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Mujer y prensa: artículos periodísticos de Isabel Oyarzábal Smith (1907-1921)1

Amparo Quiles Faz


Universidad de Málaga



«Quizás de todos los campos abiertos a la actividad y a la energía femenina, ninguno esté tan en consonancia con las aptitudes y dones especiales de la mujer como el del periodismo»2. Estas palabras, escritas en 1917 por Isabel Oyarzábal en el diario madrileño El Día, nos introducen en una de las facetas más interesantes de esta escritora: su actividad periodística.

La figura de Isabel Oyarzábal Smith (Málaga, 1878-Méjico D. F., 1974) resume la historia del feminismo español y encarna, al tiempo, la transformación de la mujer española en ciudadana plena. Un proceso que fue progresivo para una mujer burguesa y provinciana que llegó a ser la primera mujer embajadora en Suecia y uno de los pilares del feminismo español.

Algunas de sus características vitales-inadaptación al medio burgués, viajes al extranjero y conocimientos idiomáticos- acercan a Oyarzábal a las mujeres modernas de su generación y la hacen coincidir con las infancias de María Teresa León, Concha Méndez o Constancia de la Mora (Castillo 2001; Quiles 2011). Y como ellas, su despertar a la ciudadanía y al feminismo fue un proceso lento, favorecido por su residencia en Madrid desde 1906, donde comenzó a trabajar y a relacionarse con los intelectuales de la época: «Nuestra casa de Madrid se había convertido en el punto de encuentro de muchos intelectuales, poetas, escritores y artistas jóvenes y ambiciosos. La única mujer era yo» (Oyarzábal 2010 110).

En sus primeros años en Madrid, Isabel Oyarzabal comenzó a frecuentar los incipientes círculos feministas, caso de las tertulias de El Ateneo de Madrid, donde, entre febrero y abril de 1913, se debatió -y con mucha repercusión social- «el problema feminista español»3, tal y como ella misma recordaba:

«En 1913, tras un debate público de varios días sobre los derechos de la mujer, un pequeño grupo formó una asociación para la defensa de estos principios y todos los problemas relacionados, primordialmente desde luego la obtención del sufragio. Este fue el primer paso hacia el feminismo organizado en España. Pronto siguieron otros. En la mayor parte de las grandes ciudades españolas se formaron asociaciones sufragistas, o las organizaciones que ya existían para la protección del trabajo de la mujer y la promoción de otras cuestiones sociales incorporaron el derecho del voto en su programa».


(Oyarzábal 1928 187)                


Así, hacia 1917 sus planteamientos ideológicos se acercaban al feminismo: «Estaba muy interesada en saber del desarrollo del movimiento para la emancipación de la mujer, en el cual yo estaba ya activamente involucrada» (Oyarzábal 2010 174). Desde el 20 de octubre de 1918 Isabel Oyarzábal había comenzado su militancia feminista en la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), de la que llegó a ser presidenta4. También fue miembro activo del Lyceum Club Femenino de Madrid, al que, desde 1926, perteneció y fue presidenta Oyarzábal junto a María de Maeztu, Clara Campoamor y Victoria Kent, entre otras figuras: «Todas las mujeres inteligentes y progresistas, además de las esposas de los más importantes hombres de ciencia, escritores y artistas se habían hecho socias. Era el único lugar de Madrid donde se podía respirar pero, a cambio, su reputación estaba por los suelos» (Oyarzábal 2010 200-201)5.

Por otra parte, la inmersión de Isabel Oyarzábal en el ámbito periodístico no fue un hecho aislado. La industria editorial, ávida de nuevos cupos de lectores, descubriría pronto el potencial que suponían las mujeres burguesas como consumidoras de sus productos y así, «los editores se esforzaron por adecuarse a sus gustos, con el objetivo de captar a esa nueva clientela. La oferta dirigida al público femenino se multiplicará, y enseguida se encuentran a su disposición en el mercado toda una serie de publicaciones dirigidas exclusivamente a ellas» (Correa 2006 29-38). En sus inicios literarios, el hecho de escribir para la prensa conllevó en la autora el descubrimiento de la realidad española y un paso adelante en su progresiva concienciación:

«Indudablemente le debí mucho a mi nuevo trabajo, pues gracias a él, empecé a entender por primera vez lo que era España realmente, cómo y dónde estaba en relación con el resto del mundo y, sobre todo, qué nuevos progresos iban a tener lugar dentro de sus fronteras... Todo ello me mantuvo ocupada durante algunos meses y me permitió tener un plato de comida caliente en casa».


(Oyarzábal 2010 108)                


Además, este acceso a la visibilidad social les permitió a ella -y a otras mujeres modernas- entablar un tipo de relación con los hombres en un plano de igualdad:

«El trabajo como corresponsal también alteró todos mis valores convencionales. Entre otras cosas me acostumbré a tratar a los hombres en la base de la simple camaradería. Hasta ese momento, habían sido siempre seres algo misteriosos con una tendencia escondida a enamorar, que yo alternativamente odiaba, despreciaba o hacia la que me sentía atraída... Ahora trataba a mis colegas en un plano de absoluta igualdad y daba o recibía ayuda sin sentir que les estaba poniendo a ellos o a mí bajo ninguna obligación. No había ninguna mirada insistente o tierna, ningún cumplido, ningún significado sutil, sujeto a sus comentarios. Solo eran «buenos amigos». Era un buen trato tener el amor fuera de la vida, supongo, y por otro lado, permitía trabajar serenamente».


(Id. 110)                


En estos sus primeros años en Madrid -y junto a su hermana Ana y su amiga Raimunda Avecilla6- emprendió la aventura de publicar una revista para mujeres, a la que titularon La Dama y que vio la luz editorial el 8 de diciembre de 1907:

«Me encontró preparada para empezar algo nuevo. Ese "algo" sería una revista femenina, la primera en su género publicada en España. Convencida de la necesidad de una publicación así. Las mujeres españolas leían muy poca prensa, porque no se les ofrecían periódicos. Con la excepción de las que podían permitirse pagar la suscripción al figurín francés o inglés, a ninguna se le ocurría siquiera ojear la prensa local. Se daba por sentado que solamente era de interés masculino. Me di cuenta de que sería necesario ser cautas para no asustar a nuestras lectoras ni a sus censores. La Dama, que así se llamó la revista, habría de ser lo suficientemente frívola para ser atractiva, sin dejar de ser edificante, y plegarse a las costumbres lo justo parar no provocar desaprobación».


(Id. 107)                


En una veintena de páginas se alternaban los artículos, casi todos de la propia Isabel y de su hermana Ana bajo diversos seudónimos7, con las descripciones de bailes y fiestas, las traducciones de novelas sentimentales victorianas8 y las reproducciones artísticas y musicales. La revista, que duró cinco años -desde diciembre de 1907 a marzo de 1911-, había sido fundada con las escasas 2.000 pesetas que su amiga Raimunda Avecilla y ella habían conseguido reunir, y de cuyo éxito ella misma se sorprendía: «A día de hoy, no entiendo cómo logramos cubrir los gastos de La Dama duramente dos años: creo que la raíz de nuestro éxito radicaba en la falta de publicaciones similares» (Id. 107-108). Finalmente, la vida de La Dama comenzó a declinar debido a los altos costes del papel y de la mano de obra, e Isabel Oyarzábal, como alguien que siempre superaba los obstáculos, reflexionaba:

«De haber tenido capital, la habríamos reorganizado de nuevo. Empezaba a haber por entonces algún grupo de mujeres inteligentes que hubieran apoyado la existencia de una revista a su nivel, pero aquello era impensable. Intentamos venderla a otra editorial [pero] al editor no le interesaba invertir en otra. Me despedí de otro proyecto más y seguí adelante».


(Id. 140)9                


Y ese paso adelante fue su trabajo como corresponsal de la agencia de noticias londinense Laffan News Burean y del periódico The Standard. Aunque, tras el cierre de la agencia inglesa de noticias -por la guerra de Marruecos-, Isabel Oyarzábal se dedicó en el mundo de la traducción, vertiendo al castellano la obra de Havelock Ellis, concretamente los volúmenes quinto y sexto dedicados a la psicología infantil (Navas 359-410). Trabajos estos que le reportaron ingresos económicos importantes y un nuevo avance en su evolución personal.

Pero los textos periodísticos de Oyarzábal no constituyen un hecho único. Algunas escritoras de la época -Carmen de Burgos, María Martínez Sierra, Margarita Nelken y Consuelo Álvarez Pool, entre otras autoras-, compartieron el proyecto de escribir sobre el feminismo en los periódicos de la época. Así, Carmen de Burgos, Colombine, colaboraba desde 1904 en el Diario Universal de Madrid, en cuyas páginas inició el debate sobre el divorcio en España. En 1906 y en el Heraldo de Madrid, además de su columna titulada «Femeninas», realizó una encuesta sobre el sufragio femenino desde el 25 de octubre al 25 de noviembre, y en 1914, y de nuevo en el Heraldo de Madrid, insertó sus colaboraciones sobre la guerra europea. Por su parte, Margarita Nelken colaboró en las páginas de El Día de Madrid con su sección «La vida y las mujeres» desde 1916 a 1918, coincidiendo en tiempo y temática con algunos de los artículos de Isabel Oyarzábal. Mientras que María Martínez Sierra colaboraba con su columna titulada «La mujer moderna» desde enero de 1915 a octubre de 1916 en la revista Blanco y Negro (Blanco) y Consuelo Álvarez Pool, Violeta, publicaba sus textos feministas en las páginas del madrileño El País desde 1904 hasta 191910.

Todos estos textos coincidentes muestran un universo de visibilización femenina, en un momento en el que algunas mujeres espoleaban las mentalidades españolas a través de la prensa, un medio en el que plasmaron sus «denuncias y reivindicaciones sobre la mujer que antes solo aparecían en la literatura didáctica y ensayística» (Ena 94). Del fin propagandístico de la prensa como divulgador de nuevas ideas era consciente Violeta: «Yo considero el periodismo, a pesar de todos sus defectos, como uno de los medios más eficaces de cultura y adelantamiento, y como lazo de cohesión ante los hombres...» (Violeta 1906 1). Y también la propia Oyarzábal: «Salomé Núñez Topete, Colombino, María de Perales, María de Echarri y Margarita Nelken forman ya un contingente de valía, cuya labor repercutirá beneficiosamente en el porvenir de la mujer española» («La periodista»).

Retomando la carrera periodística de Oyarzábal, tras La Dama, y desde principios de diciembre de 1916, Isabel Oyarzábal comenzó a colaborar en el periódico madrileño El Día11: «Por entonces una nueva revista femenina comenzó su andadura y me pidieron algunos artículos, que sirvieron para aumentar nuestros ingresos» (Oyarzábal 2010 145). Sus textos comprenden veintiséis artículos dedicados a la mujer y que suponen un eslabón más en su trayectoria periodística feminista (Quiles 2013b). Este corpus textual se inserta en la sección titulada «Presente y porvenir de la mujer en España» y abarca desde el 5 de diciembre de 1916 hasta el 25 de octubre de 1917, con una periodicidad de entre dos y cuatro artículos mensuales acompañados de interesantes fotografías. En estos artículos aparece por primera vez el seudónimo de Beatriz Galindo, nombre elegido como homenaje a la preceptora de latín de Isabel de Castilla, tal y como la propia Oyarzábal recordaba tras un viaje a Salamanca: «Salamanca era el lugar de nacimiento de Beatriz Galindo, institutriz de Isabel la Católica y gran estudiosa del latín. Yo había usado su nombre como seudónimo en algunos de mis artículos...» (Oyarzábal 2010 159)12.

La finalidad de su sección era patente: «estudiar los medios de que hoy por hoy dispone la mujer de nuestra patria para labrarse, en los casos en que sea necesario, un porvenir independiente o para encauzar su actividad intelectual». Una independencia que se centraba en la mujer española de clase media, un deseo y preocupación compartidos -en una entrevista- con la reina Victoria Eugenia de Battenberg:

«[...] extrañóse la soberana del relativo poco desarrollo que en nuestro país ha alcanzado el trabajo de la mujer de la clase media... Es innumerable el número de mujeres españolas que arrastran una vida de triste y sórdida miseria, o enlazan su existencia, sin cariño, al primer hombre que les ofrece un hogar, o como sucede con frecuencia, viven a expensas de un hermano...»13.


Por ello, los trabajos recomendados en sus artículos incluyen desde las artes decorativas en «Las ceramistas»; el mundo comercial en «Las empleadas de comercio» y bancario en «La empleada del banco»; los medios de comunicación «La periodista» o los empleos estatales: «La bibliotecaria», «La telegrafista» y «La mecanógrafa». Sin olvidar ámbitos -supuestamente femeninos- como el sanitario en «La enfermera» y «La doctora en Medicina» y el magisterio en «La alumna de la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio».

Aunque no solo recomendó empleos para la clase burguesa, sino que sus textos se acercaron también a las obreras, denunciando injusticias en «La sirvienta», algunas situaciones anacrónicas en «La señora de compañía» o espoleando la necesidad de sindicarse en «Las modistas deben asociarse». Especial interés reviste la información que Oyarzábal nos ofrece sobre las condiciones laborales y los sueldos de las mujeres:

- La mecanógrafa: «Hoy oscila entre setenta y cinco a ciento cincuenta pesetas» («La mecanógrafa»).

- La actriz: «Sueldos mínimos de cinco y seis pesetas diarias; de ahí ascienden rápidamente a diez, quince, y hasta veinticinco pesetas... Luego el ascenso es algo más lento, siendo preciso destacarse mucho para lograr los ocho, diez y doce duros de la primera actriz, y los veinticinco o treinta de la estrellas dramática» («Las actrices»).

- La telegrafista: «La auxiliar ingresa con 1.000 pesetas anuales... Pero para llegar a las 2.000 pesetas anuales, tipo máximo de sueldo que hasta ahora disfrutan, ha sido preciso que desempeñen nada menos que treinta y tres años de servicio»14.

- La enfermera: «10 pesetas por una guardia completa (día y noche); cinco pesetas por guardia durante el día; siete pesetas y cincuenta céntimos por guardia durante la noche; siete pesetas y cincuenta céntimos, asistencia en una operación, etc., etc.» («La enfermera»).

- La maestra: «Pobre y ridiculizada, ha arrastrado resignadamente una existencia limitada y monótona; mal retribuido su trabajo y mermado su prestigio»15.

- La empleada de banco: «[...] Con un sueldo de 1.000 anuales, cantidad que fue luego ampliada a 1.500... Lo cierto es que hasta la fecha no se alcanza en ellos más que un ascenso en extremo limitado, cuya remuneración máxima es de 1.750 pesetas anuales, excepto en el caso del jefe del personal, que llega a 2.000 pesetas. Por lo demás, gozan las empleadas, como el resto del personal del Banco de España, de paga y media extraordinaria fija en el mes de mayo y de las que, cuando lo juzga oportuno la dirección, perciben todos los empleados» («La empleada...»).

- La señora de compañía: «Con sus 8, 10, 12 duros al mes, como máximum, por acompañar a diario, tiene que comer, vestirse, pagar casa y ropa limpia y otros menudos gastos de la existencia... Se le paga mal, se la trata desconsideradamente y en el fondo se la desconoce» («La señora de compañía»).

- La modista: «Desde que se empieza como aprendiza, sin retribución alguna, hasta que, escalando las distintas categorías del taller, se alcanza un puesto de oficiala con 3, 4 y, a lo sumo, 5 pesetas diarias, la modista ha de trabajar diez u once horas de las veinticuatro que tiene el día. Cuando se queda la noche a velar, su trabajo queda, naturalmente, retribuido; pero no de manera que compense la falta de descanso, la tensión del espíritu que engendran las prisas de la entrega ni la fatiga de la vista»16.

- La sirvienta: «Allí donde una sirvienta cobra de 20 a 30 duros mensuales, como ocurre en América, o 12 o 15 como en Inglaterra, es natural que puedan darse el lujo de tener un buen ajuar; pero, ¿cómo puede exigírsele lo mismo a la que cobra 4 o 5 duros mensuales, que es el tipo general de los sueldos de sirvientas en España?» («La sirvienta»).

Destacan, además, sus deseos asociacionistas, pues era conocedora de que solo con la sindicación femenina podrían conseguirse algunos logros sociales al igual que había sucedido en el extranjero. Por ello, y tras denunciar las condiciones de las modistas a quienes se les pagaba, «por blusas por cuya confección solo se ha pagado a la modista 50 céntimos; sábanas dobladilladas por 15 céntimos, pañuelos por 20 la docena», animaba a las compradoras a que no comprasen en dichas empresas:

«En las grandes capitales de los países extranjeros se han formado ya con este fin asociaciones de señoras que se comprometen a no comprar jamás en aquellos establecimientos que no remuneran en debida forma a sus obreras. Hora es ya de que lo hiciéramos nosotras, y de la Asociación de damas católicas, que en nuestra patria se dedica a proteger el trabajo de la mujer, debería partir la iniciativa»17.


Y recomendaba a las modistas que fueran a la huelga como en París:

«[...] Declarándose en huelga han conseguido las modistas de París la jornada de ocho horas, y la conseguirán, si tienen perseverancia, las de San Sebastián; por el mismo procedimiento podrán obtener con el tiempo el aumento de jornal y otras necesarias mejoras. Mas para ello lo primero que se necesita es la unión inquebrantable de las interesadas. La asociación del gremio, no en grupos independientes, como ahora existe, sino en uno solo, indivisible; no al amparo de teorías marcadas o determinadas creencias, sino bajo una sola bandera: la defensa de la clase, imponiendo su voluntad razonadamente, pero con inquebrantable firmeza. El trabajo de la modista es un lujo; justo es que se pague como tal o, por lo menos, que se remunere dignamente»18.


Similar recomendación ofrecía a las sirvientas cuyas jornadas de trabajo incluía:

«[...] estar levantadas hasta altas horas de la noche esperando que vuelvan los amos del teatro, y luego a madrugar como si se hubieran acostado bien temprano, y a trabajar, y a estar serviciales y amables, a pesar de rendirlas el sueño; contentarse con una salida cada quince días, de dos o tres horas a lo sumo, como es costumbre entre nosotros; y aguantar la comida escasa y el trato grosero con que aquí en muchas casas se les obsequia» («La sirvienta»).


Por ello, proponía a las señoras -que tanto se quejaban del servicio-, que las enseñasen a leer y a escribir, que les dieran más horas de descanso y les aumentasen el sueldo19. Asimismo, animaba a las señoras a «ayudarlas, y esto es lo más importante, a fundar una Caja de Beneficios y Ahorros, de modo que no sea para estas fieles y humildes compañeras de nuestra vida un problema terrible el paro por enfermedad o el retiro por la vejez. Se hace indispensable la Asociación de sirvientas, y la primera piedra, base de su edificio social, corresponde a las señoras» («La sirvienta»).

Del mismo modo, recomendó la creación de montepíos para las señoras de compañía, quienes «pudieran, asociándose, formar un Montepío o Caja de Ahorros, algo que disipara el negro horizonte que se cierne sobre el porvenir de casi todas» («La señora de compañía»). Porque otra de las denuncias -reiteradas en varios textos y ocasiones- de Oyarzábal se centró en la figura de la señora de compañía, un trabajo ejercido básicamente por damas sin recursos que acompañaban a las jóvenes «decentes» que no debían salir solas. Estas mujeres asumían el papel de madres sustituías en el espacio público, y también en el privado, aunque su labor, «tal y como hoy se le considera, no puede ser más triste, humillante y precario»:

«Una de las primeras ocupaciones que fuera del hogar y con un fin económico se atrevió a desempeñar la mujer de cierta clase, en casi todos los países, fue el de señora de compañía. Ya con el título de "lectora", ya con el de "acompañante", nos dicen los autores del siglo XVIII y XIX que las hijas de familias distinguidas, venidas a menos, se apresuraban a buscar un puesto de esta índole en las casa que podían permitirse tales lujos, siendo cosa muy corriente que las señoras y señoritas de elevada posición tuvieran a su servicio alguna persona de idéntica clase y condición que ellas, capaz de distraerlas con su conversación y con su arte y acompañarlas cuando fuera preciso a los centros de diversión y reunión mundana»20.


Siguiendo con su evolución creadora, Isabel Oyarzábal concluyó sus entregas periodísticas en El Día el 25 de octubre de 1917 y escasamente dos meses después, concretamente el 3 de diciembre de 1917, se integró en la plantilla del periódico madrileño El Sol donde insertó una columna -al principio diaria y luego semanal- desde su fundación el primero de diciembre de 191721. Estos textos, firmados de nuevo con el seudónimo de Beatriz Galindo22, llevaron la cabecera de «Diario de la mujer», hasta el 14 de junio de 1918 cuando cambió por «Crónica femenina». Son un total de ciento ochenta y seis textos -de los que he editado alrededor de un centenar (Quiles 2013a)- fechados desde el 3 de diciembre de 1917 al 4 de febrero de 192123.

El proceso creativo de sus artículos estaba ligado a la más reciente actualidad: de una noticia nacional o internacional extraía las reflexiones para sus trabajos, tal y como nos indican la contextualización de sus textos y sus propias palabras:

«Como suele suceder con las noticias múltiples que a diario atraen fugazmente nuestra atención en los periódicos, solo conservamos de esta una débil impresión subconsciente, hasta que el azar, el giro inesperado de una conversación, tomó a darle vitalidad en nuestra mente, despertando a la par la necesaria curiosidad y ansia de juzgar personalmente de lo que se trataba» («El Instituto Municipal...»).


Ejemplo de ello son los artículos «Una criaturita muerta de frío» basado en un hecho real ocurrido hacía escasos días, o «Los asilos, a media ración», donde Oyarzábal denunciaba las restricciones de comida en los centros de beneficencia madrileños. Lo mismo ocurrió en «Jardines para los niños», basado en una polémica petición para las clases trabajadoras24 o en «La nueva moda», donde, al hilo de la noticia, da cuenta de la recién creada «Liga de la alpargata»25.

Los artículos de Oyarzábal registraban la rica complejidad que suponía la protesta contra subordinada posición de la mujer española. En ellos se hacía hincapié en los puntos básicos del feminismo de principios de siglo: la educación, la independencia económica y el voto de las mujeres. En este ingente Corpus periodístico destacaron fundamentalmente los temas feministas en los que trató especialmente el tema de la necesidad del voto femenino en España, el atraso de las españolas con respecto a las europeas, la ausencia de educación en las mujeres o la escasez de lecturas y la obsoleta moralidad española, entre otros temas26.

Gran parte de las preocupaciones de Oyarzábal se basaban en los problemas relacionados con los grupos más desfavorecidos de la sociedad: las madres, los niños pobres y los ancianos desamparados. Completan este marco textual los artículos dedicados al cuidado de la belleza y la salud de la mujer española, así como las recomendaciones estéticas sobre la nueva moda que imperaba en Europa27.

Como militante feminista, Isabel Oyarzábal plasmó sus reivindicaciones en favor del voto femenino, principalmente, en dos artículos titulados «El sufragio femenino. Lo que significa el derecho a votar» y «El sufragio femenino. II. Por lo que debe votar la mujer»28. Para la autora, el problema del sufragio iba unido a la educación, y así, las mujeres educadas en igualdad con los hombres conseguirían la victoria del voto. La mujer española era la «más dócil y abnegada del mundo» y había vivido en el tranquilo y cerrado ámbito doméstico, «apartada de la lucha, segura y tranquila dentro de su hogar», pero, movida por las circunstancias de la época, debía decidir por sí y ante sí, asumir las responsabilidades y, para ello, debía acceder a los derechos que le correspondían.

Para los españoles, la figura de la sufragista era altamente negativa, generando chanzas y críticas sociales. Por ello, Oyarzábal combatió esta denostada imagen y espoleó a sus congéneres con aportaciones sobre el feminismo internacional en artículos como: «La mujer turca en la guerra» (27-2-1918); «La mujer polaca, su obra, sus derechos y su porvenir (5-3-1918); «Lecturas femeninas. El trabajo de la mujer y la guerra» (27-5-1918); «De la emancipación civil de la mujer» (23-7-1918), «El sufragio de la mujer en Francia» (9-9-1918) y «El sufragio femenino en Alemania» (14-9-1919) (Quiles 2013a 106; 107; 134; 146; 160 y 203).

Esta lucha a favor del voto de las españolas, iniciada -y no antes ni en otros textos- desde las páginas de El Sol en 1917, se reflejó en su trabajo «El sufragio femenino en España mediante la reforma de la ley electoral» (27-9-1919), donde daba cuenta del frustrado proyecto del ministro Manuel Burgos y Mazo a mediados del año 1919. Igual sucede con la información aportada en su texto «Asociación Nacional de Mujeres Españolas de Acción Feminista Política-Económica-Social» (9-2-1919), organización a la que perteneció desde su fundación en 1919 y de la que llegó a ser vicepresidenta (Quiles 2013a 205 y 162).

Mención especial -por la información de primera mano que nos ofrece- merecen los seis artículos que sobre la celebración del VIII Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer iba a celebrarse entre abril y mayo de 1920 en Madrid y que, finalmente, tuvo lugar en Ginebra desde el 6 al 12 de junio de este año y al que Isabel Oyarzábal asistió como delegada por parte de ANME29. De indudable interés son también los textos referidos a la participación feminista en la Carta Internacional de la Mujer y en la primera conferencia de la Organización Internacional del Trabajo30. Sus reivindicaciones feministas continuaron años después, cuando en octubre de 1923 visitó al general Primo de Rivera junto a sus colegas de ANME para reclamarle el sufragio femenino31:

«También aduló a las mujeres, con floreados cumplidos y asegurando que nos otorgaría nuestros derechos, cosa que hizo, pero con limitaciones. Decretó el sufragio para todas las mujeres solteras y viudas, pero no para las casadas, argumentando que para otorgárselo a las casadas tendría que cambiar la ley marital española. Como ya había suprimido la constitución, esto tampoco habría presentado mayor problema aunque de poco iba a servir a las mujeres tener derecho al voto ya que el dictador habría suprimido las elecciones».


(Oyarzábal 2010 190)                


La hostilidad y el miedo que provocaba en la sociedad española la figura de la sufragista hicieron que se generalizara la idea de que feminismo conllevaba implícitamente la pérdida de la feminidad. Por ello, Oyarzábal se empeñó en mostrar una imagen de la feminista como remedio contra la senectud, tal y como afirmaba tras el Congreso de Ginebra en 1920:

«El feminismo opone un dique eficacísimo al temido mal de la vejez [...] En ellas los años no han hecho sino aumentar la fuerza de su personalidad y el encanto de su trato. Los cabellos blancos son corona gloriosa y triunfante de un esfuerzo prolongado. No se ven rostros ensombrecidos por el hastío, ojos privados de luz y de expresión por el tedio, sino caras en las que el tiempo no dejó más huella de su paso que una alegre serenidad, una suprema dignidad, una vibración de irresistible atractivo; ojos de profundo y magnético encanto, animados por las llamaradas de entusiasmo, dulcificados por un sentimiento infinitamente tierno de humanidad».


(«Comentarios de nuestra compañera...»)                


Y en esta línea de armonización icónica, Oyarzábal pedía en la mujer española la unificación de su papel de ángel del hogar -esposa y madre perfecta- con el de defensora de sus derechos. En este reparto de actuaciones proponía situar a las mujeres en los ámbitos domésticos, dejando a los hombres las cuestiones más elevadas:

«Ocúpense los hombres, de cuanto se relaciona con la prosperidad y grandeza de una nación [...] dediquen su inteligencia y actividad a cuanto constituye una fuerza cultural, agrícola, financiera o política, y dejemos a las mujeres la dirección de aquello que atañe al régimen interior doméstico -si se permite la frase- del país; sigan, en una palabra, con la nación el sistema que rige en su propia casa, y verán cómo en estrecha colaboración y armonía laboran ambos sexos con éxito, por el bien de la humanidad. La mujer tiene un don de organización excepcional y una capacidad económica extraordinaria, que bien encauzados harían de ella un elemento inapreciable y asegurarían el buen orden dentro del país, como ya lo aseguran dentro del hogar, pudiendo entonces los hombres desembarazada y libremente dedicarse a solucionar problemas de mayor cuantía y trascendencia».


(«El sufragio femenino. II»)                


Palabras que coinciden plenamente con lo que afirmaba Mary Nash, al hablar de la construcción del género en España: «Ni siquiera el proceso de modernización económica, cultural y política en las primeras décadas del siglo XX que conllevó una reformulación modernizadora de un nuevo prototipo femenino -la "mujer nueva" o "mujer moderna"- cambió el eje constitutivo del discurso tradicional de la domesticidad, ya que la maternidad seguía representado la base esencial de la identidad cultural femenina» (Nash).

Por otra parte, y para Isabel Oyarzábal, la falta de motivación cultural en la española venía provocada por dos factores claves: las limitaciones de la educación femenina, que se dirigían hacia un aprendizaje elemental y no al desarrollo mental; y las restricciones que sufría la mujer por parte de directores morales y espirituales, que le negaban el desarrollo de su capacidad razonadora. De hecho, analizó la escasa dedicación de las españolas a la lectura en comparación con los índices de lecturas de las europeas32 y las norteamericanas33. Aunque, y pese a la indolencia y la apatía que presentaban las españolas, una minoría se decantaba por algunos autores: Bécquer, Campoamor, Rubén Darío, Antonio Machado, Fernán Caballero, Pereda, Palacio Valdés, Ricardo León, Alarcón, Pérez Galdós, Pardo Bazán, Pérez de Ayala y Pío Baroja. Mientras que en «La comentarista anónima» (21-2-1920), y basándose en las apostillas autógrafas de las lectoras de las bibliotecas municipales, nos aporta un muestreo de las predilecciones femeninas destacando de nuevo a Galdós, Palacio Valdés, Octavio Picón, Pedro Mata y Felipe Trigo.

Aunque no solo caracterizaba a la española su alejamiento de los libros, sino que el nivel de las revistas femeninas era insuficiente y retrógrado, puesto que generalmente estas solo se ocupaban de modas, cocina y belleza. Y acorde con ello, las primeras periodistas eran relegadas a estas secciones:

«Casi todas han empezado su labor dentro de los límites estrictamente femeninos, ciñéndose a lo que hasta aquí ha constituido la única distracción y necesidad intelectual de la mujer en nuestra patria; me refiero a los bordados, encajes y a las modas. Ni siquiera despertó interés en algún tiempo lo que a la casa, como hogar, se relacionase. Pero a medida que se amplía el horizonte femenino y que la lectora exige lo que no exigiera antes, la periodista aumenta su actividad y produce crónicas de interés más extenso, informaciones de carácter educativo y artístico, o se dedica a desentrañar y buscar la solución de aquellos problemas sociales que más afectan a la mujer».


(«La periodista»)                


Por ello, reivindicó la necesidad de que en España hubiera una verdadera publicación para mujeres que contuviera informaciones políticas y sociales: «[la mujer] no puede alimentar su cerebro solo con recetas para vestir, para engordar, para quitar manchas, enflaquecer o guisar... Desea y aspira a saber otras cosas, y que si le está permitido buscarlas y leerlas en idiomas extranjeros no debieran estarles prohibidas en el suyo propio» («Las mujeres. La necesidad de una gran revista»). Igualmente defendió la necesidad de una Biblioteca femenina, capaz de vencer el retraimiento de las españolas hacia la letra impresa para que, a su vez, disminuyera su debilidad mental y falta de criterio:

«La mujer española, cuya principal debilidad mental estriba en la carencia de todo criterio, necesita, entre otras cosas, leer libros que provoquen en ella el desarrollo de esa capacidad; aumentar su menguada cultura con el conocimiento de obras clásicas, pero sin olvidar lo moderno; comunicarse intelectualmente con hombres de mentalidad sana, intensa, amplia y robusta y no solo con los que, aumentando su facultad emotiva, la desligan del compromiso y la necesidad de pensar».


(«Biblioteca Femenina»)                


Unido a este tema, en los textos de Oyarzábal se recogía la crítica a la educación española, en los que denunció y defendió la situación de las maestras («El calvario...»), así como la antigüedad y oscuridad de los libros de texto: «Queremos, o por lo menos querrán las que se preocupan por el porvenir de sus hijos, que dejen de aprender las atrocidades que ahora a la fuerza tienen que enseñar los maestros» («El señor director»). Al tiempo que ofrecía una radiografía del sistema educativo femenino:

«La educación general que, de algún tiempo a esta parte, vienen recibiendo las mujeres españolas, puede dividirse en tres clases, imperfectas todas ellas... Estas tres clases son: la que recibe la mujer de la clase obrera en las escuelas del Estado y las particulares, y que consiste en leer, escribir, algo de Religión y rudimentos de coser y cortar. La de la mujer de la clase media, que abarca, a más de las enseñanzas arriba indicadas, nociones elementales de Geografía, Gramática, Historia y un poco de Francés, y la de la clase acomodada, casi monopolizada, como la anterior, por los conventos, dirigidos por religiosas, y en donde se tiende a perfeccionar lo antedicho, añadiendo algunas asignaturas de lucimiento y adorno».


(«De la cultura y educación»)                


Por lo que recomendó, muy clarividentemente, una educación completa para la mujer española a fin de conseguir su desarrollo pleno como ciudadana:

«Fue costumbre en el mundo, y sigue siéndolo muy general, por desgracia, en nuestra patria, el dar a la mujer una educación inferior a la del hombre. Nada de bachilleratos ni de estudios superiores; leer, escribir, bordar y tocar el piano con algunas rudimentarias nociones de Historia y Geografía, considerábase como preparación más que suficiente para una lucha que cada vez se hace más tenaz y difícil. Y la mujer sufrió plenamente las consecuencias de tan disparatado sistema; como que es uno de los motivos, quizás el único trascendental, del atraso que sufre la cuestión feminista en España. La igualdad de educación para ambos sexos fue casi siempre la base y fundamento de la consecución de una igualdad de derechos».


(«La bachiller»)                


Junto a la educación plena e igualitaria, el derecho al trabajo para las mujeres fue otra demanda exigida por Isabel Oyarzábal desde sus columnas de El Sol:

«Aquí en España, [...] la mujer [...] sigue encerrada dentro de los estrechos límites de siempre, restringiendo su actividad a los terrenos que cree compatibles con su sexo, como el colegio, el taller de costura, a lo sumo la mecanografía y telegrafía (estas dos con grandes limitaciones), aventurándose solo en casos aislados a esferas algo más complejas, como la medicina y la farmacopea. Sin embargo, en los campos de la investigación bacteriológica y parasitológica encontraría un brillante porvenir, así como en otras ramificaciones de las ciencias y las letras».


(«Lecturas femeninas. El trabajo»)                


Propugnaba que las mujeres españolas abandonasen «los estrechos límites de siempre» para optar «a algo más que la labores únicas que hasta aquí se han denominado propias de su sexo», y con lo que se obtendrían dos trascendentes ventajas:

«[...] que la mujer pueda lograr la independencia económica, de que tan necesitada está ella como los que hoy la sujetan, y se sujetan a una mediocre cuando no efímera existencia, y que el Estado disfrute de una cooperación que los demás pueblos consideran hoy insustituible por su enorme eficacia».


(«La mujer y el nuevo proyecto»)                


Como modelo femenino a imitar proponía el ejemplo de Norteamérica, un moderno país en el que la mujer alcanzaba cotas inimaginables para la España de la época y de ahí que en sus artículos Oyarzábal ensalzara su educación universitaria, las conferencias impartidas por las profesoras del Instituto Internacional de Madrid o la preparación docente de las enfermeras:

«América debe a la inteligente actividad de sus mujeres mucho de su esplendor, y justo es reconocer que la gran República no regateó jamás el debido aplauso a las entusiastas defensoras de su grandeza, y que la eficacia de dicha colaboración femenina se debe a la generosidad con que el país atendió siempre a las necesidades intelectuales de la mujer.34


Su concienciación social fue un proceso in crescendo y así pasó de la beneficencia ejercida por la burguesía a las filas del socialismo, tal y como ella misma anotaba en sus memorias:

«Estaba tan ocupada estudiando los problemas de las mujeres de las clases educadas y la alta burguesía que había obviado por completo lo que pasaba en otros sectores... El pueblo aún era para mí simplemente la vapuleada clase baja... Veía la situación de los pobres desde la óptica de la caridad y no desde la justicia... Mis conferencias en la Casa del Pueblo me abrieron los ojos a una realidad inesperada. Conocí a hombres y mujeres inteligentes, capaces, trabajadores, con un conocimiento de política interior y exterior muy superior al mío».


(Oyarzábal 2010 174-175)                


Acorde con el ideario feminista, en sus textos de El Sol incluyó las denuncias sobre las deficientes condiciones de las madres obreras -modos de vida y educación sanitaria- y de ahí sus trabajos «El cuidado de los niños. Las conferencias organizadas por la Escuela de Maternología» y «Curso elemental de Maternología y Puericultura», en los que aportaba valiosos detalles sobre los cursos, impartidos por todo Madrid, para el aprendizaje del cuidado sanitario infantil por parte de madres sin recursos (Quiles 2013a 97 y 113).

Estrechamente unido al compromiso feminista la infancia fue uno de los temas recurrentes en Isabel Oyarzábal desde 1907, pues ya en las páginas de su revista La Dama y la Vida Ilustrada había insertado tanto la sección «Mamá y el bebé», como el artículo «Nuestras Instituciones. El Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón». A ello se unieron las conferencias impartidas a lo largo de su vida: en 1927 y en la Academia de Jurisprudencia disertó sobre la legislación ante las madres y los niños; en 1929 y en el Círculo de la Unión Mercantil habló de «La responsabilidad de la mujer ante los problemas del niño» y en El Lyceum, y en 1932, ofreció una conferencia sobre «El niño del siglo XX».

En sus textos de El Sol incidió sobre las circunstancias negativas que asolaban a la infancia, alertando sobre la abrumadora mortandad infantil madrileña: «Cuando se piensa en la terrible mortalidad infantil en nuestra patria, inferior solo a la que en tiempos normales se padece en Turquía...» («El Instituto Municipal»). Al tiempo que denunció la situación del Asilo de la Inclusa:

«Se sabía que el local destinado a albergar en los primeros meses de su vida a los desheredados de la suerte, era estrecho e insalubre, y que los alimentos, como en todos nuestros centros de Beneficencia no solo insuficientes, sino de mala calidad, y todos, sabiéndolo, nos hemos callado».


(«La mortalidad de los niños...»)                


En este sentido, abogó por la creación, en los barrios populares, de espacios ajardinados para aliviar la situación de los insanos barrios: «[...] en donde puedan los niños de Madrid disfrutar, a sus anchas, del aire y recuperar las fuerzas que pierden en hogares estrechos y malsanos... Lugares abiertos, sin recuadros, alardes de horticultura, en donde pueden expansionarse los pequeños libremente» («Jardines para los niños»). También se preocupó de la, supuestamente nefasta, influencia del cine en la mentalidad infantil: «probado está que el cine, dada la extensión y calidad moral de las películas que hoy se exhiben, resulta en extremo dañino para los pequeños». Por lo que proponía que los empresarios optasen por exhibir:

«[...] películas cortas, para que no sufran tan prolongada tensión los nervios de los pequeños, ni concentración tan excesiva su vista, películas amenas y atrayentes basadas en anécdotas históricas, en asuntos y argumentos de grandes obras clásicas, amoldados a los corazones y a las inteligencias sin desarrollar aun plenamente, y en las grandes lecciones de la naturaleza, libro inmenso y bellísimo, más indicado que otro alguno para esos lectores diminutos tan propicios, a fuer de inocentes, a percibir las enseñanza de la verdad».


(«El cinematógrafo y los niños»)                


El mundo infantil se completó con los textos sobre la personalidad del niño, tales como «Para las madres. La sonrisa del niño» y «Para las madres. La curiosidad del niño»; artículos estos que, en 1921, formarían parte de su libro El alma del niño. Ensayo de psicología infantil (Ferrer 85-94). Aunque no solo de su aspecto interior se preocupó Isabel Oyarzábal, pues la moda infantil ocupará algunos de sus textos, como en «La moda para los niños» recomendando siempre la practicidad y el equilibrio ornamental, pues: «En los pequeños... influye también el indumento. Un traje demasiado caluroso, un calzado excesivamente ajustado son muchas veces responsables del nerviosismo que hace explotar al pequeño en incontrolado mal humor» (Oyarzábal 1958 63-64).

Los desheredados de la sociedad centraron también las denuncias de Oyarzábal, y en sus textos podemos leer la miseria y el abandono de tantos ciudadanos en las calles de Madrid o la deplorable situación de los asilos benéficos donde se reducían las escasas raciones alimentarias. A ello unía unas prácticas soluciones, caso del abastecimiento de mantas y bebidas calientes por parte del Ejército de Salvación o de la constitución de las enfermeras a domicilio35.

También Oyarzábal extendería su preocupación por la higiene y la salubridad a las casas españolas, en cuya paredes recomendaba el uso del estuco y pintura frente al insano papel «en cuyo seno se albergaban, haciendo frente a la más acendrada y continua limpieza, miles de microbios enemigos de nuestra salud y bienestar», y causante, según la autora, no solo de enfermedades sino de la infelicidad del individuo36. Al tiempo que recomendaba encarecidamente el baño, pues es «[...] no solo fuente de salud sino de belleza, porque no hay duda que el lavado general y diario contribuye en grado sumo al hermoso desarrollo de la raza y aumenta, al propio tiempo, la frescura del cutis, la elasticidad del cuerpo, la transparencia y suavidad de la piel, y por obtener tamañas ventajas»37.

En sus escritos del El Sol denunció también cómo la moralidad española seguía manteniendo atávicas costumbres que constreñían a las mujeres «decentes». Una de ellas era la identificación de afeites con inmoralidad; esto es, se creía que la mujer más decente era la que menos se pintaba. Y en este punto, Oyarzábal se mostraba disconforme ante «la falacia de prejuicios rutinarios», porque «si la costumbre de pintarse la mujer no estuviera rodeada de pecaminosos sugerimientos, todas lo harían, sin escrúpulo alguno ni pesar»38. Otro de los prejuicios morales que cercenaban a las mujeres era la imposibilidad de las solteras de salir solas, sin el acompañamiento de «la humilde y sufrida señora de compañía», pues solo las obreras y las cocotes podían salir solas y a pie. La propia autora explicaba en su autobiografía lo que significaba esta costumbre:

«La dama de compañía era una institución en Madrid. Como regla general, era una mujer de mediana edad, elegante pero necesitada, que se ofrecía por horas para acompañar a alguna joven dama en sus dedicaciones y compras en la mañana y en sus paseos o visitas por la tarde. Era una visión patética ver a esas desafortunadas damas, siguiendo a sus jóvenes y a menudo atolondradas cargas a lo largo de las calles y parques de Madrid, convirtiéndose en una incómoda tercera persona cuando un pretendiente aparecía»39.


Por ello, Isabel Oyarzábal lo denunció en sus columnas de El Sol, tachando de grotesca y ridícula «la obligación de perpetuo acompañamiento que se impone a la soltera». Costumbre creada e instigada por los hombres y que afectaba a la mujer desde los quince a los cuarenta años «mientras no salga del campo de la soltería». Al tiempo, se opuso también al convencionalismo social que tachaba de inmoral la asistencia de las parejas de novios -siempre acompañadas por la señora compañía- a los cines, porque la falta de luz podría resultar «pecaminosa».

Creemos, pues, que con sus artículos periodísticos Isabel Oyarzábal realizó una impagable labor en favor de las mujeres españolas. Una batalla feminista que había comenzado en 1907 en las páginas de La Dama y La Vida Ilustrada y que continuó posteriormente, entre 1916 y l917 en las páginas de El Día y entre 1917 y 1921 en El Sol. Pero esta autora no dejó de escribir y así su rastro nos lleva a las páginas de la revista La Esfera donde insertó seis textos entre 1921 y 1924; también a la revista Blanco y Negro, donde publicó treinta y tres artículos desde 1925 a 1928, para culminar en el Heraldo de Madrid donde, entre 1927 y 1929, publicó diecisiete textos periodísticos (Quiles 2013c).

Las palabras de Isabel Oyarzábal reflejan una militancia feminista sólidamente basada en unos ideales irrenunciables: libertad, independencia, derechos de la mujer y justicia social. Con una visionaria imagen de lo que podría llegar a ser un país igualitario y libre, Isabel Oyarzábal estaba sentando las bases ideológicas de su compromiso como ciudadana plena. Un ideario feminista que divulgaría desde la prensa nacional y extranjera, desde la tribuna de conferenciante y desde sus labores solidarias y feministas y que bien podrían resumirse en estas palabras, vertidas en su exilio mejicano: «A pesar de tanta lucha, tanto sufrimiento y tantas esperanzas frustradas en los últimos años de mi vida y en la de tantas personas, doy las gracias por haber estado ahí y por ser lo que soy» (Oyarzábal 2010 468).






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