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Navas de Riofrío. Un monumento del arte románico

Jerónimo López de Ayala y Álvarez de Toledo





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Pocas comarcas existen dentro del suelo español, cuyo examen y estudio, bajo el punto de vista monumental, más provechosos y necesarios sean para el conocimiento del desarrollo de una determinada rama de nuestro rico arte nacional, como la comarca segoviana. La histórica Segovia no puede hoy competir, es cierto, con otras ciudades castellanas, leonesas, gallegas y catalanas, por la riqueza y esplendidez de sus monumentos románicos; pero compite sin dificultad, y aun les aventaja, en la variedad, en la abundancia y en la difusión que alcanzó allí aquel arte, dignamente representado por buen número de iglesias, edificios particulares y detalles aislados, en que se echa de ver muy luego la venerable mano de los siglos XI y XII.

¿Quién no conoce, si ha visitado la patria de San Alfonso Rodríguez, las torres de San Justo y de San Esteban, los pórticos de esta parroquia y de la de San Martín, las portadas del mismo San Martín, de la Trinidad y de San Juan de los Caballeros, los ábsides de San Sebastián, San Andrés y San Clemente, entre otros muchos templos cuya enumeración es innecesaria? Reliquias son todas estas que atestiguan sobradamente la popularidad y persistencia de los elementos romano-bizantinos, al par que la importancia que alcanzó en los siglos medios la interesante ciudad del Eresma.

Ya que no tan abundante como en la capital, no dejan de descubrirse, diseminados por su provincia, importantes muestras monunentales de análoga fecha y filiación artística; varias de las cuales fueron sacadas de la oscuridad en que yacian por D. José María Quadrado y otros escritores que en nuestro siglo se han ocupado en tan selecta materia. Otras, en cambio, siguen sumidas en el olvido, y entre ellas, debe (si mal no creo) citarse la   —201→   linda portada de la iglesia de las Navas de Riofrío, cuya descripción me ocupará breve espacio.

Las Navas de Riofrío, en que accidentamente me hallo, ó bien las Navillas, nombre abreviado por que se le conoce en el país, es un humildísimo lugar asentado dos leguas al mediodía de Segovia, al pie de la sierra que separa esta provincia de la de Madrid, y distante como dos leguas y media del Real Sitio de San Ildefonso, y 2 km. del real palacio de Riofrío.

Que su fundación es aleja, harto lo demuestra su templo parroquial, que no se hubiera labrado en las condiciones que reviste, sin existir un mediano núcleo de población en torno suyo. Como quiera, el pueblo de las Navas, si alguna vez alcanzó cierta importancia, habíala ya perdido en la segunda mitad del siglo XVI, según se colige de los datos que proporciona su pequeño archivo parroquial, por mí examinado recientemente. En efecto, por su más antiguo libro, que es el de matrimonios, y arranca del 19 de Junio de 1588, se observa que en este año solo se celebraron en el pueblo dos contratos matrimoniales; en el siguiente de 1589, celebráronse tres, en 1590, uno solo; y hasta el año de 1601 no volvió á efectuarse ninguno; y en esta exigua proporción se continúa hasta nuestros tiempos. Los demás libros de que consta el archivo, tales como los de bautizos y defunciones, los de cuentas de fábrica, diezmos, colecturía, cofradías, visitas y autos, ninguna luz derraman sobre el oscuro origen del pueblo y de su iglesia. Ambos dependían y dependieron, hasta hace pocos años, de la jurisdicción eclesiástica de la Abadía de la Santísima Trinidad del Real Sitio de San Ildefonso, y por tanto, el abad mitrado ejercía aquí su autoridad y llevaba á cabo la visita pastoral.

Pocos pueblos de la provincia de Segovia aventajan al que me ocupa por su emplazamiento y risueña naturaleza. Al pie de una alta sierra, rodeado de frondoso arbolado y deleitosas praderas, provisto de excelentes pastos y de abundantes é inmejorables aguas, destácase poético, con su cuadrada torre y las escasas viviendas que en torno suyo se agrupan, cual bello cuadro en su adecuado y conveniente marco.

La iglesia, que á través de los siglos ha sufrido mudanzas que   —202→   la han transformado casi por completo, solo ofrece de notable al exterior, la antes citada torre, sólida y sencilla fábrica de piedra de sillería, que consta de tres cuerpos superpuestos que van retallando sucesivamente y alcanzan no gran altura. En el último ábrense cuatro arcos semicirculares que cobijan las campanas, modernas en su mayoría, pues la más antigua fué fundida en el siglo XVII. Esta torre, cuyos únicos ornatos se reducen á los arcos de las campanas, con más dos cornisas que separan los tres cuerpos y una cornisa que remata el superior y sobre que carga el moderno tejado á cuatro vertientes, data seguramente de la época en que se construyó la portada, aunque en tiempo posterior se hayan operado en ella algunas reparaciones.

Pero lo que más caracteriza á la iglesia es su linda portada románica, harto curiosa por lo bien conservada y por las singulares labores que le adornan. Protégela un pobre ó impropio atrio moderno y, según una costumbre no por muy frecuente menos censurable, está actualmente embadurnada de pintura amarilla.

Consta la portada de tres arcos decrecientes, de medio punto. Las dovelas del más interior aparecen adornadas en toda su extensión con una labor de vegetales formando círculos ó figuras semejantes á la circular. La archivolta carga sobre dos sencillas jambas provistas de una imposta corrida que llega por ambos lados hasta lo más exterior de la portada y muestra dibujos análogos á los de la archivolta. Sobresaliendo con relación á esta, hay otra archivolta, cilíndrica y sencilla, que corresponde á dos columnas, cuyos fustes y basas nada ofrecen de particular; cada uno de los capiteles, por lo contrario, presenta esculpidas dos aves de bastante tamaño, colocadas frente á frente, siendo de notar que las del capitel izquierdo se muerden á sí propias una de las alas.

Más notable, por último, es el exterior y tercer arco, asentado en dos robustas jambas desnudas de todo ornato. En su extensión todo está bordado de extraños relieves y símbolos de apariencia semioriental y muy torpe ejecución, dignos de atento examen.

La archivolta va exteriormente ceñida de un estrecho ajedrezado, y en ambos puntos de arranque de la misma hay esculpidas varias estrellas ó flores encerradas en círculos. Dejados   —203→   aparte estos adornos secundarios, nótanse en ella veinte divisiones ó espacios ocupados por las figuras á que antes hice referencia. Que todas ellas ó casi todas tienen un sentido simbólico ó enigmático me parece fuera de duda, teniendo en cuenta la índole y tendencia del arte romano-bizantino, hijo y heredero, por varios conceptos, de la civilización oriental. Ahora bien, varios de estos símbolos escapan á nuestra penetración, y esto es debido, ora á la imperfección con que el artista medioeval llevó á cabo su obra, ora también á la distinta manera con que en aquella remota época solían representarse escenas y personajes, con relación á la nuestra.

Hé aquí ahora las figuras encerradas en los veinte espacios, procediendo de izquierda á derecha. En el primero vemos representado un ciervo de rara traza ó animal monstruoso dotado de astas cervunas. Recuérdame por su factura el aspecto de algunas representaciones asirias. En el segundo nótase una especie de ibis matando, al parecer, una serpiente: figura que trae á la memoria el contenido de algunos bajo-relieves egipcios.

Un personaje humano, desnudo de medio cuerpo y muy toscamente esculpido, aparece en el tercero. En el cuarto espacio figúrase á la luna; en el quinto vese á dos personajes imberbes, iguales ó muy parecidos, con la cabeza descubierta y ataviados con mantos plegados de arcaica manera. Ocupa el sexto espacio un centauro ó sagitario; el séptimo, una gran serpiente enroscada, emblema probable de la del Edén; y el octavo un ave o pájaro.

El relieve noveno es el peor conservado de todos, hasta el punto de no poderse decir con certeza lo que representa; paréceme, sin embargo, que en él se observan las trazas de un personaje sentado. El espacio que le sigue, encierra, en pequeño, un verdadero cuadro, en esta forma: un personaje dormido, vistiendo traje talar, y á su derecha un tosco árbol, en cuya copa hay un pájaro. Debe figurarse en él el sueño místico y visión profética de Adán en relación con el cuadro séptimo.

El undécimo espacio corresponde á la clase del arco, y se presta á muy diversas interpretaciones. En él se observan tres personajes bastante semejantes, situados paralelamente, y de los cuales los de los extremos parecen enlazar ó adelantar mutuamente sus   —204→   manos. ¿Representan estos personajes á nuestros primeros Padres, que van á ser sentenciados por Dios después que han escuchado la condenación de la serpiente; ó bien trabados hand in hand, como los describe Milton, cuando guiados por el arcángel salieron fuera de las puertas del Paraíso?

No me atrevo á juzgarlo. Solo añadiré que el relieve de que se trata aparece en la clave, como sitio preferente y principal, muy propio para la colocación del misterio de la Inmaculada Concepción titular del templo. Prudencio, en uno de sus himnos1 á fines del siglo IV, celebraba ya este misterio, exponiendo el famoso texto del Génesis (III, 15) y señalando á la tradición artística de España el bello ideal, que pintó Bartolomé de Murillo:



«Hoc odium vetus illud erat,
Hoc erat aspidis atque hominis
Digladiabile discidium,
Quod modo cernua femineis
Vipera proteritur pedibus.

Edere namque Deum merita,
Omnia Virgo venena domat;
Tractibus, anguis, inexplicitis,
Virus inerme piger revomit,
Gramine concolor in viridi.»



En el espacio duodécimo se ve á un obispo con su mitra y báculo. Puede figurar á algún santo prelado, y más probablemente al que ocupaba la silla segoviana en la época en que se labró la portada. El relieve décimotercero es también de confusa interpretación. En él aparece una figura femenina, de pie, cogiéndose con ambas manos una toca que lleva en la cabeza.

Las representaciones ornitológicas parecen haber sido muy del agrado de los escultores románicos; y por lo que hace á esta portada, aves hemos visto en ambos capiteles y en las casillas segunda, octava y décima de la archivolta exterior. En la décimacuarta vemos aún otra ave de extraña forma, con la cabeza vuelta   —205→   hacia la espalda; en la décimaquinta, una paloma, bien determinada; en la décimasexta, otra ave de análoga forma y en idéntica posición que la del espacio 14, y sobre la cual hay, al parecer, una hoja; en la décimaoctava, un gallo, perfectamente conservado; y en la vigésima, un ave vuelta hacia la derecha, con varias hojas por cima de ella.

Por último, ocupa el espacio décimoséptimo la representación del sol; y el décimonono, un corazón atravesado por dos flechas. Tal es esta singular portada, por demás típica entre sus congéneres. Por sus representaciones simbólicas, que más recuerdan el arte bizantino que el románico, y por la tosquedad de sus ornatos, no puede considerársela como uno de los sazonados frutos que brotaron de aquella escuela arquitéctonica corriendo adelantada la XII.ª centuria; y más bien recuerda á algunas obras de la segunda mitad del siglo XI, ó de muy á principios del XII.

El interior de la iglesia no corresponde actualmente á la portada. Las múltiples reformas que en el trascurso de los siglos ha venido sufriendo, la han destituído de todo carácter de época. Ni la pobre techumbre de madera que la cubre, ni los insignificantes altares y retablos que la adornan, ofrecen el menor interés ante el arqueólogo ó el artista. Solo en la pila del agua bendita, formada por un capitel románico de no escaso tamaño, se recuerda el estilo que campea al exterior.

En vista de cuanto llevo expuesto, creo merece esta iglesia, y en particular su portada, alguna atención, como monumento precioso y correspondiente á una de las más interesantes etapas de la historia artística.





Navas de Riofrío (Segovia), 31 de Julio de 1890.



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