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ArribaAbajoMuerte de Carlos III

En noviembre de 1786 llegó a Bolonia la noticia de que Carlos III, Rey de España, firmante de la Pragmática Sanción por la que los jesuitas fueron desterrados de todos sus Dominios, y cuyo Embajador Moñino presionó al Papa Clemente XIV para que firmase el Breve de Extinción de la Compañía de Jesús, había sufrido un prolongado desmayo. Un año más tarde volvió a sufrir otro semejante. Tenía ya la por entonces avanzada edad de 73 años. La quebrantada salud del Rey Católico, la poco robusta de su principal Ministro Moñino y la edad decrépita de su Confesor hacían vislumbrar un cercano cambio de posturas del Gobierno de Madrid respecto a los jesuitas. En el Ministerio se habían producido algunos cambios. Había sido nombrado D. Antonio Valdés como Secretario de Estado de las Indias, que no concordaba con Moñino en punto a jesuitas. Inopinadamente le había visitado el Príncipe de Asturias y ambos habían dialogado largamente. Con ocasión del segundo desmayo del Rey, el Príncipe de Asturias comenzaba a introducirse en el Gobierno de España.

Carlos III murió en Madrid el 14 de diciembre de 1788. El Diarista P. Manuel Luengo dedica una serie de páginas, empapadas en sincero cariño, a narrar y comentar su vida. Valgan los siguientes párrafos:

«No es juicio temerario en pensar que, en las cosas evidentemente malas, reprensibles e injustas que se han hecho en su nombre, ha sido Carlos III engañado y sorprendido de tal modo que la sorpresa y el engaño le haya sido una excusa legítima en el Tribunal de Jesucristo. Así cuerdamente piensan muchos de los jesuitas a quienes yo trato y no habrá ahora entre todos los desterrados que no diga de corazón que así le haya sucedido. A la verdad, el carácter de Carlos III inclina no poco a pensar de esta manera. Por una parte era un Príncipe sin vicio alguno personal. Viudo desde la edad de 44 años, no ha dado motivo de que se diga de él en materia de castidad ni la más leve ligereza. Su porte era en todo regular y cristiano, asistiendo diariamente a Misa, frecuentando los Sacramentos y haciendo todos los días y en ciertos tiempos otras muchas acciones cristianas. La caza le llevaba mucho sus atenciones y mucha parte del día, pero no gastaba ni un cuarto de hora de la noche en los teatros. Era liberal y generoso, recto, justo, benigno, amante de sus vasallos, muy inclinado a hacer el bien a todos, compasivo y misericordioso, aun con los reos y culpables de graves delitos, de lo que se pudieran traer varios ejemplares. En realidad, no se podrá creer sin temeridad que un Monarca de este corazón hiciera gravísimos males a 5.000 Religiosos verdaderamente inocentes, sino por haber sido sorprendido y engañado de tal modo que les creyó reos de gravísimos delitos. Yo mismo he oído más de una vez en el destierro al P. Isidro López, que conoce el corazón y carácter de Carlos III tan bien como cualquier otro, de los que han estado cerca de su persona, que si su Confesor le hubiera dicho un día por la mañana: "Señor, los jesuitas son inocentes y es malo y ofensa de Dios lo que se ha hecho con ellos", antes de la noche quedaba revocada la Pragmática Sanción con que fuimos desterrados de todos sus Dominios.

Por otra parte era por genio cándido, sencillo e inocente. No estaba dotado de ingenio particularmente perspicaz. Nada instruido y versado, como regularmente sucede a los hijos de grandes Príncipes, en cosas de mundo, en ardides y astucias de los políticos, expuesto a persuadirse de que todos sus Ministros eran buenos, fieles, celosos o incapaces de hacer la menor injusticia, distraído del Gobierno por la malignidad de sus mismos Privados en fomentarle tanto la inclinación a la caza que ésta vino a ser su principal ocupación en todo tiempo, lo mismo con los fríos y nieves y rigores del invierno que con los ardientes calores del verano. Éste ha sido en la realidad Carlos III: un Rey en su fondo justo, benigno, buen cristiano, poco aplicado al Gobierno, entregado a la caza y muy satisfecho de estar bien servido de los Ministros. Con un Rey de este carácter sus Ministros favoritos y confidentes han tenido un poder absoluto e ilimitado para hacer cuanto han querido. Y por desgracia los eligió entre gente baja: D. Manuel de Roda, el P. Fray Joaquín de Eleta, D. José Moñino y D. Pedro Rodríguez Campomanes».



De estos cuatro faltaban ya dos al morir el Rey: Roda había fallecido 6 años antes, en 1782, y pocos días antes de Carlos III, quizá el 3 de diciembre, emprendió el mismo camino a la eternidad su antiguo y estimadísimo Confesor, el Religioso Alcantarista Fray Joaquín. Las páginas, con que el P. Luengo le recuerda, son más bien duras y totalmente diversas a las dedicadas al Rey: el Diarista concluye calificándolo como «el más rabioso y perjudicial enemigo de la Compañía de Jesús». Prefiero dejarlas en el olvido.




ArribaAbajoCoronación de Carlos IV

Sucedió a su padre en el trono de España el Príncipe de Asturias, Carlos IV. Tenía ya 40 años, por haber nacido el 11 de noviembre de 1748. El Diarista P. Manuel Luengo narra con cierta extensión las fiestas celebradas en Madrid por la coronación del nuevo Rey. Empezaron el día 21 de setiembre, en que el Rey y la Reina y toda la Familia Real, con el tren y grandeza que por sí mismo se entiende, hicieron entrada o paseo público por la Corte. Al día siguiente hubo toros en la Plaza Mayor con todas las ceremonias acostumbradas en fiestas reales, asistiendo en público los Reyes, los Consejeros y toda la gente lucida de la Corte y forastera. Y el día 23 se hizo con la acostumbrada solemnidad la ceremonia de jurar el Príncipe de Asturias en la Capilla de San Jerónimo del Palacio del Buen Retiro, adonde fueron los Reyes y la Familia Real a pasar aquel día. En estos días de fiestas hubo mucha gala en la Corte, besamanos, iluminaciones y otras cosas como éstas. Y no faltaron tampoco con esta ocasión premios y promociones. A la ceremonia de Jura asistieron también, como miembros de las Cortes, una serie de Arzobispos y Obispos.

«Y en estas Juntas de Obispos ¿no se ha hablado de los pobres jesuitas españoles desterrados a Italia? Nos lisonjeamos de que algún otro de los Obispos, y en especial los de Orense y León, con gusto hablarían a favor nuestro si tuvieran esperanzas de hacernos algún bien. Pero no hay el menor indicio en carta alguna, y mucho menos en los efectos que se ven, de que los dichos Prelados ni algún otro se haya acordado para cosa alguna de los desterrados jesuitas. ¡Gran desconsuelo para nosotros que una Junta de 15 Arzobispos y Obispos de España, reunidos en la misma Corte, ni mire como una gravísima violación de la Inmunidad Eclesiástica el destierro notoriamente injusto, despótico y tiránico, por la malignidad de unos pocos Ministros, de 5.000 inocentes Sacerdotes y Religiosos!».



En un primer momento, sin duda, los desterrados jesuitas españoles habían concebido la ilusión de que su suerte iba pronto a girar hacia un horizonte mejor. Pero poco a poco comenzaron a pensar que Carlos IV había heredado de su padre, con el trono, su decisión de abandonarles. Y es que comenzó por designar primer Ministro a su favorito D. José Moñino, Conde de Floridablanca. Y éste nombró Gobernador en propiedad del Consejo de Castilla a D. Pedro Rodríguez Campomanes y le condecoró con la Gran Cruz de la Orden de la Concepción y le dejó por Presidente de las Cortes. Poco después de las fiestas Carlos IV se marchó a Aranjuez para dedicarse a la caza.

«Y el 28 de setiembre se firmó en Madrid el funesto y durísimo despacho en el que se viene a ordenar que todos los jesuitas españoles, sin exceptuar uno, continúen para siempre en su destierro en Italia.

Un tomo entero no bastaría para trasladar la mitad de las expresiones de sentimiento, de disgusto y de indignación que se oían en todas partes en aquellos primeros días. Quién se mostraba indignado de que los astutos y malignos Ministros de Madrid hayan inducido también al bueno y justo Carlos IV a que nos condene, como su padre, sin darnos lugar a decir una palabra en nuestra defensa. Quién se horrorizaba de que los mismos hombres malvados hayan podido llegar a hacer a un Soberano tan piadoso y compasivo, tan generoso y benéfico para con todos sus súbditos, duro y despiadado para con solos los jesuitas, a quienes en otro tiempo estimó mucho y amó con ternura. No pocos se asombraban, más que de todo, de que haya podido ser engañada e inducida a que abandone también a los jesuitas españoles la nueva Reina D.ª Luisa, de cuyos talentos, memoria para con su abuela la Reina D.ª Isabel, amor a la Compañía y mucha cabida para con el Rey su Esposo, se prometían grandes cosas. Muchos, disgustadísimos de este país en que viven, y justamente deseosos de ver a los suyos y de pasar el resto de su vida tranquilamente sin los afanes, cuidados y aun peligro del destierro, se afligieron y consternaron extrañamente con este nuevo rayo o anatema, pragmática, despacho o decreto, que les condena a continuar viviendo desterrados en Italia».






ArribaAbajoNuevas finezas del Príncipe Potemkin

La desilusión de los ex-jesuitas españoles desterrados en Italia contrasta con la ilusión renovada de los jesuitas de Rusia, gracias a la cariñosa y constante proyección de Catalina II y del Príncipe Potemkin.

El viaje de la Emperatriz Catalina a sus nuevos Estados de Crimea, del cual volvió sin desgracia a su Corte, irritó tanto a los Turcos, que improvisadamente le declararon la guerra, encerrando en un Castillo, como ellos acostumbran, a su Embajador en Constantinopla. Y pasando de las palabras a las obras, han atacado ya los Turcos, aunque hasta ahora sin efecto, la plaza de Kerburg, que les debe de embarazar mucho para el feliz éxito en sus empresas militares. La Corte de Pietroburgo ha reaccionado y envía sus tropas al distante teatro de la guerra. El Príncipe Potemkin fue nombrado Generalísimo de los Ejércitos Rusos contra los Turcos y

«este mismo año de 1789 ha dado a los jesuitas tales muestras de cordialidad y cariño, que prueban en él un amor y aprecio muy particular hacia ellos. Por el mes de marzo, después de haber dado las órdenes convenientes para la seguridad de la Plaza de Oczakow, gloriosa conquista suya por el mes de diciembre, se puso en camino hacia la Corte de Pietroburgo, y se detuvo una noche en una Ciudad en que estaba el P. Vicario General de la Compañía, y admitió la visita de éste, le hizo mil expresiones y le obligó a él y a su compañero a cenar con él a su mesa. Por el mes de junio dio la vuelta hacia el Ejército y un día, que se detuvo en la Ciudad de Orsa, convidó a comer en su Compañía al P. Vicario General y al P. Natal Magnani, su compañero, estuvo a visitarles en su Colegio y allí con suma dignación y familiaridad tomó un agasajo de refresco que le hicieron los Padres».



A estas consoladoras nuevas hay que añadir la fundación de un nuevo Colegio fundado por el Conde de Czernicheff en la Ciudad de Czeczersk, que está en los confines de la Rusia Blanca, hacia el interior del Imperio. A él ha pasado a vivir el P. Agustín Magnani.

«Y él mismo escribe que ya han empezado a trabajar y que está muy ocupado, así en los ministerios como en la enseñanza. Y se muestra muy contento porque espera hacer algún bien en aquellas gentes, y especialmente en los jóvenes, a quienes pinta de buena índole, de candor y docilidad».






ArribaAbajoDos muertes muy sentidas

Durante el bienio 1789-1791 no hay novedades que señalar en esta nuestra historia de la «resurrección» de la Compañía de Jesús iniciada en la Rusia Blanca. Se puede aplicar a este período lo que anota el P. Luengo al finalizar el año 1791:

«En este año, de que acabamos de salir, ni para mal ni para bien ha habido mudanza alguna en el estado de la Compañía de Jesús. No se ha restablecido en el menor rincón del mundo, pero tampoco se ha arruinado en donde, o propiamente y en cuerpo, como en Rusia y acaso en algún otro pequeño país de Alemania, o con menos propiedad y sin unión, como en Francia e Inglaterra, se había conservado hasta ahora. Las esperanzas del restablecimiento de la Compañía en el Reino de Polonia casi se han desvanecido del todo».



Sin embargo, no debemos omitir dos noticias dolorosas: los fallecimientos de dos personas que han jugado un papel importante en las páginas precedentes. El día 2 de mayo de 1791 murió en Czeczersk de la Rusia Blanca, en donde se fundó poco tiempo ha un nuevo Colegio, el P. Agustín Magnani, natural de Bolonia, de cuya vocación para ir a incorporarse con los jesuitas de Rusia, después de haber vivido algunos años en la Compañía en Italia, viaje, llegada a Polock, y de otras cosas pertenecientes al mismo, así antes de salir de esta Ciudad de Bolonia, como desde que llegó a Rusia, se ha hablado en varias partes de este Diario. Con ocasión de su muerte ha escrito su hermano, P. Natal Magnani, una larga carta a una tía de ambos, y aun dice que escribirá su vida. En esa carta aparece el P. Agustín un insigne jesuita, un hombre exacto y fervoroso en todo lo que pertenece a la propia y personal conducta, un ejemplar Religioso, instruido en las cosas propias de un jesuita para la enseñanza y los ministerios, celosísimo de la salvación de las almas, gran propagador de la tiernísima devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y laboriosísimo hasta donde alcanzaban sus fuerzas. Y aun se tuvo por cierto, y él mismo tuvo algún escrúpulo al morir, que había muerto oprimido del peso de las ocupaciones de enseñanza, de sermones, de catequesis, de confesiones, de visitas a cárceles y hospitales, de asistencia a moribundos y de otras muchas cosas que llevaba sobre sí. Pérdida muy sensible para aquella pequeñita Compañía de Jesús, por ser un sujeto tan apreciable y tan útil, hallándose todavía en los 45 años de su edad, pues nació el 8 de mayo de 1746. Su muerte se ha sentido de un modo extraordinario en Polock, Mohilow y otras partes en que ha vivido, y sobre todo en la Ciudad de Czeczersk, donde ha muerto. El modo de su muerte ha sido algo singular. El mismo día 2 de mayo, lunes después del Domingo in Albis, en el que confesó toda la mañana e hizo otras muchas cosas, después de haber dormido bien, se levantó. Pero, sintiendo una extraordinaria debilidad, reconoció que estaba inminente su muerte. Se confesó, recibió el Viático y la Extrema Unción, y dos horas después de mediodía murió plácidamente.

El 16 de octubre murió en Jassi el Príncipe Potemkin de un modo muy extraño. En Galatz, en donde iba dando las disposiciones para el Congreso de la Paz con el Turco, se vio atacado de un mal contagioso que había en el país, y se retiró a Jassi. Y no teniendo por bastante sano aquel aire, siguió después de algunos días su camino, huyendo siempre del Danubio y acercándose al Dniester. Pero en este mismo viaje le apretó tanto su mal que se vio obligado a bajar de su coche en un despoblado y allí, a cielo descubierto, murió entre los brazos de los suyos. De sus talentos políticos y militares, de sus empresas en la Campaña y en la Corte, de la felicidad en todas ellas, de las grandes cosas que ha acabado en edad de 52 años, de sus títulos, honores, riquezas, favor y gracia de la Emperatriz, y de otras cosas como éstas, hablarán otros en sus historias.

«Pero yo -escribe el P. Luengo- no debo hablar aquí sino de dos obras de este famoso Príncipe, que son muy propias de nuestro Diario, y una es ya pasada y antigua, y otra estaba en proyecto. La primera es la conservación de la Compañía de Jesús en la Rusia Blanca. La primera determinación de la Emperatriz de Rusia en conservar en sus Estados la Compañía no fue obra de este Príncipe Potemkin. Pero pocos años después entró a ser Gobernador de la Rusia Blanca y al mismo tiempo empezó a ser persona muy autorizada en la Corte, y poco más adelante árbitro absoluto en todos los negocios. Por tanto, se debe tener por cierto que todo lo que se ha hecho en Pietroburgo en estos 8, 10 ó 12 años, ya para impedir la intimación del Breve de Clemente XIV a aquellos jesuitas y ya de alguna ventaja para ellos por otros títulos, se debe de un modo particular a este Príncipe Potemkin, que personalmente les ha hecho mil favores y finezas en todas las ocasiones que han ocurrido. La segunda, y sólo en proyecto, es la reunión de la Iglesia Griega Rusa a la Iglesia Católica Romana. Aquellos jesuitas de Rusia, a insinuación de este Príncipe, escribieron sobre este asunto un libro, en el que se probaba que el único verdadero Centro de la Religión Cristiana es el Romano Pontífice. Potemkin lo leyó y quedó convencido y resuelto a emplear su brazo y todo su poder en esta grande obra de la reunión del Imperio Ruso a la Iglesia Católica Apostólica Romana. Y sólo faltaba, para poner con empeño las manos en ella, ajustar las paces en el Congreso que se debía de haber abierto en Galatz o en Jassi en el mes pasado de noviembre».






ArribaAbajoPrimeros fulgores de una nueva aurora

El 28 de febrero de 1792 fue depuesto repentina y absolutamente de todos sus empleos y cargos el Excmo. Sr. D. José Moñino, Conde de Floridablanca, primer Secretario de Estado y del Despacho de Negocios Extranjeros, y por su mucha privanza con el difunto Rey Carlos III y con el presente Carlos IV por muchos años árbitro absoluto de todas las cosas de la Monarquía. Hay quien pensó que de la deposición de Moñino se iban a seguir mudanzas en la causa de los jesuitas. En España no se vio por el momento ningún cambio favorable. Sí, en cambio, se vislumbraron en otros sitios los primeros fulgores de una nueva aurora.

El Serenísimo Duque de Parma e Infante de España D. Fernando, viendo a la mitad del mes de marzo que ya no tenía poder en la Corte de Madrid D. José Moñino, ni otro hombre parecido a él en el furor contra la Compañía, contra sus Santos y todas sus cosas, determinó al instante celebrar este año con toda la solemnidad posible en la Iglesia del Sitio Real de Colorno la fiesta de San Luis Gonzaga y mostró deseo de que predicase el panegírico del Santo el ex-jesuita P. Gerardo Pennazzi, natural de la misma Corte de Parma, que, por estar desterrado como todos los demás jesuitas súbditos del Serenísimo Duque, vivía en la Ciudad de Forli, del Estado del Papa. Al instante se ofreció el P. Pennazzi a dar gusto a su Soberano, no obstante ser un hombre tan anciano que había cumplido ya sus 80 años de edad. Y algunos días antes de la fiesta de San Luis pasó por Bolonia, en buen estado de salud y bastante robusto, y se hospedó en una casa de jesuitas españoles, que le obsequiaron cuanto pudieron. Llegó el día de la fiesta de San Luis y el venerable anciano predicó su sermón con particular esfuerzo, con mucha devoción y ternura. Dadas las circunstancias de ser natural de Parma, de haber estado desterrado de su patria durante 24 años, de la novedad de la función, del esmero y magnificencia en todo, del numeroso concurso de gente distinguida y de la presencia y devoción de los Soberanos y de sus hijos, la fiesta resultó lucidísima y devotísima.

En la misma Corte de Parma, por determinación del mismo Duque o por devoción particular de la Archiduquesa María Amalia, su esposa, se celebró el mismo día otra fiesta al Santo y con no poca solemnidad. Y en ella hubo dos circunstancias muy dignas de notarse. Una, el haberse celebrado en la Iglesia del Colegio jesuítico de San Roque, que había estado cerrada no menos que 24 años, desde que fueron desterrados los jesuitas. La otra, el haberse dejado ver aquella mañana cinco jesuitas en los Confesionarios de aquella Iglesia, como hacían antaño cuando vivían en aquel Colegio. ¡Qué espectáculo para la Ciudad de Parma a vuelta de 24 años que no veía abierta aquella Iglesia ni jesuitas confesando en ella públicamente! Aquel mismo día de San Luis se les entregaron las llaves de los aposentos del Colegio por si querían volver a vivir reunidos en su antiguo Colegio.

Más aún: los jesuitas de Parma habían tenido un Seminario de Nobles muy numeroso y lucido. Con motivo de su destierro a principio de 1768 habían tenido que dejarlo en manos de los PP. Escolapios. El Serenísimo Duque D. Fernando ordenó resueltamente que el Seminario volviera a las manos de sus antiguos Directores y Maestros, y que los ex-jesuitas desterrados de su Estado por más de 24 años, volvieran y se hicieran cargo de su dirección y enseñanza. Y esto se logró y ejecutó en los últimos días de octubre de 1792. Poco antes partió de Bolonia, donde residía, el P. Carlos Porcia, para hacerse cargo del Rectorado del Seminario. Y con él se congregaron otros ex-jesuitas, como el castellano P. Gervasio Gil, de la Provincia del Paraguay, para enseñar Física experimental. Los 13 ex-jesuitas allí reunidos resolvieron de común acuerdo vestir siempre de ropa talar y vivir en todo como jesuitas, esperando que la memoria de la Compañía, la buena educación tenida en ella, la caridad y unión entre sí suplirán la fuerza de los votos religiosos. En todas las demás cosas del Seminario, como la administración de las rentas, economía interior y así de todas las otras, por voluntad expresa del Serenísimo Duque, habían de tener la misma libertad e independencia que antiguamente, cuando era suyo el Seminario.

Por supuesto, en cuanto a Rusia no se puede hablar de fulgores de aurora. Allí sigue brillando un sol esplendoroso sobre la Compañía de Jesús. Y conseguida la paz tras las victorias sobre el Gran Señor de Turquía, se abren nuevas perspectivas. A principios de 1785 se habían puesto en camino hacia Pietroburgo, por voluntad de la Emperatriz, tres jesuitas insignes: el P. Gruber, Matemático insigne, el P. Pfeifer, hombre sabio y muy instruido, y el P. Natal Magnani, joven de buenos talentos para todo. Al ser convocada la 2.ª Congregación General, dichos jesuitas pidieron permiso para regresar a Polock. Lo obtuvieron a condición de estar dispuestos a volver de nuevo, cuando se les llamara. Al parecer ellos estaban enterados del porqué de la llamada a Pietroburgo, pero no podían revelarlo, dado el secreto que se les había impuesto. En todo caso, parece que, aunque en público se imaginaba por motivo de este viaje alguna obra de Matemáticas dirigida por el P. Gruber, capaz de cualquier cosa en este género, parece más creíble que fuera más bien algo relativo a la suspirada reunión del Imperio Ruso con la Iglesia Católica Romana.




ArribaAbajoParma

En 1789 se desencadenó la Revolución Francesa con toda su comitiva de horrores y ríos de sangre. El 21 de enero de 1793 Luis XVI fue ajusticiado en la guillotina. Su esposa M.ª Antonieta lo fue igualmente nueve meses después, el 16 de octubre. Toda Europa se estremeció. Y en particular los Duques de Parma: M.ª Amalia era hermana de M.ª Antonieta y Fernando pariente muy cercano de Luis XVI. El Duque se sintió aún más impulsado a proseguir el camino iniciado el año anterior. Tenía que librar a sus jóvenes del contagio de la Revolución y nada mejor para conseguirlo que volver a abrir los colegios de los jesuitas. En marzo de 1793 escribió a Pío VI que entregaba a los ex-jesuitas sus antiguos Colegios de Parma, Piacenza y Colorno. Y el 23 de junio de 1793 escribió a Catalina II de Rusia y al Vicario General de la Compañía pidiendo que se le enviara desde Rusia Blanca un jesuita con poderes para reincorporar a la Compañía, lo antes posible, a los ex-jesuitas que anhelaban hacerlo en el Ducado de Parma.

En el Colegio de San Roque, en el que ya vivían desde hacía tres meses algunos jesuitas, se celebró el 31 de julio de 1793 una fiesta magnífica, lucidísima y con un concurso numerosísimo en honor de San Ignacio de Loyola. Los Duques vivían habitualmente fuera de la Corte, pero aquella mañana fueron los dos a la Iglesia de San Roque y juntos hicieron oración y oyeron Misa delante del altar del Santo. El Duque recibió ese día a cuatro ex-jesuitas españoles, los PP. Martín Bergaz, Joaquín Zabala, Pedro Goya y José Echezábal. En efecto, sin haberlo solicitado por su parte, fueron introducidos a besar la mano de Su Alteza y el Duque los recibió con mucha humanidad y agrado y con muestras de aprecio y de compasión. Les detuvo en conversación familiar y bastante larga, y toda ella sobre el paso por aquella Ciudad de tantos millares de jesuitas españoles cuando él era jovencito, sobre las cosas de la Compañía, de la Iglesia y de la Religión, con mucho juicio e inteligencia, con no menor piedad, y como hombre que estaba fundadamente instruido de las causas de los presentes males y desconciertos. Y después de todo esto concluyó: «Ya era tiempo de que los Príncipes se desengañasen. Dios lo hará». Hace dos años sólo pasar un jesuita por la Ciudad de Parma era un delito de Lesa Majestad, o poco menos, y era aún mayor en Madrid que en Parma. Pero ahora que ya no hay Abogados como Moñino ni otros hombres semejantes al lado del Rey Católico, el Duque Fernando, hermano de la Reina de España, no sólo acoge benignamente a sus vasallos jesuitas, sino que tiene también la bondad de admitirles a su presencia, de darles a besar su mano y de darles muestras de estimación.

En respuesta a la petición del Duque D. Fernando, el R. P. Gabriel Lenkievicz destinó a Parma a los italianos PP. Antonio Messerati, como Viceprovincial, Luigi Panizzoni y Bernardo Scordialó, griego. Salieron en los últimos días del año de la Ciudad de Plozko, cruzaron Alemania con los caminos cubiertos de nieve y, a una hora de la noche del 7 de febrero de 1794, llegaron al Seminario de la Ciudad de Parma. Estos tres jesuitas habían viajado desde Italia a la Rusia Blanca hace algunos años, después de haberse abierto el Noviciado. Hay que notar una extraña concurrencia, no intentada ni siquiera imaginada de antemano por éstos: los tres jesuitas rusos entraron en el Seminario de Parma puntualmente en el mismo día y a la misma hora en que 26 años antes salieron de él los jesuitas desterrados que hubieron de encaminarse hacia el Estado Pontificio.

La mañana siguiente a su llegada los tres, vestidos modestamente como Sacerdotes Seculares, como con justos motivos habían hecho su viaje desde Plozko a Parma, fueron al Sitio de Colorno, en donde vivía de asiento el Duque y allí se detuvieron todo el día 8 y la mitad del 9, y fueron tratados no solamente con regalo, sino con muestras muy particulares de cariño y estimación. Y tuvieron largas audiencias del Duque y conferencias con su principal Ministro, el Conde Ventura, sobre el objeto de su venida. Presentaron por su parte las cartas de su Soberana, la Emperatriz Catalina, y las Órdenes del Vicario General de la Compañía, el R. P. Gabriel Lenkievicz. Por otra parte se informaron sobre el estado en que tenía la cosa el Duque, especialmente por lo que toca al Papa, a fin de dar al instante el paso decisivo en el negocio o para suspenderlo hasta que todo estuviera maduro y en sazón.

Volvieron después a Parma y tras detenerse allí algún día partieron para la vecina de San Donilo, en donde les hospedó el Obispo en su Palacio, a solicitud del Duque. Y en aire de hombres desocupados, a la espera de las resultas de lo hablado con el Duque, se tomaron un tiempo para visitar a parientes y amigos. El P. Messerati se fue a Milán. Y los PP. Scordialó y Panizzoni a Cremona para hacer una cariñosa visita por encargo del P. General a una Familia Noble, que ha sido bienhechora muy insigne de la Compañía de Jesús en Rusia. En aquella Ciudad fueron recibidos y agasajados con muy particular cariño y atención por todas las Familias Nobles, que a porfía les convidaron a comer en sus casas. Todos, allí y en todas partes, decían con franqueza que los jesuitas rusos venían a restablecer la Compañía de Jesús en el Ducado de Parma, incorporándola a la conservada en la Rusia Blanca. Y que consecuentemente pensaban abrir Noviciado en uno de sus Colegios para recibir en él tanto a quienes antaño habían sido ya jesuitas como a los que todavía no lo habían sido. Éste es, a juicio de todos y con tanta seguridad como si se vieran los documentos auténticos, todo el objeto y todo el fin de esta venida de los tres jesuitas rusos a Parma. Aquí no se trata menos que de restablecer legítimamente en el Estado de Parma, y propia y verdaderamente según su Instituto y Constituciones, y con facultad para conservarse y propagarse en lo sucesivo, la Religión de la Compañía de Jesús, extinguida hace más de 20 años en toda la Iglesia con el famoso Breve del Papa Ganganelli Clemente XIV.

A pesar de tan buenos y favorables augurios, el proyecto del Duque Fernando no acababa de arribar a buen puerto. La Corte de Madrid no parecía oponerse a él. Y el Papa parecía inclinado a dar algún visto bueno verbal en secreto. Pero esto no bastaba: según las Órdenes del P. Vicario General los tres jesuitas enviados a Parma no debían dar paso alguno sin un Breve expreso de Su Santidad. Y por más que el Duque siguiera suplicando, Pío VI llegó a pedirle que no insistiera más sobre el asunto. Sin embargo, los tres jesuitas rusos se mantenían en el Convictorio de San Roque y ejercitaban los ministerios como los demás. Y por su parte, el Duque D. Fernando no abandonaba la empresa...

El 3 de junio moría en Parma el P. Borgo. Él había sido allí el principal agente y promotor de todo aquel ideal de restablecimiento de la Compañía. Comenzó consiguiendo instalar el Convictorio jesuítico en el Colegio de San Roque y poco después en el Colegio de Piacenza. Él sólo trabajó en el negocio de la venida de los tres jesuitas rusos. En una palabra, él fue el «restaurador» de la Compañía en Parma. ¡Y puntualmente ha muerto cuando estaba ya a punto de coronar su empeño! Por eso se comentó que el mismo Duque le había comparado a Moisés, quien, después de sus innumerables trabajos para introducir al Pueblo de Israel en la tierra de promisión y teniéndola ya a la vista, murió sin poner el pie en ella. En la misma Iglesia del Colegio de San Roque se le hizo el Oficio y se le dio sepultura. Y en su lugar entró el P. Messerati, que continuará trabajando hasta que se logre éxito o hasta que, perdida toda esperanza, se vuelva a Rusia.

El Duque Fernando, no contento con que los jesuitas se encarguen de la dirección del Seminario y de que traten de santificar con el ejercicio de todos los ministerios sagrados las Ciudades de Parma y de Piacenza, ha mostrado gusto de que salgan a hacer Misiones por los lugares y campiñas del Estado. Y en efecto, aunque son más bien pocos y mayores en edad, han salido varios a hacerlas, y aun alguno de los tres venidos de Rusia. Por su parte, el P. Rivarola, que residía en el Convictorio de Piacenza, salió en otoño para una gran Misión en algún lugar grande de aquella zona, al que fácilmente podía concurrir mucha gente de las cercanías. Y he aquí una circunstancia muy digna de ser notada: las Señoras Ursulinas de Piacenza, al ver que los Padres se disponían para salir a Misión, les ofrecieron los instrumentos utilizados 26 años por sus antecesores, que ellas habían conservado solícitamente y guardado como si fuera un tesoro; el Santo Cristo, las disciplinas, dogales y campanillas. El mismo P. Rivarola reconoció que así podrían hacer la Misión enteramente a la jesuítica y a la antigua con todas las piadosas invenciones y arbitrios que los antiguos usaban. Y aseguró luego que todo había resultado excelentemente y a su entera satisfacción. Pero por su humildad atribuyó el buen suceso en mucha parte a lo mucho que habían trabajado los Padres del Convictorio y en particular los españoles. Otra circunstancia ha habido en esta Misión: el Duque les envió un estandarte o lábaro con una hermosa pintura del Corazón de Jesús. Y sin duda ha colaborado para que la Misión haya tenido un éxito tan feliz y la gente haya obtenido tantísimo fruto.

Durante el otoño vinieron a Parma dos jesuitas, de los que viven reunidos en la Ciudad de Augusta, para informarse sobre cómo iba el proyecto de restablecimiento de la Compañía, porque aspiraban a lograr lo mismo en Augusta y en todo el Estado de Treveris, en cuanto el Duque de Parma lograra su intento. Más adelante llegarían el P. Felipe Asensio al Convictorio de Piacenza y los PP. Pedro Cordón y José Carrillo al Colegio de Parma.




ArribaAbajoFallecimiento del P. Natal Magnani

El 2 de noviembre de 1794 falleció en Polock el P. Natal Magnani, natural de Bolonia. Al tiempo de la extinción de la Compañía era Escolar. Continuó con aplicación sus estudios y algunos años después fue ordenado Sacerdote. Estaba muy bien instruido en las Lenguas griega, latina, española y francesa, en Matemáticas y convenientemente en Teología, y había logrado ya algunas facultades para predicar y confesar. Nada, pues, le faltaba para vivir con regalo, con honor y aun con el consuelo de trabajar a beneficio de las almas en su Ciudad de Bolonia. Y no obstante, siguiendo el ejemplo de su hermano Agustín y abandonándolo todo, partió secretamente hará 8 ó 10 años a la Rusia Blanca para entrar desde luego, trabajar y morir en la Compañía de Jesús. Allí ha sido Maestro de Filosofía, Secretario del P. Provincial y ahora era Maestro de Novicios. Y efectivamente tenía prendas, instrucción y virtud para tan diferentes y tan importantes empleos.

En la carta, en que se da aviso de su muerte a su hermano Antonio, también jesuita, al presente Bibliotecario de la Librería pública de la Instituta, se atribuye principalmente a su caritativo empeño en asistir a un preso de la cárcel, llagado y apestado. Y en su propia enfermedad, no poco larga y penosa, mostró no solamente una paciencia cristiana, sino también una tan perfecta resignación, que por miedo de faltar a ella no se resolvió a hacer un voto al Sagrado Corazón de Jesús si le concedía la salud, como se lo suplicó instantemente un amigo suyo. Y tuvo al fin una preciosa muerte.




ArribaAbajoEl P. Messerati en Bolonia

El 22 de abril de 1795 llegó a Bolonia el P. el P. Antonio Messerati, uno de los tres llegados hace año y pico desde la Rusia Blanca y ahora hace de Superior de todos los Convictorios de Parma. En Bolonia se detuvo dos días, al parecer con el fin de dar gracias en nombre del P. Vicario General y de toda aquella pequeña Compañía de Jesús a varios Señores boloñeses y algunos ex-jesuitas italianos y españoles que les habían hecho algunas limosnas y regalos, y de invitar a algún otro jesuita para los Convictorios de Parma. Esto es lo que se le ha visto hacer allí, yendo a las casas de los que comúnmente son mirados como jesuitas bienhechores de los de Rusia. Y al parecer enseguida conquistó a un joven ex-jesuita italiano para llevárselo consigo a Parma.

Éste es el P. Bartolomé Avezani, que desde hace 6 u 8 años vivía en la Casa de los PP. de la Congregación de San Felipe Neri en Bolonia. En aquella Casa habían vivido también los PP. Ascanio y Pozzia: el primero murió en ella y el segundo salió de ella para ir como Rector al Seminario de Parma. Uno y otro se habían hecho mucho lugar en la Casa por sus talentos, prendas y laboriosidad en los ministerios y merecieron particular estimación de los PP. Filipinos. Acaso les ha excedido en esto el P. Avezani, y con toda verdad se puede decir, y lo dicen con sinceridad varios de los PP. Filipinos, que era el alma de la Casa en el ejercicio de los ministerios, en la dirección y educación de la juventud, que ya era bastante numerosa, y aun en el gobierno de ella, aunque por sus pocos años de Filipino no tenía todavía voto en sus Juntas ni oficio alguno de importancia. El P. Messerati logró convencerle para que fuese a uno de los Convictorios de Parma y el día 28 se marchó secretamente de la Casa de los Filipinos, sin decir nada a nadie. Envió después una carta al P. Superior, notificándole la resolución que había tomado y las causas que le habían movido.

Con esta novedad hubo en la Casa propiamente un tumulto religioso y todos los PP. se mostraron sumamente consternados y afligidos. Y en sus expresiones de pena, acompañadas con lágrimas en varios de ellos, no se quejaban del modo, al parecer poco atento con que les había dejado, ya porque en semejantes casos es entre ellos muy común, y ya también porque, como ellos mismos decían, si no hubiera salido de ese modo, absolutamente no hubiera salido, porque era imposible que pudiese resistir a las eficacísimas instancias y ruegos de todos para que no saliese. Sus lamentos eran principalmente de que les ha faltado a una palabra que les había dado muchas veces. Al ver abiertos los Convictorios de Parma, temieron los PP. Filipinos que les dejase su estimado P. Avezani y a fuerza de súplicas y de ruegos le obligaron en alguna manera a que les diese palabra de no dejarles mientras no fuese restablecida la Compañía de Jesús, y hasta ahora no lo había sido. Pero, siendo, todo lo que se ha visto en Parma, algún principio de restablecimiento de la Compañía, no es gran falta no haber esperado hasta ese día tan deseado, y los mismos PP. Filipinos lo confiesan. Y así toda la causa de su dolor y pena por la marcha del P. Avezani viene a parar en un singular honor de éste, pues se viene a reducir a la mucha estimación que tenían de su persona y a la falta que les hacía para muchas cosas de la Casa.

El P. Avezano se ha ido en derechura a un nuevo Convictorio que se ha abierto en el Estado de Parma, el Colegio jesuítico de la Ciudad de San Donino, cuya Iglesia se abrió para el culto y ejercicio de los sagrados ministerios, después de haber estado cerrada durante 27 años, el día del Apóstol San Matías, 24 de febrero de 1795. En él habían entrado algunos días antes para disponer las cosas los otros dos jesuitas venidos de Rusia, PP. Scordialó y Panizzoni, y el P. Tartani, que vivía en el Convictorio de Parma. La Ciudad de San Donino es una población pequeña. Y no obstante, hubo aquel día un numeroso concurso de gente a confesarse y a toda la fiesta que se hizo en el templo por la mañana y por la tarde. En aquel Colegio no sólo se han preparado 5 ó 6 aposentos con las cosas necesarias, sino que se va continuando en disponer otros muchos, cuales son las camas y otros muebles convenientes. Y estando destinado este Colegio para Noviciado, infieren de aquí muchos que está ya pronto el restablecimiento de la Compañía en el Estado de Parma, y por lo menos se debe inferir que no es negocio desesperado, como piensan algunos pusilánimes, y que el Duque no ha abandonado la empresa.

El Cuerpo de la Ciudad de San Donino, después de haber visto y observado por espacio de unos meses la laboriosidad de aquellos jesuitas en el ejercicio de los ministerios, escribió al Duque con fecha de 28 de enero de 1796 una carta de acción de gracias sumamente expresiva por el beneficio que les había hecho al abrir aquel Convictorio. Y en ella se asegura resueltamente que «ya se ve con claridad el provecho espiritual, no menos que el temporal, causado en aquella población por el pasto de la palabra divina, anunciada con tanto celo y empeño mucho más frecuente que antes, por el cuidado solícito y continua dirección de la juventud, y principalmente por el restablecimiento de la Congregación de los Artistas, con la cual, con edificación de todo el pueblo, se han disminuido no poco los desórdenes y escándalos que se habían hecho demasiado frecuentes». Y llenos de gozo por este felicísimo suceso, se atreven a pedir a Su Alteza la continuación de su celo en orden al restablecimiento de la Compañía, «obra -dicen- cuanto grande y ventajosa al mundo, tanto deseada y esperada por todas las gentes».

Por otra parte, el mismo Duque D. Fernando escribió de su puño y letra al P. Messerati, ordenándole que en la Iglesia de San Roque de Parma se hiciese con esplendor la Novena a San Francisco Javier, dando principio a ella el 4 de marzo. Y así se ha ejecutado con el conveniente lucimiento, con piedad y fervor y con buen concurso de gente, en especial de la distinguida y desocupada. Una determinación tan piadosa y de tan particular devoción para con el Santo Apóstol del Oriente, y propia del Serenísimo Duque sin que jesuita alguno se la haya podido inspirar, es prueba suficiente de que Su Alteza habrá querido honrarle personalmente. Y de hecho ha hecho oración en el altar del Santo mientras se ha ido celebrando la Novena.

Al finalizar el año 1796 podía certificar el P. Luengo que en el Seminario de Parma y en el Convictorio de dicha Ciudad, al que se había agregado el P. Javier Perotes, de la Provincia de Castilla, todo iba con la regularidad conveniente, y el piadoso Duque D. Fernando se mostraba cada día más contento de tener de algún modo jesuitas en su Estado, ya que todavía no había podido conseguir tenerlos con toda propiedad como miembros del Cuerpo de la Compañía. A Piacenza, en cuyo Convictorio no sólo se atendía al ejercicio de los ministerios, sino también a la enseñanza pública, se había agregado en setiembre el P. Joaquín Millars, de la Provincia del Paraguay, y se había encargado de la Cátedra de Lógica y Metafísica, de la que por falta de salud había tenido que dejarla el P. Pedro Goya.




ArribaAbajoMuerte de Catalina II

La Emperatriz de Rusia Catalina Alekséyevna II sufrió el 16 de noviembre de 1796 un cólico violentísimo y al día siguiente murió en Pietroburgo en edad de 67 años y 7 meses, y después de haber reinado 34 años cumplidos. Fue aclamada Emperatriz a causa de una revolución que derrocó a su marido el Zar Pedro III. El Diarista P. Luengo afirma que no tiene datos suficientes para hacer con exactitud el retrato interior de sus talentos, prendas y virtudes. Pero añade:

«Por los efectos se conoce que era una Señora de mucha capacidad, de talento para conocer y ganar las gentes, de mucho espíritu, de resolución, de gran firmeza y constancia, de un juicio muy bien puesto y muy asentado, y de un gran fondo de equidad, de justicia y de rectitud. Todas estas prendas de la Emperatriz Catalina II y otras varias no menos apreciables se descubren en la solidez, regularidad, igualdad, sabiduría, acierto, moderación y quietud de su gobierno en los 34 años de su Reinado, y puntualmente en un tiempo en el que apenas ha habido una Corte en toda Europa en el que no se hayan visto inquietudes, revoluciones, violentos trastornos, manifiestas prepotencias, opresiones, arbitrariedades, despotismos y tiranías. De aquí ha provenido que, desde que reventó y dio el gran estallido la Revolución Francesa, todos los Reinos y Estados de Europa, y por lo menos los más principales, han sido dentro de sí mismos un mar inquieto, agitado y tempestuoso por los tumultos y conspiraciones domésticas, y sólo el grande y dilatadísimo Imperio de Rusia, gobernado por la Emperatriz Catalina, ha sido un mar pacífico y sosegado, sin que en la agitación general de toda Europa se haya visto en él un motín del pueblo o una conjuración contra el Trono.

Y en su conducta en el negocio y causa de la Compañía de Jesús, ¡en qué grado tan subido no se descubren y tocan con la mano piedad, justicia, magnanimidad, desinterés y constancia! Una brevísima y sencillísima exposición de este extrañísimo, increíble y casi incomprensible suceso pondrá con evidencia delante de los ojos estas y otras virtudes suyas. El Papa Ganganelli Clemente XIV, a instancias de muchos Príncipes Católicos, y consintiendo los demás, publicó el año 1773 el Breve de Extinción general de la Compañía de Jesús en todo el mundo, y fue remitido para su ejecución a todos los Príncipes Católicos y no Católicos en cuyos Dominios había jesuitas. Y generalmente todos aquellos en cuyos Estados había algunos Colegios, con mayor o menor presteza lo pusieron en ejecución y lo conservan en el mismo estado de vigor y fuerza. En este caso bastaba no estar enteramente ciego con alguna violenta pasión de odio o de interés, para entender claramente y con una absoluta evidencia que de la extinción de la numerosa y dilatada Compañía de Jesús no había otras causas ni motivos que sorpresa y engaño en varios Monarcas, odio, malignidad, prepotencia y furor en sus principales Ministros, lisonja, abatimiento, codicia y venalidad en los Romanos, y que en la substancia y en el modo era una determinación injusta, violenta, cruel y tiránica.

La Emperatriz Catalina conoció muy bien todo esto y, habiendo empezado un año antes a ser vasallos suyos los jesuitas de la Rusia Blanca, no quiso que fuesen oprimidos por los furiosos Ministros Borbones y por los venales Romanos, y prohibió severísimamente la intimación del Breve de Extinción de la Compañía a los jesuitas vasallos suyos. Tomada esta resolución, se ha mantenido la Emperatriz firme, constante e inmoble por el largo curso de 23 años, y no han sido bastantes ni para rendirla ni para engañarla todos los tesoros del Erario del Rey Católico, todo el furor de los Ministros de las Cortes Borbónicas, todas las astucias del Jansenismo, todos los ardides de Congregaciones, Cardenales y Nuncios de Roma, ni las ardientes súplicas de los mismos jesuitas, sus vasallos. A pesar de todo el mundo y de todas las personas más autorizadas, Eclesiásticas y Seculares, Catalina II, reconociendo su inocencia, ha conservado y salvado en un rincón de su Imperio la Compañía de Jesús, aborrecida y anatematizada por los Reyes Católicos y por los Papas. Y con toda verdad y sencillez, sin rodeos ni figuras se debe publicar en todos los siglos venideros que a ella sola en este mundo se le debe que no se haya interrumpido su existencia legal y que legítimamente se haya conservado hasta este día. ¡Cuánta debe ser la gratitud a esta beneficentísima Soberana ahora y siempre de todos y de cualquiera de los jesuitas que amen, como deben, a su tiernísima Madre la Compañía de Jesús! Si ésta se ha conservado en alguna parte y por consiguiente no ha llegado a morir, se debe únicamente a la Emperatriz de Rusia, a la que no había tenido ocasión de hacer servicio alguno, y de la que apenas era conocida. Gran prodigio del Cielo y hecho grande y heroico, beneficio y gracia singularísima e inestimable de la Augusta y gloriosa Catalina II, Emperatriz de Rusia. Las bocas y las plumas de todos los jesuitas de todas las naciones, que vengan en adelante, lo publicarán así sin rebozo y harán que llegue la memoria de este singularísimo favor, y el ilustre y glorioso nombre de la grande e inmortal Catalina hasta los más remotos y lejanos tiempos.

Es indudable, y lo han asegurado cien veces los jesuitas rusos que vinieron a Parma, que la piadosa Emperatriz tenía grandes e importantísimos proyectos, así a favor de la Compañía de Jesús como a beneficio de la Religión Católica y sobre la grande obra de la unión de su Imperio a la Santa Sede. La determinación de enviar a Roma al Ilmo. Benislawski, que por la revolución de los tiempos y de los Estados no se puso en ejecución, es algún indicio de estas piadosas intenciones de Su Majestad Imperial. Y para ir preparando y facilitando la reunión no habrá servido poco una obra que por su orden escribieron sobre este asunto los jesuitas».



Ha sucedido a Catalina II su hijo Pablo. Y la pequeña Compañía de la Rusia Blanca ha entrado en una nueva y humanamente cierta y duradera seguridad de que se conservará sin alteración alguna en el Reinado del nuevo Emperador. Pablo I escribió a Pío VI con expresiones muy tiernas de aprecio y veneración, mostrando ardientes deseos de que vaya adelante y se efectúe la grande obra de la reunión del Imperio Ruso con la Santa Sede, centro de la verdadera Religión Cristiana. No dejaría de ser algún consuelo para el Pontífice esta expresiva carta de un Príncipe tan grande, que en los deseos está ya unido con Él. El Emperador mostró en su carta deseos de que el Nuncio de Su Santidad en Varsovia asistiese a su Coronación en la Ciudad de Moska. En efecto, Monseñor Lorenzo Litta, milanés, cumpliendo las Órdenes de Roma se puso en camino para la dicha Ciudad. En su tránsito se hospedó en el Colegio de los jesuitas de Orsa y se detuvo en él un día, y se mostró contentísimo, asegurando a los Padres que en mucho tiempo no había tenido un día tan gustoso.

El P. Vicario General escribió a Monseñor Litta, dándole gracias por su dignación en haber honrado el Colegio de Orsa, y ofreciéndole para su hospedaje, a su vuelta, todos los Colegios de la Compañía. El pasado mes de junio recibió el P. Panizzoni cartas de Rusia y particularmente su nombramiento para suceder al recién difunto P. Messerati en el cargo de Superior. El 16 de marzo de 1797 se hizo en la Catedral de Moska, con gran piedad, con muchas sagradas ceremonias, con gran pompa y magnificencia, la solemne coronación del nuevo Emperador Pablo I. Después que se acabó en Moska todo lo perteneciente a la fiesta de la Coronación, quiso el Emperador dar un giro por algunas Provincias de su Imperio y llegó a la Ciudad de Orsa hacia últimos de abril o primeros de mayo. E informado el P. Vicario General a tiempo de aquel viaje, se halló en la dicha Ciudad al tiempo de su arribo. El día siguiente bastante de mañana, habiendo llegado a Orsa ya de noche, fue Su Majestad Imperial al Colegio de la Compañía. A la puerta de la Iglesia fue recibido por el P. Vicario General y por los demás jesuitas que se hallaban en aquel Colegio. Hizo Su Majestad oración ante el altar del Santísimo Sacramento y en el de Nuestra Señora, y alabó mucho el aseo en todas las cosas de la Iglesia. Recibió con muy particular agrado al P. Vicario General, que besó la mano de Su Majestad, y el Emperador tuvo para con él la particularísima dignación de darle ósculo en el rostro. Y, en la hora y media que se detuvo en el Colegio, hizo muchas demostraciones de aprecio y de cariño al P. Vicario y al resto de los jesuitas. En esta visita acompañaban al Emperador sus hijos, los Príncipes Alejandro y Constantino, que conversaron especialmente con algunos Hermanos Escolares, haciéndoles muchas preguntas sobre cosas de la Compañía. Después de esta honorífica visita del Emperador, han quedado todos los jesuitas muy asegurados de la especial protección de su Majestad Imperial. La Posteridad y la Historia de la Compañía reconocerán necesariamente muchos prodigios del Cielo en esta su constante conservación en aquel rincón del Imperio de Rusia.




ArribaAbajoMuerte de Pío VI

La Convención Nacional de Francia, necesitada de dinero, decidió buscarlo en Italia y puso al frente del Ejército invasor a un buen capitán, joven y poco conocido hasta entonces, corso de nación, llamado Napoleón Bonaparte. En 1797 Napoleón invadió Italia y el 29 de junio creó la República Cisalpina, con capital en Milán. A mediados de noviembre invadió la parte norte del Ducado de Parma. En Parma, capital, se oyó naturalmente este latrocinio con asombro y disgusto. El Duque D. Fernando estaba contentísimo con su pequeño Estado, amaba verdaderamente a sus súbditos como padre y era amado por ellos. Pocos días antes de la citada rapiña tuvo el Duque otro disgusto no menor: el General Bonaparte le exigió dos millones y medio de francos. Para no gravar a sus súbditos, el Duque decidió poner en venta sus propios bienes y entre ellos, doloridamente, los Colegios de la Compañía.

El 10 de febrero de 1798 el General Bertier conquistó Roma, apresó al Papa Pío VI y le despojó de su Soberanía. El 20 le intimó su exilio de Roma y su marcha a la Toscana. El Papa llegó el 24 a Sena. Desde allí pasó a la Cartuja de Florencia donde fue encerrado, gozando sólo de la compañía de uno o dos Prelados y del ex-jesuita Mariotti como Secretario. El 29 de marzo le llevaron a Bolonia y el 1.º de abril a Parma. El Papa se encontraba enfermo y por eso los franceses lo entregaron al Serenísimo Duque, que le acogió con gusto. Cuatro días después llegó una Orden de París, mandando que Pío VI continuase su exilio hasta la República Francesa. El 14 de julio de 1799 llegó a Valence (Francia). El 19 enfermó. Su Confesor, Monseñor Espina, le administró el Viático el 27 y la Extrema Unción el 28. Y en Valence falleció el 29 de agosto de 1799.

La situación de la Iglesia a la muerte del Papa aparecía extraordinariamente grave: Roma estaba ocupada y los Cardenales todos dispersos. El Cónclave se reunió en Venecia como el sitio más seguro. A fines de noviembre de 1799 estaban en la Ciudad Ducal 35 Cardenales. De nuevo se produjo en este Cónclave la división entre Cardenales Celosos y Cardenales Regios. Los primeros se inclinaban por el Cardenal Mattei, Arzobispo de Ferrara, hombre muy piadoso y afecto a la Compañía de Jesús; los segundos, por el Cardenal Bellisomi. Pero el 14 de marzo de 1800 fue elegido un Cardenal, en quien nadie se había fijado previamente: el Cardenal Gregorio Bernabé Chiaramonti, quien tomó el nombre de Pío VII. Este Cardenal era el Obispo de la ciudad de Imola donde estaban exiliados los ex-jesuitas de Chile. Y como había sido cariñoso con ellos, toda la extinguida Compañía miró su elección como una gracia especial del Señor.

El jesuita Panizzoni, Superior de los venidos de Rusia a Parma, dependiente del P. Vicario General, acudió a Venecia tras la elección de Pío VII y en diversas ocasiones tuvo tres audiencias con el Santo Padre. En todas ellas fue recibido con agrado y muestras de afecto. Siguiendo las instrucciones del P. Vicario, presentó al Papa un expresivo memorial, en el que se pedían dos cosas: la primera, que declarase legítima y justa la conservación de la Compañía de Jesús en la Rusia Blanca; y la segunda, que le concediese la facultad de extenderse por todas partes, lo que viene a equivaler, como es claro, a una revocación del Breve de Extinción del Papa Ganganelli y una verdadera determinación de restablecimiento de la Compañía en todo el mundo en cuanto depende de la Silla Apostólica. El Papa no tuvo dificultad alguna en reconocer y declarar la legitimidad de la conservación de la Compañía de Jesús en la Rusia Blanca. En cuanto al restablecimiento de la Compañía, la respuesta del Papa se vino a reducir a mostrarse pronto de su parte a restablecerla si se lo piden los Príncipes y los Obispos.

Pío VII ha estado constante en su determinación de irse cuanto antes a Roma y entrar en posesión de su Corte, permitiéndoselo los Príncipes que lo sacaron de manos de los franceses y echaron por tierra la República Romana formada por ellos. En cumplimiento de su resolución se hicieron prontamente las disposiciones para el viaje. Por muchas razones, y una de ellas será el no pasar por Imola y por su patria Cesena, embarcándose Su Santidad en Venecia, iría a desembarcar en Ancona o en algunos de aquellos puertecillos inmediatos. El 4 de junio salió de Venecia y se vino a Chioggia a esperar una fragata del Emperador, que se estaba preparando para conducirle. Hacia el 12 de junio embarcó Pío VII en la fragata y el 17 desembarcó en el puertecillo de Fano del Ducado de Urbino. No tomó desde allí el camino de Ancona y de Loreto, acaso por no afligirse viendo los estragos que se había hecho en aquella Santa Casa. Por el otro camino, que llaman del Furlo se dirigió hacia Roma, a donde llegó hacia el 4 de julio. A la entrada del Papa debió de haber muchos vivas y aclamaciones, especialmente por el mucho elogio con que se hablaba del Papa Chiaramonti y por no haberse visto Papa en la Ciudad durante 28 meses.




ArribaAbajo3.ª Congregación General Rusa

El P. Gabriel Lenkievicz falleció en Polock el 10 de noviembre de 1798 a sus 76 años de edad. El 27 de enero se reunió en Polock la Congregación General, compuesta por 30 jesuitas profesos. Y el 1.º de febrero fue elegido Vicario General el P. Francisco Javier Kareu, lituano como sus dos predecesores. El nuevo Vicario escribió entonces al Papa una súplica en la cual, después de narrar sucintamente todo lo ocurrido desde el Breve de Clemente XIV, pedía la concesión de un Breve apostólico en el que se aprobara pública y oficialmente la existencia canónica de la Compañía en Rusia. Y para apoyar su petición pidió y obtuvo, sin dificultad, una carta del zar Paulo I, quien además entregó a los jesuitas el templo de Santa Catalina de Pietroburgo. Los dos documentos llegaron a Roma el 11 de agosto de 1800. Por entonces había en Rusia Blanca 214 jesuitas: 94 Sacerdotes, 74 Escolares y 46 Coadjutores. El Papa Pío VII estaba decidido al restablecimiento de la Compañía, pero por el bien de la Iglesia creyó que era necesario contar con la benevolencia de la Corona española. Escribió a Carlos IV una carta informándole que se proponía aprobar, formalmente, a la Compañía de Jesús en Rusia.

El 7 de marzo de 1801 el Papa expidió el Breve Catholicae Fidei, desvaneciendo así todos los escrúpulos de los ex-jesuitas acerca de la rectitud canónica de la Compañía que vivía en Rusia. El P. Francisco Javier Kareu fue reconocido como Prepósito General de la Compañía de Jesús. La restauración se hizo sólo para los territorios del Imperio Ruso, pero tuvo la virtud de suscitar sobre Polock una verdadera ola de peticiones para ingresar en la Compañía de Jesús en Rusia proveniente de personas y grupos de Europa y hasta de los Estados Unidos de América.




ArribaAbajoGuerra de Rusia con Francia

El Emperador Pablo I de Rusia se había coaligado con el Emperador de Alemania Francisco II y había declarado la guerra a la República Francesa. Y probablemente lo que más le había incitado a ello fue la opresión del Pontífice Pío VI, a quien conoció y trató personalmente en Roma. A mediados de abril de 1799 envió un formidable Ejército ruso al mando del General Suvórov, que a marchas forzadas llegó al teatro de la guerra. El Ejército coaligado ruso-austriaco fue consiguiendo victoria tras victoria. El 12 de junio fueron vencidos los franceses cerca de Módena. Y hacia el 20 de ese mismo mes entraron en Bolonia los aliados austriaco-rusos. Una tercera batalla se dio en un lugar llamado Trebia: el Ejército coaligado, mandado por el General Suvórov, derrotó a los franceses tras una pelea muy reñida y muy sangrienta. Los resultados han sido enormes: casi no ha quedado un palmo de la fértil República Cisalpina en manos de los franceses. También los napolitanos han logrado echar de sus tierras a los franceses. El Emperador Pablo I, no Católico, cuya Corte de Pietroburgo dista de Italia 500 leguas, ha librado Italia de la bárbara opresión del Gobierno de la República Francesa.

Pero, a su vuelta de su expedición a Egipto, Napoleón Bonaparte, recién nombrado Cónsul, se puso al frente del Ejército francés, y atravesando Suiza, entró el 2 de junio de 1800 en las llanuras de Lombardía y reconquistó Milán. Génova también se le rindió. El 14 de junio se libró la batalla de Marengo, en el Piamonte, que terminó con victoria de los franceses contra los austriacos. Hay que tener en cuenta que el Ejército Ruso se había desligado ya del austriaco, por desavenencias entre ambos Emperadores. Fruto de la victoria de Marengo fue el ventajosísimo armisticio, por el cual los franceses se extendieron de nuevo con rapidez por toda Italia. En Roma, el mismo Pontífice Pío VII, rodeado de tropa francesa, tuvo que firmar una especie de paz o Concordato con el Cónsul Bonaparte. Pero en agosto de 1801 la tropa francesa se vio obligada a abandonar de nuevo el Estado del Papa.




ArribaAbajoNoviciado de Colorno

En julio de 1799 el P. Luis Panizzoni estaba en Polock para tratar con el Vicario General de la Compañía sobre la fundación de un Noviciado en Parma conforme a los deseos del Duque D. Fernando. Previamente había obtenido el visto bueno del Papa Pío VII, quien, además, le delegó para que transmitiera la bendición apostólica a Polock y diese al P. Kareu una Reliquia de la Vera Cruz. La fundación del Noviciado se hizo con una renta asignada por el Duque y con la generosidad de la Condesa de la Acerra y de la Duquesa de Villahermosa. Los Padres Dominicos cedieron el antiguo Convento de San Esteban, que ellos habían cerrado, en la villa de Colorno, residencia ordinaria del Duque. El P. Panizzoni nombró en noviembre de 1799 al P. José Pignatelli, de la Provincia de Aragón, como Rector y Maestro de los 6 novicios que esperaban, desde hacía un tiempo, la admisión. Era, por cierto, un Noviciado especial, un tanto «camuflado», dadas las circunstancias de los tiempos y especialmente por no irritar a la Corte de Madrid contra el Duque de Parma, hermano de la Reina de España D.ª María Luisa. Además, la Compañía de Jesús no había sido oficialmente reconocida, sino permitida. La conexión con ella no podía tener valor sino en el fuero interno.

Con el mismo secreto están también unidos a la Compañía de Jesús de Rusia todos o los más de los que habitan en los Convictorios del Duque de Parma, en los que continúan viviendo tranquilamente y ocupándose en los ministerios y en la enseñanza, estimados siempre y protegidos por el piadoso Duque D. Fernando. En la misma Ciudad de Parma tienen los jesuitas su Seminario de Nobles y un Convictorio para el ejercicio de sus ministerios. En la Ciudad de Piacenza tienen estudios públicos, como antiguamente en nuestros Colegios, y ejercitan también los ministerios de confesar y predicar. Y en la pequeña Ciudad de San Donino hay también un Convictorio de 3 o 4 jesuitas empleados en los sagrados ministerios. Es de suponer que todos los que viven en estas Casas dependen del P. General de Rusia, como los de Colorno. La mayor publicidad de su legítima conservación en la Rusia Blanca y esta pequeña y oculta extensión en el Estado del Duque de Parma son todas las ventajas que obtuvo la Compañía de Jesús en el último año del siglo XVIII.

En setiembre de 1802 ya habían hecho en Colorno su Noviciado, coronado con los votos del bienio, algunos jóvenes. Dos o tres habían pasado al Colegio de Piacenza para hacer en él sus estudios. Y algún otro había pasado a la Rusia Blanca para hacerlos en el Colegio de Polock.

El 9 de octubre, vigilia de San Francisco de Borja, murió repentinamente el Duque de Parma D. Fernando. En Parma sintió algún mal después de haber tomado chocolate y en este estado fue a la Casa de Campo del Seminario de Nobles, a donde había llamado al P. José Pignatelli para tratar con él algunos negocios. Y el negocio único de que pudo tratar fue el disponerse para una santa muerte, como ocurrió, asistiéndole el P. Pignatelli hasta que expiró en sus manos.




ArribaAbajoMuerte de Pablo I de Rusia

El 24 de marzo de 1801 murió en Pietroburgo el Emperador Pablo I. Parece que fue asaltado en su misma habitación y muerto a puñaladas. Estaba todavía en la edad robusta de 46 años, habiendo nacido el 1.º de octubre de 1754. Entró inmediatamente en su lugar su hijo Alejandro I nacido el 23 de diciembre de 1777; había cumplido por tanto 23 años. El nuevo Emperador visitó la Ciudad de Polock y dio a los jesuitas las mismas muestras de benevolencia y afecto que su padre y su abuela. El P. Vicario General no pudo acompañar a Su Majestad en el Colegio por hallarse gravemente enfermo y el Emperador tuvo la dignación y la bondad de visitarle en su mismo aposento muy despacio y de recomendarle mucho, a su principal médico, el que con sus remedios y solicitud le ha alargado algunos meses la vida.




ArribaAbajo4.ª Congregación General Rusa

A pesar de los citados remedios el P. General Francisco Javier Kareu murió el 30 de julio de 1802, a sus 70 años. El Nuncio de Roma en la Corte de Pietroburgo, Monseñor Arezzo, escribió un bellísimo elogio del difunto P. General y una exacta relación de su muerte. Parece que tuvo algún presentimiento de ella, y también del restablecimiento general y glorioso de la Compañía de Jesús. Era natural de la Ciudad de Orsa, donde había nacido el 10 de octubre de 1731, fiesta de San Francisco de Borja. Y murió en la víspera de la fiesta de San Ignacio de Loyola.

La 4.ª Congregación General se celebró sin dificultad ni embarazo alguno a partir del 4 de octubre de 1802, y eligió pacíficamente como General al P. Gabriel Gruber, nacido en Viena el 6 de mayo de 1740 e ingresado en la Compañía a sus 15 años. Tras la extinción de la Compañía, el P. Gruber reingresó en la misma en 1784 en Polock. En 1800 fue nombrado primer Rector del Colegio Aristocrático de la Universidad de Pietroburgo. El difunto Emperador Pablo I le estimó muy particularmente. El P. Gruber ha escrito ya a Monseñor Arezzo con sincerísimas protestas de obsequio y veneración para con la Santa Sede y para con el presente Pontífice Pío VII.

Con esta ocasión los Nobles Católicos de Irlanda y de Inglaterra, así como diez ex-jesuitas irlandeses, han comenzado a moverse y han dirigido al Papa Pío VII sendos Memoriales, en los que piden a Su Santidad su consentimiento para unirse a los jesuitas de Rusia. Y a pesar de la cautela de Pío VII respecto a posibles disgustos de la Corte de Madrid, no se desconfía de que al fin se logre tal consentimiento, aun cuando sea de un modo oscuro e indirecto. Por su parte, el Rey de Suecia ha pedido al P. General la fundación de un Colegio en su misma Corte de Estocolmo. En 1803 se unieron a la Compañía Rusa los jesuitas ingleses, y algunos otros de otras partes a quienes no se había intimado el Breve de Extinción.




ArribaAbajoEl P. Cayetano Angiolini en Roma

Se recordará que hace un año cuatro hermanos Angiolini marcharon a Polock para incorporarse a la Compañía de la Rusia Blanca. Uno de ellos, Cayetano, que tenía el empleo de Asistente junto al P. General, pasando por Viena y Venecia, llegó a Roma a una hora de la noche del 4 de julio de 1783 y se hospedó en un mesón. A la mañana siguiente fue a decir Misa en el altar de San Ignacio, de la Iglesia del Jesús, diciendo francamente quién era. Mientras celebraba su Misa, corrió la voz entre los ex-jesuitas de aquella Casa. Al concluirla un español le convidó a tomar chocolate y otros muchos acudieron a verle, y hubo un inocentísimo y alegrísimo bullicio: todos exultaban viendo dentro de la Casa del Jesús a uno de aquellos verdaderos jesuitas que con mil prodigios del Cielo se habían salvado en aquel remoto rincón de Europa. El Conde Casini, Agente en Roma de la Corte de Pietroburgo, le sacó del mesón y le llevó a vivir en su casa. No es posible explicar, de modo que se entienda, la curiosidad de todas las gentes para verle y para hablarle, el contento y gozo, la admiración y el pasmo de la mayoría, viendo en Roma, 30 años después de extinguida la Compañía, a un verdadero jesuita de la Compañía conservada en la Rusia Blanca. Muchos fueron a visitarle y otros le pidieron que fuese a la suya. Tuvo que empezar a celebrar alguna Misa en muchos Conventos de Monjas. La Archiduquesa Mariana quiso también ver a este jesuita de los antiguos y el Príncipe Albani dio este gusto a Su Alteza, llevando en su coche al P. Angiolini. La visita fue bastante larga y la Archiduquesa le hizo mil preguntas sobre los jesuitas rusos y sobre su conservación; el P. Angiolini satisfizo a todas. Por último la Archiduquesa le convidó a comer otro día y el Padre se excusó modestamente.

Después de haber estado varias veces privadamente con el Cardenal Secretario de Estado, y presentado los papeles convenientes para ser tenido por lo que es, el 9 o 10, acompañado en el coche del Agente de Rusia en Roma, fue a la Audiencia pública del Papa, que le recibió con mucho agrado y le saludó expresamente con el nombre de P. Procurador General. Por su parte, y en nombre del P. General y de toda la Compañía de Rusia, hizo a Su Santidad las más sinceras expresiones de obsequio, de veneración y de obediencia. El Papa le citó para un día por semana, a fin de oírle sobre sus negocios, y ya ha empezado a ir solo a la Audiencia de Su Santidad. Tales negocios se ceñirán propiamente a Rusia, y a lo más se tratarán de su extensión a Suecia, de la reunión con los jesuitas ingleses y quizá de las Misiones encargadas por Su Majestad Imperial. En todo caso, el negocio más importante es demostrar que ha sido reconocido por el Papa como verdadero jesuita y como Procurador General de la Compañía de Jesús en Rusia, que ésta verdaderamente existe y nunca ha dejado de existir legítimamente. Éste es el grande e importantísimo efecto de la venida a Roma del P. Cayetano Angiolini, sea lo que fuere de sus particulares negocios.

Dentro de Rusia ha tenido la Compañía algunas ventajas, en cuanto a ejercitar los ministerios sagrados en mayor proporción y en cuanto a estudios y seminarios. A una leve insinuación de Su Majestad Imperial ha abrazado la Compañía unas penosas Misiones en los confines del Imperio; y es de suponer que el P. Angiolini haya hecho todo lo posible para que no se entremeta en ello la Congregación de Propaganda. Fuera de Rusia se ha extendido este año la Compañía a Inglaterra, sujeta al P. General de Rusia. En Italia hay también una especie de Provincia gobernada por el P. Panizzoni y con el Noviciado de Colorno dirigido por el P. Pignatelli, que últimamente ha sustituido al P. Panizzoni.




ArribaAbajoRestablecimiento de la Compañía en Nápoles

Inesperadamente, mediante una carta de la Reina de Nápoles de 28 de febrero de 1804, comunicada por el Cardenal Bellvedere, ha sido expresamente llamado a Nápoles, y con la mayor presteza, el P. Cayetano Angiolini. Ni el Cardenal ni Angiolini hicieron un misterio de este llamamiento ejecutivo a la Corte de Nápoles para restablecer en ella y en los Dominios de Su Majestad Siciliana la Compañía de Jesús, en unión y dependencia del P. General de Rusia. Hay que tener en cuenta que la Reina de Nápoles era la Archiduquesa de Austria María Carolina, hija de la Emperatriz María Teresa (como la ajusticiada Reina de Francia, María Antonieta) y estaba casada con Fernando IV de Borbón, Rey de las Dos Sicilias, tercer hijo del Rey Católico Carlos III de España. A instancias de su propio Ministro Bernardo Tanucci y de la Corte de Madrid, Fernando IV había desterrado de sus Dominios a los jesuitas. María Carolina adquirió pronto un gran peso en las decisiones políticas de su esposo y se enfrentó con Tanucci. Y una vez destituido éste por la Reina, ésta y su marido decidieron resueltamente restituir en sus Estados a la extinguida Compañía de Jesús.

Llegado Angiolini a Nápoles, comenzó a indagarse qué haciendas no se habían enajenado, a disponer o desocupar este y aquel Colegio, y otras cosas semejantes. Y los Reyes tuvieron la complacencia y satisfacción de experimentar el aplauso de la Nobleza por su decisión. Sólo restaba la aprobación del Papa, exigida por Angiolini como condición necesaria. Angiolini, pues, firmó una súplica en la que pedía a Pío VII la reposición de la Compañía en Nápoles, en unión y dependencia del General de Rusia, para condescender con los deseos de los Reyes. Pero, desgraciadamente, Pío VII continuaba temiendo la negativa reacción de la Corte de España. De todas maneras se siguió adelante en las providencias relativas a las haciendas que fueron de la Compañía para restituírselas al instante que sea restablecida, así como las relativas a las Casas y Colegios en que han de entrar prontamente algunos jesuitas. En particular se instalaron ya algunas camas en el Colegio llamado del Salvador o del Jesús viejo, que podrían servir para algunos jesuitas que quieran reunirse en él, aun antes del restablecimiento de la Compañía.

Además, el P. Angiolini ha escrito la siguiente circular a todos los ex-jesuitas de las Provincias de Nápoles y Sicilia:

«Habiéndose dignado Su Majestad, el Rey de las Dos Sicilias, llamarme con el fin de restablecer en sus Estados los Colegios de la Compañía, al mismo tiempo que por comisión de Su Majestad comunico a V. R. esta su soberana clementísima determinación, le suplico que me haga saber si podrá y querrá reunirse a los antiguos Hermanos para profesar el antiguo Instituto y ejercitar los ministerios propios de él. Su Majestad la Reina, empeñadísima igualmente que su esposo el Rey en esta empresa, me asegura que en breve se conseguirán del Sumo Pontífice todas las facultades necesarias para reponer como antes en estos Reinos la Compañía de Jesús. Y como para la ejecución de las Órdenes de Su Majestad es necesario saber anticipadamente el número cierto de sujetos que querrán reunirse, suplico a V. R. que me diga prontamente su intención al respecto. Encomendándome en sus Santos Sacrificios..., Nápoles, 17 de abril de 1804, Gaetano Angiolini, Procurador General de la Compañía de Jesús».



El P. José Pignatelli llegó a Roma el 1.º de mayo por la tarde y se aposentó en un mesón de la Plaza de España. Desde algunos meses antes era ya Provincial de todos los jesuitas incorporados en Italia a la Compañía Rusa, italianos y españoles, que son en gran número, especialmente de las Provincias de Aragón, de México y Paraguay. De paso para esta Ciudad se hospedó en el Convictorio de Viterbo, donde ya estaban el P. Pedro Goya como Maestro de Teología, el P. Francisco Azpuru como Maestro de Matemáticas, el P. Domingo Oyarzabal como Operario, y dos Hermanos, un Ropero y un Sacristán. En su detención en Roma visitó dos o tres veces a nuestro Ministro y a varios Cardenales y Monseñores. Tuvo varias Audiencias de Su Santidad y en general dijo que Pío VII tenía estimación de la Compañía y deseos de poder restablecerla en todas partes. El día 7 continuó su viaje para Nápoles, a donde llegaría el día siguiente.

A mediados de julio el Cardenal Fabricio Rufo, Ministro Plenipotenciario de Su Majestad Siciliana, se presentó a Su Santidad con dos cartas: una del Rey de España Carlos IV, en la que éste declaraba que no se oponía a que el Santo Padre concediera a su hermano Fernando IV, Rey de Nápoles, la reposición de los jesuitas en su Reino; otra de Fernando IV con la súplica de tal reposición de la Compañía, sujeta al General de la Compañía en Rusia. El Papa respondió que no tenía dificultad alguna en conceder lo que Su Majestad le pedía. Y el 30 de julio de 1804, víspera de la Fiesta de San Ignacio, Pío VII firmó el Breve Per alias nostras, mediante el cual la aprobación de la Compañía en Rusia se extendía también al Reino de las Dos Sicilias: ¡un nuevo paso para el restablecimiento universal de la Compañía de Jesús!

El 14 de setiembre entraron en el Colegio del Salvador los PP. Cayetano Angiolini y José Pignatelli, que ahora empezaba a ejercer como Provincial de Nápoles, y otros dos, un Sacerdote y un Hermano. Y la primera noche, que durmieron en el Colegio, les dio una magnífica cena el General Pignatelli, pariente del Provincial. Superiores y súbditos se afanaron luego para disponer aquella gran Casa al estado conveniente para que sirva de Colegio. Se les entregaron las haciendas, que no son pocas. Y personas particulares les dieron buenas limosnas. Todo fue necesario para proveer las oficinas comunes y las habitaciones de los sujetos que venían a habitar allí. A comienzos de 1805 los jesuitas de la Provincia de Nápoles eran 124: 42 Sacerdotes, 23 Escolares y 59 Hermanos Coadjutores. Y en el Reino de Sicilia había 63 Sacerdotes, 63 Escolares y 73 Hermanos Coadjutores, en 4 Colegios, una Casa de Probación y 2 Residencias.

El 3 de diciembre se celebró en Nápoles por todo lo alto la fiesta de San Francisco Javier. Se presentó viva y en Cuerpo de Comunidad la Compañía de Jesús que por tantos años había desaparecido de aquel país. Previamente se había celebrado una Misión predicada por el P. Mozzi. Concurrió tanta gente que no cabía en la Iglesia. Las Confesiones fueron abundantes. La antevíspera de la fiesta estaba programada una procesión desde la Catedral hasta la Iglesia del Colegio con una estatua de San Francisco Javier, que no pudo llevarse a cabo por la lluvia, que cayó a raudales. La estatua tuvo que ser llevada en una carroza del Rey. Pero el día del Santo todo salió de maravilla. El concurso de gente fue tan grande y estaba la gente tan apiñada y apretada que no fue posible abrir camino para que el Ayuntamiento pudiera entrar por la puerta normal de la Iglesia y fue necesario que entraran por la portería y por dentro del Colegio. El P. Angiolini hizo de Preste en la función.

El día 3 por la mañana, además de un concurso no pequeño de gente para confesarse y comulgar, se celebró una Misa solemne, con música y con panegírico. Y por la tarde fue lo más exquisito y singular de esta gran fiesta. Los Reyes y toda la Familia Real llegaron a Nápoles desde el Sitio de Cesena, llegaron al Colegio del Salvador y asistieron en su Iglesia a un solemnísimo Te Deum que se cantó en acción de gracias a Dios Nuestro Señor por el felicísimo suceso del restablecimiento glorioso de la Compañía de Jesús.




ArribaAbajoCoronación de Napoleón como Emperador de Francia

Envalentonado con sus triunfos, el Cónsul Napoleón Bonaparte aspiró a la Dignidad Imperial y quiso autoproclamarse Emperador de Francia y ser coronado por el mismo Papa. Pío VII intentó zafarse con diversas excusas, pero al fin no tuvo otro remedio que acceder. El 1.º de noviembre de 1804 emprendió el viaje hacia París. Desde el Palacio del Vaticano hasta el primer puesto en que se mudan los caballos, la Storta, que está como a dos leguas y media, todo el camino estaba cubierto de gente que se desahogó con muchas expresiones de compasión y sentimiento, sabiendo todos que iba de muy mala gana. Y al mismo Pontífice se le cayeron algunas lágrimas. El 25 de noviembre llegó a Fontaineblau. Y el 28 entró en París en la misma carroza del Emperador. El 2 de diciembre llegaron a la Catedral, el Papa una hora antes que el Emperador. A las 10 de la mañana llegaron el Emperador y la Emperatriz, precedidos de Reyes de Armas, pajes y Mariscales del Imperio, llevando cada uno alguna de las Insignias de la Dignidad Imperial, entre ellas la Corona y la Espada del Emperador Carlomagno, y seguían a Sus Majestades muchas Damas y Gentilhombres. Conducidos al Presbiterio, se sentaron en los tronos que se habían preparado. El Papa se bajó de su trono y delante del altar entonó el himno Veni Creator Spiritus. Napoleón, puesta la mano sobre los Evangelios, hizo la profesión de fe. Se cantaron las Letanías de los Santos, el Emperador y la Emperatriz se arrodillaron delante del altar y el Papa les ungió a los dos en la frente. El Papa comenzó la Misa y al Gradual bendijo las insignias imperiales. A la Emperatriz le puso la Corona el mismo Emperador y él mismo se puso la suya. Tras los vivas de rigor, entonó el Papa el Te Deum laudamus, con lo que acabó la función.

El Papa parecía no poder regresar a Roma. Por fin el 4 de abril de 1805 salió de París y, pasando por Fontaineblau, Chalons, Lyon, Turín, Parma, Módena, Florencia, Perugia, el 16 de mayo entró en Roma, después de casi medio año de ausencia. Por la Calle del Corso siguió hasta el Puente del Santo Ángel y llegó a la Plaza del Vaticano. Y en la Iglesia, postrado el Santo Padre delante del altar de San Pedro, se cantó un Te Deum en acción de gracias por el feliz regreso de Su Santidad.

Mes y medio más tarde Napoleón se autoproclamó Rey de Italia y se autocoronó con la Corona de Hierro de los Longobardos en la Catedral del Duomo de Milán, el 26 de mayo de 1805. Y luego agregó Génova y Parma al Imperio Francés.




ArribaAbajoProvincia de Nápoles

Los jesuitas de Nápoles abrieron estudios públicos a principios de 1805 en su Colegio del Salvador o del Jesús Viejo. Siete son los Maestros de las Facultades mayores, Teología, Filosofía y Matemáticas, cinco de ellos españoles: Menchaca, castellano, y Gustá, aragonés, son Maestros de Teología Escolástica; el viejo Aguirre, castellano, enseña Teología Moral; Azpuru, castellano, es Maestro de Física; y González, del Paraguay, lo es interinamente de Lógica y Metafísica, que en el nuevo método van unidas y se enseñan en un año para dejar más tiempo a la Física General, experimentos, Mecánica, Química y Matemáticas, que son estudios de moda.

En las Facultades menores, que se reducen a Gramática Latina, Retórica, Poesía y Lengua griega, serán 9 o 10 los Maestros, porque los niños matriculados para estudiar Gramática pasan de 1.000 y ha sido necesario señalar 5 Maestros para solas las clases inferiores o de los principiantes. De éstos, 3 son españoles: Vicente Requejo, Manuel Arrieta, Inocencio González; el primero es muy conocido en Nápoles por sus escritos y edifica mucho verle en un oficio tan humilde como el de enseñar a niños los primeros rudimentos de la lengua latina; el tercero vino desde Génova a Nápoles por mar y logró ser recibido en la Compañía pocos días antes de la apertura de los estudios, y hará bien este oficio pues no le falta talento y también afición a la Mecánica y Física Experimental. Aquel ejército de niños ha causado impresión y curiosidad en la Corte de Nápoles, en particular cierto aire de piedad y modestia que en corto tiempo han sabido imprimirles los jesuitas. La misma Reina quiso verles por sí misma y una mañana se puso en un sitio apropiado para contemplarles cuando iban a la Iglesia para oír Misa. Y experimentó un gusto especial, como ella misma lo aseguró a los Superiores. Agradecido por el restablecimiento de la Compañía en el Reino de las Dos Sicilias, el P. General ha ofrecido 12 Misas por Sus Majestades.

En Nápoles van entrando en el Noviciado algún Sacerdote Secular y algunos jóvenes para Escolares y Coadjutores. Por mar han llegado 4 jóvenes calabreses, que han estado con mucho peligro de perecer en una terrible tempestad. De la Casa de Jesús de Roma han marchado el P. Pedro de Goya y los HH. Juan de Villanueva y Antonio de Goitia, todos de la Provincia de Castilla. Por no haber abandonado todavía los Religiosos Alcantaristas nuestra Casa Profesa del Jesús Nuevo, han tenido que demorar su entrada en el Colegio del Salvador o del Jesús Viejo, donde todos están tan apretados, los PP. Francisco Ocampo, ya pobre anciano, y F. Vallés, ambos de la Provincia del Paraguay, que vivían en la Casa del Jesús de Roma. El P. Angiolini ha invitado al famoso P. Biagini para que predique la Cuaresma en la Corte de Nápoles. Y la Reina ha querido que la predique en la Capilla Real, para escucharle ella misma. Otros dos jesuitas, Carluzi y Salvatori, predicaron respectivamente en la Iglesia del Salvador y en la Catedral. Los tres han tenido numerosos auditorios, han agradado mucho y han merecido particulares aplausos. Los demás jesuitas napolitanos, en número de ciento, se han empleado en dar Ejercicios o en hacer pequeñas Misiones en cárceles, en diversas Iglesias dentro y fuera de la Ciudad con tanto fruto que no bastaban todos ellos para recogerlo en el Confesonario. Ha habido también un bullicioso fervor por enseñar la Doctrina Cristiana. Oprimido del trabajo de las Misiones, ha muerto el italiano P. Ligni, el primero que muere con la sotana jesuítica después de la resurrección de la Compañía en Nápoles. En Nápoles se ha sentido mucho su muerte, porque en verdad tenía mucho talento para hacer Misiones.

La prontitud y fervor de los resucitados jesuitas de Nápoles en reiniciar la Causa de Beatificación del Venerable Francisco de Jerónimo no puede haber sido mayor, más eficaz y más ejecutiva. Apenas empezaron a existir, pusieron los ojos en esta causa y nombraron Postulador al P. Muzarelli, Teólogo de la Penitenciaría. A causa del destierro se había suspendido la Causa en 1767. Con los papeles comunicados a todos los miembros de la Congregación de Ritos, el 30 de abril de 1805 se celebró la Congregación preparatoria sobre los milagros. Y el 19 de marzo de 1806 Francisco de Jerónimo era beatificado.

Se consiguió por fin, gracias a la Reina, que el 1.º de mayo los Alcantaristas entregasen las llaves de la Casa Profesa del Jesús Nuevo y la abandonasen, aunque muy deteriorada. Dada la probabilidad de que un pronto arreglo de la misma y del consecuente desahogo del Colegio del Salvador, el mismo 1.º de mayo ha partido hacia Nápoles el P. Bartolomé Hernández, de la Provincia del Paraguay, llevando consigo a dos hijos de un Caballero napolitano para el Seminario de Nobles de Nápoles. El P. Pignatelli, que ha quedado como Provincial en Nápoles tras la marcha a Sicilia del P. Angiolini, ha llamado a los tres fundadores del desgraciado Convictorio de Viterbo, que estaban detenidos en Roma por desavenencias con el P. Angiolini. Son los PP. José Doz, Osorno y Roca, de la Provincia de Aragón. Y con ellos ha ido el H. Juan de Villanueva, que fue uno de los famosos Novicios de Villagarcía que tan bien se portó con sus Hermanos en el viaje a Santander; aunque tiene ya 67 años, sigue fuerte y robusto, y seguramente dará pruebas de su incansable laboriosidad en los arreglos de la Casa del Jesús Nuevo. Según él, aunque se trabaje al máximo, no podrá estar lista antes de un par de meses. El día 20 marcharon también el P. Romo, el P. Diego Goitia y el H. Antonio Goitia. El día 27 fueron los PP. Diego del Val, Pedro Montero, Lorenzo Ramos y Juan Ambrosio Fernández. El 14 de junio partieron de Roma para Nápoles los aragoneses PP. Soldevilla (dos), Monzón (dos) y Soriano; y en su compañía ha ido también un anciano Padre que fue de la Provincia Romana. El 10 de julio partieron también de Roma dos españoles, los PP. Zúñiga y Alcoriza. El 24 los PP. Ríos y Berrueta. En los últimos días de agosto los PP. Lubelza y Soler, y los HH. Villaspiz y Eixare.

El P. Roque Menchaca ha llevado a Nápoles 42 cajones de libros, el P. Pignatelli 26 o 27, y el P. Juan Andrés toda su librería. De los otros españoles hay algunos que han llevado varios baúles. Llegarán, pues, a algunos millares los tomos que han llevado a Nápoles los jesuitas españoles, que podrán servir para empezar a formar una buena librería en el Colegio del Salvador o en la Casa Profesa.

En la noche del 26 de julio un violento terremoto causó no pocos daños en Nápoles. La Casa Profesa fue algo privilegiada, aunque la Iglesia ha sufrido no pequeños daños. El Colegio del Salvador, en que vivían la mayor parte de los jesuitas, ha padecido mucho, aunque, gracias a Dios, no ha perecido ninguno. El Noviciado se ha trasladado del Colegio del Salvador a la Casa Profesa.

La navegación de una colonia de jesuitas destinada para Palermo se fue dilatando un poco, por falta de una fragata que les escolte para no caer en manos de los Corsarios Moros. En Palermo se han reunido ya unos cuantos jesuitas para recibir a los sicilianos que vengan de Nápoles, de modo que se vaya formando la Provincia de Sicilia, separada de Nápoles, como lo estaba antes del destierro. Al fin el Rey les concedió una fragata de escolta y 38 jesuitas zarparon para Sicilia a fines de marzo, pero tuvieron que regresar a puerto a causa de una violenta tempestad. El 28 de abril se reemprendió el viaje a Sicilia con el P. Angiolini al frente, a quien la Reina había escrito una carta de despedida, deseándole buen viaje y feliz regreso a Nápoles. Más importante es otra carta de la Reina al P. General de Rusia, en la que se muestra muy contenta de la laboriosidad de los jesuitas y vuelve a subrayar su afecto y estimación por la Compañía de Jesús. En este segundo reembarque se añadieron los PP. Pedro Goya, de la Provincia de Castilla, y José González, de la Provincia del Paraguay. La navegación no pudo ser más feliz, pues sin tropiezo alguno arribaron a Palermo en unas 30 horas. El 30 de mayo acudieron al muelle con lucidos coches el Virrey y otras distinguidas personas del Clero y de la Nobleza. Y como en triunfo, acompañados y aclamados por un numerosísimo pueblo, fueron conducidos hasta el Colegio, en el que volvieron a entrar a vuelta de 37 años. En aquel Colegio vivía ya el P. Tomasi como Rector y algún otro jesuita italiano y lo tenían todo muy bien dispuesto para recibirles, de modo que desde el primer día se hallaron mejor tratados que los que quedaban en Nápoles. El 4 de setiembre llegaron desde Nápoles a Sicilia dos hermanos Soldevilla, Soriano, Zúñiga, Alcoriza y Manuel Granja. En la Casa Profesa son ya 95 sujetos, de los cuales 37 Novicios, 27 Escolares y 10 Coadjutores. Maestro de Novicios es el veneciano piadoso P. Pozzia.

La Casa del Jesús de Roma sirve de hospedería para quienes pasan hacia Nápoles. A fines de marzo habían pasado dos: un Portal, ex-jesuita de Francia, y un Canónigo de Milán, hombre de mucha autoridad y que a sus 70 años de edad quiere ingresar en el Noviciado. El P. Portal, que fue de los que embarcaron para Sicilia, debió de salir ya enfermo y a pocos días murió en el Colegio de Palermo. Se ha sentido mucho su muerte, porque según sus talentos e instrucción y su no mucha edad, podía trabajar todavía bien en la enseñanza y en los ministerios. También murió pocos días después de su arribo un jesuita siciliano de 83 años, que estaba aguardando a vestir la sotana de la Compañía para tener el consuelo de morir con toda propiedad como jesuita.

A principios del año académico 1805-06 se tuvo en el Colegio del Salvador la oración latina de apertura de clases, con un concurso numerosísimo y muy distinguido, y ha merecido tanto aplauso que todo el mundo lo ha alabado como algo muy singular. De los estudios de Gramática, Retórica y Poesía se ha hablado con la misma ponderación que el año pasado en cuanto al gran número de niños que concurren a ellos y en cuanto a la satisfacción por el número y los talentos de los Maestros.




ArribaAbajo5.ª Congregación General Rusa

El 26 de marzo de 1805 murió en Pietroburgo el R. P. General Gabriel Gruber. Al tiempo de la extinción había sido Maestro de Retórica y de Matemáticas. Y, extinguida la Compañía, fue destinado por el Gobierno como Director de la construcción de buques en el Puerto de Trieste y del desagüe de lagunas en Eslavonia y en Hungría. Pero, en cuanto le fue posible, se fue a la Rusia Blanca, y dada su antigüedad y su fama, fue elegido General de la Compañía en 1802. Era hombre muy instruido en las Ciencias más estimadas por entonces: Física, Química, Matemáticas y aun Pintura. Y no menos alabado por su piedad y su conducta religiosa. Un incendio casual cerca de su habitación le asustó tanto que le produjo un ataque de apoplejía, del que murió repentinamente. Tenía 68 años de edad. Entre sus papeles se halló una nota, en la que, para el caso de su muerte, nombraba Vicario General al P. Antonio Lustig, Provincial y Asistente.

En carta del 9 de junio le contaba al P. Luengo desde Nápoles el P. Lázaro Ramos:

«Ayer se hicieron las honras por nuestro P. General en la Casa Profesa con asistencia de todos los Sacerdotes de esta Ciudad no impedidos y de los Novicios Escolares. Cantamos los tres Nocturnos, y la Misa la cantaron músicos con el órgano».



En la misma Casa Profesa se había tenido la Congregación Provincial previa a la elección del nuevo P. General, en la que han participado los 25 Profesos que se hallan presentes en Nápoles. En ella se han nombrado como Vocales de la Provincia de Nápoles a tres o cuatro italianos que están en Rusia.

El 2 de setiembre fue elegido General el P. Tadeo Brzozowski con toda paz y guardando todas las prudentísimas precauciones ordenadas por nuestro P. San Ignacio. Ha sido muy elogiado, como el hombre más a propósito para gobernar la Compañía en un tiempo tan delicado e intrincado. No tiene más que 56 años, pues nació a 21 de octubre de 1749. Y a continuación se aprobaron dos Decretos: uno por el que se prohíbe que los jesuitas aprendan música y otro por el que se manda que en las fiestas de la Santísima Virgen se añadan la letanías lauretanas a las de todos los Santos.

Por ese tiempo se recibió en Nápoles una interesante comunicación de Rusia: en Londres se hallaban por julio o agosto un jesuita italiano llamado Grassi y otros dos, llegados de Rusia, para buscar embarcación que les lleve a China. Y serán los primeros que van a aquellos remotos países después del restablecimiento y resurrección de la Compañía de Jesús, como fue el primero San Francisco Javier después de su fundación y nacimiento.




ArribaAbajoJosé Bonaparte, Rey de Nápoles

Napoleón, Emperador de Francia y Rey de Italia, continuó con sus ansias de apoderarse por completo de toda Europa. El día 10 entró en el Reino de Nápoles el Ejército francés, mandado por José Bonaparte. La Familia Real comprendió que le era forzoso retirarse para no caer en sus manos. En aquellos últimos días hubo varias exposiciones del Santísimo Sacramento y la Reina asistió a la que se hizo en la Casa Profesa de los jesuitas, de los que se despidió muy tiernamente, pidiéndoles que la encomendasen mucho al Señor. No es posible explicar con palabras la pena y aflicción de aquellos jesuitas, viendo en tan triste estado a la Reina Carolina y a toda la Real Familia. En la Catedral se expuso también el Santísimo Sacramento y la Reina asistió a ella como penitente, vestida modestamente de negro. La noche del 11 de febrero se embarcó con sus dos hijas M.ª Cristina y M.ª Amalia, y sus dos nietas. El 12 también el Príncipe Francisco Genaro se vio forzado a abandonar la Corte por no contar con fuerzas bastantes para oponerse a los franceses, dejando en Nápoles un Consejo Provisional de Regencia. El 14 llegó el Ejército francés a Nápoles y la conquistó sin resistencia. José Bonaparte ha tomado posesión de todos los Palacios Reales y en cada una de las dos Casas jesuíticas se han alojado 10 Oficiales.

A fines de abril recibió José Bonaparte un magnífico Diploma de su hermano Napoleón, en el que le nombraba Rey de las Dos Sicilias. ¡Pero Sicilia sigue en mano del Rey D. Fernando IV de Borbón y en el Reino de Nápoles resiste todavía Civitella y mucho más Gaeta! Y en Calabria ha habido una gran insurrección y han tomado las armas muchos millares de calabreses, animados y provistos desde la inmediata Sicilia, y aun ayudados por ingleses y rusos que han desembarcado en aquellas costas. El nuevo Rey José Napoleón I intenta no aparecer tan a cara descubierta enemigo de la Religión. Los Reyes de Nápoles acostumbraban asistir en gran gala y con lucido acompañamiento a la procesión del Corpus; y lo mismo ha hecho el Rey Bonaparte. Esperó a la procesión en la Iglesia de las Monjas de Santa Clara, que está en frente de la Casa Profesa de los jesuitas, y allí se incorporó a ella, acompañado de un gran número de Príncipes y Señores. Pero todo esto es hipocresía, porque por otra parte ha prohibido recibir Novicio alguno. No entrará, pues, joven alguno en ningún Noviciado y a vuelta de algunos años desaparecerán todas las Órdenes Religiosas en el Reino de Nápoles. La Compañía de Jesús desaparecerá más presto por cuanto todos los jesuitas, aparte de unos pocos Novicios, tienen más de 50 años. En Nápoles, pues, se puede casi mirar como acabada la recién nacida o resucitada Compañía de Jesús. En Sicilia podrá tener alguna mayor consistencia.

En Roma el Papa procura resistir al máximo las pretensiones de Napoleón. El 5 de julio convocó una Congregación de Cardenales, en la que Pío VII estuvo tan fervoroso que incluso les exhortó y animó casi al martirio, «puesto que nos hallamos -les dijo- en tiempos en que es necesario estar prontos para derramar la sangre por la Fe y la gloria de Jesucristo».

Al día siguiente se llenó Roma de cartas llegadas de Nápoles, en la que se dada aviso formal de la ruina total de la Compañía de Jesús en aquel Reino. El Papa y la mayor parte de las personas de distinción mostraron un gran disgusto por la expulsión de aquellos jesuitas. En algunas de esas cartas se nos pide que dispongamos hospedaje para los muchos que tendrán que trasladarse pronto a Roma. El día 3 de julio un Comisario del Gobierno intimó al P. Provincial que los extranjeros desocuparan sus Casas en tres días. Se apoderaron del dinero que pudieron encontrar y sellaron las Sacristías, Librerías y otras Oficinas en que pudiese haber alguna cosa de valor. El motivo principal de esta expulsión es que la Compañía de Jesús sólo existe en Sicilia y en Rusia, que son las únicas enemigas de Francia. Cayó, pues, la recién nacida Compañía de Jesús en el Reino de Nápoles, a vuelta de 22 meses que empezó a existir. El día 6 por la tarde todos salieron de sus Casas, y aquel día y al siguiente todos se pusieron en camino. El Provincial P. José Pignatelli, aunque salió de los últimos de Nápoles, valiéndose de la Diligencia de las Postas, llegó a Roma el primero de todos el día 8 al anochecer y con otros tres se fue a una posada pública. En los tres días siguientes llegaron a Roma, en tres convoyes cada uno, como de 24 a 30, casi todos los jesuitas que estaban en la Corte de Nápoles. A excepción de unos pocos, que tenían ya dispuesto hospedaje particular, todos se apearon en la Casa del Jesús. Y no cabiendo allí todos, antes que llegara el tercer convoy, pasaron al Colegio 12 o 13 Novicios, que son todos los que han llegado, y les acompañaron 6 u 8 Padres antiguos por orden del P. Provincial.

Aunque el viaje haya sido corto desde Nápoles hasta la frontera del Estado Pontificio, ha sido molestísimo y pesadísimo. Los caminos estaban arruinados por la artillería y los carruajes que pasan continuamente, los mesones ocupados por Oficiales franceses. No han encontrado qué comer ni agua que beber. Poco más que hubiera durado el viaje, hubieran perecido muchos débiles ancianos. En Terracina, ya en el Estado del Papa, encontraron un buen mesón y aun comodidad para comer y dormir. Desde allí hasta Roma les fue algo mejor, pero llegaron sumamente abatidos y estropeados. Han venido unos 80. De la Provincia de Castilla, 10: los PP. Ramón Aguirre, Diego del Val, Pedro Montero, Joaquín Zabala, Roque Menchaca, Diego de Goitia, Inocencio González, Manuel Aziera, y los HH. Juan Villanueva y Antonio Goitia. De la Provincia de Aragón, el Provincial P. Pignatelli, los PP. Juan Francisco Monzón, José Doz, Vicente Requeno, Roca, Monzón y quizá dos Hermanos Coadjutores viejos. De la Provincia de Paraguay, los PP. Ocampo, Hernández, Vallés, Azcona, Videla, y acaso Romo. De la Provincia de México, los PP. Pérez, Martínez y Amaya. De la Provincia de Toledo, Cortés y otro Martínez. Y de la Provincia de Filipinas, el P. Caseda.

La expulsión de los jesuitas del Reino de Nápoles se ha completado con la de los 5 o 6 que estaban en la Ciudad de Sora. Y a continuación han sido expulsados también los 40 jesuitas de las cuatro Casas del Estado de Parma: Seminario y Convictorio de San Roque en Parma, San Donino y Colegio de Piacenza. Otro tanto ha ocurrido con los de la Ciudad de Augusta, a quienes no se les intimó antaño el Breve de Extinción. Seis de los napolitanos llegados a Roma, han pasado a la Ciudad de Orvieto, con el P. Roque Menchaca al frente. El 29 de octubre fueron otros 8, entre ellos el P. Ramón Aguirre como Rector. Otro es el P. Roca, de la Provincia de Aragón, como Maestro de Lengua griega. Y otros son jóvenes italianos que hicieron su Noviciado en Colorno. Y se han establecido en el antiguo Colegio de la Compañía. Allí se ha dispuesto habitación para tres Novicios Escolares que estaban todavía en el Colegio Romano, que pidieron al P. Provincial les permitiese hacer el viaje hasta Orvieto al modo de peregrinación que hacían los antiguos Novicios. Pero, como el Colegio resultaba estrecho para tanta gente, se alquiló una casa inmediata a él, capaz para 20 sujetos. El 18 de febrero de 1807 fueron allá desde Roma los PP. Pedro Montero y Diego Goitia. Por otra parte han partido para Anagni los PP. Joaquín Zabala y Romo, con quienes se reunirá el P. Antonio Díaz, expulsado de Sora. Y se establecerán en el Seminario del Obispo, bajo el Rectorado del P. Andrés Galán, de la Provincia de Aragón.

En Sicilia, en cambio, van bien las cosas para la Compañía: se conservan e incluso han aumentado algo. En la Casa Profesa de Palermo se celebró en diciembre un solemne Triduo en acción de gracias por la Beatificación del P. Francisco de Jerónimo. El adorno de la Iglesia fue singular y la iluminación copiosísima: las luces eran 3.000. La Familia Real acudió toda, y la Reina, al entrar en la Iglesia, exclamó con entusiasmo: «¡Oh, qué bello golpe de vista!». También en Pietroburgo se ha celebrado la Beatificación del P. Francisco de Jerónimo, animada y costeada por el Emperador Alejandro I. En Palermo también han podido hacer la Profesión de Cuatro Votos 6 italianos y 7 españoles. Y tienen entre manos dos pequeñas fundaciones y otras dos les seguirán presto. Y también es agradable subrayar el establecimiento de la Compañía de Jesús en los Dominios de Su Majestad Británica, unida a la Compañía Rusa y a su General P. Tadeo Brzozowski. Estos tres establecimientos de jesuitas, en Rusia, en los Dominios de Su Majestad Británica y en Sicilia, forman a fines de 1806 el Cuerpo de la Compañía de Jesús con toda la formalidad de su existencia legal y pública. Y serán más de 500, pues en solo Rusia son 348. Y en Rusia y Sicilia tienen buen número de Novicios.




ArribaAbajoNapoleón Bonaparte y el Zar Alejandro I

Como se recordará, el motivo principal aludido para la expulsión de los jesuitas napolitanos fue que la Compañía de Jesús sólo existe en Sicilia y en Rusia, que son las únicas enemigas de Francia. ¿No sería mejor decir que Francia era la única enemiga de todo el resto de Europa? De hecho, Napoleón, autoproclamado Emperador de Francia y Rey de Italia, había invadido Nápoles y proclamado Rey de Nápoles a su hermano José. Durante poco más de un decenio adquirió el control de casi toda Europa Occidental y Central. Fundó el Reino de Holanda, colocando a su frente a su hermano Luis. En 1808 invadió España, colocando a su frente a su hermano José, quien dejó en Nápoles a su cuñado Joaquín Murat. Mediante la Constitución de Bayona reconoció la autonomía de las Provincias Americanas del Dominio español y pretendió reinar sobre aquellos inmensos territorios, cuyos habitantes nunca quisieron aceptar los planes y designios del Emperador. Conquistó luego las Provincias Ilirias y los Estados Pontificios. Y en 1810, al noroeste de Alemania creó el Reino de Westfalia, al frente del cual puso a su hermano menor Jerónimo.

Pero Rusia no miraba con buenos ojos el engrandecimiento de Napoleón. Y Napoleón no podía emprender la conquista de Sicilia, en la que seguía reinando Fernando IV de Borbón, por estar muy ocupado con la guerra del Norte, en la que tenía por principal enemigo al Emperador de Rusia, apoyado por los ingleses. Las tropas rusas le habían opuesto una vigorosa resistencia, cual no la había experimentado en las tropas de otras Naciones, a pesar de que Bonaparte contaba con fuerzas superiores a las de Alejandro I. No podía comprender cómo 60.000 rusos pudieran contener a 200.000 franceses. El «invencible» Napoleón tuvo que rebajarse a solicitar ayuda, alborotando a todo el mundo contra el Zar de Rusia, austriacos, turcos, persas. El General Ruso Michelson logró una gran victoria contra el Ejército Turco mandado por el Gran Visir y el Comandante Georges, casi Rey de los Serbios, lo puso en desbandada.

Bonaparte, consiguió tomar la plaza prusiana de Danzig después de cinco meses de asedio. El 5 de junio de 1807 se reanudó la guerra entre los Ejércitos Francés y Ruso, mandados respectivamente por los Emperadores Napoleón y Alejandro. El día 14 Napoleón venció en la batalla de Freiland y conquistó Königsgrat. De resultas de ella se firmó el día 21 un armisticio entre ambos Emperadores. Y el 7 de julio se firmó el Tratado de Paces en Tilsit.

Napoleón, liberado de la guerra con los rusos, se sintió impulsado de nuevo por sus ambiciones. Impuso el bloqueo sobre las mercancías inglesas con el propósito de arruinar su comercio. Portugal fue una de las naciones que no se plegó al bloqueo, por lo cual el Emperador invadió España por Guipúzcoa y Cataluña, y conquistó Portugal en 1807 sin haber derramado una gota de sangre. La Familia Real pudo huir y refugiarse en la Isla de Madera, desde donde pasó al Brasil. Finalmente Bonaparte quedó dueño de todo el Reino de Portugal.

Además, el 2 de febrero de 1808 los franceses conquistaron Roma, aunque el Papa declaró que ni cedía su Estado ni pensaba abandonarlo y trasladarse a Aviñón como pretendía el Emperador. Toda Roma alabó con general asombro y aplauso esta animosa e inesperada respuesta del piadoso y humilde Pío VII. El Papa fue trasladado inmediatamente al Palacio del Quirinal, donde residió como preso y encarcelado, pero mostrando una gran firmeza y constancia. Ese mismo día 2, fiesta de la Purificación, celebró la bendición de las candelas como otros años.

El 19 de marzo de 1808 estalló el Motín de Aranjuez que obligó a Carlos IV de España a abdicar en su hijo Fernando VII. Napoleón llamó a padre e hijo a Bayona (Francia) y les obligó a abdicar a su vez en favor de su hermano José Bonaparte. El 2 de mayo se inició la Guerra de la Independencia. El Alcalde de Móstoles declaró la guerra a los franceses. El pueblo de Madrid, envalentonado por los heroicos oficiales Daoiz y Velarde, se alzó en armas. En julio el Ejército Español venció a los franceses en la Batalla de Bailén. Durante 5 años las tropas españolas, formadas sobre todo por paisanos, se enfrentó al Ejército Francés. Y el 21 de junio de 1813 se libró la Batalla de Vitoria entre las tropas francesas que escoltaban a José Bonaparte en su huida y un conglomerado de tropas británicas, españolas y portuguesas al mando del Duque de Wellington. La victoria aliada sancionó la retirada definitiva de las tropas francesas de España y forzó a Napoleón a devolver la corona del país a Fernando VII, finalizando así la Guerra de la Independencia Española.

La paz entre el Zar Alejandro I y el Emperador Napoleón sólo duró un quinquenio. El Ejército Francés comenzó a invadir Rusia el 23 de junio de 1812. La resistencia de los rusos en la sangrienta batalla de Borodino no impidió el avance francés hasta Moscú, que fue incendiada por orden de su Gobernador. Pero la falta de provisiones y el acoso de las guerrillas rusas forzó a Napoleón a una desastrosa retirada, en medio de un crudo invierno anticipado: de los 650.000 hombres que invadieron Rusia, sólo 40.000 lograron regresar.

Por su derrota en la Batalla de las Naciones cerca de Leipzig en octubre de 1813 se vio obligado a abdicar en abril de 1814. Las potencias vencedoras le concedieron la soberanía plena sobre la minúscula isla italiana de Elba. Napoleón logró regresar a Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en París durante el período conocido como «los Cien Días». Pero el Duque de Wellington frente a las tropas británicas y el Ejército Prusiano derrotaron al Ejército Francés comandado por Napoleón en Waterloo (Bélgica) el 18 de junio de 1815. El Emperador de Francia fue deportado al Islote de Santa Elena, donde murió el 5 de mayo de 1821.




ArribaAbajoPrisión y destierro de Pío VII

Como a las 10'30 de la mañana del 10 de junio de 1809 se enarboló en el Castillo de San Ángel de Roma la bandera Imperial Francesa tricolor, que fue saludada con un centenar de cañonazos. Al mediodía en punto llegó a la Plaza Barberini un grueso destacamento de tropa francesa. Un Oficial Francés leyó en alta voz la toma de posesión de Roma y del Estado Pontificio por el Imperio Francés. Repitieron la ceremonia en la Plaza del Palacio Pontificio, de modo que pudiera oírla el Papa. Hacia las 6 de la tarde se fijó en las tres Basílicas de San Pedro, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor, el Breve latino Quum memoranda, en el que Pío VII declaraba incursos en excomunión a todos los autores y cooperadores de lo que se había hecho en Roma desde el 2 de febrero del año pasado. Y se colocó un breve resumen de ese Breve en lengua vulgar en las puertas de varias Iglesias. A la mañana siguiente un piquete de soldados los fue arrancando todos. El día 14 un grupo de hombres fue quitando las armas del Papa de todos los Palacios y Casas. El Santo Padre ordenó a los Comandantes de la Guardia Cívica, Marescoti y Giraud, que renunciaran a su empleo antes de tres días, so pena de excomunión. El 29 el Papa tuvo que celebrar la fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo en la Capilla del Palacio del Quirinal. Todas las puertas del Palacio estaban cerradas y todas las ventanas habían sido tapiadas con tablones muy gruesos. En la Basílica del Vaticano la celebró el Cabildo.

La noche del 5 al 6 de julio asaltaron los franceses el Palacio del Quirinal y, rompiendo no pocas puertas, llegaron a la estancia retirada en que estaba el Santo Padre, acompañado del Secretario de Estado Cardenal Pacca. El Oficial francés le intimó al Papa formalmente el arresto y el destierro de todo el Estado Pontificio, si no hacía cesión de éste y no retiraba la excomunión. Como el Papa se negó a tales condiciones, a las 4'30 de la tarde tuvo que entrar en un coche de viaje, con el Cardenal Pacca y un Oficial francés. Y escoltado por unos 20 o 25 Gendarmes florentinos, salió de Roma. La primera parada fue Radicofani, en la Toscana, a unas 20 o 25 leguas de Roma. Desde allí consiguió escribir el Papa al Cardenal Miguel de Pietro, delegándole amplias facultades durante su ausencia. Y tal vez una breve y tierna despedida de su Pueblo Romano, que el 11 por la mañana apareció en muchos sitios de la Ciudad. El día 7 llegó a las cercanías de Florencia, donde fue encerrado en el Monasterio de los Cartujos. Al día siguiente fue llevado en litera por las montañas de Luca y del Genovesado hasta la Ciudad de Chiavari. De allí fue conducido a Alexandria de la Paglia. Y después, por los Alpes, hasta Grenoble, donde pudo llegar hacia el día 17. El pueblo del país, por donde ha pasado, le ha hecho a su modo los más expresivos obsequios y honores. Las gentes de la Campiña y de los pequeños lugares sembraban de flores el camino por donde había de pasar el coche del Vicario de Jesucristo, besaba devotamente la tierra por donde había pasado y prorrumpía en honoríficas exclamaciones al Santo Padre. Hacia el 2 de agosto fue llevado a Aviñón y luego a Niza y después a Savona, a donde llegó el día 17. También las gentes de Savona han dado singulares muestras de afecto, obsequio y veneración al Papa. Ya en 1812 Pío VII fue llevado a Fontainebleau. Pero tras una serie de fracasos militares cosechados por las armas imperiales y poco antes de que Napoleón se viera obligado a abdicar, el Papa fue puesto en libertad. El 24 de mayo de 1814 pudo regresar a Roma, hacerse cargo del gobierno de los Estados Pontificios y atender a las empresas de la Iglesia, que durante tantos años no había podido atender con paz.




ArribaAbajo¡Resurrección!

Una de esas empresas fue el restablecimiento mundial de la Compañía de Jesús. El Papa Pío VII se dio prisa en lograrlo, porque el 7 de agosto de 1814 firmó la Bula Sollicitudo omnium Ecclesiarum. El 24 celebró la Eucaristía en la Iglesia del Gesú y después con gran cariño y uno a uno, saludó a los ancianos jesuitas que lloraban de consuelo. En aquellos momentos la Compañía sólo podía contar con unos 600 sujetos. Su General seguía siendo el R. P. Tadeo Brzozowski, pero no podía salir de Rusia. Y el P. José Pignatelli había muerto santamente el 15 de noviembre de 1811, contemplando, como Moisés, la Tierra Prometida.

Vale la pena transcribir la narración de esta ceremonia que nos ha legado el P. Manuel Luengo en su «Diario de la Expulsión» y del que tanto nos hemos aprovechado en las páginas precedentes:

«A las 8 de la mañana llegó el Santo Padre a la puerta de la Iglesia del Jesús, bellísimamente colgada e iluminada a maravilla, y en ella fue recibido por el Colegio de Cardenales, que en toda gala, según se les había advertido, habían prevenido al arribo de Su Santidad. El Pontífice, después de una breve oración al Sacramento, se fue a celebrar la Santa Misa en el magnificentísimo altar del Patriarca San Ignacio, en el que reposa su santo cuerpo. Y habiendo dicho otra allí mismo un Monseñor o Prelado, mientras Su Santidad daba gracias, pasó prontamente a la Sacristía de la Capilla de los Nobles, abriendo a viva fuerza los soldados camino por la Iglesia llena de gente. Y habiendo tomado en un momento algún desayuno, salió al instante y se sentó en su trono, para hacerse a su presencia la lectura de la Bula de restablecimiento de la Compañía. En el centro de la Capilla, que no es grande, y por eso no se dio entrada a ninguno que no tuviese parte en la función, estaban en sus bancos 18 Cardenales. A espaldas de los Cardenales, en dos filas de bancos por cada lado, estábamos generalmente todos los jesuitas que estamos en Roma: unos pocos portugueses, en mayor número italianos y la mayor parte españoles, y entre todos llegaríamos a 150. Alrededor del trono del Papa había varios Monseñores. Y de pie, a las puertas que van a la Sacristía, se veían varios Obispos y Prelados, aunque sin formar Cuerpo.

El Santo Padre, luego que se sentó en el trono, entregó la Bula a Monseñor Belisario Cristaldi. Y éste, en pie cerca del trono, la leyó muy bien toda, y, después de leída, se la volvió a entregar al Santo Padre. Y entonces, habiéndosele ordenado, se presentó el P. Luis Panizzoni, que hace de Provincial, se arrodilló ante el trono mismo de Su Santidad y el Papa por sí mismo le puso la Bula en la mano. El P. Panizzoni, besándole reverentemente los pies, se retiró, llevándose la Bula. Está, pues, completa la restitución o reposición de la Compañía de Jesús. A este acto solemne se siguió inmediatamente, por habérsenoslo insinuado, que todos fuésemos a besar el pie a Su Santidad. Entre los 150 hay algunos entre 60 y 70 años de edad y son los más jóvenes o los menos viejos, muchos de 70 a 80, y más de 15 octogenarios, y algunos de 85 y 86; y éstos, y ya cumplidos tiene el Provincial Panizzoni. Varios de ellos, y dos iban con su bastoncito, necesitaban ser ayudados para subir al trono, y les ayudaban con muy buen gracia los Prelados que asistían al Santo Padre. En el tiempo en que se leía la Bula, tuvo siempre el piadoso Pontífice un semblante agradable y muy festivo y alegre, como que a él le salía el gusto y complacencia que tenía en su corazón por aquella grande obra suya de restituir a la Iglesia la ilustre Compañía de Jesús. Y aun lo mostró todo más abiertamente cuando con sus propias manos entregó la Bula al P. Provincial Panizzoni. Y en el tiempo en que le besamos el pie, viendo tantos ancianos respetables contentísimos y alegrísimos, y a muchos con lágrimas de ternura en sus ojos, estuvo extraordinariamente contento, festivo y aun risueño.

Acabada la función, se retiró el Santo Padre para ir a tomar su coche y restituirse a su Palacio, y yo pude verle, cuando salía de la portería, desde una ventana sobre la plaza que está delante, que no es pequeña, y toda ella estaba llena de gente, y todas las bocacalles que vienen a ella, y aun todo el camino desde la Casa del Jesús hasta el Palacio del Quirinal. Y al avistarse el Pontífice, fue tal la gritería, los vivas y aclamaciones y las demostraciones de obsequio y de aplauso que se parecían mucho a las del primer día que puso los pies en Roma, y así se continuaron por todas las calles hasta su Palacio.

Los Sres. Cardenales estuvieron un rato en la Capilla, congratulándose con todos por el gloriosísimo restablecimiento de la Compañía, que se acababa de ejecutar. El Cardenal Pacca, después que se retiraron los Cardenales, se sentó en una silla de la Capilla misma, en que estábamos, y un Oficial de la Cámara, en pie y al lado de Su Eminencia, leyó un larguísimo manuscrito, que es ya efecto y determinación consiguiente a la reposición de la Compañía. La substancia de ella es que Su Santidad da desde luego a la Compañía la Casa del Jesús y la de San Andrés. Y para la manutención de los jesuitas se añaden 500 pesos duros mensuales por la Cámara a algunas rentas de la Compañía que en el día se les han podido entregar, y entre las dos forman la suma como de 1.000 pesos duros al mes, que pueden bastar para la manutención de 120 sujetos, especialmente después que las cosas estén asentadas, y tan presto no podrán ser tantos en Roma. En el largo manuscrito se nombra muchas veces a la recién restablecida Compañía de Jesús con el apelativo de venerable».






ArribaY nuestros paisanos

Mediante un Decreto de 15 de mayo de 1815, el Rey Fernando VII llamó a España a los antiguos jesuitas. Como la Bula Sollicitudo omnium Ecclesiarum de Pío VII fue la contrapartida del Breve Dominus ac Redemptor de Clemente XIV, el Decreto de Fernando VII fue la contrapartida de la Pragmática Sanción de Carlos III. La Vice-Provincia de España, regida por el Comisario General Manuel Zúñiga, estaba conformada por 112 Sacerdotes y 10 Hermanos.

Pero hubo varios españoles que reingresaron en la Compañía sin necesidad de volver a España. Entre ellos, por ejemplo, varios de nuestros paisanos recibidos en Italia. El P. Roque Menchaca, natural de Llodio, reingresó en Nápoles el 24 de octubre de 1804 y falleció en Orvieto el 19 de agosto de 1810, a sus 66 años de edad. El H. Antonio Goitia, natural de Aulestia, reingresó en Tívoli el 29 de setiembre de 1814 y falleció en Madrid el 17 de enero de 1817, a sus 70 años de edad. El P. Ramón Aguirre, natural de Tudela, reingresó en Nápoles y falleció en Roma el 18 de febrero de 1816, a sus 86 años de edad. El H. Juan Villanueva, natural de Naguiz, reingresó en Nápoles y falleció en Madrid el 25 de febrero de 1819, a sus 82 años de edad.