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Reinhart Dozy

Dugat, Histoire des Orientalistes: Dozy: Tomo II. 44. Goeje, Biographie de Reinhart Dozy; trad. Chauvin. Leide, 1883

F. Guillén Robles





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Si hubiera de referir la vida y juzgar las obras de este autor ilustre con la extensión que merecen, si hubiera de presentarle en el centro científico en que trascurrió su existencia, rodeado de sus maestros, de sus colegas y de sus discípulos, ciertamente que e podría escribir, más bien que un artículo de revista, un voluminoso libro.

Libro que reseñando en detallada monografía, la existencia de Dozy y sus relaciones literarias, sería interesantísimo para nosotros los españoles; pues al ocuparme de él debía tratar de algunas ilustraciones patrias, y porque la mayor y más principal parte de sus obras abraza largos períodos de los más romancescos y bellos de nuestra historia.

Cuando multitud de grandes cualidades se reunen en un hombre; cuando vida laboriosa, fantasía brillante, ingenio claro y agudo, sagacidad que asombra por lo perspicaz, crítica profundamente erudita, y amor incontrastable á la exactitud, á la precisión y á la verdad, distinguen á un escritor, su nombre pasará seguramente á la posteridad, como pasa el de Dozy, entre el respeto y la admiración de sus coetáneos, rodeado de gloriosísima aureola.

España ha llenado cuasi por entero su grandiosa obra; como nuestro Florez, como Zurita, ha iluminado espacios bien oscuros de su historia; nos ha relatado memorias del tiempo viejo   —292→   que creíamos desvanecidas para siempre; ha borrado, no ya de la vulgar opinión, mas del común sentir de los sabios, errores de cuenta, y así como un guía, sacudiendo su antorcha en esas oscuras cavernas, alcázares encantados de estalactitas, descubre maravillas en lontananza y en torno del asombrado viajero, así su saber, agitando la antorcha de la inspiración histórica ante el oscuro pasado de nuestra Edad Media, nos ha hecho asistir á la vida de aquellos tiempos, y nos ha indicado anchos espacios á los cuales dedicar nuestros esfuerzos.

Podrá decirse de él que se mostró duro con los que le precedieron en su camino; duro también con muchos de sus coetáneos; no solo duro, sino en ocasiones injusto: podrá decirse que parecía querer imponer á todos una superioridad evidente, que hubiera ensalzado mucho mejor la indulgencia; que algo de la glacial animadversión de Gibbon á la idea católica pasó por su alma; que nos conoció en los libros más que en la vida real; podrá decirse todo esto, pero muchos de estos cargos se desvanecen hoy al borde de su sepulcro, ante las grandes obligaciones y los considerables beneficios que le debemos.

Muchos de estos cargos refluyen también en pró nuestra; pues la severidad de su crítica ha hecho muy difíciles en España las ligerezas de Conde ó las patrañas de Faustino Borbón; ha mostrado á nuestros arabizantes cuán austera es la labor que han emprendido, y les ha trazado ancho campo de acción para sus investigaciones. Dozy será siempre para los arabistas, como es Silvestre de Sacy, como Caussin de Perceval, un acabado modelo, con sus grandes cualidades para imitarlas, con sus pequeños defectos para huirlos y para olvidarlos.

Entre las más excelentes figuras de la historiografía patria, entre aquellos sabios varones, que tanto contribuyeron á la ilustración de nuestros anales, Antonio Agustín, Mariana, Alderete, Nicolás Antonio, Velázquez, Morales, en el Parnaso de nuestros historiadores, tendrá lugar preferente Reinaldo Dozy, á quien sus trabajos en pró nuestra conceden carta de ciudadanía española. Muchas veces admiró, muchas celebró á aquellas autoridades históricas; si ellos pudieran haberse visto juntos con él, ciertamente que le recibieran con gallarda cortesanía española   —293→   como á par en mérito, y que cual á compatriota lo consideraran.

España debe á Dozy respetuosa gratitud, y es de esperar que cuando la ciencia europea ha cubierto de flores su tumba, nuestra patria, siempre hidalga en sus obligaciones, se adelante á todas en la demostración de su duelo.


I

En la última sesión del quinto Congreso internacional de los Orientalistas, celebrado en Berlin durante el més de Setiembre de 1881, al aprobarse que el siguiente Congreso se verificara en Leyden, el que esto escribe preguntó á un ilustre arabizante alemán, si Dozy sería designado para presidir la nueva Asamblea.

-Si vive, seguramente nos presidirá; pero dudo que exista para entonces; la enfermedad que ha hecho presa en él, difícilmente le dejará vivir tanto tiempo.

El suceso ha venido á confirmar esta triste previsión; un año se adelantó la fecha convenida para la celebración del sexto Congreso; Dozy había sido elegido Presidente, y había autorizado con su firma las invitaciones; pero la muerte se adelantó también al cariño y al respeto de los orientalistas y enlutó el triunfo que se le preparaba.

Reinaldo Dozy nació en Leyden en 28 de Febrero de 1820, y en Leyden ha fallecido el 29 de Abril de 1883; ha muerto, pues, de edad no muy avanzada para los climas septentrionales. Los trabajos científicos, aunque no lo parezcan, son bien duros; proporcionan goces indecibles; puros goces, cuya inefable dulzura saborea sólo quien ama la ciencia apasionada y desinteresadamente; pero su esfuerzo, como el penoso trabajo del minero en las entrañas de la tierra, deja profundas huellas en el cuerpo; cuasi siempre más profundas y dolorosas, más gastadoras de vida, que el trabajo y las privaciones materiales.

Leyden ha sido hace largo tiempo, cuna ó morada de arabistas ilustres: allí escribió su Gramática aquel Erpenio, á quien uno de nuestros Gobiernos invitó á enseñar en España; allí publicó su Lexicon Raphelengius, uno de los colaboradores de la Biblia   —294→   de Anveres de 1571; allí coleccionó Golio los elementos de su Diccionario; allí escribieron sus obras los Schultens, antepasados de Dozy; allí catalogó Reiske los manuscritos de su Biblioteca; allí enseñaron Weijers y Hamaker; allí se han formado insignes orientalistas y se han impreso tantas obras sobre sus estudios, que podrían formar una magnífica biblioteca.

En este medio tan acomodado á su vocación y á su ingenio, nació y se educó Dozy. Durante los momentos en que se forma un hombre de ciencia, en los albores de la juventud, en los instantes de las grandes decisiones, en los que las vocaciones se determinan y se marca la vía que se ha de recorrer en la vida, es una gran fortuna encontrar un guía seguro y afectuoso, cuyo saber fortifica y da seguridad en el estudio, fija los puntos de vista, y ahorra trabajo y tiempo, evitando las incertidumbres de la inexperiencia. Dozy tuvo esta gran fortuna en la enseñanza de su maestro Weijers.

Este fijó la vocación de su discípulo para los estudios históricos, y estimuló su inclinación á los lexicográficos, que en edad bien temprana le hacía aprenderse de memoria las notas críticas de los Sultanes Mamelucos de Quatremère, y que al fin de su vida le ha dictado su obra maestra, el Suplemento á los Diccionarios árabes. Weijers ciñó su fantasía, más meridional que holandesa, á todo el rigor de la verdad, impidiendo que la imaginación exuberante y lozana de los pocos años hubiera dominado en aquel juvenil ingenio, viciando aptitudes de mayor excelencia: le mostró el verdadero valor de la civilización musulmana, apartándole de ese filosemitismo á outrance que en Francia distinguió á Sedillot y en España distingue á Contreras; inspiróle, en una palabra, pasión sin fanatismo por aquella cultura, que fué uno de los principales factores en la Edad Media, popularizando obras ilustres del mundo clásico, estudiando la ciencia y erigiendo monumentos insignes, cuando las sombras de la ignorancia envolvían cuasi por completo al entendimiento europeo.

Dozy debe á Weijers mucha parte de su fortuna científica; así lo ha proclamado frecuentemente en sus libros; así lo reconoció en su sencilla y elocuente dedicatoria de la Historia Abbadidarum: Weijersi, præceptoris desideratissimi, piis Manibus, sacrum.

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A los veintitres años dióse el joven arabizante á conocer con una erudita Memoria1, el Diccionario detallado de los nombres de vestidos entre los árabes, la cual obtuvo el premio en el certamen internacional abierto por el Real Instituto de los Países-Bajos, mereciendo elogios y considerable atención de algunos de los más autorizados orientalistas franceses2.

En este punto comienza la no interrumpida serie de sus publicaciones y de sus triunfos, admirando á cuantos han seguido con atención su persistente fecundidad, que parecía inagotable.

En 1.º de Marzo de 1844 graduóse de Doctor en Leyden, cuando la muerte se cernía sobre su ilustre maestro. Viajes posteriores por Alemania é Inglaterra, abrieron más ancha carrera á sus facultades; anudó durante ellos excelentes relaciones, registró importantes bibliotecas, y al par que acumulaba materiales y notas para futuras producciones, descubría en ellas ignorados y curiosos documentos de la literatura holandesa en la Edad Media3.

Nombrado después conservador adjunto de los manuscritos orientales que se guardan en la Biblioteca leydense, concibió el pensamiento de publicar una colección de textos arábigos; pensamiento que, como en lo de adelante diré, produjo resultados fecundos.

A pesar de esto, á pesar de que Dozy se había granjeado singular respeto en los círculos científicos más elevados de Europa, permanecía siempre en situación subalterna, percibiendo escaso sueldo; creían los maliciosos que así le trataba el Gobierno de su patria por adversario de su política.

Estamos acostumbrados los españoles á murmurar constantemente de nuestro país, parangonándole con los extranjeros; parécenos   —296→   que en estos todas son glorias, que el mérito está soberbiamente recompensado, que la laboriosidad y la ciencia son allí la piedra filosofal, y que sus naturales viven en el mejor de los mundos posible. Mas cuando se tocan de cerca las cosas, cuando se ven casos como el de Dozy, cuando se oyen en las expansiones de la intimidad quejas justísimas, se observa que, salvo raras excepciones, lo mismo pasa aquende que allende el Pirineo; que no todo obrero es retribuido según sus obras, que no siempre es verdad tanta belleza, y que en todas partes la sabiduría de las naciones concede á medianías bullidoras y audaces los favores que merecen ciencia é ingenio.

Un cambio político consiguió á Dozy el premio que correspondía á sus servicios. Al subir su partido, que era el liberal, al poder, su jefe Thoerbecke le nombró Catedrático de Historia Universal en la Universidad leydense.

Las obligaciones de su nuevo cargo, los estudios que debió hacer ó ampliar, serios cual todos los suyos, dieron mayor extensión á sus luces, mayor relieve á sus condiciones de escritor.

Cuando se estudian períodos de la vida de un pueblo exclusivamente, podrá el historiador distinguirse por la corrección, por la minuciosidad en el relato de pormenores; pero si puede relacionar este relato con la vida general de las naciones, podrá engrandecerlo con citas oportunas, con paralelos que sirvan como de sombras en sus cuadros, con esas grandes síntesis históricas, expresión muchas veces de los designios de la Providencia en la existencia de los pueblos. Puede decirse que el historiador ha de tener la vista del águila, présbita de lejos, miope de cerca; présbita para abarcar con toda su grandiosidad el conjunto; miope para apreciar la riqueza y variedad de los pormenores.

La influencia de sus estudios profesionales se marcan á cada momento en las obras de Dozy. A la continua una cita ingerida en el asunto, una correlación de sucesos entre pueblos y situaciones diversas, una comparación ó un contraste de caracteres, dan como los toques de luz en los cuadros de Rembrandt, mayor relieve, mayor atractivo, mayor grandeza á sus narraciones.

Mientras enseñaba historia, repetidas publicaciones daban á su apellido universal fama; constantes muestras de respeto de sabios   —297→   y corporaciones y distinciones honoríficas, venían á premiar sus esfuerzos: la Sociedad Asiática parisién se honraba asociándole á sus trabajos; el Instituto de Francia le abría sus puertas como correspondiente; nuestra Academia de la Historia le concedía el mismo título, y nuestro Gobierno le condecoraba con una Comendaduría de Carlos III.

El rasgo más saliente de la vida de Dozy es la laboriosidad; no se comprende cómo en tan corta existencia se pueda estudiar y escribir tanto.

Es el clima septentrional apropiado para los estudios austeros y para la publicación de grandes obras, pues en tantos meses de fríos y nieblas, cuando la nieve, el hielo ó la lluvia, hacen imposible la vida exterior, para las inteligencias cultivadas el estudio es una necesidad; y ciertamente, cuando la naturaleza no ofrece durante la mayor parte del año las distracciones y los encantos de nuestra vida meridional, nada tiene de extraño que los entendimientos ilustrados busquen esos encantos en los ensueños de la fantasía ó en las investigaciones de la verdad.

Mas ni aun así puede explicarse cómo ha podido el ilustre holandés estudiar, escribir y publicar tanto. Muchas veces cuando oigo poner en duda las innumerables ó voluminosas obras que se asignan á varios escritores musulmanes, se me vienen á las mientes los trabajos de Dozy; trabajos de un Hércules del entendimiento, que parecen obra de varios hombres.

Poseer el holandés, el latín, el francés, el inglés, el alemán, hasta el punto de escribirlos correctamente; dominar el español y el portugués, hasta conocer los más delicados pormenores de sus gramáticas y diccionarios; estar en gramática árabe á la altura de Silvestre de Sacy ó de Fleischer; ser en lexicografía arábiga una especie de Chauhari ó de Firuzabadi cristiano; conocer bastante bien el caldeo y el siriaco para enseñarlos en cátedra; publicar obras, alguna de las cuales ocuparían la vida entera de otro hombre; colaborar en varias revistas de diversas naciones en el idioma de estas; escribir sobre historia, geografía ó lexicografía, con igual erudición y acierto, parece cosa de milagro.

Y como si después de estos trabajos aún le sobrara tiempo para más, todavía tuvo suficiente para explicar durante algunos años   —298→   las cátedras de árabe, caldeo y siriaco de la Universidad de Leyden, y formar discípulos de la valía de Engelmann, desgraciadamente perdido para el arabismo ó como Goeje, una de las buenas ilustraciones del orientalismo europeo.

En los últimos días de su vida ha debido quedar satisfecho de su obra; si hubiera adoptado por lema de ella el tema de un ilustre emperador romano «laboremus», mejor no le hubiera cumplido. Todavía en medio de las angustias de su terrible enfermedad continuaba sus estudios y forjaba proyectos de nuevos trabajos; al fin debió abandonarlos; su dolencia podía con él más que su enérgica voluntad.

Pero puede decirse que ha caído para no alzarse más en el mismo campo de la ciencia; que ha muerto sobre él, como morían sobre su escudo en el campo de batalla aquellos viejos guerreros castellanos, que tantas veces pasaron ante su mente, encanecidos en la santa y secular guerra mantenida para devolver á España el sagrado territorio de la patria.




II

Hace unos cuantos años, con ocasión de cierta breve polémica literaria, pude observar cuán desconocida era entre nosotros la valía de Dozy. Hasta hace poco tiempo también, no se han trasladado al castellano dos de sus más importantes producciones; y solo los señores Simonet y Codera se han ocupado de ellas para combatir algunos de sus asertos y tendencias.

Además, sus trabajos no han trascendido cuanto debieran á nuestros estudios históricos; escritor hay que sigue todavía sin desconfianza el relato de Conde; historiador laureado en público certamen conozco, que aún denomina á Idrisi el Nubiense, y obra en que se trata de los tristes días de la invasión sarracena y de los primeros hechos de armas de la Reconquista, en la que no se sospecha que existan más fuentes de información que los viejos cronicones.

Esta lamentable situación habíame inclinado á popularizar las   —299→   obras del sabio holandés; su muerte me po[ndría] en bien triste ocasión de realizar mi propósito.

La suma de los trabajos de Dozy puede cl[asificarse] en dos secciones: los que se refieren á publicaciones históricas y literarias que en nada ó en muy poco tocan á lo árabe, y aquellas otras que son exclusivamente arábigas.

Constituyen las primeras principalmente artículos de Revista, bien históricos, bien literarios. Ha tratado en ellos, ya sobre algunos cantares de Gesta de los siglos XI y XII; ya sobre la influencia que las revoluciones francesas han ejercido en el estudio de la Edad Media; bien acerca de la Historia de Bonifacio VIII, de Drumann, ó de la locura del Tasso, con motivo del precioso libro de Cherbuliez el Principe Vital; bien refiriéndose al Jorge Forster de Klein, ó á la Francia bajo Luis XIV de Bonnemère; ora, en fin, tratando de la historia y costumbres rusas del siglo XVIII, en un artículo titulado, Cómo llegó Rusia á ser poderosa4.

Entre cuyos trabajos interesan mucho á los españoles los que publicó sobre la literatura castellana de la Edad Media, sobre el Viaje á España de Keller, una crítica de la Historia de Carlos III de Ferrer del Río, la que denominó Austria y España frente á la revolución francesa, motivada por las obras de Sybel, Herrmann y Baumgarten, en la cual le sirvieron de fuentes los despachos secretos é inéditos de Auber, secretario de la legación holandesa en Madrid5.

Las obras puramente arábigas pueden clasificarse en publicaciones y traducciones de textos árabes, históricas y lexicológicas.

Aceptada generalmente la necesidad del conocimiento de aquellos textos, como fuentes históricas, la de salvarlos del riesgo de destrucción, y la de ponerlos al alcance de los estudiosos, su publicación es una obra bien meritoria. Mérito que sube de punto, si se considera la penosa preparación y los penosísimos trabajos precisos para editarlos á conciencia; pues hay que valerse cuasi   —300→   siempre de manuscritos incorrectos, en los que continuamente surgen dificultades, creadas por la ignorancia ó la torpeza de los amanuenses; textos faltos en ocasiones de los puntos diacríticos que distinguen muchas letras, engendrando graves incertidumbres, pues una lectura, aun puesta en razón, puede producir errores de cuenta; porque hay que cotejar cuidadosamente varios manuscritos, cuando se tiene la fortuna de poseer varios, hay que mantener una atención constante, que adivinar á veces, y vigilar la corrección de pruebas tan esmeradamente como la de los Elzevires ó la de los Evangelios de Bida, á fin de que la impresión salga de la prensa, tal como si el mismo autor la hubiera corregido. Lo que Dozy entendía por esta clase de publicaciones bien lo demostró en todas las suyas, y bien se deduce de una de sus más interesantes críticas, de su Carta á Fleischer conteniendo observaciones críticas y explicativas sobre el texto de Almacari6

A la cabeza de estas producciones puede colocarse la versión con notas de la Historia de los Benu Ziyan de Tremecen7. Siguieron á esta unas excerptas sobre los Abbadies sevillanos, dinastía á la cual demostró siempre singular predilección. Libro es este profundamente erudito, formado por multitud de dificilísimos textos, muchos traducidos, estudiados lexicológicamente, acompañados de las biografías de sus autores y de la crítica de sus obras; en cuyos dos primeros tomos hubiera habido mucho que corregir y añadir, si no les añadiera un tercero, conteniendo explicaciones, correcciones y escolios, que constituyen un tesoro de saber y de crítica8.

Que esto de las correcciones á sus obras debía ser la pesadilla del ilustre arabista, como tan amigo de la precisión y de la exactitud, pues muchas veces se apresuró á aprovechar cualquier ocasión que se le presentara para enmendar sus yerros antes de que otros los advirtieran, como en aquel pasaje de su introducción al Bayán, en el cual decía: cette dernière opinion est erronée; heureusement   —301→   pour moi, je me suis aperçu que je m'etais trompé, avant que personne m'en eût adverti.

Dejando á cualquier Aristarco exigente fijar su crítica en la deplorable trascripción del alfabeto árabe al europeo, adoptada un momento por Dozy y después abandonada, considero á la Historia Abbadidarum como un excelente modelo, en cuyo estudio pueden aprovechar mucho los arabizantes.

Mientras publicaba esta obra, atrevióse á mayores empeños, al proponerse, como en Diciembre de 1845 manifestó en un prospecto, la impresión de una colección de textos. Fué el primero de estos entre los publicados el Comentario histórico de Aben Badrun al poema de Aben Abdun; obra por demás curiosa, con la cual, como ha probado Hoogvliet, puede hacerse un brillantísimo estudio parecido á cualquiera de los Récits mérovingiens de Thierry, sobre una dinastía de Taifa española, sobre los Benu Alaftas, reyezuelos de Badajoz9.

A esta siguió otra publicación que ha ahorrado considerable trabajo á nuestros arabistas, pues al dar algunas noticias referentes á varios manuscritos, imprimió todo el contenido relativo á España del Hollatu-ssíyara, diccionario biográfico de personajes y escritores musulmanes del siglo II al VII de la Hegira, del IX al XIII de la Era cristiana -obra del valenciano Aben Alabbar, uno de los más célebres autores de la España sarracena10.

Más adelante dió á la estampa el Catálogo de los manuscritos orientales de la Biblioteca leydense, en el cual empleó minucioso esmero en la descripción de las obras, y acertado conocimiento bibliográfico de los manuscritos orientales que encierran las bibliotecas de Occidente. Los españoles echamos de menos en este trabajo, que Dozy no haya dado, como Casiri, en su Biblioteca arábiga-escurialense, estractos de algunos textos, para nosotros interesantísimos11.

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En el período fecundo de estas publicaciones, emprendidas por Dozy, entre 1846 y 1851, imprimió dos producciones, también muy importantes, una la de Abdeluahid el Marroquí, autor del siglo VII de la Hegira -XIII de J.C.- que comprende mucha parte de nuestra Historia, especialmente la relativa á la dominación almohade12, cuyo estudio apenas está esbozado. Es la segunda el Bayan Almogrib, que abarca desde la invasión musulmana en España, hasta fines del sultanazgo de Hixem II en Córdoba13.

Al principio de esta importantísima obra puso Dozy una Introducción, no menos importante, pues en ella inicia cierto trabajo que hace mucho tiempo debía haberse escrito, cual es una buena historiografía hispano-sarracena, á la manera del Diccionario bibliográfico de Muñoz Romero, que comprendiera cuantas obras musulmanas podían servirnos de fuentes históricas; las que se conocen, para saber donde existen; las que se han perdido, para procurar su adquisición.

En la introducción al Bayan se echa de menos un estudio más detenido y extenso de la obra editada; puede también hacérsele el cargo, que algunos críticos hacen á Cervántes, de haber ingerido en su Quijote episodios ajenos al asunto principal; pero estos episodios de la introducción al Bayan son tan nuevos y bellos, están tan admirablemente tratados, que, como á Cervántes, bien puede perdonarse á Dozy su ingerencia.

No se contentaba el sabio holandés con publicar solo sus textos; algunos de estos necesitaban una existencia humana para editarlos; acudió entonces al sistema de la división del trabajo, y cual hoy se está haciendo con la Historia del Tabari, inició una asociación con varios orientalistas para publicar el Macari, compilador musulman en el siglo XVII de multitud de obras sarracenas referentes á España, y en cuyo manuscrito, mina riquísima de noticias para nuestra Historia, se encuentran grandes trozos de libros, cuya pérdida deploramos14.

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Esta es una de las principales obligaciones que á Dozy debemos, pues respecto de aquel inmenso archivo de datos, cuasi lo principal está ya hecho: esto es, que poseemos su texto bastante correcto; falta la traducción, que ciertamente no se hará mientras no se someta, como la edición, á una asociación de arabizantes.

Todavía en 1866 continuaba su tarea de publicar y traducir textos, pues en el mismo año imprimió y tradujo, con la colaboracion de Goeje, la parte de la Geografía de Africa y España del Xerif el Idrisi, que vino á coadyuvar poderosamente al trazado del mapa de nuestra Península durante la Edad Media.

El epigrafista con la interpretación de las inscripciones, el numismático con la clasificación y lectura de las monedas, el filólogo estudiando lenguas y relacionándolas, reunen los materiales de que se sirve el historiador para la erección de sus obras: el cual examina las decisiones de los arqueólogos, funde en el crisol de su ingenio aquellos diversos materiales, y elevándose á las causas, desentrañando los acontecimientos, colocándose, mediante la inspiración histórica, en el seno de la sociedad cuya vida narra, pule la materia, con el esmero de nuestro Juan de Arfe, y la ofrece animada, bella y verdadera, sobre todo viviente, á la vista de sus lectores.

Raro es que se combinen en un mismo sujeto la erudición y la fantasía, como es bien raro ver reunidas en un poeta cualidades de matemático. La inspiración del filólogo por grande que sea, no es la misma que la del historiador; es imposible vivir siempre entre divisiones y distinciones gramaticales, averiguando el sentido de las voces, determinando los matices de su significación y fijándolas en la memoria; es imposible vivir perpetuamente en la aridez lexicológica, sin que esta penetre en el entendimiento, sin que imprima su sello en el alma. Bien así, como afirman algunos etnógrafos, que las grandes llanuras secas, monótonas, tristes, y los países montañosos, accidentados, ásperos, abruptos, imprimen algo de su carácter peculiar en el carácter de sus moradores.

En Dozy se compenetraban ambas capacidades; he tratado del filólogo y del erudito, cúmpleme tratar del historiador.

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Hay quien cree que la obra maestra de Dozy es su Historia de los musulmanes de España; en sus obras históricas, á lo que entiendo, lleva á todas la ventaja; pero en la totalidad de sus producciones, otra, más adelante examinada, merece mejor el título de obra maestra. Habían precedido á aquella la Historia de la. Dominación de Conde, la Historia de las dinastías mahometanas de Gayangos. Esta última, por estar escrita en una lengua no muy usada en España, aunque contenía verdaderas revelaciones, no ejerció en ella toda la gran influencia que merece. Cada vez que examino el libro de Gayangos no puedo menos de admirar la vocación incontrastable de un hombre que, desprovisto en nuestro país de toda enseñanza, sin contar en él con protecciones eficaces, á solas con su esfuerzo, pudo prepararse para llegar hasta publicar su obra; en la cual dió á conocer manuscritos apenas descritos ó completamente ignorados, ideas, noticias y juicios sobre estudios, muchos de ellos apenas iniciados. Aun después de los grandes adelantos del orientalismo europeo todavía hallamos mucho que aprender en sus notas, rico tesoro de indicaciones para la bibliografía, historia y geografía española.

Conde tuvo mejor fortuna que Gayangos; en su libro buscaron, y hasta hace poco buscaban, españoles y extranjeros, memorias de nuestros tiempos medios. Su reputación se ha desvanecido hoy, merced á Dozy, quien con esto nos hizo un gran bien, por más que se haya mostrado duro siempre, y á veces demasiado duro con su memoria. Conde no tuvo á su disposición los grandes medios de que gozó Dozy, dejó en borrones mucha parte de su libro, pero sabía más de lo que hoy generalmente se supone, y sus trabajos no deben ser tratados con absoluto menosprecio.

Una narración precisa, minuciosa, bellísima de los sucesos hispano-musulmanes, desde la invasión á los comienzos de la dominación berberisca, vino á sustituir á la narración de Conde, que aunque escrita en excelente castellano y con exposición clarísima, estaba convicta de embrollada en los hechos, errónea y confusa en la cronología, mendaz muchas veces. Sucesos, personajes, costumbres, fechas y razas se diseñaron con todo el brío, con toda la minuciosidad, con que están esculpidas las figuras de   —305→   los bajo relieves en el palacio que Carlos I dejó sin concluir en la Alhambra.

En esa obra aparecen las luchas que ensangrentaron entonces á España, entre hombres, creencias é intereses, entre muladíes, árabes, judíos y berberiscos, entre los invasores y la Reconquista. Allí aparecen vivientes multitud de grandes figuras; la de Abderrahman I de Córdoba, severa y melancólica, atormentada por la nostalgia de su Siria y las decepciones del mando; la sombría del sultán fratricida Abdallah y la enérgica de su víctima Almondir; la de Omar ben Hafsun, dominando durante cuasi medio siglo la escena histórica cordobesa, más grande por el corazón que por la fortuna; la de aquel Almanzor, á quien ésta trató cual á hijo predilecto, par en éxito y talento, guerrero y diplomático, cortesano omnipotente, mezcla de todas las buenas y malas condiciones, que hacen capaz á un hombre de la soberanía; la deliciosamente dibujada de Almotamid, el rey poeta sevillano, las repugnantes de Oppas y Hostégesis, la entusiasta y dulce de Eulogio, la severa de Samson. Y entre todas ellas surgen hermosas figuras de mujer, Romaiquia, las hijas de Almotamid, la Zahra de Abderrahman III, la sultana Zobh de Almanzor; irguiéndose sobre todas ellas plácida, serena, iluminada su frente con la aureola del martirio, la angelical figura de la virgen Flora.

Allí están estudiadas, como estudia el anatómico las fibras que separa su escalpelo, las diversas razas que habitaban en España, con sus pasiones, vicios y virtudes: el árabe altivo, voluptuoso, arrojado, levantisco; el berberí rapaz y tornadizo; el musulmán español odiando perpetuamente al musulmán extranjero dominador; el mozárabe siempre generoso y nunca abatido; el judío, envilecido por la persecución, demostrando en la filosofía, en la medicina, en la poesía, en la industria, hasta en el gobierno, sus excelentes aptitudes ó las malas propensiones de su genialidad.

Allí se desenvuelven ante el lector, como los episodios del Claustro de las Batallas en el Escorial, los gloriosos días del califato Umeya, los tristes instantes de su ruina, y están retratados con pincel rico en dibujo, luz, colores y ambiente, con la coloración   —306→   del Tiziano y la energía y verdad de Velázquez, aquellas cortes de Taifas, aquellos reinos de Ivetot, centro de cultura á veces, centro generalmente de opresión, barbarie y tiranía.

Todo esto hay en ese libro, escrito con la inspiración de un poeta, con la erudición de un benedictino, con el encanto de una novela de W. Scott, con la elevación y el gusto de Cantú ó de Thierry.

No es una historia exclusivamente crítica, no. No es una historia, como la de los árabes antes del islamismo de Caussin de Perceval, pero siempre será respetada, siempre será leída con el gusto con que leen los ingleses la Historia de Macaulay. Es una obra de vulgarización que puede leer y comprender, y con la que puede sentir todo el mundo. No es una historia definitiva, no ciertamente; hay mucho, mucho que hacer después de ella: pero ese libro será la base de los trabajos futuros: y á veces muchos de estos, mientras no aparezcan textos nuevos, no podrán tratarse con más extensión que Dozy lo ha hecho. Buena prueba puede ofrecer de ello el que esto escribe, pues al ocuparse de los Hammudíes malagueños, poca cosa tuvo que añadir ó rectificar en las páginas de su libro.

Es una historia anecdótica solamente, se dice, es cierto; pero bien saben los arabizantes que este es el carácter general de la Historia y Biografía arábiga. Véase á Masudi, léase á Aben Jalikán; cuando menos se piensa, cualquier anécdota burlesca viene á poner una nota alegre en la narración; á cada momento dánse á conocer por una anécdota los caracteres de tiempos, costumbres y personajes, mucho mejor que con el relato más extenso.

¡Ah! si Dozy hubiera venido á España, si hubiera buscado confirmación á su admirable instinto de la verdad en nuestro trato, en nuestros campos, en nuestros museos, ante nuestros monumentos, en nuestros castillos señoriales, en los derruídos claustros de nuestros monasterios, esta obra hubiera poseído lo que más falta le hace; que sus cuadros se hubieran pintado del natural y no de manera; que la hubiera informado el espíritu hispano; que el genio español hubiera pasado, como un ardiente soplo, por sus páginas, dándole la exactitud de los sentimientos y la verdadera apreciación de las creencias.

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A mi entender, la verdadera falta del libro está en esto y en su disposición interior. Dozy ha sido en él un arquitecto que ha trazado bien el plano de su edificio, que lo ha elevado sólido y majestuoso, que lo ha adornado con gusto y delicadeza, pero que lo ha distribuído mal interiormente.

Como preparación para esta obra había publicado su autor mucho antes de ella una compilación de investigaciones acerca de la historia y literatura de España durante la Edad Media; recopilación de la cual ha impreso tres ediciones, considerablemente aumentadas y corregidas15.

Historia, letras, geografía, bibliografía, tradiciones, personajes como el Cid, insignes sucesos como la rota de Calatañazor, acontecimientos apenas conocidos, como las incursiones normandas, aspiraciones apenas esbozadas antes, cual las del partido hispano-musulmán, ubicaciones geográficas, afirmaciones, hipótesis, cuestiones resueltas ó planteadas, forman la materia de sus dos interesantísimos tomos.

Podrán contener afirmaciones aventuradas y hasta errores; podrá discutirse después de ellos sobre la situación de Iliberis ó sobre la personalidad del Pacense; podrá desearse la inmediata publicación de un libro acerca del Cid, que mejor que el de Risco, ponga al caudillo, emblema de nuestras glorias nacionales, en el pedestal que le corresponde; pero á pesar de esto las Investigaciones de Dozy servirán siempre de archivo y enseñanza para los que estudien nuestra Edad Media.

Otras dos obras históricas ha publicado que no nos tocan directamente; un Ensayo acerca del Islamismo, trabajo de vulgarización, que contiene algunas ideas muy originales, como las que apunta sobre el Korán y sobre la sublevación Uahabita16; otra en que trata de los israelitas en la Meca, apenas nombrada en España, la cual le ha valido muchas y acerbas críticas.

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Raras son las obras del sabio holandés en las que no aparezcan á cada momento su amor y su aptitud para la lexicología; rara era la que no llevaba acotaciones y notas lexicológicas, cuando no glosarios, los cuales demostraban lo incompleto de los Diccionarios arábigos, desde Golio y Raphelengio á Freitag y Kazimirski.

Tiempo hacía que Dozy meditaba llenar en lo posible este vacío, con ocasión de publicar una obra, de grata memoria para los españoles. Hubo en nuestro episcopado del siglo XVI un Prelado insigne, Fray Hernando de Talavera, Arzobispo granadino, ejemplar de sacerdotes y dechado de Obispos. Cuando los odios contra la vencida grey mora eran más terribles, cuando aún manaban sangre las heridas de la última guerra de la Reconquista, cuando la soberbia y aun la codicia de los vencedores era prepotente, una voz desapasionada, pura, clamó por los vencidos; una inteligencia recta, un corazón verdaderamente cristiano, comprendió que la dulzura, la justicia y la caridad producirían la voluntaria sumisión del pueblo alarbe; que imponer violentamente el cristianismo á gente profundamente lacerada era marcarla á fuego, no lavar con las redentoras aguas del bautismo creencias que informaban toda su existencia.

Firme en sus convicciones, encomendó á la persuasion lo que nunca debió ser obra de la fuerza, y para facilitarla protegió la publicación de dos obras dadas á la estampa por el P. Fr. Pedro de Alcalá, referente la una á la Grámatica y la otra al Diccionario del idioma hablado por los musulmanes españoles. El P. Alcalá pretendía facilitar con sus libros las relaciones entre cristianos y sarracenos, y sobre todo, la enseñanza católica á los sacerdotes enviados como conversores ó párrocos á las poblaciones donde existían moriscos.

La publicación de un vocabulario latino arábigo, el de Raimundo Martin, escrito también por un español, el examen de otro en la biblioteca leydense, sobre cuya importancia llamó Simonet la atención de Dozy, las faltas de los diccionarios arábigos, aun de uno tan excelente cual el de Lane, la multitud de notas que poseía, dieron mayores proporciones al pensamiento del arabista holandés, inspirándole su obra maestra el Suplemento   —309→   á los Diccionarios árabes, su mayor título de gloria17.

Fué recibida esta obra con verdadero júbilo por cuantos nos dedicamos á los difíciles estudios arábigos; venía á ahorrar trabajos penosísimos y largas vigilias; á imposibilitar errores en investigaciones, donde el error es tan fácil, como naufragar navegando entre arrecifes en medio de las sombras de la noche.

Mil setecientas veinte páginas en folio mayor constituyen los dos volúmenes de esta obra, en las cuales se encuentran las voces que se echan de menos en los otros Diccionarios, tomadas de multitud de libros, de las notas enviadas á Dozy por arabistas entendidos, y de los vocabularios de los viajeros. Y no solo se encuentran estas voces, sino que la significación de muchas está justificada por curiosísimos textos, en gran parte inéditos, ó explicados por los usos y costumbres sarracenas.

Para los que pueden apreciar la ciencia y esfuerzo que esta obra representa, es cosa que maravilla, que un solo hombre haya podido concebirla y ejecutarla.

Que Dozy hubiera escrito como en sus Oosterlingen18 la explicación de los vocablos neerlandeses, derivados del hebreo, caldeo, árabe, persa ó turco y que lo realizara con su acostumbrada maestría, es digno de consideración; pero mucho más digna es de ser celebrada su obra Glosario de palabras portuguesas y españolas derivadas del árabe19.

Basada sobre cierto excelente trabajo de Engelmann, uno de sus mejores discípulos, Dozy le aumentó y corrigió considerablemente. Incompleto cual es, como su mismo autor reconoce, este libro será constantemente consultado entre españoles, mientras un arabista entendido no le complete con los grandes elementos que hoy poseemos para acabarlo.

Además de todas estas publicaciones, Dozy ha impreso en varias Revistas algunos artículos, ya juzgando los trabajos de sus colegas en aficiones ó tratando puntos especiales de estas.

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Entre ellos se cuentan: un estudio sobre cierto libro de Veth, titulado Dissertatio de institutis arabum; unas cartas sobre ciertas voces arábigas de la crónica catalana de En Ramón Muntaner; otra á Defremery sobre las palabras Thaifur y Chariha; un análisis de las noticias dadas por el mismo Defremery sobre los Emires Alomara; unas consideraciones sobre historia árabe, con motivo de la Historia de los árabes antes del islamismo, por Caussin de Perceval; otras sobre la tésis De philosophia apud Syros y de la obra Averroes y el Averroismo por Renan; un trabajo sobre la edición y traducción de los viajes de Aben Batuta por Defremery y Sanguinetti, otro muy extenso sobre la Descripción del reyno de Granada por Simonet; un curiosísimo estudio sobre los cordobeses Arib ben Said el Secretario y Rabbi ben Said el Obispo; un examen de la obra de Müller acerca de la historia de los árabes de Occidente, y otro acerca de la magnífica traducción de los Prolegómenos de Aben Jaldun por Slane20.

Esta existencia laboriosa y noblemente dedicada á la ciencia, que acabo de referir, encierra un constante reproche para nosotros.

En tierra española ingerencias extranjeras en nuestras cosas, de antes, de ahora y de siempre, fueron vistas con ceño. ¿Cómo hemos dejado que se nos adelante un extranjero, por exclusivo amor á la ciencia, en estudios que nos obligaba á hacer el patriotismo?

En nuestra Península hartas pruebas tenemos para decir, sin sospecha de jactancia, que por falta de buenos ingenios no debemos quejarnos. ¿Cómo no nos han ahorrado nuestros arabistas el sonrojo de ir á la zaga de los extranjeros en la propia historia?

Ciertamente, no puede culparse á nuestros arabistas por esto: los estudios orientales para su florecimiento necesitan protección constante, sistemática é ilustrada, y en España no la han obtenido.   —311→   Debíamos más que Francia, poseer un Colegio de lenguas orientales; nuestro pasado, en el que tanta influencia tuvieron árabes y hebreos, nuestras posesiones, nuestras relaciones cada vez más importantes con África, la preponderancia que en esta está España llamada á ejercer, si es que no quiere merecer el menosprecio de la posteridad, imponen la existencia de un Centro científico de tanta valía. En un país donde se gastan millones á veces en el capricho de un momento, parece imposible que no se haya pensado en emplear una cantidad exigua para nuestra ilustración y para nuestros intereses.

Cuando esta protección abra camino á la iniciativa individual, la emulación, el amor al saber, el particular atractivo que hoy tienen estos estudios, harán lo demás. Mucho queda que realizar; hay trabajo para multitud de inteligencias; solo falta atraerlas, dirigirlas y premiarlas.

Entonces es seguro que surgirán de esas enseñanzas ingenios que favorezcan, ilustren y honren á nuestro país, como Dozy ha honrado á Holanda. La Biblioteca arábigo-hispana de Codera, la Crestomatía de Lerchundi y Simonet, son prendas seguras de lo que sostengo.

Protejan nuestros Gobiernos estos estudios; manténganle en su buena voluntad las Academias Española y de la Historia á la vez que los dirijan, y se verá cuán en breve poseemos una buena Gramática y un Diccionario arábigo-hispano, una colección de textos, ediciones y traducciones de viejos manuscritos, una epigrafía, numismática y arqueología hispano-musulmana, y un conjunto de inteligencias conocedoras del Magreb Alaksá, para cuando llegue el día, cada vez más inminente, de realizar en él antiguas y nobilísimas aspiraciones de España; las nobilísimas aspiraciones del Gran Cisneros.







Madrid 2 de Mayo de 1884.



 
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