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ArribaAbajoEster de Izaguirre

(1923)


Excelente poetisa, ha dejado un pequeño margen de su creatividad literaria a la narrativa, donde ha logrado construir relatos inscribibles en la mejor tradición del relato fantástico argentino, especialmente el borgiano y el cortazariano. Residente en la capital porteña desde hace muchos años, es una autora de suficiente prestigio en Argentina que, sin embargo, empezó a ser reconocida dentro de su país con bastante retraso. De hecho, su obra narrativa se difundió en Paraguay a raíz de la publicación en 1990 de su relatorio Último domicilio conocido, cuando en Buenos Aires había publicado Yo soy el tiempo en 1973, cuentos que finalmente fueron incluidos en la edición asunceña.

En todos sus relatos la vida cotidiana se mezcla con la fantasía de lo onírico y se penetra con profundidad en el misterioso mundo de los personajes, concretas expresiones del mundo real y habitual. Las palabras sugieren más que exponen, porque a la autora le importa destacar la impresión que producen las situaciones más que la historia contada. La subjetividad y la imaginación predominan en la resolución de los pequeños relatos, y en ellos condensa el compromiso de la autora con la realidad. En su poesía, Ester de Izaguirre se proyecta en un hablante lírico que realiza un soliloquio en el que despliega el sentimiento personal. Y en los cuentos realiza algo semejante: aunque el lenguaje es discursivo, predominan las imágenes líricas sugestivas.

Hemos seleccionado de esta obra el cuento titulado «Yo fabulador, el verbo en presente». Aunque el tema femenino   —118→   reivindicativo está ausente del relato, la particular construcción de esta fantástica historia puede darnos una idea de la renovación formal y temática que va experimentando el cuento de autores paraguayos. Hay una referencia diferencial al escritor masculino, pero el cuento es sobre todo una reflexión sobre el oficio del narrador; es una narración metaficticia, donde se desmantela el propio sentido del narrador omnisciente que domina el relato. Se caracteriza por el tema pirandelliano de las relaciones entre el personaje y su autor. El narrador es un «dios escriba» que cuenta la vida de uno de sus personajes, Francisco Sierra, enamorado de Esperanza Ramírez. Pero es un amor frustrado porque tienen que vivir en países diferentes, y Francisco piensa en su destino, en las otras posibilidades que le podría haber dado la vida, pensamiento que le conduce al suicidio. El «dios escriba» que desde su eternidad escribe cuentos sobre hombres que sólo perviven en un tiempo sucesivo, reflexiona que quizá él, a su vez, sea personaje de otros cuentos, con lo que Ester de Izaguirre demuestra el poder de fabular sobre sus personajes. La pregunta de identidad que lanza la autora se resuelve con una respuesta afirmativa: es el personaje del cuento. Se presenta en este relato, además del juego con el personaje, la indagación en la imposibilidad de la omnisciencia como método de profundización en la realidad estética, porque se impide que los personajes actúen con independencia.


ArribaAbajoYo, fabulador, el verbo en presente

Soy un escritor y el personaje de mi cuento se llama Francisco Sierra. Vive en Buenos Aires y tiene un pasado... ¡Pobre! El tiempo de los hombres, como el de los personajes, es como una película que entretiene mi instante innumerable.

Pero vayamos al cuento. Francisco ama a Esperanza Ramírez, bella morena a quien conoció en su breve visita a México. Sabe que nunca podrá regresar a esa remota ciudad,   —119→   y cuando imagina que habla con ella, inventa sus respuestas; cuando desea abrazarla, sus brazos estrechan su propio cuerpo; cuando quiere contemplarla, cierra los párpados para que no se evadan las imágenes. Teme enloquecer, porque en la soledad de su cuarto de hotel, con poco dinero, casi sin trabajo -apenas unas changas humillantes- lo visitan tremendas obsesiones. Una de ellas, la más lacerante, es la de pensar que el destino existe. Que la vida de los hombre está prefijada; que el hombre nace sentenciado. Entonces eslabona una interminable cadena de ucronías que se corta cuando el sueño, cada noche, le gana la partida. ¡Si él, aquella tarde de la despedida -allá en Tijuana- hubiera tenido la valentía necesaria para quedarse a vivir con Esperanza en tierra extraña! ¡Si antes de ir a México -contratado por la empresa de construcción- hubiera decidido quedarse en la Argentina y en vez de conocer a Esperanza Ramírez hubiera conocido a otra, en su tierra! ¡Si se hubiera podido casar, tener hijos, echar raíces! De no haber venido de la Provincia de Córdoba, allá en Moldes tendría su nido, fiel a la infancia y a los terrones. Y no como ahora que tiene metidos en sus narices el polvo de la máquina resqueteadora y el olor de los ácidos para soldar caños en casas ajenas. Si en lugar de ir su padre a Córdoba como bracero golondrina, donde conoció a su madre durante una cosecha, se hubiera ido al Chaco... El razonamiento concluye, pues, en la posibilidad de no haber nacido:

-Yo no sería yo. Quizás fuera mejor no haberme asomado a este mundo, que no hace más que darme la cara fea de la taba.

Ese mismo día, en Tijuana (México), Esperanza Ramírez se casa con otro hombre pues se ha rehusado a afrontar la inanidad de la ausencia. Es enfermizo amar a un hombre tan lejano.

Las cartas no son de él. El recuerdo es una cruz que señala el lugar donde no queda nada. Y ella se lo comunica así en un mensaje de despedida.

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Francisco decide acabar también con sus propios desencuentros y una mañana aparece la noticia en los diarios: «En las vías del subterráneo de Retiro...».

«Si no hubiera ido a México, si39 no hubiera venido de Córdoba... «.

Todo inútil, Francisco Sierra. Yo soy un dios escritor y me gustan los cuentos. Los he escrito siempre inventando situaciones; porque lo importante son las situaciones; los personajes, lo de menos. Llegará el día en que escribiré cuentos sin hombres. Eso sí, siempre breves: el breve tiempo de los seres humanos con finales imprevistos que hagan estallar la monotonía como fuegos de artificio.

Las personas como Francisco, creen en el destino. Qué absurdo. Para sustentar esa fe deberían comparar lo que les sucede en la vida con lo que yo les tengo deparado, no «escrito»40, como dicen. Lo que no saben y no sabrán nunca es que son la materia de estas narraciones mías que se parecen tanto a lo fatal. Ese equívoco incita a los personajes a enredarse en lamentables oraciones condicionales: «Sí yo, si él, si nosotros...», «si no hubiera ido a México...».

Los escritores hombres desconocen el placer de saber cómo piensan los personajes de sus cuentos aunque vanidosamente se autotitulen «narradores omniscientes». Saberlo todo es mi privilegio. Por eso me enteré de la utopía de Francisco: modificar el cuento-vida que ya ha sido escrito para siempre. Sus tiempos verbales en futuro o en pasado son para mi eterno presente un mero juego de metáforas.

Francisco le llamó destino a la relación del escritor con su personaje. Pero a mi vez, yo, Dios, soy el personaje de otro cuento.

Preguntas sobre el texto de Ester de Izaguirre

1)¿En qué tradición se enmarcarían los cuentos de Ester de Izaguirre con mayor acierto?

2)Señala algunos elementos y situaciones del relato que sean signo de su pertenencia al subgénero fantástico?

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3)¿Qué motivos temáticos expresa el soliloquio del cuento?

4)¿Cómo se denomina la narración que versa sobre el hecho mismo de la creación literaria?

5)Reflexiona junto a un grupo de compañeros que hayan leído el relato sobre el destino del hombre.





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ArribaAbajoMaybell Lebrón

(1923)


Cuentista y poetisa nacida en Argentina, aunque residente en el Paraguay desde 1930, es una activa promotora de actividades culturales, y miembro del Taller Cuento Breve. Sin embargo, solamente ha publicado una obra de cuentos propia editada, Memoria sin tiempo (1992), aunque en 1995 comenzó a escribir una novela histórica sobre el personaje de Pancha Garmendia41.

Su literatura destaca por el intimismo desde el que se suelen situar sus personajes, especialmente los femeninos. En este sentido, la temática de los cuentos es preferentemente urbana. Maybell Lebrón traza historias de la palpitación del día de los habitantes del mundo de Asunción, aunque en ocasiones sus relatos no tengan un espacio determinado o busque una mejor localización en un ambiente rural, que no se distingue en exceso del de la capital paraguaya al quedar englobados dentro de la perspectiva de la autora. Ha vivido en Asunción toda su vida y, por ello, necesariamente ha de reflejar en sus obras el mundo que ella conoce, sin sentirse identificada con el mundo del interior del país, exótico para ella, aunque lo conozca y se permita adentrar en él. Además, el localismo de los relatos se observa solamente en la condición de los personajes, aunque las reflexiones les otorguen carácter universal.

Posiblemente su mejor cuento sea «Berta», peculiar retrato psicológico profundo de una asesina sádica. Sin embargo, hemos decidido seleccionar el titulado «Querido Miguel»   —124→   porque es muestra de una forma de escritura muy característica de la narración femenina íntima: la carta, soporte de escritura que permite al personaje revelar sus hondos sentimientos y su autobiografía. Otras formas testimoniales aparecen también en otros relatos de la autora como «Torrente sin cauce», pero en el tema femenino este relato es el más representativo. El argumento es el de una mujer que le escribe una carta a su esposo en la que le repasa la vida de ambos desde que se conocieron. La mujer desea tener un hijo, pero él no quiere. De esta forma, la narradora-protagonista le reprocha el haberla convertido en una mujer estéril, porque lo que deseaba ella era tener un hijo. Al final, se descubre que la carta es un testamento que escribe antes de que se suicide lanzándose a los perros carniceros que él tiene y cuida en la casa, animales que parecían su única atracción en el hogar. Los anhelos maternales de la mujer la han obsesionado y al no tener hijos no encuentra sentido a su vida por lo que decide consumar su tragedia, con la que además se vengará del marido, aun a costa de su propia expiación. La rúbrica final, «Hasta siempre. Julia», aumenta aún más el dramatismo de la situación y lo que será la vida del marido sin la mujer que siempre lo ha amado. En suma, «Querido Miguel» es un cuento de tema amoroso, que desvela el problema de la mujer que ha de infrasituar sus deseos frente a los del esposo.


ArribaAbajoQuerido Miguel

Querido Miguel:

Cuando aquella noche nos conocimos en la fiesta del lago supe que, tarde o temprano, te pertenecería.

Al bailar, evité el contacto de mi pecho con el tuyo: así ocultaba la violencia desatada en mi interior. Me creíste tímida; no sabías de mi esfuerzo en recomponer el rostro, cada vez que nos volvíamos a encontrar, para no dejar traslucir el impacto de tu presencia. Con un estremecimiento, esperaba hasta verte a mi lado, y tu cortés «¿qué tal?» desbocaba el ritmo de   —125→   mi pulso. Me sentí feliz al descubrir la pasión contenida42 en tus ademanes lentos, en la frialdad de tus ojos verdes. Soñaba con tu cuerpo de reflejos dorados y despertaba bebiendo tu aliento en la pieza oscura y desierta. Te quería con locura. Aún hoy, pese a todo, te sigo queriendo.

Un día mencionaste como al descuido: «Mañana43 vuelvo al Chaco, no puedo44 abandonar mis cosas». Miré hacia el lago para esconder las lágrimas; una chispa45 divertida iluminó tus ojos: «Volveré en quince días, ¿serías capaz de acompañarme a la selva?». Y sentí en la boca ese beso quemante y posesivo que selló mi destino. ¿Lo recuerdas?

Volviste. A tu lado escalé, uno a uno, los peldaños de la dicha. Eras gentil, fuerte, bello. Y me adorabas.

Comprendí tus silencios cuando me enteré del accidente. El pequeño avión perdido, y con él tus padres. Tiempo después, hallaste sus cuerpos mutilados por las fieras. Allí, en un claro del monte, hay dos cruces que un machete mantiene siempre libre de malezas. «Eres el único amor que me queda», decías, y tu rostro se opacaba en el recuerdo.

¿Acaso olvidaste la capilla de San Bernardino, adornada con flores del campo? Fue mi pedacito de paraíso. Juré hacerte feliz. Apenas terminada la ceremonia cambié mi vestido de novia por botas y jeans para abordar la avioneta reluciente, estacionada en el rústico aeropuerto. Estabas excitado y radiante: en mi asiento, un ramo de rosas rojas; en los mandos, tú. Maravillada y dichosa, nos elevamos en aquel recinto aromado, flotando entre madejones de nubes transparente, con el sol que estallaba contra los vidrios de la cabina y, allá abajo, un verdor interminable estriado de esteros y riachos. El camino a nuestro hogar fue una experiencia inolvidable.

La pista terminaba en el galpón de los peones; te pregunté, sorprendida: «¿Dónde está la casa?».46 Me tomaste de la mano y cruzamos un bosquecillo para llegar al primer círculo. Tú reíste de mi extrañeza. ¿Para qué esa doble valla alrededor de la construcción, como dos fuertes anillos de diferente diámetro, y la casa en el centro del más pequeño.47 Me contestaste:   —126→   «Es por los perros».48 No los vimos; estarían encerrados. La vivienda, herencia de tus padres, era hermosa aunque no muy amplia.

¡Qué felices fuimos! Al levantarme te encontraba en el comedor; habías dejado sobre la mesa el canasto con carne, frutas, o simplemente flores recogidas en tu salida matinal; al mirarte, me sentía enredada en tus pestañas como en una red que me cortaba la respiración. Hacíamos largos paseos, a caballo o a pie, hasta el final de los senderos bloqueados de selva. Me enseñaste el canto de los pájaros, a distinguir los animales por el ruido de su furtivo andar en la espesura; los ojos agrandados, presencié en el corral el brotar de una vida, y mis entrañas respondieron al llamado con una contractura dolorosa y dulce.

Mi único temor fueron los perros: seis enormes dóberman y un solo amo: tú. Te veía entrar en la49 «franja de los perros», hablándoles pausadamente, con cariño; sin arrebatarte la carne, en sumisa espera, giraban a tu alrededor babeando de impaciencia. Los peones nunca franqueaban el montecito si no los llamabas a trabajar en el jardín; o a la hija de la machú, para el arreglo semanal de la casa. Ellos también se parecían a los perros: el miedo servil en los ojos y el recelo de acercarse demasiado.

Me lo habías advertido: «No salgas50 ni dejes pasar a nadie por el patio de los perros. Pueden ser despedazados».

Al caer la tarde veía sus manchas oscuras; la hilera aguda y blanca de sus bocas abiertas; las ascuas brillantes de su mirada de demonios, lanzados a una ronda inacabable. En tu ausencia, trancaba puertas y ventanas: sólo quedaba51 prendida la vela ante la Virgen.

Aprendí de tus labios que los indios eran los únicos capaces de atravesar la espesura. ¿Te acuerdas? Un día pregunté cuándo volvería el avión. De espaldas, con voz neutra, contestaste: «Está descompuesto52; esperaremos a que se arregle». Y luego, girando en el asiento, frente a frente: «¿Acaso quieres volver?53 ¿No te basto?». Tus brazos se extendieron hasta alcanzar   —127→   mis hombros54 para hundirme en tu pecho con olor a cuero y maleza. Me entregué, como siempre, vencida y dichosa.

Una vez te pedí: «Miguel, no lo evites más; quiero un hijo». Vibraron las comisuras de tus labios; por las rajas de los párpados contraídos saltaban destellos de pedernal: «Te quiero demasiado; compartamos este amor sin nada que nos separe; no hablemos más de esto». Inseguro, tomaste el sombrero al salir, sin volverte. No lo olvidaste, ¿verdad? Temblorosa, incrédula, puse las manos sobre el vientre, hasta que el dolor de las uñas clavadas en la carne me volvió a la realidad.

Desde aquel día los perros no regresaron a sus jaulas: los sentía jadear del otro lado de la valla de estacas, devorando, feroces, las ratas y lagartos que osaban invadir su feudo. Siempre que salíamos de la casa o alguien traspasaba los cercos, estabas allí.

A veces, me parecía oír un ruido lejano de motores y me acercaba a la ventana, buscando la silueta plateada con todos mis sentidos alerta y una ilusión que se iba desgajando al pasar los minutos. Más tarde me enteré que habías hecho construir otra pista en un puesto lejano. ¿Por qué, Miguel? Te dije mi extrañeza por haber escrito tantas cartas sin recibir respuesta. Insinuaste, despectivo: «No tendrán interés en contestarte». «Eso no es cierto», estallé.

Prendiste un cigarrillo, mientras revisabas concienzudamente las planillas. Al mirar tu hermoso perfil, descubrí un rictus cruel en la boca; todavía lo estaba observando cuando te levantaste; sentí tus manos buscar mi cintura, el calor de tu aliento quemarme el cuello55; el trazo húmedo de tu lengua resbalando, hasta hundirse en mi boca. «Te quiero, te quiero mucho», dijiste. Sabía que era cierto.

Entraba por la ventana el pálido rosa del amanecer, acuchillado de sol: ya estabas listo para salir: me diste un beso,   —128→   creyéndome dormida; luego, el ruido de las espuelas alejándose. No tenía ganas de levantarme; no tenía ganas de nada.

Más tarde, con la taza de café en la mano, abrí la puerta: las plantas descuidadas; los perros anhelantes hurgando en las junturas de la empalizada; el campo y el arroyo, tan cercanos; sin embargo, bien podría yo morir de sed. ¿Sabes? No me asusta la palabra: desde que tú me hiciste estéril ya me siento casi muerta. Con un hijo a mi lado todo hubiera sido diferente, tú, que dices adorarme, me lo negaste. Hoy, cuando vuelvas y me encuentres destrozada, odiarás a lo único que también querías: tus perros.

Hasta siempre,

Julia

Preguntas sobre el texto de Maybell Lebrón

1)¿Los cuentos de Maybell Lebrón se suelen situar en la ciudad o en el mundo rural? ¿Sabrías decir el porqué?

2)¿Qué expresa la protagonista en su carta?

3)¿Sabrías decir por qué la carta permite mostrar con profundidad los aspectos más íntimos del personaje? ¿Crees que sería, pues, uno de los mejores medios para narrar lo autobiográfico?

4)Señala algunos motivos temáticos que ilustren el drama de la protagonista-narradora.

5)¿Explica brevemente el desenlace del relato?





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ArribaAbajoLucy Mendonça de Spinzi

(1932)


Autora que también surge de la estimable cantera del Taller Cuento Breve, aunque sus primeras vivencias literarias proceden de las actividades de su familia cuando su padre, Lucio Mendonça, publicó con su hermano Raúl, varias novelas de bolsillo.56 Ha destacado en el género teatral, pero también ha sido capaz de presentar una de las obras narrativas paraguayas más creativas de los años ochenta: Tierra mansa y otros relatos (1987). Si observamos la fecha de su publicación, descubrimos que es una de las primeras escritoras del Taller Cuento Breve que publica una obra narrativa propia, en un ano radicalmente importante y decisivo para la renovación contemporánea de la narrativa paraguaya. Su segundo volumen de narrativa, Cuentos que no se cuentan (1998), continúa la línea de Tierra mansa.

El tema de la mujer que es víctima de la brutalidad de los hombres es uno de los que Lucy Mendonça más destaca en sus cuentos. En ellos emplea puntos de vista de narración distintos que van desde la tercera persona a la primera con distintos narradores, sucesiones de diálogos, incluso polifónicos, y el monólogo interior con habilidad. La tonalidad sentimental y la heterogeneidad de registro de los cuentos también varía conforme al estilo. Algunos relatos de Tierra mansa tienen una estructura polifónica donde se alternan la voz de un narrador en tercera persona, y el estilo directo que recoge otras voces colectivas.

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«Letanías lauretanas», el cuento que hemos seleccionado, presenta la alternancia entre el suceso de los personajes y la voz de las plañideras que rezan ante el previsto desenlace de la muerte de doña del Rosario. Pero entre la agonía del personaje discurre la historia de su hijo Sebastián, un luchador campesino que acaba siendo acribillado de tres disparos, y muere antes que la madre, quien en teoría está a punto de fallecer. La autora trata de romper temática y formalmente con un mundo tradicional que no responde a la capacidad personal del hombre, que se ve constreñido por un ambiente político y moral demasiado conservador y tradicional. La novedad formal consiste en la inclusión de las letanías corales que conservan el discurso del yugo del conformismo, frente a las frases que alternan la historia personal del rebelde Sebastián. Se reivindica la autenticidad de los personajes, frente a un mundo, el tradicional, que da sus últimos coletazos como un león herido.

El ritmo crispado del discurso demuestra las variaciones formales que presenta el cuento de tema rural paraguayo en la actualidad, muy distantes del decadente discurso realista conservador o social preponderante en la narrativa paraguaya casi hasta los ochenta. Lucy Mendonça de Spinzi no ha vuelto a publicar una nueva obra narrativa hasta la fecha, pero ha dejado un sabor agradable a temas tan sumamente duros de tratar.


ArribaAbajoLetanías lauretanas

Doña del Rosario agoniza lentamente.

El médico dijo que podía ser largo aún el final a causa de que su corazón es muy fuerte.

Sus manos se crispan por momentos sobre la colcha y entonces resaltan aún más las venas azules, los tendones tensos y la piel sarmentosa manchada de vejez. Por momentos largos quedan laxas como si reposaran.

Se escucha un gorgoteo en la garganta de doña del Rosario y, de vez en cuando, abre los ojos desorbitados y llama a Marita que vela a su lado.

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Cinco cirios iluminan el antiguo dormitorio del vetusto caserón. Es de noche. Y entre las sombras oscilantes de un ángulo, se dibujan los cuerpos borrosos de mujeres enlutadas, arrodilladas al pie de un altar improvisado en el que arden los cirios frente a la imagen de Nuestra Señora de los Milagros.

«Santa María», dice una voz, tristemente.

«Ruega por nosotros», responde el coro.

«Santa Madre de Dios, ruega por nosotros».

-Sí, madre. Estoy a tu lado.

La mano de doña del Rosario busca a tientas la mano de su hija.

-Tu... hermano... Sebastián... -balbucea la moribunda.

-Ya se fue, madre; no te preocupes por él. Descansa...

-Ve a la ventana y mira -modula de pronto correctamente la anciana- esos... hombres... que...

Marita, obediente, acude a la ventana y mira la noche. Sombras sigilosas se mueven entre los árboles. Más los adivina que los ve en la obscuridad.

«Santa Virgen de las Vírgenes», sigue la voz tristemente. «Ruega por nosotros.

Retorna junto al lecho con ojos de espanto.

-No hay nadie. Se han ido todos. Aprieta suavemente la mano de la madre.

Doña del Rosario, los ojos cerrados, ve en imágenes superpuestas y cambiantes a Sebastián niño mamando en su regazo dulcemente; a Sebastián hombre diciéndole que él no cree en la inútil resignación de los pobres; a Sebastián huyendo por los esterales de los sabuesos uniformados que lo persiguen con denuedo. Sus dedos se crispan en un espasmo y abre los ojos desmesurados, atormentada por visiones incontrolables.

«Madre de Jesucristo»

«Ruega por nosotros»

«Madre de la divina gracia»

«Ruega por nosotros».

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Sebastián escondido en la cabaña de leñadores del bosque, acostado en un catre desnudo, los párpados caídos, la boca abierta, las manos laxas a los costados, sangrantes, las uñas arrancadas, la barba crecida, la boca torcida...

-Marita... ve... a ver... otra...

«Madre purísima»

«Ruega por nosotros»

«Madre castísima»

«Ruega por nosotros».

Marita vuelve obediente a la ventana y vislumbra un corrillo de sombras más oscuras alrededor del gran árbol de yvapovó. Escucha pisadas sigilosas e inquietas.

«Madre intacta»

«Ruega por nosotros»

«Madre sin mancha»

«Ruega por nosotros».

Se escucha el gorgoteo de la anciana y luego su voz balbuceante:

-Marita... qué... ves...

La joven acude presurosa con el rostro congestionado por el horror al lecho y acaricia la mano sarmentosa:

-Madre, se han ido todos. Descansa...

Alisa los cabellos resecos de doña del Rosario y retorna de prisa a la ventana.

«Madre inmaculada»

«Ruega por nosotros»

«Madre amable»

«Ruega por nosotros».

Sebastián de ceño fruncido, ojos centelleantes, gesto decidido, metralleta en mano preparándose para la acción; Sebastián niño tendiéndole sus manitas regordetas; Sebastián huyendo como animal acorralado...

-Maa... ri... ta...

«Madre admirable»

«Ruega por nosotros»

«Madre del buen consejo»

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«Ruega por nosotros».

Marita, horrorizada ve caer un bulto del árbol y escucha el ruido sordo de un cuerpo al chocar en tierra.

-Ma... ri... ta...

Regresa al lecho con los ojos muy abiertos, aprisiona fuertemente la mano de su madre y se dispone a volver a la ventana.

Suenan tres disparos con pausa y compás. Queda rígida...

«Madre del Creador»

«Ruega por nosotros»

«Madre del Salvador»

«Ruega por nosotros».

-Quééé fue... eso... -la anciana musita en un intento supremo de incorporarse. Vuelve a quedar laxa y se escucha el gorgoteo en el silencio repentino.

La joven corre a la ventana y vislumbra las siluetas inclinadas al pie del árbol. Voces de mando como chasquidos de latigazos ahogados y murmullos ininteligibles captan sus oídos...

«Virgen prudentísima»

«Ruega por nosotros»

«Virgen veneranda»

«Ruega por nosotros».

Sebastián erguido y retador diciéndole con voz ronca que él prefiere hacer cualquier cosa que nada; Sebastián escondido en la maraña de la selva, tendido en el catre, los ojos cerrados, los dedos sin uñas, los hombres uniformados merodeando, interrogando, apremiando, recorriendo y rastreando la aldea, los cerros, el esteral, los montes...

-Ma... ri... ta...

Marita retorna con los ojos nublados de lágrimas y pugna por ahogar un sollozo. Aprisiona la mano sarmentosa:

-Aquí estoy, madre, a tu lado.

Doña del Rosario, los ojos desmesurados y el pecho jadeante de musita:

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-Es... cuché... dispa... ros...

-No madre, no fueron disparos...57 Fueron petardos... Hay una fiesta...

«Virgen Laudable»

«Ruega por nosotros»

«Virgen poderosa»

«Ruega por nosotros»

«Virgen clemente...»

Preguntas sobre el texto de Lucy Mendonça

1)¿De qué taller literario procede Lucy Mendonça de Spinzi?

2)Señala algunos diálogos que tengan carácter polifónico; es decir, que incluyen voces distintas dispuestas en forma coral.

3)¿Podrías explicar tu parecer sobre el efecto que producen las frases breves del cuento?

4)¿Qué aspectos formales del cuento crees que lo diferencian del cuento tradicional?

5)Cita el tema principal del relato y algunos de sus temas

ecundarios.





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ArribaAbajoNeida Bonnet de Mendonça

(1933)


Hemos advertido anteriormente que la novela Golpe de luz de Neida Bonnet de Mendonça (1983), renueva la narrativa femenina paraguaya y el tratamiento de la problemática íntima de la mujer. Aunque la autora niega que se trate de un trabajo importante, y menos aún transcendental, porque para ella fue una narración escrita sin intenciones de literariedad, muchas de sus autoras coetáneas han advertido que para ellas significó la adopción de una toma de conciencia y sensibilidad para poder abrir su problemática personal al mundo exterior y comunicarla por medio de la palabra en prosa. La sinceridad que se puede imprimir a un discurso de ficción basado en la autoexperiencia quedó como una posibilidad que desde entonces las narradoras han aprovechado en muchas de sus obras.

Nacida en la provincia argentina del Chaco, Neida Bonnet, mujer muy formada intelectualmente y profesora de artes plásticas, ha publicado también tres volúmenes de cuentos: Hacia el confín (1984), De polvo y de viento (1988) y Ora pro nobis (1994). La autora presenta una escritura muy original y plenamente femenina; elige situaciones extremas de personajes en proceso de degradación, para denunciar la injusticia, aunque siempre destaca el discurso lírico. Utiliza novedades formales y recursos gráficos: incluye árboles genealógicos, fotografías dentro del relato, variaciones de la perspectiva y desdoblamientos del narrador, interiorizaciones del discurso abruptas pero consecuentes, la expresividad del personaje, y   —136→   en general un lenguaje plenamente vivo que tiende a contraponer la palabra popular con la poética culta.

Elegir un texto de la obra de Neida Bonnet para incluirlo en una antología presenta una especial dificultad; cualquier cuento o algún fragmento de su novela son plenamente representativos de su creación literaria. Golpe de luz es una novela fundamental en la historia de la narrativa femenina paraguaya, pero su prosa desde ella ha mejorado ostensiblemente hasta el punto de que actualmente ha alcanzado una gran viveza. Posiblemente su mejor libro sea De polvo y de viento, y de él hemos querido extraer uno de sus mejores relatos escritos, «Parto en la arena». El título de la obra sugiere el mundo que encierran los relatos de la autora: sus personajes son seres humanos de vida efímera y banal que discurren por el mundo con fugacidad, veloces como el viento, hasta que vuelven a convertirse en polvo. Sin embargo, la racionalidad en que parece desenvolverse la vida está lejos de la realidad: es la irracionalidad la que alimenta la conducta del hombre, cuya vida significa solamente el ir al encuentro con el polvo del que procede, retomando la idea del cristianismo. Neida Bonnet parte del concepto de la circularidad del tiempo, de un orden no lineal, donde todo discurre hacia el punto de origen. Y durante la vida, el movimiento, simbolizado por el viento, determina la experiencia, pero el aire se detiene en algunas ocasiones porque aparece el fracaso, signo vital de la condición humana.

La autora despliega una peculiar forma de existencialismo. El hombre son sus obras para la autora, pero su fugaz tránsito por la vida no excluye la pervivencia de sus actos. Es consciente de que camina hacia la muerte por un proceso de degradación física y moral, como ser individual, pero en él subsisten su vitalismo y la desilusión de lo eterno. Su desorientación a veces lleva a su raciocinio a introducirse en el campo de lo fantástico. La narración entonces transmite sensaciones oníricas, al modo de cuadros metafísicos en los que las palabras se unen de forma arbitraria para reproducir   —137→   elementos irreales. «Parto en la arena» se caracteriza por su elevado dramatismo, empleado gradualmente por la autora en otros relatos de la obra. En él una mujer se defiende de los policías que han ido a detenerla; justifica los actos de su vida en breves párrafos; y al final el narrador revela que la van a detener por haber matado a pisotones su niño recién nacido porque no lo deseaba al ser del marido que la había abandonado. De esta forma, el dramatismo de la situación de la mujer queda intensificado, y se demuestra que a veces sus reacciones violentas tienen como causa su propia marginación social; por su humildad la mujer queda más indefensa que el hombre, quien la utiliza conforme a su capricho. Ella es quien acaba sufriendo los lastres sociales cuando no es la verdadera culpable de su situación. Así, el tema de reivindicación de la dignidad de la mujer es denominador común de buena parte de los relatos de Neida de Mendonça, como se observa en el relato seleccionado en esta antología.


ArribaAbajoParto en la arena

Duerme, pues niño, que tu padre va a traer un venado moteado para tu animalito; y una oreja de liebre para tu collar; y frutas moteadas de la espina para tus juguetes.


(Fragmento de una canción de cuna mby'a58)                


No entiendo por qué arman todo este lío, todo este bochinche. ¡Mándense a mudar de mi casa! Sí, ya sé que no es una casa sino un rancho, pero es solamente mío y nadie tiene el derecho de meterse en él como si fuese suyo. ¡Qué se habrán creído, intrusos! ¿Y ustedes?59 Sí, ustedes los uniformados, ¿qué quieren? ¿Qué buscan? Vean..., acá están todas mis pertenencias: un baúl, un catre, la alacena y en el otro cuarto el fogón. En el fondo encontrarán la letrina. Y ustedes, mis vecinos, ¿por qué me vigilan? ¿Notan algo extraño, o ya no conocen a Juliana, la huérfana, la guacha? Todavía tengo 18 años,   —138→   el mismo cabello negro y las mismas piernas largas. ¡Mírenlas! ¡Ah!..., ¿les gustan? ¡Puercos, cochinos!, siempre detrás de lo mismo. Y ahora, lárguense... ¡Desalojen mi lugar! ¿Me oyeron?... ¿Que por qué lo hice? A nadie le importa; el problema es mío y de nadie más. ¿Entendieron? Lo que pasa es que son unos chismosos, controlando siempre la madriguera ajena, mucho para juzgar poco para ayudar. ¿Cuándo dejarán de ocuparse de los demás para limpiarse la mugre que tienen encima? ¡No pisen mis plantas llenas de pimpollos! Jamás aprenderán a cuidar nada porque son brutos. Son todos unos brutos, nadie tiene juicio, nadie entiende nada, nadie sabe nada. ¡Es una vergüenza! Pero lo que es a mí, Juliana, me van a responder. ¿Ven esta pala?, ¿la ven? A patadas y a palazos los voy a echar. ¡Qué se habrán creído, desocupados, haraganes! Cuidado... cuidado, no piensen que porque60 tienen un uniforme me van a tocar. No se me acerque61... quietos... ¡Cállense ya! ¡A qué viene tanto griterío! No echan de ver que uno se siente acorralado como un animal y que convierten en prisión la propia vida. Es triste reconocer que se está enjaulado por seres humanos igualitos a uno que uno es de carne62 y hueso, no de tablas y cartones como este rancherío. Los ojos van descubriendo mentira tras mentira y hay dedos que acusan y condenan sin que tengan el coraje de meterse en el cuero de uno63. ¿Este es el premio a tanto guerreo para hacerse gente, esperando que se le respete? ¿Que quién respeta a una mujer? Ya les voy a enseñar yo... así como ustedes me enseñaron otras cosas. ¡Lo que no voy a hacer es darles el gusto! De esta boca no saldrá una sola palabra, porque a nadie le debo ni el saludo. A ver, ¿a quién le debo algo? ¡Sinvergüenzas! Todo cuanto me dieron se lo cobraron y ahora pretenden que les rinda cuenta de mis actos. ¡Nunca vi descaro igual! Y ustedes, los uniformados, tendrían que protegerme de esta gentuza que nada pondera;64 ¡pero no!, son los más apurados para intervenir y estironearme. ¡Terminen con el griterío! La única que habla fuerte soy yo, Juliana. Este es mi rancho y nadie se mete conmigo. Digno, mi concubino, es el único que da órdenes   —139→   aquí. Aquí manda él, se hace lo que él quiere y hasta que no vuelva nadie dice ni toca nada. ¡Basta de preguntas! ¡Déjenme en paz, atropelladores! ¿Saben que están en casa ajena y con una mujer ajena?65 Los voy a denunciar al Comisario por difamadores y entrometidos. ¡Eso sí que no! Se van a quedar con las ganas..., no pienso contestarlas. Mi marido66 me dio una orden y yo la cumplí. Eso es todo y nadie tiene por qué intervenir en las cosas de una pareja. ¿Acaso yo me metí cuando don Leguizamón casi la mató a Josefa? ¡La paliza que le dio él y los socorros que pedía ella! Yo, muda, quieta y sorda. Para eso se tiene un techo, aunque estemos amontonados y encimados67 en este basural. Tada uno rendirá cuenta a Dios», dice el cura. A ver... ¿quién de ustedes es Dios? Son capaces de decir que sí de chiflados que están. ¡Retírense todos! ¿Me escucharon? Han invadido mi propiedad y tengo mucho que hacer para cuando llegue Digno; a él le gusta la mazamorra bien espesa, con el maíz blandito. ¡Miren mis plantas!68 ¿Qué han hecho con ellas...? Debo remover la tierra después de la pisoteada de estos animales. ¡Pobres mis crotos! Les repito que no pienso confesarme; como si pudiera anunciarles algo que ustedes ya no sepan. ¿Nunca oyeron contar lo que hacen las indias embarazadas cuando el padre murió o las dejó?... hacen un hoyo69 en la tierra y paren en ese hoyo70, enterrando en él cuanto se les cae del vientre: niño, placenta, sangre... ¡todo! Lo entierran todo y se acabó. ¿Por qué? Estúpida pregunta. ¿Quién creen ustedes que iba a darle de comer a ese niño? El padre es el que caza, y si no tiene padre, ¿quién...? ¡Díganme quién da de comer a los hijos sin padres! ¡Díganme! ¿Quieren esos niños que se mueren de hambre o que pescar a 10 centavos71 por las calles? ¿Eso quieren? ¡Ah!, se callaron... Muy bien, ahora sí que nos estamos entendiendo. ¿Verdad que sí? Entonces, ¿cuál es el escándalo? ¿Por qué el barullo? Explíquenme... ¿quién de ustedes iba a darle de comer a mi hijo? ¡Contéstenme! Yo, Juliana, la huérfana, la gacha, quiero saber. ¡Ya mismo! ¿Qué esperan...? Vuelven a callarse, justo cuando deben discursear. ¿Ven?... nadie. Nadie   —140→   suelta ni mú. Por eso pensé muy bien lo que debía hacer cuando Digno me abandonó. Él dijo que no sabía si ese niño que yo esperaba era su familia y que iba a volver solamente si lo mataba. Nació el sábado, era varón, gordito. Lo pisé y lo pisé hasta que murió... Y ahora, ¡fuera! ¡Váyanse! ¿No entienden que tengo que preparar el puchero y la mazamorra72 para Digno ¡Oiga, señor!, le repito que no me toque. ¡No me toque un solo pelo! ¿O usted se cree que es Dios?

Preguntas sobre el texto de Neida Bonnet

1)Señala algunos aspectos del cuento que muestren la degradación de los personajes.

2)¿Cuál es el drama real de la protagonista?

3)¿Crees que el texto es oral? Cita algunos fragmentos donde el discurso oral se reproduzca dentro del narrativo.

4)¿Qué efecto produce la oralidad en el relato?

5)Podrías debatir con algunos compañeros sobre las dificultades de lectura que presenta el cuento.





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ArribaAbajoDirma Pardo

(1934)


Una de las inspiradoras de la creación del Taller Cuento Breve fue Dirma Pardo. Un dato genealógico ofrece curiosidad: es sobrina nieta de la escritora española Emilia Pardo Bazán. Su labor comenzó en el periodismo, en el diario asunceño La Tribuna. Es narradora ante todo (no ha publicado ningún poemario) y en 1992 vio la luz su única obra publicada: el libro de cuentos titulado La víspera y el día. En él aparecen relatos de temática femenina, especialmente algunos de tema matriarcal, como el que da título a la obra. Su escritura sigue el impulso iniciado por Josefina Pla donde la mujer ha de sentirse participante de las actividades literarias. Asume plenamente el postulado de Umberto Eco de «escribir por placer», pero valiéndose de un punto de inicio situado en el plano de la vida real, que se transforma en ficción pura.

«Al este de Hiroshima», el cuento de Dirma Pardo que ofrecemos, es sin duda uno de los relatos más brillantes de La víspera y el día. Se inspira, como muchos de los cuentos de la autora, en un hecho real: ni más ni menos que la explosión provocada por el hombre más devastadora que ha ocurrido en la historia de la humanidad. En el cuento se averiguan dos mundos: el ancestral y el tecnificado. Los seres humanos pertenecen al primero, mientras que el segundo es devastador y está presente como un fantasma que devora a sus hijos. El hecho de que sus motivos temáticos pertenezcan a territorios tan distintos a los nuestros como son los del Japón, enriquecen el valor del mensaje del texto: el terrible efecto de la muerte.   —142→   Este relato es la narración del drama de la invasión de lo desconocido; lo desconocido para los personajes es la explosión de una bomba atómica, hecho que atribuyen a la magia de lo divino, hasta que finalmente se conciencian de que es algo aún más misterioso, cuando en realidad es algo que el mismo hombre ha provocado.


ArribaAbajoAl este de Hiroshima

Sentado en el suelo de espaldas a su choza, Metaki esperaba silencioso, mirando al poniente.

Adentro, la mujer pujaba: la frente llena de rocío y el cuello ensanchado por el esfuerzo.

Ya estaba siendo larga la espera. El primer hijo del joven cacique tardaba en nacer.

Sushuse asistía a la mujer y cada tanto salía junto a Metaki y le ponías las manos sobre los hombros.

De pronto los vientos73 trajeron el eco de un trueno ronco y largo. Un destello blanco, de intenso resplandor iluminó el día. Por encima de los cerros empezó a asomar una nube enorme con colores de fuego, que iba tomando la forma de los atioques venenosos que crecen después de las lluvias.

Metaki levantó la mano para mostrar la extraña cosa a los que frente a él le acompañaban, pero en ese momento, se oyó el llanto del niño. Todos comprendieron que había nacido un dios.

La tribu alborozada estaba de fiesta: las danzas, los cánticos y el repicar de las sonajas se sucedían sin parar. Metaki dio permiso para que todos bebieran el suoke de las celebraciones.

La cosa grande en lo alto se movía y cambiaba de color. La brisa se había vuelto ardiente. Sushuse que siempre anticipaba las lluvias, las luces rápidas y los estruendos del cielo, no había previsto la nube brillante y estaba intrigado. No podía contrariar la alegría de la tribu, pero estaba preocupado.

Ni aún terminadas las fiestas, empezaron las calamidades. Primero cayó la lluvia seca y los árboles cambiaron de color. Plagas invisibles devoraron la savia de las plantaciones   —143→   de metates arruinando la cosecha. El cielo no dio agua y los pastizales se quemaron.

Muchos enfermos atendía Sushuse, pero las cataplasmas de ontaro y los conocimientos de hojas de anoré nada podían contra la extraña dolencia.

Los ríos empezaron a arrastrarse corriente arriba y los peces murieron enloquecidos74. Las anemitas salieron de sus cuevas subterráneas y las bestias mayores huían despavoridas por la sed.

Sin duda, Surituke, el Malo, celoso del nuevo Yebaki, andaba cerca escondido, metido dentro de un pájaro o en el cuerpo de algún infeliz. Todos andaban cautelosos y desconfiados.

En la choza de Metaki75, ardían ramas de ayatema para espantar el mal. Metaki temía por su hijo. Nada había para él más amado. Sólo la madre y Sushuse podían tocarlo. Y sus órdenes fueron claras: buscar a Suritake y darle muerte.

Alguien de pronto vio una macheka escondida en su caparazón de hermosos dibujos, que antes no estaba allí. El animal parecía de piedra. Pero así se escondía Surituke. De modo que lo atravesaron con una lanza y luego lo cocieron en un caldero.

Contentos estaban alrededor de la hoguera, cuando un metoche señaló a un joven, gritando «¡Surituke! ¡Surituke!».

El salvaje quiso explicar que él no era el temido maligno pero vio cómo los oyateches ya preparaban sus flechas y decidió huir. Corrió hacia el monte, pero los oyateches son ágiles y veloces y pronto le dieron alcance. Diez flechas se hundieron en el cuerpo del mancebo, para matar bien al demonio. Arrojaron su cadáver en las aguas grandes y todos festejaron el seguro fin de las penurias.

Pero esa noche llovió con furia. Piedras de hielo cayeron del cielo rompiendo los techos de las chozas y matando las pocas aves que quedaban.

Nueve descansos76 duró la lluvia. Formando torrentes, el agua arrastró los restos de sembradíos, se llevó las chucapas y no se pudo encender el fuego.

  —144→  

Pronto comprendieron que se habían equivocado. Surituke no estaba muerto. Para colmo, ellos habían ofendido a Yekabi matando a un inocente.

Por fin a la décima luna cantó el utapaga anunciando la calma.

Recogieron los cuerpos vacíos de los muchos que habían ido muriendo y los despeñaron en el gran precipicio, allí donde se acaba el mundo.

Un metoche capturó un carube en el monte y lo ofrecieron a Yekabi en sacrificio.

Pero todos sabían que las desgracias no habían terminado.

Metaki vio venir a los consejeros con sus adornos ceremoniales y el sabio Sushuse se acercó a recibirlos. Formaron un círculo frente a la choza de Metaki y el cacique los escuchó en silencio.

Entonces, frente a la tribu reunida, Metaki sacó su cuchillo de penake y lo afiló en una piedra de yoca. Cuando estuvo listo, fue adentro y trajo al niño.

Y por primera vez en su vida lloró.

Lloró, mas hizo todo lo que tenía que hacer.

Preguntas sobre el texto de Dirma Pardo

1)¿Recuerdas cómo se llama el libro de cuentos que la autora publicó en 1992?

2)¿Crees que este relato es comprensible para un paraguayo a pesar de estar localizado en el Japón? ¿Tendría entonces la narración un alto grado de universalidad?

3)Debate con tus compañeros sobre qué significa que una obra es universal.

4)¿Podrías citar algún fragmento con prosopopeya?

5)Busca en el texto algunos efectos de la explosión nuclear que la autora describe.





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ArribaAbajoSara Karlik

(1935)


Narradora nacida en Asunción, pero afincada actualmente en Chile, es una de las más laureadas internacionalmente y, posiblemente, una de las seleccionadas en esta antología que más obras cuentísticas ha publicado. Mantiene una producción extensa aún inédita, en la que se incluyen al menos tres novelas. Dentro de la escritura que reivindica la dignidad de la mujer, Sara Karlik trata generalmente acerca de problemas que surgen de la memoria y del recuerdo, de la observación de la experiencia vital. Pero no todo lo que narra es verdadero; gran parte lo es pero a ello añade pinceladas de ficción y fabulación. Como ella misma afirma en la introducción de su libro Entre ánimas y sueños (1987), sus relatos se inspiran en recuerdos, y la literatura es un arma de la memoria interior porque la civilización no ha inventado aún las formas de borrar el recuerdo. Busca la metáfora simple, automática a veces, lo que imprime a algunos relatos una dimensión surrealista, y trata de eliminar retoricismos dentro de su escritura barroca. Su gusto por Gabriel García Márquez, con quien fue incluida en una antología de narrativa hispanoamericana contemporánea publicada en Holanda, se transluce en algunos relatos como los que incluye en La oscuridad de afuera (1987), de semejanza a las historias de Eréndira y su abuela desalmada, porque enseñan las relaciones de los hombres con la tierra donde habitan, aunque no trata de imitar en ningún momento el estilo ni la temática del autor colombiano. Sus otros libros de cuentos publicados hasta 1998 son Efectos   —146→   especiales (1989), Demasiada historia (1988), Preludio con fuga (1992) y Presentes anteriores (1996).

Es una autora de especial dificultad interpretativa. Sus temas son recurrentes, y algunos como el de la impunidad del poder llegan a ser un tópico en ella, y en la literatura latinoamericana. Sin embargo, la forma de narrar de Sara Karlik es muy personal. En ella se pueden encontrar influencias de otros autores latinoamericanos; a la susodicha de García Márquez se pueden añadir la de Borges, sobre todo en el uso de las acotaciones en las frases del discurso, la de María Luisa Bombal en las visiones oníricas, la de Ricardo Piglia en el discurrir de una voz obsesionada por un tema, la de Julio Cortázar77 en el carácter abierto de los desenlaces, la de los cuentos de Eva Luna de Isabel Allende en la presentación consumada de un mundo mágico garciamarquino, y la de Daniel Moyano en la red de significaciones y la estructura simbólica de algunos relatos. De Faulkner se advierte el fragmentarismo del discurso. Sin embargo, estas influencias no son conscientes y la escritora trata de autodefinir su estilo, algo que consigue y que se observa en que casi todos sus cuentos tienen un gran parecido estilístico, lo que da a su obra coherencia.

Los personajes de la mayor parte de los relatos de Sara Karlik muestran una gran pasividad, con lo que se caracterizan por la falta de acción, como comprobaremos en el cuento de esta antología. El discurso queda guiado por una voz que desarrolla la actividad mental de la realidad psíquica, un movimiento narrativo interno que disloca el significado literal de las palabras. Los cuentos no participan de las características del relato realista tradicional, y a esta característica del estilo personal de Sara Karlik hay que añadir la del empleo continuo de las palabras buscando las posibles connotaciones que puedan tener en el contexto de la frase donde se incluyen. Esta búsqueda constante de lirismo hace que la prosa a veces caiga en la imagen irracional, e incluso parte de sus relatos son figuraciones oníricas donde un protagonista, generalmente femenino, suele verter sus anhelos y frustraciones.

  —147→  

Sus relatos de reflexión sobre la condición de la mujer narran pasiones de personajes femeninos en un entorno constreñido por un lenguaje masculinizado. La autora denuncia la subordinación de la mujer al varón. Sufrimiento interior y erotismo caracterizan la narración: el erotismo de los relatos de Sara Karlik no es forzado ni intencionado, sino que surge de la misma situación en sí y de la búsqueda de la reacción femenina a determinados actos masculinos. Ha tratado sobre la injusticia que sufre la mujer, quien abrumada por violaciones físicas y morales, rechazos sociales, indefensión ante la maledicencia e incomprensión generalizada cuando su vida ha anegado terrenos poco comunes.

De Presentes anteriores (1996) hemos seleccionado uno de los mejores relatos, el que da título al libro. Fue escrito conforme a las sensaciones de un mundo femenino próximo a la surrealidad. El ambiente onírico que predomina en el relato hace que pensemos en el calado surrealista, muy en la tónica de la escritura automática. El tiempo se convierte en una obsesión, y su paso en una consecuencia irrevocable del destino humano. El relato es un extraño viaje de mujeres cuyo sentido es paralelo al viaje de los cuatro jinetes del apocalipsis. Su trayecto está marcado por un conjunto de cosmogonías que rechazan de plano la realidad física y convierten el tiempo en elemento disuelto en la mente y la memoria.


ArribaAbajoPresentes anteriores

Desde la distancia semejaba un caparazón moviéndose al ritmo de un cuerpo. O podía ser un hongo silvestre aparecido por la magia de las lluvias. Lo que menos parecía era lo que en verdad era: una sombrilla. Nada que ver con un paraguas, aunque de la misma familia. Se trataba de una sombrilla para protegerse de los excesos del sol, un objeto utilitario ya olvidado en el trajín de lugares que habían dejado de ser pueblos, donde se buscaba perder la costumbre de su uso para no interrumpir su conversión a grandes ciudades.

  —148→  

Bajo la sombrilla, una mujer meciendo el tiempo, sin apuro. Se hacía difícil ponerle edad, armar o desarmar números para que cuadren con su rostro, sus rasgos, la actitud rugosa que bien podría atribuirse al reflejo del sol.

Cuanto más se acercaba, más visos de irrealidad tomaba su imagen, sobre todo por la forma de vestir.

Era de día para suponer o pensar que pudiera tratarse de una aparición, si bien el campo abierto alimentaba cualquier entuerto imaginario, aunque los ruidos de un silencio apenas cortado por sonoridades abiertas, daban lugar a detenciones del pensamiento o a su escape ocasional o accidentado.

Los brazos de la mujer iban cubiertos por mangas falsas, semejantes a las que en un tiempo se usaron en verano para asistir a misa, sin el riesgo de ofender el pudor de los santos con brazos desnudos. Eran mangas que podían calzarse como guantes y se afirmaban en su lugar por medio de una cinta elástica.

Además de las mangas, la mujer llevaba un manto negro cubriendo la cabeza, con una de las puntas del triángulo suelta y la otra sujeta entre los labios apretados, dando la impresión de no tenerlos o de que le faltaran los dientes.

De pronto retiró la sombrilla y miró hacia el cielo, como queriendo cerciorarse de que continuaba habiendo sol o aún fuese de día. Caminaba por el medio del camino, una franja de tierra roja semejante a un largo jirón de carne. Así de roja era, o tal vez tantos entierros habían acabado por teñirla.

Los pies descalzos de la mujer iban marcando pistas o desmarcando las anteriores.

Era un camino que tentaba a confusión, por las formas de talones y dedos contrapuestos que fueron arcillándose entre lluvias y más lluvias, y en tantas pasadas de gente movediza hasta ser fijadas por los vientos y los soles.

La mujer se detuvo frente a una casa, o una irrealidad de casa temblando el espejismo del sol. Alguien salió del interior, ofreciéndole agua en un jarro. La mujer bebió unos sorbos y con el resto se enjuagó la boca, lanzando el líquido al   —149→   costado para no salpicar a nadie. Parecía un rito y ella la encargada de mantenerlo. Retomó su andar, con el mismo paso lento y decidido. No tardó en formarse otra mujer a su lado, de igual apariencia: pies descalzos, sombrilla y manto. La nueva mujer fumaba un cigarro, o quizás sólo lo llevaba prendido del costado de la boca para forzar el rostro a tomar esa dirección.

A poco andar, ofreció el cigarro a la primera mujer, quien mantuvo un buen rato entre los dientes, regresándolo al tiempo que lanzaba un escupitajo, limpio y certero.

El sol continuaba en la misma inclinación, vertical tirando a sesgado. Era evidente que las dos mujeres conocían el camino y que no dejarían de caminar hasta agotarlo.

Más allá o más acá, como sucede cuando no es posible tener claro el ajuste de distancias, se detuvieron frente a otra casa de igual característica a la anterior. Bebieron parte del agua ofrecida y se enjuagaron la boca con el resto.

El camino seguía abierto, como no queriendo ceder y acortarse o para disminuir el cansancio de las mujeres, aunque ellas no daban muestra de estarlo.

La tercera surgió de un pestañeo de alguien o de algo, así de cierta o imaginada, así de firme en la actitud de los pies, grabando y grabando la tierra con señales de uñas o escupitajos, o de la ceniza del cigarro paseante de boca en boca, sin estar encendido.

Eran tres motas de carne presionadas a caminar por alguna fuerza flotante.

El tiempo no daba muestras de querer atrasarse o adelantarse. Más bien no daba muestras. Sólo la inquietud pujaba para hacer más solidario el silencio y dejar que las mujeres actuasen debido a quien sabe qué anuncios o presagios.

Avanzaban como si supieran la dirección de sus metas. Les faltaba caballos para poder calificarlas de jinetes endilgar su presencia a algún apocalipsis inconcluso.

La falta de rostros visibles hacía más negras las figuras, más unificadas en su presencia. Parecían mujeres atadas por   —150→   la descordura, buscando el apoyo mutuo para continuar en la irrealidad de la visión. Era posible que una cuarta surgiese de alguna mancha nocturna, sin siquiera llegar a ser sombra, y lograra formarse por asociación.

Los mantos negros tomaban de pronto forma de alas, fustigando el aire en busca de cuerpos que facilitaran la huida. Quizás entonces solamente quedarían remedos de cuerpos, o esqueletos deseosos de iniciar danzas macabras para alejar espíritus envidiosos.

Había mucha noche, o madrugada.

Tal vez eran monjas habituadas a lidiar con miedos indeterminados, porque no eran lugares para mujeres sin entrenamiento.

La lluvia observaba desde las alturas, sin animarse a agregar más complejidad a la escena. Quizás no eran más que mujeres de barro que irían a deshacerse con las primeras gotas.

Entonces el viento empezó a incomodarse, soplando hacia un lado y luego hacia el otro como si le fuese difícil decidirse.

Las mujeres seguían al viento en su vaivén. Entre cambio de noche y afianzamiento de madrugada, un rojo intenso cubrió el cielo, el horizonte. Los relámpagos se frotaban entre sí, produciendo más chispas. Sin embargo, no era cosa de los cielos. Enseguida se sintió el ruido de truenos en su choque mutuo, atemorizando la atmósfera. Pero no eran truenos, sino ladridos de cañones saturados de carga, toda una contienda en pasado que no obstante dejaba libre el paso78 de las mujeres como sí estuviesen acostumbradas a sortear artillería, pesada o no, con sus piernas de aves en tierra preparándose a levantar vuelo con pequeños saltos tentativos.

La distancia iba quedando atrás y ellas cada vez más avanzadas en su acercamiento, cubriendo y descubriendo espacios. Había apuro en el aire, en ellas, en los mantos cada vez más negramente apretados por dientes tal vez negros también.

Empezaron a agacharse y rebuscar en desechos de tierra y creceduras de plantas, a revolverlas como si entre medio,   —151→   igual que los pájaros, fuesen a encontrar alimento. Metían manos vacías y las secaban del mismo modo, repitiendo gestos con resultados semejantes.

De nuevo la distancia juega entuertos y semejan sembradoras del cuadro de Millet, y están a gusto en el cuadro aunque muy solas en la aventura, en la conquista del espacio y tierra, en la búsqueda estéril, mujeres que abandonaron su lugar y su tiempo traspasando fronteras enterradas en la historia.

Sin embargo, parecen escapar para llegar, o llegar de escapes imposibles de ese libro que las marca fuertes por sobre todo.

Continúan su avance, sobrepasando reglas físicas o límites naturales o lo que tuviese que ser, porque son misioneras, no mujeres buscadoras de tesoros, sino de hombres que habían sido suyos con distintos nombres y parentescos. Son mujeres extraviadas que aún piensan encontrar lo que han perdido, son residentas de ley, de espíritu, de estar ahí, en el campo de batalla, carne de alivio para sus hombres. No podían ser otra cosa. Son mujeres de alma y cuerpo, más bien olvidadas de cuerpo, las que vagan sin reposo para alejar sonidos de guerra y no vaya a ser que de nuevo sean obligadas a retomar sus puestos, a cobijar presentes anteriores.

Preguntas sobre el texto de Sara Karlik

1)Cita algunos autores hispanoamericanos que han influido en Sara Karlik.

2)¿Los personajes de «Presentes anteriores» son fantásticos o realistas?

3)¿Qué función poseen los elementos físicos como el sol, el aire y el viento en la narración?

4)¿Encuentras descripciones en el relato o simplemente discurso narrativo?

5)¿«Presentes anteriores» es un relato fantástico?





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ArribaAbajoMargot Ayala

(1935)


Narradora peculiar por la forma de acercarse al mundo de la literatura, posee una obra original formalmente. Su novela Ramona Quebranto (1989) merece una atención particular por ser la primera narración que reproduce el lenguaje real paraguayo, situando la acción en el popular barrio de la Chacarita de Asunción; el jopará, mezcla de español y guaraní. Ha escrito dos novelas más, Entre la guerra el olvido (1993) y Más allá del tiempo (1995), obras de estructura en párrafos y con capítulos concisos y fragmentados. Pero ha sido Ramona Quebranto su creación más recordada, donde refleja el sufrimiento diario de la mujer humilde del citado barrio asunceño. Mario Halley Mora realizó una adaptación teatral de esta obra.

La influencia de la pintura en sus obras literarias es patente. Su escritura es como un cuadro plástico donde se retratan fragmentariamente pinceladas de una historia o de un ambiente. Esta fragmentación desemboca en una estructura dispersa, basada sobre todo en incursiones de breves párrafos con paisajes y personajes, a modo de un bodegón o de un mural paisajístico descriptivo. El argumento de Ramona Quebranto carece de importancia en sí: es el dramatismo de la situación de la mujer humilde y la plasmación de sus problemas y sentimientos el centro de atención de la novela. Lo importante es el lenguaje, porque se convierte -por su expresividad- en la herramienta que dibuja el cuadro del testimonio de ese dramatismo. La novela es un lienzo en el que la   —154→   autora va estampando la vida de la Chacarita y el lenguaje es la pintura que manejada por la autora va traduciendo en imágenes la aceptación de los constantes infortunios que padece la gente de este barrio. Los problemas amorosos, las crecidas del río, el dolor del sufrimiento están trazados por la narración de la vida de Ramona Quebranto, una protagonista que presenta la complejidad del alma popular de Asunción, a pesar de su aparente mentalidad simple y aldeana. Ramona es hija de las circunstancias en que vive y su comunicación con el mundo choca con su silencio, ejemplo del de tantas mujeres paraguayas, sobre todo humildes.

La novela presenta un microcosmos peculiar dentro del macrocosmos que representa la capital del Paraguay. Margot Ayala capta y transmite literalmente el mundo de este microcosmos; del que Ramona Quebranto, como bien simboliza su apellido; transluce el sufrimiento de las clases más humildes de la ciudad. El ambiente, precisado con el lenguaje, se convierte en el verdadero protagonista de la obra, pero su reconstrucción no llega al lector por medio de la descripción de personajes y situaciones sino por el lenguaje, verdadero identificador de la cultura de la Chacarita, salvo en las escasas escenas en que se narran en español. El fragmento de la novela que hemos seleccionado es bien representativo de todo lo indicado. En él se observa la presentación sencilla de lo cotidiano y la diferencia que existe con el mundo externo.


ArribaAbajoRamona Quebranto

(Fragmento)

-¿Mbá'éichapa, Ramona? ¿Reiko porapa?

-Aiko pora gueteri.

-E cierto pa que Julio e tu novio?

-Sí, ¿qué hay por eso?

-E que también e mi novio.

  —155→  

-Y güeno, mi hija, ¿vo piko no sabé que kuimba'e e como gallo? Puede con die mujer, así que aguantate, mi hija, aguantate nomá.

-¡Ndetarova niko nde!

A mí qué si anda por ella, no me hace niko falta. Me compró cama, baúl, ropero y todo. Para má, le aguanta a Marianito que e mi hijo akue de otro hombre, que e inaguantable.

Así ko nomá son la mujere malagradecido. Seguro que a ella también le ayuda. Ahora quiere prejudicano con su etúpido celo.

¿Mara piko che mombe'u si no podemos remediá! Está fuera de lugar, como dice mi comagre, que e una señora de sociedá y todo.

Ella e muy buena, tiene caridá, siempre mira por nosotros.

¡I mena nomá e demasiado jodido!

¡Y qué piko le vamo hacé! Devarte vamo ponderá, si todo lo patrón e luego lo mismo... sin falta oikese nde kotype.

El ko tiene diculpa, porque la señora, con todo ese asunto de té canata, anda por ahí con su auto nuevo, peluquería, vernisá, hambaíe, no sé eté qué pa es eso, pero se vite paqueta y todo lo día le deja solito.

¡Oi ko nomá petei problema! Me quiere casá a toda cota, eso me molesta, pa sabé. ¿Por qué pa quiere mi degracia?

Menda niko e jodido porque cuando salí la Iglesiagui, ojecreé tu dueño, y te trata como cualquié cosa, ha okaíuro, katuete nenupa. Oheka otro kuña avei!

¡Nde rasóre! Caprichosa retobada eta mi comagre, quiere que tome patilla concetiva a toda cota.

Yo no quiero este, porque pa'i dice que e pecado mortal, vamo sin falta infierno pe. ¿Sabé paraqué dice mi comagre?. «Ma pecado e no tené que dale de comer».

¡Nde! ¡Dio mío, me hace todo py'ajere! A deconfiá luego de ese pitogue que todo lo día anda por mi patio... ¡Estoy en etado... mabe'éiko ajapóta! ¡Che vyra!, ¡por qué pa no le hice   —156→   caso a mi comagre rae? Con este criatura son sei, tre e de Julio lo otro son de otro.

Sa'i la porte; para peore, una noche ou Julio primo, ecapado de policía, porque anda en política.

¡Ha ndohovéi! Etamo todo ojo'aripa. ¡Petei kilombo cha!... carga para nosotro, que somo pobre. Apena ko tenemo para nuestro hijo kuéra.

Ha'e isinvergüenzo porque no saca su ojo de mi retyma, cuando etiendo ropa por alambre. Ndo kyhyjéi voi niko.

Ciertamente no tengo queja, me ayuda, trae agua en balte canilla Corposanape; lava ropa, barre, no repara ite por trabajo, e güeno, anga.

Nda negái voi que che gutá, porque e churro, según él mimo dice, lo kuña etá todo loca por él.

¡Ha che aguerovia! Porque e yuky ha ipora avei. ¡Ce reviráta hína!... Si j ode ese que sabemo, en cualquié momento me acueto por su primo... ¡Ipire vai niko Julio!

No me da pelota, ¿quién pa no sabe? ¿Acaso soy sonsa o qué?

Che vecina ohecha ojeroky Petrona ndive clu «Sol de América» pe.

Si macanea, no va podé por alambre de akaratí, problema va se esa mi comagre metereta que se encariña por ello, porque e su jardinero niko... ella ko e de bueno sentimiento, pero iche mo kaneíoma chugui!

Lee demasiado libro, tiene un mbojere que ni ella mimo entiende.

¡Itarova niko con todo eso asunto de lo moral! ¡Mba'eiko upéa! ¿De dónde piko ella saca todo eso? ¡Aichijáranga! Miramína lo que me dice.

Gua'u que etá haciendo getione para sacano de Chacarita y dano un casita de iglesia patorale, no sé qué, ni dónde pa.

¿Cómo pa se le ocurre esa etupidé? Idesubicada niko, cualquié cosa de eso ko anda por su cabeza.

¡Trite demá niko che apyta, porque nañanimái ha'evo ichepe que de mi ranchito nadie me va sacar!

  —157→  

Nosotro etamo acotumbrado, y le queremo a Chacarita. Ciertamente que cuando viene creciente pe inundación, vemo nuestro casitape día a día entra agua, hata que llega a lo techo.

Upéa i trite, pero no arreglamo mal que mal, todo ko ayuda, dentro de su posibilidá.

¿Qué piko via hacé en otro parte? Aquí niko yo nací y no voy a salí.

Ete ko e mi vida, para peor, e rancho kue de mi papá que murió guerrape.

Regular pora todo mi amiga etá aquí, y no pasamo la mano entre todo.

Cuando baja agua limpiamo ¡rovy'a! Cualquiera no mira hata que pasa necesidá. ¡Dónde pa en otro parte alguno va repará por nosotros?

La ecuelita de mi hijo oñeinundá, pero ndaipóri la problema, porque veterano kuera guerra Chaco preta su galpón a maetra, y santa pacua. ¡Che memby kuéra trabaja má fácil aquí!

Petei o vendé chicle calle Palma pe; upe otro, canillita; ha otro, lutrabota centro pe; che mita kuña oñe conchavá petei tienda pe.

¡Naumbréna! Che a explicá bien, pero no entendéi voi, porque su cabeza oiko en otra parte, y no e Chacariteña.

Preguntas sobre el texto de Margot Ayala

1)¿En qué barrio popular de Asunción se localiza el argumento de Ramona Quebranto?

2)¿El fragmento de esta novela, y la obra por extensión, pretenden reflejar el lenguaje popular y el jopará, como si estuviese recogido en una grabación magnetofónica?

3)Intenta trasladar al castellano medio el primer diálogo del fragmento.

4)Explica el desenlace del texto.

5)Qué tipo de personajes aparecen en él.





  —158→     —159→  

ArribaAbajoTeresita Torcida de Arriola

(1940-1988)


Como hemos anticipado, Teresita Torcida de Arriola es una autora de origen argentino que se dedicó a la prosa además de al teatro, publicando una obra en este género titulada Farsa de una farsa en 1972. Su labor creativa tuvo continuidad durante los años setenta. Editó en 1971 Los cuentos de tía Lulú y en 1975 su única novela corta publicada, Y soy. Y no, que logró el tercer premio Hispanidad del año 75, obra de la que hemos seleccionado un fragmento.

El incluirla en esta antología se debe principalmente al carácter de su obra y al tipo de protagonista: es el extenso monólogo de un hombre, una suerte de traducción del llamado pacto autobiográfico entre el narrador de ficción y su propia realidad. En la narración se percibe ante todo el ritmo monocorde reflexivo de la voz del narrador-protagonista. Pero el modo discursivo sensible hace que la autoevaluación de su comportamiento se convierta en un relato donde se percibe especialmente la voz tenue de la mujer.

El fragmento que hemos seleccionado se corresponde con el capítulo tercero de la obra. En él se puede percibir técnicamente el empleo de la frase entrecortada, breve, dubitativa (como reflejan las reticencias de los puntos suspensivos), como la mujer observa la actitud del hombre solitario con problemas. La originalidad del discurso estriba también en los guiños del narrador al lector, a quien formula preguntas directamente relacionadas con aspectos transcendentales y filosóficos sobre la conducta humana. Pero en lugar de ser una novela   —160→   morosa, la narración es ágil, expresiva, y sobre todo, intuitiva, como este fragmento demuestra.

En el plano temático, el fragmento nos demuestra que la autora ha tratado de penetrar en el pensamiento de un hombre, que por extensión puede representar a un determinado tipo misantrópico del género humano. El protagonista se debate entre el dilema de su amor y las relaciones sociales de la mujer marcadas por la creación de una familia, hecho que supondría caer en la rueda social. Hay una intención furtiva en sus actos ante la imposibilidad previsible de poder alcanzar la plenitud del amor de Estrella, pero la autora va poniendo en entredicho los lazos sociales y familiares que impiden el total desarrollo de la libertad individual.

Esperemos que este fragmento ayude a situar en su lugar merecido a una narradora que ha pasado inadvertida en el panorama de las letras paraguayas, pero que sin embargo tiene un gran valor al haberse mostrado como precedente de las obras con profusión de monólogos que van a aparecer en los años siguientes, como se puede observar en los trabajos de Neida Bonnet.


ArribaAbajoY soy. Y no

(Capítulo III)

Un día...

Mejor dicho: otro día... No sé cómo, ni por qué. No sé cuando, ni con quién... Crucé otra calle y otra vereda... y me sentí mejor.

¡Y al tercer día volví a hacerlo, y me sentí aún mejor!

Por fin, ¡oh cielos! ¡Por fin! ¡Por fin pude volver a tomar posesión de mi moral, mi fe en los principios, mi honradez espiritual! ¡Qué tarea de titanes! ¡Sí, señor!

¡Y todo eso, yo solo! Sin su ayuda, sin ayuda de nadie, había alcanzado mi vuelta a la nada.

¡Y nadie me felicitó!

Ni usted, ni ella, ni nadie.

  —161→  

Nadie.

¡Ni yo!

Cuando me di cuenta, había retomado mi día por la misma calle, la misma vereda y las mismas horas de Estrella, con la misma indiferencia o desapasionamiento de antes, y volví a ver las cosas no como ellas son, ¿sabe?, sino a través de mí mismo, y volví a percibir el mundo exterior sin más razón que la mía propia; proyectándome hacia la gente, hacia el bulto, sin pizca de fantasía.

Pero...

Perdón. ¿Ud. se preguntó alguna vez cuántas cosas pueden percibirse al mismo tiempo?

No se preocupe, yo se lo contesto, lo leí una vez no sé dónde. Dicen que nosotros solamente podemos ver parte de las cosas que nos rodean, claro que la atención depende del nivel del estímulo; así, si oímos continuamente el tic de un reloj dejamos de advertirlo, pero nos damos cuenta si el reloj se para, y todo porque la adaptación a un estímulo disminuye siempre la intensidad, y a la inversa, el cambio de estímulo intensifica la atención. Matemático, ¿Ve?

Y eso fue lo que pasó.

Por un milagro de qué sé o de quién, me convertí de pronto para Estrella en el tic tac que se paró, y la sorpresa que le noté en el ceño al volverme a ver, y hasta el alivio que le brillaba en los ojos, ¡oh, Dios, me hablaron de cosas, de mil cosas!... Pero no me animaba a creerlas en medio de mi «supuesta» indiferencia y desapasionamiento.

Así...

Sonrió casi como en un saludo. Bueno, como lo haría usted o yo si tomara el mismo colectivo todos los días y el conductor fuera siempre el mismo. Con esa especie de satisfacción... ¡No!... ¡Mejor: de alegría! ¡De calor humano! ¡De complicidad y unificación, de caminos a realizar juntos, de vidas semejantes!, ¡que sé yo, de tantas cosas...!

Pero a pesar de mi supuesta indiferencia o desapasionamiento, para mí no podía todo eso ser tan simple. Tenía mi   —162→   amor enroscado y caliente, envuelto en nervaduras y brillante de anhelos, y una sonrisa, su sonrisa, fue mucho más que un saludo: fue la cafetera, el vaso de cuero, el rosario. Santa Teresa y el agua bendita.

No sé ni cómo, pero me acerqué y la saludé. Noté que la tocaba sin haber llegado a poner mi piel sobre la de ella, sobre ese vestido a motitas y ese lazo de colgantes.

Se sorprendió (pero no mucho). Y me contestó:

Yo79 ya le había dicho: ¡hola!

Ella al pasar me dijo: chau. Y como un brusco golpe de hambre, sentí en el aire vibrante que cada cual seguíamos nuestro rutinario camino, pero llevábamos por fin nuestra soledad más acompañada que nunca.

¡Qué ganas de contárselo a Anselmo!

¡Qué ganas de decirle lo que era capaz de sentir este hombre bajo y feo!

¡Qué ganas de tirarle a la cara mis proyectos y afanes, la risa que me brotaba sin razones, las arrugas de mi piel muerta de anhelos! Y qué deseos incontenibles de burlarme a gritos de su pelo aceitoso y enrulado, de sus teñidas conquistas femeninas, de su exuberante musculatura: «ríete y el mundo reirá contigo... sí, hijo, llora y sólo conseguirás que se te ponga roja la nariz», y ante ese tropel de pensamientos dispares y ajenos, me nacían mil carcajadas que en vano trataba de ocultar tras el periódico desdoblado.

Subí corriendo las escaleras que me llevaban a la oficina desechando por primera vez la comodidad del ascensor. Fiché fuera de hora. Y lo que nunca había hecho, dejé tirado sobre una silla cualquiera mi saco gris oscuro. Me senté tras la mesa. Tomé la carpeta del día, el borrador y el lápiz..., y sólo supe hacer mil dibujos en papeles distintos sin llegar a traducir en toda la mañana aquella carta en portugués que hablaba de no sé qué importante y urgente negocio de maderas.

La secretaria general, una señorita algo mayor y en extremo meticulosa, se creyó en la obligación de llamarme la   —163→   atención en dos o tres oportunidades, mientras con viperino disimulo, trataba de averiguar causas y razones.

Menos mal que Pedro vino en mi ayuda la última vez que me acorraló la vieja, porque realmente, no sabía ya qué cosa sensata contestar.

Pedro... ¡Qué buen hombre! Serio. Redondo. Casi místico. Con sus pocos pelos bien peinados y su tiesa corbata moñito. Una pequeña representación en serio de cualquier caricatura cómica, pero aparte de eso, un individuo de aquellos que saben conjugar el verbo dar, sin pensar en la ley del toma y daca.

«Cuando haya pasado mi hora postrera, dirán de mí los que más a fondo me conocen que siempre he arrancado un cardo y he plantado una flor, doquier me haya figurado que una flor podía crecer». Si no lo hubiera escrito Lincoln, lo hubiera dicho Pedro. Tenía siempre la manía de hacer el bien, de practicar la paz, pero por sobre todo eso tenía la obsesionante testarudez de no permitir jamás a nadie hablar mal de los demás ni inmiscuirse en donde no les importara.

Pienso que tal vez fue por eso que pudo intuir el hecho de que algo anormal estaba ocurriendo, y con pasos medidos fue acercándose parsimoniosamente hasta mi escritorio, despidiendo autoritario su reconocida80 postura mental.

En dos palabras captó la situación, y sin permitir ataque ni defensa por ninguna de las dos partes, evaluó situaciones. Luego, calándose lentamente las antiparras y carraspeando bajito autorizome salir antes de hora.81

¡Qué alegría!

¡Qué euforia!

¡Qué extraña sensación de poseer mil energías distintas para luchar, y no tener fuerzas para nada! ¡Fíjese! Era como si al final de mi propia alegría y euforia, sólo me quedara un feliz agotamiento.

Al llegar de regreso a casa, ¡qué susto!, me topé con la señora del portero que en fracción de minutos me comentó del parto de la del lº «B», la quiebra fraudulenta del señor del 2º «A», y la artritis espantosa de su marido.

  —164→  

La oí sin escucharla mientras subía a mi departamento recién pintado de colores brillantes y nunca vistos. Anselmo estaba enfrente.

Sí. Anselmo, Apoyado sobre el quicio de la entrada a su pieza, moviendo sus asquerosos pies..., sobándose la camisilla larga sudada, de arriba y abajo, fumando en esa lustrosa boquilla de oro con iniciales grotescas.

Me saludó como siempre sobrándome en altura y virilidad.

-¿Qué cuenta el taperola del edificio? ¿Tan temprano y solito y solo?

No le di importancia. Sonreí a la supuesta gracia y con mal disimulado apremio me deslicé al interior del departamento y quedé recostado contra la puerta como para juntar aliento. Segundos después, como si un resorte escondido me empujara, me tiré contra la imagen de Santa Teresa y la besé desde la coronita de rosas, hasta la punta del crucifijo perdido entre sus manos. Llorando me persigno, me rocío82 a salpicones con el agua bendita y de rodillas en el piso rezo apurado las oraciones de la noche cuando apenas son las 4 de la tarde.

¡Comprenda! Es que necesitaba tiempo para revivir con meticulosa lentitud aquella fracción de segundo que había compartido con Estrella. ¿Qué quiere? Por eso me tiro de inmediato sobre la cama, por eso ni siquiera caliento el café, por eso ni me desvisto ni cierro las ventanas por donde entra el agresivo el solcito suave de principios de primavera. Y aunque hubiera querido, esa noche no existió muro de iglesia que me hablara de Dios, de Cruz, ni de Siglos. Sólo fantasías y ensueños, éxtasis y hasta divagaciones con su serie irregular de pensamientos abstractos convirtiéndose de pronto en imágenes concretas.

Preguntas sobre el texto de Teresita Torcida de Arriola

1)El narrador de Y soy, y no, ¿es un hombre o una mujer?

2)Cita alguna frase exclamativa de las que aparecen en el texto y explica qué provoca en la lectura del relato.

  —165→  

3)¿Qué sensación ofrecen las frases que acaban en puntos suspensivos?

4)¿Crees que el sentimiento religioso del narrador-protagonista es auténtico o artificial?

5)¿Qué te sugiere que aportan las expresiones entre paréntesis que aparecen? ¿Crees que se pueden considerar como recursos teatrales?





  —166→     —167→  

ArribaAbajoLita Pérez Cáceres

(1940)


Escritora con una educación básica recibida en Argentina, comienza desde 1965 a colaborar en periódicos de Paraguay, donde ha publicado sus cuentos. Ha participado en el Taller Cuento Breve dirigido por Hugo Rodríguez Alcalá, donde ha perfeccionado su estilo. Trabaja en el diario Noticias y ha obtenido varios premios por sus relatos, reunidos en el libro titulado María Magdalena María (1997). Su estilo es peculiar y su narración suele tener una estructura muy tradicional.

El cuento seleccionado aparece en la obra mencionada. Su título, «Currículum Vitae». Su característica es la originalidad y su contenido profundamente defensor de los derechos de la mujer y del valor del papel desempañado por la mujer83 en la educación y en el progreso de la familia como núcleo social. Es un peculiar currículum vitae que escribe una mujer madura que después de quedar viuda trata de reintegrarse en el mundo laboral porque con los trabajos eventuales que efectúa no tiene suficiente para vivir. Es la viuda de un policía, del que se adivina su pasado como torturador, que murió en un accidente. Ella, bastante inocente y poco docta, no ha comprendido nunca la realidad de lo sucedido, porque, como afirma, ha sabido siempre callar a tiempo. En el currículum repasa las labores más propias de la mujer dedicada a ser ama de casa. El drama surge porque el lector descubre la sinceridad y la gracia que la mujer expresa, pero ello no va a servir para el fin que pretende porque para la sociedad y el mundo laboral   —168→   «ha perdido» los mejores años de su vida en una labor tan «cotidiana» como educar y llevar el sostenimiento de una familia.

Así, pues, es un cuento para reflexionar sobre el papel social de la mujer, que permitirá descubrir cómo la mujer madura puede sufrir para poder vivir por sí mismo cuando ya no se encuentra encubierta por un nombre84. Su poesía y el encuentro del placer en lo sencillo choca con la vorágine y el dinamismo del mundo cotidiano, y a un mundo donde la mujer del pueblo sufre por sacar adelante su vida y la de quienes le rodean.


ArribaAbajoCurrículum Vitae

Sr. Gerente de Venta

«Tienda La Coqueta»

Ciudad

Señor Gerente de Ventas, antes que nada me disculpa por dirigirme a Vd., pero en el aviso que salió no figuraba su nombre. Sabe, mis padres me enseñaron que a la gente había que llamarla por su hombre, como por ejemplo, doña Engracia, doña Micaela y así por el estilo. Pero ellos eran campesinos y acá en la ciudad es diferente.

Le escribo por ese empleo que anda ofreciendo. Cuando leí que tenía que enviar mis datos personales en una carta manuscrita, busqué la palabra en el diccionario y me hallé mucho al saber que no necesitaba pedirle ayuda a mi hija Alina. Ella sí que sabe escribir a máquina: A veces, la visito85 en su departamento y me dice: Mamá, sentate por ahí que no te puedo atender porque estoy muy ocupada. Veo que sus dedos se mueven muy pero muy ligeros y hacen un ruido agradable con las teclas.

Pero me estoy saliendo del tema, como diría mi finado marido. Sabe don Gerente que yo quiero ser vendedora de salón. Ay, me gustó tanto ese título: VENDEDORA DE SALÓN.

  —169→  

Pienso que voy a servir porque siempre anduve vendiendo algo; cuando era jovencita los pañuelitos86 de ahó-poí que bordaba mi mamá... después de casarme hacía pastelitos y los ofrecía a mis vecinos y a los albañiles que trabajaban cerca de mi casa. Es que tenía que ayudar a mi marido para poder dar de comer a nuestros hijos y mandarlos a la escuela. Él siempre me decía que no quería que sean «unos burros como vos». No vaya a pensar mal, no fue malo, un poco autoritario a lo mejor, pero eso le venía de trabajar en la Policía. Era muy serio, se reía raras veces y la gente del barrio no le quería. Pero se mataba trabajando, casi siempre volvía de madrugada con los ojos muy rojos y de mal humor. Solamente se ponía cariñoso cuando les hablaba a sus cardenales. Si Vd. lo hubiera escuchado don Gerente... tenía cuatro en la jaula de hierro. Les compraba alimentos especiales y lechuga... y frutas; cuando estaba con ellos su carácter variaba, le cambiaba la voz. A mí me gustaba escucharlo y me hacía la distraída y me quedaba cerca... hasta me ilusionaba pensando que me hablaba a mí. Mire, no crea que conmigo era malo, me pegó algunas veces y me lastimó, pero le doy la razón porque yo era muy contestadora.

Volviendo a lo de vendedora de salón, me gusta la idea de no tener que estar a la intemperie... ¿Se dio cuenta de que yo también uso palabras difíciles? Las aprendí con mi patrona la señora Lucía de Lamermour, una gringa de muy buen corazón que me da trabajo de lavandera y planchadora. Ella me aconsejó que leyera los diarios, las revistas. Me dijo que yo soy muy inteligente, además de ser guapa y honrada, y que tenía que progresar. Dijo que le causa tristeza verme trabajar de sol a sol a mi edad. Y ahora que hablo de edad aprovecho para decirle que tengo cincuenta años, como verá no estoy muy vieja y gracias a Dios soy sana. Desde que Ciriaco tuvo ese accidente y falleció, yo quedé sola. Mis hijas están casadas y mi hijo se fue a vivir a la Argentina y me escribe muy raras veces. No tengo casa propia, vivo en una pieza y con lo que gano lavando y planchando alcanza para pagar el alquiler y para comer.

  —170→  

Por eso, don Gerente, me animo a ofrecerme como candidata a su empleo, aprendí a ser amable con la gente para que tuvieran deseos de comprar lo que ofrecía y también aprendí a callar mis rabias y a disimularlas con una sonrisa.

¿Qué le parece mi propuesta? Por favor contésteme pronto.

Petrona Viuda de Figún.

Ah, disculpe si no le mando el Currículum Vitae que pide... No sé lo que es.

Preguntas sobre el texto de Lita Pérez Cáceres

1)Explica qué es un «currículum vitae».

2)¿En cuántas partes dividirías el cuento y por qué motivos?

3)Resume su argumento.

4)¿Por qué el final es sorprendente?

5)¿Por qué la autora pone entre comillas algunos sintagmas del siguiente fragmento: Él siempre me decía que no quería que sean «unos burros como vos»?





  —171→  

ArribaAbajoRaquel Saguier

(1940)


Una de las novelistas paraguayas contemporáneas más importantes es Raquel Saguier. Tiene vocación de novelista ante todo. Comenzó trabajando en el Taller Cuento Breve donde adquirió la experiencia necesaria para determinar su carrera literaria posterior. Es posiblemente una de las mejores narradoras paraguayas actuales y ha sabido dotar de una mirada irónica hacia el mundo exterior al personaje novelesco paraguayo, como método de deconstrucción (utilizando el término de Lacan) de una realidad a escrutar.

Ha publicado hasta la fecha tres novelas: La niña que perdí en el circo (1987), La vera historia de Purificación (1989) y Esta zanja está ocupada (1994). Hemos comentado en el prólogo lo que significa la primera de ellas en la narrativa paraguaya. Sin embargo, la segunda tiene un sentido especial que emana de una prosa abierta, intimista, y que surge de la autocomprensión de una situación personal de apertura de la mujer al mundo desde la iniciación sexual autentificada; alejada de la simple relación contractual del matrimonio impuesto con un hombre con el que resultan imposibles unas relaciones sinceras y fluidas.

Su escritura es muy elaborada, pulida, sobre todo la estructura de sus obras, y trata de crear una prosa con ritmo. Pero además cree, como Gabriel García Márquez, que lo importante en un escritor es la magia en la composición del texto, influencia del autor colombiano que se advierte en su prosa. Aboga por una escritura postmoderna en la que se mezcle   —172→   la simbología con la tradición. En este sentido, su visión de la novela es borgiana, siendo el maestro argentino uno de sus autores predilectos como a veces deja translucir en su escritura, de la misma manera que de Miguel Ángel Asturias le influye el que los personajes toman la ironía como forma de entender la vida.

El tema común de las tres novelas es la expresión personal de su mundo femenino, y la rebelión contra el orden patriarcal tradicional e impuesto. La rebeldía surge de la expresión interior de los pensamientos de los personajes y del recuerdo de las vivencias personales encuadradas en una historia de ficción. En la indagación en el yo interior Raquel Saguier no se contenta con narrar o exponer unos sucesos, porque la autora quiere descubrir las motivaciones interiores de todo acto individual en el marco de los acontecimientos públicos. En este sentido, La niña que perdí en el circo es una de las primeras novelas paraguayas en las que se pone énfasis en la educación de la mujer, a veces en tono existencialista. Y desde esa subjetividad se parte hacia una concienciación del personaje y de la propia escritora. El cuestionamiento de la sociedad no viene determinado por los procesos externos, sino desde la búsqueda de la esencia individual de la protagonista.

Esta zanja está ocupada es su mejor obra publicada. Presenta una estructura que recuerda en buena medida la escritura monogal de James Joyce y la polifónica de Juan Rulfo. Su título es una frase hecha que se refiere al lugar destinado al cadáver del protagonista, Onofre Quintreros. Y como los comienzos de las anteriores novelas de Raquel Saguier, se inaugura con una explicación del motivo central de la obra, sobre el que gira la disposición del discurso, del porqué de narrar la historia que se va a desarrollar a continuación. En La niña que perdí en el circo la narradora declaraba sus intenciones de recuperar el tiempo de la infancia; en La vera historia de Purificación era la descripción del momento en que la protagonista comete adulterio; y en Esta zanja está ocupada   —173→   establece el motivo que ocupa el centro de la narración: la aparición del cadáver de Onofre Quintreros, un prototipo de hombre que utiliza a la mujer como si fuera un objeto. Todos los protagonistas de las tres novelas se suman en un esfuerzo por aprovechar la ocasión porque necesitan un cambio personal. Así, son novelas de búsqueda de algo nuevo que imprima un futuro diferente a unas vidas apagadas o mezquinas.

Un rasgo novedoso de Esta zanja está ocupada es que el centro del discurso gira en torno a un protagonista ausente: el muerto Onofre Quintreros. Dos mujeres, Lumina y Sofía Bernal, ofrecen sus testimonios sobre sus relaciones con la figura, que simboliza la muerte del «macho»; de un koyguá, un hombre del campo que se establece en la ciudad, que no duda en aplastar lo que sea necesario para ascender social y económicamente, porque «todavía era pobre pero ya soñaba con hacerse rico» (p. 15). La rebeldía de Raquel Saguier se ajusta a un tono más social que el de sus anteriores obras y se enfrenta directamente con la mentalidad de la sociedad paraguaya dominada por los hombres. Onofre llega del mundo rural para lograr convertirse en una persona importante en Asunción. Abandona su mundo y se convierte en un ser despiadado. Entra en negocios que le permiten subsistir, pero consigue lo anhelado social y económicamente cuando contrae matrimonio con una mujer rica. A partir de ese momento se inicia un proceso de elevación social progresivo de Quintreros, pero el desprecio a sus semejantes le lleva a morir asesinado. El machismo de Onofre le hace creerse un dominador del mundo y sobre todo de las mujeres, porque le secunda una gran fama de galán y fornicador. Su muerte llega después de haber tenido relaciones sexuales con su amante Lumina, signo de que el amor y la muerte, Eros y Thánatos, están a poca distancia. El cadáver quieto en la zanja es el símbolo de la vuelta a la zanja social de la que procede, el campo, la tierra de donde nació. La codicia y la avidez de poder son la causa de su caída, porque él no contaba ni con los sentimientos del prójimo ni con la   —174→   misma codicia que tienen otros seres semejantes. El abandono de su cadáver revela el estado en que queda quien no ha tenido compasión con los seres con quienes ha convivido.

El aprendizaje en la vida lo realiza en la «universidad de la calle» (p. 27), metiéndose en corruptelas y en sobornos, y la experiencia que surge de su contacto con la sociedad que le rodea. Lee manuales de iniciación a la vida, y logra ascender a fuerza de recoger las «sobras rechazadas por otros» (p. 29). Acaba como «doctor en trasnochadas» y con el máster de «canas al aire y esclavo de Lumila Santos» (p. 40). Es además «un firme candidato a la siquiatría» (p. 46) por guardar en el pozo de su interioridad sus verdaderos sentimientos que va perdiendo a lo largo del tiempo. Estas frases dan testimonio de la escritura irónica que emplea Raquel Saguier como forma de combatir un mundo ancestral desigualitario en hombres y mujeres.

Frente a Onofre Quintreros se sitúa Lumina Santos. Es la amante del protagonista que durante un año ha tenido relaciones sexuales con él, una relación clandestina y «prohibida», consiguiendo a cambio beneficios económicos, joyas, abrigos de pieles, etc. Lumila es para Quintreros «ese toque de sol que tanta falta le hacía a su momentánea penumbra y no estaba dispuesto a cederla por ningún dinero» (p. 10). Lumila87 es más audaz que él, y por eso le derrota al final. Sus relaciones son de relleno en un principio, pero poco a poco se convierte en la mujer que domina la vida de Onofre. En realidad Lumila es quien sedujo a Onofre y no al revés como parecía, cuando inicia una verdadera persecución por los ambientes que él frecuentaba. Ella responde con valentía al machismo del protagonista, quien la ve como un negocio, pero que se convierte en una empresa frustrada al final porque se revela la superioridad de la mujer sobre el hombre.

Sofía Bernal, la tercera arista del triángulo de personajes principales de la novela, es la esposa que contrae matrimonio con Onofre Quintreros porque queda embarazada. Su familia se opone porque ve claramente que él sólo se ha casado   —175→   por dinero. Sin embargo no logran convencerla y se celebra la ceremonia de forma grandiosa y con ostentación, en la Basílica Nuestra Señora Alcurniosa, en una investidura con tres obispos y tres acólitos por obispo, banda de música y cámaras de televisión. Mujer conservadora, de férrea moral tradicional, no logra conseguir la felicidad junto a Quintreros, y a diferencia del ingenio de Lumila en sus relaciones sexuales, ella practica un «amor de salón» (p. 84) con el protagonista. Así, Lumila y Sofía representan dos tipos antitéticos de mujeres: la liberada y sin escrúpulos moderna, y la anclada en el férreo pasado del que es incapaz de salir. Sin embargo, la narradora no toma simpatía por ninguna de ellas, se distancia de los dos tipos de mujer poco auténtica consigo misma, y prefiere el amor verdadero que queda omitido en el discurso. Pero ambas coinciden en su odio a Onofre Quintreros: en hacerle pagar la deuda que ha contraído con ellas, hasta convertirle en un muerto olvidado de la gente.

El cuarto personaje importante de la obra es Recaredo Anodino Flores, el director de los Servicios Sanitarios y de Fumigación Estatal, sospechoso del asesinato porque participa en negocios y corruptelas con Onofre. Su nombre es simbólico: es el recadero de Quintreros en un principio, un personaje gris e «hijo de una gran floresta que lo floreció» que se aprovecha del revés político que sufre Onofre después de haberse proclamado su «amigo del alma (de esos que están prontos a batirse con cualquier arma y sobre el terreno que fuese, en salvaguarda de una amistad que en este caso llevaba veinte años de existencia)» (P. 9).

Raquel Saguier critica diversos aspectos de la sociedad actual materialista y obsesionada con la apariencia, física y moral, pero en trance de desintegración moral. El88 mundo que ironiza la autora es circunscribible a cualquier país, por lo que su narrativa es perfectamente adscribible a la tendencia universal de la novela feminista actual. La rebeldía contra el mundo machista, como la social, no queda dañada por ningún tono dramático porque la ironía se impone en el estilo;   —176→   Saguier evita cualquier sentimiento de tragedia, porque la mejor manera de poner en evidencia las carencias de sus personajes y de la sociedad es emplear lo carnavalesco -utilizando el término bajtiniano-. La puesta en evidencia de unas relaciones sociales degradadas llega por medio de la ridiculización, a veces esperpéntica, de algunas actitudes de los personajes o del ambiente social. El estilo de Raquel Saguier abandona el subjetivismo y el personalismo no para centrarse en la objetividad de un narrador omnisciente, sino en la pura ironía89 de las costumbres sociales como forma de ridiculizarlas. De esta forma el discurso llega a ser brillante, sin que el ritmo musical de la prosa decaiga en ningún momento por la habilidad de la escritora en el uso de la palabra precisa en cada párrafo. Así, ridiculiza el machismo, por ejemplo, con la actitud viril del protagonista en la búsqueda del «sexo extraterrestre» (p. 44).

También se agudiza la crítica política en comparación con sus anteriores novelas: así, hace referencia al golpe que derribó a Stroessner señalando que quien más, quien menos, hizo su agosto antes del dos de febrero, la fecha del golpe, pero añadiendo que aún hay quien continúa haciéndolo, en obvia referencia al estado de la política paraguaya de la transición a la democracia, llamada por la autora «Doña Transición Democrática». Raquel Saguier revela también la frustración y el escepticismo a que está conduciendo la transición democrática paraguaya.

Esta zanja está ocupada es la novela de Raquel Saguier que más se caracteriza por mostrar una mayor pluralidad de estilos, un manejo del cronotopo y del suspense más dinámico, y una reivindicación del papel social de la mujer más extendido a la globalidad de las mujeres. La escritura joyceana de los monólogos narrativizados se agudiza con respecto a sus anteriores novelas: los monólogos en primera persona alternan con los que están en segunda, siendo los más destacables los del discurso de presentación de Onofre Quintreros, y en tercera. De esta forma el fluir de la conciencia de los personajes, sobre todo de las dos mujeres, revela sus verdaderos sentimientos,   —177→   además de ser los fragmentos donde la rebeldía se manifiesta con más énfasis. Así, estamos ante una novela plenamente reivindicativa de la condición de la mujer que demuestra el carácter polidiscursivo que está llegando a tener la escritura femenina en la literatura paraguaya actual, como se demuestra en el fragmento de la obra que hemos seleccionado.


ArribaAbajoEsta zanja está ocupada

(Fragmento)

Hasta que un día cualquiera el espejo le devolvería la imagen de un Onofre que por fin había alcanzado las proporciones exactas: autoridad, audacia, cinismo y aquel cebo provocador de tantas ronchas femeninas, que tantos habían intentado sin éxito imitar: su total dominio de saber ser seductor, a toda hora y en toda ocasión, al punto de que no parecía existir, sobre un radio aproximado de cien kilómetros a la redonda, ninguna otra seducción por encima de la suya. Era el seductor número uno.

Pero aún le quedaba algo pendiente. Algo que había venido postergando, y que debía aguardar alguna noche sin luna, de modo que ninguna mirada pudiera asistir a la realización de un acto con el cual quedaría definitivamente sellada una etapa de su existencia.

El acto de cavar un pozo lo suficientemente profundo a fin de guardar en él sus propios pozos y deslizamientos, y aquellos pasajes secretos para que nadie supiera llegar adonde ellos llevaban. Y aquellas grietas internas, rebosantes de abandono, y todos y cada uno de sus atajos y de sus recónditas guaridas, que hubieran dejado entrever lo que tan celosamente había venido escondiendo.

¿Quién lo hubiera sospechado, no es cierto?, que Onofre Quintreros no fuera en realidad el que todo el mundo creía, sino nada más y nada menos que un cabal almacén de complejos, con varios gramos de cobardías, muchas docenas de   —178→   miedos, y un estante repleto de las dudas que cada uno prefiera. Por lo tanto, sí señor, un firme candidato a la siquiatría.

No, nadie lo hubiera dicho contemplando aquella figura altanera de mirar insondable, ese hijo del arroyo que por fin estaba llegando adonde se había propuesto. Se levantó en su propia estatura, decían unos, y todavía sigue creciendo, opinaban otros. Y en política, ni te imaginas, hizo meteóricos progresos. Yo diría más bien que hizo lo que le convenía hacer: alianzas por ambas puntas.90 Pero todo sin dejarse invadir el territorio. Desde el vamos conservó su independencia, para evitar en lo posible cualquier intermediario. O por temor quizá a que cuando estuviese comiendo alguien fuera a birlarle la mejor presa.

Todos coincidían en lo mismo: Onofre Quintreros no tiene límites. Parece estar91 embarcado en un viaje sin fondo. Es un vulgar andinista. Aunque no me discutan que también es un gran estratega, y perseverante como ninguno92, y tan increíblemente atractivo a pesar de ser tan feo, que todas sus oscuridades se blanquean por adelantado.

Claro que ha dejado de ser lo que era antes. Ahora está atravesando una angina política que lo tiene bastante postrado. Se diría que volvió otra vez a la llanura. ¿Y a quién podría importarle la llanura cuando ya la cumbre le otorgó el alpiste necesario para disfrutar el equivalente de tres vidas sin obligación de mover un solo dedo? No te lo discuto: podrían haberlo acusado de esto y de aquello y de cien mil fechorías, si quieres, pero lo que ocurre es que a nadie le conviene remover demasiado el fango. Quién más, quién menos hizo sus formidables agostos antes del dos de febrero. Y lo continúan93 haciendo. Total, después se procede a hacer tres cosas: arrepentirse con vehemencia, abjurar de los pecados con voz lo suficientemente estentórea como para que llegue sin tropiezos a los oídos de la prensa, y por último organizar un propósito de enmienda con tres mil invitados en un club social de alto rango, y los turnos de cinco orquestas ejecutando las preferencias caribeñas del momento.

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Aquella fue sin duda su mejor época. Se paró frente a la maquinita y ésta le empezó94 a soltar plata a raudales. Y puesto que al dinero hay que lucirlo, de ahí en más se dedicó a saturar su guardarropa con confecciones de marca, inaugurando la moda de las camisas llovidas, con motivos espaciales, y los pantalones inspirados en el protagonista masculino de «Los pobres también ríen», para que incluso extraterritorialmente se le apreciara la facha. Y hasta consiguió que lo nominasen para los diez más elegantes del año.

Todo lo cual en modo alguno le atenúa los defectos. ¿O todavía no se han dado cuenta de que es un tipo reversible? Onofre Quintreros puede ser usado95 de los dos lados, en el buen sentido del uso, desde luego. Observen lo rápido que se está poniendo a tono con Doña Transición Democrática. Sólo falta que la reconozca como única mujer de su existencia. Es evidente que tiene una tenacidad a toda prueba y una vocación de poder indomable. Y nada me extrañaría96 que pronto se encuentre instalado en la misma poltrona de la que tuvo que apearse urgentemente por las razones de todos conocidas. Está tratando de recuperar a grandes zancadas la titularidad perdida. Dicen que tiene muy buenos contactos, y muchas afinidades deportivas con gente importante. Hasta se murmura que deja que el Supremo le coma los puntos en los partidos de paddle.

Claro que sí, que los demás hablen, comenten, hagan conjeturas, indaguen. Que se vayan atorando con su propia bilis. Total, era él quien llevaba la sartén por donde debía llevarse. Pero no por eso iría a perder la cabeza. No, señor. Ahora era cuando más debía estar prevenido porque si el número de sus conquistas iba en aumento, igual cosa ocurría con la envidia de sus adversarios. Cuando se es atractivo y se tiene plata y leyenda, de todos lados brotan peligros, por lo tanto su propósito inmediato fue encontrar la forma de neutralizarlos. Y sólo al cabo de agotadores días de concentración y análisis dio exactamente con lo que debía hacer: encajarse como una cuña entre los varios peligros que lo cercaban, en una posición donde ninguno podía alcanzarlo.

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Por otra parte, Onofre no compartía la creencia bíblica según la cual, luego de haber trabajado97 seis días completos, al séptimo le corresponde un recreo. De ninguna manera. Él había necesitado muchos años de sufrimiento y miseria para obtener los privilegios que ningún descanso del séptimo día le vendría ahora a desbaratar.

Mucha vida se había pasado cuidando el frente y la retaguardia, durmiendo con el arma puesta, pese a las quejas superadas de sus anteriores amantes, pero sobre todo pese a las actuales y cada vez más reiteradas quejas de Lumila Santos, quien opinaba que el hombre debía presentarse al amor sin más armadura que la que Dios le había otorgado en su inmensa sabiduría.

Pero entonces me quedaría casi indefenso98, tan destechado como arribé a este mundo, le replicaba él, y seguía durmiendo con el arma puesta. Seguía con el oído y el olfato a tal extremo sin descuidar la guardia, que llegó inclusive a percibir el menudo rumor de una mariposa al posarse sobre el aire, y a detectar una tormenta a varios cielos de distancia, y a presentir desde lejos, no sólo cualquier conspiración que se estuviera fraguando en su contra, sino en qué fase del crepúsculo conspiraban aquellas sombras que él llevaba consigo mismo.

Sin embargo no fue capaz de adivinar que nada de lo hecho anteriormente había tenido objeto, ni sus miserias, ni sus ascensos, ni el haberse rodeado por una fortaleza que él había creído inexpugnable. Multitud de cosas construidas a cambio de un montón de nada.

No supo percatarse de que aquel terreno que pisara con tantas precauciones iba mostrando cada día una grieta diferente, un nuevo deslizamiento, rajaduras por tantas partes que amenazaba convertirse en la trampa más siniestra de cuantas él había tratado justamente de evitar.

No quiso darse cuenta de que el escenario ya estaba preparado, las salidas a escena ensayadas, la emboscada lista, los actores elegidos y, entre ellos, uno en especial confabulando a sus espaldas. Alguien encargado de ejecutar una fatalidad   —181→   que lo estuvo rondando desde siempre, porque ella había estado desde siempre incorporada a su destino. Aquel oscuro personaje maquillado de verdugo, que con una mano parecía rogar silencio, y con la otra principiaba lentamente a descorrer el telón.

Absolutamente todo había sido en vano.

Porque de golpe alguien elabora un plan maestro, se esmera en bosquejar sus horarios, en hacer un croquis de su rutina, en diseñar uno por uno sus movimientos, marcando con cruces rojas sus lugares vulnerables, con negras sus actividades políticas, con xx las extramatrimoniales99, con ocre intenso las clandestinas. Ensayándolo todo hasta en sus últimos detalles, hasta la minucia de que no debe100 morir de inmediato, tal como señalaría más adelante el informe del forense: «sino paso a paso, debido a que ninguno de los dos proyectiles le interesó partes vitales. Aunque de seguro el primer disparo101, el que le había entrado por el pecho y salido por la espalda, a la altura de la espina del omóplato derecho, ya debió haberlo diezmado, dejándole pocas fuerzas para el segundo, que le pulverizó prácticamente la pierna. De haber llegado en el momento exacto, quizá hubiera sido posible aplicar un torniquete para contener la hemorragia y de ese modo impedir que se fuera en sangre».

Pero así como estaban las cosas, el destacado profesional ni siquiera tuvo que recurrir a la avizora idoneidad de su ojo clínico, sino a un elemental olfateo de practicante, para determinar que el ciudadano en cuestión llevaba días enteros de haberse pasado a la otra orilla.

«La verdad es que ya no había nada que hacer. Ya no era un asunto mío sino de la autoridad celestial. A ese despojo humano lo único que le seguía latiendo era el anillo».

Aquel rubí cuyos destellos parecían fraccionarse en menudos arcoiris al ser tocado por la última llamarada de sol102. Y que estaba allí, absolutamente ileso, sin siquiera haber sufrido un rasguño, como vivo testimonio de vaya a saber qué ascenso de categoría y poder.

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Lo que escapó sin embargo al control facultativo fue, por un lado, el calibre del arma con que se habían inferido tales heridas y que sólo un perito103 en balística hubiera podido esclarecer, y por el otro, la real identidad del fallecido, cuyas características, se avenían a las de Onofre Quintreros en cuanto a edad, sexo y altura, pero también podían ser aplicadas a cualquiera de los tantos advenedizos rematados diariamente en los zanjones.

Un último párrafo agregaba luego, y sólo a guisa de observación, que «aparte de los dos balazos ya descritos y que fueron los que a la larga le ocasionaron la muerte», el forense sospechó un tercero, «aunque éste disparado a quemarropa por esa madre desnaturalizada que resulta a veces la naturaleza, en forma de lo que en medicina se conocía como aneurisma de la aorta, pero que en realidad no era más que una fiera solapada aguardando el menor descuido para devorar al amo. Si bien se volvía casi imposible establecer un diagnóstico certero, teniendo en cuenta los síntomas de avanzada descomposición y rigidez que presentaba el cadáver en el momento de redactar este informe».

Sobre todo lo cual estampó un intrincado firulete con pretensiones de firma, donde lo único discernible eran los tres puntos suspensivos colocados inmediatamente después del aforismo final: «quienquiera que haya sido, el pobre desgraciado debe haberse ido extinguiendo con los mismos pataleos de una lámpara sin querosén104».

Exactamente del modo en que se ha urdido la trama: un desenlace al que se avanza a cuentagotas, con interminables deterioros que a su vez irían naciendo de renuncias sucesivas, por la sencilla razón de que ambos proyectiles parecían haberse confabulado para no dañar centros vitales. Y porque el asesino sabe que a mayor cantidad de agonía le corresponde un mayor número de muertes.

Ha organizado la estrategia como esas guerras de trinchera en que el enemigo está invisible pero está, y espera, a escasos diez metros de aquel edificio gris de departamentos,   —183→   que Onofre Quintreros recupere sus fuerzas devastadas por el ritual amoroso de todos los jueves.

Quizá sea una forma ambigua, todavía en la etapa de silueta, que lentamente va cobrando movimiento, se agita, se despereza las manos, escupe, se va y vuelve, en una monótona e inagotable sucesión de pasos, repetitivos, casi simétricos. De manera105 que uno tras otro van rebotando contra un silencio en que el sonido choca y se apaga, choca y se apaga. Como si anduviera reconociendo un territorio en el que más tarde se habrían de efectuar operaciones decisivas, o como si se limitara a cumplir una consigna que había empezado a gestarse mucho antes del amor de aquellos adolescentes que al dos por tres se detienen para besarse a conciencia.

Espera que el trajín de la calle vaya amainando despacio, que el último rezagado termine de pasar y después106 ya no pase absolutamente nadie, y sólo quede, allí flotando, aquel lamento desbordado en el que confluyen miles de perros ladrando su platónico romance de adoradores lunares.

Quizás se interrumpa de tanto en tanto para encender un cigarrillo o espiar la hora en su muñeca, desde la luz de alguna esquina deshabitada y honda. Quizás prosiga luego, acariciando siempre la pistola enfundada en su costado, sin apartar los ojos de la ventana aquella, apenas iluminada, tras la cual hay una figura vaga que gesticula, completamente ajena a las intenciones de quien la mira.

Una espera que se inició con bastante posterioridad a la cautelosa disciplina adoptada por Lumila Santos de bajar ella primero, para impedir el cotorreo vecinal de las solteronas ociosas. De esas que engordan con la desgracia ajena y se precian siempre de saberlo todo: cuáles son las fortunas sospechosamente aumentadas en menos de lo que dura un parpadeo y cuáles las derruidas durante el mismo espacio de tiempo. Cuáles matrimonios viven en sórdida incompatibilidad y cuáles transcurren los fines de semana gritándose improperios. Si la señora de los balcones verdes o si aquella otra de la muralla tupida de obscenidades siguen conservándose tan sin107   —184→   tacha como al principio. Quiénes son los más corruptos, por qué y a cuáles corrupciones son afines.

Tanto es así, que quien desea conocer los traumas, las culpas, las dudas y deudas, las apetencias, los rechazos, las virtudes y propensiones, los vicios, el árbol genealógico o el debe y haber del primer infortunado que pase, no tiene más que preguntárselo a ellas, y aquello que por casualidad ha escapado a su registro, lo pueden averiguar en segundos solamente.

Para evitar todo eso es que Lumila Santos baja primero, y aquel gato errabundo de mirar electrificado ni siquiera se inmuta cuando la ve indignada, echando el riñón por la boca, y el hígado y los intestinos, junto a las abominaciones más gruesas que es capaz de ofrecer el idioma, al tiempo que descarga esa furia contra la puerta de su Mercedes:

¡Qué se habrá creído ese excremento de puta, que soy un estorbo cualquiera del que puede desprenderse cuando él lo disponga! No te hagas ilusiones, Onofre Quintreros, que todavía no engendraron al valiente que se atreva a deshacerse de Lumila Santos. Y antes de que eso suceda, te lo juro por el reuma de mi madre que primero se lo cuento todo a tu esposa, y después de que ella te mate, te remato yo con mis propias manos.

Menos mal que la noche estaba vacía, sin nadie que no fuera aquel viento colándose furtivo entre fantasmagóricas presencias inventadas por las sombras, porque de lo contrario todas las cabezas se hubieran volteado para individualizar al dueño de semejante responso. Lo cierto es que Lumila continuó gritando hasta que voces y automóvil se extinguieron en el fondo de la calle.

Preguntas sobre el texto de Raquel Saguier

1)¿Podrías citar el nombre de dos novelas de Raquel Saguier?

2)Indica algunas frases irónicas del fragmento.

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3)Escribe en pocas líneas un retrato de Onofre Quintreros que resuma las características que Raquel Saguier describe de él.

4)La metáfora no es un recurso retórico exclusivo de la poesía. Cita algunas que te hayan gustado en el texto.

5)El narrador del fragmento, ¿está implicado en el texto como personaje o crees que está ausente de la acción que se narra?





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ArribaAbajoYula Riquelme de Molinas

(1941)


Yula Riquelme de Molinas es una narradora que pertenece al Taller Cuento Breve que dirige Hugo Rodríguez Alcalá, aunque escribiera desde muchos años antes de su incorporación al mismo, sobre todo poesía, como demuestra el que en 1976 publicara su primer poemario con el título de Los moradores del vórtice. En narrativa ha publicado solamente tres libros propios: las novelas Puerta (1994) y Los gorriones de la siesta (1996), y el de cuentos, Bazar de cuentos (1995). Sin embargo, es una de las escritoras con un estilo propio más definido que se caracteriza por el relato continuo sin puntos y aparte, pero con frases breves, y a veces muy expresivas, sin sucumbir en un ritmo discursivo moroso. Su texto se presenta como una totalidad en la que los pensamientos y las palabras del personaje que narra no se interrumpen, y creándose un hilo continuo que da impresión de estructura perfectamente articulada. Esta forma del relato se debe ante todo a la manera de escribir de Yula Riquelme, quien generalmente madura su esquema y lo desarrolla con posterioridad de un tirón, porque se inspira en una idea singular. Sus cuentos están muy trabajados, lo que se comprueba en que los detalles importantes son completos. Por otra parte, es la autora de la primera novela fantástica paraguaya, la mencionada Puerta, en cuyo ambiente sobrenatural metafísico sobrevuela el germen de la reivindicación de la condición femenina, como se descubre al final del discurso, después del silencio de suspenso108 que la narradora mantiene sobre su identidad durante toda la novela.

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Bazar de cuentos confirma a Yula Riquelme como una de las narradoras del país con un estilo personal más logrado. El libro se compone de veinte cuentos que son una breve antología de su producción cuentística. En ellos se combinan el realismo, lo fantástico y la denuncia de los problemas de la mujer paraguaya, contados con su personal estilo de párrafo único sin puntos y aparte. De esta obra hemos seleccionado el relato titulado «Algo raro...», cuyo ambiente reproduce mejor sus atmósferas de misterio e irrealidad. Lo más interesante de él es la denuncia de la situación de la mujer: la protagonista se enfrenta a las damas de sociedad que le recomiendan que se case rápidamente con un hombre al que no desea, pero que todas ellas adoran por su virilidad. Ante ello, la protagonista se rebela, hace caso omiso y se niega a aceptar el casamiento. En consecuencia, es un cuento donde se reivindica el derecho de la libre elección de la mujer, que reniega de cualquier imposición que en este caso no procede del hombre, sino de la propia mujer incapaz de decidirse a adoptar una posición personal libre de todo machismo viril. La protagonista rechaza el dinero y el supuesto bienestar que parece ofrecérsele a cambio de su propia dignidad.


ArribaAbajoAlgo raro...

Diana acabó el postre y se dispuso a marchar. Pidió permiso y apresuradamente109 se levantó de la mesa sin esperar autorización. Por ahora, esta escena se repetía con frecuencia. Diana evitaba dar tiempo a que su padre se enfrascara en las recomendaciones de siempre: Fijate bien con quien salís. Que sea un buen muchacho, de familia decente como nosotros. Que te respete. Sí, de entrada hay que hacerse respetar. Eso es lo primero, decía infaliblemente papá. Y Diana estaba hasta la coronilla de tantos consejos. ¡Hacía diez años que escuchaba lo mismo! La semana pasada había cumplido los veinticinco. Fue el día de la gran pelea con su madre. Después de mucho suplicar sin resultado positivo, mamá le   —189→   prohibió terminantemente que lo siguiera viendo a Juan José. Olvídalo por favor. Ese hombre no es para vos. No pisa nuestra casa. No habla con tu papá. Se nota a la legua que anda en algo raro... No mira a los ojos cuando saluda110. Ese es un mal síntoma, Diana. Si sos una chica inteligente, ¿por qué no admitís que es peligroso salir con un tipo de esos? Me asusta tu inconsciencia. Ese aire alocado no va contigo. ¡Te prohíbo que lo vuelvas a ver!, gimió por último la madre, ante el gesto displicente de su hija. Diana se rió de las palabras angustiadas de doña Isabel. Salió dando un portazo. Le rompía los nervios esa costumbre que sus padres tenían de meterse en su vida. Ella era mayor de edad y muy dueña de sus actos. La sarta de disparates que mamá argumentaba eran propios de razonamientos arcaicos, sin valor de puro viejos... Maldita la hora en que se lo presentó a Juan José. Por casualidad coincidieron en una confitería de Villa Morra y de allí, doña Isabel lo había encontrado algunas veces más rondando el barrio. Le faltaba la suficiente intimidad para juzgarlo y sin embargo, metía la cuchara dale que dale... Aunque lo peor de todo era la amenaza de advertírselo a su padre. Ahí sí que la cosa tomaría un cariz peliagudo. Si mamá era puritana y anticuada, papá se le atrasaba por siglo y medio. También, a más de violento, don Heriberto se mostraba muy difícil de entrar en razón. Cuando algo se le metía en la cabeza... «Agarrate, Diana, que a testarudo nadie le gana». Por eso, lo mejor era evitar cualquier roce que lo pusiera en acción. Claro, su mayor problema111 representaba el aspecto económico. Como no le alcanzaba el sueldo para tomarse la libertad de vivir lejos de sus padres, ¡se los tenía que aguantar con todas sus chocheras! Y en el Banco no le daban el ascenso. Ya iban para cuatro los años de antigüedad, y su puesto de cajera se mantenía inamovible. Solamente los hombres prosperaban allí. Hasta el ascensorista112 pasó a ser auxiliar de cuentas corrientes en carrera meteórica. Menos mal que Juan José disponía de buenos ingresos y pronto se iban a casar. Por supuesto, calladitos y sin comentarios... A Juanjo le encantaban   —190→   los idilios misteriosos y a Diana le convenía que así fuese, ya que de enterarse, su padre armaría un escándalo descomunal. Don Heriberto creía todavía en los príncipes azules y confiado, aguardaba uno a la medida de su hija menor. En tanto, a sus espaldas, la pareja andaba a la búsqueda de algún departamento o chalet para alquilar. Sólo que a Diana no le resultaba muy claro el gusto de su novio. Los dos se pasaban visitando casas, casitas y caserones sin acertar con la idea que Juan José tenía del asunto. O quedaban muy lejos del centro o muy cerca de mamá o muy grandes para dos o muy chicos para el precio. En fin, no se ponían de acuerdo y por causa de eso113, la boda se aplazaba indefinidamente... Si no estuviese convencida de las buenas intenciones de su prometido, Diana pensaría que se le estaban dando largas a propósito. Pero si algo impremeditado había en Juan José, era su tremenda indecisión. ¿El motivo? Un percance interior que no saltaba a la luz... Otra cosa que se presentaba bastante oscura respecto a Juanjo, parecía ser la cuestión esa de los tres hijos varones que tenía por ahí... Juan José juraba que las madres eran richachonas y medio viejas. Que nunca pidieron colaboración para el mantenimiento de las criaturas. Que muy por el contrario, con la paternidad se había beneficiado él, Es más, también aseguraba que fueron hijos por encargo, sin que el amor hubiera tomado parte. Algo así, como que lo vieron a Juan José hecho un toro semental de raza pura, y lo contrataron para preñar a dos hembras decadentes, aunque en celo y con mucha plata. Desde luego, cada una por su lado y en el turno previsto. Esto, de seguro, los padres de Diana no lo entenderían, ya que ella, a duras penas, lo había ido asimilando a lo largo y a lo ancho de su noviazgo. Hoy, mal que le pese, las dos ex de Juan José continuaban siendo una espinilla dolorosa para la emancipada Diana. Sobre todo, en los momentos en que las tenía delante. Y eso ocurría más a menudo de lo necesario. De un tiempo a esta parte, ambas mujeres los invitaban a comer inevitablemente los domingos   —191→   al mediodía. Se reunían en un restaurant copetudo a la una en punto. Jamás faltaba ninguno de los personajes del sainete: Los niños gemelos, sus respectivas madres rollizas y enjoyadas, y ellos: Diana y Juan José. Esta mañana, por ejemplo, Diana iba un poco retrasada. Había tomado la precaución de almorzar en su casa antes de partir hacia el singular encuentro. Es que se le revolvía el estómago cada vez que tragaba en presencia de aquellas damas paquetonas y jactanciosas que le recomendaban, como a una pobre idiota que se casara rapidito con Juan José. Un muchacho buenísimo y acomodado. Candidato especial para las que no tenían dónde caerse muertas. Las dos ricachonas aportarían el dinero preciso. No había problema, ellas eran empresarias, estancieras o cosa por el estilo. A Juan José te lo vamos a entregar forradito y satisfecho, prometían indefectiblemente. Todos envidiarán nuestra suerte, debida quizá, a las dotes reproductivas de Juan José, pensaba atormentada Diana, mientras se dirigía a la famosa cita dominguera, sudando y trotando bajo el sol. Ya sólo faltaba doblar la esquina y en breves instantes, irremediablemente fluctuaría en el cotorreo de esas dos mujeres mayores que a toda costa114 tratarían de convencerla a que cargara con el bulto. Por lo visto, las dos pretendían sacárselo de encima lo más pronto posible al mentado Juanjo. Si mamá la viera en ese trance, se pondría más triste aún. Su madre sufría horrores por su culpa. La depresión la iba minando y hasta se le notaba desmejorada115 físicamente. Los ojos llorosos de doña Isabel se habían alzado para detenerla hacía menos de una hora, allá en la mesa familiar, pero calló acobardada. Tenía comprobado sobradamente que la lucha era inútil. Sin embargo se equivocó. La súplica silenciosa se había adueñado del tiempo reflexivo de su hija y allí quedó socavando... socavando... ¡Ganaste mamá!, exclamó Diana en un arrebato criterioso y repentino. Ya no me quiero casar con Juan José y su corte sofocante de viejas en apuro. Entonces, dio media vuelta y, buscando la sombra de los naranjos en flor, deshizo el camino y le puso la cruz al gigoló.

  —192→  

Preguntas sobre el texto de Yula Riquelme

1)¿En qué género literario no ha publicado Yula Riquelme ninguna obra: poesía, cuento, novela o teatro?

2)Busca en el texto tres aspectos de irrealidad.

3)¿En qué hechos demuestra la protagonista que posee una gran dignidad?

4)Observa que el cuento posee un único párrafo; es decir, no presenta ningún punto y aparte. ¿Crees que por esta razón la narración es más difícil de leer? Justifica tu respuesta.

5)Cita el significado de estas palabras que aparecen en el cuento ayudándote de un buen diccionario: sainete, puritana, mentar y emancipada.





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ArribaAbajoRenée Ferrer

(1944)


Renée Ferrer, una de las mejores poetisas del Paraguay, ha desembocado con el tiempo en el campo de la narrativa, publicando un libro de cuentos infantiles, La mariposa azul (1987), otro de relatos ecológicos, Desde el encendido corazón del monte (1994), además de La seca y otros cuentos (1986) y Por el ojo de la cerradura (1993). Renée Ferrer es una de las primeras mujeres que renuevan la narrativa paraguaya actual. Sin duda, su poesía es lo más destacable de su obra literaria, pero sus relatos y la primera novela que ha publicado, Los nudos del silencio (1988, y en segunda edición corregida en 1992), adquieren una especial resonancia en la nueva narrativa paraguaya. Fue una de las mujeres de las últimas generaciones de narradoras que han publicado primero sus obras dentro del país, y es denominador común en todas las antologías sobre cuentística paraguaya que se han publicado en los últimos años, incluso en el extranjero. Uno de los aspectos más personales de su estilo es el lirismo de su prosa, cargada de ritmo dispuesto conscientemente, junto a una capacidad de interiorización en los personajes muy profunda.

En relación con su temática, lo más destacable es que con Renée Ferrer, igual que con otras escritoras que comienzan a publicar sus obras en esta época, el relato tiende a mostrar problemas universales del hombre surgidos de la experiencia o de la impresión subjetiva del autor. Los seres humanos que aparecen en las narraciones de Renée Ferrer se rebelan contra las estructuras sociales vigentes, contra una sociedad patriarcal   —194→   y jerarquizada como la paraguaya, donde las mujeres son víctimas de la inaccesibilidad al mismo plano de derechos que el hombre. Pero la rebeldía no surge de la reivindicación política sino de las vivencias internas y de la inadaptación al mundo y el tiempo en que viven. Así, la escritura de la autora se puede considerar como de rebelión contra lo establecido y las costumbres heredadas de forma tradicional, porque además de rechazar un sistema social impuesto, reivindica lo erótico y el amor auténtico como formas de transgresión de la moral y las formas de conducta impuestas y realiza la protesta mediante la afirmación lírica de su prosa. El lenguaje no transmite solamente un mensaje; tiene una orientación intelectual de defensa de la expresión libre de trabas sociales, como en buena parte de la literatura escrita por las mujeres paraguayas.

Hemos seleccionado un fragmento de la novela Los nudos del silencio. Creemos que se trata de una de las más importantes novelas de la vertiente feminista. La reivindicación de la autenticidad vital de la mujer está presente interna y externamente. Está presente en ella la exaltación del derecho de la mujer a defender su educación en una sociedad machista y patriarcal que la coarta. La autora intenta construir el drama doméstico de una mujer postergada por el marido, pero a medida que avanza en el relato el personaje femenino se va imponiendo en el discurso. El esposo de la protagonista es un torturador corrupto de la dictadura de Stroessner que reprime a cualquier movimiento opositor, en especial a la guerrilla, de la misma manera que, sin necesidad de ejercer la violencia física, reprime a la mujer en la intimidad del hogar.

Sin embargo, la llegada del matrimonio a París supone una ruptura en la mentalidad de Malena con el mundo del Paraguay tradicional y su estamentismo rígido. Ella y su cónyuge asisten a un espectáculo sexual donde el brutal esposo manifiesta su machismo dominante mientras contemplan un acto sexual heterosexual donde el hombre domina a la hembra de forma humillante. Todo cambia cuando se inicia un   —195→   número lésbico en el espectáculo: a partir de él, el marido se siente escandalizado, en primer lugar porque su mentalidad choca contra el muro de la subversión que representa la relación transgresora homosexual, y, en segundo, porque la mujer observa atentamente el espectáculo, produciéndose una identificación mental entre dos mujeres del tercer mundo: la paraguaya constreñida por el opresor dominio del brutal marido, y la de la oriental que participa en el número lésbico que va trazando el recorrido de su experiencia vital dominada por el hombre que obliga a que se dedique a oficios sexuales como la prostitución.

Biruté Ciplijauskaité ha advertido en su ensayo sobre la novela femenina contemporánea que la reivindicación de lo erótico/sexual caracteriza la escritura rebelde de la mujer. Y la aparición del elemento lésbico sugiere la connotación de la transformación de los valores morales de la sociedad: el desarrollo libre de los deseos. En Los nudos del silencio, la irrupción de lo lésbico deja en entredicho la hipocresía del varón, esclavizado por su propia brutalidad. El hombre no reacciona ante las palabras del discurso femenino, sino ante la imagen que sugiere una ruptura de su dominio que rompe la unidad de su pensamiento ancestral. La superposición, por identificación, del discurso de Malena, la protagonista paraguaya, y el de la muchacha oriental, representa el nacimiento de la reivindicación de la vivencia interior que borre los límites temporales de lo pasado. De ahí el desenlace de la novela: ambiguo, pero siempre ilustrativo de la reacción de la mujer casada frente a una condición que se ha mantenido oculta durante años de matrimonio. Aunque no se sabe si una vez finalizado el espectáculo, sube al taxi con su marido finalmente, lo cierto es que nada va a ser ya igual, y que la iniciación y el descubrimiento de lo erótico distinto le ha despertado el deseo de independencia y de una vida de decisiones propias.

El fragmento que hemos seleccionado corresponde al primer descubrimiento de lo diferente que se produce en Malena. El intimismo, la prosa con ritmo, el monólogo especulativo   —196→   se convierten en las armas del discurso de Renée Ferrer que utiliza para deconstruir el mundo masculino desde el pensamiento liberado femenino. Los párrafos que incluimos contraponen el pensamiento de rebeldía incipiente de la protagonista y el principio de reacción inoperante del brutal marido. La retrospección al pasado de opresión que ella ha sufrido pone de relieve que una sociedad patriarcal comienza a derrumbarse desde sus mismos116 cimientos ocupados por la mujer: la esposa que ha descubierto que el mundo empieza en ella misma y no en el dominio del cónyuge y de la sociedad que lo impone por el rigor de la costumbre.


ArribaAbajoLos nudos del silencio

(Fragmento)

Bailando así, desde tanto tiempo atrás, hay algo que se aprende y se desdeña. Para Mei Li, la sumisión es un insulto que la hace actuar por reacción. ¿Será porque le trae noticias demasiado agobiantes de otras servidumbres anteriores? ¿O porque en cuanto alguien se doblega ante117 sus ojos la rodean el exilio y el francés, su tío y la sequía, y aquel burdel de Saigón donde estrenó la impudicia? La pasividad de aquella espectadora la incita a engañarla con una sensualidad más provocativa y audaz que a cualquier hombre. Quiere abrirle agujeros en el alma. Quiere hacerle tragar su cuerpo entero, como un gran bocado que se tranca y no pasa, y al final pasará, pasará, invadiéndole la lengua, el paladar, la vida toda, de una persistente interrogación, que se le pega como la grasitud de un caldo frío.

El propósito de despertarla de aquel letargo se deja ir tras la vibración del saxo; como ella, que también se abandona al murmullo del río.

Manuel, entre disminuido y disimulando118, está al borde del colapso, con toda su autoridad insultada. La indignación lo desfigura, refigura su figura. ¡Quedarte mirando como si   —197→   fueras una cualquiera! ¿Qué te pasa Malena? No parecés la misma. El saxo repite: la misma, la misma, la misma, en tanto la voz se le agranda, se le encoge, se le vuelve un entrevero de tonos y sofoco que rebota, y me bota, y me embota. Estoy y no estoy a tu lado. Mi verdadero ser se te pierde, y a mí también: naufragio y salvataje simultáneos.

Él sigue insistiendo en salir. Y mientras las horas se adensan en la salita humosamente azul, en la casa de su barrio residencial la madrugada va sitiando también a la noche, que claudica y larga finalmente su oscuridad casi disuelta en día.

En el vestíbulo sonaron las tres sin que él llame, ni vuelva, ni me deje preocupar por su tardanza. Tendida en la cama me entretengo con las sombras de la lámpara que avanzan y retroceden en el techo. ¿Por qué se demorará tanto Manuel esta noche? ¿Qué hace a estas horas que no vuelve? La soledad convierte los minutos en largas hebras de tiempo que se enredan a su progresiva ansiedad. Las cinco. Unos pasos, que tal vez ni siquiera sean los suyos, arrastran su desaliento por los rincones, los muebles, el corredor, en un inútil intento de saltarse lo largo de la espera.

Que el rito de la espera es de todos los que nos imponen los demás el más prolongado y caviloso, lo saben los que esperan. Es como si dejáramos las horas vacías para llenarlas después, y no llenarlas nunca. No es reciente en mí esta práctica de desmenuzar el tiempo en pedacitos de espera. Comenzó con Manuel y sus tardanzas. Aquel llegar despreocupado y con atraso, como si sólo existiera su tiempo. Y el mío: para nada. Nunca supe lo que era aquello hasta que lo conocí, porque con él arribó eso de atarle las agujas119 al reloj no haciendo otra cosa que pararme junto a la ventana -toda impaciencia y perfume- creyendo, qué duda cabe, que si se demoraba era porque se había quedado varado en otros brazos, sin importarle que lo estuviera aguardando con la sonrisa novia y el deseo de tenerlo cerca bajando y subiendo debajo de la blusa.

Sí; es largo ese rito de quedarse escuchando la puerta   —198→   hasta que se quejen las bisagras. Y al final, cuando la abre, sentir que entró con él la compacta cerrazón que los separa -cabeza esquiva, monosílabos, el enigma en los ojos y ningún comentario-. ¿Habrán sido alucinaciones mías aquellas ojeras que le llegaban casi al término de las mejillas? Algo raro y funesto sucedió aquella noche, lo sé. Algo que bordea la locura y sucumbe en la ignominia. Todo fue tan extraño, tan cargado de misterio: su vuelta clareando el día; la mirada cavada como dos pozos de sombra; aquel silencio más pesado que nunca siguiéndolo a todas partes. Y después, apenas un segundo después de su llegada, aquel llamado que atendió poco menos que saliéndose del cuerpo y tropezando con todo. Fue entonces cuando los dos boquetes negros que traía en el lugar de los ojos terminaron por desbordarle la cara; porque120 los cerró cubriendo todo lo que traían adentro para que yo no lo viera.

Nunca supe lo que hizo aquella noche, ni por qué lo llamaron de nuevo, pero algo trágico debió ser, pues desde entonces comenzó a sacudir la mirada cada vez que me acercaba.

El saxo la devuelve al escenario con una nota aguda y larga sobre la cual sigue bailando enajenada la mujercita oriental. Pareciera que una punzante voluntad de ser sensual, cada vez más sensual, la poseyese para sacar del interior de cuantos la observan la torrentera de angustias y vehemencias que esconde el cuerpo.

El silencio comenzó a cohabitar121 con los jazmines en la casa después de aquella noche en que Manuel... Y cuando Malena objetaba algo, sucedía invariablemente eso de si traigo plata a la casa qué te preocupa. (Como si se pudieran comprar ciertas cosas: el sonido de la felicidad o el acomodo de una inquietud que se desbanda.) Si por lo menos supiera de dónde sale el dinero. Si se animara a preguntar. Porque tanta abundancia manando de un cargo sin relumbre de funcionario   —199→   a secas, no lo puede creer. Con el sueldo de Manuel, cómo les va a alcanzar para tanto, se pregunta cuando estrena algún regalo imprevisto. Negocios colaterales, y punto, le dice sonriendo, mientras se lo prende en la nuca. Todo lo que te tiene que importar es que estamos progresando como nunca antes soñamos, y que tengo un despacho para mí solo, donde se deciden cosas muy importantes para la seguridad del partido y nuestro propio bienestar. ¿No te das cuenta de que nos estamos haciendo ricos, y nos conviene que esta situación no acabe nunca? Así que no me pongas esa cara de gol en contra y servime un whisky. Con eso le desarmaba la vocecita122 escasa.

Manuel sale entonces de la habitación con el tintineo del vaso en la mano escuchando su propio silbido que, como quien no quiere, le pone melodía a una pretendida despreocupación. Otras veces, simplemente se metía en el diario para que el sabueso de mis ojos no le siguiera rastreando ese resto de vergüenza que, por mucho que se empeñe en ocultar, se le escapa por alguno de los lados de la cara no bien se descuida.

Entonces me quedo afuera; afuera de él, de su secreto; afuera de ese andar solapado de sus ojos; afuera de lo que sea. Sola con mi duda y su silencio.

La presencia casi corpórea de ese acuerdo en callar nos deglute, como los años a la vida, que se nos va simultáneamente al hecho de vivirla. Uno se pone a meditar para qué sirve el silencio como no sea para taponar un pozo donde la caída, si bien postergada, es irremediable. ¿A quién sirve verdaderamente Manuel dentro de los muros de un despacho sin dirección, ni puerta de entrada, y fuera de ellos también? ¿Quién lo manda y lo atenaza desde ese anonimato que se obstina en conservar a toda costa? ¿Y por qué se le achicarán los ojos, apenas levanta el tubo123 cuando suena el teléfono, en las horas agrandadas por la noche? Ni siquiera sabe si las cosas ocurren realmente allí, o en otra parte, o sólo en algún trascuarto de su imaginación. El sitio, el origen de la voz, los rostros que están detrás, todo, permanece dentro de un envoltorio   —200→   de silencio, en tanto deambula entre ambos el convenio sobreentendido de no indagar nada, porque mi trabajo es cosa mía y no tengo por qué darte explicaciones.

La palabra amordazada es más real que cualquier confesión, por más espantosa que se la piense. El silencio, ¿no nos convierte acaso en cómplices ominosos de cualquier acto, evitando que escarbemos en la raíz del misterio que explicaría lo fácil, lo placentero, los opulentos beneficios de las acciones perversas?

Y aun cuando no se sepa nada, desde luego, o peor, se aletargue la voluntad de saber, algo siempre se filtra por los ojos de algún testigo que no se logra silenciar: como aquello de que arrojaron gente desde aviones militares sobre los palmares del Chaco, o en otra parte, para desbaratar la guerrilla envuelta en sacos de lona. Sobrevivientes del movimiento revolucionario y campesinos124 solidarios, al barrer. Y ni siquiera estaban muertos cuando comenzó el descenso. Por lo menos eso es lo que se dice por ahí y lo repite la manicura cuando viene cada jueves, con el maletín repleto de inquietantes comentarios y alicates. Aquellos cuerpos se quedaron sobre el asombro ensangrentado de las espinas, hasta que vinieron los cuervos seducidos por el olor penetrante de la muerte. Otros cayeron así no más, sin la caridad de la arpillera interpuesta entre los ojos y el horizonte, despeñados a empujones, tratando de agarrarse al aire con el tiempo justo para saber que se estaban yendo hacia abajo irremisiblemente por obra y gracia de una orden superior.

Pero a Malena aquellas cosas no le interesan. Le parece que no pueden suceder o son fabulaciones que comienzan a rodar sin fundamento.

Ella no se imagina (porque nunca se planteó la cuestión) la existencia de leyes que no se cumplan, o la promulgación de otras que legalicen los vejámenes de la autoridad. Y que el inventario de delitos fabricados para involucrar a los enemigos del orden público sea tan copioso como los canastos de las verduleras recién llegadas a sus puestos   —201→   del Mercado 4, donde su empleada hace la provista de la semana. ¿Cómo podría imaginarse semejante cosa viviendo en una jaula de cristal? No, Malena no piensa nada de eso. Aunque sabe cuánta gente come mandioca porque no tiene otra cosa, ¿podría de veras hacerse cargo de cuán frugal puede ser la realidad cuando lo que se hierve en la olla es únicamente mandioca, y ella sólo la compra para acompañar el asadito de los domingos? La negligencia es un bostezo perezoso. Claro, porque se puede venir abajo el andamiaje de toda una vida anquilosada entre las conversaciones intranscendentes, el té con leche y los deberes sagrados. Y se es demasiado cobarde para eso.

Preguntas sobre el texto de Renée Ferrer

1)¿Qué otros géneros frecuenta Renée Ferrer además de la narrativa? Cita sus obras y clasifícalas de acuerdo a esos géneros.

2)Resume el texto brevemente, y señala las denuncias que plantea la autora a través de los personajes.

3)Cita algunos pasajes que destaquen por su lirismo. Entresaca del texto el discurso libre.

4)Cita los personajes que aparecen en el texto y detalla el carácter de los mismos.

5)Según tu opinión, ¿qué función desempeña el saxofón en la novela?

6)Establece una relación entre la novela Los nudos del silencio y el cuento125 «La colección de relojes».





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ArribaAbajoChiquita Barreto

(1947)


Actualmente es una de las narradoras más prolíficas del Paraguay. Publica buena parte de los cuentos que escribe y, además, ha iniciado una actividad editorial en su localidad de Coronel Oviedo, hecho atrayente teniendo en cuenta que prácticamente toda la industria paraguaya del libro está radicada en Asunción. Publicó por primera vez un relato en la revista Discurso Literario, cuando la dirigía Juan Manuel Marcos durante los años de su labor universitaria docente en los Estados Unidos. Fue el titulado «Judith vencida», que aparece incluido en su primer libro de relatos, Con pena y sin gloria, publicado en 1990. En los cuentos de esta obra y de las siguientes, Con el alma en la piel (1994) y Delirios y certezas (1995), se refleja sobre todo la problemática de la mujer paraguaya con mucha más incidencia que en las creaciones de otras autoras. Los personajes femeninos de los cuentos de Chiquita Barreto representan con autenticidad a las mujeres que han sufrido los rigores y la educación de una sociedad patriarcal. De hecho se inspira en la mujer del interior de Paraguay para mostrar el dominio del autoritarismo familiar del hombre, su egoísmo y la corrupción de su vida social. Sin embargo, a pesar del dramatismo de algunas situaciones, la reivindicación de la mujer de Chiquita Barreto se traduce en esperanza de que se convierta en la protagonista del futuro del Paraguay.

La autora toma como referente la problemática de la realidad social del país. Sus cuentos presentan retratos humanos   —204→   que descubren el rostro crispado de una sociedad que margina al ser que no puede defenderse de la violencia. Chiquita Barreto narra estas situaciones cuidando el lenguaje y el estilo, siendo sus características la sencillez, la precisión y la espontaneidad sin excesivos coloquialismos. La autora da una gran importancia a los espacios de sus relatos. En «Punto de referencia», relato incluido en Con pena y sin gloria, el espacio cerrado donde vive la protagonista simboliza la tristeza y la monotonía de su vida; pero ella sale al exterior y se siente distinta y llena de alegría. La reivindicación de la mujer se plantea a partir de una situación problemática. Cuando sale al exterior, siente como extraño lo que le pertenece, incluso sus hijos, dudando incluso de su existencia pasada. Pero además, en la progresión existencial de sus personajes se percibe la influencia del relato de Borges, sobre todo por el carácter metafísico de la trama, en la confusión de la personalidad y la posible existencia del doble.

La vertiente y los temas de Chiquita Barreto se observan desde su primera obra publicada. La combinación de voces en diferentes personas narrativas enriquece los relatos de Chiquita Barreto. Por citar ejemplos, en «Judith vencida» alterna un narrador en tercera persona con la narración en primera e incluso el diálogo narrativizado. La alternancia de puntos de vista se convierte así en una de las características del estilo de la autora, que además dinamiza la narración con constantes variaciones de perspectivas. El soliloquio es la forma de narrar de muchos de sus cuentos, pero entre ellos intercala la reproducción de los actos vivos.

El cuento seleccionado pertenece a Con pena y sin gloria, y presenta el problema de las menores abandonadas y forzadas a sobrevivir trabajando como criadas. Aunque la legislación y los movimientos feministas hayan luchado por acabar con la explotación de las empleadas domésticas, el problema subsiste, en gran medida debido al desempleo, que obliga a muchas mujeres a aceptar ocupaciones mal pagadas y donde el abuso sexual es frecuente. Su ritmo narrativo es dinámico,   —205→   frente a otros relatos de la autora más pausados y reflexivos. Un buen detalle de construcción narrativa es el final, abierto en el referente real pero perfectamente cerrado en el relato: ¿qué hará la protagonista después de irse con el panadero? Y en la respuesta a este pregunta radica el denominador común de los cuentos de Chiquita Barreto: los protagonistas buscan vivir, y vivir felices y libres de ataduras sociales y morales.


ArribaAbajoLa niña muda

La señora la mandó traer a la casa al fallecer la madre para que no fuera a pagar al hogar de niños abandonados. Además, ciertas sospechas la obligaban a ser generosa. La difunta había servido algunos años en su casa y la edad de la niña, más ciertos rasgos sutilmente familiares, indicaban que podría ser el resultado de algunas travesuras de sus hijos.

Hubo, sin embargo, sorpresa en la familia por tan repentina decisión. ¿Por qué a su edad debía cargar con semejante responsabilidad? La señora no estaba vieja, distaba mucho de eso, pero sus hijos ya habían126 crecido, estaban todos casados, y era ya tiempo de que descansara. Y una niña de corta edad da trabajo. Pero, como siempre, nadie se opuso abiertamente y la pequeña se quedó ahí.

Para que en el futuro no tuviera dudas de cuál era su lugar en la casa, colocaron otra camita127 en el cuarto del fondo junto al de la empleada128, y la niña comprendió rápidamente que más le valía no llorar de noche y tampoco de día. Era una criatura silenciosa. En realidad, casi no se la sentía.

Había demasiadas prohibiciones129 para ella, y las transgresiones eran tan severamente castigadas, que optó por quedarse sentadita en un sillón chupándose el dedo gordo del pie izquierdo, pero eso también fue rápidamente combatido: la empleada, por orden de la señora, se lo untó primero con limón y, como no fue suficiente para hacerla desistir de tan mal hábito, tuvo que recurrir a la pimienta blanca hasta que dejó de hacerlo.

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A más de ser silenciosa, era una niña quieta, porque las nenas no pueden andar cabezudeando, montando palos de escoba o trepándose a los árboles; tienen que ser finas y recatadas, y yo le voy a inculcar las buenas costumbres.

El tiempo pasó rápidamente y Antonia -ese era su nombre, aunque ignoraba su apellido- creció y creció. Por razones obvias, eso no le estaba prohibido.

Se estiró como si la soplaran. Su cuerpo se ensanchó, reventando las costuras de sus vestidos. Era ya muy útil en la casa -dentro de poco no necesitaré doméstica, con lo difícil que resulta en estos tiempos conseguir servidumbre, comentaba la señora.

Con el tiempo, todos se sintieron felices. Era bueno ser generoso, ¿qué sería de ella si no fuera recogida a tiempo?

Los domingos se reunía la familia completa. Los hijos, las nueras y los nietos. Entonces el caserón se llenaba de voces y risas, que morían justo al anochecer.

Nadie la maltrató nunca, salvo los justos castigos para su formación; al contrario, todos se hacían servir amablemente por ella.

Se convirtió en una señorita. Y todas las mujeres de la familia le hacían regalos: vestidos pasados de moda, zapatos que quedaban grandes o chicos.

La señora se enternecía con la bondad de sus nueras y de sus hijos. Te das cuenta de tu suerte, mi hija, le decía con frecuencia, no te falta nada, todos te tratamos bien y el domingo hasta te invitaron a comer en la mesa, aunque yo no estuve de acuerdo, para qué te voy a mentir. Cualquiera te envidiaría. Y tenés la belleza propia de mi familia, no vayas a desvariar pensando tonterías, te parecés a nosotros porque te criaste con nosotros. Realmente si pensás bien tenés130 tanto que agradecernos.

Antoñita siempre la escuchaba sin replicar, sin ningún gesto, como si no le hablaran131 a ella. Pero la señora, entusiasmada por su propia bondad132, no se fijaba nunca en el silencio, que era su única rebeldía.

  —207→  

Y era tanta su rebeldía, que jamás volvió a hablar más que a solas. Por las noches, cuando se encontraba en el cuartucho, mal ventilado pero iluminado, que en los últimos tiempos era de ella sola porque en la casa se había prescindido de los servicios de la empleada, masticaba a grandes voces su protesta; conversaba con los fantasmas macilentos de las paredes, y su voz sonaba extrañamente grave en el caserón vacío, del cual sólo le pertenecía el cuarto más estrecho y húmedo y el viejo colchón que todavía guardaba el olor a orín de su solitaria infancia. Una noche salió con el panadero de enfrente y no volvió.

Preguntas sobre el texto de Chiquita Barreto

1)¿Se puede establecer una relación entre este cuento y «La jornada de Pachi Achi?» ¿Por qué?

2)¿Cómo podría resumirse el tema de «La niña muda?»

3)¿Te resulta conocida la situación presentada en el cuento?

4)¿A qué se debe la desaparición de Antonia? ¿Te parece que ella tuvo razones para irse de la casa y no volver más?

5)¿Existe ironía en la forma de presentar la situación de la joven criada?

6)¿Podría calificarse «La niña muda» como literatura social? ¿Cómo distinguirías entre literatura social y literatura fantástica?





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ArribaAbajoSusana Riquelme de Bisso

(1949)


Susana Riquelme de Bisso es una escritora que publicó su primera obra narrativa individual en 1995, la colección de sus mejores cuentos titulada Entre la cumbre y el abismo. Es hermana de la escritora Yula Riquelme de Molinas, y, como ésta, miembro del Taller Cuento Breve. Los cuentos de esta autora se adscriben a la corriente intimista femenina. La autora traza en ellos las palabras que pronuncia un personaje, que suele ser una mujer que descubre al exterior sus sentimientos más íntimos. Los protagonistas exponen su situación moral y psicológica y revelan circunstancias de inadaptación y, sobre todo, de soledad, que es la principal preocupación que constantemente transmiten.

El título de la obra y los de los cuentos expresan ajustadamente el mundo que va a desarrollarse en el texto. Los personajes que se sitúan entre la alegría y la tristeza, entre la cumbre y el abismo. La distancia que separa estos aspectos es casi inapreciable; una circunstancia vital transcendente se vuelve insignificante. En esa distancia se sitúan seres medios que deambulan entre ambos polos, la cumbre y el abismo, y que presentan problemas universales opuestos, como la tristeza y la alegría, y una soledad insalvable. Estos seres medios, con cuya problemática se puede sentir identificado el lector, especialmente si es una mujer adulta, revelan su ego profundo sin temor, y se escapan del silencio en que han vivido. Los personajes se encuentran en un estado de degradación personal. La deshumanización del mundo los ha conducido a la   —210→   decadencia, y desde la incomprensión e incomunicación que les rodea viven como fantasmas que evocan lo que fueron y lo que han llegado a ser. Los conflictos se encuentran en una fase sin solución, y a los personajes sólo les queda la palabra para desahogarse de la angustia en que viven.

La temática de los cuentos gira alrededor de mujeres que se encuentran solas o que sufren el aislamiento del mundo o por haber perdido lo que anteriormente daba sentido a sus vidas, aunque algunos cuentos presentan un protagonista masculino, especialmente los escasos que tienen un narrador heterodiegético en tercera persona. El argumento puede ser el del marido que ha dejado133 de interesarse por la esposa que a la vez mantiene con los hijos una distancia generacional difícilmente salvable, la destrucción del matrimonio por el tiempo, la ausencia o la muerte de seres queridos de la familia, la locura que puede ser consecuencia de la soledad, la incomprensión del que vive en un mundo opresivo interior, las sensaciones que se producen después de la muerte, la premonición de la muerte cercana de un ser querido, el sueño que provoca el deseo de amor que rompa el aislamiento del mundo, el hijo que sufre la separación egoísta de sus padres y acaba suicidándose, el juego de comunicación por carta que sirve para desahogar a quienes la escriben, la adquisición de conciencia del paso del tiempo inalterable hacia la vejez, la llegada progresiva de la muerte, la evocación nostálgica de la niñez, la progresiva destrucción hasta la muerte final en un ambiente solitario con seres fantasmagóricos, la problemática de personas del mundo marginal, sobre todo la incomprensión de la gente, como el delincuente que no encuentra trabajo fuera de ese mundo y acaba siempre en prisión y la del payaso de circo, y la maledicencia de las gentes por su excesiva moralidad. Los de la segunda parte de la obra giran alrededor de la problemática personal de la mujer que va viendo pasar el tiempo y que ha perdido las ilusiones de la juventud.

Hemos seleccionado el cuento titulado «El fondo del olvido», como muestra de escritura intimista femenina. El   —211→   ambiente de tristeza134 se averigua desde las primeras líneas por el empleo simbólico de la naturaleza. La autora dibuja un problema de su personaje y se detiene en los detalles que subrayan sus sentimientos. Hay una progresiva profundización en el interior de su conciencia, pero siempre quedan explícitas las causas de la tristeza en que viven. Así, Susana Riquelme construye un texto sencillo y poético a la vez, con un lenguaje versátil y lírico, pero sin retoricismos, adecuándose a la expresión necesaria del personaje. No abunda la adjetivación, sino los verbos y los adverbios que expresan sentimientos y estados en un tiempo concreto, el de la escritura. La autora aporta a la vertiente intimista femenina una obra que puede considerarse como expresión universal del mundo de la mujer que trata de escapar de la opresión social a la que se encuentra sometida por necesidades morales o de apariencia.


ArribaAbajoEl fondo del olvido

La tarde está fría ¿sabés? y lluviosa, si no estuvieras aquí conmigo me sentiría triste y deprimida, como antes, como cuando te ponías a leer y leer y leer... y ya no me hablabas, ni me mirabas. Y yo me sentía tan sola, y el invierno me traspasaba hasta el alma. Pero no hablemos de eso, ya todo pasó, ahora es tan distinto. Porque desde aquel día, no me volví a sentir sola nunca más, porque desde aquel día, te convertiste en el hombre más cariñoso, más compañero, más amante... ¿Por qué no fuiste siempre así, Ernesto? ¿Por qué eras tan indiferente, tan frío? ¿Te das cuenta lo bien que nos llevamos ahora, cómo nos entendemos, cómo nos queremos? Es increíble que ocurriera aquello135 para que te dieras cuenta de tantas cosas, para que hayas aprendido a valorarme, a verme como soy. ¿Cómo me veías antes, Ernesto? ¿Sabés que creo que de ninguna forma, que ni siquiera me veías? Por eso a veces, cuando te recuerdo sentado en el sillón de cuero negro, con la cabeza inclinada sobre un libro, inmerso, atrapado entre esas   —212→   páginas que te alejaban del mundo, me estremezco y tengo miedo de que todo vuelva a ser como antes. Pero es un temor infundado. Sé que nada puede volver a ser como antes.

Porque ahora, sos sólo mío, y pensás y hacés y decís lo que yo quiero. Porque ya no podés lastimarme con tu indiferencia, ni herirme con tus palabras. Porque sos el que siempre quise que fueras. Porque ahora puedo contarte las miles de cosas que se me ocurren, mientras tus ojos grises me miran extasiados, como si lo que yo te dijera fuera para vos lo más importante del mundo. Y me encanta sentarme a tu lado, y tejerte una bufanda en silencio, mientras escucho tu voz pausada y grave diciéndome esas cosas que nunca me dijiste. Y me acurruco en tus brazos, y cierro los ojos, y no pienso, sólo vivo, vivo intensamente cada momento a tu lado, y todo es tan hermoso que, a veces, siento miedo de ser tan feliz.

Pero no entiendo por qué todos se empeñan en darme recetas mágicas y múltiples consejos: que me cambie de casa, que busque alguna actividad que me entusiasme, que visite a mis viejas amigas. Pero, ¿por qué tendría que hacer todas esas cosas ahora, justamente ahora, que te tengo como nunca te he tenido? ¿Ahora que compartimos la vida plenamente? ¿Ahora que somos tan felices? ¿No te parece absurdo?

Claro, ellos no saben, ellos creen que vos ya no estás conmigo; creen que estoy sola y triste y desesperada; tal vez hasta crean que estoy loca. Pero eso ya no me importa, ¿qué puede importarme lo que ellos crean? Ellos no significan nada para mí, aparte de vos. No importa que nadie lo entienda, Ernesto, yo no los necesito, solo te necesito a vos y te tengo, claro que te tengo. A ver, esperá un poquito, creo que ya está hirviendo el agua para el mate. Te voy a cebar un mate bien pero bien caliente, así como a vos te gusta y, mientras tomás el mate, hablaremos de todas esas cosas que a mí me encantan. No te enojás porque quemé todos tus libros, ¿verdad? Claro que no, si ahora ya no te gusta leer, sólo te gusta estar conmigo, así, juntitos, queriéndonos para siempre, mientras el invierno destiñe los colores detrás de las ventanas...

  —213→  

¿Estás pensando lo mismo que yo, Ernesto, te estás dando cuenta de que te estoy siendo infiel con tu fantasma? Aunque en realidad, ni siquiera es tu fantasma, sólo tiene de vos el nombre los ojos, la voz, y algunos ademanes que yo elegí. El resto, el resto se perdió contigo en el fondo del olvido.

Preguntas sobre el texto de Susana Riquelme

1)¿Qué dos conceptos antitéticos figuran en el título del libro de la autora publicado en 1995?

2)¿Crees que la carta es una forma de expresión de la intimidad y de las dudas y conflictos interiores del ser humano?

3)¿Quiénes son «ellos» en el relato?

4)Señala algún fragmento donde la narradora expone su sentimiento de soledad.

5)¿Opinas que en el texto predominan los adjetivos o los sustantivos?





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ArribaAbajoLuisa Moreno de Gabaglio

(1949)


Esta doctora en ciencias veterinarias se ha dedicado también a la literatura. Sin embargo, su vocación profesional la ha conducido a una vertiente temática de la que ella ha asumido un papel primerizo e innovador: la narrativa de tema ecológico. Participa en el Taller Cuento Breve y es socia fundadora de la entidad Pronatura. En 1992 publica su libro de cuentos de este tema titulado Ecos de monte y arena, del que posteriormente extrajo algunos relatos para ser traducidos al guaraní por Mario Rubén Álvarez, que formaron la edición bilingüe que es Kapi'yva (1994). Sus temas no son los habituales de la narración feminista paraguaya. El ecologismo también aparece como fondo temático de algunas narraciones paraguayas actuales escritas por hombre, como El último vuelo del pájaro campana de Andrés Colmán Gutiérrez. Sin embargo, en Paraguay, Luisa Moreno de Gabaglio es quien inicia esta vertiente temática, extendida posteriormente por Renée Ferrer en Desde el encendido corazón del monte.

Si algo aporta al cuento ecológico esta autora es la especial sensibilidad con que trata al texto y a sus personajes, sobre todo a los animales fabulísticamente personificados. No aborda una vertiente feminista, que pueda unir caracteres de reivindicación de la mujer con la ecológica, pero ha demostrado que la mujer puede ofrecer una visión más humanizada y sensible del tema, lo que es otra forma de reivindicar un cambio sustancial que desplace la locura del hombre por destruir la naturaleza.

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El cuento que presentamos es «La picada del peregrino», incluido en su única obra narrativa publicada. En él se puede verificar la humanidad que presenta el perro, frente al vértigo del mundo actual animalizado. Sin embargo, lo que diferencia este relato de otros de la autora es la mirada irónica con que se dirige a las mujeres beatas, cuyos actos parecen ser de un mundo distinto al natural. El detallismo narrativo que caracteriza los cuentos de la autora también se observa en éste, pero además hay en él una valoración transcendental del mundo de la comunión y de la fidelidad del animal al hombre.


ArribaAbajoLa picada del peregrino

Entreverados como reses en movimiento, trajinaban por el cerro. Sol caliente. Suelo duro y tufaradas a orín, a sudor, a carne sucia, oreándose en el rojo camino a Caacupé.

El viejo quedó rezagado en el yuyal. Cuando de nuevo encontró a su perro, éste estaba tragando136 algo que aún se le movía en la garganta. Le preguntó que estaba comiendo, y el otro movió, amistosamente, el rabo desollado, infecto de queresa y moscas furiosas137. De pronto, el viejo palideció llevándose la mano al pecho. Otra vez el mismo dolor como patada de potro, en la punta del esternón. El perro gemía a su lado inquieto.

-En una palangana de agua de bromelia, derretí bien un pancito de azul, y con eso bañale a tu perro -le había dicho Tuní, pero el animal empeoró.

Había comenzado a apelecharse, desde aquella tarde, cuando dio con el viejo, tirado en el hueco del guayacán, los ojos en blanco, boqueando esas mariposas celestes que inundaban el campo durante el mes de noviembre. De ahí en más, el perro andaba como anegado en la tristeza, dejando montones de pelo blanco en el camastro donde dormía.

-Alguien que no es cristiano le habrá tocado -decían. El viejo aceptaba en silencio, para contestar la malicia ajena; sin embargo, sospechaba que la causa era otra. Los desmayos   —217→   que sufría eran más frecuentes. Al reanimarse, lo primero que sentía era el hocico húmedo, la fiel caricia del compañero de esas soledades de monte de dura tosca.

Tiempo después, lo despertó un olor a cuero mojado, pútrido. El perro se quejaba, mirándolo con aire de pobre infeliz. Estaba íntegramente pelado. Como si de cuajo le hubieran arrancado el pellejo, dejándolo en carne viva, sangrante. El viejo resolvió ir junto a la Virgen de Caacupé.

Al amanecer dejaron la picada del peregrino, subiendo la arribada. Enseguida reconoció a la hija de Ramón, la que se roía las uñas, desde cierta confesión que le había hecho su abuela moribunda. Ninguna mixtura fue efectiva contra este mal. Ni el áloe, ni el alquitrán, ni el zumo de palo rosa pudieron contra el vicio. Cuando quedó sin uñas, siguió con la pulpa. Entonces le enfundaron las manos en tripa de cerdo. La niña iba a trancos demorados, detrás de su madre y, de tanto en tanto, lloraba de rabia, tratando de arrancarse los guantes a dentelladas.

Muy cerca, portando estandartes, sofocadas, como si fueran al rescate de un botín, avanzaban las capitanas de la Legión de María. Señoras de misa de seis, de escapulario escarlata. Rezaban enfervorizadas, golpeándose el pecho. De súbito, una de ellas se puso rígida y, pegando un grito, espantó a pedradas la atrevida curiosidad del perro sarnoso. El viejo se entoró protegiéndolo, pero las otras se le vinieron encima y cundió el vocerío.

Fue cuando llegaron los cañeros del Ybyturuzú, salmodiando cánticos muy antiguos. Los oscuros braceros de los algodonales y los sintierra de Potrerito murmuraban algo secreto y terrible.

De los atajos, de los recodos, brotaban peregrinantes. Niños vestidos de brocato; vírgenes de manto azul; mendicantes de muñones lívidos; hombres de mirada turbia, trasijados, humillando el espinazo bajo la pesada cruz de curupay.

La insolación alborotaba los ánimos. Se cuajaba la leche en los biberones y fermentaba la sandía partida sobre los   —218→   peñascos. El aire espeso se removía, hediendo. A remezones, olía a piña madura, a fritura de cebolla. Se inflamaban las pústulas, reventaban los flemones.

Poco a poco, el cielo se iba llenando de manchas atigradas, amenazantes. El sol hervía en un ocaso violento.

El perro volcó una olla y se metió entre la gente, con una ristra de butifarras liada al cuello. Bajo el ala del sombrero, los ojos del viejo le sonreían. Después del banquete, se interrogaron en íntima comunión, y siguieron adelante.

Repentinamente, un trueno bramó en el abismo, subiendo por el desfiladero, y el cielo se cuarteó de luces. La noche se hizo rumor de tropa en desbandada. Poco después llovía sobre la fiebre, sobre la lepra, sobre los niños dormidos. El raudal cantaba en los guijarros.

Más tarde, con las estrellas lavadas, surgieron los serenateros de los difuntos, con su áspero lamento de varones, envueltos en el sahumerio del sebo y la cochura de toronjas.

El perro caminaba tiritando, pegado a las piernas de su amo, con el rabo tieso goteando agua.

A la madrugada, el viejo se detuvo. Tendió el poncho sobre el pavimento, al costado de la carretera. Era el único lugar seco.

-Cucha, Rufo, cucha-. El perro daba vueltas sin decidirse, gemía, temeroso al fogonazo de los faros veloces, que pasaban a su lado salpicándolos con agua y barro. El perro los enfrentaba, pero luego, acobardado, retrocedía. El viejo le dijo dos palabras, y entonces sosegadamente se acostó buscando el calor del hombre. Más allá, entre los yuyos, una joven amamantaba a su hijo. Los automóviles pasaban rasándolos. El viejo quedó dormido. El perro siguió gruñendo a los faros. Inesperadamente un coche rojo perdió el control y salió de la carretera embistiendo al viejo. Cuando bajaron los de la ambulancia, les resultó difícil separar al perro del accidentado. Y al alejarse el vehículo, el animal se entregó a una absurda persecución y, como poseído de una extraña locura, corría   —219→   tras la Kombi; de cuando en cuando se detenía, olfateaba las huellas, el aire, y continuaba. Horas después, jadeando, llegó al hospital donde internaron al viejo. Una enfermera entró para controlar el pulso del anciano y encontró al animal en la cama, junto al enfermo. La mujer gritó espantada de asco ante la vista del perro despellejado, cubierto de llagas purulentas. El hedor a carne descompuesta, a carne pútrida infestaba la habitación. Lo echaron a la calle, pero él siguió ahí porfiando para entrar cada vez que se le presentaba la ocasión. Le derramaban desperdicios, agua caliente, o le espantaban a escobazos, pero él volvía una y otra vez.

A la noche se escuchaban sus largos y melancólicos aullidos. Dos días después el anciano murió. Los empleados de la Municipalidad lo retiraron discretamente por la puerta del fondo. El perro continuaba vigilando la entrada, a veces, arañaba la puerta gimoteando como un pordiosero, luego volvía a sentarse, preocupado por su amigo, y permanecía así durante horas, con esa expresión triste y desvalida de los desamparados, ajeno a la muerte de su amo y a los cambios que inesperadamente se operaban en su cuerpo. Las llagas habían sanado y un velloncito suave de inmaculada blancura lo cubría nuevamente, ante el asombro y la incredulidad de las enfermeras del hospital.

Preguntas sobre el texto de Luisa Moreno

1)Qué vertiente temática inicia Luisa Moreno de Gabaglio en la narrativa paraguaya.

2)Destaca aspectos irónicos del texto.

3)Cita detalles del perro del cuento que demuestren su humanidad y su fidelidad.

4)Enumera algunos adjetivos que aparecen en el cuento cuyo significado tenga elementos negativos.

5)Resume el cuento en cinco líneas.





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ArribaAbajoDelfina Acosta

(1956)


Delfina Acosta es una de las escritoras138 que irrumpe en lo grotesco de sus personajes para mostrar la caducidad de la mentalidad tradicional femenina en el mundo urbano del Paraguay actual. Su único libro de cuentos, titulado El viaje (1995), se compone de una serie de historias que inquietan y sorprenden por las reacciones que escapan al comportamiento habitual, por la resolución sardónica de sus tramas, así como por la utilización frecuente de imágenes y situaciones absurdas, que sugieren el desconcierto que produce el choque entre un tipo de mentalidad en extinción y una forma de vida más juvenil, que observa como caducas y ridículas estas formas de vida tradicional. Aunque en sus relatos abunda la adjetivación por influencia de su poesía (ha publicado dos poemarios), traza con coherencia historias sencillas. Delfina Acosta suele reproducir una vida frustrada en la que se revela la fuerza de los deseos ocultos insatisfechos, y que no dudan en lanzar su maldición oculta contra quien contemplan que puede alcanzar la felicidad y la autenticidad consigo mismo. Sus personajes suelen ser mujeres maduras que se acercan a la ancianidad, que ven cómo su existencia llena de frustración ha transcurrido entre la banalidad de la costumbre y el anhelo no conseguido, generalmente por su propia mentalidad retrógrada y maniática por el apego a unos principios ya moribundos. En concreto, la protagonista de «Amalia busca novio», uno de los mejores cuentos de la obra, es una mujer de sesenta años que espera aún encontrar un hombre apasionado   —222→   que la haga feliz, a pesar de su edad; la alegoría fabulística que representa «El cuervo» incluye una protagonista que revela su amor imposible por un hombre norteamericano, el señor Bradbury, y ambos son una paloma y un cuervo respectivamente, que no pueden besarse por tener sus picos incompatibles para ello, pero que a pesar de las dificultades, huyen ante el estupor de la madre; y en «La tía» el ambiente familiar impide la consumación del amor.

Sin embargo, donde la ironía de Delfina Acosta logra su máxima expresión es en el relato que hemos incluido en esta antología, «Vestido de novia», acaso el mejor cuento de El viaje. Es la paródica historia de dos mujeres solteronas y maduras que se ufanan de haber permanecido vírgenes y de haberse dedicado solamente a la confección de vestidos de novia para otras. La autora incluso denomina Celestina a una de ellas (retomando el concepto del inmortal personaje de la obra clásica presuntamente escrita por el bachiller Fernando de Rojas), para intensificar su carácter. Y como venganza, ambas pinchan con los alfileres a las novias cuando se prueban los vestidos de novia que ellas cosen. El sarcasmo que Acosta dirige hacia la cerrada mentalidad de la solterona aún es mayor cuando al final afirma que sabe que llegarán a cumplir cien años y seguirán cosiendo con ilusión vestidos de novia para las demás, pero que nunca se casarán porque son demasiado honradas para hacerlo, e incluso desean que cuando mueran las entierren en dos cajones con vestidos blancos. Así, Delfina Acosta parodia el puritanismo femenino tradicional y hace ver que siguiendo sus dogmas se acaba perdiendo la oportunidad de gozar de vivir.


ArribaAbajoVestido de novia

A Wilson Villalba

Por achaparradas, feas139 y honradas es que Celestina y yo nos hemos quedado solteronas. Por eso nos da tanto enfado   —223→   tener que coser los trajes de novias de las mujeres que sí han tenido la suerte de encontrar maridos. Y le damos con el pie al pedal de la máquina como quien cose para mañana cuando la boda es el sábado, y con tanto pedaleo, tanto doblegamiento y tantas maldiciones, terminamos el vestido en menos de una hora, pero lo bonito que ha quedado: ¡hay que ver! Frutas apetitosas, luciérnagas y banderas de todos los países en el escote; todo el gentío y el apretujado adiós de las margaritas en la popa. Y ya ni acabamos de coser el abrigo de la madrina cuando se nos aparece una novia sollozante porque no le queda más leche para dar de mamar al crío y la boda tiene que hacerse el sábado antes de que el novio se arrepienta.

¡Ay!, las cosas que hemos visto dándole con la aguja a los enjambres de seda y martillando alfileres sobre el almidón de las enaguas. Y están esas otras novias, a las que tenemos que cubrir su vergüenza con fajas de cuero de cabra porque la barriga les ha crecido tanto que ya nada les sienta bien, pero nosotras nos las ingeniamos y acostamos al niño dentro de su vientre de tal manera que hasta parecen muñequitas haciendo su primera comunión o franciscanas vestidas de modelos.

Y claro, las cosas se hacen así, entre remiendo y remiendo; de otra manera no hay caso. Nosotras, que no nos hemos estropeado siquiera con un beso en la boca, podemos juramentar que casi todas las mujeres van preñadas al altar. Así se estila. Los hombres lo saben muy bien. Primero gimotean con lágrimas de demonios en los ojos; piden a gritos que no se les haga perder su carrera de Matemática, pero al final, cegadas por la pasión, terminan dando el mal paso. Algunas ceden hasta con los truhanes que acarrean embalajes de tripas de corderos por los almacenes del puerto. Y siguen cediendo. Lo demás es historia. Ellas vienen después hasta nosotras corriendo; exigen el vestido de novia ya, sin querer oír nuestras razones de veinte prendas de vestir atrasadas; por eso las herimos con los alfileres en las nalgas traspasándoles los huesos; para que aprendan, y porque tenemos rabia.

  —224→  

Pero nuestro buen servicio prevalece y, aun contra los apremios del reloj, los vestidos nos salen tan hermosos. Todos tienen la apariencia del mar y sus amarillas espumas estallando como rosas sobre los arrecifes. Nos pagan con valiosas alhajas de oro que pertenecieron a su acaudalada familia, hoy en quiebra. Por el precio de un camafeo les batimos el tul. Un prendedor en forma de cangrejo es el trato convenido para terminar el vestido140 antes de medianoche.

Sabemos que llegaremos a los cien años y seguiremos dándole con el pie al pedal de la máquina, cosiendo suntuosos trajes que vestirán la ilusión de las novias amantes. Una cosa es bien cierta: nunca nos casaremos. Somos demasiado honradas para hacerlo.

De hecho, cuando la muerte nos sorprenda, que nos metan en sendos cajones con vestidos blancos.

Preguntas sobre el texto de Delfina Acosta

1)¿Recuerdas el nombre de algún cuento de la obra El viaje de los citados en la introducción al texto de esta antología?

2)¿Cómo se llama una de las solteronas del relato?

3)El cuento es una confesión. ¿Podrías citar algunas características del mismo propias de este modo narrativo?

4)Divide el texto en las partes que creas conveniente.

5)¿Cómo desea la narradora que entierren a las solteronas cuando mueran?





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ArribaAbajoMilia Gayoso

(1962)


Milia Gayoso es una de las narradores más jóvenes del Paraguay, que sin embargo hasta 1996 ha publicado ya cuatro libros de cuentos: Ronda en las olas (1990), Un sueño en la ventana (1991), El peldaño gris (1995) y Cuentos para tres mariposas (1996). Junto a autoras como Delfina Acosta y Mabel Pedrozo, forma parte de una joven generación de mujeres nacidas después de 1955, que han comenzado a publicar sus obras en la década de los noventa. La problemática de sus cuentos está tratada con una especial sensibilidad propia de la mujer que pretende denunciar la injusticia humana desde el espacio interior y cerrado de las intimidades de un hogar. Milia Gayoso parte de estos personajes marginados y sufridores para retratar de forma coral las injusticias y las dificultades de la vida humana. En este sentido, Nila López afirma con acierto sobre el fondo social de los cuentos de Gayoso que «no es una realidad que se expresa porque sí, encerrándose en la anécdota» y añade que «no es la realidad como es, sino su propia sustancia, la escondida, la que está detrás de la parte adjetiva de los fenómenos cotidianos, que de tanto transitarlos, ya no los percibimos, hijos como somos de hábitos y rutinas aprendidas». Los seres de los cuentos de Milia Gayoso no encuentran la salida de la condena que les ha impuesto su destino y los sueños son una escapatoria de la realidad hostil, que no violenta siempre. Pero a veces estos sueños son una premonición del destino fatal, razón por la que los personajes se encuentran atrapados incluso por la fantasía. Así pues, los   —226→   protagonistas son antihéroes urbanos, al centrarse el espacio de los relatos generalmente en la ciudad de Asunción o de Villa Hayes, que dejan testimonio en imágenes subjetivas del mundo subterráneo que se esconde bajo su cara superficial.

La temática de los relatos impone un estilo poético pero al mismo tiempo exige un lenguaje depurado de artificios retóricos para centrarse en el mensaje del texto. La autora combina con destreza el registro literario con el coloquial y la variedad de recursos. Alterna los estilos directo, indirecto e indirecto narrativizado según la conveniencia de la adecuación del discurso al personaje que narra para obtener mayor verosimilitud; emplea el guaraní y el castellano coloquial de Asunción mezclándolos entre el discurso poético intensificado por las metáforas; a veces ironiza mientras en otras ocasiones gradúa el dramatismo para concentrarlo al final del relato; sabe unificar el lirismo descriptivo y la virtualidad del discurso directo; utiliza con acierto la elipsis y la síntesis del discurso y en pocas líneas puede ofrecer el relato de toda una vida; armoniza el conjunto de los relatos conforme a diversos puntos de vista empleando las tres voces gramaticales; y alterna el discurso largo y con escasas pausas, que aparece sobre todo al principio de los relatos, con la fuerza de los párrafos breves y de las frases de escasas palabras, especialmente al final.

En la escritura de Milia Gayoso se mezclan la dureza de la temática, agudizada por ser narraciones subjetivas en primera persona, y la ternura de los actos de los personajes sin que los cuentos adolezcan de desigualdad argumental: el dramatismo no llega a la tragedia tremendista porque la autora revela una perspectiva final de esperanza y una mirada de simpatía hacia los protagonistas, aunque el relato acabe de forma trágica. La brevedad de los cuentos no les resta intensidad; por el contrario, la concisión en la presentación de los acontecimientos hace que los relatos contengan una mayor fuerza en la gradación de los sentimientos de los personajes.

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El relato que presentamos es «Elisa», que pertenece a El peldaño gris. Uno de los motivos recurrentes de los cuentos de esta autora es el de la problemática infantil. Para Milia Gayoso, la fantasía hace real la imaginación de los niños, y la diferencia con la lógica de los adultos, suele preocuparle. La adopción de niños también es el tema de «Elisa», nombre de la protagonista que desea por todos los medios conocer a su verdadera madre. Los niños son víctimas de las decisiones de los adultos, quienes evalúan su situación con egoísmo cuando en realidad deberían pensar en el niño, el verdadero afectado. Este cuento es uno de los dramas humanos realistas de los cuentos de esta autora, que suele centrarse en el retrato de situaciones de los personajes más desvalidos de la sociedad: los ancianos, los niños y las mujeres. De su sufrimiento construye relatos con los que pretende llamar la atención sobre la trágica situación de estas personas, de las vidas que pasan inadvertidas por el mundo en progreso constante. Su estilo sencillo y el uso de un lenguaje accesible para el paraguayo medio permite que puedan ser leídos por cualquier tipo de público. Sin embargo, los detalles de hilaridad aislados en los cuentos permiten pensar en la habilidad que la autora tiene. El dominio de la espacialidad y del tiempo, al que hace discurrir como en un vaivén, aporta su idea de que el hombre tiene una existencia limitada y durante su vida se enfrenta a la dureza, a la soledad y a la indiferencia de quien le rodea; una indiferencia de la que son víctimas todos los seres humanos.


ArribaAbajoElisa

Quise salir corriendo, sin rumbo, quise morir, que me tragara la tierra. Quise no haber existido nunca cuando lo supe. Ella me tiró, me sacó de su vida, me dejó y luego desapareció. Y ahora vuelve y me busca, quiere tratar de explicar lo inexplicable; yo no la quiero oír, quiero que se marche.

Ya me lo habían dicho varias veces en la escuela, o sea, me lo habían insinuado suavemente algunas compañeras, y   —228→   con maldad otras, pero papá decía que no tenía que darle importancia a las habladurías. «Te envidian», susurraba, mientras me apretaba contra su pecho.

Una vez le planteé seriamente a mamá: «dicen que no soy hija de ustedes, que soy adoptada; por favor contame la verdad», y ella se estremeció, preguntó quién me lo había dicho y cuando se lo conté dijo que era una tontería. «Claro que sos nuestra hija; de lo contrario, ¿cómo te explicás que te querramos tanto?» Y salió de la habitación, pero a mí me quedó una sensación de vacío que no supe explicarme, quizás porque ella no es tan cariñosa como papá. Sí, me quiere, eso lo sé bien.

Mis amigas suelen decir siempre que tengo una familia hermosa: mis padres están en buena posición económica, son alegres y afectuosos; papá mucho más que mamá pero, a cambio de las demostraciones, ella suele sentarse a conversar conmigo sobre mis amigas, el colegio, las cosas nuevas que quiero y planeamos juntas mi fiesta de quince años, que va a ser el próximo año. Es una buena mamá, pero él es especial, sé que me adora.

Pero mi vida rosa cambió. Un sábado no me dejaron salir a la tarde porque según dijeron «venía una visita», que se presentó a las cuatro de la tarde. La visita era una mujer morena, un poco gorda y no muy bien vestida. Fueron rápidos, sin rodeos; sin demoras me tiraron la verdad a la cara. Que no soy hija de ellos sino de la mujer y de vaya a saber quién, que yo no soy Delicia Saravia, sino... quizás ni siquiera había tenido tiempo de ponerme nombre. Dijo que me había dado porque no podía criarme porque... no quise oír más y salí corriendo hacia mi habitación, a hundir mi cara contra el colchón, aunque hubiera querido continuar hasta quedar extenuada, lejos.

Ella me dejó una carta, escrita con letra desigual e infantil. Ella se llama Elisa y, ¡hablaba de tanto amor!, pero no le creí. Durante los días siguientes, seguí recibiendo cartas; en ellas me explicaba una y otra vez que estaba sola, sin trabajo,   —229→   sin familia, que no quiso abortar y optó por darme a una buena familia. Mis padres, ¿mis padres?, estaban callados; trataron de explicar pero no quise oírles. Estaba furiosa, no sé con quién pero furiosa.

Continuaron llegando cartas que decían lo mismo: que estuvo sola, que estuvo tan triste, sola, triste, sola, triste... Papá me habló ayer y dijo que el amor de ellos está intacto, que yo soy el verdadero amor en esta casa, que me acogieron con afecto, que eligieron que fuera su hija.

Recibí otra carta de Elisa. «No quise perturbarte, ni llevarte de allí, tenía una inmensa necesidad de verte y darte un abrazo y que por una vez en la vida me digas mamá, solo eso mi bebé y después me iría, y resulta que me voy sin abrazo, sin esa palabra que hace años quiero oír y con tu odio».

No terminé la carta; lo llamé a papá al trabajo y le pedí que me llevara a despedirme de ella.

Preguntas sobre el texto de Milia Gayoso

1)Milia Gayoso nació en 1962. Cita a otras dos autoras de las generaciones más jóvenes de escritores paraguayos, que hayan nacido después de 1955.

2)¿Sobre qué problemática versa el cuento de Milia Gayoso?

3)En qué persona y en qué tiempo verbal está narrado el relato.

4)¿Por qué aparecen algunas frases entrecomilladas en el texto?

5)¿Aparece el nombre de la narradora-protagonista en el relato, sin contar el título?





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ArribaAbajoMabel Pedrozo

(1965)


Es una de las narradoras paraguayas más jóvenes que tiene una abundante producción de cuentos. La prosa que conocemos de ella es versátil, alegre y dinámica, con una sintaxis alejada de barroquismos estilísticos y cercana a la oralidad de la primera persona monologada.

El tema del cuento seleccionado es el del amor censurado y tolerado por una sociedad que se rige por una doble moral: por un lado, acata ciertos principios que nadie osa cuestionar; por el otro, tolera la violación de esos principios dentro de los límites de una cierta discreción. La protagonista, que rechaza la escala de valores aceptada por los demás y no quiere repetir los roles impuestos a la mujer dentro del sistema tradicional, no deja de verse limitada por ese sistema. En efecto, aunque ha logrado su libertad interior, no puede ser plenamente libre en un ambiente donde los demás lo son y, por momentos, siente la necesidad de integrarse a una familia tradicional, para ser como todo el mundo. También se puede notar en el cuento un romanticismo sutil, que podríamos llamar posmodernista. Después de la vanguardia, como señala Umberto Eco, se desconfía de las declamaciones decimonónicas, pero se acepta la sentimentalidad cuando es reflexiva y evita el estereotipo. El motivo central del cuento es el de un amor resignado a medias a lo imposible.

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ArribaAbajoCita en el casino

Amo los viajes en taxi. Ese abandonarse en un asiento trasero con la despreocupación de los que no están en ninguna parte, corriendo a 120 por la avenida de los casinos, sobre sus luces amarillas delirantes de bichos puestos a morir en el cono de las lámparas. Sobre todo a esta hora (digo, lo de los viajes), en que el mundo se llena de oscuros con olor a pasto recién hecho y ganas de quedarse para siempre con la falda de seda soplándome las piernas, haciendo distancia de la ceremonia consabida que son los hombres bajando de los colectivos con ganas de llegar a casa, darse una ducha mientras la mujer se mete con el guisado y la cerveza y se sonroja segura de que él la sabe perfumada por si surge hacer el amor después de los chicos y los noticieros de las 22. Sin embargo, no todo de las rutas me gusta. Detesto los semáforos. En la ciudad, bueno, pero aquí, en una carrera loca hacia el acabado del universo, nadie mejor que uno para regularse velocidades, aunque admito divertirme con la morbosa curiosidad que incitamos las mujeres solas, elegantes, puestas en la vitrina de una marcha en suspenso. Ellos tienen razón. Los que miran, digo. No es de uso. Cosa de esposas penando el amor que no les cruzó de la puerta de calle, adolescentes conteniéndose el sexo, prostitutas tatareando141 una canción de cuna, amantes. No soy excepción, sino lo último. Una amante. La amante de un hombre casado, lo que no me hace más especial142 que el ochenta y tanto por ciento de las mujeres de este país; quizás algo menos trágica e infinitamente feliz de permitirme amar a antojo.

Me lo dijo por teléfono, como acostumbra como teme respuestas. Tonto. Sí que quería conocer a esos amigos suyos, parte de nuestros cafés pretextos para irle viendo ceder palabras, empujarlas como si le viniesen del fondo, como si se las despeñase de a una, boca en suspenso, boca llenándose de sonidos por detrás de los dientes143, miedo de hombre queriendo saltar fuera, dejándose caer sobre el redondo del laminado   —233→   de la taza. Además ellos, sus amigos, eran el tiempo que me faltaba conocerlo; amigos de secundaria que lo vieron crecer, enterrar a su padre, sentir las primeras mujeres. Amigos envidiándole la aplicación, el porte, el misterio. Sí, dije, voy.

Agregó que la idea les había costado alquilar el salón de fiesta del mejor casino de la ribera; que sería una cena secreta, como en las películas; que los de la barra se lanzaban al más ingenioso juego de infidelidad al que se habían atrevido y, como centro del evento, nosotras, sus amantes. Una noche inequívocamente clandestina, irreverente.

No la conozco. A ella, Clara Emilia, su esposa. No tiene que ver en esta historia y así lo entendimos cuando despertamos del primer beso en la boca, tan nuestra la emoción de vernos enteros, reír a gritos en un cuarto de alquiler, donde fuimos a parar esquivando una siesta de diciembre, la tristeza insoportable de la Navidad, los supermercados, la gente. Nadie más que nosotros en la confesión de un amor hecho de verdades interminables, mentiras también interminables, lecciones de historia a medianoche frente a la Casa de Gobierno, corridas del último colectivo de la estación urbana, su voz pegada a mis oídos sobre la mudez del teléfono. Clara Emilia era un afecto en acordado paréntesis ante mi presencia, una vida doliéndome a menudo, a escondidas, a las 8 de la noche de todos los días, frente a los escaparates de la esquina Robles, cuando era ella, imposible no sentirlo, a quien nombraba siguiendo los encajes de un corsé importado.

También amo a los taxistas, maravillosos desconocidos cedidos por la casualidad de ese rostro, a esa hora, en esa parada. El casino. Propina y besos de despedida. Séptimo piso144, dijo. Aguantarse la claustrofobia145 en el ascensor, quedarse viendo el tablero de círculos rojos prendidos en desorden. Segundo salón. Él, esperando en el pasillo con su aire de etiqueta pendiente de mi proximidad, de mis ruidos, de mis labios alcanzándolo. «Están adentro», dijo, mientras me encajonaba entre sus brazos, su boca en mi pelo, su prisa   —234→   revolviéndome la ropa todavía húmeda de avenida Los Presidentes y atardecer por detrás de los últimos árboles alcanzados por los ojos. Un resto de melodía recordaba la excusa en la oficina, los zapatos de vestir comprados en la tienda americana (gamuza a precio subiendo los bordes del pantalón), la escena de presentaciones ensayadas en noches sin sueño. «No quiero entrar», dijo, y para entonces tampoco yo quería. Me atropellé ganando las escaleras, si entiendo su correo entre el sexto y quinto piso, cuatro escalones detrás, sobre mi cuerpo. Oscuridad hecha a medida, a tiempo, oscuridad cayendo146 en punta sobre el jarabe caliente147 del apareo.

Camino a casa, en el auto, Alejandro comentó la reunión en el Casino, soportando mi retraso. Las amantes de sus amigos, contó, fueras de rol, asumiendo el de esposas preocupadas por la cena, orgullosas de conocer alguna de sus manías insignificantes, confesando intimidades a voz calma, métodos anticonceptivos, regeneradores de la piel, ungüentos para el pelo; ellos, sus amigos, anticipando resultados de la economía de mercado y las privatizaciones.

La avenida era una costura de luces corridas en línea recta hacia la madrugada, un cordón de velas eléctricas empapadas de sereno, complicadas en esto de seguirme prolongando su abrazo sinceramente avergonzada de haberlo querido también. Digo, como ellas, sentirme Clara Emilia por una noche.

Preguntas sobre el texto de Mabel Pedrozo

1)¿Cómo podrías resumir el argumento de este cuento?

2)¿Qué tipo de mentalidad representa la protagonista de este cuento? ¿Por qué dice que no se considera diferente de la gran mayoría de las mujeres? ¿Lo consideras una crítica a las convenciones sociales?

3)En el fondo, ¿cuál es la aspiración de la protagonista? ¿Te parece que ella se siente, como dice, «infinitamente feliz?»

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4)Los escritores describen la complejidad de los sentimientos humanos, ¿de qué manera lo hace la autora de este cuento?

5)¿Hay diálogos en el texto?

6)Expresa el significado de las siguientes palabras con la ayuda de un buen diccionario: escaparate, claustrofobia, laminado, urbana, morbosa.148





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ArribaAbajoLourdes Peralta

(1966)


Para demostrar que en Paraguay siguen surgiendo nuevas y nuevos narradores jóvenes, cuya falta de obra individual y propia se debe a las dificultades de edición existentes en el país, presentamos en esta antología a una joven narradora poco conocida, aunque con bastantes cuentos publicados en el diario ABC. Se trata de Lourdes Peralta, nacida en Buenos Aires (Argentina), de padres paraguayos que emigraron por razones económicas y políticas al país vecino. Realizó sus estudios primarios en el barrio bonaerense de Parque Patricios, pero cumplió la educación secundaria en Asunción, y después de residir durante tres años en Buenos Aires de nuevo desde 1986, cursó la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica de Asunción a partir de 1989. Culminó estos estudios en 1994 y ya había comenzado a trabajar como colaboradora del diario ABC. Publica habitualmente notas y narraciones breves en la revista dominical de este periódico, donde se ha revelado como una de las autoras más prometedoras del ámbito literario paraguayo en la actualidad aunque aún no posee obra propia.

Destacable es su posición sobre el periodismo. Lourdes Peralta defiende la ética periodística frente al sensacionalismo que domina progresivamente en su profesión. De ahí que su interés se centre en el mundo de la cultura y el arte, desarrollando su trabajo de forma independiente.

Uno de sus cuentos más relevantes para el tema de nuestra antología es «La virtud de Renata». En su trayectoria ha   —238→   ofrecido narraciones perfectas como «La traición», pero el carácter humorístico de aquel, lo convierte en una buena muestra de la evolución de la narrativa paraguaya hacia formas de expresión menos cargadas de tragicismo, aunque no por ello intranscendentes ni exentas de rigor dramático. La comicidad y la ironía, visibles ya en narradoras anteriores como Raquel Saguier y Delfina Acosta, son características fundamentales de «La virtud de Renata». La protagonista se distingue por su excentricidad acentuada que la mantiene al margen de la colectividad y de sus vecinos. Estas excentricidad no se relaciona con el rechazo de la sociedad vigente, como hemos visto en algunos cuentos de autoras anteriores, sino con la voluntad personal, en realidad con una obsesión maniática: la limpieza extrema. Lourdes Peralta abandona el acento social y feminista, que convierte a los personajes en índices de un problema colectivo, para adentrarse en un personaje perfectamente individual, parte de lo individual para adentrarse en la memoria colectiva. Con una técnica esperpéntica dibuja su personaje con breves esbozos, aunque profundos, y le infiere una actitud ante la vida muy personal.

«La virtud de Renata» es un buen ejemplo del carácter tragicómico que va adquiriendo el cuento paraguayo actual, con un especial énfasis en el aspecto grotesco del personaje, y la reacción que suscita en las gentes. En esta oposición entre el comportamiento de Renata y el de la comunidad estriba la valía del relato y de la autora.


ArribaAbajoLa virtud de Renata

Renata tenía casi 40 años y nunca fue de salir a la calle ni con un hilito colgando, sus pupilas chispeaban como carbón al fuego cuando veía alguna persona con la ropa desordenada. «La pulcritud y la limpieza son virtudes de gente decente», rezaba una placa en su puerta. A todos nos molestaba profundamente, pero a pesar de ello soportábamos con calma su «enfermedad». Cuando nos enteramos de que decidió sumarse   —239→   a la comisión vecinal, respiramos hondo y nos sacudimos las pelusas de la ropa. «Yo opino que lo principal es la limpieza, por eso hemos de pensar en los niños y tomar las debidas precauciones para la construcción de la plaza, nada149 de arena». ¿Pero cómo? ¿Una plaza sin arena?, dijimos a coro. ¿Qué quieren? ¿Que vengan perros a dejar pulgas? Ustedes, vecinos, no se preocupen, que voy a hacer la plaza más limpia del mundo». Como era tan elegante y perfumada, nadie se animaba a contrariarla. Cuando no había reunión del barrio, nos permitíamos usar la ropa más informal y gastada. Pero cuando llegaba el miércoles, sabíamos que ella estaría allí, que estarían sus ojos evaluándonos, poniéndoles en silencio un cero grande a nuestros trapos. Por eso ese día vestíamos de domingo.

«¿Qué les parece echar unas gotitas de perfume francés a las bolsas de basura? ¿No es original? Además, estuve pensando en colocar felpudos gigantes sobre las veredas. Vamos a hacer todo de cemento para poder barrer sin problemas». ¿Y los árboles?, dijimos a coro. «Bueno, señores, no se puede tener todo. ¡Caramba! Los árboles no se necesitan en otoño, ni en invierno; ya en setiembre pensaremos en alguna solución». Sin dudas, era una maniática. El día del vecino, nos regaló a cada uno un jabón desinfectante y un desodorante en barra. Nos dimos por ofendidos, pero recibimos el regalo con los labios en magnífica U. Ni el amor150 logró cambiar a Renata que tuvo un solo novio151, Roberto. El hombre huyó despavorido después de aquellas inagotables pláticas sobre el aseo. «Mirá, yo voy de frente. A mí no me gustan los puercos; imaginate que el día de mi cumpleaños, Roberto cayó con una camisa manchada con dentífrico. ¡Qué tolerancia ni que nada! Lo eché a los gritos, le advertí que no lo quería ver nunca más y, que si quería dejarme, por qué no me lo dijo directamente, en vez de apelar a una chanchada semejante».

Un miércoles, aprovechando la tardanza de Renata, nos comprometimos a defender la rusticidad de nuestro barrio; había que impedir tanta chifladura. Así que procedimos con   —240→   inteligencia. Asistimos a las reuniones con ropa descosida, hecha pliegues, con algunas manchitas de la comida de la siesta y sin desodorante. Renata no soportó152 más que un par de reuniones. «¿Qué les pasa? ¿Quieren ir al infierno?. La puerta de su casa se cerró definitivamente. Al principio, creímos que escarmentaría. Pero los años dicen que no. Algunos aseguran153 que cada medianoche Renata sale en bata blanca a barrer hasta el cansancio la vereda y antes de entrar da una vuelta por el barrio para tirar unas gotas de Chanel nº 5 a cada bolsa de basura. O... no puede dormir.

Preguntas sobre el texto de Lourdes Peralta

1)¿Ha publicado Lourdes Peralta algún libro individual hasta finales de 1998?

2)Resume el cuento «La virtud de Renata» en pocas líneas.

3)Cita algunos fragmentos humorísticos del relato.

4)Relacionándonos con lo anterior154, cita algunos aspectos grotescos de Renata.

5)¿Crees que la narradora se muestra distanciada de la acción que va narrando? Justifica tu respuesta con frases extraídas del texto.







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ArribaAbajoBibliografía General

1.ALMADA ROCHE, Armando: «Diálogo con Ana Iris Chaves de Ferreiro». Buenos Aires, La Prensa (2 de diciembre de 1979), pp. 25.

2.ALVAR, Manuel: «Los murmullos opacos de la noche: Los nudos del silencio de Renée Ferrer de Arréllaga». Humacao (Puerto Rico), Exégesis (Revista del Colegio Universitario de Humacao UPR), nº 26 (1996), pp. 52-53.

3.AMARAL, Raúl: La literatura del romanticismo en el Paraguay. Asunción, El Lector, 1995.

4.AMARAL, Raúl: Los presidentes del Paraguay. Crónica política (1844-1954). Asunción, Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, 1994.

5.CARLISLE, Charles Richard: «La mujer en la narrativa de Ana Iris Chaves de Ferreiro». Oklahoma, Discurso Literario, v. 1 (1984), pp. 289-293.

6.CIPLIJAUSKAITÉ, Biruté: La novela femenina contemporánea (1970-1985). Barcelona, Anthropos, 1988.

7.COHN, Dorrit: La transparence intérieure (Modes de représentation de la vie psychique dans le roman). Paris, Éditions du Senil, 1981.

8.ESPÍNOLA, Lourdes: «Alter ego o una experiencia personal: una escritora feminista no nace, se hace». Texto personal cedido gentilmente por la autora.

9.FLORES G. DE ZARZA, Idalia: La mujer paraguaya protagonista de la historia (1870-1930, Guerra del Chaco). Asunción, Intercontinental Editora / Ñandutí Vive, 1993.

10.GONZÁLEZ TORRES, Dionisio M.: Folklore del Paraguay. Asunción, Editora Litocolor, 1992.

11.MÉNDEZ-FAITH, Teresa: Breve diccionario de la literatura paraguaya. Asunción, El Lector, 1994.

12.PEIRÓ, José Vicente, edit.: prólogo de Mancuello y la perdiz de Carlos Villagra Marsal. Madrid, Cátedra, Colección Letras Hispánicas, 1996.

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13.PÉREZ MARICEVICH, Francisco: lª parte155 del Diccionario de la Literatura Paraguaya. Asunción, Biblioteca Colorados Contemporáneos, 1983.

14.PLA, Josefina: «La narrativa en el Paraguay de 1900 a la fecha». Madrid, CHa, nº 231 (marzo 1969), pp. 641-654.

15.PLA, Josefina: Obra y aportes femeninos en la literatura nacional, Asunción, Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, 1976.

16.RODRÍGUEZ ALCALÁ, Guido - VILLAGRA, María Elena: Narrativa paraguaya (1980-1990). Asunción, Editorial Don Bosco, 1992.

17.RODRÍGUEZ ALCALÁ, Guido: «La poesía y la novela en el Paraguay en los últimos años (1960-1980)». En Literatura del Paraguay, Palma de Mallorca, Luis Ripoll, 1980, pp. 167-185.

18.RODRÍGUEZ ALCALÁ, Guido: Residentas, destinadas y traidoras. Asunción, RP -Criterio, 1992.

19.RODRÍGUEZ ALCALÁ, Guido: «Temas del Autoritarismo». En Borges y otros ensayos, Asunción, Editorial Don Bosco, 1995, pp. 33-49.

20.RODRÍGUEZ ALCALÁ, Guido: Ideología autoritaria. Asunción, RP Ediciones, 1987.

21.RODRÍGUEZ ALCALÁ, Hugo: «La narrativa paraguaya desde comienzos del siglo XX». Asunción, Intercontinental Editora, 1990, pp. 81-106. También en Narrativa hispanoamericana: Güiraldes-Carpentier-Roa Bastos-Rulfo (estudios sobre invención y sentido). Madrid, Gredos, 1973, pp. 37-81.

22.RODRÍGUEZ ALCALÁ, Hugo: «Sobre las ficciones experimentales de Neida de Mendonça». En Poetas y prosistas paraguayos. Asunción, Mediterráneo / Don Bosco Intercontinental, 1988, pp. 243-248.

23.ROFFÉ, Reina: «Itinerario de una escritura. ¿Desde dónde escribimos las mujeres?». En Sonia MATTALIA - Milagros ALEZA edit: Mujeres: escrituras y lenguajes. Valencia, Departamento de Filología Española de la Universidad de Valencia, 1995, pp. 13-17.

24.WELCH, Thomas L. - GUTIÉRREZ, René L.: Bibliografía de la literatura paraguaya. Washington, Biblioteca Colón, O.E.A., 1990.



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ArribaObras

Delfina ACOSTA: El viaje. Asunción, Editorial don Bosco, 1995. Mariela de ADLER: La endemoniada. Asunción, Editorial Don Bosco, 1966.

Margot AYALA DE MICHELAGNOLI: Ramona Quebranto. Asunción, s.c., 1989.

Chiquita BARRETO: Con pena y sin gloria. Asunción, RP Ediciones, 1990.

Ana Iris CHAVES DE FERREIRO: Retrato de nuestro amor. Asunción, Editorial Arte Nuevo, 1984.

Noemí FERRARI DE NAGY: Rogelio: cuentos y recuerdos. Asunción, Editorial del Centenario, 1972.

Renée FERRER DE ARRÉLLAGA: Los nudos del silencio. Asunción, Editorial Arte Nuevo, 1988. (2ª edición: Asunción, Arandurá, 1992).

Milia GAYOSO: El peldaño gris. Asunción, Editorial Don Bosco, 1995.

Ester de IZAGUIRRE: Último domicilio conocido. Asunción, Editorial Coraje, 1990.

Sara KARLIK: Presentes anteriores. Santiago de Chile, Red Internacional del Libro, 1986.

Teresa LAMAS CARÍSIMO DE RODRÍGUEZ ALCALÁ: Tradiciones del hogar. Asunción, Talleres H. Kraus, 1921.

Maybell LEBRÓN: Memoria sin tiempo. Asunción, Arandurá Editorial, 1992.

Ercilia LÓPEZ DE BLOMBERG: Don Inca. Buenos Aires, Imprenta López, 1965.

Neida de MENDONÇA: De polvo y de viento. Asunción, Ediciones Asedio, 1988.

Lucy MENDONÇA DE SPINZI: Tierra mansa y otros cuentos. Asunción, Criterio Ediciones, 1987.

Luisa MORENO DE GABAGLIO: Ecos de monte y arena. Asunción, Editora Litocolor, 1992.

Dirma PARDO DE CARUGATI: La víspera y el día. Asunción, Editorial Don Bosco, 1992.

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Amanda y Mabel PEDROZO: Mujeres al teléfono. Asunción, El Lector, 1997.

Lita PÉREZ CÁCERES: María Magdalena María. Asunción, Intercontinental Editora, 1997.

Francisco PÉREZ-MARICEVICH: Panorama del cuento paraguayo, Asunción, Tiempo Editoría, 1988.

Josefina PLA: El espejo y el canasto. Asunción, NAPA, 1981.

Susana RIQUELME DE BISSO: Entre la cumbre y el abismo. Asunción, Arandurá Editorial, 1995.

Yula RIQUELME DE MOLINAS: Bazar de cuentos. Asunción, Arandurá, 1995.

Raquel SAGUIER: Esta zanja está ocupada. Asunción, RP Ediciones, 1994.

Teresita TORCIDA DE ARRIOLA: Y soy y no. Asunción, Escuela Técnica Salesiana (Premio Hispanidad 75), 1975.