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Nada más que la verdad: «El cochecito», de Ferreri

Manuel Villegas López





En la estación, bajo la marquesina de cristales rotos, agrupábase una hueste de criados, con maletines, líos de mantas, perros de caza y escopetas en funda. La locomotora maniobraba en agujas. De pronto un bulto -paletó, bastón, chistera salta a la vía y, haciendo la rana, se aplasta en los rieles- Grito del andén. La locomotora negra, sudosa, abierta la válvula de vapor, le pasa por encima lanzando silbatas. Corren los mozos del tren. Se apea el maquinista agarrándose la cabeza. Saliendo fuera de la vía, un brazo truncado agarrotaba un papel entre los dedos. Muchas voces reclamaban saber lo que escribió el suicida. Se apodera del papel el viajante de géneros catalanes. Un mozo del andén levanta su linterna...

Así pinta Valle-Inclán, en su magnífico Ruedo ibérico, el suicidio del pobre cesante, al que no quieren dar empleo. La tragedia está íntegra y desnuda, pero montada sobre la realidad más vulgar y trazada con los rasgos más agudos, hasta encontrar la bufonería. Y todo brota de los hechos mismos, escuetos hasta lo despectivo. Humor español típico, que Valle-Inclán definió como el esperpento. Quizá sea su cumbre más expresiva.

En el arte español, que es también en la vida española que en éste se expresa, ejecutan su danza sin fin estos tres fantasmas: el monstruo, la locura y la muerte. Sombras que son vida real. Danza macabra, con paso de fantoche. Cada español los lleva al lado, los ama como semejantes, los comprende quizá mejor que ninguna otra cosa... Y siempre un acento común: el humor. El eterno chiste español, tan representativo de lo bueno y lo malo del español. En el esperpento valle-inclanesco está fundamentalmente todo esto, y por eso es tan esencialmente expresivo de España y sus gentes.

Marco Ferreri, nuevo realizador italiano, se forma en el neorrealismo de su país. Y al venir al nuestro, ve inmediatamente lo esperpéntico y sus elementos. Lo encuentra en la calle, en la vida de las gentes. Lo toma de un gran humorista español, Rafael Azcona, que a su vez lo extrae de la más viva realidad. Y así realiza El pisito y El cochecito. En otra ocasión he dicho que su obra nace del encuentro del neorrealismo italiano con el esperpento español.

El neorrealismo italiano, como mecánica de creación, está en primer lugar bajo la influencia fundamental de Charles Chaplin, y Zavattini, pontífice y máximo creador del neorrealismo, sin disputa. Y como método narrativo, parte de otro nombre capital: Pudovkin. Bajo el fascismo, los nuevos cinematografistas que han de surgir estudian clandestinamente -en teoría y práctica- a los viejos realizadores rusos. De Pudovkin tomarán su método de narración y montaje exhaustivos: acumulación de detalles significativos para trazar cada escena, cada personaje, cada hecho... Y Ferreri aplica esta minuciosidad descriptiva del neorrealismo italiano, al estrepitoso, pero sintético y exacto chafarrinón del esperpento español.

De esta verdadera conflagración artística brotan como chispas todas sus cualidades y valores: violencia e impasibilidad, acritud y parsimonia, dureza y delectación, una cierta crueldad y una cierta ternura... Todo un mundo contradictorio que da a sus films esa tónica de estar en vilo, de pausado vuelo sobre el absurdo. Porque todo se crea entre el realismo sin concesiones y el disparate sin paliativos.

Ese don Anselmo -la gran creación de José Isbert, magnífico actor tan desaprovechado- no es un demente. Tampoco es un hombre normal, aunque lo parezca. Es el hombre que lleva dentro ese disparadero español, cuya secreta tecla desconocida no se puede tocar impunemente. Todo tiene una justificación bien humana, pero también todo puede llegar muy fácilmente al disparate. Al absurdo, que ya es el humor. Pero no exactamente el humor negro de los franceses, sino lo que yo llamaría el humor terrible de los españoles.

Don Anselmo tiene un amigo tullido en un cochecito. Don Anselmo es viejo y el mundo de los viejos es angustiosamente reducido; si pierden lo poco que tienen, se quedan sin nada, a la definitiva deriva en la vida. Se quedan espantosamente solos, sin mundo alrededor, muertos prematuros. Y el amigo se compra un cochecito motorizado y comienzan a correr y a tener otros amigos distintos, también tullidos motorizados. Don Anselmo ya no puede seguirlos a pie. Y entonces quiere, también él, un cochecito de tullido con motor. Pero resulta en la verdad lógica y cotidiana, que don Anselmo no está tullido, afortunadamente, y su familia no quiere, más lógicamente aún, comprarle el cochecito de tullido, que cuesta unos miles de pesetas. Esta idea de Azcona es magistral.

Todo lógico. Pero se ha tocado la tecla que dispara la locura consustancial de lo español y don Anselmo se despeña rápidamente por este tobogán del absurdo lógico. Mejor dicho, del disparate vital. Porque la vida es disparatada -el ruido y la furia-y el español lo que hace, sobre todo, es vivir. El cochecito es la vida de don Anselmo, y nada más.

Por eso lo defiende hasta el fin. Y, desesperado, acaba por echar veneno en la olla del cocido familiar y fugarse con su cochecito querido hasta que lo detiene la Guardia Civil. En la versión proyectada en España don Anselmo se arrepiente a tiempo y avisa a su familia para evitar el envenenamiento colectivo. ¿Por qué este cambio, que echa abajo todo el armazón lógico/absurdo del film? Si es por un convencionalismo de tipo ético, no puede ser más contraproducente, porque don Anselmo deja de ser un maníaco para convertirse en un consciente malvado.

El realismo, el neorrealismo del film, se centra en los personajes -muy bien trazados- y en los decorados de la casa de familia media española, muy buenos, con una magnífica fotografía de Baena. La música y los ruidos, en constante disonancia, son un acierto. Ferreri dice que los oye así. En España, en Italia, son ruidosos por naturaleza. Podríamos marcar lagunas en una narración trazada a lo ancho, para dar su línea a todos los personajes; en la novela de Azcona la acción es lineal, sobre la ruta única de don Anselmo. Pero hay que aceptar la película tal cual es, porque es un excelente film.

Y esto es lo importante. Ha merecido premios en Venecia y en Francia, elogios en Londres. Justamente, afortunadamente, para el cinema español. No sólo por estos éxitos en sí, sino porque detrás de El cochecito hay todo un cinema español, buen cinema español, que hay que realizar de una vez.

Film Ideal n° 69. Abril 1961





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