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Museo de Historia Natural

Descripción y costumbres de los mamíferos, aves, reptiles, peces, insectos, etc....

M. Boitard



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ArribaAbajoTratado de las aves

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ArribaAbajoIntroducción

Después de haber estudiado aquella parte de la zoología que trata de los mamíferos, no solamente en lo que pertenece a la historia de dichos animales, costumbres e instintos, sino también en la parte puramente científica, como es su organización, nomenclatura y la división de familias, géneros, órdenes, etc., debemos pasar al estudio no menos interesante de las aves. Pero antes de exponer su historia debemos dar al lector ciertas nociones generales que nos eviten fastidiosas repeticiones. Ya hemos dicho en la primera parte que esta obra no tan solo va dirigida a los que se aplican al estudio de las ciencias naturales, sino también, y más especialmente, a la generalidad de los lectores, que solo apetece en esta clase de obras una lectura amena, instructiva y que no canse al entendimiento; así es que en cuanto podamos evitaremos la nomenclatura técnica, o la explicaremos para hacer asequible a todos su comprensión.

Volar y poner huevos: he ahí los caracteres que a los ojos del vulgo distinguen a las aves, sin embargo de no pertenecerles exclusivamente estos atributos; así hemos observado ya el vuelo en diferentes mamíferos, en especial en los murciélagos y la facultad de reproducirse por medio de huevos se encuentra en la mayor parte de los animales inferiores; y aun entre los insectos hay numerosas familias que son juntamente volátiles y ovíparas. ¿Cuál es pues el carácter exterior que pueda ser considerado como propiedad exclusiva de las aves? El tener la piel cubierta de plumas. La parte de la zoología que trata de las aves lleva el nombre de Ornitología.

La clasificación de las aves, al hacernos pasar sucesivamente en reseña todas las familias, nos suministrará ocasión para describir sus hábitos, los cuales están siempre en relación con su organización respectiva. Sin embargo, no son los gabinetes del Jardín de las Plantas los lugares más a propósito para estudiar dichos hábitos, siempre tan varios e interesantes; pues los animales que, recogidos de todos los puntos del globo, se han reunido en esas galerías; esos seres inmóviles y silenciosos que un tiempo amaron, cantaron, riñeron, gozaron y padecieron, y a quienes agitó la ira, y movieron los celos, el temor, el amor a la prole, etc., hállanse convertidos en heladas momias, que si bien son elocuentes para el sabio, son para el vulgo mudos e inertes: vedlos colocados con monótona uniformidad en su negro pedestal o sustentáculo, sin conservar de su pasada existencia más que las formas y los colores. Tampoco pueden estudiarse bien sus costumbres en la Colección de animales vivos; pues la estrechez de la jaula que hace casi inútiles las alas, el reducido horizonte que las rodea, la regularidad de su alimentación, que en estado libre está expuesta a mil vicisitudes propias para desarrollar su industria, todo contribuye a degradar al animal y a borrar el carácter más sobresaliente de su especie. El espíritu metódico que presidió en el arreglo de las galerías del Museo, la coordinación establecida entre la serie de los seres creados, en que cada uno lleva escrito al pie el nombre de la familia, género, y especie, honran ciertamente a los sabios que dedicaron sus vigilias a la historia del reino animal; pero la nomenclatura no es más que el alfabeto de la ciencia, y no debemos detenernos en él cuando tantísimo queda que leer en el gran libro de la naturaleza. En los campos, en los prados, a orillas de los ríos, en los desiertos y soledades, en medio de los bosques vírgenes del Nuevo Mundo, he ahí donde se presentan las más hermosas páginas de esta obra maravillosa.

Si como la paloma emigrante, pudiese el lector adelantar 25 leguas por hora, atravesara en dos días el Océano Atlántico, y siguiendo las huellas del ilustre AUDUBON, penetraría en los profundos bosques, en los inmensos lagos, en las interminables sabanas, y en las playas marítimas de la América Septentrional. Acaso se me preguntará: ¿quién fue Audubon? Fue el héroe de la ornitología, el pintor e historiador de las aves: jamás hubo vocación de naturalista más patente, ni mejor desempeñada que la suya, ni aun la del mismo Francisco Levaillant, de quien en breve trataremos. Entre todos los sabios que se han dedicado a la botánica, sólo Levaillant pudiera por su actividad compararse a Audubon. Amó las plantas, fue un explorador infatigable y un profesor elocuente, pero ignoraba el arte del dibujo; y este vacío en los medios de expresarse, que le hizo tributario de un lápiz extraño, emponzoñó los últimos instantes de su vida, dándole inquietud sobre el porvenir de su obra. Audubon fue un naturalista completo que se bastó a sí mismo; y siendo observador, iconógrafo y escritor, empleó su vida entera en el estudio de las formas y costumbres de las aves. Su pincel nos ha trasmitido las primeras con suma exactitud y fidelidad; y su pluma nos dejó de las segundas admirables descripciones. No hallamos en él al conde de Buffon, afeitado, peinado, empolvado, con sus chorreras de encajes y el espadín al cinto, sentado a su bufete, indignándose a sangre fría contra el tigre, y dirigiendo a la posteridad las siguientes armoniosas líneas:

«El instinto del tigre es una rabia permanente, un furor ciego, que nada conoce, nada distingue, y que a menudo le impele a devorar hasta a sus propios hijos, y a despedazar a la madre cuando intenta defenderlos... ¡Cómo no lleva al exceso esa sed de sangre, y no destruye desde su nacimiento la raza entera de los monstruos que produce...!» El agreste Audubon es muy distinto: es el hombre de las selvas, con larga y flotante cabellera, de facciones muy marcadas, de mirada ardiente y móvil, con su escopeta, su zurrón y cacerina, sacando dibujos, de pie y al aire libre, de sus queridas aves, cuyas rápidas evoluciones y caprichosas actitudes sorprende al vuelo. Fiel comensal de las mismas de quien se constituye historiador, estúdialas al caer la tarde; pasa la noche al pie del árbol que las cobija a fin de poder estudiarlas al amanecer, aguardando que bajo alguna hospitalaria choza pueda trazar su biografía, en un estilo que causaría envidia a Buffon. Como muestra, oigámosle referir las primeras impresiones de su infancia, que decidieron su vocación.

«Recibí la vida y la luz, dice, en el Nuevo Mundo; mis abuelos fueron franceses y protestantes. Antes de tener amigos, llamaron mi atención los objetos materiales de la naturaleza, y conmovieron mi corazón. Antes de conocer o de sentir las relaciones del hombre con sus semejantes, conocí y sentí las que existen entre este y los seres inanimados. Mostrábanme la flor, el árbol, el césped, y no solo me divertían como a los demás niños, sino que me encariñaba por estos objetos; no eran para mí juguetes, sino unos amiguitos. En medio de mi ignorancia suponíales una vida superior a la mía; de modo que mi respeto y amor hacia estos objetos insensibles datan de tan lejos que excede a mi memoria. Una singularidad muy curiosa, que no quiero pasar en silencio, influyó en todas mis ideas y sentimientos: empezaba apenas a balbucear las primeras palabras que enseñan a los chiquillos y que tanto conmueven al corazón de una madre, y apenas podían sostenerme los pies, y ya los varios matices de las plantas y el azul del cielo me penetraban de una infantil alegría; entonces empezaba a formarse mi intimidad con la naturaleza, a quien tanto he amado, y que ha pagado mi culto proporcionándome goces tan vivos; intimidad nunca debilitada ni interrumpida, y que solo terminará en el sepulcro.»

Al pasar de la primera a la segunda infancia, sintió Audubon desarrollarse en su alma la necesidad de entrar en íntimas relaciones con la naturaleza física, cuyo impulso se había ya manifestado desde la cuna. Cuando no podía hundirse en los bosques, o trepar por las peñas, o recorrer las riberas del mar, parecíale hallarse fuera de su elemento; y para encerrar el campo dentro de su casa poblábala de aves. Siendo su padre hombre dotado de una alma poética y religiosa, prestábase con complacencia a estas aficiones de su único hijo, subvenía a los gastos que ocasionaban, y le dirigía por sí mismo en el estudio de las aves, de sus emigraciones, amores, lenguaje y demás particularidades. A diez años, viendo Audubon, quien hubiera deseado apropiarse toda la naturaleza, que en las aves empajadas no podían conservarse ni el brillo de los colores, ni la belleza de las formas, probó de dibujarlas; pero sus primeros ensayos fueron desgraciados, y su lápiz produjo una infinidad de monstruos, que lo mismo se parecían a cuadrúpedos o pescados que a aves. No se desanimó por este primer contratiempo, y cuanto más malas eran las copias más admirables le parecían los originales. Mientras tanto, al trazar aquellos informes bosquejos estudió la ornitología comparada hasta en sus más minuciosos pormenores. Su padre, lejos de contrariar su afición a la pintura, le envió a París, donde aprendió los elementos del dibujo bajo la dirección del célebre David. Pronto empero se cansó de diseñar narices, ojos, bocas y orejas, etc., y regresó a sus bosques, donde prosiguió sus estudios favoritos con más ardor que antes.

Poco después de su llegada a América, fue esposo y padre, pero ante todo naturalista, a pesar de las representaciones de sus amigos. Su fortuna sufrió notable menoscabo; pero otro tanto se aumentó su entusiasmo ornitológico. Hacía tiempo que estaba pensando en la conquista de los antiguos bosques del Continente americano; y emprendió solo largos y peligrosos viajes; visitó en sus sitios más recónditos las playas del Atlántico, las riberas de los lagos y de los ríos; y al cabo de algunos años vio completarse poco a poco su colección de dibujos. Entonces por vez primera cruzaron por su alma ideas de gloria y de inmortalidad, y se estremeció de alegría al pensar en que el buril de un grabador europeo podría hacer imperecedero el fruto de tantos trabajos y fatigas. Pero esperábale una terrible prueba.

«Después de haber habitado, dice, durante algunos años en las riberas del Ohio, en Kentucki, partí para Filadelfia: mis dibujos, mi tesoro, mi esperanza, estaban esmeradamente embalados en una maleta, la cual cerré y confié a un pariente, no sin suplicarle que pusiese la mayor vigilancia en aquel depósito tan precioso para mí. Mi ausencia duró seis semanas: apenas estuve de vuelta, pregunté por mi maleta; me la trajeron, la abrí; pero júzguese cuál sería mi desesperación viendo que solo encerraba pedazos de papel desgarrados y casi reducidos a polvo, convertidos en lecho blando y cómodo donde reposaba una nidada entera de ratas del Norte. Un par de estos animales tuvo a bien roer la maleta y establecer dentro su familia. Véase lo que me quedaba de mi trabajo; unos dos mil habitantes del aire, dibujados y coloridos por mis manos habíanse inutilizado completamente. Pasó por mi cerebro un ardor semejante a una flecha de fuego, estremeciéronse todos mis nervios, y durante algunas semanas fui presa de intensa calentura; hasta que por último se despertaron mis fuerzas físicas y morales; volví a coger la escopeta, zurrón, álbum y lápices, y otra vez me sumergí en las selvas, como si nada me hubiese acontecido. Héteme empezando de nuevo todos mis dibujos, satisfecho viendo que salían más perfectos que los primeros; y aunque necesité tres años para resarcirme de la pérdida causada por los ratones, puedo decir que fueron para mítres años de felicidad.»

Pero a medida que la colección de Audabon se iba acrecentando, los vacíos que en ella se hallaban eran tanto más visibles, y sensibles para él, en cuanto iban siendo más raros; suplicio inevitable para el hombre que después de haber adelantado mucho camino a impulsos de una ambición, sólo puede andar con lentitud el resto que le separa de su objeto. Finalmente, haciendo el último y más generoso esfuerzo, recogió los restos de su fortuna, pasó diez y ocho meses en las soledades más remotas de las selvas americanas, y concluyó su obra. «Entonces, dice, fui a ver a mi familia, que vivía en la Luisiana, y llevando conmigo las aves del Nuevo Continente, me hice la vela para el antiguo Mundo.»

Necesitaba un grabador y suscriptores para abrir una senda a la publicación más temeraria que nunca haya inspirado la historia natural. Tratábase de grabar cuatrocientas láminas colosales, y dos mil copias de aves con colorido, todas retratadas en sus dimensiones naturales, desde el águila hasta el más diminuto gorrión; y cada uno colocado en su árbol predilecto, junto con su hembra y su parva, o persiguiendo la presa favorita, o picoteando el fruto más de su gusto, o por último en lucha con sus enemigos o rivales. A medida que Audubon se acercaba a Europa, no podía librarse de un temor profundo: si a su llegada no encontraba altos y poderosos protectores que lo sostuviesen en su designio, iba a hallar en la indigencia y el olvido el premio de sus heroicos trabajos. Ciertamente no se dirigió a Francia, pues sabía que una empresa simplemente científica, cuyo éxito requería por principal condición la perseverancia, presentaba muy pocas probabilidades en ese país, donde tantas cosas se empiezan y tan pocas se terminan; donde la Biblioteca real aún no tiene su catálogo; donde el Louvre, sentado en medio del fango, muestra a los admirados extranjeros las ruinas de un edificio que nunca ha existido. Así pues, dirigiose a la Gran Bretaña nuestro naturalista, y en ella Audubon, de origen francés y americano por adopción (doble motivo para la malquerencia británica), viose acogido con cordialidad y magnificencia por los hombres célebres en las ciencias, en el comercio y en la política, así de Inglaterra como de Escocia. No le faltaron estímulos morales y materiales; y así pudo empezar y llevar felizmente a cabo esa obra inmortal que nos representa el Nuevo Mundo con su vegetación, su atmósfera, y hasta con los propios matices del cielo y de las aguas. El texto es digno de las láminas; y uno y otras pueden verse hoy en la Biblioteca del Museo de Historia natural de París.




ArribaAbajoCirculación de la sangre en las aves

Si consideramos a las aves bajo el punto de vista de su estructura interna, nos presentan grande analogía con los mamíferos. En ambas clases el esqueleto se compone casi de unas mismas piezas, y solo presenta ligeras diferencias en la forma y disposición de los huesos. La circulación de la sangre es también en un todo semejante: así en los mamíferos como en las aves se ven como dos corazones; el izquierdo que envía a todos los órganos del cuerpo sangre roja, destinada a deponer en ellos nuevos materiales, y a desembarazarles de las moléculas viejas y gastadas, las cuales acarrean las venas hacia el corazón derecho. Este a su vez impele hacia los pulmones esta sangre negruzca y alterada por el ácido carbónico; en los pulmones se absorbe el oxígeno del aire atmosférico en el acto de la respiración, el cual sustituye al ácido carbónico, que exhala la superficie de los pulmones, volviendo a la sangre su color encarnado y sus propiedades vivificadoras. Desde los pulmones, pasa la sangre al corazón izquierdo para ser nuevamente empujada hacia los órganos que está destinada a nutrir. En una palabra, en las aves, lo mismo que en la clase precedente, la circulación es doble.




ArribaAbajoRespiración de las aves

Hay una función importante que distingue a las aves de los mamíferos, y esta es la respiración. En los mamíferos el árbol respiratorio divídese en dos ramas principales, llamadas bronquios, y cada una de las últimas ramificaciones de los bronquios termina en una vegiguilla que se llena y se vacía de aire a cada movimiento respiratorio del animal. Las láminas huecas de dicho árbol (células del pulmón) no se extienden más allá del pecho, y lo mismo que el corazón están separadas de la cavidad del abdomen por un tabique móvil que se hincha y se aplaca alternativamente, al que se ha dado el nombre de diafragma. En las aves este tabique móvil no existe, el árbol respiratorio ocupa el pecho y el abdomen. El lector habrá podido observar al trinchar un pollo en la mesa esa sustancia negruzca y esponjosa pegada a las costillas y a la coluna vertebral; dicha sustancia la forman celdillas pulmonares. Pero no se limitan aquí los órganos de la respiración en las aves, sino que hay dos ramas que sobrepasan del abdomen y del pecho, van a ramificarse y distribuirse en las innumerables sinuosidades del tejido celular, y abren al aire exterior un paso por entre los músculos, en el espesor de los huesos, y hasta en el interior de las plumas, en una palabra, en todas las partes del cuerpo.

De semejante disposición resulta que el aire, que en los mamíferos solo se halla en contacto con las últimas ramificaciones del árbol venoso en el pecho, en las aves invade la profundidad de los órganos, y en ellos va a bañar las últimas ramificaciones del árbol arterial, lo que constituye para el animal una respiración doble.

Esta respiración privilegiada era una necesidad para las aves en la vida aérea a que la naturaleza las ha destinado. Necesitaban una grande rapidez de movimiento para sostenerse en los aires, y el estudio de la fisiología nos enseña que la viveza del animal guarda estrecha relación con la cantidad de oxígeno que este respira. A más necesitaban una temperatura interior capaz de resistir al frío intenso de las altas regiones de la atmósfera, contra el cual su vestido de plumas no hubiera bastado a preservarlas; pero es sabido que la respiración es una de las principales fuentes del calor vital; así las aves tienen una temperatura de algunos grados superior a la del hombre. Sobre todo debían tener la facultad de disminuir su peso a su arbitrio, a fin de sustraerse más fácilmente a las leyes de la pesadez que atrae a todos los cuerpos hacia el centro de la tierra. Por lo mismo debe saberse que un cuerpo cualquiera sumergido en un fluido, como agua, aire, etc., pierde de peso una cantidad exactamente igual a lo que pesa el volumen de agua, o de aire, que el cuerpo desaloja; si el cuerpo pesase 100 libras, y por su volumen desalojase 40 libras de agua, entonces aquel sólo pesaría estando sumergido 60 libras. Esto lo experimenta cualquiera en el simple acto de sumergirse en un baño. Si el cuerpo es más ligero que el agua, teniendo el volumen de fluido desalojado mayor peso, esto hará que el cuerpo sobrenade: así es como un pedazo de corcho no puede permanecer en el fondo del agua. En el aire sucede lo mismo: si echamos al aire un globo lleno de gas hidrógeno, que es catorce veces más ligero que el aire que desaloja, observaremos que tiende a elevarse con una fuerza muy difícil de resistir, y apenas libre, se eleva a las alturas atmosféricas arrastrando el peso del globo, del esquife y del aeronauta, cada uno de los cuales es más pesado que el aire.

Véase precisamente lo que sucede en las aves: dilatado su cuerpo por todos los puntos por el aire que llena las celdillas respiratorias, pierde una gran parte de su peso. Este aligeramiento, sin embargo, no fuera suficiente a sostenerlas y trasportarlas en la atmósfera, siendo esta la ocasión de explicar el mecanismo del vuelo.




ArribaAbajoVuelo de las aves

Aunque el aire es un fluido poco denso y resistente, con facilidad se concibe que golpeándolo rápidamente con una superficie ancha y sólida, al paso que cederá a dicha superficie, le opondrá cierta resistencia; la cual será tanto mayor, cuanto el movimiento de la superficie haya sido más pronto. Ahora, imaginémonos una ave suspensa en medio de los aires, inmóvil y con las alas extendidas; si las baja rápidamente hacia el pecho, el aire que recibe el golpe de su superficie ancha y sólida cede a su impulso; pero como no puede desalojarse con bastante prontitud, porque es mayor que la suya la velocidad de las alas, les resistirá, y con esta resistencia les ofrecerá un verdadero punto de apoyo, por el cual el cuerpo del ave es impelido en sentido contrario.

Esta es la primera condición del vuelo. No hay necesidad de decir que si después de este primer esfuerzo, las alas permanecen inmóviles, vencida la gravitación momentáneamente, recobrará su predominio y el ave caerá al suelo, lo mismo que vemos en un animal cualquiera después que ha dado un salto.

Pero si después de bajar y recoger con rapidez las alas extendidas, y de arrimarlas vuelve el ave a separarlas con la misma velocidad, es evidente que el aire situado encima les ofrecerá la misma resistencia que el aire puesto debajo, y que un momento antes había desalojado. De esto resultará que el cuerpo volátil elevado en el primer instante por la resistencia del aire inferior, bajará igual espacio en el segundo por la resistencia del aire superior, y esta oscilación rápida en definitiva le hará permanecer a la misma altura. Esto hace, por ejemplo, el gavilán cuando se cierne inmóvil en los aires, antes de dispararse hacia su presa como el rayo.

¿Qué debe pues hacer el ave para trasladarse de un punto a otro en el espacio? La primera condición, como se ha visto, era la de empujar el aire situado debajo de las alas; la segunda consiste en hacer de manera que cuando estas se dispongan a recobrar su primera posición el aire superior les oponga la menor resistencia posible, por lo que el ave, después de haber dado su aletazo, repliega el ala a fin de disminuir su superficie; luego la levanta así replegada, en seguida la extiende y la baja de nuevo, acelerando los movimientos del ala a proporción de la rapidez que intenta dar a su vuelo.




ArribaAbajoOsteología de las aves

Vamos a dar algunos pormenores relativos a la estructura interior de las aves, y en especial a los admirables instrumentos que emplea para nadar en las diferentes capas del océano gaseoso, en cuyo fondo están condenados a permanecer la mayor parte de los mamíferos. En el gabinete de anatomía comparada del Museo, vese que el esqueleto de las aves es casi el mismo que en los mamíferos; solo que hallándose los huesos de las aves ahuecados por numerosas celdillas llenas de aire, son mucho más ligeros. La cabeza presenta dos mandíbulas muy prolongadas; la superior está unida a la frente de modo que conserva un poco de movilidad. La inferior, en que cada rama se compone de dos piezas, no se halla articulada con el cráneo por una eminencia, sino que está suspendida de un hueso móvil llamado hueso cuadrado, o hueso del tímpano, y forma parte del peñasco en la clase de los mamíferos. Las mandíbulas están cubiertas de una sustancia córnea, lo cual hace los bordes cortantes, en cuyo estado constituyen el pico. Estas láminas córneas hacen las veces de dientes, y hasta en algunos casos están erizadas de asperezas a modo de dientes, destinadas a retener la presa, pero no a mascar alimentos.

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Esqueleto del Águila Pigarga1.

La cabeza de las aves puede efectuar en su unión con la coluna vertebral un completo movimiento de rotación; porque en lugar de estar articulada con dicha coluna por medio de dos caras articulares laterales, como en los mamíferos, se articula mediante una sola eminencia o cóndilo semiesférico, la cual es recibida en una fosa o cavidad proporcionada de la primera vértebra cervical, y en ella gira con la mayor facilidad. Siendo por lo regular el pico el único órgano destinado a coger la presa, son las vértebras cervicales muy movibles unas sobre otras, y mucho más numerosas que en los mamíferos, lo cual permite al cuello doblarse en forma de S, alargarse y acortarse con rapidez, según las necesidades del ave. No sucede esto en las vértebras de la espalda, o dorsales, pues todas son inmóviles para que puedan prestar a las costillas y a las alas un sólido punto de apoyo. Cada costilla, en su parte media presenta una lámina complanada que sube hacia atrás, y va a apoyarse en la costilla posterior.

Para combinar la fuerza de las alas con la solidez del pecho, la naturaleza ha levantado la cara anterior del esternón en forma de cresta o de quilla en las aves. Dicha cresta longitudinal, o arista, suministra anchos puntos de adherencia a las fibras de los fuertes músculos destinados a mover las alas hacia abajo. Encima del esternón viene a colocarse la horquilla que forman las clavículas con su unión, en forma de V: estas se adhieren a los omóplatos, los cuales son estrechos, oblongos, y paralelos a la coluna vertebral. Finalmente, a estos huesos se añaden otros dos, uno de cada lado, que bajando por entre el omóplato y la clavícula, se apoyan en el esternón; con que son como unos pilares que consolidan más y más el arco que forman los dos primeros huesos.

En las aves los miembros superiores, no están destinados al tacto, a la prensión o a caminar, sino que son órganos de traslación y constituyen los admirables remos a que se ha dado el nombre de alas. Estas se componen de penas, o plumas recias y fijas por la base en el brazo, el antebrazo y la mano, la cual, en vez de dividirse en dedos que perjudicarían a la solidez del ala, solo presenta de estos unos rudimentos, y además se halla muy poco desenvuelta. Los huesos del brazo y antebrazo son semejantes a los del hombre; y cuanto este último es más largo, más vigoroso y potente es el vuelo. Tocante a la mano, la muñeca, o carpo, consta de dos huecesitos, situados el uno junto al otro; el metacarpo lo forman dos huesos unidos por ambos extremos; y al extremo del mismo metacarpo existe un huecesito que figura el pulgar. Los dedos son solamente dos, el uno externo muy pequeño, y el otro interno, compuesto de dos falanges y bastante largo.

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Esternón de las aves2.

Las extremidades o miembros inferiores de las aves los sirven de sostén cuando se hallan descansando o posadas; así en realidad pueden llamarse animales bípedos, y por lo mismo tienen el bacinete o pelvis ancho y fuertemente adherido a la coluna vertebral. Como el ave coge con el pico los objetos que se hallan en el suelo y pueden convenirle, y para ello su cuerpo se inclina hacia delante, y avanza mucho más que los pies; era necesario, para que pudiese conservar el equilibrio, que sus patas pudiesen doblarse bastante; que los dedos fuesen algo largos para adelantarse más allá del punto donde caería una línea vertical que pasase por el centro de gravedad: véase la razón porque el muslo tiene su flexión hacia delante, porque el tarso es oblicuo con respecto a la pierna, y los dedos son largos; todo a fin de establecer una base de sustentación bastante ancha. El hueso del muslo, o fémur, es corto; los dos de la pierna son más largos; la tibia es gruesa y fuerte, y el peroné tan delgado, que viene a formar como un estilete óseo. El tarso y metatarso están representados por un solo hueso, el cual termina inferiormente en tres poleas. El número de dedos nunca pasa de cuatro; regularmente el interno, o pulgar, se dirige hacia atrás, y los otros tres hacia delante; el número de las falanges de que consta cada dedo, por lo regular va aumentando desde el dedo interno hasta los más externos; esto es, si el pulgar que, como acabamos de decir, es el más interno, tiene dos falanges, el inmediato tiene tres, el siguiente cuatro y el más externo cinco. Alguna vez falta el pulgar o el dedo externo, conforme veremos en el avestruz, el cual no tiene en cada pie más que dos dedos.

El ave más a menudo se posa en los árboles que en el suelo, y fácilmente se ve la razón recordando las condiciones del vuelo, una de las cuales es que al dar el primer aletazo encuentre suficiente aire inferior que le resista e impela en sentido contrario. Por esto los pajaritos para tomar el vuelo desde el suelo empiezan por dar algunos saltos; y las grandes aves difícilmente toman el vuelo, como no sea desde un árbol o de una altura cualquiera, y aún sus primeros movimientos son pesados, no adquiriendo el vuelo toda su rapidez y agilidad hasta que el ave tiene debajo de sí una regular coluna de aire.

Posada el ave en una rama, la abarca con los dedos, y por un maravilloso mecanismo la estrecha con tanta mayor fuerza, cuanto más tiempo hace que en ella está parada. Consiste este fenómeno en que los músculos flexores de los dedos pasan por encima de las articulaciones de la rodilla y del talón; y cuando estas, fatigadas por el peso del cuerpo, se doblan, tiran de los tendones de dichos músculos, y por consecuencia aumenta la flexión de los dedos, y a proporción la fuerza con que estrechan la rama que sostiene al animal.

En las aves de largas piernas, o zancudas, que casi siempre posan en el suelo, la naturaleza les ha ahorrado la fatiga consecuente a una larga estación, pues en ellas el muslo no puede doblarse sobre la pierna. Cuando el miembro está extendido, la extremidad inferior del fémur, que presenta una cavidad, aplícase a una eminencia de la tibia; y no teniendo el animal necesidad de contraer los músculos, no sufre cansancio.

Cuando estudiaremos las familias, se verá que la estructura y conformación de las patas se halla en estrecha relación con las costumbres del ave: así, las que caminan, como por ejemplo el avestruz, tienen las piernas largas y robustas y los pies pequeños; las de rapiña, como el águila, las tienen cortas y vigorosas con uñas ganchosas y cortantes; las que viven a orillas de las aguas y sacan de ellas su alimento vadeándolas, tienen las piernas delgadas, y desmedidamente largas, de modo que parece andan sobre unos zancos.

Las aves que habitan en aguas profundas, tienen los pies palmeados, es decir, que entre los dedos se extiende una membrana, que sin impedirles los movimientos de aproximación y separación, constituyen verdaderas aletas. Finalmente, las aves que tienen necesidad de una posición vertical para poder trepar a los árboles, tienen el dedo externo que se dirige hacia atrás al lado del pulgar, de donde resulta que no tienen más que dos dedos dirigidos hacia delante. En este caso se hallan los loros.

Hablemos de los órganos del vuelo: las plumas de que se componen se llaman penas.

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Figura del ala.3

Las que pertenecen a las alas se llaman remeras, lo que significa remos. Las remeras que salen de la mano, es decir, del carpo, metacarpo y dedos, son diez, y se denominan remeras primarias; delante de estas nacen las remeras bastardas, las cuales están fijas en el hueso del pulgar, formando en el pliegue del ala una especie de apéndice suplementario; detrás de las primarias se hallan las remeras secundarias, cuyo número varía, y parten del hueso del antebrazo. Las penas que adhieren al húmero son menos recias, y llevan el nombre de escapulares.

Toda vez que las alas son unos verdaderos remos para las aves, necesitaban esos navegantes aéreos un timón para dar dirección a su navecilla, el cual lo forma la cola. Esta por lo regular consta de doce penas adheridas al coxis, que se llaman rectrices o timoneras; y extendiéndose o recogiéndose, levantándose, o bajándose, disminuyen o aumentan la oblicuidad del vuelo en cuanto a su dirección. Pero no son éstas solas las que determinan la dirección, pues cooperan a ello las remeras de las alas. Por último las plumas más suaves que cubren la base de las remeras y de las rectrices han recibido la denominación de tectrices o coberteras.

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Penas de la cola, o rectrices4.




ArribaAbajoEstructura de las plumas

En cuanto a la estructura anatómica de dichas penas, así como del resto del plumaje que viste el cuerpo del ave, acaso el lector se admire al decirle que es de la misma naturaleza que la de los cabellos. Ya se sabe que el cabello nace de una bolsita o bulbo llamado cápsula, residente en el espesor del dermis, y que se abre paso al exterior por un orificio estrecho; una pequeña yema cónica ocupa el fondo de la bolsita, y recibe un nervio, una arteria y una vena, y sobre dicha yema se amolda el cabello, primero en estado líquido, pero que luego se pone seco. También la pluma se forma en una cápsula; la que en lugar de presentar una bolsita de figura oval, se prolonga a modo de una vaina, que varias veces se ve sobresalir algunas pulgadas de la piel del animal. Cada pluma consta de un tubo o caño córneo que constituye su base; de un tallo o tronco, que se halla a continuación del tubo; y de barbas laterales, que también presentan otras barbillas en sus bordes. La yema de que nace la pluma es prolongada y forma el eje de esta; siendo en la superficie de dicho eje donde se amolda la sustancia de la pluma. Desécase en el tallo después de haber depositado en él una materia blanca, esponjosa y elástica; sécase igualmente en el tubo que se ha formado a continuación del mismo eje; y esta sustancia da origen a aquellas películas arrolladas y encajadas unas en otras que encontramos dentro del tubo cuando cortamos una pluma.

La nueva pluma, primero está encerrada en la cápsula, la que se destruye en su extremo desde que la punta de aquella se ha formado. Entonces esta se manifiesta, desenvuélvense sus barbas y se extienden por los lados quedando el extremo del tubo inserto en el dermis. Sin embargo, no se halla fijo con mucha solidez, supuesto que cada año cae, y aún acaso dos veces al año, en el otoño y la primavera. Esta época en las aves llámase de muda, y mientras dura permanece el animal triste y silencioso. Así pues, la librea de las aves cambia con las estaciones, y muchas de ellas en verano tienen el plumaje muy diferente del que presentan en invierno. Tampoco conservan en la edad adulta los colores que tuvieron cuando eran tiernas; las hembras además no ofrecen un plumaje tan bello como los machos, quienes a veces por la brillantez y hermosura de sus colores rivalizan con las más hermosas flores o los más relucientes minerales.

El aparato de la digestión presenta en las aves notables particularidades: carecen del velo del paladar que separa las fauces o faringe en los mamíferos. El esófago, hacia la mitad de su trayecto se dilata y ensancha formando el buche, que viene a ser como un primer estómago, pues en él se detienen por algún tiempo los alimentos y es muy capaz en las aves que se nutren de granos. En tiempo de la cría arrojan en la garganta de los pollos el alimento medio digerido, y proporcionado a las pocas fuerzas del estómago en tan tiernos animalitos.

Después del buche sigue el ventrículo succentoriado, que no es más que una dilatación del esófago, y tiene la superficie cubierta de una multitud de glándulas, o folículos, que segregan un humor abundante, verdadero jugo gástrico que penetra y empapa los alimentos. Este segundo ventrículo se abre por su parte inferior en otra cavidad llamada molleja, donde termina la transformación de las materias alimenticias en quimo. La molleja es el órgano más interesante de cuantos componen el aparato digestivo de las aves; tienen sus paredes considerable espesor y maravillosas fuerzas; tapízalas en su cara interna un epidermis cartilaginoso, y los alimentos son molidos por la acción de los fuertes músculos que lo rodean. A fin de cooperar a esa trituración, las aves se tragan piedrecitas, las cuales, puestas en movimiento por la fuerte acción de los músculos de la molleja, fácilmente trituran los granos que tragó el animal, haciendo el oficio de unos verdaderos dientes; y puede decirse sin exageración que el animal masca su alimento no con las mandíbulas, sino con la molleja. En cuanto al intestino, diremos que recibe del hígado la bilis, y del páncreas la saliva, lo mismo que en los mamíferos, y el quimo se forma del mismo modo.




ArribaAbajoSentidos de las aves

Vamos a ocuparnos de la vida de relación en las aves. Estas tienen el tacto muy poco desarrollado, y para convencernos de ello hasta que consideremos las plumas de que todo su cuerpo se halla cubierto. Tampoco es muy marcado en ellas el sentido del gusto; pues por lo regular tienen la lengua endurecida en la punta, de modo que puede decirse que tragan los alimentos sin gustarlos o saborearlos. No obstante, hay algunas aves cuya lengua es blanda y termina en papilas nerviosas, que deben comunicarles la facultad de distinguir los sabores. En cuanto al olfato, no cabe duda en que las aves lo tienen exquisito, especialmente aquellas que se mantienen de sustancias animales; como por ejemplo los buitres, a quienes se ve llegar de remotos lugares a quienes se ve llegar de remotos lugares a un campo de batalla pasadas algunas horas del combate. El órgano del oído es también menos complicado en las aves que en los mamíferos; carecen absolutamente de pabellón o concha de la oreja, consistiendo su oído externo en una simple abertura, no saliente, y cubierta de plumas particulares. El conducto auditivo es un simple tubo membranoso; la cadena de los huesecillos consiste en un solo hueso, el cual establece comunicación entre la membrana del tímpano y la ventana oval; por último, en el oído interno el caracol está muy poco desenvuelto.

Pero si los sentidos del tacto, olfato, gusto y oído son más o menos obtusos, por otra parte, el de la vista es mucho más perfecto y complicado que en los mamíferos. En primer lugar el globo del ojo es más voluminoso a proporción del tamaño de la cabeza; la retina, o membrana sensible, es más densa, y del fondo del ojo parte otra membrana negra y rugosa que se adelanta hacia el cristalino, a la cual llaman peine. Aunque la naturaleza de esta membrana no está aún bien determinada, algunos naturalistas la miran como una prolongación nerviosa destinada a dar mayor extensión a la facultad visual. El iris goza de muy extensas contracciones, lo que comunica una grande movilidad a la abertura de la pupila, que es siempre circular. La córnea transparente es muy convexa, y el cristalino complanado, especialmente en las aves de rapiña, que se elevan a considerables alturas. Además, tienen la facultad de poner más o menos convexos los medios transparentes destinados a refringir los rayos que se dirigen a la retina; vense también unas láminas óseas dispuestas circularmente y alojadas en el espesor de la córnea opaca, junto a su unión con la transparente, y sobre este círculo tiran cuando quiere el ave los músculos destinados a mover el globo del ojo. Esta tirantez distiende y pone más convexa la córnea transparente, y acaso también el cristalino y el cuerpo vítreo, de lo cual resulta una fuerza de refracción muy considerable. Resulta también que el ave, que es necesariamente présbita, supuesto que desde grande altura divisa objetos pequeños, se vuelve a su voluntad miope cuando al abalanzarse a su presa tiene necesidad de distinguirla bien a medida que a ella se aproxima. Finalmente, como complemento de esta maravillosa organización, la naturaleza ha provisto a las aves, a más de los dos párpados, de otro, situado en el ángulo interno del ojo, que puede cubrir la córnea a modo de una cortina y preservar la vista de una luz sobrado intensa.




ArribaAbajoCelebro

La masa celebral se halla menos desenvuelta en las aves que en los mamíferos. Los hemisferios del cerebro carecen de circunvoluciones, así como tampoco los une un cuerpo calloso; los tubérculos que dan origen a los nervios ópticos, son por su magnitud proporcionados a la extensión de las facultades visuales del ave, manifiéstanse prominentes hacia atrás y a fuera del cerebro; en vez de ser pequeños y de estar cubiertos por la masa cerebral, como en los animales de orden superior.

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Cerebro.5




ArribaAbajoCanto de las aves

La voz de las aves es, como la del hombre, un soplo vibrátil, pero su laringe es muy diferente. Recordemos la estructura del órgano vocal en la especie humana. Entre la cámara posterior de la boca y la tráquea existe una pequeña caja, indicada exteriormente en el cuello por la prominencia que llaman vulgarmente la manzana de Adán. Encima de esta caja se aplica, cuando tragamos el bolo alimenticio, una especie de cucharita, denominada epíglotis. La cavidad de dicha caja, que lleva el nombre de glotis, es poco espaciosa, por arriba comunica con la boca, y por la parte inferior con la tráquea arteria mediante dos pequeñas hendiduras longitudinales, dirigidas horizontalmente de atrás hacia delante. Los dos labios de la hendidura inferior se llaman cuerdas vocales, las cuales, ora tensas, ora flojas, producen los varios sonidos de la voz humana.

En las aves, la hendidura superior dista mucho de las cuerdas vocales; y dicha hendidura que llaman laringe superior, tiene sus labios inmóviles, y no los cubre epiglotis. En la parte inferior de la tráquea; arteria, en el punto donde va a bifurcarse para formar los bronquios, existe una especie de travesaño óseo, y encima una película o membrana en forma de semiluna: de cada lado, debajo de dicho travesaño óseo; es decir, en el origen de cada bronquio, hay una hendidura, cuyos labios son unas verdaderas cuerdas vocales. El primer anillo de los bronquios está separado por una membrana del último huesecillo que termina la tráquea; y en esta doble caja de tambor, llamada laringe inferior, es donde se forma la voz de las aves, en virtud del complicado juego de los numerosos músculos que distienden o aflojan las cuerdas vocales y las membranas de este admirable aparato. Fácil es comprender cómo el enorme volumen de aire contenido en todo el cuerpo del animal contribuye muchísimo a dar fuerza y extensión a la voz; de manera que el que llamó al ruiseñor una voz con plumas expresó poéticamente una realidad anatómica.

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Órgano de la respiración y de la voz en las aves.6

En resumen, la tráquea y la laringe en las aves forman un solo cuerpo, cuya extensión ocupa del todo la cavidad de la glotis; y en vez de un par de cuerdas vocales, se encuentran dos. En las aves cuyo canto es poco modulado, el tabique semilunar de que hemos hecho mención no existe, y en las que absolutamente carecen de canto faltan siempre los músculos de la laringe.




ArribaAbajoHuevos de ave

Para terminar estas consideraciones generales, falta que digamos algo de los huevos y de las precauciones de que son objeto. El huevo en los primeros tiempos de su formación solo consta de yema, a la cual envuelve una película membranosa, muy fácil de observar; en un punto de ese envoltorio hay una mancha blanca, en cuyo interior más tarde se desarrolla el pollito. No tarda en envolver a la yema una sustancia glutinosa, que constituye lo que llamamos la clara del huevo. Por último, al rededor de esta nueva sustancia se desenvuelve una membrana doble, cuya lámina externa se concreta poco a poco, volviéndose terrosa, y forma la cáscara. En este estado es cuando el ave lo pone.




ArribaAbajoNidos

Pero antes de efectuar la puesta la hembra, al parecer presiente la necesidad que tendrá de una almohada donde deponerla y que más tarde pueda servir de cuna, suave, caliente y sólida para el ser débil y desnudo que va a salir del huevo: en este trabajo se emplean de mancomún así el macho como la hembra. El arte admirable con que llevan a cabo esa obra maravillosa de arquitectura no lo han adquirido por enseñanza ni por tradición; supuesto que los pájaros jóvenes que por primera vez hacen su puesta, y que nunca vieron a sus padres, ejecutan el mismo trabajo que sus antepasados y construyen nidos absolutamente idénticos. Por lo mismo no debemos considerar esos admirables productos como el resultado de una previsión; sino solo de una especie de íntimo presentimiento, de que el animal no puede darse cuenta, pero que le impele a ejecutar los actos más conducentes a la propagación de la especie.

Las paredes de los nidos regularmente tienen por esqueleto, digámoslo así, pajas, o tronquitos flexibles, unidos y cubiertos con barro o arcilla. ¿Pero cómo ha podido el ave desleír esta arcilla? Con saliva: las glándulas sublinguales se convierten en asiento de una secreción extraordinaria, y suministran una gran cantidad de saliva viscosa que convierte la arcilla en un cimento perfecto. Una vez queda terminada la casa, falta entapizar su interior con materiales blandos; y el ave los halla en la lana y pelos de los mamíferos, en las barbillas de las plumas algodonosas: ¡cuántos viajes y fatigas le cuesta el reunir estos ligeros materiales! Algunas veces los padres a costa de su propia sustancia proporcionan una cama a su cría, para lo cual se arrancan el fino plumón que les cubre el pecho.

Luego de terminado el nido efectúase la puesta, y cuanto más pequeña es el ave, tanto mayor es el número de huevos que pone; la razón de esto creo superfluo decirla. El águila pone solamente dos huevos, y el reyezuelo veinte. Pero el huevo que antes de salir del cuerpo de la hembra tenía el calor que el cuerpo de esta le comunicaba, tiene necesidad de conservar una temperatura regular para que el embrión que contiene adquiera su desarrollo; y a llenar esta necesidad se dirige el laborioso período llamado de incubación; función que desempeña la hembra con una constancia incansable, y tal que alguna vez llega a alterar su salud. En ciertas especies el macho comparte esta tarea con la hembra; pero en otras va en busca de alimento, mientras ella permanece constantemente empollando los huevos; algunos machos cantan para distraer a su compañera cuando desempeña esta interesante función. Sucede, no obstante, en la zona tórrida, donde el ardor del sol basta para favorecer el desarrollo del pollito dentro del huevo, que la hembra se contenta con excavar en la arena un hueco redondeado, y en él pone sus huevos; pero este es un caso puramente excepcional.

El tiempo de la incubación varía según las especies: en la gallina es de veinte y un días; en el cisne de cuarenta y cinco; en el pato de veinte y cinco; en el canario de diez y ocho; en el pájaro mosca de doce, etc. Llegado el instante de abrirse el huevo, el pollito rompe la cáscara y sale a la luz. No le hubiera sido posible romper las paredes de su encierro, a no haberle provisto la naturaleza de una punta córnea en la extremidad del pico, la cual le sirve como de martillo, y cae al cabo de algunos días de nacido.

Así que los pollitos han salido del huevo, a la penosa quietud de la incubación sucede la actividad de la madre para alimentarlos: macho y hembra van a buscar el pasto para la familia; y por medio de cierta regurgitación introducen en el pico de los pequeñuelos las sustancias alimenticias, después de haberlas conservado durante algún tiempo en el buche, donde adquieren animalización. Después se ocupan en su educación con una inquieta vigilancia y un esmero tal, que no puede contemplarse sin enternecimiento. La madre dirige los primeros pasos de los hijos, les llama cuando ha encontrado presa, les anima y adiestra en el vuelo, y cuando se les acerca un enemigo los defiende con intrepidez, cualquiera que sea en otras circunstancias su natural timidez o debilidad.




ArribaAbajoViajes de las aves

Cuando tratemos de las numerosas familias de la clase de aves, manifestaremos las costumbres propias de cada una de ellas; pero de todos sus instintos, el más curioso tal vez es aquel que impele a diferentes especies a emprender viajes en ciertas estaciones del año. Las emigraciones de las aves constituyen la parte más incomprensible de su historia. Unas, que viven de insectos, abandonan la Francia en otoño para ir a buscarlos en latitudes más meridionales, y regresan por el mes de abril. Otras necesitan una primavera perpetua; llegan a Francia a fines del invierno; y luego después de mayo vuelven a partir hacia el norte, donde permanecen mientras dura nuestro verano, vuelven otra vez a Francia en otoño, y al asomar los primeros fríos salen hacia las regiones meridionales: con esto emprenden cada año cuatro emigraciones. Otras apetecen constantemente un estío semejante al de Francia: abandonan la zona tórrida a fines de la primavera, pasan en Francia los tres meses más cálidos, y salen de este país en otoño. Por último, las hay que necesitan un frío moderado; y en otoño abandonan las regiones glaciales, y vienen a pasar el invierno en nuestras comarcas, volviendo a las septentrionales al llegar la primavera, para efectuar en ellas la puesta.

No siempre el objeto de esas emigraciones es hallar con más facilidad los medios de subsistencia; muchas veces es el huir del calor o del frío, o buscar una temperatura propia para hacer su puesta, o para pasar bajo las mejores circunstancias el tiempo crítico de la muda. Lo más raro en esas emigraciones es que se emprenden antes de llegar el tiempo de escasear las subsistencias, o de que el rigor de la estación las haya hecho necesarias. ¡No es ciertamente una tradición que pase de padres a hijos; supuesto que algunos tiernos pajaritos sacados del nido antes de nacer, y nacidos en jaulas sin que jamás vieran a sus padres, sienten la necesidad de viajar cuando llega cierta época: así vemos al ruiseñor emigrar sin salir de la jaula, la cual recorre mil veces de uno a otro extremo con una especie de agitación febril. Esto hizo decir a Cuvier que los animales tienen en el celebro imágenes innatas y constantes que les obligan a obrar como hacen comúnmente las sensaciones ordinarias y accidentales: «Son, dice este naturalista, una especie de sueño o visión, que de continuo les sigue, y en cuanto tiene relación con el instinto pueden considerarse como especies de sonámbulos.» Ahora es fácil comprender la exactitud de la voz instinto, que literalmente si significa aguijón interno.




ArribaAbajoClasificación de las aves

En distintos tiempos han tratado los zoologistas de establecer una clasificación de las aves; pero las innumerables especies (conócense ya 5000) ha hecho tanto más difícil esta tarea, en cuanto la organización de estos animales ofrece la mayor uniformidad. Existiendo estrecha relación entre la conformación del pico y de las patas, y su régimen alimenticio, resulta que los caracteres de más valor sacados de los órganos internos, hállanse representados al exterior en cierto modo por la estructura de los órganos que el ave emplea para coger los alimentos. Seguiremos el método de Cuvier, por considerarse el menos imperfecto de cuantos hasta el día se han publicado.

Cuvier divide la clase de las aves en seis órdenes; de los cuales cinco tienen no más que un dedo posterior (el pulgar que alguna vez falta), y el sexto presenta el dedo externo vuelto hacia atrás lo mismo que el pulgar; resultando tener dos dedos anteriores y dos posteriores. Esta disposición permite al animal trepar con facilidad a los árboles, cuya circunstancia les ha valido el nombre de aves trepadoras: tales son el loro, el pico-verde, el cuclillo, etc.

El primero de los seis órdenes comprendo las aves que tienen el pico y los dedos corvos, muy recios, propios para despedazar la carne de los animales de que se alimenten; y abraza las aves de rapiña, o rapaces; tales como el águila, el buitre, el búho, etc.

El orden de las gallináceas está caracterizado por un pico mediano, prominente en su parte superior, y propio tan solo para coger granos o lombrices; el aire de las aves que componen este orden en general es pesado, y las alas cortas: así se ve, por ejemplo, en el gallo, la perdiz, el faisán, etc.

El orden que sigue después de las gallináceas compónese de aquellas aves que tienen los tarsos altos, las piernas desprovistas de plumas en su parte inferior, y la figura prolongada; tales son el Ibis, la cigüeña, la garza real, etc.

En los cuatro órdenes que acabamos de mencionar, los dedos son sueltos y libres; esto es, más o menos separados entre sí; el orden que sigue al de las zancudas, tiene las patas de mediana longitud, y terminan en una ancha aleta, formada por la mutua reunión de los dedos anteriores entre sí por medio de una membrana flexible. Estos pies, que por su conformación se llaman palmeados, son a propósito para nadar, y han valido a las aves así conformadas el nombre de palmípedas; sirvan de ejemplo el cisne y el pato, etc.

Finalmente, tenemos el orden de los páseres, cuyo sitio natural es entre las rapaces y las trepadoras; pero que citamos el último por cuanto solo ofrece caracteres negativos. En efecto, los páseres no tienen los dedos corvos y fuertes como las rapaces, ni dos dedos posteriores como las trepadoras, ni el pico, vuelo y aire de las gallináceas, ni las piernas delgadas y largas de las zancudas, ni finalmente los pies palmeados como las palmípedas. Es el orden que contiene mayor número de especies, y pertenecen a él, por ejemplo, el cuervo, la urraca, el mirlo y todos los pájaros de pequeñas dimensiones.

A más de lo dicho, pueden subdividirse las aves en terrestres y acuáticas, en aves domésticas, aves de paso, silvestres, ribereñas, nocturnas, etc., etc.

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INDIA Y ÁFRICA.

El pequeño Paraíso esmeralda y el Turaco paulino.




ArribaAbajoOrden de las rapaces

Empecemos por las rapaces, que Linneo llamó accipitres: su papel entre las aves es el mismo que el de los carniceros entre los mamíferos. Examínese el águila, que para nosotros constituye el tipo de su orden: su fisonomía ya indica ferocidad, y en su organización todo nos descubre un poder destructor que fácilmente debe vencer a los animales destinados a servirle de pasto. El pico es corto, la mandíbula superior encorvada en su extremo y terminada en punta aguda, sobresaliendo de la inferior; la base del pico se halla envuelta por una membrana, en la que se abren las ventanas de la nariz; las uñas son corvas, aceradas y retráctiles, semejantes a las que hemos hallado en el género gatos entre los mamíferos; es decir, que pueden doblarse hacia dentro, y coger con gran fuerza una presa, por lo que se han llamado garras; las uñas más fuertes son las del pulgar y del dedo interno; los muslos y piernas son gruesos y robustos, las alas largas, las remeras recias y firmes, y el esternón muy desenvuelto, a fin de ofrecer un punto de inserción a los músculos destinados a mover las alas.

Como estas aves solo viven de presa animal no tienen necesidad de un aparato digestivo muy desenvuelto; pues la asimilación de estas sustancias se efectúa con facilidad. He aquí por qué las aves de rapiña, lo mismo que los mamíferos carnívoros, están dotadas de un estómago simplemente membranoso, y de intestinos de poca extensión.

La mayor parte de los naturalistas, atendiendo a los hábitos y organización, han dividido este orden en dos familias naturales; a saber, en diurnas y nocturnas. El águila pertenece a las primeras; sus ojos miran lateralmente; su dedo externo se dirige hacia adelante, y una membrana lo une por la base al dedo medio; las diurnas son así llamadas porque persiguen la caza durante el día sin que les incomode la luz del sol. El búho es un rapaz nocturno, porque no ve bien sino con el crepúsculo, o la luz de la luna; sus ojos miran hacia el frente, su cabeza es gruesa y el cuello muy corto; tiene el dedo externo enteramente libre, y a su arbitrio puede llevarlo a delante o atrás; lo que a veces pudiera hacer tomar al búho por una ave trepadora, si los caracteres que prestan sus uñas y pico no excluyesen toda comparación.


ArribaAbajoFamilia de las rapaces diurnas

La tribu de las rapaces diurnas, se ha subdividido todavía en otras tribus secundarias: empezaremos por tratar de la de los buitres.


ArribaAbajoTribu de los Buitres

Al establecer un cotejo entre la fisonomía bajamente feroz del buitre y el aire fiero al par que belicoso del águila, desde luego deja de admirarnos que esta se alimente de presa viva, mientras aquel se ceba en los cadáveres.

Los buitres se distinguen fácilmente por su cabeza pequeña y desnuda de plumas; por su cuello largo y también implume en su parte superior, mientras que en la inferior ostenta una golilla o collar de plumón o de plumas; sus ojos no son hundidos; tiene los tarsos revestidos de escamitas; su aire carece de nobleza, y sus largas alas, que se ven obligados a llevar medio extendidas cuando andan por el suelo, les comunican un aspecto zurdo y pesado. Aunque su vuelo carece de rapidez, elévanse a una altura prodigiosa. Cuando se hallan en esas altísimas regiones del aire llegamos a no divisarlos; al paso que ellos con su vista sumamente perspicaz y apta para abrazar una vasta extensión de terreno, ven perfectamente todos los objetos del suelo; así es que apenas muere algún animal que descienden hacia él dando vueltas por el aire. Nunca acude uno solo allí donde hay botín; sino que van a bandadas numerosas, y se les ve despedazar las carnes de los animales muertos, no con las garras, que tienen poco fuertes, sino con el pico largo y encorvado únicamente en su extremo. Sácianse con una repugnante voracidad, y luego forma su buche una prominencia desagradable; de sus narices filtra un humor fétido, y el trabajo de la digestión les comunica además un aspecto pesado y estúpido.

BUITRES

El género de los buitres propiamente dichos consta de especies habitantes todas en el antiguo continente, y sus caracteres son como siguen: pico en su base cubierto de una membrana lisa; recto, fuerte y grueso; algo deprimido lateralmente, convexo en su cara superior, con bordes rectos y corvo en el extremo de la mandíbula superior: la inferior es más corta y obtusa en el extremo. Los orificios de la nariz son arqueados, y en dirección transversa. La boca es muy grande y hendida hasta los ojos. La cabeza y el cuello están desprovistos de plumas, y solamente se nota en estas partes un plumón muy fino. Guarnece la parte inferior del cuello un collar o golilla de plumas. Tienen el buche muy prominente, la primera remera más corta que la sexta y la tercera y cuarta son las más largas.

EL BUITRE LEONADO (Vultur fulvus, LIN.). Este buitre se halla representado en la lámina: siempre errante y con una hambre insaciable, gústale llenar el buche con carne corrompida; sin embargo, es tan cobarde que a menudo se ve obligado a cederla a los cuervos. Cuando duerme y en el acto de la digestión mantiene el cuello encogido y la cabeza entreoculta en medio de las plumas del collar. En volumen iguala o aventaja al cisne, siendo su longitud total 5 pies y 6 pulgadas. El plumaje, cuando el animal es viejo, es superiormente de un bello ceniciento azulado e inferiormente casi blanco; las alas y la cola, negras; el cuello poblado de un plumón raro de color pardo; la golilla o collar es blanco puro; el pico pardo azulado y en el extremo negruzco; el iris de un hermoso anaranjado, los pies también negruzcos, el cuerpo entreverado de gris y leonado en los individuos adultos, y leonado en los jóvenes. Vive este animal en los altos montes de todo el antiguo Continente: sus huevos son de un blanco parduzco, con algunas manchas blanco-rojizas.

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Buitre leonado.

El BUITRE PARDO (Vultur cinereus, LIN.). Es de color pardo-negruzco; su collar, en vez de estar dispuesto circularmente, asciende hacia la nuca, en cuyo punto se ve un moño de plumas; los pies, así como la membrana de la base del pico, son de color violáceo azulado: es más voluminoso y menos cobarde que el buitre leonado, puesto que algunas veces ataca a los animales vivos.

El BUITRE AURICULAR (Vultur auricularis, DAUDIN.). Vive con especialidad en la zona tórrida. Difiere de los antecedentes en una cresta carnosa, que arrancando desde cada oreja, se prolonga en línea recta por el cuello. Tiene la cabeza y la mitad del cuello implumes; el color rojo claro en las partes inferiores, violáceo hacia el pico, y blanco cerca de las orejas. La envergadura (o el espacio que media entre las puntas de las alas extendidas) alcanza a más de 10 pies. Habita en las concavidades de los montes más altos del África austral. Esta ave, lo mismo que los demás buitres, construye su nido en las peñas inaccesibles: compónese de un extenso espacio, defendido exteriormente por un declive hecho con astillas y cimento; y en su interior está guarnecido de paja y heno. Por lo regular no ponen más que dos huevos los buitres, y los hijos se alimentan de la carne corrompida que los padres desembuchan, no dentro del pico de los polluelos, como las palomas, sino poniéndosela delante a su alcance.

SARCORANFOS

Los sarcoranfos pertenecen igualmente a la tribu de los buitres; el cóndor nos presenta sus caracteres distintivos, que son los siguientes: una carúncula carnosa encima de la base del pico; los orificios de las narices ovales y en dirección longitudinal; la tercera remera muy larga; las uñas casi obtusas y la posterior más corta.

CÓNDOR, O GRAN BUITRE DE LOS ANDES (Vultur gryphus, LIN.). Su envergadura es de 9 a 12 pies, y no de 18 pies, como se dijo en las exageradas relaciones de algunos viajeros. Este animal es negruzco; con una gran porción del ala de color ceniciento; su collar es sedoso y blanco. El macho, a más de la cresta carnosa, que es gruesa y sin dentellones, está provisto de una barbilla lo mismo que el gallo; la hembra carece de una y otra, y es enteramente de un matiz pardo-oscuro; tiene el cóndor los tarsos granujientos y azulados. Su morada especial es en las cordilleras de los Andes, en la América meridional. Es de todas las aves la que tiene más poderoso el vuelo: desde las enriscadas cumbres de esos montes, situados bajo el ecuador y a 15000 pies de elevación sobre el nivel del mar, desciende a los valles y llanuras, y hasta a las rocas donde se estrellan las olas del Océano Pacífico; en seguida se remonta otra vez por encima de la inmensa cordillera a una altura que se eleva a más de 4000 pies de las orillas que acaba de abandonar. De este modo se libra de las vicisitudes de temperatura que fueran mortales para el hombre más robusto, y este tránsito desde la zona tórrida a la zona glacial, que esta ave efectúa en pocos minutos, ninguna influencia ejerce en su salud. Pasa la noche en la cavidad de algún peñasco y cuando los primeros rayos del sol reflejan en las nieves perpetuas que lo rodean; endereza el cuello, sacude la cabeza, inclínase en el borde del peñasco, agita las alas y emprende el vuelo. En el primer arranque nada tiene este de vigoroso, y describe una curva descendente, cual si las leyes de la pesadez fuesen más poderosas que los esfuerzos del ave; pero muy pronto esta se levanta sostenida por sus alas redondeadas y sus recias remeras casi sin necesidad de dar ningún batimiento, pues para tomar cualquiera dirección bástanle algunas oscilaciones apenas perceptibles.

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Cóndor.

Imposible parece que una ave dotada de tan fuerte organización sea tan cobarde como las demás especies de buitres; y uno se siente inclinado a dar por auténticas las relaciones de los viajeros que lo representan como siendo el terror de las montañas del Perú; aunque no hay duda que tales viajeros se han dejado llevar más de su imaginación que de la realidad de los hechos. Así es que, no satisfechos con exagerar las dimensiones de las alas del cóndor, han dicho que ataca a los carneros y a las llamas, y que los arrebata al aire cogidos entre las garras; pretendiendo además que se arrojaba encima del hombre, y que reunidos algunos de dichos animales daban muerte a un buey. Humbold, y en especial D'Orbigni, que publica la relación de su viaje a la América meridional, han reducido a su justo valor tan estupendas hipérboles. El cóndor sólo se alimenta de animales muertos o moribundos, y un simple pastor con un palo le hace huir. Cuando una oveja o una vaca se apartan del rebaño para dar a luz un hijo, advertido el cóndor por un horrible instinto de que pronto un ser débil e indefenso le proporcionará agradable presa, va a posarse en una peña cercana, desde donde vigila con atención a la pobre madre que siente ya los dolores del parto; y cuando el ave conoce que va a llegar el fatal instante, emprende el vuelo, cerniéndose circularmente por encima del sitio donde ha de hallar la víctima; y apenas sale esta al mundo, que el cóndor se derriba sobre ella y le abre las entrañas con las garras, sin hacer caso de los gritos desesperados de la pobre madre, a la cual por otra parte no causa lesión alguna.

El cóndor no construye nido; pues depone meramente sus dos huevos en el hueco de una peña; los párvulos dentro de seis semanas se hallan ya en disposición de tomar el vuelo; y después de haber pasado algunos meses con los padres, que los adiestran, los abandonan para proveer por sí solos a sus necesidades.

El IRUBI (Vultur papa, LIN.). Pertenece también al género sarcoranfo: es del tamaño de una oca; está coronado de una cresta dentellada como la del gallo, y adornada de vivos colores, lo mismo que las barbillas carnosas del cuello. Habita en la América meridional, y se mantiene en los llanos o en los collados poblados de bosque inmediatos a los pantanos. Aliméntase de animales muertos, y aprovecha los residuos de alguna presa abandonados por el jaguar o el tigre. Lo mismo que el cóndor, acecha el momento en que se retiran a parir los mamíferos herbívoros, para echarse encima del recién nacido. La cobardía de estos animales es sin duda efecto de ser sus garras obtusas e impropias para ofender. Dase al Irubi el epíteto de rey de los buitres, por la cresta que corona su cabeza, y por la especie de tiranía que ejerce en los demás buitres más débiles, a quienes echa lejos del cadáver que empezaron a devorar.

PERCNÓPTEROS

El género percnóptera contiene buitres que no tienen implume más que la cabeza: su pico es delgado; las narices ovales y longitudinales; su tamaño no pasa de mediano, y su fuerza es mucho menor que en los buitres propiamente tales; así es que no se alimentan más que de carnes corrompidas e inmundicias. Son notables las dos especies siguientes:

El PERCNÓPTERO DE LOS ANTIGUOS. Debe notarse que el nombre de percnóptero significa: alas manchadas de negro; y efectivamente en el macho el color negro de las primeras remeras contrasta con el blanco del resto del plumaje. Esta ave es muy común en Grecia, Egipto y Arabia: los Egipcios le dan el nombre de gallina de Faraón, y lo respetan por que les libra de las inmundicias. Siguen a las caravanas en el desierto para aprovechar sus desperdicios.

El URUBÚ (Vultur jota, CH. BONAPARTE). Es la segunda especie de percnóptero: lo mismo que el antecedente es del tamaño de un cuervo; es enteramente de un negro muy vivo y lustroso; su cabeza del todo implume; se halla muy extendido en el Perú, la Guyana, el Brasil y demás partes cálidas o templadas de la América. Nútrese también de inmundicias; y su afán en retirarse cuando llega a su mismo pasto el Irubi es lo que principalmente ha valido a este último el nombre de rey de los buitres.




ArribaAbajoTribu de los Grifos

Vamos a hablar de un ave que por sí sola constituye la segunda tribu de las rapaces diurnas: tal es el GRIFO o GIPAETO. (Vultur barbatus, LIN.). Es el ave rapaz de mayor tamaño de las del antiguo Continente: difiere muy poco de los buitres; pero tiene la cabeza y el cuello cubiertos de plumas, y el pico muy robusto, recto, y en la punta ganchoso y prominente; sus narices están cubiertas por unas cerdas recias que se dirigen hacia delante, iguales a las que forman un pincel que lleva debajo del pico. Así como en general tienen los buitres tarsos escamosos, el grifo los tiene cubiertos de plumas hasta los dedos. La longitud excesiva de las alas le obliga a replegarlas con lentitud; y de sus remeras la tercera es la más larga de todas. El color del manto es negruzco, con una lista blanca en el medio de cada pluma; el cuello y demás partes inferiores del cuerpo son de un leonado claro y lustroso, con una faja negra que circuye la cabeza. Habita esta ave en las cumbres de todas las altas cordilleras de montañas; y aunque dista de tener las dimensiones del cóndor, no obstante es mucho más temible, pues ataca a los animales vivos, y es tan diestro que casi nunca yerra el golpe. Su táctica es como sigue: cuando los corderos, cabras, gamos o vacas se han adelantado paciendo la yerba hasta el borde de una peña escarpada, el grifo se arroja a ellos y les obliga a caer en el precipicio, y luego que se han descoyuntado o muerto en la caída los devora en el mismo sitio. En Alemania llaman al grifo Lentmer geyer; es decir, comedor de corderos. También se ha supuesto que ataca a los hombres dormidos, que arrebata animales de gran corpulencia, y que hasta se ha llevado niños alguna vez; pero no hay más que mirarle las garras poco ganchosas y nada aptas para coger, y se dará el valor que se merecen a tales exageraciones. Por lo demás, si bien el grifo desdeña la carne muerta, no deja de comerla cuando nada mejor encuentra.

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EL GRIFO.




ArribaAbajoTribu de los Falconios

Pasemos a tratar de la tribu de los falconios, la más numerosa en especies, y que contiene aves de dimensiones muy diversas desde el águila hasta el esmerejón. Todas tienen pico fuerte, ganchoso y corvo casi siempre desde su raíz, y las garras corvas y agudas; pero el carácter más notable de los falconios son los arcos ciliares muy prominentes, lo cual hace parecer a los ojos hundidos en las órbitas. Los falconios tienen la vista sumamente perspicaz, los movimientos vivos y el vuelo rapidísimo. Casi todos son cazadores y juntan la fuerza al arrojo: necesitan una presa viva, y solo muy hostigados del hambre llegan a devorar carnes muertas. Cogen la presa con las garras, y algunos hasta se la llevan arrebatada por los espacios. Según veremos luego, una misma especie a veces viste diversas libreas, según cual sea la edad del individuo; y esta variación, proveniente de la muda anual de las aves, y que dura basta el tercero o cuarto año, ha sido causa de haber los naturalistas multiplicado las especies y caído en varios errores. No solamente hay individuos de una misma especie que se diferencian por la librea, sino hasta por el tamaño; así la hembra es como un tercio mayor que el macho.

Esta tribu se halla dividida en dos secciones, cuyo título, aunque absurdo, han conservado los naturalistas: la primera se llama de rapaces nobles, y la segunda de rapaces innobles. Componen la primera los que la antigua nobleza adiestraba a la caza, y que vencidos por las privaciones que se les imponían con el objeto de domesticarlos, ponían al servicio del amo su fuerza, astucia y arrojo; eran estos el halcón, el aguilucho, el esmerejón y el gerifalte.

La segunda sección comprende aquellas aves de rapiña, a las que ni las privaciones, ni la abundancia, ni el rigor, ni los halagos podían domar enteramente, y que en su mayor parte antes que obedecer hubiéranse dejado morir de hambre. El águila se halla al frente de esa raza altiva, obstinada en usar por cuenta propia las belicosas facultades de que dotó la naturaleza; y a esas aves, sin embargo, se las llama innobles.

HALCONES NOBLES

Empezaremos por los falconios llamados nobles; y al compararlos con las demás rapaces, no es posible desconocer que la naturaleza les ha favorecido con preferencia en cuanto a armas ofensivas y a los órganos del movimiento. Su mandíbula superior empieza a encorvarse desde la raíz, y a cada lado de la punta tiene un diente puntiagudo que se adapta a una correspondiente escotadura de la mandíbula inferior; las alas son largas y puntiagudas; las dos primeras remeras, y en especial la segunda, sobrepasan de mucho a las demás, de cuya disposición resulta un vuelo oblicuo, pero muy vigoroso. En esta sección solo tenemos que estudiar dos géneros; pero antes de ocuparnos en la descripción de las especies que contienen, no será intempestivo dar una idea sucintamente de la caza con halcón o cetrería.

Reducir un animal silvestre a abdicar su propia voluntad, a desconfiar de sus recursos; hacer que vea en el hombre el árbitro de su reposo y de su bienestar; en una palabra, sujetarlo por medio del temor y moverle por la esperanza: he ahí el objeto que el halconero se propone; principios en que igualmente está fundado el arte de reducir los mamíferos domesticables. Para adiestrar al halcón lo primero es obligarle a permanecer en un mismo sitio inmóvil y privado de la luz por espacio de tres días, en cuyo tiempo el halconero lo lleva en el puño continuamente, con las piernas metidas en unos grillos hechos de correas, que terminan en unas campanillas o cascabeles. En tal estado se le impide entregarse al sueño, y si se rebela se le mete la cabeza en agua. Al suplicio de la inmovilidad, de las tinieblas y de la vigilia, se le añade el del hambre; y así vencida el ave por la inanición y el cansancio, se deja encasquetar el capillo. Cuando, después de haberle quitado el capillo, coge la comida que le presentan de cuando en cuando, y en seguida se deja encapillar otra vez con docilidad, entonces créese que ha renunciado a la libertad y que reconoce por dueño al que le concede el alimento y le permite el sueño. A fin de hacer al ave más dependiente todavía, se le aumentan sus necesidades; para lo cual se aguija artificialmente su apetito dándole a comer pelotillas de estopa atadas a un hilo, haciéndoselas tragar y sacándolas en seguida tirando del hilo. Esta operación llamada curalle causa un hambre voraz, la cual se satisface, y la satisfacción que al animal le resulta le adhiere al mismo que le ha atormentado.

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Capacete.

Cuando esta primera lección (que alguna vez es necesario repetir) ha tenido buen éxito, llevan el animal al césped de un jardín, donde, quitándole el capillo, el halconero le presenta un pedazo de carne; si el animal para comerla salta espontáneamente al puño, su adiestramiento está adelantado, y entonces tratan de hacerle conocer el señuelo. Este consiste en una porción de cuero con alas y patas de ave; es una imitación de presa, que lleva atado un pedazo de carne, y está destinado a servir de reclamo para hacer, bajar el halcón cuando se halle volando por el aire. Importa mucho que el halcón esté no solo acostumbrado, sino engolosinado por el señuelo, destinado a ser la recompensa de su docilidad; de modo que después de haberle dominado por medio del hambre, consolídase el dominio por la glotonería; pero sin la voz del hombre no bastaría el señuelo. Cuando el ave obedece ya al reclamo en el jardín, llévanla al campo, donde atada al fiador (bramante de unos 60 pies de largo) le quitan el capillo y desde algunos pasos de distancia le enseñan el señuelo, y si se arroja a él, le dan la carne. Al día siguiente repiten lo mismo a mayor distancia, y cuando se lanza al señuelo desde toda la longitud del hilo, en tal caso se considera completamente asegurado.

Para completar el adiestramiento del halcón es necesario hacerle conocer y manejar la caza especial a que le destinan. Para esto se tienen algunas aves domesticadas. Primeramente se ata alguna a un poste y se suelta encima el halcón retenido por el fiador; cuando conoce lo vivo, se le suelta del fiador y lo lanzan hacia una presa libre, a la que de antemano han cosido los párpados a fin de impedirle toda defensa. Por último, se da por bueno cuando se está seguro de su obediencia.

La cetrería, que hizo un tiempo las delicias de la nobleza, tenía muy a menudo por objeto, no el procurar al cazador una caza comestible, sino el proporcionarle un espectáculo divertido. El vuelo del faisán, de la perdiz y del pato silvestre, constituían, a lo que se decía, una diversión de caballeros; y se llamaba diversión o pasatiempo de príncipes al vuelo del milano, de la garza real, de la corneja y de la urraca, verdadera caza de lujo, sin ningún valor como culinaria o comestible. El del milano era de todos el más raro. La mayor dificultad consistía en hacerle descender de las elevadas regiones del aire a donde ni aun el mismo halcón hubiera podido alcanzarle. Tomaban para lograrlo un búho, ave nocturna de rapiña de que luego hablaremos; pegábanle una cola de zorra a fin de hacerle más visible, y en este estado le dejaban revolotear en un prado y a flor de tierra. Entonces el milano, que se cierne en las nubes acechando por si divisa alguna presa, al observar con su penetrante vista que se mueve en el suelo un objeto extraño, desciende para examinarle de más cerca; pero en el mismo instante se le suella el halcón, el cual desde luego se eleva por encima a fin de dispararse sobre él verticalmente; y empieza una lucha que ofrece los lances más interesantes y variados, después de los cuales al fin e halcón lo coge y lo lleva a su dueño.

La caza de la garza real y de la cigüeña, siendo menos recreativa para el espectador, era más peligrosa para el halcón: el animal perseguido se dejaba alcanzar más fácilmente, al paso que se defendía con más valor, y alguna vez el agresor era víctima de las heridas que recibía, a las cuales sobrevivía muy poco tiempo. Empleaban también el halcón, y más aún el gerifalte, en la caza de la liebre: después de haber soltado el halcón hacían salir la liebre valiéndose de un sabueso, y el ave, que se cernía por encima del llano, al verla caía sobre ella como el rayo.

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Cacería con halcón.

Pero de todas las especies de cetrería la más divertida, más llena de lances diversos, y la más fácil, ya que no fuera la más noble, era la de la corneja: lo mismo que para la del milano se valían de un búho para atraerla, y en seguida soltaban dos halcones. El ave perseguida elevábase desde luego a la mayor altura, pero los halcones pronto la superaban; y entonces, desconfiando la corneja de escapar con el vuelo, dejábase caer desplomada con una velocidad increíble y se echaba entre las ramas de un árbol. Los halcones no, la seguían, contentándose con cernerse por encima; pero los halconeros acudían debajo del árbol y con sus gritos obligaban a la corneja a abandonar su asilo; y después que la infeliz había empleado todos los recursos del vuelo y de la astucia, al fin caía en las garras de sus perseguidores.

La caza de la garza es tan atractiva como la de la corneja. Regularmente se atrae a la garza cuando se halla en un árbol. Habiéndose soltado de antemano los halcones, y elevados a cierta altura, guíanse por la voz del halconero y por los movimientos del señuelo. Cuando se ve que se hallan a distancia a propósito para atacar, entonces se ahuyenta a la garza, la cual trata de huir volando de un árbol a otro; y en el momento del tránsito muy a menudo queda cogida. Pero si una vez el halcón ha errado el golpe, entonces es muy difícil obligar a la garza a abandonar el árbol donde se ha refugiado, y antes se deja coger por mano del hombre que exponerse a los ataques de su terrible enemigo.

Si se trataba de la caza de campo o de ribera, empleaban la misma maniobra que para la garza; es decir, en la caza de perdices, faisanes y patos silvestres.

Baste de explicaciones de cetrería, que actualmente parecerán acaso pesadas; pero que nuestros tatarabuelos hubieran leído con el más vivo interés. La caza del halcón era la diversión predilecta de las antiguas damas. En cuanto a nosotros los que vivimos en este siglo de pequeñeces, al paso que somos admiradores de la edad media y del renacimiento, creemos bastante para reproducir la poesía de los antiguos tiempos con rodearnos de muebles históricos, llevar las barbas terminadas en punta, y dar un corte clerical a los cabellos; sin cuidarnos de lo más digno de imitación de aquella noble época; a saber, las pasiones enérgicas, la lealtad y afecto inalterables, la generosidad, el pundonor, el ardor en la fe y la religión, el descuido de lo material y positivo, el respeto a las damas y la pasión por la caza.

No solo se practicaba la cetrería en Europa, sino también en el Asia y el África septentrional. Según el viajero Thevenot, los persas adiestran el halcón para la caza del gamo y de la gacela. Para ello disponen pieles de estos animales rellenas de paja que simulan el animal vivo, y para dar la comida a los halcones la colocan siempre encima de las narices del animal figurado. Una vez ya acostumbrados, los llevan al campo, donde apenas descubren una gacela, que se le ceban encima de las narices; y agarrados a tan delicado sitio les impiden la vista con el movimiento de las alas y retardan su carrera de modo que con facilidad la alcanzan los perros.

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Después de haber dado una idea del arte de halconería, pasemos a hablar de las diferentes especies de halcones:

El HALCÓN COMÚN (Falco communis, LIN.). Es del tamaño de una gallina, siendo su longitud de unas 18 pulgadas desde la punta del pico a la extremidad de la cola, y unos 3 pies de envergadura de las alas. Es fácil conocerle en unos bigotes semicirculares y negros que presenta en las mejillas, más anchos que en ninguna de las otras especies.

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EL HALCÓN.

Las variedades del halcón difieren de librea, según hemos dicho, conforme sea la edad del individuo.

El HALCÓN PEREGRINO (Falco peregrinus, LIN.). No es más que el halcón común con la librea de joven, un poco más negra que la del halcón gentil. Esta ave es procedente del Mediodía.

El HALCÓN GENTIL. Es esta variedad más común que las anteriores y menos estimada. A medida que el ave envejece adquiere colores menos variables: el dorso, que cuando joven era de color castaño con los bordes de las plumas amarillos, se vuelve castaño uniforme con rayas transversas ceniciento-negruzcas; el vientre y los muslos, que antes presentaban manchas longitudinales del mismo color castaño, tienen después rayas negras en dirección transversal. Esta variedad se encuentra en todo el hemisferio noble del globo, y anida en las peñas más escarpadas. Abunda en las islas del Archipiélago lo mismo que en las Orcadas y en Islandia.

El halcón pone cuatro huevos en los últimos meses de invierno, siendo corto el tiempo de la incubación. Luego que los halconitos llegan a adultos, los padres los echan, y entonces son muy fáciles de coger. La vida de estas aves es muy larga: hace 50 años que en el Cabo de Buena Esperanza cogieron un halcón que llevaba un collarcito de oro, y en él grabado que el año 1610 pertenecía al Rey de Inglaterra Jacobo I; por consiguiente, tenía la sazón 180 años, y todavía era bastante robusto.

El vuelo del halcón es tan rápido, que apenas puede seguirle la vista: elévase por encima de su víctima, y luego se dispara hacia ella como si cayese de las nubes. Su alimento ordinario son las perdices, patos, palomas, ocas; en especial le gustan los faisanes y los pollos; lo que le ha granjeado el nombre de gavilán de los pollos en los Estados Unidos, y de comedor de pollos en la Luisiana. No teme atacar al milano, ya para arrebatarle la presa, ya simplemente para hostigarle, pues nunca come de su carne, que le disgusta.

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HALCÓN.

Además hay las siguientes especies:

El ALCOTÁN (Falco sacer, NAUM.). Su talla es mayor que la del halcón peregrino, su plumaje es también semejante al de este último cuando es joven; únicamente el bigote del alcotán es más estrecho y menos marcado; tiene unas mosqueaduras o manchitas en la parte anterior del cuello; y por último la cola sobresale de las alas. Esta especie al parecer procede más bien del oriente que del norte.

El BUARO (Falco subbuteo, LIN.). Es mucho más pequeño que el halcón común; anida en los bosques, y se posa en la cima de los árboles más altos; la parte anterior del cuello, el pecho, y el vientre son blancos, con manchas longitudinales de color castaño, de cuyo color ofrece una mancha en las mejillas; los muslos y el bajo vientre son rojos; y superiormente el plumaje es del mismo matiz castaño. Es más difícil de adiestrar que el halcón común. En estado de libertad ataca con preferencia a las alondras; y cuando no halla algo mejor, a los grandes insectos.

El ESMEREJÓN (Falco Aesalon, LIN.). Es la más pequeña de todas las aves de rapiña; puesto que es del tamaño de un tordo; siendo tan dócil, ardiente y animoso como el halcón común, lo empleaban en la caza de alondras, codornices y hasta de perdices. Superiormente es castaño en las partes inferiores blanquizco con manchas de aquel color hasta en los muslos; su vuelo es bajo aunque rápido y ligero; recorre los matorrales en busca de pajaritos, y anida en los montes. Antes se consideraba al esmerejón macho y viejo como especie particular (Falco lithofalco, LIN.). El cual tiene el plumaje ceniciento en las partes superiores, y blanco-rojizo en las inferiores, con manchas longitudinales de color castaño claro.

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Esmerejón.

El CERNÍCALO (Falco tinnunculus LIN.) Es el ave de rapiña que más esparcida se halla por los países templados de Europa: alguna vez se la adiestraba en los tiempos de la cetrería; tiene los dedos más cortos que el esmerejón y que el buaro, y su vuelo es menos rápido, por lo que da caza a los ratones lagartos, insectos y a los pajaritos cuando están parados; y cuando se le escapan los persigue con encarnizamiento. Comúnmente se cierne en el aire despidiendo un grito agudo. Su plumaje es rojo manchado de negro en las partes superiores, y blanco en las inferiores con manchas oblongas de un castaño claro. La cabeza y cola del macho son cenicientas; las alas terminan a unas tres cuartas partes de la longitud de la cola. Anida esta ave en los antiguos torreones y en medio de ruinas; a veces establece también su morada en los bosques, en la cima de los árboles más altos; donde construye un nido bastante grosero, y en él pone la hembra seis huevos, alimentando luego a los pequeñuelos con insectos al principio, y después con ratones campesinos. Semejante fecundidad, carácter excepcional entre las rapaces causa de que el cernícalo abunde tanto.

El PEQUEÑO CERNÍCALO (Falco cenchris, FRISCH.). Con frecuencia han confundido esta especie con la precedente; sin embargo, se diferencia de ella en que tiene las alas algo más largas, y las uñas blancas, el macho no presenta manchas en las partes superiores. Encuéntrase al mediodía de Europa.

CERNÍCALO PARDO (Falco vespertinas, LIN.). Esta especie es aún más pequeña que las dos anteriores, la cual se encuentra al este de Europa, y muy rara vez en Francia. El macho es ceniciento oscuro, con el bajo vientre y los muslos rojos; y la hembra tiene la espalda cenicienta con manchas negras; la cabeza y partes inferiores son más o menos rojas.

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Cernícalo.

Las especies de halcones de que acabamos de tratar habitan en Europa; vamos ahora a dar a conocer algunas especies exóticas, entre las cuales se aproximan al halcón común las siguientes:

El MOÑUDO (Falco galericulatus, SHAW.). Pertenece al mediodía del África, y proviene su nombre del moño o penacho que supera su cabeza, el cual nace en la frente, y cuando lo baja le llega hasta la nuca: el ave lo extiende o abate según las pasiones que la agitan. El macho es del tamaño de una paloma, y la hembra es una cuarta parte mayor. Este halcón vive de la pesca; establece su mansión a orillas de los lagos o del mar, donde se alimenta de pescados, cangrejos y moluscos. Anida en las rocas inmediatas al mar, o en los árboles de las orillas de los lagos, siendo su puesta por lo regular de cuatro huevos. El macho ayuda a la hembra en el trabajo de la incubación, y cuando esta empolla le trae el alimento.

El HALCÓN MONTAÑÉS (Falco capensis, SHAW.) Es otra especie próxima del cernícalo: pertenece, lo mismo que la precedente, al África meridional, donde los naturales la llaman halcón rojo del Cabo. Vive en los montes, y anida en las peñas; construye un nido grosero y descubierto enteramente, el cual por lo regular contiene ocho huevos, los que defiende con encarnizamiento en caso de cualquiera agresión extraña. Esta especie es más fuerte que el cernícalo y su agudo y frecuente graznido es muy parecido al de este último.

Vamos a hablar del género gerifalte, el cual forma la segunda división de los halcones adiestrables. Las alas son semejantes a las de los halcones, los hábitos son los mismos, pero el pico, en vez de ser dentado en los bordes, ofrece a cada lado un simple festón a semejanza de las rapaces rebeldes al hombre, de que hablaremos luego; la cola es larga y sobrepasa mucho de las alas.

Una sola especie conocemos de este género europeo, que es el GERIFALTE. (Falco islandus, LIN.). Es una cuarta parte mayor que el halcón común, y el ave más apreciada de los halconeros de cuantas se empleaban en la cetrería. Traíanlo a los países meridionales de Europa desde Islandia y Rusia. Su plumaje es castaño superiormente; con una hilera de puntos de color más claro en los bordes de las plumas, y rayas transversas en las penas y coberteras de las alas: las partes inferiores son blanquizcas, con manchas oblongas de color castaño, las cuales con el tiempo se cambian en líneas transversas en los muslos; la cola tiene rayas del mismo color castaño y parduzcas. Esta librea hace muy distinto efecto según predomina uno u otro de los colores castaño y blanco, en términos que se ven algunos gerifaltes cuyo plumaje es en el cuerpo enteramente blanco, sin más que una mancha de color castaño en el centro de cada pluma del manto. Según Pedro Belón, es el gerifalte una ave, que no verían los franceses si no se la trajesen de otros países; es apta para toda especie de caza de cetrería, pues todo lo embiste, siendo la más atrevida de las aves de rapiña.

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Gerifalte.

HALCONES INNOBLES

La sección de los halcones que no son susceptibles de adiestramiento o innobles, es más numerosa que la precedente: las aves de que se compone tienen el vuelo menos vigoroso; al paso que sus hábitos y su valor son iguales a los de los halcones nobles. Semejante desigualdad en la fuerza del vuelo depende de las proporciones de las remeras, de las cuales la primera es más corta, y la cuarta más larga, lo que causa el mismo efecto que si el ala se hallase truncada oblicuamente por su extremo. Su pico es también menos recio; y en lugar de presentar un diente a cada lado de la punta de la mandíbula superior, solo tiene un ligero festón en el medio de su longitud.

Las águilas forman el primer género de esta sección: tienen el pico muy fuerte, recto en la base y únicamente corvo en la punta. Estudiaremos primero el grupo que forman águilas propiamente dichas, las cuales tienen los tarsos cubiertos de plumas hasta la raíz de los dedos, la cabeza complanada y el arco superciliar muy prominente.

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ÁGUILA REAL.

El ÁGUILA COMÚN (Falco fulvus LIN.). Tiene la cola más larga que las alas y muy redondeada; es parda en la mitad superior y blanca en la inferior; el plumaje es de un castaño oscuro que se vuelve negro con la edad, y en la nuca es leonado. Durante mucho tiempo se conoció esta especie bajo tres distintos nombres, por efecto de las mudanzas de color que se efectúan en su librea con la edad: así el águila parda llamábase águila negra cuando vieja; y teniendo el plumaje perfecto llamábase águila dorada; en cuyo caso su cola es negruzca, con fajas cenicientas irregulares. La hembra tiene 3 pies de longitud desde la punta del pico hasta los pies, 8 pies y medio de envergadura, y pesa 18 libras; en tanto que el macho solamente pesa 12. Las uñas son negras y agudas, teniendo a veces la posterior cinco pulgadas de longitud; el pico es azulado; las narices ovales y oblongas; los ojos grandes, si bien parecen hundidos en las órbitas, por efecto de lo saliente del arco ciliar. En esta ave puede observarse perfectamente esa membrana corrediza de que hemos hablado, la cual le permite mirar fijamente al sol. Abunda el águila en los grandes bosques de las regiones templadas de Europa, del Asia Menor y del África septentrional, y la hallamos hasta en Fontainebleau. Come otras aves de bastante corpulencia, liebres, corderos y cervatillos; al paso que cuando estos animales faltan, se arroja sobre otras víctimas más débiles; por último, si no halla absolutamente presa viva, no desdeña la carne muerta y corrompida. El Águila Real es muy huraña, y vive en compañía de la hembra en medio de los riscos, arrojando de sus alrededores a toda ave de rapiña que en ellos intente establecerse. Échase sobre la presa con la velocidad del rayo, y después que se ha saciado de su sangre, llévase el cuerpo con las garras al lugar de su retiro; donde lo despedaza, y presenta a sus aguiluchos los miembros aún palpitantes. Hace el nido por lo regular en el rellano de una peña escarpada, formándolo con tronquitos bastante gruesos, entrecruzándolos, y sus paredes se van elevando de continuo por la acumulación de huesos allí abandonados. La hembra pone por lo común dos huevos y los empolla por espacio de treinta días, durante los cuales el macho solo es el que caza para subvenir a las necesidades de la hembra. Cuando nacen los aguiluchos, los padres van a buscarles alimento; y si hemos de creer el testimonio unánime de los montañeses, mientras uno de los padres recorre los matorrales, el otro se mantiene parado en una alta roca u otro sitio elevado para coger al vuelo los pájaros que se escapan de la persecución. La fisonomía seria e imponente de esta ave, su voz grave, sus ojos brillantes, sus cejas marcadas y salientes, su rapidísimo vuelo, y sobre todo su fuerza y su valor, la hicieron tomar entre los antiguos por el símbolo del poder y del dominio. Dedicáronla al primero de los Dioses; los monarcas lo mismo que los pueblos belicosos la adoptaron por enseña de guerra; y luego, a fin de adular a los conquistadores, se atribuyó al águila un grado de nobleza y magnanimidad que se halla muy poco conforme con los hechos observados. Oigamos como se expresa sobre este asunto cierto naturalista poeta. «El águila bajo muchos aspectos así físicos como morales ofrece grande conformidad con el león: la fuerza y el consiguiente imperio sobre las demás aves, igual al del león sobre los cuadrúpedos: la magnanimidad, por cuanto se desdeña de atacar a los animales pequeños y débiles, lo mismo que el león, y desprecia también sus insultos; solo después de haberla por mucho tiempo provocado la corneja y la urraca con sus gritos se determina a castigarlas con la muerte. Por otra parte, no quiere otro bien que el conquistado por ella misma, ni otra presa que la que ella se proporciona. La templanza es otra cualidad común; pues el águila nunca come por entero su caza, sino que como el león, deja algunos restos a otros animales: por intensa que sea su hambre nunca la satisface con animales muertos.» ¿Es propio este lenguaje de un historiador de la naturaleza?

El ÁGUILA IMPERIAL (Falco imperialis, BECHST.). Es algo mayor que el águila real, y al mismo tiempo más gruesa y de alas más largas; tiene una gran mancha blanca en las penas escapulares; las narices se dirigen transversalmente, la cola es negra; con ondas pardas en su cara superior. La hembra es leonada, con manchas de color castaño. Esta ave habita en los altos montes del mediodía de Europa, de Egipto y del África septentrional; es más fiera aún que el águila real, y su voz llena de terror a los gamos y ciervos, animales que acostumbra a preferir por víctimas. Antiguamente tuvo también gran fama de magnanimidad, más todavía que el águila real, según se ve confirmado en las elocuentes frases de Buffon que acabamos de copiar.

El ÁGUILA MANCHADA (Falco maculatus, LIN.). Es un tercio más pequeña que las antecedentes; como la imperial, vive también en los montes del mediodía de Europa: tiene los tarsos más delgados; el plumaje de color castaño; la cola negruzca, con listas de un matiz más claro; en las pequeñas coberteras, una raja formada por una serie de manchas de un leonado claro, y otra faja en el extremo de las grandes coberteras, que asciende hacia las penas escapulares, y en fin, otra en el extremo de las remeras secundarias. En la parte superior de las alas se ven como unas gotitas de color leonado. Cuando el ave envejece adquiere un matiz oscuro uniforme. Las alas apenas tienen 4 pies de envergadura; sus gritos son plañideros y frecuentes, así es que se le ha dado el nombre de águila chillona. No es difícil domesticarla y hubiérase empleado sin duda en la caza de cetrería a no ser esta especie tan cobarde en términos que la vence el gavilán.

El ÁGUILA AFRICANA (Falco bellicosus, DAUD.). Es la más notable de las que el célebre naturalista Levaillant observó en el África meridional. Es del tamaño de la Real, aunque su cabeza es más redondeada, el pico más débil y no tan corvo; al paso que tiene las garras más fuertes y más vigorosos los músculos; tiene 8 pies y medio de envergadura o de abertura de las alas; las plumas de la nuca fórmanle una especie de penacho pendiente por detrás; las penas de la cola son iguales; la parte inferior del cuerpo desde la garganta hasta la cola, inclusas las piernas, es de un hermoso blanco; la parte superior de la cabeza, la posterior y laterales del cuello, están cubiertas de plumas blancas en su raíz y pardo castañas en el extremo; el matiz blanco domina tanto como el castaño en algunos puntos del cuello, formando una especie de atigrado bastante vistoso; la espalda y coberteras de la cola son oscuras como todo el manto, salvo que los bordes de las plumas ofrecen un matiz más claro que el fondo: las remeras primarias son negras; las secundarias con rayas transversas blancas y negruzcas; las penas escapulares son blancas en los bordes y la extremidad, y la cola es rayada a semejanza de las remeras secundarias. El valor de esta especie es igual a sus fuerzas: hace continua y terrible guerra a las gacelas y a las liebres.

El modo como el águila africana que acabamos de describir emprende la caza es con las piernas extendidas y las garras abiertas, elevándose a veces a tal altura que se pierde de vista; mientras se oye todavía su voz, ya aguda y penetrante, ya ronca, grave y lúgubre. En sus dominios no tolera a ninguna otra de las grandes aves de rapiña, pues su concurrencia pudiera agotar los recursos; no obstante, alguna vez se ve en el caso de tener que defender su presa de los ataques de los cuervos y de los buitres, que para arrebatársela se reúnen en bandadas numerosas; aunque su altanera actitud basta casi siempre para tenerlos a raya. Macho y hembra trabajan de concierto en la construcción del nido, el cual hacen en altos árboles: no es este cóncavo, sino que consiste en una especie de tablado bastante fuerte para sostener el peso de un hombre. Compónese primero de fuertes perchas cruzadas y entrelazadas con ramas flexibles, y encima una capa de leña menuda y de musgo, y esta segunda capa la cubren de astillas de leño seco, encima de las cuales ponen los huevos. Si no encuentran árboles, hacen el nido en las peñas inaccesibles, en cuyo caso el suelo del nido no lo forman palos cruzados pues fuera inútil, solo si hay las astillas que sostienen los huevos. Estos son dos, de color blanco y de figura casi esférica. Mientras la hembra está empollando se alimenta de lo que le trae el macho, y luego que los párvulos han nacido, como no se aparta de ellos la hembra, el macho provee a las necesidades de la familia entera; con todo, los aguiluchos se vuelven en breve tan voraces, que es fuerza que así el macho como la hembra cuiden de satisfacer su apetito buscándoles ambos el sustento. A veces suele suceder que algunos pequeños mamíferos carnívoros se aprovechan de esta ausencia de los padres haciendo una visita a los pequeñuelos, cuyo resultado es la desaparición de uno de estos. También acontece, cuando el nido se halla en un árbol, que suben a él los hotentotes, no para hacer daño a la cría, sino con objeto de quitarles parte del botín que los padres les han traído, cuyo robo se repite cada día; de modo que las águilas proveen por algún tiempo a las necesidades de sus hijos y a las de otra familia extraña.

Pasemos a ocuparnos en la sección de las águilas pescadoras, las que se diferencian de las anteriores por tener plumas en la parte superior de los tarsos, y en lo restante escamas. Son aves que permanecen en las inmediaciones de los ríos y del mar donde se alimentan de peces.

La primera especie es la grande águila de mar, o Pigarga, la cual habita especialmente en el hemisferio del norte; por mucho tiempo hicieron de ella tres especies los naturalistas, inducidos en este error por las mudanzas que se operan así en el tamaño como en la librea por la edad o el sexo. Cuando joven es el falco ossifragus, LIN., tiene el pico negro; la cola negruzca con manchitas blanquizcas; su plumaje es de color pardo oscuro, con una mancha aún más oscura en el centro de cada pluma.

La llamada falco albicilla es la hembra adulta, que con la edad se vuelve de color pardo oscuro uniforme, más claro en la cabeza y el cuello, con la cola enteramente blanca y el pico amarillo claro; su tamaño es comparable al del águila real.

Por último la PEQUEÑA PIGARGA, falco albicaudus, es simplemente el macho del grande.

El águila de mar vive a orillas de las aguas, en los bosques; encuéntranla por lo regular durante el invierno en las costas de la Mancha. Su vuelo es más bajo y lento que el de las águilas propiamente dichas: caza de noche lo mismo que de día, y coge los peces lanzándose a ellos cuando se hallan a flor de agua, y hasta se sumerge alguna vez aliméntase también de focas tiernas, de aves marítimas, y de mamíferos terrestres.

Cuando advierte que alguna ave de rapiña más débil ha cogido algún pez, la embiste, obligándola a soltar su presa, de la cual se apodera.

Hay en América un águila casi tan grande como el águila común, la que alguna vez aparece también al norte de Europa, y es el ÁGUILA DE CABEZA BLANCA (falco leucocephalus, LIN.). Cuando joven, tiene el cuerpo y la cabeza de color castaño-ceniciento; con todo, no debemos confundirla con la pigarga vieja, cuya cabeza con la edad se vuelve blanca. El plumaje en la que nos ocupa es de color castaño oscuro uniforme; la cabeza y la cola blancas, y el pico amarillento. El halcón de cabeza blanca está representado en la bandera de los Estados Unidos de América; no hay ave que pueda compararse a esta águila en la fuerza del vuelo, en la astucia y en el valor; aunque su índole es fiera y tiránica. Franklin desaprobaba la elección que hicieron sus compatricios del águila de cabeza blanca para blasón nacional; pues la comparaba a un ladrón alado que se aprovecha de sus ventajas para arrebatar a las aves más débiles la presa que conquistaron; por lo que decía ser indigna de representar la independencia leal y generosa del pueblo americano.

«¿Quiérese, dice Audubon, conocer los hábitos del águila de cabeza blanca? Trasladémonos al Misisipí a fines del otoño, cuando millares de aves huyen del norte acercándose más al sol. Dejemos a nuestra lancha cortar las aguas del gran río. Cuando veamos dos árboles más altos que los demás y situados uno en frente del otro a orillas del río, levantemos los ojos; allí está el águila posada en la cima de uno de dichos árboles; centellean sus ojos, y giran en sus órbitas, como globos de fuego: el ave está observando la vasta extensión de las aguas: a veces sus miradas se desvían y dirigen a la tierra: observa y aguarda, no hay ruido que no perciba en medio de su vigilancia; no le escapa el gamo que apenas roza las hojas. En el árbol frontero se halla la hembra de centinela; y de cuando en cuando con un grito parece exhortar al macho a que tenga paciencia, al cual este corresponde con cierto batimiento de las alas, inclinando el cuerpo y acompañando la demostración con un grito estridente y áspero parecido a la risa de un demente; y en seguida se vuelve a quedar silencioso e inmóvil como una estatua. Por debajo del árbol, llevados de la corriente de las aguas, van pasando con dirección al sud apretados batallones de patos, gallinas de agua, avutardas, que se libran de la muerte por el desdén con que el águila mira esta presa. Finalmente, llega a oídos de los dos vigilantes un lejano ruido conducido por el aire, ruido que participa de las roncas vibraciones de un instrumento de metal: es la voz del cisne. Entonces la hembra avisa al macho con un grito formado de dos notas. Estremécese todo el cuerpo del animal, y con dos o tres picotazos dados en su plumaje se prepara a su expedición: al fin va a partir.

»Entre tanto adelanta el cisne como un navío flotante en el aire, con el blanquísimo cuello tendido hacia delante, y los ojos centelleantes de ansiedad; el precipitado batir de las alas basta apenas a sostener la masa del cuerpo, las patas, recogidas bajo de la cola, desaparecen de la vista; y así se va acercando lentamente, siendo el blanco de insidiosas asechanzas. Óyese un grito guerrero, y el águila se dispara con la rapidez de una bala. El cisne, que ha visto su verdugo, baja el cuello, describe un semicírculo, y sobrecogido de un terror mortal, hace todos los esfuerzos y maniobras imaginables para escapar del peligro; no le queda otro medio que sumergirse en la corriente; pero el águila lo ha previsto y le obliga a mantenerse en el aire, permaneciendo debajo, y amenazándole de continuo con herirle en el vientre o debajo del ala. Semejante táctica, cuya destreza pudiera envidiarle el hombre, tiene siempre el resultado que el águila se promete; pues fatigándose el cisne pierde toda esperanza de salvación. Con todo, temiendo el águila que su víctima pueda caer en el agua, se arroja con ímpetu, hiérela debajo del ala con las garras y la hace caer oblicuamente a la orilla. Una vez terminada la conquista a costa de tanta cautela, actividad y destreza, no es posible contemplar sin terror las muestras de alegría que da el águila por su triunfo: baila encima de la víctima moribunda, hincando en sus carnes las aceradas uñas, bate las alas, aúlla de gozo, y las últimas convulsiones de la presa parecen embriagarla de placer, pues levanta la calva cabeza y sus ojos están llenos de fuego. Júntasele luego la hembra, y ambos revuelven el cisne, y se sacian de la sangre palpitante y cálida que fluye de sus entrañas.»

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¿No forma esto un drama completo, con su exposición atractiva, la inquietud creciente y con sus imprevistas peripecias? ¿No produce terror y compasión como una verdadera tragedia? Compárense a esta hermosa pintura de los hábitos del águila las mejores páginas de Buffon, y al punto se verá cuánto dista el naturalista sedentario del naturalista viajero... Lejos de nosotros, sin embargo, la ingrata idea de rebajar el mérito del inmortal escritor que tantos servicios prestó al Jardín de las Plantas, y al que contará siempre la Francia como una de sus primeras glorias literarias; al parangonar el estilo de esos dos sabios solo intentamos señalar las ventajas que tiene un ingenio sencillo y exacto que ha estudiado de cerca la naturaleza, sobre el genio brillante a quien solo cupo estudiarla en una colección o en un jardín. Una apasionada afición a la historia natural es todo el secreto del talento descriptivo de Audubon; y la simple y atenta observación de los hechos bastó para dar a sus escritos una animación y un colorido, que no hallará el escritor más elocuente en el polvo de su retrete.

El ÁGUILA DE WASHINGTON (Falco Washingtonii), que sigue inmediatamente a la de cabeza blanca, y presenta con ella y con la pigarga cierta afinidad, la observó Audubon por la primera vez en 1814, quien tuvo más satisfacción (son sus mismas expresiones) al hallar esta nueva especie, que Herschell al descubrir su planeta. Fue por el mes de febrero, que nuestro naturalista se dirigía hacia arriba del Misisipí; envolvíale un aire glacial, de suerte que apagaba enteramente su entusiasmo, y miraba indiferente cómo a su vista desfilaban a millares las aves acuáticas que bajaban por el río: de repente pasó un águila por los aires; levantose el naturalista, y desde luego advirtió que pertenecía a una especie nueva para él; así fue que saltó en tierra, y vio que el águila se dirigía hacia las encumbradas peñas. Al día siguiente fue a apostarse en frente de aquel sitio, aguardando con paciencia esas aves desconocidas antes, y que debían suministrarle materia para una página interesante de la historia natural. Al cabo de algunas horas de espera, oyó un silbido; y vio en el borde de la salida que presentaba la peña más elevada, a dos aves agitándose con muestras de impaciencia y de regocijo: eran los aguiluchos que celebraban la aproximación de los padres. El macho pareció primero trayendo un pescado en el pico, y lo dio a los aguiluchos; y en seguida fue la madre con otro pescado; pero más cautelosa que aquel, arrojó en torno una mirada llena de recelo, con que reparó en el hombre que permanecía inmóvil frontero a la peña. Al instante soltó la presa, y se puso a dar vueltas por encima del importuno, tratando de alejarlo con sus gritos; los aguiluchos se escondieron, y Audubon recogió el pez y se marchó. Volvió al día siguiente pero nada vio; volvió el otro y se estuvo aguardando todo el día; pero las aves habían previsto la invasión, y en consecuencia toda la familia había mudado de domicilio. Dos años después vio otra águila de aquella misma especie, que se elevaba encima de un recinto o cercado, donde hacía pocos días se habían muerto unos cerdos: preparó la escopeta, y aproximose poco a poco, viéndole el águila sin miedo; disparó el fusil, y el ave cayó muerta. Audubon sacó un dibujo, y le dio el nombre de Washington. El invierno siguiente pudo observar a su sabor las costumbres de una pareja de estos animales. Su vuelo difiere del del águila de cabeza blanca en que abarca mayor espacio, se cierne más cerca de la tierra o del agua, y cuando se abalanza a una presa, describe en torno de la misma una espiral, la que va estrechándose por grados con el designio, seguramente, de cortar toda retirada a la víctima; no cayendo sobre ella sino cuando la tiene a unas cuantas varas de distancia. Así que se ha apoderado de ella, huye oblicuamente hasta muy lejos, elévase gradualmente, y su vuelo forma un ángulo muy agudo con la superficie del agua.

Entre las águilas pescadoras debemos contar las siguientes:

La VOCÍFERA (Falco vocifer, SHAW.) Tiene las dimensiones de la osífraga, la envergadura de las alas de 8 pies; la parte exterior del cuerpo blanca, lo mismo que la cola; y lo restante de color castaño rojizo con mezcla de negro; las plumas de la cabeza, de la espalda y las escapulares son también blancas, y presentan sus bordes de color castaño; en las del pecho se ven manchas oblongas y negruzcas; las remeras son negras y en parte jaspeadas de blanco y de rojo en sus barbas externas. Habita esta especie en la embocadura de los ríos, en las costas de la América meridional. Se abalanza a los peces desde lo alto del aire, y va luego a comérselos en una peña vecina o en los troncos de los árboles inmediatos al río. Casi siempre come en un mismo sitio, de modo que en él se encuentran huesos de gacela y de un gran lagarto común en aquellos ríos, lo cual es prueba de que no se alimenta exclusivamente de pescado. Estas aves, cuando están paradas se llaman y responden desde grandes distancias con gritos diferentemente modulados; su vuelo es vigoroso y se elevan, a grande altura.

El BALBÚZAR (Falco haliaetus, LIN.) Es otra especie de águila pescadora que se halla esparcida por las inmediaciones de las aguas dulces de todo el globo. Distínguese de las demás por sus uñas redondeadas inferiormente, sin ninguna señal de ranuras, por sus tarsos reticulados, y por sus alas que sobrepasan a la cola, y en las cuales la segunda remera es más larga que las demás. Esta especie es una tercera parte menor que la osífraga; su plumaje es blanco, y el manto de color castaño, de este mismo desciéndele una faja desde el ángulo del pico hacia la espalda, y del mismo también presenta varias manchas encima de la cabeza, en la nuca, y algunas en el pecho. Dánsele en Francia los nombres vulgares de Craupêcherot y de Nonnete (monjita).

Atribuyose por mucho tiempo a esta especie un carácter excepcional muy extraño; a saber, que los dedos de su pata izquierda eran palmeados para nadar; al paso que los de la derecha eran sueltos y libres para coger la presa en el agua; semejante error popular, cuyo origen hallamos en Alberto el Grande, fue acreditado por Aldrovando, Gesner y hasta por Linneo; quien no obstante lo ha suprimido en sus últimas ediciones.

El ÁGUILA BRAQUIODÁCTILA (Falco brachydactilus,TEMM.). Esta especie vive en los grandes bosques del norte de Europa, y hasta se halla en Francia, donde le dan el nombre de JEAN LE BLANC. Guarda un término medio entre el balbúzar y el águila propiamente dicha; con todo, es de mayor magnitud que la primera, a la cual por otra parte se asemeja en tener los tarsos reticulados; sus alas son semejantes a las del águila común, su pico es más corvo; y sus dedos proporcionalmente más cortos. Superiormente es de color castaño, y blanco en las partes inferiores, con manchas de un matiz claro; la cola presenta tres fajas de este mismo castaño claro; las cejas son negras, y la membrana del pico es amarilla, lo mismo que los pies. El aire de este animal se aproxima más al de un percnóptero que al de una águila. Come con especialidad lagartos, ranas, serpientes; frecuenta también los lugares habitados, y arrebata las gallinas, los pavitos, gansos, etc., así es muy conocida de los aldeanos, quienes, como hemos dicho, la llaman Juan el blanco.

Buffon crió una de estas aves, la cual no era arisca, y permitía que la manoseasen sin enfurecerse, comía en presencia de su guardián; pero nunca bebía sino a solas y después de haber observado en derredor de sí por algún tiempo. Buffon atribuye esta precaución a la necesidad que para beber tiene de sumergir en el agua toda la cabeza hasta los ojos, lo cual la expone a la sorpresa de un enemigo.

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Águila destructora.

Las HARPÍAS son águilas de América, que se diferencian de las pescadoras tan solo por tener más cortas las alas; tienen las uñas largas y muy agudas, y los tarsos muy gruesos y robustos.

Forma el tipo de este género el ÁGUILA DESTRUCTORA, o ÁGUILA CON MOÑO (Falco cristatus, LIN.). Su talla es mayor que la del águila común; la parte posterior de la cabeza se halla adornada con un penacho formado de plumas oblongas; y al levantarse junto con las que cubren las mejillas, la fisonomía del ave ofrece cierta semejanza a la de la lechuza, aumentándose esta analogía por el hábito que tiene de llevar hacia atrás el dedo externo, como el pulgar. Su plumaje es ceniciento en la cabeza y el cuello; negruzco en el manto y lados del pecho; blanquizco en las partes inferiores, y con rayas de color castaño en los muslos. Tiene el pico grueso, y su robustez es proporcionada a la fuerza de sus poderosas garras; tal que dicen haber visto a una harpía hender el cráneo de un hombre a picotazos. Vive en los países húmedos, y frecuenta en especial los ribazos y las cercanías de los bosques, pero nunca penetra en ellos. Por la mañana toma el vuelo, dando vueltas a lo largo de los canales y en los contornos de los bosques, en acecho de los perezosos, cervatillos, y monos sus habitantes; cuando divisa alguno, se abalanza a él, y lo primero que hace es romperle el cráneo a picotazos. Las plumas de esta ave son muy buscadas de los Indios, quienes las emplean para emplumar las flechas. Si logran coger alguno de estos animales lo guardan cautivo, le alimentan con esmero, y le quitan las penas dos veces al año. También dan mucho aprecio al plumón, con el cual empolvan sus cabellos, empapándolos antes de esta operación en aceite de coco; pero este adorno no se usa sino en las ocasiones solemnes; tales como duelos, visitas de cumplimiento, festines, etc. Hasta las uñas constituyen para ellos cierta especie de trofeo, y las llevan pendientes del cuello.

Las águilas-azores, que nos servirán de transición para pasar a tratar de los azores propiamente dichos, tienen las alas cortas lo mismo que las harpías, aunque los tarsos son en ellas altos y delgados y los dedos débiles.

El ÁGUILA AZOR MOÑUDA DE LA GUYANA (Falco Guianensis, DAUD.). Aseméjase mucho a la harpía con moño, así en los colores como en el moño; pero es mucho más pequeña y tiene los tarsos altos, delgados y como escamosos. El manto es negruzco, y a veces variado de pardo oscuro; el vientre blanco con undulaciones leonadas más o menos aparentes; la cabeza y cuello, ya son pardos, ya blancos, y el moño es oblongo y negruzco.

El ÁGUILA-AZOR NEGRA Y MOÑUDA DE ÁFRICA (Falco occipitalis, DAUD.). Levaillant la llamó Huppart. Es del tamaño de un gran percnóptero; negra, y su penacho de 5 a 6 pulgadas de largo, bájale graciosamente por detrás de la cerviz, y agitándose al menor soplo del aire, adquiere mil formas tan variadas como vistosas. Sus tarsos están abiertos en toda su extensión de plumas finas; el borde del ala es blanquizco, lo mismo que las fajas que existen en la cara inferior de la cola. Da caza a las liebres, palos, y ni aún pueden escapar a la rapidez de su vuelo las ligeras perdices del África. Coloca el nido en los árboles, construyéndolo de lana o de plumas; su voz es plañidera y rara; pero sus gritos son repetidos cuando va en persecución de los cuervos, que son sus mortales enemigos, puesto que se juntan y mancomunan con designio de arrebatarle la presa, lo cual logran casi siempre por la fuerza de su pico, y sobre todo por la superioridad numérica; así es que alguna vez atacan a los aguiluchos en los nidos, y los devoran entre los desesperados gritos de los padres.

La BLANQUECINA (Falco albescens, DAUD.). Debe este nombre a Levaillant. Tiene las plumas blancas, con flámulas pardo-negruzcas en el manto, y al paso que en las demás especies este es áspero al tacto, en la de que tratamos es fino y suave. Se alberga en los bosques, y da caza a las aves; su forma es esbelta, su cola larga, y su vuelo flexible: es el mayor enemigo de las palomas zoritas. No deja de ser una notable particularidad en esta águila, que al paso que persigue con afán a las palomas, deja libres a los pájaros pequeños aunque se le acerquen, y hasta van a su nido para hallar un asilo cuando los persiguen otras aves de rapiña de un orden inferior.

Los azores tienen también las alas más cortas que la cola; su pico se encorva ya desde la raíz, cuyo carácter se continúa en las demás especies de que sucesivamente hablaremos; sus uñas son muy ganchosas y aceradas. Los azores propiamente dichos, tienen los tarsos desnudos, como escamosos, y algo cortos.

AZOR COMÚN (Falco palumbarius, LIN.). Es la única especie de este género que hallamos en nuestros países: el macho tiene 16 pulgadas, y la hembra unos 20 pies; es decir, un tercio más de longitud; el plumaje es pardo o castaño superiormente; el sobrecejo blanquizco; las partes inferiores del ave son blancas, con rayas pardas transversales en el adulto, y con manchitas oblongas en los azores tiernos; en la cola se ven cinco fajas también pardas pero más oscuras.

El azor es común en Francia, se alberga en los collados poblados de bosque, en los árboles más altos; tiene el tamaño del gerifalte, pero no es tan animoso. Abalánzase a la presa siempre oblicuamente; a veces la persigue al vuelo, aunque de ordinario la acecha posado en un árbol, y en la ocasión oportuna se arroja a ella tanto con el salto como con el vuelo. Su alimento se compone por lo regular de palomas, ardillas, lebratillos y ratones campesinos. No obstante que es cazador muy diestro y astuto, con facilidad lo cogen: para ello se coloca una paloma blanca entre cuatro redes de 9 a 10 pies de alto: y el azor se precipita a ella, siendo lo más particular que no trata de librarse hasta haber devorado la presa. Igualmente los adiestraban los halconeros lo mismo que al halcón, y empleando a corta diferencia los medios de que ya hemos dado noticia, lo cual constituyó la caza del azor. Llamáronles aves de puño, porque sin necesidad de adiestrarlas a ello volvían al puño.

El AZOR DE COLA ROJA (Falco borealis, LIN.). Vive en toda la América septentrional, tiene 1 pie 8 pulgadas de longitud, y 4 pies de abertura de las alas; su plumaje es pardo superiormente, y blanco en las partes inferiores; la cola tiene un rojo herrumbroso con una faja transversal negra en la extremidad. Al acercase la estación rigorosa emigra hacia el Sud; aliméntase de pájaros y de pequeños mamíferos; vuela muy alto y a veces apenas mueve las alas, despidiendo al mismo tiempo una voz triste y prolongada que se oye desde lejos, cuyo objeto probable es aterrorizar a los pajaritos del contorno y obligarles a huir y a levantarse. También hace sus visitas a los corrales, lo que le ha hecho llamar en la Luisiana gran destructor de gallinas.

Los gavilanes son azores cuyos tarsos son más altos que en los azores propiamente dichos, siendo este el único carácter que los diferencia; así es que muchos autores los reúnen en un mismo género, distinto de los precedentes por la estrechez de la cabeza, por el pico encorvado desde la raíz, los pies largos, con relación a la cola, y la curvatura de la espalda que les hace parecer gibosos. Los gavilanes, lo mismo que los azores, anidan en los árboles; y muchas veces se les ve cazar reunidos en familia; es decir, el macho la hembra y los hijos.

El GAVILÁN COMÚN (Falco nisus, LIN.). Su librea es igual a la del azor común; pero es un tercio más pequeño; cuando joven las manchas pardas de las partes inferiores tienen la figura de una flecha, o bien de lágrimas oblongas; y las plumas del manto tienen los bordes rojos. El gavilán es domesticable, y un tiempo lo adiestraron para la caza de la codorniz y de la perdiz. Cuando llega la estación invernal que los pájaros insectívoros emigran, los siguen algunos gavilanes; aunque siempre quedan bastantes para hacer una guerra de exterminio a los pájaros granívoros de nuestras comarcas.

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Gavilán común.

El MINULO (Falco minullus, SHAW.). Es un gavilán muy pequeño del África, inferior aún a nuestro esmerejón; siendo el macho apenas del tamaño de un mirlo. Superiormente es pardo; la garganta y pecho blancos, con manchitas pardas que en la parte inferior son más gruesas y toman la figura de lágrimas; aliméntase de pajaritos y de insectos; es atrevido y animoso, a pesar de ser tan diminuto arroja de las cercanías a las picazas manchadas, cuya concurrencia le incomoda, y a veces hasta ataca a los milanos y percnópteros, librándose de las uñas de estos animales mayores y más fuertes, por la rapidez de sus movimientos: anida en las mimosas y en ellas pone sus huevos; los cuales a menudo se ve obligado a defender de los cuervos, a quienes gustan en extremo.

El GAVILÁN CANTOR (Falco musicus, DAUD.) Pertenece igualmente al África, donde lo observó Levaillant: es tamaño como el azor; su plumaje ceniciento superiormente, y blanco con rayas pardas en las partes inferiores: antes de la edad adulta es variado de rojo. Aliméntase de liebres, topos, ratones, codornices y perdices, y anida en los árboles. Como en las demás rapaces, la hembra es un tercio mayor que el macho, con quien forman una pareja que nunca más se separa. Durante la incubación este último se vuelve cantor, y no cesa de distraer a la hembra así de día como de noche con su música: entonces puede un observador acercársele a trechos, pero debe permanecer inmóvil, porque al menor movimiento que el ave note huye.

Levaillant mató un macho, y la hembra lo buscó por todas partes despidiendo gritos lamentables hasta ponerse a tiro de escopeta; otro día mató primero una hembra, y el macho vuelto más receloso subiose a las más altas peñas fuera del alcance, y prosiguió cantando.

El TACHIRO (Falco tachiro, DAUD.). Pertenece al África y se asemeja a nuestro gavilán común; es de tamaño algo menor que el grande azor; tiene más cortos los tarsos, y más largas las alas, las que estando el ave en reposo, alcanzan más allá de la mitad de la cola; esta es casi tan larga como el cuerpo. Es la plaga de los pajaritos, cuyos gorjeos confunde con su chillido agudo y desapacible. Tiene la cabeza y el cuello entreverados de blanco y de rojo, con manchitas negras, la garganta blanca con mezcla de rojizo; el manto pardo oscuro, lo mismo que las coberteras; las remeras blancas en su extremo, la cara inferior de la cola también blanca, y la superior parda con fajas transversas negras.

Hace el nido en la bifurcación de los grandes árboles con ramitas flexibles entapizadas con musgo y plumas. Pone tres huevos y alimenta a los parvulitos con langostas y mantas.

Los milanos forman el tercer género de los halcones innobles, y sus caracteres consisten en la extrema longitud de las alas, la cola ahorquillada, el pico débil, poco encorvado y desproporcionado a la magnitud del ave, los tarsos cortos, y las uñas no muy fuertes; así es que las especies de este género son cobardes.

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MILANO REAL.

El MILANO REAL (Falco milvus, LIN.). Perteneciente a Europa, tiene los tarsos desnudos y como escamosos; su longitud es de 16 a 17 pulgadas desde la punta del pico hasta los dedos de los pies; el plumaje es leonado; las remeras negras, y la cola roja; su vuelo es el más rápido entre todas las rapaces, y se sostiene con facilidad en los aires durante larguísimo espacio; tiene cerca de 5 pies de envergadura, pero la debilidad de sus armas no le permite dirigir sus ataques sino a los reptiles, ratas, turones, y a los grandes insectos: a veces trata de llevarse los pollitos, pero las gallinas los defienden y hacen huir al agresor con sus gritos. El epíteto de real en nada le honra, y solo lo debe a que los príncipes le daban caza con el gavilán.

El PARÁSITO o MILANO NEGRO (Falco ater, LIN.). Esta especie lo mismo pertenece a Europa que al África: es más pequeño que el precedente; la cola es menos bifurcada; el plumaje superiormente es pardo negruzco, y blanquizco en las partes inferiores y en la parte superior de la cabeza. Es más fuerte, ágil, y así también más animoso que el milano real; eleva el vuelo a prodigiosas alturas, despidiendo un chillido penetrante. Levaillant le dio en África el nombre de parásito, pues esta ave, aun herida, tenía el atrevimiento de ir a robarle la comida en medio el campo. Cada día acudía una de la misma especie allí donde Levaillant había visto el primer individuo, así podía matarlas fácilmente. La rapacidad de esta ave le impele a arrebatar la presa a los cuervos. Belón vio emigrar numerosas bandadas de esta especie. Pasan de Europa a Egipto por el otoño, atravesando el Ponto Euxino; permanecen en Egipto durante el invierno, y a principios de abril regresan al Mar Negro, el cual atraviesan otra vez para volver a Europa.

El BLACO (Falco melanopterus, DAUD.). Es un milano de tarsos muy cortos, reticulados, y entrecubiertos de plumas en su porción superior. Tiene el tamaño del esparaván o gavilán común; el plumaje blando y sedeño, superiormente ceniciento, y blanco en las partes inferiores; las pequeñas coberteras de las alas negruzcas, y la cabeza y el cuello de un gris rojizo. Cuando se halla parado en la copa de los árboles se ve relucir al sol la blancura de su vientre; pero cuando vuela anúnciase su presencia por su voz aguda y chillona. Solo vive de grandes insectos, tales como langostas, etc.

El MILANO DE LA CAROLINA (Falco furcatus, LIN.). Es otro milano de tarsos cortos, reticulados y entrecubiertos de plumas, que debemos unir a los anteriores: en cuanto al tamaño, guarda un término medio entre el blanco y el milano real; el plumaje es blanco superiormente, con las alas y la cola negras; en la espalda se observa un hermoso reflejo verde y purpúreo; las dos rectrices externas son muy largas, lo cual aumenta la bifurcación de la cola. Esta linda ave vive en América, y se mantiene de lagartos, víboras e insectos.

TRIORQUES. Este género se diferencia de los demás en que el espacio que media entre el ojo y el pico, que en los halcones se ve desnudo o meramente cubierto de algunos pelos, hállase en éste poblado de plumas densas y contorneadas en figura de escamas; por lo demás tiene el pico débil lo mismo que los milanos. Solo hay que notar una especie que es el TRIORQUE COMÚN (Falco apivorus, LIN.). Es algo menor que el pernóctero, pues su longitud es de 22 pulgadas desde la punta del pico a la extremidad de la cola, y de 18 hasta la extremidad de las patas; la envergadura es lo menos de 4 pies; tiene el plumaje superiormente pardo, y en las partes inferiores diversamente undulado de pardo y de blanquizco según los individuos: el macho a cierta edad tiene la cabeza cenicienta. Esta especie se mantiene de pequeños reptiles, y en particular de larvas de insectos. Hace una guerra cruel a las abejas y avispas, y con ellas alimenta a sus polluelos. El nido está formado de tronquitos entapizados de lana en su interior. A veces no se toma otro trabajo que el de apropiarse el de algún milano.

El género de los Busos, lo mismo que el antecedente y que otros que luego veremos, tiene las alas largas y la extremidad de estas al mismo nivel que la de la cola; el pico corvo desde la raíz; a más los tarsos son cortos y recios, pero las garras débiles.

El BUSO COMÚN (Falco buteo, LIN.). Vive en Europa; tiene 20 pulgadas de largo y 4 pies y medio de envergadura el plumaje pardo, y más o menos undulado de blanco en el vientre y el pecho; los tarsos desnudos y como escamosos. Es el ave de rapiña que más abunda en nuestras comarcas, en cuyos bosques se alberga durante todo el año. Tiene el cuerpo macizo, la cabeza gruesa, y el vuelo pesado; pasa muchas horas posada en una rama en una pereza estúpida. Con todo, el buso destruye gran cantidad de caza; a la cual no ataca al vuelo sino que se abalanza a ella desde la cima de un árbol o desde otra altura. Especialmente persigue a los lebratillos, conejos, perdices y codornices y siembra la devastación en los nidos de las aves; cuando le falta caza, aliméntase con lagartos, serpientes, ranas y langostas.

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El Buso común.

El BACHA. Es un huso de África que lleva un ancho moño de plumas negras y blancas; su tamaño es el del buso europeo; el plumaje pardo con manchitas blancas redondas a los lados del pecho y en el vientre; en el medio de la cola presenta una faja ancha blanca. Es ave muy cruel que pasa días enteros en las cimas escarpadas acechando si ve algún Klip-das, especie de paquidermo pequeño del género de los damanes y tamaño como un conejo. Cuando puede coger alguno de estos animales se complace en despedazarle vivo, y más parece que satisface una venganza que una necesidad natural.

BÚSARES. Los búsares forman un género caracterizado por unos tarsos delgados y más altos que los del buso, y por una especie de collar que a cada lado del cuello le forman los extremos de las plumas que le cubren los oídos. Estas aves habitan de preferencia en los pantanos. Tenemos en Francia tres especies, cuyo plumaje es tan vario que ha producido muchos errores, y son las siguientes:

El PIGARGO (Falco pygargus, LIN.). Es algo más grueso que la corneja; el plumaje es superiormente pardo, y en las partes inferiores leonado con manchas oblongas del primer matiz; el abdomen es blanco en su extremo, cuyo último carácter le ha valido el nombre de pigargo, vocablo griego que significa grupa blanca; las alas terminan a tres cuartos de la longitud de la cola; las penas de esta última y la superficie interna de las alas presentan rasgos en dirección transversal.

La que vulgarmente llaman AVE DE SAN MARTÍN, cuyo plumaje es ceniciento, y las remeras negras, no es más que un pigargo macho llegado a su segundo año. El mismo origen tienen los nombres de halcón azul, halcón blanquizco, halcón común, halcón blanco, halcón montés, halcón gris, halcón bohemio, que los autores miraban como indicantes de otras tantas especies diversas. El pigargo hace su nido en el suelo en las selvas pantanosas, donde al anochecer vuela casi rozando el suelo a caza de lagartos, ranas, ratas, perdigones y pájaros acuáticos; introdúcese también en los gallineros y palomares, y desgraciados entonces los pichones o pollitos que encuentra.

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Ave de San Martín.

El BÚSAR CENICIENTO (Falco cineraceus, MONTAG.). Tiene el cuerpo más delgado y más largas las alas que el pigargo; por lo demás sus hábitos son los mismos.

El HARPAYA (Falco rufus, LIN.). Es de color rojo parduzco, con la cola y las remeras primarias cenicientas; carece de rayas transversales debajo de las alas y de la cola. Vive también en sitios pantanosos, y da caza a los reptiles.

Estas tres especies, al paso que viven en Europa, se encuentran también en África y América.

El RAMÍVORO (Falco ramivorus, SHAW.). Sus dimensiones y hábitos son semejantes a los del búsar; pero su pico es más largo y más delgado en la base; las partes superiores del cuerpo son de un pardo claro, y en las inferiores, de un castaño también claro, se ve alguna mezcla de blanco en el pecho y en el bajo vientre. Las alas son pardas y en su cara inferior se ven fajas transversales blancas y de un castaño claro. Mantiénese cerca de los pantanos, donde se alimenta de ranas, peces, y hasta de avecillas acuáticas.



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