento es totalmente paralelo al que acabo de describir: el hecho local ascenderá a la norma regional cuando se haya aceptado por los n sumandos que la constituyen; de otro modo, no. Las hablas locales se condicionan mutuamente dentro de su propia contigüidad geográfica, pero -lógicamente-, en los límites de cada área se puede pasar de un habla local a otra mediante la convergencia de ciertos fenómenos; difícilmente se podrá dar el condicionamiento de un habla por otra si no hay continuidad geográfica; tendríamos casos extremos de emigración que -salvo desplazamientos masivos- suelen acabar con la absorción del elemento extraño. En estas zonas-límite pueden surgir fórmulas de compromiso, o lo que tradicionalmente se llamaba dialectos de transición o cruces de dialectos. Ni más ni menos, líneas a través de las cuales se puede tender el puente para que los préstamos se transmitan.

Siguiendo un proceso de minimización de los hechos, llegaremos a la convivencia de varias posibilidades dentro de una comunidad que -de momento- nos va a servir de base. Tendríamos entonces la coexistencia de varios sistemas personales dentro de una intelección común. En este punto se centra especialmente nuestro interés. Estamos en ese núcleo que ha de servir de base a la investigación in situ; para ciertos lingüistas sería el municipio; para otros, el individuo8. Pero insistiré en ello: ni la geografía lingüística, ni ciertos estructuralismos creen que en el municipio se encuentre esa unidad mínima o nuclear en la que podamos aprender el comienzo de la vida lingüística. El pluralismo que unos y otros han denunciado es -precisamente- lo que ahora nos va a servir de punto de partida. Porque, para que podamos estudiar las influencias de cualquier comportamiento social sobre el lenguaje, partimos de la idea de diversidad. Si pensamos que la innovación surge de un individuo aislado9 y de él se propaga, necesariamente esa primera y mínima diferenciación nos está exigiendo la explicación de los hechos: el porqué de la innovación y el porqué de la fragmentación. Pero estamos -justamente- ante un planteamiento sociológico, pues, si la diferencia se comprueba y no queda en una realización puramente polimórfica, habrá habido solidaridad de un grupo (hombres o mujeres, campesinos o pastores, cultos o ignaros) con la innovación o, de otro modo, ese individuo excepcional habrá dado curso a las tendencias colectivas, pues, en él la innovación no es otra cosa que necesidad de comunicación.



Esto nos plantea el problema de las relaciones entre geografía lingüística y sociedad, que es cuanto desarrollaré a lo largo de estas páginas. En un determinado ámbito geográfico existe la uniformidad, representada por lo que venimos llamando norma regional o lo que sería invariance para otros lingüistas. Contra esta unidad atenta la diversidad (o variation) que por muy aislada que nazca no se propaga sino dentro de un determinado conjunto social. Resulta entonces que cada idiolecto particular está conectado con otros idiolectos particulares, que -lógicamente- constituyen el habla de un grupo. Pero este grupo diatópico está escindido, a su vez, en unas capas diastráticas que -según el tipo de interés que nos condicione- serán los cortes generacionales, culturales, etc. En unos sencillísimos esquemas podríamos señalar este principio de diferenciación:



Figura 2



Los estudios habituales de cartografía lingüística suelen tomar como punto de referencia, por razones que no son del caso, un solo hablante para testimoniar el habla local. Normalmente, es un individuo que pertenece siempre a los niveles b, c y por lo común del grupo A. Todos los demás integrantes -niveles, grupos- suelen emplearse como elementos de contraste. La cartografía lingüística al seleccionar un solo individuo como representante «medio» de un habla está desatendiendo a otras posibles realizaciones que -comprensibles dentro de ese ideal medio- pueden suscitar motivos de escisión10. O con otras palabras, está ignorando las «interpersonal differences», como hacen ciertos estructuralistas11. No trato de criticar un método cuyos frutos son bien numerosos, sino de señalar las posibilidades de acercarnos por otros senderos a la complejidad del hecho lingüístico. Porque, aunque conozcamos todos los posibles idiolectos de una localidad, resulta que la estructura lingüística está por encima de cada uno de esos elementos de la disgregación imponiendo la mutua inteligibilidad entre los hablantes12. Resulta, pues, que cada uno de los grupos A, B, C, D, del esquema 2, o cuantos pudiéramos haber establecido, y los estratos a, b, c, o los que hubiera convenido ordenar, no son mutuamente insolidarios, ni siquiera tienen sentido en sí mismos: el elemento Ac o el Bb, etc. no son más que parcelas que difícilmente se dan aisladas, aunque existan y tengan sus propias características, lo que funciona intencionalmente es el conjunto de todos esos elementos o de cuantos existan en la realidad. El habla local será la figura del esquema 3.



Figura 3



En una u otra medida, todos los compartimientos están aislados (el campesino analfabeto tiene un habla distinta que la mujer culta), pero todos se comunican sea en sentido vertical, sea en sentido horizontal, con lo que cada uno de esos idiolectos viene a ser el resultado de una mezcla de sistemas, tanto más aislados cuanto mayores sean las diferencias entre los grupos sociales, pero nunca sin resquicios de comunicación: el campesino necesitará del artesano y este del pescador; la mujer analfabeta se casará con un labriego de su propia condición o con un semiinstruido, etc. Todas aquellas gentes que viven en una ordenación social en ella encuentran su realización humana, a través de la lengua. Y la lengua las une.

Ahora bien, conforme una civilización gana en variedad, los intereses humanos se diversifican: cada grupo social adquiere una psicología distinta y, con ella el lenguaje que la formula. Estas ideas ya fueron expresadas por Bréal en su tratado de semántica y siguen siendo válidas no sólo desde un punto de vista léxico, sino también fonético, porque el problema no está únicamente en la adquisición de léxico, sino -además- en el comportamiento fonético del hablante, sofrenando sus procesos evolutivos cuando chocan con los otros interlocutores o acelerando una pronunciación que puede ser arcaizante por estacionaria. Resulta entonces que las palabras de Bréal son útiles siempre y cuando extendamos su sentido:

A mesure qu'une civilisation gagne en variété et en richesse, les ocupations, les actes, les intérêts dont se compose la vie de la société se partagent entre differents groupes d'hommes; ni l'état d'esprit, ni la direction de l'activité ne sont les mêmes chez le prête, le soldat, l'homme politique, l'agriculteur. Bien qu'ils aient hérité de la même langue, les mots se colorent chez eux d'une nuance distincte, laquelle s'y fixe et finit par y adhérer13.



En efecto, la escuela francesa de lingüística ha subrayado cómo la lengua «evoluciona en función de otros hechos sociales»14 y entre los estructuralistas norteamericanos no es difícil encontrar afirmaciones como estas:

Or studies [de sociolingüística] are bound to lead us to examine correlations with many aspects of non-linguistic behavior, and in that sense the investigation of social factors in linguistic change is a study of external effects upon the internal system15.



Este conjunto de elementos externos que advienen al sistema son resultados de unas circunstancias sociales muy precisas y, a través de ellas, la que Saussure llamó «lingüística externa» se convierte en «lingüística interna» o, como he dicho ya, simplemente en «lingüística» 16. Este estudio de los elementos que vienen a perturbar la unidad se hizo en otro tiempo desde la evolución del léxico, hoy -principalmente- desde la fonética17, porque las variantes fonéticas y, de modo especial, las fonológicas «can be most easily quantified»18. El desarrollo de todos los trabajos que incluyo en este volumen se hará siguiendo semejantes principios, por más que alguno de ellos -cronológicamente- sea muy anterior a las ocupaciones que ahora nos afectan.

En este nivel inferior, el de los núcleos más pequeños, es donde se producen las primeras ordenaciones y discrepancias lingüísticas al margen de la estructura más compleja. Los sociólogos hablan de que la primera forma de asociación «es aquella en la que un corto número de personas se encuentran "cara a cara" para darse compañía, para ayudarse mutuamente, para tratar de alguna cuestión que las [sic] concierne a todas ellas, o para el hallazgo y puesta en ejecución de una línea de conducta común»19. En lingüística nos interesa el planteamiento de estos hechos porque convergen en nuestros propios intereses. Hemos visto, cómo considerando el municipio como unidad mínima de nuestros estudios20, surge la necesidad de buscar ordenaciones más pequeñas en las que broten -por coherencia entre sus miembros- ciertos grados de oposición o escisión frente a la colectividad. He señalado como se han venido haciendo agrupaciones basadas en el sexo, o en la edad, o en el oficio de los hablantes21. Todos los estudios de este volumen no quieren sino mostrar que el cambio lingüístico se ha producido en una célula menor que el municipio y desde ella ha trascendido a la comunidad superior. Pero sin la primera adopción -el gremio, la familia, el grupo de cualquier tipo- nunca podría generalizarse el hecho individual de la adopción. Cuando hablamos de mujeres y hombres, de campesinos y pescadores, de viejos y jóvenes nos estamos ocupando de «asociaciones cara a cara» en las que ya da el comienzo de una discriminación: la unidad de esos elementos frente a la pluralidad de la estructura superior. Si el habla de las mujeres es conservadora -por ejemplificar de algún modo- lo es porque, en un determinado contexto social, la vida de las mujeres se realiza al margen de otros procesos evolutivos, pero no la de una mujer, sino la de todas las que constituyen aquella aldea; si el habla de los marineros es innovadora -por proponer otro ejemplo distinto- lo es porque todos los hombres solidarios en esa tarea llevan a cabo un tipo de vida que los une entre sí y los disocia del resto de la colectividad. Precisamente son estos planteamientos los que vienen a unir los viejos y los nuevos métodos: para Brunot el lenguaje es

un fait sociologique, qui se produit, se développe, s'altère, se perfectionne en fonction de la société a laquelle il appartient, qui en reflète la pensée collective, avec les nuances que peuvent y apporter consciemment ou inconsciemment, les groupes et les individus22.



Mientras que Labov anuncia categóricamente que «we will never be able to understand all of the variation in a person's speech if we study his speech alone»23.




Fragmentación sociolingüística

Claro que aceptando los hechos anteriores resulta que sólo es posible el estudio de los dialectos, porque una lengua desde un punto de vista sociológico, no acaba nunca de nivelarse, sino que su propia vida es un ser dialectal. O con otras palabras, el fraccionamiento amenaza continuamente, sea por la extensión en el espacio, sea por la distribución en grupos o estratos sociales. Esto es cierto cuando consideramos esas agrupaciones mínimas en las que rige un determinado código, pero en las que surgen los principios discriminadores; sin embargo, el sistema lingüístico tiene unas posibilidades de coerción que, como en la sociedad, actúan por encima del individuo (el prestigio de unas determinadas normas, la presión unificadora de la colectividad). En este sentido resulta profundamente ilustrativo ver como un «macrocosmos» puede estar más nivelado que un «microcosmos»: al estudiar, pongo por caso, el habla de Sevilla encontramos que las diferencias ent re los miembros de la colectividad son menores, por ejemplo, que en un minúscula aldea de catorce habitantes. Desde un punto de vista lingüístico, es cierto que en el «Macrocosmos» cada grupo social tiene que ser solidario de los otros: las exigencias del vivir (distribución del trabajo, intercambio de los grupos, interpenetración de los niveles) imponen una coexistencia que no es exigible en el «microcosmos». En una pequeña aldea, cada grupo es una estructura mucho más cerrada, porque el labrador o el marinero viven intensamente su actividad con escasa participación en la de los demás: la coherencia de los grupos es mucho más solidaria en el quehacer y mucho menos en su proyección colectiva (el pescador embarca cuando el campesino descansa y duerme cuando este trabaja; resulta entonces que sólo tienen vida de interrelación en los días comunes de asueto, en tanto se refuerza la trabazón del grupo). Sociológicamente los hechos son del mismo tipo, incluso el propio concepto de sociedad -como el de lengua- es un «tejido de relaciones -sometido a un continuo cambio»24, e igual que en nuestros estudios se ha visto que en cualquier estructura humana «la semejanza y la diferencia forma un contraste lógico, pero, como sucede en muchas de las distinciones sociológicas (y psicológicas), sus manifestaciones objetivas se encuentran relacionadas entre sí. En realidad, nuestro conocimiento de la semejanza, dependerá de la comprensión de su relación con... la diferencia»25. No pretendo con esto forzar realidades -la lingüística, la sociológica- que son independientes en sí mismas y cuyos postulados requieren planteamientos muy distintos. Por más que el lenguaje sea un hecho social, no lo es en la misma medida que los otros26, ni como los otros, ni siquiera se pueden formular principios universales para entender el funcionamiento de los hechos sociales, como no se pueden enunciar para comprender la marcha de todos los sistemas lingüísticos. Por eso, y con toda la limitación que reconozco a unos y otros, no deja de ser ejemplar el texto que voy a transcribir: los mismos principios que observamos al estudiar dos comunidades lingüísticas muy diferentes -la macrocósmica de Sevilla, la microcósmica del Roque de las Bodegas- se encuentran formuladas en un tratado de sociología. He aquí las referencias:

Las sociedades cuya organización es más elevada dan lugar, además, a una enorme variedad de contactos, tareas, intereses y oportunidades; en resumen, a todos aquellos estímulos, tanto generales como específicos, a los cuales suelen responder adecuadamente las diferencias inmersas en la individualidad27.



Un lingüista de la escuela sociológica, el ginebrino Ch. Bally, comprendió muy bien este orden de diferencias que acercan y separan a los hechos lingüísticos de los sociológicos. El lenguaje es un producto de la sociabilidad humana, pero el hombre no posee la capacidad de sociabilización que tienen otros seres, «porque los instintos individuales están muy lejos de quedar subordinados en él al instinto social o por lo menos de armonizar con él»28, entonces resulta que la tensión se establece entre una tendencia social niveladora (que fuerza a un máximo de comprensión colectiva) y otra disgregadora (que conduce al fraccionamiento en grupos). Bally sostiene que, todas «las lenguas civilizadas tienden a ese fin»29, pero no menos cierto que él mismo habló del «vaivén que la evolución lingüística nos presenta incesantemente»30 y cómo la ordenación de los grupos sociales se opone -precisamente- al destino que debe cumplir toda lengua: la comprensión colectiva con un mínimo de ambigüedades. Sus conclusiones son válidas para la lingüísticas y para la sociología:

Es difícil calcular, en un momento dado, la impresión de que las operaciones del lenguaje, el activo y pasivo de una lengua ... se tiene como las transformaciones sociales y políticas ... escapan en gran parte a nuestra observación directa y a nuestro gobierno... Para percibir exactamente el trabajo subterráneo del instinto lingüístico habría que tener poder sobre el espíritu humano y sobre el cuerpo social31.



Tenemos, pues, que establecido el paralelismo entre hechos lingüísticos y sociales, se puede producir un mutuo condicionamiento y en esos sistemas inestables que son la lengua y la sociedad actuarán, simultáneamente, las fuerzas que llevan a la integración y al desmembramiento. Tal es el problema con que se encara el estructuralismo actual: de una parte, la revisión de la hipótesis monolítica del lenguaje; de otra, el reconocimiento de la interdependencia de las diversas estructuras en el interior de una misma lengua. O dicho con otras palabras, estamos -de nuevo- ante un principio de diferenciación surgido de los propios hechos sincrónicos; habrá que encararse, pues, con todas las motivaciones sociales que han condicionado la fragmentación incipiente. El lingüista debe denunciar los procesos y estar atento para conocer su desarrollo, como el médico diagnostica una enfermedad y sigue su evolución. Cuando Trubetzkoy comentaba lo que el hablante cree que pronuncia y lo que realmente pronuncia, no solo establecía una oposición basada en dos órdenes de planteamientos (fonológicos y fonéticos, respectivamente), sino que -heredero de una tradición anterior- nos alertaba para que conociéramos no sólo el funcionamiento de una estructura, sino -más aún- para que el lingüista comprendiera el desarrollo de los procesos y pudiera atisbar la teleología de los mismos. Ahora bien, de todas esas diferencias consignadas en el idiolecto de cada uno, el profesional obtiene unos informes que no percibe el resto de los hablantes, pero en los que va embarcada la propia evolución de un sistema, y con él, la de la propia lengua. Martinet ha contado cómo de 66 parisienses no hubo ni siquiera dos que contestaran de manera idéntica a 50 preguntas que pretendían establecer el sistema vocálico de cada uno de ellos32; sin embargo, cada uno creía hablar como los otros, «puesto que todos hablan "la misma lengua"». La comunidad es insensible a las diferencias del cómo se pronuncia, porque actúa sobre la conciencia colectiva la estructura del sistema para facilitar la comprensión del qué se quiere pronunciar. Sólo en casos extremos se romperá la salvaguardia del sistema normal y podrá acceder a él la peculiaridad singular de un grupo. A esto se refieren las palabras de Jakobson cuando habla de los subcódigos que están representados en una unidad de lengua33, pero -añadiría por mi cuenta- esos tipos simultáneos pueden romper el equilibrio de la coexistencia y pasar a ser, ellos mismos, norma. En alguno de los estudios que siguen podrá verse la -a, final cómo tiende a convertirse en , cuando va precedida de una vocal palatal acentuada o procede del plural -as. En efecto, ciertas hablas canarias, ciertas parcelas del español de América, permiten identificar la tendencia, pero si el hecho arraiga en el habla local o trasciende a la norma regional (como en Ancares, como en andaluz oriental), la tendencia se ha cumplido y tiene el valor de fórmula o «aspecto particular de una ley», según la definición de A. Sommerfelt, pues el concepto de ley habría que limitarlo al «elemento general y constante de un proceso» (por ejemplo, la asimilación o la disimilación, que incluirían dentro de sí a los testimonios que he dado para aclarar la exposición)34. Desde un punto de vista sociológico es comprensible el desarrollo de semejante proceso: el hombre depende de la colectividad en la que está inserto. Por tanto, al participar de la vida en común quedará supeditado a tales intereses colectivos -en nuestro caso la comunicación lingüística con sus vecinos-, independientemente de otras relaciones bien diferenciadas que puedan establecer con las gentes que participan de sus propios intereses. Al estudiar el comportamiento lingüístico de las mujeres frente a los hombres, veremos que, en ciertos pueblos del mediodía español, su habla puede ser arcaizante o innovadora con respecto a los individuos del otro sexo; esto es, la menor nivelación lingüística que presentan es consecuencia del contexto social al que pertenecen (arcaizante por el tipo de vida; innovador por la falta de un ideal de lengua que pueda refrenar la marcha de los procesos). De manera semejante, dentro de las Islas Canarias podremos establecer unas coordenadas a las que referir el habla de los marineros con respecto -pongo por caso- a la de los campesinos: normalmente, el contexto social en el que estos marineros están emplazados es innovador porque participa de una evolución en marcha en las zonas progresistas del Archipiélago, en tanto los campesinos están limitados a su propia contingencia; sin embargo, en otros casos, este criterio nivelador con la norma media puede resultar regresivo, porque el habla campesina -en marcha su proceso evolutivo- no se encuentra mediatizada por la necesidad de comunicación con hablantes de más dilatada geografía. Por último, en una aldea del Altiplano de Méjico veremos cómo el habla de una familia está escindida por principios sociológicos que afectan a una ordenación generacional o a un sistema de relaciones extralocales o a una oposición de sexos, etc., complejísimo entramado de dependencias que -como en los otros casos- nos muestra que cada grupo en la sociedad dista mucho de ser autosuficiente. Por eso no puede admitir, según hacen ciertos sociólogos, que las divisiones de la población sean meramente cumulativas35, sino que suscribo la afirmación de un lingüista sociólogo que afirma: «That New York City is a single speech community, and not a collection of speakers living side by side»36.

Resumiendo en un diagrama la transmisión de una innovación desde el grupo (que la aceptó de un hablante singular) hacia la norma regional y la situación de cada grupo dentro del municipio, y este en el conjunto geográfico al que pertenece, obtendríamos la siguiente figura:



Figura 4



Una ordenación primaria -siguiendo el esquema- muestra que el habla de hombres y mujeres manifiesta un primer tipo de oposición basada habitualmente en el carácter más cerrado que suele tener la comunidad femenina. Los hombres se instauran en conjuntos laborales, que tienen unos intereses afines (campesinos, pescadores, obreros, y toda suerte de diferencias en que pudiéramos subdividir la estructura) mientras, que si las mujeres no se ocupan en otro quehacer que el doméstico, tendrán -colectivamente- una entidad conjunta, matizada en segundo lugar por su pertenencia al grupo social del marido. Estos grupos, más o menos aislados, según la estructura comunitaria podrán condicionarse mutuamente con una intensidad que se deberá establecer en cada caso y, a su vez, todos participarán de esa unidad superior -que abarca a hombres y mujeres- que es el habla local. Por otra parte, un grupo podrá condicionar el habla local -o incluso regional- por el prestigio que tenga ocasional o continuadamente: tal sería la razón del «marinerismo» del español canario o americano. Para que esta norma local acceda a la regional o la regional se convierta en elemento de la estructura común, será necesario que se cumplan las condiciones expresadas con anterioridad (vid.).




Condicionamientos del habla individual

A su vez, la estructura lingüística de un individuo, que podrá remover la estabilidad del habla local, estará determinada por una serie de motivaciones que expreso a continuación:



Figura 5



El hablante está inserto en unos niveles «cara a cara», que son los que inmediatamente le influyen, y sobre los que puede influir: el propio hogar, el gremio al que pertenece37 y la comunidad inmediata (aldea, villa, etc.). Todas las estructuras presentan un carácter reversible; sin embargo, no lo son los condicionantes venidos de unos grupos especiales que viven en comunidad inmediata e influyen -o pueden influir- lingüísticamente sobre esa sociedad, pero no son afectados por ella: la lengua de la administración, de la iglesia, del ejército, etc., condicionarán la del hablante sin que haya posibilidad de intercambio. Las relaciones de tipo secundario podrán influir sobre nuestro hablante (familiares de otras localidades, organizaciones supralocales, gentes del mismo quehacer, comunidades más dilatadas como la provincia, el departamento, la isla, etc.), pero las influencias que de él, o a través de las comunidades primarias reciban (pienso sobre todo en las relaciones familiares o profesionales) quedan fuera de nuestros alcances en este momento. Comparando los dos diagramas puede verse cómo uno y otro resultan complementarios con respecto al hablante, por cuanto lo que llamamos hogar en el último es afín al H-M del anterior; gremio a cada una de las divisiones en el paradigma de los hombres en el precedente y comunidad inmediata no es otra cosa que la estructura designada como habla local con anterioridad.

Tenemos, pues, establecidas las líneas de transmisión de las innovaciones desde el individuo y su grupo hacia la comunidad y, a su vez, los condicionantes de los idiolectos singulares. De ello se infieren otras consecuencias: el concepto de qué entendemos por habla individual o idiolecto y qué por diasistema o dialecto. Y, en última instancia, nuestra propia comprensión de qué es dialecto y de qué es lengua. Pero, al establecer dentro de una comunidad las interferencias de los distintos grupos sociales y sus consecuencias sobre un determinado sistema lingüístico, surge de inmediato el problema de las lenguas en contacto y los sistemas de compromiso. He aquí dos cuestiones a las que trataré de considerar en las páginas que siguen.



No hace mucho me he ocupado de la inseguridad que la terminología lleva consigo, tanto la tradicional como la estructural38. Ahora me interesa señalar cómo las interferencias que venimos señalando en el habla de una comunidad (consecuencias de la comunicación de grupos diferentes) determina un tipo de mestizaje lingüístico o de suprasistema entre los hablantes de una sociedad por reducida que esta sea. Porque desde un punto de vista estrictamente funcional -esto es, de inmanencia lingüística- tiene razón Francescato cuando dice que no hay límites entre idiolecto (habla individual) y dialecto (habla de una comunidad)39, como la tenía Vossler cuando negaba la separación entre lengua y dialecto40. Las razones para que existan terminologías como estas no son de índole lingüística, sino paralingüística. Jean Fourquet ha dedicado un estudio muy útil a los conceptos de Langue-Dialecte-Patois, cuya oportunidad en este momento es obvia: tanto por lo reciente de la elaboración, cuanto por la visión conjunta que pretende ofrecer41. Sin embargo, sus planteamientos teóricos -en lo que ahora me concierne- resultan inadmisibles:

Lorsque nous disons le «gascon», le «sicilien», le «souabe», ce langage est ambigu: on pourrait songer à un être linguistique «un», qui se manifesterait avec une certaine variété; en fait il s'agit d'un type, défini par la somme des traits communs aux dialectes de l'aire gascone, sicilienne, souabe; cé n'est pas une langue, c'est-à-dire un code complet, utilisable pour communiquer.



No se puede comprender que esos tipos que Fourquet aduce no sean códigos completos utilizables para la comunicación. Bastaría pensar en la tradición literaria siciliana o en la pretensión antigua (Luchaire) o moderna (Rohlfs) de ver en el gascón una posible lengua independiente del provenzal. Pero ni siquiera es esto básico, si el lingüista piensa que el gascón es un «tipo, definido por la suma de rasgos comunes al área gascona», tendríamos que el francés sería -lingüísticamente hablando- un determinado tipo lingüístico «definido por la suma de rasgos comunes al área del languedoïl» y la peculiaridad local de cualquier aldea no sería otra cosa que el «tipo definido por la suma de rasgos comunes a los distintos grupos sociales que la constituyen». De puro ser ciertas todas estas razones resulta que no explican nada, ni siquiera los conceptos más elementales. Pero es este un defecto en el que ha caído otra obra dirigida por A. Martinet42; en ella Marthe Philipp remacha en el clavo de una manera bastante parecida:

L'ensemble de parlers d'une région a, cependant, des caractéristiques communes.... On parle, dans ce cas, de dialectes, cest-à-dire de familles de parlers. Le dialecte est caractérisé par les traits communs de l'ensemble des parlers d' une région linguistique, mais, en fait, personne ne le parle.



Pero con semejantes ideas resultará que nadie hablará nada. Porque ¿una lengua nacional no presenta idénticos problemas? ¿Y no cada una de esas presuntas células que constituyen el hipotético dialecto? Y es que en el fondo el problema se está considerando con una perspectiva muy pobre o, si se quiere, sin ninguna perspectiva, pues se aduce el testimonio del francés y el -muy dudoso- del inglés. Fourquet dice:

En tant que langue supralocale, une koinè a, par definition, une norme unique, valable en tous lieux, a la limite sur toute la terre: la norme de la koinè française est en principe la même pour le français enseigné à Harvard ou a Kyoto que pour le français enseigné à Paris; pour les langues de ce type, il n'y a pas géographie: tout ce qu'on peut porter sur une carte relative a la koinè française ou anglaise est la densité des usagers, et cette carte couvre toute la terre habité43.



La cita -demasiado larga para su utilidad- resulta ejemplar. No voy a comentar lo que en ella hay de extra científico. Pero, desde un punto de vista de validez general, afirmaciones de este tipo no conducen lejos44. En principio -se nos dice- la koiné es la misma, pero puede ocurrir que el fin no sea el mismo, y otras lenguas hay que su koiné se realiza con distintas normas orales, aunque la escrita sea la misma45. No comprendo esa unidad imperativa de la koiné inglesa, pues no será difícil comprobar los desajustes que hay -pongo por caso- entre un profesor universitario de California y un vendedor de hamburguesas de Washington, D. F.46. O situaciones como las del español que presentan una norma de realización distinta -según se enseñe en México o Zaragoza- sin que por ello la lengua presente fisuras en cuanto a su comprensión. Lingüistas con menos prejuicios sobre la uniformidad de la koiné han señalado la necesidad de diferenciar entre dos tipos de nivelación lingüística: el llamado monocéntrico («normas universalmente válidas en un tiempo determinado») y el policéntrico («normas distintas que coexisten simultáneamente»). Me parece necesaria la distinción que establece William A. Stewart sobre la realización endo o exonormativa de la nivelación y, por supuesto, la importancia que en ella puede tener la lengua escrita47. Creo que las consideraciones sociales que venimos haciendo sirven para aclarar cosas que de otro modo queden en penumbra, y no se pueden confundir las realizaciones sociales de un sistema, la historia lingüística y la comodidad didáctica. Algunos de estos hechos podrán interferirse o, en ocasiones, condicionarse, pero no se pueden mezclar en un plano puramente teórico48.



Si resulta que en todos los niveles lingüísticos se producen problemas semejantes, y la génesis primaria se encuentra condicionada por unos lineamientos sociales, resultará que también podremos proyectar a estos contactos de grupos los planteamientos de las lenguas en contacto: porque lenguas en contacto hay en cuanto se interfieran dos sistemas, inteligibles o no49. Y he aquí cómo esta segunda cuestión viene a relacionarse con la anterior: si dialecto es un suprasistema o un sistema de sistemas, el habla de una comunidad lo es también, como lo es la de una región o la de toda una comunidad lingüística, por dilatada que sea el área de su difusión. La comprensión de las múltiples realizaciones del habla se produce por la inserción de los particularismos en un sistema que los abarca, del mismo modo que al encontrarse dos lenguas en contigüidad, el merged system que realiza el hablante es la fusión de su norma lingüística con la ajena. En uno y otro caso, a través de los préstamos se cumple la difusión de los procesos, como vieron los lingüistas franceses50. Pero lo que la sociología lingüística ha de enseñarnos es que los hechos no deben desmigajarse hasta hacernos perder su coherencia, sino obligarnos a la comprensión de la lengua como un todo solidario; algo que hace muchos años expuso Meillet y que sigue siendo un buen programa de trabajo:

Il est inutile de rappeler que tout parler ayant son système propre, il faut toujours se représenter la place de chacun des faits de détail dans chacun de ses systèmes... Cette singularité [la historia de cada palabra y de cada forma] a sa place dans des ensembles systematiques, et qui envisagerait les faits isolés sans se les répresenter dans ces ensembles risquerait de commettre des erreurs pires encore que le linguiste qui envisage exclusivament des ensembles et n'étudie pas avec une critique assez sûre chacun des faits particulièrs dont sont faits ces ensembles51.



En el momento que estudiemos el conjunto de los hechos, descubriremos cómo se produce la penetración de las peculiaridades individuales o del grupo dentro de un sistema más amplio y, sólo de la consideración solidaria de todos los fenómenos podremos comprender los puntos débiles del sistema, a través de los cuales se producirá el trasvase de las innovaciones. Pero la lingüística por sí sola difícilmente podrá explicar las preferencias de los hablantes por una determinada variante; unas veces, necesitará la ayuda de la psicología, otras, la de la sociología. Desde nuestro interés de hoy, la coherencia del sistema no se apoya en unos principios inmanentes, por más que la rijan, sino que depende de un acto voluntario de la colectividad, que acepta o rechaza lo que está fuera de su equilibrio momentáneo; esto es, que lo admite o no como elemento interno, que pasa a funcionar con los que ya están constituyendo ese sistema dado. Las condiciones para la adopción, la situación propicia o la necesidad son hechos lingüísticos, pero su realización depende de un comportamiento sociológico: cualquier acto de comunicación es un fenómeno social. Incluso la preferencia psicológica que determine a un hablante a elegir entre las diversas posibilidades de realización estará condicionada por idénticos principios: sea un tipo de pronunciación, sea una selección léxica o sea una ordenación sintáctica. De cualquier modo, en el acto individual del habla hay -abiertas como en abanico- una serie de posibilidades, válidas todas, y todas existentes; o con otras palabras: contacto de uno y otro tipo, que sólo obtendrá nivelación estática en una improbable koiné, pero mientras esta se logra estaremos ante un pluralismo lingüístico cuya realización más inmediata y sencilla está en la pertenencia de cada hablante a diversos grupos sociales (el familiar, el gremial, el religioso, etc.)52.




Vinculación e independencia

Al llegar al final de esta consideraciones se plantea el problema de la propia condición de la sociología lingüística. En la primera página de un libro titulado precisamente Sociolinguistics53 se escribe:

It is certainly correct to say that sociolinguistics studies, like those carried out under the name of «sociology of language» deal with the relationships between language and society. But such a statement is excessively vague. If we attempt to be more exact, we may note that sociolinguistics differs from some earlier interests in language-society relationship in that, following modern views in linguistics proper, it considers language as well as society to be a structure, rather than merely a collection of items. The sociolinguistics task is than to show the systematic covariance of linguistic structure and social structure.



Cierto que de cualquier modo que se considere deberemos tener ante nuestros ojos el hecho lingüístico. Desde nuestra situación, la lingüística ocupa un primer plano y sólo recurriremos a la sociología para entender aquellos hechos que trascienden de la propia estructura del lenguaje. Pero conviene no exagerar: la lengua sigue siendo independiente por más que la sociedad pueda condicionarla54; no se olvide que las motivaciones sociales actúan lentamente, sin llegar a romper lo que la lengua tiene de inmanencia. Cuando Stalin se enfrentaba con la realidad lingüística del ruso señalaba los cambios sociales que se habían producido en su país en algo más de cien años: desaparición del sistema feudal, liquidación del capitalismo, nacimiento del régimen socialista; se habían superado dos bases con sus supraestructuras y había surgido otra nueva con la suya propia, pero el ruso actual apenas si difiere en su estructura del ruso de Pushkin55 y poco después interroga: «¿Cómo se puede destruir la lengua existente y crear en su lugar, en unos pocos años, una lengua nueva sin llevar la anarquía a la vida social y sin provocar a la propia sociedad el riesgo de su disgregación?»

La lengua es, repitamos, la más social de todas las creaciones, pero con su propia peculiaridad. Cierto que sin sociedad no podría existir ninguna lengua y cierto también que la lengua -como quiere Bloomfield- consigue que la propia sociedad se realice56. Por eso, cuando estudiamos las variaciones lingüísticas producidas por la sociedad, no estamos haciendo otra cosa que estudiar un aspecto de las muchas variaciones posibles que puede tener un sistema lingüístico, pero no la única; de ahí que Labov no crea en la sociolingüística como una lingüística independiente, sino como una investigación interdisciplinar57. Entonces resultaría que Sociolingüística es una nomenclatura demasiado pretenciosa para unos estudios que ronde sociología lingüística o de lingüística social58. Pero el problema de la nomenclatura futura será difícil de preveer, pues dependerá de preferencias, criterios al traducir, etc. Ahí ha quedado acuñada la geografía lingüística por desarfortunada que parezca la denominación y ahí siguen las palabras y cosas por más que movieran a la iracundia de Schuchardt. De esa realidad -sentida y consciente- al silencio hay un largo camino: en Le Langage, dirigido por Martinet (1968), no hay un apartado que muestre la naturaleza de estos estudios, y en el índice de La Linguistique, dirigida por el mismo maestro (1969), el concepto es ignorado. Si meditamos sobre estas omisiones, tal vez haya que pensar en una nueva discrepancia de ciertas escuelas europeas frente a otras norteamericanas59, porque -una vez más- no hay coherencia en las distintas doctrinas. Bastaría recordar cómo Lefebvre ataca a los estructuralistas, que olvidan el sentido histórico que tiene cualquier lengua:

En la perspectivación estructuralista, el tiempo se borra, la diacronía desaparece en beneficio de la sincronía. Desaparece la función del «tesoro» y del «depósito», es decir, de un conjunto que se acrecienta y modifica. Se le opone, a partir de un análisis del lenguaje, las sociedades sin historia y las sociedades sin historia, los grupos «fríos» y los grupos «calientes». ¡Como si hubiese dos especies de hombres que vivieran en sociedad, y dos tipos, separados para siempre, de sociedades humanas!60



Y es que el historicismo -o, a lo menos, el prestigio de la Historia- aparece por doquier. Cuando Ralf Dahrendorf medita sobre las consideraciones de que la sociología pueda ser ciencia, apostilla curándose en salud: «si se es de la opinión de que sólo pueden considerarse como ciencias aquellas disciplinas cuyos principios pueden rastrearse en la antigüedad, podríamos señalar también a Herodoto -antes que a Platón- como a uno de los primeros precursores de la sociología»61. Cierto que si hay que proceder así para que se conceda el dictado de científica a una disciplina habría que pensar en el propio Platón o en Dante para conferir dignidad a la sociolingüística, lo que no resulta coherente con los planteamientos actuales de lo que es el rigor y la disciplina de una ciencia62. Pensemos los lingüistas en la elaboración -tan larga, tan severa- de unas doctrinas, las nuestras, que no son ciencia por contar con egregios antecesores, aunque los tengan, sino por el trabajo cumplido de acuerdo con unos métodos y tendiendo a unos fines. Y entonces la sociología será un auxiliar nuestro -como tantas otras disciplinas63-, pero sin perder la visión de que al hecho lingüístico se le puede asaetear desde muchos ángulos de tiro, buscando, precisamente, las verdades científicas que en él se ocultan64.







 
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