Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Familia de los Taladradores

     Distínguese esta pequeña familia de las dos precedentes en que tiene la cabeza enteramente desembarazada y fuera del coselete: debe su nombre al hábito de taladrar la madera en todas direcciones: son las antenas unas veces simples, es decir, sin dientes; otras complanadas y con dientes de sierra, y otras en forma de cuentas de rosario; citaremos tan solo el taladrador naval.

     El TALADRADOR NAVAL (Lymexylon navale, OLIV.).Tiene las antenas simples, nada o casi nada complanadas, y ligeramente en figura de rosario, y el coselete casi cilíndrico. La longitud del insecto es de 6 líneas; el color leonado claro, con la cabeza, el borde externo y extremos de los élitros negros: muy común en los encinares del norte de Europa; y bastante raro en las cercanías de París. Multiplícase asombrosamente en los depósitos de madera de la Marina real, y causa increíbles estragos.



ArribaAbajo

Familia de los Clavicornios

     Solo se diferencia esta familia de las tres precedentes en la figura de las antenas, gruesas en el extremo o en forma de clava, a cuya circunstancia deben el nombre. Hablaremos únicamente de la primera tribu, por ser la que constituye esencialmente la familia, por los caracteres de las antenas, siempre compuestas de 11 artículos, más largas que la cabeza, y en forma de clava, empezando desde el tercer artículo: esta tribu nos ofrece cuatro géneros interesantes: los Escarabajos, los Escudos, los Dermertes y los Birros.

     Los escarabajos se distinguen por la posición de las patas, de las cuales las cuatro posteriores están más separadas entre sí en su raíz que las anteriores; los pies se encogen debajo del cuerpo, cuando asustado el insecto se finge muerto; el lado externo de las piernas es dentado o espinoso; las antenas, angulosas y terminadas en forma de clava sólida; es decir, compuestas de artículos muy apretados entre sí; la cabeza está metida en el coselete; el cuerpo es duro y cuadrangular; los élitros truncados; las mandíbulas fuertes, dirigidas hacia delante y a menudo desiguales: aliméntanse los escarabajos de sustancias animales en estado de putrefacción; así como también se encuentran en los estercoleros y bajo de las cortezas de los árboles; su andar es lento y pesado; en general tienen el color negro lustroso o bronceado.

     El ESCARABAJO DE CUATRO MANCHAS (Hister quadrimaculatus, LIN.). Es una especie de las mayores: es negro; la clava de las antenas rojiza; en cada borde anterior del coselete hay dos líneas escavadas que siguen su contorno, y en cada élitro tres estrías, y el principio de otra más o menos prolongada en el borde externo; vense en ellos dos manchas rojas, una en la base, y otra algo más allá del centro; manchas que a veces se reúnen resultando una sola en figura de semiluna.

     Los Enterradores, lo mismo que los escarabajos, tienen la cabeza encajada en el coselete, pero las patas insertas a distancias iguales unas de otras; sus antenas terminan en clava, compuesta de cuatro o cinco artículos, y regularmente perforada; es decir, que los artículos están como envainados los unos en los otros.

     El ESCUDO DE CUATRO PUNTOS (Silpha quadripunctata, LIN.). Tiene la clava de las antenas oblonga, el cuerpo negro, el coselete escotado, y con los bordes amarillos; los élitros pajizos, con dos puntos negros en cada uno. Esta especie vive en las selvas, situándose en las encinas tiernas para alimentarse en ellas de orugas; especie de alimento de que se mantienen igualmente las larvas.

     Las demás especies de este género viven en las carnes corrompidas; y están evidentemente destinadas a limpiar la tierra de los cadáveres e inmundicias que infestarían el aire con sus pestilentes exhalaciones. Entre todas las que componen este numeroso género, presenta gran interés por sus hábitos particulares el Necróforo, enterrador, o sepulturero. Distínguese de los demás en tener las antenas muy poco más largas que la cabeza, y que terminan como de repente en forma de maza casi esférica, compuesta de cuatro artículos. Llámanlos enterradores por el instinto particular que los induce a enterrar los cadáveres de topos, ratones, y otros pequeños cuadrúpedos, para deponer en ellos los huevos y asegurar de esta suerte abundante alimento a las larvas carnívoras que de ellos han de nacer.

     El NECRÓFORO o SEPULTURERO (Silpha vespillo, LIN.). Vulgarmente es llamado punto de Hungría: tiene de 7 a 9 líneas de largo; es negro, con los tres últimos artículos de las antenas rojos, y dos listas anaranjadas transversas y dentadas encima de los élitros; las caderas de las dos patas traseras están provistas de un diente muy marcado, y las piernas son curvas.

Necróforos sepultureros.

     Nada más fácil que observar durante el verano los particulares hábitos del insecto de que estamos hablando: tórnese un topo o ratón recién muerto; póngase al aire libre en un terreno labrado; y se verá que al cabo de algunas horas habrá desaparecido; pero si se tuvo la precaución de señalar con un palito u otra señal el sitio en que se depuso, no habrá más trabajo entonces que remover la tierra, y a poca profundidad se hallará el cadáver enterrado. Quítese este, y debajo aparecerán los enterradores. Si en vez de aguardar a que el topo esté enterrado, nos ponemos de observación sin perderle el ojo, pronto oiremos un sonido agudo, producido por el roce de las alas de los necróforos; los que llegan acaso de grandes distancias atraídos por el olor que exhala el animal destinado a alimentar a su prole: llegan dos, tres, cuatro, sin pasar jamás de cinco. Pronto los vemos apearse, plegar sus membranosas alas bajo los amarillos élitros, en que llevan impresa una cruz negra que forma su fúnebre divisa. Empiezan echando sus cálculos, considerando el cuerpo bajo todos aspectos, y examinando las circunstancias del terreno; y en seguida, se deslizan todos debajo del difunto y trabajan a porfía; solevantan la carga con la cabeza y el coselete, ya hacia delante ya hacia atrás; pónense a escarbar bajo de sí la tierra con las patas, de modo que el topo vaya hundiéndose más y más hasta que venga a hundirse y a desaparecer del todo. Con dos horas de paciencia tendremos bastante para ver enterrado el cadáver; con todo la operación no habrá aún concluido, pues la hoya a las 24 horas tendrá 8 pulgadas de profundidad; y al terminar el segundo día el cadáver se hallará a 15 pulgadas bajo el nivel del suelo. Entonces los insectos detienen su trabajo y vuelven a subir a la luz del sol. Pero no tardan las hembras en bajar de nuevo a la sepultura a deponer los huevos en el cuerpo cuyo entierro tantos afanes les cuesta. Nace de dichos huevos una larva en forma de huso, que llega a tener hasta 1 pulgada y media de largo: tienen en cada segmento una mancha transversal roja y guarnecida con cuatro espinitas. Estas larvas devoran completamente el topo, sin perdonar siquiera la piel ni los huesos. No tardan en desprenderse de su primer vestido, y en arreglarse un alojamiento, donde se transforman en ninfas, armadas por detrás de dos puntas que les sirven para dar vuelta sobre sí mismas; finalmente, cae este segundo vestido y aparece el insecto en su estado de perfección y lleno de júbilo en el gran teatro donde representar idéntico papel al que desempeñaron sus padres.

     En realidad acabamos de ver como de los instintos más admirables de los animales; con todo, no se crea que se limiten sus facultades a esta fuerza ciega e irresistible; pues el instinto se les ha dado por la Providencia para las circunstancias comunes, al paso que para las extraordinarias o accidentales en que el animal necesita deliberar, ha permitido que el instinto adquiera las cualidades de inteligencia. Para experimentarlo bastará poner el topo en un suelo duro y pétreo, no muy distante de algún terreno móvil; entonces se verá que el cadáver se mueve y dirige poco a poco hacia este último punto, donde es más fácil de excavar la tierra. Ahora los necróforos han cambiado de oficio, y de sepultureros se han pasado a faquines por necesidad. Si la carga es demasiado pesada, veremos a uno de ellos tomar el vuelo en busca de auxiliares, que pronto llegan y ayudan a los demás hasta haber colocado el cadáver en terreno conveniente.

     Todavía más: un observador (la hija, me parece, del célebre Linneo, o el botánico Gleditsch, que vivió a mediados del pasado siglo), proporcionó a estos insectos una ocasión de ejercer su industria de una manera todavía más sorprendente. Clavó en la tierra un palo corvo en forma de horca, a la cual ató el extremo de un cordel, y con el otro ató como con una correa el cuerpo de un topo puesto en el suelo. Acudieron los enterradores, deslizáronse debajo del cadáver, y empezaron a excavar la hoya. Pero atado el topo con el cordel, quedaba suspendido y no se hundía. Salieron los enterradores de la hoya y empezaron a dar vueltas por el contorno, para ver de dónde procedía la causa de semejante contratiempo; de cuyas resultas, pusiéronse a excavar y a minar el punto del terreno en que estaba hincado el palo, hasta que lo hicieron caer, y entonces el topo obedeciendo a las leyes de la pesadez se hundió, y pronto quedó enterrado.

     Cuando estos laboriosos animalitos se han retirado, luego de excavada la hoya y hecha la puesta, llega otra especie de Necróforo de gran tamaño, y aprovechándose de los trabajos de aquellos, pone los huevos junto a los primeros: tal es el Necróforo germánico.

     El NECRÓFORO GERMÁNICO (Silpha germanica, LIN.). Tiene a veces más de 1 pulgada de longitud; el color negro, con una mancha amarilla de orín de hierro en la frente; el borde externo de los élitros leonado, y en cada una de estas dos líneas poco aparentes sobre un fondo puntuado.

     Los Dermestes tienen la cabeza metida en el coselete hasta los ojos; y el primer segmento de este forma como un baberol; las mandíbulas son cortas, recias y dentadas; las antenas recias y más cortas que la cabeza y el coselete juntos, compuestas de once artículos, de los cuales los tres últimos forman de repente una clava perfoliada; las patas se repliegan debajo del cuerpo, aunque no del todo, pues los tarsos permanecen siempre libres; el cuerpo es oval, grueso y cubierto de pelos caducos, que aparentan diversos colores. Las larvas de los dermestes son también velludas, y la mayor parte se mantienen de restos de animales. Encuéntranse con especialidad en las pieles, como también en los museos de historia natural, donde se guardan aves y mamíferos empajados: anúnciase la presencia de estos insectos en tales sitios por la caída de las plumas y pelos que forzosamente han de caer después que se ha roído la piel que los sostenía: de allí se deriva la voz griega Dermeste equivalente a roedor de piel.

     El DERMESTE DE LAS PELETERÍAS (Dermestes pellio, LIN.). Tiene solo 2 líneas y media de longitud; el cuerpo negro con tres puntitos blancos en el coselete, y otro en cada élitro, formados todos por el vello, la larva es larga, de color pardo rojizo reluciente, guarnecida de pelos rojos, de los cuales los posteriores forman una cola: anda resbalando y como a sacudidas; lo cual ejecuta también en estado perfecto lo mismo que los demás dermestes.

     El DERMESTES DEL TOCINO (Dermestes lardarius, LIN.). Llámase así porque su larva se alimenta con el lardo y carne del cerdo: tiene el color negro; la mitad anterior de los élitros cenicienta con puntos negros; su longitud, de 3 líneas y media: es muy común en las casas. Su larva hace también no pocos estragos en las colecciones de historia natural: permanece en los sitios quietos y oscuros; es larga y va adelgazándose de adelante atrás; su color es pardo castaño superiormente; el cuerpo está cubierto de vello, con dos prolongaciones, a modo de cuernos escamosos en el último anillo. Cuando está cerca el tiempo de su metamorfosis, desarróllase la ninfa en la piel de la larva, que le sirve de capullo.

     Los antrenos son unos dermestes, cuyas antenas forman una maza sólida, es decir, compuesta de artículos muy apretados; dichas antenas se alojan en unas cavidades practicadas en los ángulos anteriores del coselete; el cuerpo es corto, convexo y está cubierto de escamitas caducas.

     El ANTRENO LISTADO (Byrrhus verbasci, LIN.). Es gris en su cara superior y amarillo-rojizo en la inferior, con los ángulos posteriores del coselete, dos listas transversales en los élitros y una mancha cerca de su extremo, de color gris. Vive la larva en las sustancias animales en estado de desecación; al paso que en estado perfecto se mantiene el insecto en las flores; su longitud apenas llega a dos tercios de línea.

     El ANTRENO BORDADO (Anthrenus pimpinello, FABR.). Tiene 1 línea de longitud, de color negro y en su cara inferior está cubierto de escamas blancas; al paso que superiormente se ve entreverado el negro con el rojo y el blanco; en el arranque de los élitros nótase una ancha lista blanca, sinuosa y transversal; y en el extremo hay puntos o rasgos blancos. Lo mismo que el precedente, abunda este insecto entre las flores, y ambos también volando penetran en las habitaciones atraídos por las sustancias animales desecadas. Desgraciadas las colecciones de historia natural, y sobre todo entomológicas, donde llegan estos insectos a deponer sus huevos; pues las larvas que de estos nacen todo lo devoran no dejando más que élitros y patas. Dichas larvas son no obstante muy pequeñas; su cuerpo, de 1 a 2 líneas de largo es rechoncho, grueso, blando y cubierto de pelos en especial en los lados posteriores: fórmanlo doce segmentos, y los tres primeros sostienen sus patas escamosas: la cabeza está armada de dos recias mandíbulas. Estas larvas solo crecen cuando mudan de piel, y la última de que se despojan les sirve de capullo para pasar al estado de ninfa, lo cual depende de que en las sustancias animales de que se mantienen no pueden hallar materiales propios para formar un capullo sedeño.

     Los birros se distinguen en que pueden encoger del todo las patas debajo del vientre: son cortos, convexos y viven en sitios arenosos; citaremos tan solo el siguiente:

     El BIRRO PILULAR (Byrrhus pilula, LIN.). Tiene 3 ó 4 líneas de largo; inferiormente es de color negro; y en su cara superior, negruzco, bronceado y lustroso, con manchitas negras, entrecortadas por otras más claras y dispuestas en forma linear. Este insecto abunda en toda Europa; a la menor ocasión se finge muerto, y entonces parece que absolutamente no tiene patas; la figura esférica que toma en este caso le ha valido el nombre que lleva.

Arriba