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El último Asturias


Después de Viernes de Dolores Asturias no publica otras novelas, aunque siempre está trabajando en torno a un texto del que conocemos sólo el título, Dos veces bastardo. De esta novela que estaba escribiendo ya había tratado en la serie de conversaciones mantenidas con Luis López Álvarez, a través de las cuales sabemos que el libro vendría a ser una especie de continuación de Viernes de Dolores, o mejor, su pendant contrastante, puesto que frente a la conducta activa y revolucionaria de los estudiantes en esta novela, Asturias quería tratar, en el nuevo libro, la «traición a los ideales del estudiantado» por parte de abogados, médicos, profesionales «al servicio de intereses plutocráticos», los cuales «en lugar de defender al país, se prestan a hacerse cómplices de la entrega de Guatemala por las fuerzas reaccionarias»576.

Dos veces bastardo representaría, por consiguiente, la vuelta de Asturias a la novela comprometida, arremetiendo nuevamente contra los que, movidos por sus pequeños intereses, contribuían a vender el país al «invasor». En la entrevista a López Álvarez el escritor así se expresa:

En Dos veces bastardo presento un poco al pequeño comerciante, a la pequeña burguesía, que, en los momentos de lucha, pacta con el invasor porque cree que el invasor les va a traer todos los elementos necesarios para mejorar su vida. Pero vemos que todos esos pequeños comercios, en cuanto llega el invasor, quiebran, porque el invasor lleva sus verduras, el invasor lleva sus zapatos, porque todos sus zapatos los vende más baratos, porque todo viene de la metrópoli y todo se vende más barato. Es, pues, un poco espejo de lo que sucedió en Guatemala en mil novecientos cincuenta y cuatro577.



Dos veces bastardo es la novela a la que ya hice alusión y cuyo texto, inacabado, fue repartido entre los herederos del novelista, condenándolo de esta manera ciertamente a un prolongado letargo, cuando no a perderse, muy al contrario de lo que hubiera sucedido si el manuscrito hubiese permanecido en poder de una   —192→   sola persona o mejor todavía si hubiera ido a enriquecer el «Fondo Asturias» de la Biblioteca Nacional de París578.

En su correspondencia el escritor hacía con frecuencia alusión a la novela que estaba escribiendo. En carta enviada desde París, fechada el 13 de mayo de 1971, me informaba de que a principios de julio pensaba ir a Roma o bien a Mallorca y quedarse allí tres meses «para sacar en limpio Dos veces bastardo». En carta sucesiva, de 21 de junio del mismo año, volvía a tratar de sus proyectos para Mallorca, donde pensaba estar, salvo «un salto a Salamanca», desde el 5 de julio hasta fines de septiembre, «para terminar mi novela Dos veces bastardo, a publicarse el año de 1972».

Asturias publica efectivamente en 1972 una novela, pero se trata de Viernes de Dolores. En carta desde París, a 7 de junio de 1972, mientras me anunciaba el envío de algunos sonetos para el libro que estábamos preparando, Sonetti Veneziani, el escritor valoraba la novela recién editada, declarando su satisfacción como autor: «Creo que le gustará. Tiene mucha madera que cortar. A mí, releída ahora, me ha gustado. Se defiende. Tiene significación».

En los meses siguientes Asturias desarrolla una actividad intensa, se mueve de una ciudad a otra, de Europa a América: Neuchâtel, París, Venecia, México. En Venecia el 16 de mayo recibe la laurea honoris causa, feliz por el cariño que desde hacía mucho le tenía a la Universidad local, donde en varias ocasiones, a partir de 1963, invitado por el hispanista Franco Meregalli, había dictado cursillos y conferencias. Con su acostumbrada amabilidad declaraba que se sentía tan orgulloso por esta laurea, como cuando había recibido el premio Nobel579.

Meses después viajaba a México, de donde volvió entusiasmado; desde París me escribía el 6 de septiembre de 1972:

Acabamos de regresar de México [...]. Nuestro viaje por tierras de Anahuac fue en verdad inmejorable, y volvemos de allí, estuvimos más de dos semanas en Yucatán y Tabasco, entre los mayas, llenos de América, de barro, de paisajes, de sueños. Ya habrá tiempo para conversar.



Son los últimos momentos felices del gran escritor y los últimos de su creación artística. En este año compone algunos sonetos más para el mencionado libro Sonetti Veneziani, que aparecerá en 1973580. Venecia, una ciudad que le entusiasmaba.   —193→   En una carta desde París del 21 de junio de 1971 escribía: «Venecia, hecha una góndola de ensueños, nos circula en la sangre, no sabemos si como glóbulo blanco o glóbulo rojo». Los Sonetos Venecianos son una prueba más de este cariño, dominado por el afecto hacia los amigos que en la ciudad le acogían. Para el escritor guatemalteco la antigua grandeza de Venecia, su fantástica suspensión entre agua y cielo, le devolvía al centro espiritual de su propio mundo, firme en el tiempo y continuamente activo en él581x.

En 1972 termina Asturias el largo cuento, El hombre que lo tenía todo, todo, todo, empezado, como informa Segala582, en 1969, y destinado a los niños, documento de una larga gestación «sorprendentemente incrociata con quella degli altri testi del momento», según escribe el crítico italiano, quien añade: «Ne fanno fede le innumerevoli gamme lessicali, fraseologiche e tematiche, abituali nella fase preparatoria di tutte le sue opere, ma utilizzate qui con indifferrenza e disinvoltura»583.

El de 1969 es también el año en que por vez primera Asturias constata su condición de enfermo. Segala ve una íntima relación entre esta situación del escritor y Tres de cuatro Soles, obra publicada en 1971584, cuya gestación empieza en 1970, «Storia personale e storia del mondo, summa biográfica e cósmica», «testamento» de Asturias, en cuanto nos revela el sentido que él daba a su vida personal y literaria585, en un período crítico en que la conjuración política e intelectual lo había prácticamente marginado. Son textos todos que nos devuelven al clima del Popol Vuh, de las Leyendas de Guatemala, El Alhajadito, Clarivigilia Primaveral, como han demostrado eficazmente Dorita Nouhaud586 y Amos Segala587.

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Dejando a un lado Tres de cuatro Soles, para ceñirnos solamente a la obra propiamente narrativa del escritor guatemalteco, hay que decir que, a parte el lujoso juego de la fantasía, El hombre que lo tenía todo, todo, todo, poco tiene que ver con los niños a los cuales programáticamente estaba destinado. ¿Qué entendería un niño de todo este sucederse de invenciones? Como siempre Asturias cuando crea no respeta límites; el programa es superado pronto por una fantasía avasalladora.

En el extenso cuento se unen enseñanza, diversión, juego y magia. A lo largo de todo se afirma una lección que es propia de la moralidad de Asturias: la riqueza no produce la felicidad y quien lo posee todo en realidad no posee nada. El singular personaje que por su respiración de imán todo lo atrae, hierro y metales preciosos, es al fin y al cabo un infeliz que encuentra descanso sólo en el sueño, en cuanto «cerrar los ojos es no tener nada»588 y «sólo mientras la persona duerme es feliz, porque no tiene nada»589.

Una serie de pasajes nos vuelve a momentos anteriores de la creación asturiana, al gusto por las rimas internas, a las elucubraciones fantásticas surreales, al circo de El Alhajadito. Una historia en la historia evoca en el cuento el clima de los romances y de las cruzadas contra los infieles, en la lejana Palestina, espeluznantes y escarmentadores encuentros medievales con la muerte, disfrazada de mujer. El caballero Sansón de Aguamiro topa con una de estas mujeres en el desierto y destruye con su caballo a la leprosa para poner fin compasivamente a sus sufrimientos. Transportado al País de los tres Instantes, se irá de allí llevándose consigo a la maravillosa Abaíl de Anatolia, «una beldad más diosa que mujer por momentos y por momentos más mujer que diosa»590, la cual se transformará en su condena:

El Capitán-Caballero no esperó más, arrebató el caballo de manos del pájaro con cabeza de hombre y tomando a Abaíl por la cintura, la echó en la grupa de su corcel y desapareció en la noche.

Cuando despertó el día, en la infinita soledad del desierto marchaba sobre el cansancio del caballo titubeante, un caballero con el esqueleto de una leprosa entre los brazos591.



En demanda de perdón el triste pasa el resto de su vida de rodillas y hasta en su sepulcro no abandona esta posición: estaba esculpido de rodillas.

En un final, que podríamos llamar ecologista, el hombre que lo poseía todo, todo, todo, acaba su vida convertido en árbol de aguacate, por haberse vengado de uno de ellos abatiéndolo, porque no quiso darle a su hijo una de sus pepitas:   —195→   «allí mismo, los dedos de los pies se alargaron como raíces, su cuerpo se endureció, convertido en tronco de madera, y de sus brazos salieron ramas»592. Su aventura vital había transcurrido entre maravillas y magias. Como siempre Asturias es un mágico prodigioso y crea panoramas de gran sugestión poética acudiendo a extraordinarios valores cromáticos. Dentro de la serie de los extraños encuentros con árboles y animales que hablan, con personajes como, entre la serie de los papas, el papa campesino Juan -evidentemente Juan XXIII, del que era gran admirador-, el incansable inventor nos depara magias y maravillas a plenas manos, fruto de una fantasía asombrosa. Valga la descripción del original reloj «apasionado», donde las horas las marcan aves de colores y cantos variadísimos:

Reloj de pájaros y aves en dos jaulas redondas, dividida cada jaula en doce compartimientos y en cada uno de estos un pajarillo o ave de cantar distinto y distinto plumaje, del carmesí al azabache, del verdefué al azulino, del azufrado al pluma de nieve, verdes, rojos, amarillos, azules, pajarillos y aves que daban las horas apasionadamente, no como relojes de arena, los relojes de sol, los relojes mecánicos, que no tienen alma y no saben lo que hacen al contar el tiempo593.



Se sucede así en las 24 horas toda la «clarinería» del trópico: lechuza, cuervo, corneja, cuclillo, cucurra, cenzontle, ruiseñor, alondra, turpial, pardillo, gorrión, pinzón, guacamayo, perico, chorlito, pájaro carpintero, paloma, calandria, verderón, cuculí, caraú, tordo, macagua, mochuelo. Cromatismos intensos o leves proponen una vez más al lector la maravilla del mundo centroamericano, el esplendor de una naturaleza paradisíaca, como la interpreta el escritor, en ocasiones suerte de nueva Arcadia -«encontrose de pronto en una campiña ondulante, soleada, cubierta de árboles fragantes, riachuelos reidores, ovejas en rebaños numerosos y sembradíos»594-, otras de tupidas selvas:

Andar de luces. Desandar de sombras. Arboledas. Troncos elásticos. Eucaliptos. Árboles de pimienta más altos, más altos, más en las nubes. Y sube y baja de lianas serpentinas de los ramajes de árboles añosos, entre caer de hojas, volar de pájaros azules, ir y venir de lagartijas, ardillas, monos, mapaches, que saltaban a la par suya595.



En el mes de marzo de 1973, según parece a través del estudio del manuscrito596, Miguel Ángel Asturias empieza a escribir el que será su último e igualmente inacabado, o mejor, apenas comenzado, texto de narrativa, El Árbol de la   —196→   Cruz; una «alegoría de la dictadura», como lo define Claude Imberty597, pero mucho más que eso. Instintivamente el lector acerca el título al de una fundamental novela de Pío Baroja, autor muy estimado, como hemos visto, por el escritor guatemalteco: El árbol de la ciencia.

En El Árbol de la Cruz el personaje, por más fantástico que parezca, es en realidad el propio Asturias y los problemas que plantea son los suyos, que desarrolla con su conocida habilidad de artista, pero que representan, como agudamente interpreta Segala, testigo ocular del momento crítico, «la obsesión de sus últimos días, la obsesión del final, del perecer ineluctable y doloroso del hombre Asturias, por primera vez desnudo e inerme frente a su destino de muerte y a las dudas (a las esperanzas) del más allá»598.

En El árbol de la ciencia el protagonista, Andrés, se envenena porque todo ha fracasado en su vida y en torno a él; en El Árbol de la Cruz es el autor el que se enfrenta con su destino ya evidente de muerte. Nos explicamos su renovada adhesión a Quevedo, las lecturas que en este momento él escoge: La cuna y la sepultura, La constancia y la paciencia del Santo Job, La Providencia de Dios. Ya he tratado de esto, de las señales inconfundibles puestas por el escritor entre ciertas páginas de estos textos, en la edición de las Obras Completas de Quevedo, de 1961, al cuidado de Felicidad Buendía599: páginas todas encaminadas hacia una reflexión última, preocupada, pero no temerosa, antes bien resignada. Todo lo contrario de lo que se colige de El Árbol de la Cruz.

Lo que poseemos de El Árbol son pocas páginas -24 en la edición «Archivos»-, que se interrumpen con una coma, hecho que ha dado espacio a sugestivos comentarios, pero que en realidad puede representar muy bien sencillamente un descanso, una pausa improvisa debida a causas fortuitas. De todos modos un texto relevante que, como juzga Elide Pittarello, participa mucho más de la naturaleza de la poesía que de la novela600 y para pretender analizar el cual su editora, Aliñe Janquart601, y los varios comentaristas que la acompañan con sus «lecturas» en la edición «Archivos» han involucrado casi toda la obra de Asturias602.

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Página extraordinaria la en que el autor describe la vida en las profundidades marinas, donde nada el guerrero enviado contra el Cristo-pulpo y el lector rememora otra pagina maravillosa, la de Colón en su Diario, cuando describe los multicolores peces del Caribe603. Asturias no acude aquí a particulares cromatismos, sino que describe más bien el movimiento:

millares de peces le acompañaban con sus ojos redondos, espejeantes, sus bocas hendidas, sus dientecitos, sus bigotes rosados, la plata luminosa de las escamas, y en zona más profunda, lo enloquecía el agitarse de las aguas entre salvas de tiburones atirabuzonados y desatirabuzonándose, en un girar, girar y girar sobre ellos mismos. La isla oscilaba como un navío blanco, seguida de una procesión de delfines que desalojaban a los tiburones feroces adarvados por sus griticos silabeantes, entre los estornudos de los esturiones, el pase y maneje de los espadones. [...] El palabreo de los delfines histéricos al acercarse a la isla [...]604.



El problema que atormenta al escritor en El Árbol de la Cruz no es el de la extraña dictadura destructora de Cristos y cruces, sino el de su propio destino, de lo que podrá ser ese más allá hacia el cual fatalmente se encamina. La religiosidad de Asturias se ha desarrollado siempre en un ámbito recatado, poco sabemos de ella; en suspenso entre el mundo indígena y el mundo católico parece no haber tenido una solución clara. Al lado de su cama el escritor tenía una especie de altarcito de la Virgen, donde los dos cultos se mezclaban en las ofrendas votivas, como en la curiosa iglesia de Chichicastenango. La figura del Cristo, sin embargo, lo ha seguido siempre casi obsesionándolo, diría por su naturaleza humana y divina. La cruz, sobre todo, era un emblema que tanto valía para él como condena y como salvación, porque no lograba olvidar lo que había representado durante la conquista. Conocedor de los textos indígenas antiguos, bien sabía lo que en ellos estaba escrito a este propósito. Y sin embargo, en El Árbol Asturias parece rescatar a la cruz como símbolo de salvación, porque de su propia salvación se trata. Por eso, el largo y sugestivo sueño en el que el protagonista por fin se sumerge representa el arribo a un puerto salvífico. A ello se debe el rechazo que Anti hace de la realidad cuando despierta y el deseo de volver a soñar, para refugiarse en esa imagen del Cristo-pulpo submarino que todo lo atrae:

Una diadema luminosa le daba más apariencia de Cristo, una verdadera diadema de piedras preciosas que repartían un halo [luminescente] en el agua que ya en lo profundo se agitaba. ¡Ah, piel azul! ¡Mar de piel de cielo!

-¡Escóndeme! ¡En tus llagas escóndeme!605

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El del 1973 es un año difícil para Asturias. En una carta del 28 de abril escribe, con una mezcla de preocupación y humor:

Le quiero contar que he estado algo mal, con cólicos, y esto me llevó a buscar a los médicos, y después de exámenes y demás, resulté con un pólipo intestinal, que tendrán que extirparme. Me tendré, pues, que someter a una operación quirúrgica, con partida de panza, el 20 de julio, y estaré hospitalizado 20 días. Quiere decir que si voy a Mallorca será del 15 de Agosto en adelante. Por un lado lo de la operación, como toda operación es malo, pero por otra parte más vale así, para evitar un tumor maligno. En fin, esa es la vida... y no la del pescadito...



La alusión final se refiere a un restaurante milanés adonde íbamos con frecuencia a comer pescado, que mucho le gustaba a Asturias, así como los helados606. Por eso la vuelta al humor en la citada, afectuosísima carta: «Miles de cariños de nosotros dos, para las chiquitinas, para la adorable Elenita, nuestros abrazos a Estefanía (el calor ha empezado y nos habla de helados), y para usted, caro Profesor, un gran abrazo».

En el mes de septiembre de 1973 la salud de Asturias parecía mejorar. Escribía el 13 del mencionado mes: «Afortunadamente ya voy saliendo del post-operatorio, que es siempre largo y fastidioso». Cuando en 1974 tuvo lugar el congreso de Dakar sobre las relaciones entre la cultura africana y la de América Latina, que el Nobel presidía, su buen humor hacía pensar en que el peligro había pasado. Así no era. Los días que transcurrimos en Dakar fueron de gran alegría; Asturias había vuelto a ser el de siempre. En los meses sucesivos, su actividad, y sobre todo su bondad, le llevó a muchas partes; así es como se encontraba en Sevilla para la inauguración del «Año Lascasiano», cuando cayó gravemente enfermo: hospitalizado en «La Concepción» de Madrid, moría el 9 de junio de 1974607.

Desaparecía con Miguel Ángel Asturias una gran persona, humanamente hablando, y uno de los más grandes narradores del siglo XX, gran innovador-forjador del idioma castellano como ya lo fue Quevedo, el guatemalteco que había sabido proyectar el espíritu de su país en el ámbito de la cultura universal, reivindicando la grandeza de su pasado y denunciando los graves problemas presentes de la condición humana.



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ArribaAbajoApéndice

Textos de Miguel Ángel Asturias


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ArribaAbajoAdvertencia

Reúno aquí una serie de textos, elaborados por Miguel Ángel Asturias con ocasión de conferencias dictadas en las Universidades donde he ejercitado mi actividad docente, o bien fruto de la extraordinaria cortesía con que contestaba a mis solicitudes de aclaraciones en torno al significado de algunas de sus obras.

La (Auto)biografía remonta al año 1963 y me fue enviada por Asturias para que pudiera orientarme en torno a su vida y a su obra.

El Señor Presidente como mito, es el texto de una conferencia dictada por el maestro en 1965 en la Facultad de Lenguas y Literaturas extranjeras de la Universidad Bocconi de Milán.

Algunos apuntes sobre «Mulata de tal» es un escrito que me fue facilitado por el autor, cuando estaba preparando mi libro, La narrativa di Miguel Ángel Asturias; remonta, pues, al año 1965.

El lenguaje en la novela latinoamericana es el texto de una conferencia dictada en la mencionada Universidad Bocconi de Milán, en 1966.

Paisaje y lenguaje en la novela hispanoamericana es el discurso de agradecimiento pronunciado por Asturias, ya Premio Nobel, en el momento de recibir la Laurea «Honoris Causa» de la Universidad de Venecia, el 16 de mayo de 1972.

Casi todos estos textos han sido ya editados por mí en ocasiones varias y sólo ha quedado inédita hasta ahora la (Auto)biografía.

Puesto que a estos escritos hago continuamente referencia en mi estudio, me ha parecido útil presentarlos íntegros en este Apéndice.



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ArribaAbajo(Auto)biografía de Miguel Ángel Asturias

Nació el 19 de octubre de 1899, en la ciudad de Guatemala, capital de la República de Guatemala (América Central). Sus padres: Ernesto Asturias y María Rosales de Asturias, abogado y maestra. Separados, el primero de sus funciones judiciales y la segunda de su cátedra, se ven en la necesidad de buscarse la vida en otras actividades, tanto más cuanto que ya se anunciaba la venida de un segundo y último hijo, que nace en junio de 1900. En la capital no era fácil, para un abogado y una maestra, que separados de sus cargos por el gobierno eran como personas non-gratas a Estrada Cabrera (El Señor Presidente), encontrar ocupación alguna, y por eso, a instancias del abuelo materno, marchan a Baja Verapaz, donde fijan su hogar en la población de Salamá, y se entregan a actividades comerciales.

En Salamá estudia Miguel Ángel Asturias sus primeras letras, pero es allí donde, al mismo tiempo, se pone directamente en contacto del campo, de la vida rural, de los indios, de los campesinos, llevado por su abuelo a caballo por sus propiedades. En Salamá permanece hasta 1907, en que vuelve a la capital, a Guatemala, a casa de su abuela materna, y donde continúa sus estudios de primera en colegios particulares. En 1908 vuelven sus padres de Salamá y se fijan también en Guatemala, donde continúan ejerciendo el comercio y fijan su residencia en el pintoresco y antiguo barrio de La Parroquia Vieja.

En 1912, Miguel Ángel Asturias inicia sus estudios de bachillerato en el Instituto Nacional Central de Varones, hasta obtener el bachillerato que le permite entrar a la Universidad Nacional. Pero durante sus años de estudiante de bachiller, en el Instituto Nacional Central de Varones de la ciudad de Guatemala, ocurren los primeros conatos de levantamientos y huelgas estudiantiles. La terrible dictadura de Estrada Cabrera, que diezmó lo mejor del país, cárcel y fusilamientos, que liquidó a los maestros, alumnos y aspirantes de la Politécnica (escuela militar de ingenieros y oficiales), se enfrentaba con el primer brote de rebeldía.

En 1917 inicia Miguel Ángel Asturias sus estudios de derecho, y ese mismo año, en Diciembre, el 25 de diciembre de 1917, un terremoto destruye por completo la ciudad de Guatemala, que fue reducida a escombros. En diciembre de 1919, se inicia un gran movimiento popular, civil y pacífico, contra la dictadura de Estrada Cabrera, que ya duraba más de veinte años, y después de cuatro meses de campaña cívica, y ocho días de lucha militar, en abril de 1920 es derrocado Estrada Cabrera.

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En esta lucha, como estudiante universitario participa Miguel Ángel Asturias en mítines, viajes al interior del país, colaboraciones en el periódico «El Estudiante». Caído Estrada Cabrera, Miguel Ángel Asturias termina sus estudios de abogado. Pero antes participa en la fundación de la Asociación de Estudiantes Universitarios, en la publicación de revistas estudiantiles, científicas, literarias y de divulgación y es enviado a México (septiembre de 1921), como delegado de los estudiantes de Guatemala, al Primer Congreso Internacional de Estudiantes, época en que Miguel Ángel Asturias conoce en México a José Vasconcelos, Ramón María del Valle-Inclán (que era invitado), así como a los entonces jóvenes estudiantes o recién egresados, Lombardo Toledado (líder obrerista mexicano), Carlos Pellicer (poeta), Daniel Cossío-Villegas (ensayista), Jaime Torres Bodet (poeta), Javier Villaurrutia (dramaturgo), Antonio Caso (maestro), al Maestro Ponce, a Tata Nacho, etc. etc., y en ese mismo año, 1921, a iniciativa del Ministro de México en Guatemala, Ing. Juan de Dios Bojorquez, la Asociación de Estudiantes Universitarios designa a Miguel Ángel Asturias para que acompañe a Bojorquez en una gira por El Salvador y Honduras, donde Miguel Ángel Asturias da charlas y conferencias sobre las actividades estudiantiles de Guatemala y la campaña que ya los estudiantes universitarios han iniciado en pro de la educación popular.

En 1922, Miguel Ángel Asturias obtiene el título de Abogado, y presenta como trabajo de tesis un estudio sobre la condición del indio guatemalteco, El Problema Social del Indio, en que denuncia todos los sufrimientos, depredaciones e injusticias cometidas contra los indígenas. Esta tesis, de fuerte carácter social, obtiene la medalla de oro de la Universidad Nacional. A partir de 1922, Asturias, con otros recién egresados de la Universidad, funda la Universidad Popular de Guatemala, institución que se propone llevar instrucción popular a las masas, además de luchar contra el analfabetismo. Esta idea se extiende en Guatemala, rápidamente, y todas las clases sociales colaboran. En poco tiempo llega la Universidad Popular, mantenida con donaciones públicas, a ser una fuerza renovadora en el ambiente guatemalteco. Los fundadores, entre estos Asturias, partían de la base de que, sin instrucción, el pueblo con las masas analfabetas, todo intento democrático, todo gobierno representativo, era simple irrisión.

El golpe militar de 1921, que dio en tierra con el gobierno popular surgido después de la caída de Estrada Cabrera -el dictador de los veintidós años-, no pudo suprimir la Universidad Popular, por mucho que la persiguió. Pero a algunos de sus iniciadores, entre éstos al Dr. J. E. Quintana, los separó de sus cargos y los hizo víctimas de golpizas militares. Por muerto dejaron unos militares al Dr. Quintana, en una calle. Quintana era compañero de Asturias, y los padres de éste, temerosos de lo que podía pasar con su hijo, lo sacaron de Guatemala, hacia Europa. Asturias, además, había colaborado en varios semanarios y diarios, y publicado sus primeros poemas, entre estos Es el caso de hablar..., poema a su madre, en que, se podría decir, hace profesión de fe proletaria. También había escrito algunos cuentos, novelas cortas, Las Señoritas de la Vecindad, Dos de invierno, y comedias que representaron grupos teatrales de su pintoresco barrio de «La Parroquia».   —205→   Para un concurso del diario «El Imparcial», del diciembre de 1922, Asturias había escrito un cuento titulado Los Mendigos Políticos. Por haberse cerrado el plazo de recepción para el concurso, Asturias no pudo mandar este cuento y se lo llevó consigo a Europa.

Salió a principio de 1925 hacia Europa, con destino a Londres, en compañía del Dr. José Antonio Encinas, un senador peruano, senador por Puno, que estaba exiliado en Guatemala, víctima de la tiranía de Leguía, que ensangrentaba el Perú. Viajaron en un barco alemán de Guatemala a Panamá. Y de allí en un barco inglés, hasta Liverpool. En Londres Miguel Ángel Asturias permaneció cinco meses. En julio de 1923 se trasladó a París, donde se inscribió en la Sorbona, en los cursos que daba el Profesor Georges Raynaud: «Mitos y Religiones de la América Media». Había salido de Guatemala a estudiar economía política a Inglaterra, y le encontramos en París, estudiando todo lo relacionado con los Mayas, con la cultura maya. Esudia y trabaja en la investigación muchas horas en la Biblioteca Nacional de París, con el Profesor Raynaud, sabio americanista que por más de cuarenta años dedicó su vida al conocimiento y estudio de la cultura prehispánica mexicana y guatemalteca.

De estos años, la traducción del francés al español del Popol Vuh, la famosa biblia de los indios quichés, y de Anales de los Xahil, otro documento básico de los indios cakchikeles. Este trabajo lo realiza Miguel Ángel Asturias en colaboración con su compañero de estudios, J. M. González de Mendoza, conocido literariamente como el Abate de Mendoza, mexicano, estudiante en esa época y después diplomático. Pero la disciplina científica se avenía mal al temperamento de Miguel Ángel Asturias, y éste, en sus ratos perdidos, empieza a escribir Leyendas de Guatemala.

De esa época, 1923 a 1928, principalmente, datan Leyendas de Guatemala, El Alhajadito, (que no se publicó sino hasta 1961 en Buenos Aires, Editorial Goyanarte), y El Señor Presidente. El cuento Los Mendigos Políticos, que Asturias trajo de Guatemala en sus equipajes, es el primer capítulo de su novela. Las actividades universitarias, literarias y periodísticas -envía artículos a periódicos de Latinoamérica, para ganar algunos pesos más- no lo sustraen de su actividad política. Funda en París, con Carlos Quijano (uruguayo) y otros, la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos, que de inmediato encuentra como quehacer luchar a favor de Sandino, que en esos momentos combatía contra la ocupación norteamericana, en Nicaragua. De esa época el famoso gran mitin en la sala de la Société de Savantes, en París, donde en favor de Sandino, y en protesta contra el imperialismo, participaron Miguel de Unamuno, Haya de la Torre, Miguel Ángel Asturias, y que en la época tuvo una gran repercusión.

Al mismo tiempo Miguel Ángel Asturias participa, con Alejo Carpentier, a la fundación de la revista «Imán», una revista en la que colaboran Paul Valéry, León Paul Fargue y los surrealistas. Esto le permite a Miguel Ángel Asturias trabar amistad con Aragón, Robert Desnos, Bretón, Perret, Tristan Tzara, etc. etc.; en esa época conoce a Picasso, a Braque, a Utrillo, a Mateo Hernández, el famoso escultor animalista, y a grandes maestros como Stravinsky, y escritores como Jean   —206→   Cocteau, Paul Morand, Benjamín Frodeine, Paul Fort, Francis de Miomandre, que traduce de Miguel Ángel Asturias al francés varias de sus obras.

En las vacaciones de esos años Asturias viaja por toda Europa: Italia (la recorre dos veces), Francia, Alemania, Suiza, los países nórdicos, Noruega, hasta el sol de medianoche, Suecia, Dinamarca, y en 1930 se traslada a Madrid. Allí aparece su primer libro, Leyendas de Guatemala (Editorial Oriente, Madrid, 1930), que merece las más elogiosas críticas, entre éstas la de José Díaz Fernández, crítico del famoso diario madrileño «El Sol». Este libro es traducido al francés por Francis de Miomandre, publicado por «Cahiers du Sud» en Marseille, con una carta-prefacio de Paul Valéry, y obtiene, en 1931, el Premio Silla Monsegur, instituido para premiar la mejor obra latinoamericana de ese año traducida al francés. Miguel Ángel Asturias colabora en varios diarios y revistas latinoamericanas como corresponsal de viajes, y de esos años guarda alrededor de 2.000 artículos publicados en Guatemala, México, La Habana, Argentina. En París, en Montparnasse, donde vive, estrecha amistad con los escritores latinoamericanos que se encontraban en ese tiempo allí: César Vallejo, Alejo Carpentier, Arturo Uslar Pietri, Pita Rodríguez, Luis Cardoza y Aragón, Carlos Pellicer, el Maestro Alfonso Reyes, el caricaturista Toño Salazar, los escritores Francisco y Ventura García Calderón.

En julio de 1933 se embarca de regreso para Guatemala, dejando en París, en manos de Georges Pillement, con quien le liga estrecha amistad, su manuscrito de El Señor Presidente, que él no podía llevar consigo a Guatemala porque «reinaba» allí otro «Señor Presidente», el dictador Gral. Jorge Ubico. En Guatemala colabora en los diarios como más (pantomimas con fantasmas): Emulo Lipolidón, Alelasen y El rey de la Altanería, siguiendo a la que había escrito en París y publicado en 1929, Rayito de Estrella. De esa época sus poemas Tecún Umán, Canto a Francia, Anoche 10 de Marzo (canto a la fundación de Guatemala en su 4° centenario), Sonetos del amor acongojado y muchos más, que luego recoge en una antología que abarca de 1918-1948, bajo el título de Sien de alondra, publicada en Buenos Aires, 1948, por Editorial Argos.

En los años que van de 1937 a 43, Miguel Ángel Asturias se entrega por entero a un diario hablado que había fundado, «Diario del Aire», organizado no como un boletín de noticias, sino como un diario escrito, con redactores, anunciantes, etc., y que se difundía todos los días: se difundió durante siete años bajo la dirección de Asturias, su creador y fundador, a mediodía, con noticias locales, y por la noche, a las siete de la noche, con noticias internacionales.

En 1949, muere su padre; Asturias contrae matrimonio. De este matrimonio le quedan dos hijos: Rodrigo y Miguel Ángel, ambos, ahora (1963) estudiantes universitarios, el primero en Guatemala, estudiante de Economía y el segundo en Buenos Aires, estudiante de ingeniería electrónica.

En 1943, Pablo Neruda visita a Guatemala y traba entrañable amistad con Miguel Ángel Asturias; ya se siente que se resquebraja la dictadura de Ubico, el dictador de los 14 años, y en efecto cae en octubre de 1944. Llegado al poder el Dr. Juan José Sreblo, primer gobierno de la Revolución, Asturias en 1945 sale   —207→   para México y allí, en 1946, publica la primera edición de El Señor Presidente, que había sido escrito desde hacía mas de 15 años, y cuyo manuscrito, uno en París, en poder de Georges Pillement, y otro se envió a México. Este fue el que se aprovechó, para la edición mexicana, la primera edición de El Señor Presidente, en la Editorial Costa-Amic.

En 1948, Asturias es enviado por el gobierno democrático de Arévalo a Buenos Aires, con el cargo de Ministro Consejero de la Embajada de Guatemala en Argentina. En esa época, de 1948 en adelante, se publican El Señor Presidente, Editorial Losada, Sien de Alondra (libro de poemas), Editorial Argos, y en Buenos Aires escribe Asturias Hombres de maíz. Vuelve a Guatemala a final de 1949, y de su estancia allí saca materiales para su primera novela bananera, Viento Fuerte, que se publica en Guatemala por el Ministerio de Educación, en 1949, y la segunda edición, por Losada, en 1951. En 1952, mientras Asturias escribe El Papa Verde, llega la noticia a Buenos Aires que su novela El Señor Presidente ha obtenido, en la traducción de Georges Pillement al francés, el primer premio de novela extranjera, otorgado por los críticos de la prensa francesa. Este galardón el año anterior había sido concedido a Graham Green. Editorial Losada publica El Papa Verde, y ya entonces Asturias ha sido enviado como Ministro Consejero a la Legación de Guatemala en Francia, por el gobierno del Coronel Jacobo Arbenz, segundo gobierno democrático, y se traslada a París. De esta época, la traducción al francés, por Miomandre, de Hombres de maíz, publicado por Editorial Martel en 1953. En París permanece Miguel Ángel Asturias hasta que Arbenz le pide que vaya a El Salvador, como Embajador de Guatemala, y hacia allí parte, en octubre de 1953. Se hace cargo de la Embajada, previo paso por Guatemala, y, al frente de esta representación diplomática, logra que el gobierno salvadoreño no se plegué a las determinaciones de la política avasalladora norteamericana de hacer de El Salvador punto desde el cual atacar a Guatemala, para simular mejor un levantamiento interno, dado que entre Guatemala y El Salvador no hay montañas sino poblaciones, donde, entrados los soldados alquilados de la Frutera, podía simularse un levantamiento interno. La invasión se hace por Honduras, donde los mercenarios, al mando del ex coronel traidor Castillo Armas, tienen que librar batallas, y se demuestra que no fue tal levantamiento interno, como se pretende, sino una guerra en forma, invasión mercenaria que partió de Honduras.

La actuación de Asturias despierta tal furor en Castillo Armas que uno de sus primeros decretos, al triunfar, fue destituirlo como Embajador y quitarle sus documentos de guatemalteco. Aumentaba este odio el que Asturias asistió, como Embajador, con el Canciller Lie. Guillermo Toriello, a la 10 Conferencia interamericana de Caracas, en la que, por primera vez, un país pequeño se atrevió a decir toda la verdad sobre la política imperialista, en la cara del propio Foster Dulles.

De esta visita a Caracas data el poema a Bolívar, que se publicó en una «plaquette» por la Editorial del Ministerio de Cultura de El Salvador. En junio de 1954, al sólo triunfar Castillo Armas, Asturias dejó la Embajada y marchó hacia el exilio, en Argentina, a donde llegó después de haber estado en Panamá, donde   —208→   dio conferencias en la Universidad de Panamá, y de haber pasado dos meses en casa de Pablo Neruda, en Santiago de Chile, en 1955. En casa de Neruda principió a escribir su obra Week-end en Guatemala, ocho relatos de la invasión de Guatemala, en los que iba a narrar todo lo que él sabía de aquella vandálica destrucción de un gobierno democrático. El Bueyón fue escrito en «Los Guindos», entonces residencia de Neruda.

A partir de 1955 Asturias vivió en Buenos Aires, y ese mismo año se publicó Week-end en Guatemala (Editorial Goyanarte), Ejercicios poéticos en forma de soneto sobre temas de Horacio (Editorial Botella del Mar), se reedita Viento fuerte, El Papa Verde, Hombres de maíz, El Señor Presidente, y se publica Soluna, pieza de teatro, por Editorial Losangue, y en 1956 Audiencia de los Confines, sobre la vida de Fray Bartolomé de Las Casas, estrenada en Guatemala, con gran escándalo de la prensa reaccionaria.

En 1959 el gobierno de Guatemala, a pedido de la Universidad, devuelve a Miguel Ángel Asturias su pasaporte y éste, que hasta entonces había viajado como apátrida, vuelve a tener «nacionalidad», sólo que la visa para entrar a su país, donde ha sido invitado por la Facultad de Derecho, tiene carácter de visa de turista. Es, pues, turista para el gobierno de Idígoras Fuentes en su país. Pero, antes de 1959, en 1956, Asturias, acompañado de su esposa, viajan a China, invitados para asistir a los festejos conmemorativos del 20 aniversario de la muerte del poeta Lushin. Recorre China durante 3 meses, luego asiste a Nueva Delhi al Congreso de Escritores de Asia, como observador, y vuelve a Buenos Aires. También en ese interin viajó a la Unión Soviética, al Festival de la Juventud, en agosto de 1957, fecha en que recorre algunas partes de la Unión Soviética, donde ya ha sido traducido su Week-end en Guatemala a 100 mil ejemplares, y El Señor Presidente.

En Guatemala permanece tres meses, del final de 1959 a Enero de 1960, en que vuelve a La Habana, donde había estado, en Julio de 1959, invitado por el Comandante Fidel Castro, para el primer aniversario del asalto del Cuartel Moncada. Vuelve a La Habana, en 1960, como jurado de la Casa de las Américas, en la sección de Cuento, y luego, pasando por Caracas, regresa de nuevo a Argentina.

También visita, en esta época, 59-60, las Universidades de San Salvador y Tegucigalpa, donde da conferencias sobre temas literarios, así como en La Habana.

En 1961, empieza a escribir Los ojos de los Enterrados, que aparece en 1962, Editorial Losada, y en 1962 Editorial Goyanarte publica El Alhajadito, relato de una infancia, escrito por Asturias, en 1925-28, en París. Escribe y publica, Editorial Losada, Mulata de Tal. Escribe también una comedia, o farsa Dique seco y una de corte dramático Chantaje, que serán publicadas por Losada, en un libro de la colección de teatro.

En enero de 1962, es invitado a participar, representando a Guatemala, a la Conferencia de Montevideo, conferencia que se celebra en Montevideo, al par que en Punta del Este se reunían los cancilleres de América para sancionar a Cuba. Miguel Ángel Asturias pronuncia varios discursos, en mitins, y demás, condenando la acción del imperialismo contra Cuba, y esto le vale que en marzo de ese mismo año, 1962, se le saca en la madrugada, con gran despliegue de policía, de   —209→   su residencia, en Buenos Aires, y se le encarcela, primero en una comisaría, y dado su estado de salud, bastante grave, es trasladado con vigilancia policial a un sanitario, de donde después sale en libertad, debido a la reacción internacional, de los escritores, universidades e instituciones de México, Chile, Uruguay, Venezuela, Francia, etc.

En ese momento, el Gobierno de la República Popular Rumana, tiene a bien, por intermedio del Instituto Rumano de Relaciones con el Extranjero, de invitarlo a visitar a Rumanía, a donde llega en junio, de 1962, y donde permanece hasta noviembre de este mismo año. Rumanía le toca profundamente las más secretas fibras, por su semejanza, como paisaje, con Guatemala. Y esto le hace, que al recorrerla, la recorriera un poco como si fuera, transformada como él la sueña, su Guatemala natal. Escribió un libro que titula Rumania, su nueva imagen , y que será publicado próximamente.



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ArribaAbajoEl señor presidente como mito


1. Las novelas son los ríos...

Las novelas son los ríos que van a dar al lector, diríamos parodiando a Jorge Manrique, por aquello de «nuestras vidas son los ríos que van a dar la mar, que es el morir», sólo que los ríos de las novelas, van a dar al lector, que es el vivir, y que vive tanto, tan intensamente los personajes de esas novelas, que, no contento con la ficción, inquiere su historia, se pregunta hasta donde fueron reales, y busca a saber como hizo el novelista para captarlos y llevarlos a las páginas de sus novelas y, para el caso, de mis novelas, extraña forma de propiedad privada, porque una novela publicada, un río que va a dar al lector, que es el vivir de las novelas, ¿cómo puede decirse que tienen un propietario, que exista alguien que pueda decir «mis ríos», como yo dije «mis novelas»?

Sin embargo, algo sé de la historia de mis novelas, y evitando la deformación profesional, prometo dar a la historia lo que es de la historia, dar la historia de mis novelas, y no la novela de mis novelas, bien que la diferencia sea tan difícil de establecer entre fábula e historia. Lo que primero intentaré para dar la historia de mis novelas, es hacer vivir históricamente a los personajes, antes de convertirse en seres de novela, en la novela más reales a veces que en la historia. A ellos les toca volver atrás en los ríos que van a dar en la mar, ir contra la corriente de la ficción, y remontarse hasta su historia, ser historia, ser pedazos de historia. Y no a todos. A los principales. Los más conocidos. Paradójicamente, pues parece inverosímil, los que en verdad fueron personajes históricos, son los que en las novelas resultan más imaginados. El caso de El Señor Presidente.




2. Muerte y resurrección del novelista...

Aquella vez, el novelista había muerto. Sí, había muerto. Dejó de existir en un lugar tan apartado de todo trato humano, que nadie acudió a darle sepultura. Nadie. Humano, nadie. Nadie de carne y hueso. Otros iban a encargarse de su cadáver. No los animales que se alimentan de cadáveres, aves negras o mamíferos amantes de la carroña, serviciales y funerarios. A media mañana del día en que murió el novelista, sin que hubiera persona alguna, parientes, amigos o conocidos, para recibir a los que llegaban, se presentó un hombre de mediana estatura,   —212→   bigote cano muy mascado, vestido de riguroso luto, y al oír que desde ultratumba el novelista preguntaba: «¿Quién es...?» Contestó: «El Señor Presidente...».

Dijo así y avanzó en seguida con menudo paso, el sombrero negro, negro como su traje, sus zapatos, sus guantes, su corbata, el pañuelo que le salía de la bolsita de cerca de la solapa de la americana. Luego, inmovilizado, solemne, el sombrero negro de fieltro tomado por sus dos manos negras, enguantadas, que apoyaba sobre su camisa blanca impecable y parte del chaleco también negro, preguntó:

-¿Y los demás?...

Iban llegando. El Pelele, con la espuma del último ataque de epilepsia; el Mosco, sin sus piernas; Patahueca, gritando «¡Viba Francia!», y la sordomuda embarazada, llorando, no por el novelista muerto, sino porque éste, reclamaba, le dejó permanentemente un hijo en las entrañas, ya que nunca en página alguna de su novela cuenta que tal criatura hubiera nacido.

-Hemos venido nosotros -explica el Señor Presidente, autoritario, terminante- a falta de seres humanos, todos ellos en sus ocupaciones cotidianas, y es a nosotros -paseó la cabeza ligeramente calva- nosotros, ficciones, hijos de tu fantasía -se dirigió al novelista-, no totalmente por cierto, porque la verdad es que fuimos sacados de la realidad, a quienes toca darte sepultura.

Hizo una pausa y preguntó:

-¿Hay alguno que quiera decir el discurso de adulaciones?

-Sí -responde la Lengua de Vaca-, pero antes hay que llamar al Doctor Barreño, para que dé el certificado.

-¿De qué murió? -pregunta el Doctor Barreño, y él mismo se contesta, vuelto al Señor Presidente- ¿de qué le complace al Señor Presidente que el caballero haya muerto? No sea que por chismes de mediquetes se desacredite su gobierno.

Y, mientras el Doctor Barreño redacta el certificado de defunción, entra doña Fedina, va hacia el novelista muerto y lo sacude al tiempo de preguntarle:

-¿Por qué..., por qué me siguen interrogando a mí dónde está el General? ¿Dónde está el General? ¿Dónde está el General? Es que por los siglos de los siglos, lo que ocurrió en aquella cárcel, en aquel momento, va a resonar siempre en mis orejas? ¡Menos crueles los esbirros! Se lo digo yo. Fedina de Vásquez, una mujer del pueblo... ¡Menos crueles los esbirros! Ellos se encargaron de torturarme, preguntándome y volviéndome a preguntar, mientras se moría de hambre mi criatura, «¿Dónde está el general?», hasta que perdí el conocimiento, pero eso habría quedado reducido al hecho en sí, y como tal inexistente después, no que ahora, en la novela, cobra carácter de algo inacabable, permanente.

Camila y Cara de Ángel llegan sin pasos, tan de punta de pie entran al recinto. Ambos apenas se vuelven a donde reposa el novelista. Les parece indigno reclamarle ahora lo que en vida no le reclamaron. El haber muerto uno y el otro, Camila sin saber si en verdad Cara de Ángel la había abandonado, y Cara de Ángel si en verdad Camila se había dejado seducir por el Señor Presidente...

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El fenómeno más inverosímil es el de esas gentes que mueren y reviven, y no tan inverosímil al final de cuentas, pues a cada poco se lee en los diarios que tal ocurre, y caso de catalepsis fue el del novelista, felizmente. Abrió los ojos en medio de sus personajes y dijo: «Todo lo he oído y vuelvo a la vida para poner las cosas en su lugar... y no son ustedes, personajes míos...» El Señor Presidente levantó la cabeza...

-¡Yo lo inventé, Señor Presidente! -gritó el novelista resucitado de entre los catalépticos-, y los inventé a todos; aunque siempre, la ingratitud humana; sólo esperaban que yo desapareciera, para empezar a reclamar, a fin de salir todos, limpios de culpa, en caballo blanco.

-¡ Animal ... el novelista se sacudió de pies a cabeza frente al Señor Presidente, el cual repitió: -¡Animal... ! - y sólo al oír este segundo grito, el novelista se dio cuenta que el dictador llamaba a su secretario, aquel hombre miope, de pellejo de ratón tierno que derramaba los tinteros sobre las notas firmadas. -¡Animal, hágale saber al señor, que en manera alguna voy a permitir que en mi presencia diga que los personajes de la novela El Señor Presidente no son del Señor Presidente, sino personajes inventados por él. ¿Qué cuento es este? Muy bonito. A mí que fui el auténtico, el verdadero creador, sin mí no habrían existido, el verdadero novelista -toda dictadura es siempre una novela-, se me despoja de lo que me pertenece...

-Históricamente le pertenecía... -atreve a decir el novelista.

-¿De quién? ¿De quién es esa novela? -levanta aquél la voz autoritaria: -Es mía... ¿No soy, acaso, el Señor Presidente? Y creo llegado el caso de aclarar intenciones, in - ten - cio - nes ... -subrayó-, intenciones que en la novela no están claras. Por ejemplo: cuando se trata de la fuga del General Eusebio Canales, se pone en duda que efectivamente yo quería que se fugara. Yo quería que se fugara y no que lo matara la policía. Quede claro. Tampoco es exacto que yo haya dicho en una de las fiestas de palacio que me quería quedar solo con las señoras. Lo que sucedió fue que hubo, a medianoche, una denuncia sobre cierto sujeto que iba armado para matarme, y entonces se apartó a los hombres que estaban en la fiesta para palparlos de armas. ¿Ya ve, señor novelista, como todas las cosas son distintas?

-Esos son detalles -dijo el novelista- y lo que se discutía era si yo lo había despojado de su mundo, en mi novela, o bien, si de ese mundo, al Señor Presidente solamente le pertenecía lo histórico, que es distinto. Si decimos que el Señor Presidente y los que vivieron en esa época, tuvieron su tiempo, hablamos de historia, pero si, sacados de ese tiempo, se les traslada a la ficción sin tiempo, hablamos de novela.

-De la novela histórica...

-No. Una novela histórica se escribe con base a sucesos que el novelista conoce por lecturas o referencias. En esta novela mía, yo viví su historia, su tiempo histórico, vivencia que me permitió su traslado a la ficción, sin historia, sin pasado, viva; los personajes del Señor Presidente, no se siente que vivieron, sino que están viviendo.

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-¡Y eso es lo espantoso, lo cruel, lo intolerable -grita el Mosco, colgado de una cuerda en el tormento-, que yo siga aquí gritando: ¡El Pelele fue! ¡El Pelele fue! ¡El Pelele fue!, y ésa es la verdad!

-¡Pero no la verdad oficial -afirma enfático el Auditor de Guerra-, por supuesto que sabíamos que el desequilibrado ése había sido, pero la verdad oficial era otra. A Parrales Sonriente, oficialmente lo mataron el General Eusebio Canales y el Licenciado Abel Carvajal.

-Pero la verdad oficial -intervino Cara de Ángel- bien estuvo en su momento, pero ¿cómo se explica que el novelista lo traslade a su novela, y allí también siga siendo verdad?, salvo que la ficción novelística sea, como yo pienso, una nueva forma de taumaturgia de la palabra, la forma fijadora de lo que fue dicho. Y quería aclarar -continuó Cara de Ángel-, el Señor Presidente juzgó mi matrimonio con Camila como el acto de un débil mental...

-Todo hombre -se interpuso el Presidente-, en el momento en que se casa está en la condición de un débil mental. Pero lo que tampoco se aclara del todo, fue lo de la muerte del general Canales. ¿Muere envenenado? ¿Apuró alguna pócima mortal? ¿Lo mordió alguna víbora maligna? En la novela se dice que Canales murió al leer en el periódico que yo, su mayor enemigo, había apadrinado la boda de su hija, y ésa es sólo parte de le verdad. Canales murió envenenado con el ejemplar de un periódico que, con una tinta especial, ultramortal, mortal como una descarga eléctrica, se le preparó.

-¡Mentira!... -aquí es el novelista el que se indigna-, absolutamente mentira...

-¡Atrevido! -retumba la voz de El Señor Presidente.

-¡Perdón! -se oye la voz del novelista-, pero ¿por qué va a invadir usted el terreno de la fantasía? Conténtese con haber creado lo real, con ser el creador de ese mundo, de ese universo de perversidad y crimen.

-Sí -entrecerró los párpados cascarudos y sonrió el Presidente-, invadía terrenos, para deslindar mejor lo histórico de lo imaginado; Canales murió de un síncope, pero se pudo haber imaginado lo de un periódico de tinta mortal, aunque ya bastante veneno llevan los periódicos, y no para matar a un pobre mortal, sino para preparar la muerte de millones de gente.

-Habría sido, Señor Presidente -dijo Cara de Ángel-, el crimen perfecto...

-Otro sueño...

-¿El crimen perfecto?

-No es necesario, y debía saberlo mi favorito. No es necesario. Todo crimen es perfecto en una dictadura.

-Pero a este novelista lo tenemos que enterrar -dijo el Auditor de Guerra-, a eso hemos venido...

-¡Está vivo, Señor Presidente! -imploró Camila.

-Pues lo enterraremos vivo con nosotros. Porque ésta es la obra. Así como en los pueblos antiguos los sátrapas se hacían enterrar con la gente de su séquito yo me haré enterrar, en la memoria de la gente, con el novelista y sus personajes.

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Nosotros y él, vivos, enterrados vivos, en ese tiempo sin tiempo, que es el de la ficción.

-Pero aquí llegan otros personajes, Señor Presidente -insinúa Cara de Ángel-, y es mejor que salgamos, la muchedumbre le afecta el corazón sensible...

El novelista avanza un paso y dice:

-¿Puedo hacer una pregunta?

-Las que Usted quiera -contesta el Señor Presidente, tocándose con el sombrero-, ante los muertos me descubro, ante los vivos, nunca...

-¿Podría Usted decirme -siguió el novelista-, cuál es la parte que más le gusta de mi novela?...

El amo frunce las cejas, junta y separa los dedos enguantados de negro, y por fin, tras hurgar en su memoria, contesta:

-Cuando cae el Pelele por las gradas del Portal del Señor, dice: «Nadie vio nada, pero en una de las ventanas del Palacio Arzobispal, los ojos de un santo ayudaban a bien morir al infortunado y en el momento en que su cuerpo rodaba por las gradas, su mano con esposa de amatista le absolvía abriéndole el Reino de Dios». Aquí su fantasía se quedó corta, señor novelista: ¿Por qué no refirió usted cómo había llegado a Arzobispo ese santo que absolvía al Pelele? Y no necesitaba imaginarlo. No estoy conforme con esa diferencia que se hizo entre lo real y lo ficticio. ¿Por qué no dijo usted que aquel hombre era un abogado de campanillas, a quien se le encomendó la defensa de los bienes de una comunidad religiosa, defensa de la que no se quisieron encargar otros abogados, temerosos de la ira del que entonces mandaba, y que al saber éste que aquel abogadito se hacía cargo, ordenó que le pusieran una sotana y lo hicieran barrer la plaza central? Y en el relato, no habría faltado el toque sentimental. Aquel abogado, que llegó después a Arzobispo, no se quitó la sotana nunca más, devolvió los anillos de compromiso a su novia, estaba en vísperas de casarse, y entró al seminario.

Y, tras brevísima pausa, ya saliendo el Presidente y séquito de víctimas y esbirros, se volvió a decir:

-Los que conocemos esta anécdota, cuando leemos que sin que nadie lo viera, en esa misma plaza que él barrió vestido con sotana, absolvía al Pelele, nos emocionamos doblemente.




3. Itinerario de los siete años.

El Señor Presidente no fue escrito en siete días, sino en siete años. Al final de 1923, felices años, había preparado un cuento para un concurso literario de uno de los periódicos de Guatemala. Este cuento se llamaba «Los Mendigos Políticos». El cuento se quedó en cartera y fue parte de mi equipaje, cuando me trasladé a Europa. Ese año, 1923, coincidimos en París varios escritores latinoamericanos, con quienes nos reuníamos casi todas las noches a charlar en el café de la Rotonda. Cada cual, en estas charlas, contaba anécdotas pintorescas, picantes o trágicas de su país. Insensiblemente, como una reacción a esa América pintoresca que tanto gusta   —216→   a los europeos, acentuábanse los tonos sombríos en tales relatos, llegándose a rivalizar en historias escalofriantes de cárceles, persecuciones, barbarie y vandalismo de los sistemas dictatoriales latinoamericanos. En este ejercicio macabro, a tiranos tan espectaculares como Juan Vicente Gómez, yo tenía que oponer el mío, y como una pizarra limpia, sobre la negrura fueron apareciendo, escritas con tiza de memoria blanca, historias que desde niño había vivido, en ese vivir que va dejando memoria de las cosas, relatos contados en voz baja, después de cerrar todas las puertas. Mis «Mendigos Políticos», que vinieron a ser el primer capítulo de mi novela, la primera novela que yo escribía, El Señor Presidente, ya no estaban solos, el destino de las cosas, dejaban de ser un cuento y se completaban con los relatos que yo refería en las mesas de los cafés parisienses. En la producción literaria, parece mentira, pero el azar juega un papel importante. Es así como nace El Señor Presidente, hablado, no escrito. Y como al decirlo me oía, no quedaba satisfecho hasta que me sonaba bien, y tantas veces lo hacía, para que cada vez se oyera mejor, que llegué a saber capítulos enteros de memoria. No fue escrito, al principio, sino hablado. Y esto es importante subrayarlo. Fue deletreado. Era la época del renacer de la palabra, como medio de expresión y de acción mágica. Ciertas palabras. Ciertos sonidos. Hasta producir el encantamiento, el estado hipnótico, el transe. Del dicho al hecho, dice el proverbio, hay un gran trecho. Pero es mayor la distancia que separa el dicho de lo escrito. Hablado, contado, el material de la novela, que sufría constantes cambios, había que estabilizarlo. Pero, cómo acostumbrar al sonido a quedar preso de la letra. Cómo dar permanencia, sin sacrificar su dinámica emocional, hija de la palabra dicha, a lo que una vez escrito, palidecía, bajaba de tono. Eso pasa con las obras que se llevan mucho tiempo en la imaginación y la lengua. Terminan por no poderse escribir, pues siempre, al escribirlas, sentiremos que las traicionamos.

Luego, el problema del idioma: hablado, bien, era mi idioma, pero escrito, ¿alcanzaría a expresar lo que yo quería? Dentro de la lengua española hay una forma castellana o muy española de decir las cosas, así como hay una forma mexicana, argentina, y lo que yo buscaba era la forma guatemalteca, sin hacer literatura criolla. Sin titubeos, conociendo el pasado literario de mi país, acudí a los autores de más renombre. ¿Cómo habían hecho para ser fieles, en la altura de lo imponderable, a lo guatemalteco, sin parcelar la lengua? Realizaba en ese entonces mis estudios de religiones precolombinas, -y eso mantenía frescas mis posibilidades para manejar las dos realidades, la real y la del sueño, ya que el indio es realista en el detalle, pero, ese realismo lo sumerge luego en una especie de sueño- imaginación que le da la posibilidad de los dos tiempos: el histórico y el mitológico, o sea un tiempo de distinto ritmo que el histórico, tiempo de sueño. Hubo, pues, una inserción de lo que llamaríamos un comportamiento mitológico en el texto, y esto me lleva a plantear el problema que, para mí, en sí encarna El Señor Presidente, como mito.




4. El Señor Presidente, como mito.

En general, los que últimamente se han ocupado de lo relacionado con el mito y la literatura actual, convienen en que la novela ha tomado, en las sociedades   —217→   modernas, el lugar que ocupaba la recitación de los mitos en las sociedades primitivas. En este sentido y apartándonos de todo juicio literario, no es aventurado decir que El Señor Presidente debe ser considerado en las que podrían llamarse narraciones mitológicas. Hay la novela, literariamente hablando, hay la denuncia política, pero en el fondo de todo existe, vive, en la forma de un Presidente de República latinoamericana, una concepción de la fuerza ancestral, fabulosa y sólo aparentemente de nuestro tiempo. Es el hombre-mito, el ser-superior (porque es eso, aunque no querramos), el que llena las funciones del jefe tribal en las sociedades primitivas, ungido por poderes sacros, invisible como Dios, pues entre menos corporal aparezca más mitológico se le considerará. La fascinación que ejerce en todos, aun en sus enemigos, el halo de ser sobrenatural que lo rodea, todo concurre a la reactualización de lo fabuloso, fuera de un tiempo cronológico. ¿Será ésta la última esencia de El Señor Presidente, el que en verdad sea un mito, la supervivencia de un gran mito inicial, cuyo peso aun mantiene, en ciertos países, el dominio semi-religioso, con sus fanáticos adeptos y sus reprobos encarcelados en infiernos inenarrables? ¿No alcanzan estos Señores Presidentes altura de seres sobrenaturales? ¿No son realidades terribles, tremendas, pero al mismo tiempo algo así como castigos religiosos y como tales, seres fuera de la realidad? ¿Y alrededor de ellos, de estos Señores Presidentes, no se va creando una especie de rito que implica el culto a la personalidad, como se dice ahora, aunque en verdad no es a la personalidad presente, sino a lo que ella, como fuerza ancestral, representa?

Pero entreveo la objeción. Eso de mitos y mitologías son cosas antiguas que nada tienen que ver con nuestra vida actual, tan adelantada en todos los órdenes. En cierto sentido cabría la objeción. Porque, en verdad, lo que ha sucedido es que a los mitos, mejor dicho a las formas de mitos antiguos, anteriores a nuestros tiempos, han sucedido esos mismos mitos con otras envolturas, como expresiones actuales. Y es por eso que el mito debe ser considerado como algo viviente, actual, ante el cual hay que inclinarse y contra el cual, por los tabús que lo defienden, no se puede nada. Esta es la atmósfera de El Señor Presidente, el omnipresente, el mito, el todopoderoso, no solamente como expresión política, esto viene a ser secundario, sino como manifestación de una fuerza primitiva, y como supervivencia, en el mundo actual, de esos resabios de las sociedades más arcaicas.

Aquí creo que tocamos el punto, la clave. Los «Señores Presidentes» de nuestros países, como mitos, mitos en sí, pero sobre todo como seres que no hacen sino mantener lo sagrado de la autoridad, lo primordial del mundo en cuanto a ser temidos y al mismo tiempo dispensadores de todos los favores a sus creyentes, ya que en esos sistemas, apurando los extremos, como en los sistemas religiosos, se es o no se es creyente, se cree en el Señor Presidente o no se cree, y en este último caso, el que osa, se convierte en reprobo. Lejos de mí, desde luego, buscar alguna justificación en el mito a través de los elementos que nos proporciona El Señor Presidente, en esa fuerza ancestral, en esa fuerza primigenia. Buscar por aquí las raíces de estos regímenes de terror y de sangre, y desenraizarlos.

¿Y qué diríamos, si pensáramos que las grandes, las interminables dictaduras, se han dado en América Latina, en países de mitos? ¿No pueden considerarse   —218→   como una transposición del mito religioso al mito político? ¿Y ahora mismo, en nuestros días, no juegan los mitos, la magia, lo sacro, un papel decisivo, en el caso de Papa Doc, el feroz dictador de Haití?

El Señor Presidente, no es una historia inventada, no es fantasía de novelista; se rodeó, en los últimos tiempos de su gobierno, de brujos indígenas traídos de los lugares de más fama en el campo de la magia. En uno de los últimos capítulos, en el capítulo XXXVII, asistimos al baile de Tohil. Tohil, la divinidad indígena maya-quiché que exigía sacrificios humanos. ¿Qué otra cosa exigía el Señor Presidente? Sacrificios humanos. No eran ejecuciones, sino sacrificios, y no querréis llevar esto a la inmensa pantalla mundial de la dictadura hitleriana.

Y el Pelele, en el capítulo IV, al fondo de un barranco, cubierto por todas las basuras de la ciudad, ¡no vive su mito, al oír al pájaro del dulce-encanto, tal y como lo presentan los cuentos infantiles? Y hay que decir que para el Pelele no es una ficción, no es un sueño, sino una realidad mítica, un hecho vivo, aquel tocar con sus manos el paraíso, aquel vivir y moverse en un mundo de felicidad suma. El mito, aquí, por más que tenga origen indígena, se mezcla al mito católico. Es de las dos religiones, de la indígena, pagana, y la católica, de donde el Pelele saca su visión de recreación de un mundo mitológico.

Y en el mismo capítulo IV, el leñador que encuentra a Cara de Ángel, cuando éste saca de entre las basuras al Pelele, ¿no llega a su casa, y cuenta, dice a su esposa estas palabras: «En el basurero encontré un ángel...»?

Y la vuelta de Camila a la vida, por la magia del matrimonio in extremis, ¿no es una forma de creencia mitológica?

Y las imágenes católicas, santos y reliquias, en la casa de mal vivir, ¿no son una expresión de fuerzas protectoras? Y la propietaria de aquella casa de mujeres, se indigna con Cara de Ángel, cuando éste hace alusión a dichas imágenes, para ella sagradas.

¿No se vive, en El Señor Presidente, entre lo mágico y lo sagrado? Todo lo que a su Excelencia se refiere, es tabú. El solo pensamiento es adivinado. No es cuestión, para los opositores o descontentos, de no hablar, sino de no pensar. Tenía, por lo mismo, posibilidad de adivinar el pensamiento. ¿Y las oraciones al Señor... «Señor, Señor, llenos están los cielos y la tierra de vuestra gloria»? Y el paisaje bucólico? ¿No forma parte del mito-Señor Presidente, este paisaje bucólico?

En la Edad Media encontramos, entre tantas creencias mesiánicas y utopías, aquel famoso emperador Federico II, elevado al rango de mesías, pues ya cuando Dios, a filo del primer milenio, había dispuesto acabar con el mundo, apareció esta estrella, este Federico II, poseedor de poderes incomparables. En su presencia, Dios resolvió prolongar los días de la humanidad, ya que este nuevo Cristo, permitía esperar vida de paz y alegría y abundancia entre los hombres. Pero, este mito de Federico II, no termina con su muerte. Se cree que está enterrado en el Etna, por mucho tiempo, y aun en el siglo XV, se creía que vivía en algún confín del mundo.

Y a este respecto hay que decir que el mito se defiende de tal manera, que cuando cayó el Señor Presidente y fue puesto prisionero, la gente creía que no era   —219→   el mismo. Al verdadero el mito lo seguía amparando. A éste que estaba preso, no, y la más simple explicación era, que el mitológico había dejado, de existir, y éste era uno cualquiera.




5. El mito en la literatura fantástica y en las novelas policiales.

Entre los mitos más actuales, en lo que toca a la literatura fantástica, el más conocido es el del Superman (o Superhombre). Todos los niños de todas partes del mundo juegan al Superman. El Superman descendió de un planeta, y se disfrazó de periodista, para estar entre los hombres. Y en lo que toca a las novelas policiales, aparte de los viejos mitos, Sherlock Holmes, Nick Carter, Búfalo Bill, los clásicos, diríamos, ahora se han multiplicado, modernizado, y en Estados Unidos Biggy Multon se ha transformado en héroe nacional. Y los mitos del cinematógrafo, las estrellas de cine, como mitos, y el mito del automóvil, último modelo, y el mito de las antigüedades, que ha hecho que se multipliquen los anticuarios. Eso que llaman los «hobbies», las manías, ¿no son una forma de mitos menores o pequeñas salidas a una conciencia que ansia trascender los límites de lo práctico, de lo cotidiano?

Pero volvamos a El Señor Presidente, nuestro mito de hoy, y pensemos en algo que llamaríamos tareas para la anulación del mito, no como ficción, en ese caso no importaría mucho, sino como algo viviente, actuante.




6. Tareas para la anulación del mito-Señor Presidente.

Habría que estudiar nuestra literatura política. Este estudio abarcaría los mitos anteriores a la conquista española, los mitos de los pueblos precolombinos; los mitos de la época colonial, tiempo en que España dominó en América, todo ese universo de monstruos y riquezas fabulosas que creó la imaginación europea; los mitos del siglo XIX, después de la independencia, todo los mitos de la Revolución Francesa, trasladados allá, y a principios de este siglo XX, los mitos del progreso, el positivismo.

Sería interesante, en el capítulo encargado de desentrañar, en lo político, los mitos de la época precolombina, enfrentar ya desde entonces dos fuerzas bien definidas en el arte de manejar a los pueblos y a los hombres. La del dios sanguinario, azteca, Huitzilopochtli, o «Guerrero que apunta su flecha hacia el sur». Este Dios (y entre los mayaquichés, Tohil), exigía sacrificios humanos, pues la sangre de las víctimas era lo único que alimentaba al sol. Si faltaban prisioneros a quienes sacrificar, el sol dejaría de alumbrar, moriría, y empezaría la noche y el frío eterno. Se hacía, entonces, lo que se llamaba la guerra-florida, o sea torneos en los que los vencidos, en poder de los vencedores, se transformaban en víctimas, a las que se les arrancaba el corazón -la fruta roja, la tuna roja- y se ofrecía en holocausto al sol.

  —220→  

La otra fuerza, representada por Quetzalcoatl o Kukulkán, para los mayas, rechazaba los sacrificios humanos, había intelectualmente avanzado a tal punto, que a estos holocaustos sustituían formas de halago a los dioses, más humanas: sacrificios de animales, de granos, de cosechas óptimas.

Existían, pues, ya estas dos fuerzas, que ahora mismo se repiten en nuestros países latinoamericanos: las sanguinarias bajo el signo místico-militarista, y las que atienden al orden basado en la convivencia, en el diálogo. Y así como he hecho esta cita, podrían hacerse cientos de comparaciones, y ver como siempre sobreviven los mitos primitivos, ancestrales, en nuestra vida política, de la que es un espejo, en cierta forma, El Señor Presidente.

Termino. He abierto este enfoque sobre mi novela, que ha sido estudiada, hasta ahora, desde el punto de vista literario-político, pero que también habrá que estudiar en relación con esa visión o cosmovisión mítica, partiendo de la base de que no se trata de mitos, en el concepto de ficciones, de hechos inexistentes, sino de mitos vivos, vivientes, actuantes, que con apoyo en la pólvora, la pólvora todavía ayuda, con apoyo en ideas religiosas, la religión ayuda tanto como la pólvora, y el terror, gobiernan como en las épocas más atrasadas del mundo, con el agravante que ahora tienen a su disposición todos los adelantos de la técnica publicitaria, que les permite, no sólo intensificar su acción, por la prensa, la radio, la televisión y el cine, sino crear, con ayuda de los elementos psicológicos, corrientes de opinión favorables o desfavorables a determinados puntos de vista, y el principal: mantener a los pueblos sometidos al servicio de los que los explotan.





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ArribaAbajoAlgunos apuntes sobre Mulata de tal

A la conseja popular guatemalteca, antiquísima: la venta de la mujer al diablo, el hombre que cambia mujer por riquezas (agrícolas), se unen varios otros elementos: a la mujer-tierra, la mujer vendida al diablo por el leñatero, sustituye la mujer-luna, la «Mulata de Tal», la «Fulana de Tal» propiamente dicho, «Fulana», es decir «cualquiera». Tras una mujer cualquiera, una «mulata de tal», una «fulana de tal», se oculta esta fuerza de la mujer lunar, mujer que en sus relaciones conyugales actúa como la luna con el sol, «del otro lado de la faz», es decir jamás recibe al hombre de frente en el acto sexual; de hacerlo sus descendientes serían monstruos, como serían los hijos del sol; pero lo hace también «del otro lado de la faz». Hay, pues, al principio de la novela, una conseja popular, la venta de la mujer al diablo, a la que se añade el mito sol-y-luna, macho-y-hembra-lunar.

En la entrega de las riquezas, por el diablo «Tazol», al hombre que le vendió a su mujer, asoma también la creencia popular en la imaginería, de cómo le da esas riquezas (locales, agrícolas). Se las da en forma de «nacimiento», de «pesebre«, esos «nacimientos», «pesebres» o «altarcitos navideños» que pueblan el mundo guatemalteco durante el mes de diciembre, con motivo de Navidad. Todo lo que en un «nacimiento» hay, todo diminuto, le es entregado al hombre, que después, al sacarlo de la irrealidad de la caverna y llevarlo a la realidad de la vida, se le convierte en riqueza de verdad, y así ganados de juguete en el «altarcito», se transforman en ganados (vacas, toros, caballos, corderos, cerdos) de verdad. Los pastorcitos, en pastores (peones a su servicio), las casitas de cartón, en casas de verdad, las cascadas fingidas, en cascadas reales, pero en medio de ese mundillo de figuritas de pesebre, le devuelve el diablo a su mujer, «enanita».

El mito vuelve a jugar papel. La mujer-tierra «enanita», «figura-hecha-de-barro», de barro como las figuritas de los «nacimientos», logra, en su lucha con la «Mulata de Tal», mujer-lunar, encerrar a ésta, aprisionar a ésta en una caverna, en una gran caverna (caverna implica la gran oscuridad -oscuridad-claridad-, del principio del mundo), donde podrá fumar abundantemente el humo que la saca de lo real (tabaco o marihuana...), y es así como ella vuelve, la mujer-tierra «enanita», a recobrar al hombre, al macho, al elemento viril que le había sido arrebatado por el diablo (o demonio), para entregarlo a un ser-lunar, la «Mulata de Tal», ahora encerrada en la caverna (con la Luna).

Cabría interpretar, ya en otro plano, la violencia con que actúa la «Mulata de Tal», su violencia, sus reacciones, su inestabilidad, su angustia, su fuerza destructiva,   —222→   como productos de su insatisfacción sexual, ya que por lo mismo que es una mujer-lunar no puede entregarse al hombre, al macho, al viril, por «la faz«, es decir por «delante», y se le entrega por detrás, siempre por detrás. O, en la conseja popular, siguiendo la conseja popular, la creencia popular, que juega un gran papel en esta novela, cabría interpretar la forma de ser de la «Mulata de Tal», como un castigo del demonio al hombre ambicioso, en el sentido de: Te daré riquezas, sí, pero a cambio de ellas, en lugar de tu mujercita sufrida, buena, apacible, compañera, tendrás a la mujer enemiga, caprichosa, violenta, asexuada, la mujer de la riqueza.

En la destrucción de estas riquezas no todo es imaginativo, fabuloso. Muchísimas familia riquísimas de América Central se han visto desposeídas de la noche a la mañana de sus tierras feraces y magníficas, de sus ganados, de sus instalaciones agrícolas, debido a terremotos, erupciones volcánicas y otros fenómenos, huracanes mezclados con terremotos. La destrucción de las riquezas del leñatero, que por ellas vendió a su mujer al demonio, en forma de una erupción volcánica, terremotos, y todo lo que fue esplendor de siembras, ganados, etc., borrado de la faz de la tierra, por la acción de la lava, que forma sobre los terrenos, cuando se derrama y enfría, una inmensa capa pétrea, impenetrable, es ficticio y es real.

Pero el leñatero, al hacer el trato con el demonio, al venderle a su mujer, en toda esta primera peripecia, queda tocado de lo inefable o brujería, de una especie de luz o resplandor misterioso, y por eso, al quedar pobre, castigado, puede decirse, por el demonio, pues éste le devolvió a su mujer en el cuerpo de una enana, no puede volver a cortar leña, y con la enana y el oso -aquí torna el mito-, van por las poblaciones como saltinbanquis. (Recuerdo cierto de los «brujos» y «brujitos» que en representación de las fuerzas del bien y del mal, se hallan en el Popol Vuh, biblia de los maya-quichés). Sus danzas en las plazas públicas y sus acrobacias, no son gratuitas. No son recurso. No son invención sólo de la imaginación del autor. Están ligados, profundamente, a los mitos más antiguos, milenarios, de los indígenas de Guatemala. Aun hoy, en las danzas populares, se encuentran redivivos esos mitos, esas creencias.

Y creencia popular, leyenda local, es también lo de los jabalíes. El autor la aprovecha, además, para entregarse al juego de palabras, a la repetición de sílabas de nombres, que era un ejercicio tan caro a los indígenas de su país -Guatemala-, esa multiplicación de las sílabas en los nombres. ¿Por qué esto? Sencillamente porque en esa forma lo que se hace efectivamente es ocultar el verdadero nombre, lo que designa a la persona o al objeto, al animal o a las cosas. El nombre real debe ocultarse, de otra suerte la magia de la palabra, al pronunciarlo, permite al que lo pronuncia, al que lo dice, apropiarse de lo que aquel nombre designa. La lección de los jabalíes, al agregarse los personajes las partículas «Jajá», antes y después del verdadero nombre, «Jaja-yumí» o «Yumí-jaja», les enseña a que se oculten tras estos juegos verbales, a que no den su identidad, a que no se sepa, por las fuerzas que los persiguen, que son ellos.

  —223→  

No es, por lo tanto, un simple recurso del autor, un simple modo de jugar con las sílabas. Hay un fondo ancestral, casi primigenio, anterior a la palabra misma, en ese ocultar tras sonidos falsos el nombre verdadero.

Pero al mito -el saltimbanqui-, se añade lo popular -actual-, y por eso aparece el oso. El baile del oso en las plazas públicas, durante las ferias o fiestas patronales, es un hecho actual. El mito únese, enlázase, a lo que ocurre actualmente, y esto da a la novela su vivacidad, su realidad de mito, actuante como mito y también como parte de la existencia de esos pueblos y de esas gentes en nuestros días.

Esta parte concluye con el relato, también de raíz popular, de la construcción de las «vueltas del diablo». Tratándose de caminos de montaña, en Guatemala, casi todos van contorneando las cimas, entre barrancos, y eso hace que no haya casi caminos rectos, sino en su mayoría sean todos llenos de curvas o «vueltas». Y en varias regiones a muchos de estos caminos, que circulan por las montañas, se les llama genéricamente «las vueltas (o curvas) del diablo». Lo popular está aquí representado por el borracho, el que bebe por insatisfacción, pues siendo rico, sólo emplea su dinero en emborracharse, y su insatisfacción lo conduce a que se sienta feliz -siendo hombre-, y quiera convertirse en piedra. A favor de este relato, que lo refiere el diablo a los esposos Yumí, convertido en campesino, trata éste de volver a sustraer la mujer al leñatero, pero Yumí, advertido por la abuela de los jabalíes, no deja, y en cambio, al tirar de la «enana» de las piernas, para que el demonio no se la lleve pegada al lomo, a la espalda, logra que aquella recobre su estatura natural.

Esta parte, que podríamos llamar la primera parte de la novela, aunque en el relato no se marquen divisiones, permite al autor ponernos en contacto con la vida del pueblo guatemalteco (en el fondo la vida popular de un pueblo, de un país de América Latina, no se diferencia fundamentalmente de otro). Ceremonias religiosas, ferias o fiestas populares, modo de hablar de la gente, vestimenta, utensilios, relaciones familiares, amistosas, creencias en demonios, fantasmas, fuerzas ocultas, asuntos agrícolas de siembras de maíz, ganados, todo lo relativo a la parte telúrica de terremotos, erupciones, etc., construcción de caminos (en ese tiempo) a pulso, sin maquinarias (el borracho como prototipo del peón constructor de caminos), las fantasías populares, etc., etc. En ese sentido, el valor del texto merece enfocarse desde otro punto de vista: muchas de estas ceremonias, costumbres, creencias, muchas de estas consejas, cuentos, leyendas, muchos de aquellos elementos de carácter local (vestidos, habla, nexos familiares -compadres y cofadres-), van desapareciendo y, ¿dónde mejor que en la novela pueden conservarse? Juega, pues, aquí la novela un papel que le es caro a Miguel Ángel Asturias, el que ella sirva para preservar del olvido todos aquellos elementos de la vida misma de los pueblos latinoamericanos, para rescatar esa vida que, por el imperio de los mismos acontecimientos, por el progreso en marcha, y los cambios que sufren rápidamente aquellos pueblos, están condenados a la desaparición, a borrarse, a no dejar rastro de los mismos.

  —224→  

Pero si hasta aquí, hasta la vuelta de los protagonistas a su pueblo, a su lugar de nacimiento, y ya cuando regresan, -regresan muy viejos-, el pueblo no era el mismo, otras gentes, nuevas construcciones, otra clase de vida (ya se levanta un censo de población), si hasta aquel retorno al lugar de origen, la novela se mantiene en el terreno de las creencias populares, a partir del momento en que los personajes principales salen de nuevo, ahora tratando de convertirse él en un gran brujo y ella en una gran curandera, para lo que hacen viaje a Tierrapaulita, a partir de este momento, asistimos a visiones delirantes como las que produce el jugo de algunas plantas que se tienen por sagradas, el peyotle, digamos, o bien de los hongos alucinógenos.

Todo, efectivamente, se torna alucinación. Les toca llegar, a estos personajes, ya tan trabajados por anteriores luchas demoníacas, a Tierrapaulita, en el momento en que, como episodio de la larga lucha entre los demonios indígenas, nativos, telúricos, fuerzas del mal, fuerzas de la destrucción -Cabrakán, Hurakán- y los diablos cristianos -Satanás y legiones-, los demonios indígenas, nativos, telúricos, abandonan la ciudad y la dejan en poder de los diablos cristianos, europeos, llegados a América siglos antes con las naves españolas.

Aquí tocamos, acaso, el verdadero fondo, el leit-motiv de la novela en su más amplia concepción global. A la llegada de los españoles a suelo americano, no solamente avanzaron Jehova, Jesús, las divinidades cristianas, católicas, sino con ellos los demonios, Satán y sus legiones, demonios también cristianos o católicos. Las divinidades indígenas fueron sustituidas por las divinidades cristianas, europeas, católicas. Se borraron de los altares los dioses de la lluvia, de las cosechas, de la fecundación, los dadores y protectores de la vida, y se les sustituyó por imágenes de Cristo, de María Madre, de Santos y Santas. En esta misma forma, y en esos mismos momentos, se sustituían a las fuerzas del mal, fuerzas demoníacas indígenas, por los demonios cristianos o católicos.

Pero no era sólo la sustitución así como así. Era un cambio en la concepción que cada una de estas fuerza del mal tenía respecto al mundo, al hombre y a sus obras. Las fuerzas diabólicas nativas, telúricas todas ellas, propendían a la destrucción total de la raza humana, aniquilación de su mundo, y de lo que ella representaba en sus obras. Terremotos, huracanes, devastaciones. No dejar nada. Aniquilar todo. Reducir todo lo del hombre -y él a la cabeza- a polvo. Volver la tierra, la naturaleza a su prístina existencia, cuando no había sido creado el hombre por los dioses, que lo crearon de maíz, no de barro. Las fuerzas del mal satánicas, cristianas, por el contrario. Los demonios católicos, Lucifer y Cía., propenden a la multiplicación de la especie humana. Se necesitan hombres y más hombres para las calderas del infierno. Entre más se multiplique la raza humana, más hombres habrá para el infierno. Y de estas concepciones, de estas dos concepciones del principio del mal, empeñadas en pavorosa lucha, arranca, en la más fantástica acción imaginativa, en la más tremenda de las alucinaciones, de las pesadillas, la parte de Mulata de Tal que se desarrolla en Tierrapaulita.

Entre los elementos en juego, el autor se vale de bailes, farsas, transformación de personajes, desdoblamientos, cabalas, brujerías, que acaso no son -y ésta   —225→   sería otra interpretación- sino producto de los cambios medulares que el aprendiz de brujo va sufriendo. ¿Es que para llegar a brujo hay que pasar por todo aquel gran trastorno? ¿Ocurren en realidad todas aquellas cosas, o sólo ocurren en él, en Yumí al irse transformando en brujo? ¿No es un proceso -de sufrimiento- como el del que se somete a la acción del humo de una planta, al secreto y misterioso elixir del peyote, o a la acción de un hongo alucinador?

Pero en la novela las cosas ocurren extra-brujo, fuera del aprendiz de brujo y esto nos permite -ya en el plano del relato- seguir el aventurado batallar de los demonios telúricos y cristianos, todas las escenas del baile de los gigantes o gigantones, reminiscencia de mitos, sin faltar la picardía, (picaresca), que si en el tono de la novela es proverbial, esta gracia de la picardía del hablar y el sentir del pueblo, aquí se acrecienta en las escenas de los cocos con sexos de mujeres, y otros pasajes.

Referencia especial merece, al hablarse del baile de los gigantes, la unión, y así lo presenta el autor, de dos mitos o creencias, al hacer alusión, en el baile de los gigantes, al momento de la decapitación de San Juan.

Es la creencia católica, bíblica, cristiana, confundida, en lo popular mayaquiché, con uno de los gigantes sostenedores de la tierra, con una especie del gigante Zipacnac. Cuando se trata del entierro del gigante -San Juan Bautista-, decapitado -que es un muñeco en realidad de verdad, tanto que con su cabeza de muñeco se engaña al devorador de cabezas-, cuando se trata de enterrarlo, va creciendo y creciendo, hasta hacerse una montaña o un volcán.

En la mentalidad popular estos mitos se completan, y en el relato volvemos al momento en que de nuevo va a entrar en acción la «Mulata de Tal», sólo que esta vez -ya por la confusión de los mitos, de las creencias, por la mescolanza católico-pagana existente-, la «Mulata de Tal» lo hace en representación del demonio indígena -Cashtoc-, al ocultarse en la personalidad, en la carne del sacristán, de un cristiano, y en Yumí -el de los tratos con los demonios indígenas, brujo indígena- va a ocultarse y hacerse carne de demonio cristiano. Ya es la confusión de los mitos y creencias.

Y los elementos que entran en la lucha, absolutamente sexual, la sexualidad suelta de los días de la Semana Santa, en climas en que esta fiesta religiosa corresponde a la entrada de la primavera - todas las orgías del polen y el pan y el vino cristianos, permitidas -, el puercoespín (siempre la espina, sólo que en el jabalí la espina es más noble), la araña de once mil patas (la creencia popularísima del Diablo de los Oncemil Cuernos, personaje de las loas que aun hoy se representan durante las fiestas de Concepción, en diciembre), la bacinica del bacinicario, el combate de la araña y el puercoespín, el hombre del gallo (dos veces viril, por hombre y por el gallo que lleva siempre con él), y el boticario, el hombre de la botica, la misteriosa tienda, el misterioso negocio de las bebidas para todo y los venenos.

Es y no es un sueño. Es y no es una pesadilla. Todos los elementos del sueño se dan en forma tan real, tan detallada, todos los elementos de la gran pesadilla se detallan con tanta meticulosidad, que se tornan más reales que la realidad misma,   —226→   en una extrarealidad mágica, dramática, terriblemente dramática, donde sólo se percibe, como efectivamente es, el choque de fuerzas ciegas, de destinos sin ojos, de seres que no se ven y se les siente batallar por su empeño de destruirse, con una especie de gozo, de gozo heroico, de aniquilación total.

El combate en la iglesia de Tierrapaulita, un Viernes Santo, bajo la advocación del Mal Ladrón, entre la araña ensotanada -la sotana como símbolo de las nuevas creencias- y el puercoespín -todo lo espinudo imagen del mal, del demonio terrígeno-indígena-, combate desgarrador y trágico (la constante desgarradura de la conciencia del hombre americano, del mestizo, entre las dos creencias, las dos religiones en que se informan, la tragedia de todo lo que le es adverso, representado aquí por la espina del puercoespín, y la sotana, creencia llegada de fuera), este combate desgarrador y trágico, decíamos, (confusión de diabolismos, lo macabro de ciertas ceremonias de la Edad Media, en Europa, y lo sanguinario de las ceremonias indígenas, desde los asaeteamientos a las víctimas, hasta los sacrificios en que se arrancaban los corazones para alimentar al sol), este combate desgarrador y trágico, repetimos, que desemboca (se da a entender, hay que deducirlo así), en el triunfo de Satán y sus legiones, sobre Cashtoc y los diablos indígenas (en las páginas siguientes ya Satán aparece actuando, cuenta el origen del tabaco, arrancado del Paraíso Terrenal, y va a una casa de seguros contra incendios, etc.), y este combate desemboca también en el sacrificio o inmolación de una víctima: la «Mulata de Tal», por no haberse mantenido a la altura en el combate diabólico que sostuvo con el diablo cristiano; ella representa al demonio indígena. Y no pudo sostenerse, implacable, porque ya corporalmente, humanamente podría decirse, tenía raíz terrestre, carnal, estaba ligada a Yumí, el ser en que el diablo católico había encarnado.

Confusión de sentimientos. El amor, sentimiento bastante confuso en el mestizo. Ella, defendiendo al demonio indígena, terrígeno, representándolo en el cuerpo del sacristán, no puede -por ligazón amorosa ancestral, anterior- luchar como debía haber luchado contra el diablo cristiano, encarnado en Yumí, el que había sido su hombre.

Esta lucha de la araña ensotanada y el puercoespín, resumen de más de un enigma, termina en la ceremonia en que Yumí y la «Mulata» van a unir sus destinos -en misa de muerto y esponsales-, no para la vida -ya ese destino estaba determinado anteriormente: Yumí, mientras viviera, pertenecía a su, mujer legítima-, sino para más allá de la vida, que es lo que la verdadera esposa de Yumí evita, presentándose, y por mano de una segundona robando el sexo a la Mulata.

La Mulata no sólo se queda sin sexo, sino es sometida al castigo de otras mutilaciones por parte de los brujos. Es la viuda amarilla, o Viuda del Maíz, y la viuda amarilla sólo puede ser aquella a quien se le muere el marido, el esposo, el hombre amarillo, es decir el maíz. A la que se le ha muerto el maíz, a la viuda amarilla, se le ha muerto todo, porque decir maíz es decir riqueza, bienestar, comida, lujo, sartales de piedras preciosas, trajes, fiestas, hijos, alegría, felicidad, gusto por las cosas de la tierra.

  —227→  

Pero volvamos a Satán, que ahora impera ya en Tierrapaulita, ciudad o lugar mítico de esta novela. En lo que toca al tabaco, planta que cuando Satán era Arcángel descubrió en el Paraíso Terrenal -y fue condenada a la destrucción, a salir del Paraíso, porque era la única planta inteligente, con inteligencia-, el Ángel de la Luz la lanza hacia un mundo verde en formación: América. Y allí la encuentra, cultivada por los indios. Para éstos es una planta sagrada, un «veneno sagrado», que sólo debe ser conocido de los sacerdotes y adivinos. Satán no acepta que aquella planta quede circunscrita a un grupo, pues debe propagarse entre los hombres. Dos concepciones: la indígena, el tabaco como planta sagrada, «veneno sagrado», «veneno mantenedor», y la de Satanás, (el conquistador, el blanco), el tabaco como planta de placer, sin preocuparse de su terrible toxicidad.

Ante el Agente de Seguros, el demonio cristiano desmadeja otras ideas. Todo su pensamiento, sin embargo, es confuso. Principia queriendo asegurar el infierno, habla de los dioses que deberían asegurarse para prever así la época en que dejan de tener creyentes y seguidores, y termina proponiendo que la Paz sea asegurada. Y en verdad, ¿qué pasaría si se asegurara la Paz? ¿Si las más fuertes compañías de la tierra aseguraran, por una cantidad fabulosa, la Paz? ¿No se desterraría la guerra?

«Las ideas del diablo...», como se dice popularmente. Del demonio cristiano, que siguiendo su política de aumento de la natalidad en lugares que los diablos indígenas, con sus huracanes y terremotos, habían dejado despoblados, sale por las noches a exigir de los humanos la propagación de la especie: que no duerman, que cubran a sus mujeres, que cumplan como maridos o amantes. A él no le importa. Lo que él exige son hijos, hijos y más hijos.

La propaganda del demonio -que ampliando el concepto implica todo lo que lleva un cambio, una novedad en la vida de poblaciones apartadas-, encontrará la oposición del cura, del párroco, del sacerdote católico, que no puede permitir que las costumbres se relajen, hablando en general, y en este caso, que no puede aceptar aquella infesta invitación al acto amoroso -incitación diabólica- para propagar la especie.

Dios dijo «creced y multiplicaos», pero no al son de la voz del diablo. Este es el criterio del cura, cuya oposición lo complicará en las más terribles luchas, batallar al que pondrá fin la desaparición de Tierrapaulita, sepultada, después de un fenómeno celeste de quemadura por lluvias de fuego blanco, que lo alcanza a él y le produce una enfermedad parecida a la que causa la quemadura por irradiación atómica. Tierrapaulita fue sepultada y quemada con «lava blanca», reminicencia, en la creencia popular, del castigo celeste a las ciudades pecaminosas.



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